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Categoría: Incestos

Confesiones entre una madre y su hijo

Mi madre y yo hemos decidido escribir nuestros sentimientos para entender nuestra relación desde el otro punto de vista.

IVÁN:

Lo que siempre me llamó la atención con respecto a mi madre fue la pulcritud y elegancia en su vestir: Sus trajes elegantes y formales para ir a la oficina acompañados de tacones, su collar de perlas, su brazalete, reloj y aretes pequeños. No fue hasta que un fin de semana me percaté de su cuerpo cuando limpiaba la casa usando leggins entallados con diseños de figuras fosforescentes que dejaba poco a la imaginación: podía apreciar las curvas de sus caderas, la raya de su perfecto trasero e incluso el pie de camello. ¡Me quedé embobado!

A sus 43 años era una mujer hermosa, con solo alguna que otra cana en su cabello largo y algo ondulado de color castaño oscuro, el cual lleva atado en una media cola en la parte superior y el resto cayendo libremente, de tez clara y algo amarilla (por tener ancestros japoneses), ojos rasgados de color marrón claro, los cuales cubre con unos lentes de carey, de estatura pequeña con un cuerpo proporcionado y voluptuoso para su talla, presentando algunas pecas alrededor del nacimiento de sus tetas.

Con el paso de los años he entablado una relación de confianza con mi madre, que a veces confundo con amor. Hasta entrada la adolescencia buscaba motivos para dormir juntos o bañarnos en la misma tina. A pesar de mi complejo edípico conseguí una enamorada (una relación de solo un año). La quien llevé a mi casa para presentar a mis padres y mi hermana -un año mayor que yo- dándome la impresión, en algunas ocasiones, celos de mi madre.

CARMEN:

Desde siempre había sido mi niño y disfruto compartir todos los momentos. Pero durante su adolescencia me di cuenta de sus acercamientos y tocamientos. Luego que dejé de bañarme con él, observé que me observaba por la mirilla de la puerta al bañarme.

Un día pude ver a través de su puerta que se había llevado una de mis tangas sucias de la lavandería y la estaba oliendo y luego masturbándose. Cosas de la adolescencia pensé hasta que oí: ¡Así, mami! ¡Toma leche mamá!” Esto ya sobrepasaba del autodescubrimiento sexual de los típicos adolescentes.

Cuando cumplió 16 años trajo a una chica a casa, la presentó como su enamorada cuyo nombre es Rosa Angélica. No pude evitar sentir celos. Más alta que yo, piel ligeramente tostada, cabello y ojos negros azabache, su cuerpo firme y tetas grandes. A sus 16 años estaba en la flor de su vida, mientras que yo, a mis 43 años, empezaba la menopausia. Un día llegué a casa temprano y oí ruidos, me asomé a la puerta del cuarto de mi cuarto y lo descubrí por el ojo de la cerradura haciéndole el amor: la chica gemía mientras lo cabalgaba, él la asía de la cadera ayudándola a subir y bajar, sus pechos botaban como gotas de agua. En un momento cambiaron de posición y pude ver del gran tamaño del pene de mi hijo. Eso me excitó: Oír el gemido de ambos y los sonidos de chapoteos y el olor a sudor y fluidos que inundaban la habitación.

Sin que se diera cuenta, salí de la casa y fui a caminar para bajar mi calentura y pensar.

IVÁN:

Al terminar la escuela me fui a otra ciudad a estudiar. Pasó un año y mi madre fue a visitarme. La esperé en el aeropuerto. Se veía más hermosa. Cuando regresé encontré a mi madre esperándome en el aeropuerto. Estaba más hermosa que lo que recordaba. Usaba un vestido de una sola pieza hasta debajo de sus rodillas, zapatos de tacón y su elegante collar de perlas.

La abracé, sentí su piel suave y cálida, la exquisita fragancia de su piel (a pesar de no usar perfumes) la cargué y le di vueltas juntando su pecho junto al mío, sintiendo sus pezones. No pude evitar tener una erección.

La acompañé al hotel que había reservado, pero al parecer no habían confirmado el cuarto, por lo que opté en llevarla al departamento que alquilaba. Era un departamento pequeño, de dos habitaciones más un baño.

I: Puedes acomodarte en la habitación. La cama es de plaza y media. Yo dormiré en el sofá.

C: No te preocupes. Compartiremos la cama como cuando eras niño.

CARMEN: Habían transcurrido un año sin ver a mi hijo. La relación con mi esposo se había enfriado y hacía casi un año lo boté de la casa y le pedí el divorcio. Mi hija se había unido a un grupo de lesbianas feministas para protestar por los derechos sociales. Me sentía sola, por lo que aproveché las vacaciones para ir a visitar a mi hijo durante un fin de semana largo.

Se veía atractivo cuando lo vi en el aeropuerto, más centrado y más fornido. Me levantó en vilo al verme, lo cual me excitó y también a él, pudiendo sentir su dura verga.

Me invitó a cenar en un lugar elegante y luego a pasear para conocer los atractivos de la ciudad. La noche fue hermosa y perfecta. Ya era tarde y volvimos a su casa.  Como mencioné, me sentía sola. No quería estar en un hotel. Por lo que pasaría la mayor cantidad de tiempo en compañía de mi hijo. Me sentí mal de quitarle su cama, le propuse dormir juntos, como cuando era un niño.

La noche era fría, me vestí con mi bata de satín bien abrigado a la sábana. Mi hijo llevaba un short. Me pegué a él para sentir su calor corporal. El cuerpo de mi hijo se tensó por un momento de la sorpresa del abrazo. Dormir de costado con mi cabeza en su nuca.

IVÁN: La noche había pasado de manera larga. Verla figura de mi madre en ese bello camisón y el que me abrazara. ¿Eran señales de avance? ¿Y si realmente quería que pasara algo? Mi madre se había levantado temprano. Estaba en mi cocina preparando el desatuno, se había inclinado ligeramente para batir los huevos, el camisón se había levantado ligeramente dejando ver sus nalgas.

No aguanté más. Me acerqué por detrás y le besé el cuello, mientras con mi mano hurgaba por dentro del camisón. Mi madre ronroneaba ligeramente. Eso me incitó a avanzar, deslicé mi mano y empecé a acariciar su coño por encima de su calzón. A pesar de las gruesas bragas de algodón pude sentir la humedad de su concha. Sus gemidos iban en aumento. Le bajé las bragas, la incliné sobre la mesa, levantando su culo en pompa mientras se la clavaba en su coño de forma rítmica, mientras le susurraba cosas tiernas al oído, hasta que unos minutos después me corrí dentro. Mi mamá cayó desfallecida sobre la mesa besando su cuello.

Era muy excitante. Por lo que una erección afloró nuevamente. Sin que recuperara el aliento, le abrí la bata, le abrí las piernas y se la clavé sin más. Podía oír los sonidos de su encharcado coño, el cual era muy apretado. Apretaba mi pene como un puño. La mejor sensación del mundo: el coño hambriento, húmedo, caliente y apretado de mi madre era la gloria. Sus pechos botaban al compás de mis arremetidas y su respiración.

-          Gracias amor, fueron sus palabras y me besó.

Me había cogido a mi madre y le había encantado.  

CARMEN: Hace muchos años que no había cogido. Me levanté temprano para preparar el desayuno. Sin que me diera cuenta mi hijo se acercó por detrás y empezó a susurrarme palabras dulces mientras me besaba el cuello y orejas.

-          Relax, mamita. Te lo haré despacito. Tú solo disfruta.

Acariciaba mi cuerpo de tal manera que mi cuerpo pulsaba. Cuando me la clavó fue la sensación más excitante del mundo. No había sentido nunca tanto placer, nada más existía en el mundo más que sentir un orgasmo. Era como si fuéramos una misma persona. Podría ser que antes de que naciera formábamos una misma persona y en ese momento nos unimos nuevamente. Me corrí. Un río de fluídos y semen se deslizaba por mis piernas. Pero antes de que me recuperara, me puso boca arriba y me la empezó a clavar. Mis fluidos salían como un manantial, no podía controlar mis gemidos y quería más, más rápido. Mis manos cogían sus nalgas para acompasar la cogida. Estaba en éxtasis siendo clavada por esa hermosa verga. Ver la cara de mi hijo mientras me arremetía hasta que ambos nos corrimos y cayó sobre mi cuerpo. Su pene se iba poniendo flácido, pero no quería que lo sacara. Mientras bebía de mis tetas como cuando era un bebé.

Sabía que el incesto estaba mal, pero esa experiencia fue deliciosa y quería repetirla nuevamente. Al recuperarme y pensar más normalmente, mi moral y mis instintos entraron en disputa.

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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