~~Lo recuerdo
bien. Todo empezó hace unos tres años. Navegando por
la red encontré un relato que me impresionó mucho. Lo
firmaba una chica llamada supersandra , y adjuntaba su
dirección de correo electrónico. Intenté durante
varios días contactar con ella, pero no contestó a ninguno
de mis mensajes, así que desistí. Pero no me pude quitar
de la cabeza la idea de encontrármela algún día,
así que comencé a escribir un relato, que se tituló
supersandra y que por aquel entonces se publicó
en marqueze.net . No sé si todavía estará
vagando por allí el relato, pero lo cierto es que supuso un
cambio brusco en los acontecimientos, y a partir de allí, se
desencadenaría un vuelco en mi vida. Al poco tiempo de publicarlo,
me escribió una desconocida llamada Giselle, mexicana, con
piel color te y tetas pequeñas pero juguetonas según
su propia descripción. Me dijo que le había gustado
el relato, así que decidí escribirle alguno. Esta dulce
mexicana, la ardiente Giselle, me devolvía los mensajes, calientes,
explicándome lo que se excitaba y lo mucho que le gustaría
que la penetrara, como cada noche soñaba con mi verga acariciando
su jugosa concha. Así pasaron semanas, leyendo sus correos
en la oficina, que me provocaban unas erecciones de espanto, imaginando
como deseaba correrse en mi boca, que le hundiera mi gruesa polla
y que no dejara de bombear hasta agotarla y llevarla al desmayo. En
aquella época, yo trabajaba por las mañanas en una oficina,
y mi jefa, Ana,era una mujer mayor que yo, de unos cuarenta y cinco
años, aún atractiva. Un día me dijo que fuera
a cenar a su casa, que iban un grupo de amigos que me quería
presentar, etc. No recuerdo bien que es lo que me explicó,
pero el caso es que yo, inocentemente, acudí esa noche. Efectivamente,
allí estaba sola ella, y no iba a acudir nadie más.
Mesa para dos, velitas, etc. Ante mi sorpresa, me dijo que estos últimos
días ella se había dado cuenta de mis erecciones (suponiendo
que eran motivadas por ella, y no por Giselle) y decidió comprobar
que se escondía detrás de ese abultado paquete. Esa
noche fue maravillosa, lo que te puede enseñar una mujer madura,
pechos firmes y labios gruesos a la que yo entregué mi cuerpo,
y fue ella la que en ese momento impuso el ritmo a lo largo de toda
la noche, mientras yo viajaba con Giselle por los mares del placer.
A partir de ahora me enfrentaba a un complicado dilema. A mi jefa,
Ana, no le podía decir que no, por motivos obvios, pero la
que realmente me excitaba era Giselle. Decidí, seguir viéndome
con Ana, pero cerrando los ojos, como si me prestara su cuerpo para
follar con mi ardiente mexicana, que a tanta distancia estaba. Todo
esto se lo conté a Giselle, con todos los detalles, que para
mi eran nuestros, pero a ella no le gustó esa apropiación
indebida del cuerpo de otra, y a partir de ese día desaparecieron
sus mensajes, su correo, y en definitiva, desapareció ella.
Al cabo de dos años, envié un mensaje a la antigua dirección
de Giselle, más por curiosidad que otra cosa, sabiendo de antemano
que me iba a ser devuelto, como tantas veces había sucedido.
Pero aquí vino la sorpresa, esta vez me contestó.
Te estaba esperando, corazón. Me dijo que en unos días
venía a Madrid. Que podríamos quedar, pero con una condición,
una extraña condición que me la expliacaría más
tarde. Así pues, me dio la dirección de un hostal a
la que debía acudir. Abajo, el conserje me dio una nota y un
pañuelo. La nota decía así: Habitación
254. Ponte el pañuelo en los ojos. Llama y no te lo quites
bajo ningún concepto. Llegué a la puerta, me
puse el pañuelo y llamé a la puerta. No veía
nada, era como estar en la entrada de una cueva. Oí cómo
se abría la puerta, y una mano me cogió del brazo y
me llevó hacia dentro. Allí estaba ella, aunque de momento
tan sólo podía oír el sonido de sus pasos. Ella
me empujó a la cama, y allí me ató las manos
a los barrotes de la cabecera. Seguía sin ver nada, pero ahora
notaba cómo me bajaba la cremallera, y sentía su respiración
cerca de mi polla. Enseguida se la metió a la boca, y empezó
a endurecerse enormemente, mientras ella la rodeaba con su lengua.
Parecían labios gruesos, yo notaba sus dientes acariciando
mi verga, con un movimiento lento, pero que permitía ahora
tragarsela toda, en su boca caliente, agarrándome con una mano
la polla y con la otra acariciándome fuertemente los huevos.
Me moría de ganas por verla, pero con las manos atadas no podía
quitarme el pañuelo. Para y dejame verte, le dije. Pero todo
era inútil, ella seguía chupando y chupando, cada vez
más fuerte. Yo notaba cómo se endurecían las
venas de mi polla, como latía toda ella, en su boca hasta que
creí que me iba a correr. Eso lo debió notar también
ella, porque en ese instante se detuvo. Oía
ruido de ropa, como si se estuviera desvistiendo. De repente noté
de nuevo su mano, como cogía mi verga y se empezaba a acariciar
su concha, como si fuera un pincel, frotando pausadamente mi miembro
por su raja. Ella estaba de rodillas sobre mí, yo tumbado,
y se acariciaba suavemente, como hace años me escribía
que lo imaginaba. Y allí estaba yo, con una erección
a punto de estallar, recorriendo con mi punta su clítoris,
ahora terso e hinchado. Ella empezó a humedecerse de una manera
brutal, notando yo, cómo sus jugos chorreaban por mis piernas.
Cuando ya no pudo aguantar más ella se la metió toda
dentro, cabalgando de manera brusca sobre mi, recorriendo de arriba
a bajo toda mi polla, a la que su vagina se ajustaba en cada centímetro.
Qué gran recorrido de su piel a lo largo de mi miembro. Partía
de abajo, chafándome los huevos con sus nalgas y subía,
en un viaje que a mi se me hacía interminable, hasta arriba,
hatsa que sólo la punta permanecía en contacto con su
coño, y de nuevo, salvajemente hasta abjo, notándo yo
el fin de su vagina, y los movimientos convulsos de sus músculos,
apretando la punta de mi polla fuertemente, para soltarlos de nuevo,
y empezar de nuevo el viaje. Yo notaba cómo se arqueaba hacia
atrás, pero yo con las manos todavía atadas tan sólo
la podía acariciar con mi polla, otra vez a punto de estallar.
Mientras imaginaba cómo serían sus pechos, sus ojos,
su culo, que ahora sí intuía pero que seguía
sin poder ver. Finalmente,
tras su respiración agitada, cuando alcanzó el orgasmo,
dejo escapar un gemido, por fin conocía si voz, suave, dulce
y ya no pude más, dejando escapar mi leche caliente dentro
de ella. Ella
se quitó de encima, cogió su ropa, se la puso y se marchó.
A
las dos horas oí cómo se abría la puerta. Yo
esperaba que de nuevo me preparara otra sorpresa, pero esta vez lo
que oí fue la voz del conserje.
La señorita me ha dicho que le entregue esta nota. Así
que le pedí que me desatara, y confuso por la situación
cogí, y me fui enseguida. Ha
sido maravilloso corazón. Ya por fin te conozco, tu no a mí.
Pero así, estoy segura, que seguirás deseándome
toda la vida. Y
así volvió a desaparecer de mi vida, y yo vuelvo a escribir
un relato , como el que echa una botella en mitad del océano,
esperando que la dulce Giselle, reaparezca.