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Categoría: Maduras

Confesión de verano

Aquella tarde mi amigo Manolo y yo estábamos sentados en un banco de la plazoleta en la que vivíamos. En aquel tiempo teníamos 18 años, y nos conocíamos desde que entramos al colegio siendo pequeños. Además, vivíamos en portales contiguos.



Mi amigo siempre había sido un poco reservado, cosa que yo achacaba al hecho de que su padre falleció cuando él tenía un año, y sus dos hermanas mayores y él fueron educados de forma muy estricta por su madre, una mujer que buscó consuelo a su viudedad refugiándose en la religión y el distanciamiento social. De hecho, las amistades de su madre se contaban únicamente entre gentes que de un modo u otro tenían algo que ver con la parroquia del barrio.



Estábamos, como decía, sentados en un banco, a media tarde y comiéndonos un helado para matar el tedio veraniego, cuando pasó a nuestro lado una mujer de unos cuarenta y pocos años, que saludó a Manolo sin pararse, afectuosa e incluso con un punto cómplice, como un guiño raro, no sabría decirlo. Aquel detalle despertó mi curiosidad y empecé a interrogar a mi amigo:



-          Oye, ¿me lo parece a mí, o te ha hecho un guiño?



-          Anda, ya te vale, el calor te hace ver visiones.



-          No no, de visiones nada, empieza a desembuchar. ¿No es la modista del número 6?



-          Sí, es amiga de mi madre, además de encargarse de toda nuestra ropa. Se llama Teresa.



-          Pues tu amiga Teresa es muy cariñosa contigo, ¿eh?



-          Venga, deja de joder el basto



-          Sí sí… -Como le noté algo azarado insistí- Yo sé lo que he visto. Desembucha perro, que te conozco y te guardas algo.



Como he dicho Manolo era un chico reservado, pero en este caso, el rubor le traicionó y empezó a ponerse como un tomate, lo que ya me empujó a sacárselo todo:



-          ¡Ja ja ja…! ¡Parece que vayas a explotar!. Te he pillado maldito. ¡Tú te estás callando algo!.



-          Bueno, está bien, ¡basta!, no sigas. Calla y lo sabrás, pero por Dios, júrame que me guardarás el secreto.



-          Ya sabes que somos amigos, me lo llevaré a la tumba, jajajajaja, pero larga de una vez



-          Espera, mejor vámonos a mi casa y allí te lo cuento, que estaremos solos. No quiero hablar de esto aquí en la calle, que las farolas oyen.



-          Ja ja ja… Vaya paranoico estás hecho. Vale, de acuerdo.



Así que una vez acomodados en su piso, mi amigo Manolo empezó a contarme su secreto.



La estricta educación recibida por su madre había hecho del sexo un tema absolutamente tabú. Era algo de lo que nunca se hablaba, ni por motivos puramente educativos y de prevención de cualquier tipo (Manolo tenía dos hermanas mayores que él). Para su madre todo lo relacionado con el sexo era pecaminoso, condenatorio. En su casa no había vídeo ni dvd, ni tele por cable. De Internet ni hablamos, pues esto fue hace unos 17 años más o menos. La madre de Manolo lo mantuvo alejado de “pensamientos impuros”, si salía algo que no le gustase en la tele cambiaba de canal inmediatamente. Hasta censuraba tijera en mano las revistas del corazón que compraba de vez en cuando. Esta actitud tan extrema, hizo que mi amigo creciese totalmente ajeno al sexo opuesto, ya que todo era pecado, por no hablar de la sexualidad propia. Cuando llegó la pubertad y las hormonas empezaron a actuar (según me iba relatando) él se sentía muy extraño y todo lo achacaba a los “malos pensamientos” de los que había que huir. Es por ello que él se auto imponía el alejamiento de todo lo que tuviese que ver con lo carnal, casi no se relacionaba con chicas, su carácter reservado se acentuó, y con nosotros sus amigos evitaba hablar de “eso”. Claro está que en el grupo salía la conversación, pues todos empezamos la adolescencia entregándonos alegremente a la masturbación, cosa sana y habitual, ya fuese con una revistilla comprada furtivamente gracias a la indulgencia del kioskero, con alguna peli porno en vhs que nos íbamos pasando, o simplemente dándole a la imaginación en la intimidad de tu habitación. Gran envidia despertó uno del grupo cuando su padre se puso el plus, lo que le daba acceso a las sesiones X del fin de semana cuando sus padres salían.



En fin, lo normal ¿no? Menos para Manolo que, tal y como me enteraba conforme él hablaba, hasta los 16 años no sabía lo que significaba la palabra masturbarse, no se había hecho una paja en su vida, no había visto ni una foto de una mujer desnuda, no digamos ya una escena de peli, y todo esto, encima, le daba cierto temor bíblico.



Pese a ello, la sabia madre naturaleza le enviaba poluciones nocturnas de vez en cuando, para que sus sobrecargados huevos adolescentes rebajaran la presión. Pero incluso esto era un problema. La primera vez que le pasó se despertó asustado y se lo contó a su madre, quien le dijo que el demonio le enviaba pensamientos impuros durante la noche para hacerle pecar.



Así fueron pasando los años, hasta que cumplió los 16 y llegó la ceremonia religiosa de su confirmación, y para ello le compró su madre un traje. Traje al que había que hacer unos arreglos, y aquí es donde entró en escena Teresa, la modista amiga de su madre.



Teresa tenía entonces unos cuarenta y tantos, como os he dicho, y era amiga de la madre de Manolo, además de compañera de rosarios, misas y actividades parroquiales varias. Poco se sabía de ella. No estaba casada ni tenía hijos, pero tampoco sabíamos si era viuda o separada, ni de dónde venía, pues hacía solo un año y medio que había aparecido por el barrio. Vivía en el bloque de Manolo, y tenía alquilado un pequeño bajo en el portal de al lado, a modo de taller de costura.



Una tarde, acompañado de su madre, Manolo acudió al taller a que Teresa le probase el traje, para hacerle los ajustes necesarios.



-          Bueno Tere, aquí te dejo al niño, que yo me tengo que ir a preparar con el párroco lo de la confirmación, que es mucha faena y nadie quiere ayudar en asuntos de iglesia.



-          Tranquila Pepa, ya sabes que no tienes de qué preocuparte. Nos vemos luego. – Y se despidieron en la puerta.



-          Bueno Manolito, vamos a empezar. Ahí tienes un biombo para cambiarte.



Manolo se cambió, se puso el traje y salió de detrás del biombo.



-          Hala, súbete ahí – dijo señalando una especie de escabel – así yo me siento en esta banqueta y trabajo mejor.



-          De acuerdo, como quiera.



Teresa iba haciendo lo suyo, poniendo alfileres aquí y allá y marcando la tela para no perder las referencias.



-          Desde luego, qué calor hace ya para ser finales de mayo. Este año el verano viene pronto.



-          Es verdad, señora Teresa.



-          Llámame Tere anda, que soy amiga de tu madre.



-          Como quiera



Teresa, repitiendo lo del calor, se aflojó un par de botones de la blusa, lo que desde la perspectiva de Manolo debía dejar una buena vista de su escote, aunque mi amigo al principio no se fijaba y si lo hacía era de pasada y pensando que hacía algo malo. Hay que decir que Teresa era una mujer normal, ni fea ni guapa, con una figura normal de mujer en la cuarentena, pero eso sí, con una generosa pechuga.



Era la primera vez que Manolo tenía a la vista un escote de mujer en todo su esplendor, y aunque como él me mismo me contaba, pensaba que no debía mirar porque era malo, sentía una tendencia cada vez más fuerte a fijar la vista el aquel canalillo. Deslizaba la mirada fugazmente, después levantaba la cabeza y miraba a la pared, atacado por la culpa pecadora, para a continuación volver a fijar la vista disimuladamente en las tetas de Teresa. Esta, mientras seguía con su labor y con su charla intrascendente, se soltó otro botón como la que no quiere la cosa, con lo que, desde allí arriba, Manolo ya tenía una campo de visión que iba bastante más allá del suculento canalillo de la modista, divisándose claramente la mórbida redondez de sus pechos, así como los encajes de su sujetador.



Entonces, me contaba, empezó a sentir cierto cosquilleo en los huevos, y las señales del inicio de una erección, así que se concentró fijamente en un calendario con un paisaje que había en la pared, para alejar de sí aquel “pecado” y que no se le pusiese dura, porque aquello “no estaba bien”.



-          Bueno Manolito, pues yo creo que esto ya está. Quítate los pantalones con cuidado para no pincharte con los alfileres. Dile a tu madre que en un par de días estará listo ¿vale?



-          Muchas gracias Tere – Y se dispuso a bajar del escabel-



-          ¡Espera!, falta colocar un alfiler aquí, en la parte de la cremallera.



Teresa colocaba el alfiler mientras con la otra mano sujetaba la parte baja de la cremallera,  de forma que rozó con sus dedos el rabo de mi amigo y este dio un respingo:



- ¡Ayyyy! ¡Auuuuu!



- ¡Lo siento, lo siento! ¡Perdona!



Debido al súbito movimiento de Manolo por el roce de la mano, Teresa le había pinchado literalmente un huevo con el alfiler.



-          Espera, calma, no ha pasado nada…



-          ¡Me ha hecho daño! ¡Me ha pinchado!



-          Calma, vamos a ver… - Con delicadeza soltó el botón, bajó la cremallera y le deslizó los pantalones hasta los tobillos. – Lo ves, no ha pasado nada.



Sentada en la banqueta, su cara quedaba frente al paquete de Manolo, y le miraba desde abajo:



-          ¿Lo ves? No es nada, ha sido más el susto que otra cosa. - Manolo estaba tan asustado que incluso una lagrimilla asomaba en sus ojos - Venga hombre, no me lo creo, un chico tan mayor como tú… Tranquilízate. Es normal la reacción, es una zona muy sensible.



Y para sorpresa del aturdido Manolo, Teresa empezó a acariciarle los huevos suavemente por encima del slip. El cosquilleo pecaminoso regresaba, pero esta vez había algo agradable en él, aunque la sombra de la condenación también asomaba a su mente.



-          No te preocupes Manolito, que no te ha llegado a pinchar – Seguía el masaje de huevos, muy suave, sin dejar de mirarle a los ojos- ¿Te sientes mejor?



-          Ss-ssí



-          Ya lo sabía yo que te sentirías mejor – Con absoluta delicadeza Teresa le bajó los calzoncillos hasta las pantorrillas con una mano, mientras con la otra ya le seguía masajeando los cojones – Curita sana curita sana, si no cura hoy curará mañana – Y diciendo eso le plantó un dulce beso en los huevos, lento, húmedo.



-          ¿Q-qqué hace, Teresa?



-          Nada, demostrarte que estás bien y que no te ha pasado nada



Evidentemente, entre el masajeo y el beso, la polla de Manolo había vencido a la las sombras de la condenación eterna, y se había despertado en una tremenda empalmada que, pese al desconcierto y nerviosismo de mi amigo no aflojaba. Él aún pensaba en el pecado, pero las sensaciones que le transmitía el empalme junto al masaje testicular hacían el trabajo del diablo.



-          ¿Qué me pasa ahora Tere? Esto no es bueno ¿no?



-          ¿Cómo que no es bueno Manolito? Yo creo que sí – Contestaba la modista mientras miraba con ojos golosos el inexperto rabo.



-          Pero, esto es malo, me lo ha dicho mi madre



-          Bueno, malo malo… no. Lo que pasa es que las mamás se preocupan demasiado por sus hijos. Mira. – Y le dio un beso como el de los huevos pero en la punta del capullo - ¿Es malo?



-          No, pero… pero… no sé qué me pasa.



-          Te pasa que te gusta ¿no? Y por eso se te pone tan dura y grande.



-          No sé…



-          ¿Seguro? – Ahora Teresa le había agarrado la polla por el tronco y le pajeaba lentamente - ¿Seguro que no te gusta?



-          Bbb-bueno – balbuceó – Sí, un poco.



-          Mmmmm, ¿lo ves? No tiene nada de malo.



-          Pero mi madre dice que esto es malo, que es pecado.



-          Pecado… ¿qué no es pecado? – Contestaba Teresa sin dejar de pajear - ¿Tú crees que yo te haría algo malo Manolito? Soy amiga de tu mamá.



-          Nn-no… pero…



-          Pero nada. Además – Le dijo mirándole con picardía -  dentro de un rato volverá a su estado normal.



-          ¿Seguro?



-          Seguro Manolito, déjame hacer a mí.



Teresa llevaba magistralmente el ritmo del pajote que le estaba haciendo a Manolo. Este sentía un nuevo y extraño placer, desconocido hasta ese momento, y este placer era mejor si en vez de mirar a la pared miraba las tetas de Teresa. Ella, dándose cuenta de las miradas de mi amigo, se desabrochó todos los botones de la blusa, y se sacó hábilmente las peras del sujetador, dejando a la vista sus pezones grandes y duros.



-          ¿Te gustan mis tetas Manolito?



-          No sé…



-          Venga Manolito, no me mientas, dime la verdad.



-          Sí… sí que me gustan… creo.



-          ¿Habías visto unas tetas antes tan de cerca?



-          Nn-no…



-          Puedes tocarlas, vamos, no seas tímido niño.



Manolo se agachó como pudo para no interrumpir la paja, y le acarició tímidamente las peras a la modista.



El placer que aquella mujer le proporcionaba iba aumentando, le temblaban las piernas, y se le hacía difícil mantener el equilibrio sobre el escabel.



-          Ven, baja, que yo me pondré de rodillas, y te haré algo mejor.



En cuanto Manolo puso los pies en el suelo, Teresa se metió la polla en la boca sin dejar de mirarle a los ojos con cara de lascivia descontrolada. Chupaba despacio, saboreando la verga del chico. Sabía que bastante estaba aguantando y que iba a reventar en cualquier momento. Estaba obsequiando a un chaval de 16 años no sólo con su primera paja, si no con su primera mamada. Demasiado para alguien que hasta ese momento pensaba que empalmarse era pecado.



La lengua de Teresa recorría el rabo desde los huevos hasta el capullo, para volver a bajar una y otra vez. Luego se metía la polla en la boca otra vez, succionando con los labios lentamente. Manolo estaba en otro mundo. Jamás había imaginado que existiese placer como aquel. Teresa le sujetaba ahora por las nalgas, y la polla entraba y salía rítmicamente de su boca, con hábiles movimientos de cabeza.



-   ¿Te gusta Manolito? ¿Te gusta lo que te hace tu amiga Teresa?



-   ¡Sí!… ¡oh!… mmm-me gusta mucho… ¡ah..oh…!



Teresa chupaba y chupaba, con calma, retrasando la inevitable explosión de leche que se imaginaba en camino.



Se sacó el rabo de la boca, bien ensalivado, y continuó con la paja, acelerando el ritmo entre los jadeos de Manolo.



-   Venga Manolito, ¿seguro que no te haces esto tú en casa? No me digas mentiras, ¿no haces esto viendo revistas de mujeres?



-   No,… ¡ah!… de… verdad… ¡uff!…se lo juro…



-   No jures, que eso sí es pecado. Entonces tienes que mirar, tienes que ver lo que va a pasar.



-   Ss-sí… ¡augh!… lo que usted diga… ¡ahh…!



Manolo bajó la vista, mientras se sentía flotar y cómo un estremecimiento empezaba a apoderarse de él



-   ¡Ah! ¡ah! ¡ah! ¡ufff! ¿qué pasa? ¡Ah…!



-   Tranquilo niño – Dijo Teresa acelerando la paja – No pierdas detalle y disfruta



-   ¡Aaaaaah aaaaah…!



Manolo empezó a correrse entre salvajes espasmos. Teresa intentaba controlar los chorros de semen para que cayeran en el cuenco que formaba con la palma de la mano, pero no pudo evitar que el primer disparo le aterrizase en la melena y en la cara, y que de la mano se le derramase más semen sobre las tetas.



-   ¡Eso es Manolito! ¡Dámela toda! ¡Dámela!



-   ¡AAAAAAAhhhhhhh…!



Teresa aflojaba el ritmo, exprimiendo, casi ordeñando las últimas gotas de lefa que salían de la polla de Manolo. Este jadeaba extasiado, temblándole las piernas por la tremenda corrida que acababa de experimentar.



-   Dios, Tere, Dios,…. ¿Qué ha sido eso? ¿qué me ha pasado?



-   ¿Qué te ha pasado? Que te has corrido mi niño. Eso se llama eyacular, correrse, más vulgarmente ¿has visto cuánta leche te ha salido? – Mostraba la mano rebosando lefa por los cuatro costados.



-   Sí, buff, vaya…



-   ¿Te ha gustado?



-   Claro – Dijo sonrojándose – Y… ¿y a ti?



-   A mi me ha encantado cariño, a mí esto me encanta. Esto… y otras cosas.



-   ¿Otras cosas?



-   Sí, pero por hoy creo que has tenido bastante. Si quieres saber de esas… otras cosas, tendrás que prometerme que este será nuestro secreto ¿vale?



-   Vale, de acuerdo.



-   Pues ahora vístete, anda, que se te hace tarde.



Manolo se fue detrás del biombo a vestirse, en un ataque repentino de pudor, mientras observaba de reojo (según me dijo) cómo Teresa limpiaba el lefazo de la cara y las tetas con la mano libre y se llevaba los dedos a la boca con deleite.



Fue al baño a lavarse las manos, y al regresar él ya estaba vestido y le acompañó a la puerta.



-   Bueno mi niño, ya le avisaré a tu madre cuando lo tenga listo, aunque… igual te llamo para otra prueba, o para que vengas a recoger el traje a mi casa, ¿te parece? Será nuestro secretito.



-   De acuerdo.



El relato tocaba a su fin, y yo tenía la boca abierta, desencajada de asombro, porque nunca habría imaginado a Manolo en semejante situación. Evidentemente no podía resistirme a la pregunta:



-   ¿Y qué pasó después?



-   ¿Después? Jejejeje – Entonces oímos abrirse la puerta de casa - Eso te lo contaré otro día.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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