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Todo comenzó hace mucho tiempo, cuando con 19 años me traslade a la Universidad para estudiar en la Facultad de Matemáticas. Hasta ese momento, la vida en el pueblo había sido de lo más sencilla, tenía novia desde hacía un año, Margarita, una chica preciosa, con el pelo cortito castaño con reflejos rojizos, ojos del color de la cafés y delgadita, sus pechos no eran muy grandes, pero tenían esa forma que parece que desafían la ley de gravitación universal, con unos pezones altivos e hipersensibles que me encantaba estar acariciando durante horas, el culo era lo que más me gustaba de mi novia, respingón y generoso en su justa medida, cuando se ponía un pantalón ceñido hacía que los hombres se girasen a su paso.
El estar separado de ella es lo que más me costaba. Nuestra vida sexual había sido muy activa y sincera, nos gustaba compartir nuestras fantasías y sueños más lujuriosos cuando estábamos en la cama, y recreándonos en esas oníricas situaciones pasar el día acariciándonos, masturbándonos y haciendo el amor sin prisas, con la única preocupación de alimentarnos. La madre de Margarita, Sara, había sido siempre nuestra cómplice y nos permitía estar juntos en su casa sin molestarnos.
Los viernes eran una liberación, acudía a la Facultad con la maleta hecha y esperaba nervioso e impaciente que Don Antonio finalizase su explicación para salir zumbando a la estación y coger el cercanías de las 13´30 y así llegar a Moixent, mi pueblo, a eso de las tres. Comía en mi casa con mis padres y el café lo tomaba en la casa de Delia, la buena de su madre una viuda muy comprensiva, nos hacía de alcahueta y cómplice. Tras los saludos de rigor subíamos a su habitación y allí nos encerrábamos toda la tarde.
Teníamos un juego, las pajas o dedos hechos a lo largo de la semana eran penalizaciones y el que más se había hecho debía obedecer al otro convirtiéndose en su sirviente sexual ese día. Así que nada más vernos nos interrogábamos. Os recrearé una de las situaciones que con más claridad recuerdo:
—Hola mi amor, a ver cuántas veces se ha corrido mi novia esta semana pensando en su amorcito, preguntaba yo con retintín.
—No necesariamente pensando en ti han sido —contestaba ella riéndose. Mientras me indicaba el número de veces que se había masturbado esa semana, en general ella lo hacía todos los días al meterse en la cama, siempre ha sido una mujer ardiente y el estar sin pareja constituía un serio problema para calmar su calentura.
—Y a ver cuántas veces se ha pajeado mi chico pensando en su queridísima novia y en sus adorables tetas.
Mientras me hacía la pregunta iba desabrochando su blusa y dejando al aire esas tetitas tan sensibles que sabe que me enloquecen. Yo sin poder aguantarlo ni un minuto más me tiraba sobre ella intentando besar sus pezones erectos, sin necesidad de haberlos tocado siquiera.
—Quieto, quieto, no tengas tanta prisa. Primero dime cuantas veces te has pajeado pensando en tu novia esta semana.
—No tiene por qué ser en mi novia, decía yo intentando responder como ella había hecho antes.
—Pues si no ha sido pensando en mí ya puedes abrir la puerta y largarte, tu pene es mío y todo lo que sale de ella también, si prefieres pajearte pensando en otras será mejor que te vayas con ellas, decía mientras que entrecerraba de nuevo su camisa.
—Vale, vale, sabes que contigo tengo más que suficiente y además que te quiero con desesperación, así que no me hagas sufrir más, ¡por favor! ¿Cuántas? Diez —le confesé.
—¡Ala! Me has ganado, eres un cerdo pajerito, espero que hayas guardado fuerzas suficientes para atenderme. Y ¿en qué pensabas?
—En ti, en tu culo, en tu viciosa boca, en tus tetas, en tu vaivén al hacer el amor, solo en ti amor mío, decía babeante en tono de súplica para que volviese a abrir su blusa.
—Bien, más te vale —entonces reabría su camisa y me dejaba ver sus tetas mientras comenzaba a abrirse de piernas sentada sobre la mesa de su escritorio, dejando que su faldita subiese por sus muslos. Así que esta semana has perdido tú, y te conviertes en mi esclavo por esta tarde.
—Vale, pero ven aquí que no puedo aguantar más sin tocarte —decía avanzando hacia ella intentando acariciar ese precioso cuerpo que se exhibía de forma impúdica delante mío.
—No, no, esclavito, me perteneces, así que soy yo quien te indicará lo que puedes hacer o no. ¡Desnúdate! De inmediato y sin tocarme, esclavo.
Refunfuñando me empezaba a quitar la ropa, hasta que quedaba de pie en calzoncillos delante de ella con la polla dura como un mástil creando la famosa tienda de campaña.
—Muy bien, esclavito, hay que ver cómo estás —decía mientras abría de par en par sus piernas dejando su tanga a la vista, clavando su mirada en mi paquete. —Veo que sí que me has echado de menos, ¡pero si te haces tantas pajas llegas sin fuerzas, cielito!
—¡Sin fuerzas! Dame permiso para acercarme y te demostraré las pocas fuerzas que tengo.
—De eso nada, esclavito, quítate los calzoncillos que oprimen ese pene que me pertenece.
Ahí estaba yo con mis 17 cm de verga como un ariete delante de mi novia que empezaba a acariciarse los pezones delante de mío. Mi cuerpo, nada fuera de lo usual ni cachas ni una polla de esas kilométricas, se tensaba como un violín al contemplarla abierta de piernas y mirándome con esos dulces ojos transformados en los de una gata en celo.
—¡Pobrecito! Seguro que te mueres por tocar estas tetitas, ¿verdad? —Comentaba sonriente mientras pellizcaba su pezón derecho.
—Si, por favor, ¡no aguanto más!
—Paciencia amor mío, tendrás tu recompensa si eres bueno y obedeces, sabes que soy generosa, decía mientras reía mirándome. Quiero que te pajees delante de mí como haces cuando estás solito.
—¡No de eso nada! Bastantes pajas me he hecho pensando en ti para seguir con lo mismo teniéndote delante.
—¡Quiero verte haciéndolo! Eres mi esclavo y no voy a discutir mis órdenes, así te podré imaginar cuando yo haga lo mismo. No quiero repetirlo o lo haces o hemos terminado de jugar por esta tarde.
Así que sin ganas de seguir discutiendo tomé mi cipote y empecé a meneármela delante de ella mirando como ella había empezado a acariciar su coñito por encima de sus bragas semi echada sobre la mesa
—Te voy a ayudar —dijo la muy perversa, mientras se quitaba la tanga y me las tiraba. Toma puedes olerlas mientras te pajeas para que recuerdes mi olor cuando estés solito.
Yo sin pensármelo dos veces comencé a olerlas disfrutando sus aromas a hembra, mientras con la otra mano no paraba de pajearme.
— por Dios, vas a hacer que me corra, por favor déjame acercarme.
—No te correrás hasta que yo lo diga y eso no será ahora —decía mientras empezaba a meter un dedo en su vagina mojada, para después sacarlo y metérselo en la boca a modo de pene, haciendo que entre y salga.
Ella la tenía casi rasurada, le encantaba arreglárselo de forma que su contemplación era un poema por que permitía distinguir con claridad cada una de sus partes, sus abultados labios mayores, sus rosados labios menores, la entrada de su vagina roja encarnada y destacando su clítoris como un guisante hipersensible despuntando.
—Margarita, por favor, estoy a punto.
—Vamos, eso es todo lo que aguanta mi hombrecito, si no aguantas un poco más tendré que buscarme una verga que me penetre durante horas y no como tú que en cinco minutos ya estas a puntito.
Esa es una fantasía de la que habíamos hablado en multitud de ocasiones, porque ella se ponía como una moto al ensoñar que se la estaba beneficiando otro. A mí al principio no me hacía mucha gracia, pero al ver el efecto que creaba en mi pareja, me fui acostumbrando a oírla y porque no decirlo a disfrutarla.
—¡Que puta eres! Seguro que te mueres porque te la metan cuando yo no estoy aquí, me gustaría saber en quien piensa mi novia cuando se pajea como una perra.
—¡Vaya, vaya! ¿Mi niñito quiere saber en quién pienso? No sé si podrás soportar el imaginarme con una verga mucho más grande que la tuya siendo penetrada como la puta que dices que soy —dijo metiéndose ahora ya dos dedos en su vagina.
—Seguro que te encantaría ponerme cuernos, ¿eh, zorra?
—Ni lo dudes amor, me encantaría que cada semana crecieses una talla a base de cuernos y que me encontrases cada vez más abiertita. Y a ti, amor, ¿a ti te gustaría que mi vagina lo utilizase entre semana un machote con un buen cipote y así encontrarme bien ensanchadita para ti el fin de semana?
—Eres una zorra, cabrona, cállate ya o vas a hacer que... ¡aaaahhhh!!! —Y sin aguantar más empecé a correrme a borbotones, parecía un aspersor llenando de semen las piernas y la mesa de Margarita.
—¡Como te atreves esclavo! —Me grito mi novia, parando de tocarse por un momento y retirando con sus dedos la lefa que había caído en su cuerpo, para pasar a esparcirla por sus pezones.
—Veo que no has podido aguantar la fantasía de verme empalada por otro. ¡Ja, ja, ja! Bien pues como castigo ponte de rodillas y cómeme la vagina hasta que me corra en tu cara y así igualemos.
En menos de un segundo me encontraba entre sus piernas devorando con ansiedad su zorrita, oyéndola gemir y notando sus manos apretando mi cabeza, incrustándola en su entrepierna, mientras repetía:
—Cómete la vagina de tu puta mira lo anchito que esta. ¿Notas la de vergas que lo han usado esta semana? —Mientras hacía ese tipo de comentarios mi lengua perforaba su vagina como si pretendiese sacar petróleo, demorándome de vez en cuando en chupar y absorber su clítoris entre mis labios haciendo que se retorciese de placer.
—¡Sigue, sigue, cabrón! No pares que estoy a puntito.
Mi pene ya se había recuperado y estaba de nuevo dura como una piedra deseando penetrarla, así que aproveché ese momento de delirio para ponerme de pie y metérsela hasta el fondo de una estocada.
—¡Cabrón! ¿Quién te ha dado permiso para follarme? No pares, no pares y fóllame como a una buena puta, tú putita.
Y así pasábamos las tardes de viernes, los sábados y lo que podíamos del domingo follando sin tregua hasta que el maldito reloj marcaba la hora de volverme.
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