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Soy una buena conductora. Sin embargo, me encanta la velocidad, sin demasiados excesos; me gustan la conducción deportiva y hacer rugir el motor para que me pida más acelerador.
Sé que soy capaz de engatusar hasta al mismo asfalto con esos sinuosos movimientos que le regalo a mandos de mi coche. Muchas miradas se posan en mí cuando estoy adelantando a algún hombre solo en su habitáculo de cuatro ruedas y yo, lo único que les regalo, es una mirada felina a través del retrovisor, antes de que me vean perderme en el horizonte.
Así soy yo. Una recatada mujer cuando pisa el suelo, pero una fiera al volante. No obstante, no tengo ni una sola multa por abuso de la quinta marcha, ni por saltarme las normas. A menos nunca me han pillado...
Hace un par de horas he regresado de uno de los paseos más placenteros de toda mi historia de conductora. En todos los años que llevo al volante, nunca me había sentido TAN EXCITADA mientras conducía: nunca hasta hoy.
Tenía que echar gasolina al coche y he sido acompañada por mi novio como copiloto. Hemos llenado el depósito y me he ofrecido a llevarle a su casa. Bueno, más bien he pisado el acelerador y, antes de que dijera una palabra yo ya estaba en la autovía, con una sonrisa de medio lado adornándome el semblante. Él no ha podido decir nada, así que se ha limitado a sonreírme también, dejándome llevar a cabo mis caprichos nocturnos.
No sólo me apetecía conducir, sino que quería dejarle en la puerta de su casa. Me apetecía que subiera las escaleras con los labios aún húmedos por mis besos.
Roberto, que así se llama él, acostumbra a posar su mano izquierda sobre mi muslo derecho mientras conduzco. A mí no me impide la movilidad y además, por qué no admitirlo, me gusta. Habitualmente llevo vaqueros o ropa con la que es difícil sentir mi tacto; pero hoy llevaba unos finísimos pantalones de aeróbic azules, completamente ceñidos desde la cintura hasta las rodillas, con una ligera campana más abajo. Sé que con esos pantalones levanto muchas miradas porque dejan poco a la imaginación.
Mis nalgas son redondas y voluptuosas, tengo el vientre liso y unos muslos muy sensuales. Además, vista de frente, el pantalón se me ajusta mucho al pubis y deja que se intuyan muy bien mis labios vaginales. Soy consciente de que mi novio llevaba todo el día bastante excitado por mi vestimenta. Además, sé que he excitado a muchos padres de familia que iban a la compra, mientras nosotros nos paseábamos por el supermercado, comprando también.
Mi vestimenta superior era una sudadera ajustada, con cremallera delantera. No tengo un pecho muy grande, pero sé que soy capaz de acentuar mis curvas como para dejar sin hipo a quien me proponga. Y así iba hoy, de sport, zapatillas de deporte, pelo suelto y algo despeinado; pero mucho más atractiva que muchas mujeres pintadas como cuadros y arregladas hasta la saciedad.
Seguiré donde lo dejé. Él tenía la palma de su mano izquierda contra la cara interior de mi muslo derecho. Yo iba conduciendo, esta vez más tranquila (cuando voy con compañía suelo aminorar y dejar que la conversación fluya). Hablábamos de algo banal y sin importancia, cuando él ha subido la mano hasta tocar mis labios vaginales superiores, con la intención de ponerme nerviosa.
Otras muchas veces lo hace, pero por la finura de los pantalones y del tanga hoy he sentido un hormigueo por la espalda y me he puesto más nerviosa que de constumbre.
Él me ha visto la cara y ha seguido apretando sus dedos contra mi vagina. He notado que mi tanguita se mojaba un poco y he empezado a sentir algo de calor.
Roberto, no contento con lo que había hecho, ha aprovechado la elasticidad de la prenda, para introducir su mano por debajo de la goma del pantalón. Después ha seguido bajando, hasta llegar a mi vello púbico. Casi me da un vuelco el corazón.
Por aquel entonces, y todavía en autovía, yo ya había perdido de vista el cuentakilómetros y sujetaba el volante no sé muy bien cómo. Entonces, haciendo acopio de valor, ha seguido bajando su mano, forcejeando con el elástico, que empezaba a estar tirante. Yo he separado un poco las piernas, aprovechando que no tenía que pisar el embrague en mucho rato, y he mantenido la velocidad constante, aunque bastante suave para mi estilo.
En el momento en el que ha tocado con su dedo índice el clítoris, casi dejo caer mi cabeza hacia atrás y me abandono al placer.
Él me ha repetido una y otra vez, entre risas, que me concentrara únicamente en la carretera y yo le he respondido, también una y otra vez, que me era bastante complicado estar excitada y conducir.
- Limítate a mirar hacia delante y no cierres los ojos.
Para mí ha sido toda una batalla mantener simplemente el coche por su carril, tomar las escasas curvas y conseguir evitar el casi irrefrenable instinto de pararme en el arcén para que Roberto me tocara a sus anchas.
Hemos dejado la autovía atrás y hemos entrado por una incorporación hacia su barrio. Las calles estaban iluminadas por un sinfín de farolas, cuya luz invadía nuestro espacio. Hemos pasado al lado de paradas de autobús, gente en las aceras esperando a cruzar, autobuses más altos desde los que se podía observar todo, pero eso no me ha importado.
He tenido que frenar en un semáforo y Roberto me ha comentado lo mucho que le excitaba esa situación.
- He tenido fantasías en las que conducías sin la parte de abajo de la ropa.
Entonces he hecho una maniobra levantando mi culo del asiento y metiendo las manos por debajo del cinturón. He agarrado la goma del pantalón con las dos manos, mientras la parte alta de mi espalda me sujetaba contra el respaldo del coche, he deslizado un poco los pantalones hacia abajo, dejando mi pubis al aire y mi culo sobre la tapicería suave del asiento.
Eso le ha puesto a cien, cómo no, y ha continuado tocándome, ahora con más soltura. El semáforo apenas ha durado un suspiro y he tenido que cambiar de marcha con la presión de los pantalones casi por las rodillas. Él ha seguido masturbándome y yo iba dando tumbos casi con el coche. Todo el mundo adelantándome y yo con cara de novata, drogada o lo que le pareciera al resto de los conductores.
"No, señores conductores", me gustaría haberles dicho, "lo que pasa es que me están masturbando y yo me estoy muriendo del placer".
Ya estábamos muy cerca de su casa. La manzana entera está más iluminada que el resto de calles por las que habíamos ido. He reducido a segunda, para poder detener el coche y estacionarlo, pero él seguía ahí, girando sus expertos dedos. Incluso, en ese momento que el peligro de accidente ya había pasado, se ha atrevido a meterme los dedos por el coñito y notar que estaba completamente mojada por dentro, esperando a ser penetrada.
Me he recostado hacia atrás y he activado las luces de emergencia (desde luego, esto lo era) y yo no habría sido capaz de maniobrar para aparcar en esa situación.
Ha seguido moviéndose, y la gente pasando por la acera, pudiéndonos ver si quería. Pero a mí me daba todo igual, sólo quería disfrutar de mi novio y sus maravillosas caricias.
Como era una situación tan comprometedora, yo estaba extasiada con tanto morbo y gusto por lo prohibido, así que en un giro de sus dedos, no he podido esperar más y me he corrido, sobre la tapicería de mi flamante coche...
Entonces he notado un poco de vergüenza por si me veía alguien y me he subido corriendo los pantalones y el tanga. He maniobrado para aparcar rápidamente y le he dado a mi novio Roberto un beso apasionado. Antes de que me dejara volver sola a casa, he desabrochado sus pantalones, le he bajado la cremallera y he permitido que se pusiera la chaqueta encima, para que nadie le pudiera ver el pene.
Entonces he comenzado a masturbarle. Tenía la polla dura desde hacía mucho rato (imagino que desde la misma autovía) y había soltado más de una gotita de lo caliente que estaba. Entonces me he recostado, casi clavándome la palanca de cambios y el freno de mano y le he chupado discretamente la puntita. Me miraba alucinado. Estábamos aparcados enfrente de su casa, con un restaurante de comida rápida justo en la otra acera a menos de 10 metros, multitud de gente paseando en este día festivo y yo estaba glotonamente lamiéndole la polla.
He levantado la cara para mirarle. Con la mano he seguido masturbándole, para que no se sintiera abochornado por si pasaba algún vecino y he seguido moviendo mi mano rítmicamente.
- Cariño, me voy a ir - me ha dicho.
Yo he apretado con más fuerza su dura polla y he cogido con la otra mano un pañuelo de una cajita que llevamos en el coche (para emergencias). Entonces, ya preparada para lo que venía, he seguido moviendo mi mano hasta que todo su semen ha empapado ese papel y dos más que he tenido que coger. Tras esto, le he limpiado bien y me he inclinado a darle unos últimos besos a su glande, para despedirme de él.
Al finalizar, nos hemos abrazado durante breves instantes y le he dejado entrando en su casa con una sonrisa de oreja a oreja.
A veces vivir un poco lejos tiene sus ventajas.
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