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Tal como lo prometí la última vez, retomo el relato que dejé en "Con la madrina". Les recuerdo que me estaba en la cama junto a Meca, madre de mi amigo Quique, que más que su madre parece la hermana mayor.
Ya saben que tiene 71 años pero nadie le da, como mucho, más de 55. Delgada, 1,75 de estatura, piernas esmeradamente cuidadas, trasero robusto, cara aniñada surcada por muy pocas arrugas, cabello cortado a la garzón teñido de color castaño, voz suave y sensual. También les conté que tiene un busto que si se lo mira atentamente es deliciosamente imperceptible aunque recatadamente sexy.
Bubi, quiero fumar un cigarrillo.
¿No tiene miedo de que le haga mal?
Después de coger no hay nada mejor que un cigarrillo para relajarse. Decime ¿por qué no me tuteas?
No sé, me parece que es una falta de respeto y, además, para no despertar sospechas.
¡Por lo que a mi me importan las sospechas de los demás! ¿Por respeto después de todo lo que hicimos? – afirmó con contundencia.
No, pero...- contesté vacilante.
¡Se las pueden meter en el reverendísimo orto!
Saqué un cigarrillo del paquete, lo puse en mi boca, lo encendí y se lo ofrecí con la mano derecha. Lo tomó, le dio una larga pitada, paladeó el humo para luego expedirlo hacia el centro del dormitorio.
¿Puedo hacerte una pregunta? – dije mirándola a los ojos.
Por supuesto.
¿Por qué te decidiste a usar los aparatitos esos?
¿Los consoladores y la lapicera vibradora?
Si.
Hace diez años, después de la muerte de Alfredo, quedé hecha un trapo en todo el buen sentido de la palabra. Tanto en lo anímico como en lo físico. ¿Entendés?
Claro, fueron muchos años de matrimonio.
Muchos y muy buenos. Alfi sabía muy bien lo que hacía.
Interrumpió el dialogo para lanzar el humo del cigarrillo esta vez hacia un costado.
¿Era bueno en la cama?
¿Que si era bueno? ¡El mejor!
¿Comparado con quién?
Con todos los imbéciles con los que me acosté después de él. Claro, sin incluirte a vos.
¿Tan malos fueron?
No, Alfi era demasiado bueno. Por eso es que se notaba la diferencia.
Se mantuvo en silencio por varios minutos, deslizó hacia un costado la ceniza que había caído sobres sus pechos desnudos y me acarició los testículos con los dedos de su mano izquierda.
Odio las comparaciones pero no quería dejar tu pregunta sin respuesta. Vos sos...diferente.
Gracias.
¿Cuándo comencé a usar los consoladores? Mirá, hasta hace cerca de tres años me contentaba con pepinos metidos adentro de un forro. Cubrían mis necesidades sexuales pero no eran lo mejor.
¿Usaste algún otro sustituto?
Zanahorias y...hasta el palo de amasar las pastas. De madera, largo, grueso, duro y enfundado en un preservativo. Pero era demasiado frío e impersonal.
Se detuvo nuevamente, acomodó un almohadón detrás de su cabeza y se dispuso a continuar.
A la semana de perderlo sentí la necesidad de tener sexo pero no sabía a quién recurrir. Así que los deditos hicieron un buen trabajo teniendo en cuenta el momento.
Pura paja.
¡Exacto! Pero los deditos no me alcanzaban, por lo cual derivé a zanahorias y pepinos. Cuando me aburrieron, descubrí accidentalmente que apoyando la parte trasera de la máquina eléctrica de afeitar sobre mi clítoris la sensación era muy placentera.
¿Por mucho tiempo?
Ya te dije que hasta hace unos tres años, cuando viajé a Nueva York.
¿Los trajiste de ahí?
No, los vi en un porno shop al que entré por pura curiosidad. Había de todos los tamaños y formas. Grandes, chicos, gruesos, delgados, largos, cortos, arrugados, lisos, derechos y doblados.
¡El emporio del consolador!
Más o menos. No me compre uno porque no sabía cómo iba a hacer para pasarlo por la Aduana y por esa razón me decidí por la lapicera vibradora. Me compré dos y las traje dentro de la cartera.
Ahora fui yo el que interrumpió momentáneamente el dialogo para dirigirme a la cocina y traer una botella de Coca Cola.
Los que tengo en la mesita de noche son importados pero los compré aquí.
¿Cómo fue que te animaste a entrar en el porno shop?
Al principio tenía vergüenza, pero después de dos semanas de pensarlo y pensarlo, me decidí y entre.
¿Mucha gente?
Además de mi, otras dos mujeres tan enfrascadas en la selección de la pija que más se les acomodaba que ni se dieron cuenta de mi presencia. Elegí los dos que más me gustaron, busqué un pomo de lubricante, pregunté el precio, pagué y...listo.
¿Cómo fue tu primera vez con esas dos tremendas porongas de latex?
Mi pregunta le causó tanta gracia que se puso a reír a las carcajadas.
Llegué a casa muy excitada y expectante. Lo primero que hice fue ir al dormitorio, me puse en pelotas, abrí los paquetes, saqué los consoladores y...¡no supe qué hacer!
¡Terrible! Tanto preparativo para después no saber cómo usarlos.
Saber usarlos, sabía. Lo que pasó fue que me quedé anonadada por el simple hecho de tenerlos en mis manos. Tersos, suaves y enteramente a mi disposición.
¿Qué hiciste entonces?
Me lo tomé con mucha calma. Decidí comenzar haciéndome una paja estilo casero y cuando estuve bien, pero bien caliente, hice entrar en acción a los amigos.
¿Los dos al mismo tiempo?
¡No querido! Agarré el más grande, lo lubriqué bien lubricado y me lo zampé en la concha.
¡A la mierda con todo!
Descendió de la cama de un salto, de paró frente a la pared ubicada frente a la cama, tomo con su mano derecha la cuerda de la cortina y, mirándome con una sonrisa, me preguntó:
¿A que no sabés qué hay detrás de esta cortina?
Una ventana.
No mijito. ¡Un espejo enorme!
La cortina se movió hacia la derecha del dormitorio dejando al descubierto un espejo que abarcaba de pared a pared.
La ventana está detrás de ésa otra cortina.
No me había dado cuenta.
Sigo. Totalmente en bolas, acostada boca arriba y con las piernas abiertas, mientras me proporcionaba un placer inigualable con el consolador chico, miraba cómo lo hacía.
¿Cuánto duró?
No sé. Creo que hasta que quedé satisfecha y agotada. Esa noche dormí con el chico metido en la concha y el grande en medio de las tetas.
¡Sos una perversa!
¿Por qué decís eso? Era lo que acostumbraba a hacer con Alfi.
No te entiendo.
Apoyó su puño derecho sobre el mentón y se quedó pensativa.
Claro, no entendés porque hay algo que todavía no sabés.
¿Lo podés contar?
Si, no es ningún secreto.
La cara de Meca demostraba una sentida nostalgia por el pasado.
Como podrás suponer, nació Quique y no tuve mas remedio que amamantarlo. En ése momento descubrí la muy agradable sensación que se tiene cuando te succionan los pezones.
¿Tanto te gustaba?
Una enormidad, pero Quique tomaba tan poco que siempre me quedaban los pechos repletos de leche. Tenía que usar un sacaleche para evitar que se me hincharan. Un día, medio en broma medio en serio, Alfi me dijo que si quería él se ofrecía para vaciarme la leche de las tetas. Accedí e inmediatamente se colocó sobre mi regazo para poder empezar a succionarme las tetas, que en ese momento eran unas tetotas enormes y cargadas.
La idea no fue mala.
¡Vaya que no fue mala! Creo que matamos dos pájaros de un tiro. Yo estaba en el periodo de cuarentena sexual así que de eso, nada. Cuando pasó de la teta derecha a la izquierda, Alfi tenía una calentura que se lo llevaba el diablo pero no podíamos tener sexo todavía.
¡Flor de problema!
Y flor de solución también. Noté que se desabrochó el cinturón, se bajó el pantalón y el calzoncillo, agarró la pija con la mano izquierda y empezó a pajearse. No dije nada, lo dejé hacer. Le salió el lechazo antes de terminar con mi teta pero continuó mamándomela hasta cumplir con su labor.
¡Menuda calentura!
No te quepa la menor duda. Cada vez que lo amamantaba, se hacía una pajota.
¡Solucionado el problema de la falta de sexo!
Esperá, porque la cosa no terminó ahí. Cumplida la cuarentena, seguimos haciéndolo porque, tanto a él como a mi, el jueguito nos estaba gustando cada vez más. Esperábamos con ansiedad el momento de poder hacerlo.
Me lo imagino. Es una buena idea para tener en cuenta.
Extrajo un nuevo cigarrillo de mi paquete, lo encendió y mientras me acariciaba la entrepierna se dispuso continuar su relato.
Cuando el ginecólogo nos dijo que podíamos recomenzar la vida sexual, continué amamantando a mi marido pero con una pequeña variante. Nos desnudábamos por completo, yo lo pajeaba con la mano que tenía libre y él me metía los dedos en la concha hasta terminar. Con el tiempo, aún después finalizar el período de lactancia de Quique, perfeccionamos el rito del amamantamiento.
¡Esto se está poniendo lindo! Seguí contando que me muero de puro curioso que soy.
Después de cenar nos bañábamos y después veíamos algo de tele. Durante los anuncios y los ratos medio aburridos, él me chupaba las tetas y yo le acariciaba la pija. Cuando llegábamos al punto exacto de calentura, corríamos al dormitorio y nos mandábamos un polvo con todas las de la ley.
¿También por el culo?
También, aunque no era lo más frecuente.
¿Te gusta el sexo anal?
¡Claro que me gusta! Sin ir más lejos, el otro día me metí el consolador más chico hasta que los testículos de látex me rozaron la concha. Todavía tengo el culo algo dilatado. ¿Querés comprobarlo?
Aún sin una contestación afirmativa de mi parte, giró el cuerpo, se puso boca abajo, levantó el culo y con ambas manos se separó los glúteos para mostrarme el ojete.
¿Todavía se ve dilatado?
Creo que no, lo noto normal. ¿Qué otra puercada acostumbraban hacer?
Le encantaba ponerme enemas.
¿Enemas? ¿Las disfrutabas?
Y las sigo disfrutando como loca.
No te conocía esas inclinaciones tan...
¡Decilo! Perversas. ¿No?
Un poquito, nada más. Además del placer de la penetración, ¿qué otra cosa te atraía de las enemas?
Te cuento. Usábamos una cánula para duchas vaginales porque era más larga, de cerca de unos 15 cm de largo, y del grueso del dedo meñique. Nos encerrábamos en el baño, en pelotas, yo levantaba el culo para arriba y él me introducía dos o tres litros de agua tibia. Eso sí, tenía que aguantar sin dejar salir nada.
¿No te molestaba?
¡Para nada! Cuando el agua tibia entra es como si te estuvieran eyaculando adentro. Así hasta que no podía más, me sentaba en el inodoro y largaba toda el agua que tenía retenida en la panza. Después lo repetíamos hasta que comprobábamos que el agua salía limpita y sin nada de caca.
¿Lo hacían siempre?
Era el preludio del sexo anal. Culo limpio y dilatado, polvazo feliz. Lo que más disfrutaba era el momento que no podía más y largaba el chorro.
¿Lo hacían en el baño?
Casi siempre.
A estas alturas, me estaba pareciendo que Meca era una viejita sexópata de la cual me resultaría difícil deshacerme. ¿Quién quería deshacerse de ella?
¿Querés saber algo más antes de que volvamos a la acción?
No desprecio la acción pero tus relatos me calientan.
Tengo otra que seguro te va a gustar. Pero antes prendeme otro cigarrillo así se me agiliza la memoria. Pensándolo mejor, dejémonos de hablar y haceme unos masajitos para relajarme.
Después de tomar el cigarrillo con la mano derecha, se colocó boca abajo y acercó un cenicero. Lentamente comencé a frotarle la espalda con las dos manos. Iba de los hombros a la cintura y volvía. Una y otra vez hasta que decidí atacarle los glúteos. Estaban muy firmes y duritos. Los aparté un poco para ver el ojete en toda su plenitud. Al rozárselo con el dedo pulgar de la mano derecha noté que se le ponía la piel de gallina. Junté saliva, la dejé caer en el centro del triangulito marrón y volví a masajeárselo. Giró su cabeza hacia un costado, me miró y dijo:
Vamos al baño.
¿Enema?
Si, quiero que me hagas una enema.
No me hice rogar, me levanté y enfile directo hacia el baño mientras ella hurgaba en un placard tratando en ubicar los elementos apropiados. Mientras esperábamos que surgiera agua tibia de la canilla, le busqué el ojete para introducirle el dedo índice untado con el lubricante. No lo despreció pero me lo hizo retirar para poder entrar dentro de la bañadera. Llené el recipiente con agua tibia, ajusté la cánula y me dispuse para la acción siguiente. Levantó el culo bien alto, se abrió los glúteos con ambas manos y se preparó para la penetración. Entró sin mayores problemas así que dejé que el líquido se deslizara hacia su interior. ¡Aguantó 3 litros sin quejarse! Cuando no pudo resistir más, se dirigió apresuradamente hacia el inodoro, se sentó y evacuó todo lo que tenía adentro de los intestinos.
¡Qué alivio tan grande! – exclamó con voz entrecortada.
¿Estás bien?
Si, pero vas a tener que ponerme otra porque el agua todavía sale con algo de caca.
Una vez más, llené el recipiente y me preparé para hacerle otra enema. Se colocó en la posición correcta, introduje la cánula y el agua cumplió su misión. Esta vez se contuvo por más tiempo. Repitió el paseo hasta el inodoro evacuó.
Ahora sí que sale limpita – exclamó con aires de victoriosa.
¿Estás lista?
Si, pero hacelo despacito para que no me duela.
Sin decir palabra me introduje en la bañadera, se puso boca abajo, levantó el culo para arriba y me dispuse a penetrarla hasta los huevos. Quería que sintiese cómo mis testículos le golpeaban la concha. Lubriqué bien mi pene y el orificio marrón y, muy despacio como me lo había pedido, empecé a metersela. Me acompañó moviendo las caderas de adelante hacia atrás con lo cual me facilitaba las cosas. Noté que la tenía bien metida porque sus jadeos y gemidos fueron en aumento. ¡Ése culo me estaba estrangulando la pija de manera bestial! Una, dos, tres, cuatro. Adentro, afuera, adentro afuera, adentro y no pude más. Sentí que un verdadero torrente de semen salía desde mi pija para invadir el culo estrangulador de Meca.
¡Por favor, no me la saques hasta que no se achique solita!
¡La dejo, la dejo!
Esta vez la pija tardó un poco más en volver a la normalidad. Cuando lo hizo, fue seguida por un chorro de leche que se desparramó sobre mis huevos para luego caer en el piso de la bañadera. Nos bañamos juntos y en silencio para luego retornar a la cama.
Una vez acostados, Meca se colocó con la cabeza hacia los pies de la cama, introdujo mi ya fláccida pija en su boca y se quedó dormida mientras la mamaba. Para no ser menos que ella, busqué su concha y la chupé hasta que me venció el sueño.
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