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~No diré que cuando mi sexualidad se despertó no fuera confusa, pero supongo que mi entorno natural - vivía en un pueblo en una época en que internet apenas comenzaba a implantarse - y mi timidez, no ayudaron a su desarrollo. Con 18 años recién cumplidos y una novia más tímida que yo, toda mi experiencia se limitaba a cuatro morreos robados y muchas pajas solitarias.
Supongo que fue por eso que, cuando durante unas largas y aburridas vacaciones de verano, en uno de mis paseos por los alrededores del pueblo, me topé con un campesino con los pantalones bajados, mis hormonas se revolucionaron y me pusieron la polla como un mástil.
La situación no podía ser más prosaica, el tipo estaba trabajando en el campo y se había acercado al bosquecillo colindante para aliviarse los intestinos. Lo pillé limpiándose con una mano mientras con la otra se sostenía la camisa sobre el ombligo, de modo que sus genitales quedaban expuestos a un par de metros de mis ojos. Me quedé helado mirándole la polla. Un instante. Lo vi y me vio mirándole. Me escapé tropezando y con las mejillas ardiendo. Esa noche me la pelé pensando su polla y al día siguiente volví esperando volver a vérsela.
Para llegar al bosquecillo tenía que bordear el campo donde aquel hombre trabajaba junto con otro tipo mayor. Disimulé fingiendo no haberlos visto, me metí en el bosque y me escondí deseando poder espiarlo de nuevo con los pantalones bajados. No tardó ni dos minutos en acercarse hacia donde yo estaba. Fingió no verme pero sabía que estaba ahí. Se paró a un par de metros de mí, se abrió la bragueta, se sacó la polla y meó, los ojos fijos en el matorral detrás del que yo me escondía. La polla se me hinchó bajo los pantalones.
Terminó la meada pero no se guardó el rabo, se bajó los pantalones hasta las rodillas y empezó a meneársela, se le puso dura. Era la primera vez que veía una polla erguida que no fuese la mía, no era más grande, pero era de otro tío y me la enseñaba. Se acercó a mí sin dejar de pelársela y me puse a temblar. Se paró frente a mí, no me atrevía a mirarle la cara, no sabía qué hacer, no dijo nada.
Temblando acerqué mi mano a la verga que se levantaba ante mis ojos, unos 17cm, delgada, descapullada, apuntando hacia el cielo, la toqué con la punta de los dedos. Suave, dura, caliente… Se la cogí y la acaricié torpemente. Le estaba tocando la polla dura a otro tío. Excitante. Me puso una mano en la nuca y me empujo la cabeza hacia abajo, sin hablar. Comprendí. Me arrodillé sin dejar de acariciarle el cipote. El pellejo suave se deslizaba en mis manos sobre el cilindro de carne. Le cubría y descubría el capullo. Redondo, hinchado. Me empujó suavemente la nuca hacia su verga, abrí la boca y la cerré alrededor de la punta. Tenía una polla en la boca. Raro. Un poco humillante pero… muy excitante.
Moví la lengua, torpe, lamí el glande, tenía un sabor dulzón, sudor i pis. Me sujetó la cabeza por las orejas y empezó a mover las caderas, me folló la boca, primero suave. Luego más rápido. Hasta la campanilla. Mi nariz se hundía en su vello púbico, suave, abundante. Olía como sabía, sudor i pis. Me la metió hasta la empuñadura provocándome nauseas. Intenté apartarlo poniendo mis manos en sus muslos duros como la piedra. Me sujetó más fuerte la cabeza. Arcadas y babas descontroladas. Humillante y excitante.
Cedió un poco y continuó follándome la boca con ritmo constante, mis labios se cerraban alrededor de su verga, inmóvil como una muñeca hinchable. Irreal, muy raro, súper excitante. Miré hacia arriba, la camisa abierta, el vientre un poco prominente salpicado de vello claro. Su cara, unos 40 años castigados por el trabajo en el campo, cara alargada, afeitado, labios finos entreabiertos, jadeantes, la nariz recta, el pelo castaño, corto con abundantes entradas, ojos azules y abultados. Y su mirada. Placer, determinación, frialdad y… desprecio, mucho. Su mirada me humilló más que tener su polla en la boca, me sentí usado. No supe porque mi miembro reaccionó abultándose más contra mis bermudas.
La sangre me corría acelerada por los oídos, las mejillas me ardían, el pensamiento me volaba. Un hombre me estaba metiendo el rabo en la boca. Estaba chupando una polla, las chicharras cantaban ajenas a lo que me estaban haciendo. Las piedrecitas del suelo se me clavaban en las rodillas. El otro campesino seguía trabajando con la azada, chac, chac… de mi boca surgía un sonido de succión, rítmico. No podía dejar de mirarle a la cara mientras me follaba la boca. Le gustaba. Mucho. Me dejé hacer, no sé si me gustaba, o quizá sí. Le deje hacer.
Y entonces llegó. Aceleró el vaivén hasta que me la volvió a hundir en la garganta. Sujetándome la nuca con las dos manos se inclinó sobre mi cabeza convulsionando. Algo viscoso me llenó la boca, me ahogaba, nauseas, babas, arcadas… Me la sacó y me la restregó por el rostro, pegajosa y húmeda. Sentí la sustancia viscosa en la lengua, dulce y salada, íntima y guarra. Entreabrí la boca y se formaron hilos entre mis labios. Quise escupir pero él fue más rápido. Se arrodillo ante mí y me miró a los ojos mientras me sujetaba la mandíbula.
Traga – su voz, dura, firme – trágatela toda. Tragué, me dio asco. Tragué saliva y la lefa me bajó por la garganta mientras le miraba a los ojos. Reprimí una arcada y la leche viscosa segurgitó en mi garganta. Sonrió, se limpió la polla en mi camiseta y se levantó, se subió los pantalones. Vuelve mañana y te doy por culo. Se fué sin mirar atrás, lo vi llegar junto a su compañero, intercambiaron unas palabras y se rieron. Me ruboricé solo de pensar en que se lo podía haber contado, pero retomaron el trabajo como si nada.
Mi polla seguía luchando por romperme el pantalón, me la saqué y apenas la toqué explotó en mis manos. Para volver tenía que bordear otra vez el campo. Intenté pasar desapercibido. Él no levantó la cabeza, me ignoró, el otro sí, me miró y sonrió. Adiós guapa. Lo sabía! Me sentí morir de vergüenza, seguí adelante sin volver la cabeza. Intenté escupir pero no conseguía arrancarme la lefa de los dientes. Pegajosa, salada, rara.
Llegué a casa y me escabullí en el baño antes de que me viera nadie. Me miré en el espejo sin reconocerme, sin poder creer lo que había hecho. Tenía una mancha de semen reseco en la nariz. Me sentía sucio, usad, abusado… pero me la pelé otra vez.
No volvería a ir nunca más, me daba demasiada vergüenza. Al día siguiente me pajeé varias veces pensando en lo que había hecho, pero me dió miedo volver. No volví. Ese día no, ni el siguiente.
Pero al cabo de una semana sí…
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