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Categoría: Confesiones

Con consentimiento

Mi cuerpo delgadito y varonilmente atractivo, tenía en su aparente fragilidad una vital virilidad y fuerza que no lo parecía.



Estaba yo en mi edad adolescente aún, y aquel fuego ardiente de esa eroticidad avasallante, era imperio en mis deseos constantes.



Comenzaban a desarrollarse en mis fantasías esas orientaciones que me encarrilaban a ser uno de esos varones que inclinan sus apetencias hacia los caminos de la Dominación Femenina y todos esos rollos no muy comunes digamos, y comenzar a vivir mi sexualidad en ámbitos donde tales cosas no sólo no son muy bien vistas que digamos, sino que además ni imaginadas por las inmensas mayorías son, así, debía yo enfrentar esa realidad que en mi masculina persona tan diferente al resto, comenzaba a vivir mi vida.



Todos mis compañeros estaban encarrilados en esa característica como obvia de ser varones de carácter dominante y agresivos ante las mujeres todas, y avalados por todo el entorno social que así eso acepta y hasta aplaude, debía yo con ellos alternar, sin poder ni siquiera ante ellos ni ante nadie, manifestar que lo mío, ni cerca caminaba por tales sendas.



Como único modo de saciar algo de mis deseos, solía yo llevar secretamente al papel, a modo de confesiones o cuentos o imaginarias historias o fantasías mil, creaciones donde yo o chicos imaginarios, vivían una y mil historias eróticas en las cuales a veces una o más mujeres, nos hacían centro de las más dominantes acciones en las cuales resultábamos por ellas follados o mamados o sometidos a humillaciones de todo tipo, debiendo siempre nosotros cumplir con ellas como sus más serviles esclavos, siendo de ellas por tal motivo, esclavos en realidad.



Eso, lo iba almacenando yo en un enorme cuaderno, el cual era por mí cuidado, como el más secreto tesoro.



Cierto día, comienza a trabajar en casa como muchacha de servicio, una hermosísima rubia gorda de piernas muy gruesas y tetas enormes, que muy tímida en apariencia y con cara de mosquita muerta, hacía su labor mirándome de una manera que evidenciaba su gusto por mi figura, disimulándolo siempre de manera tardía, o.… ex profesamente tardía.



Yo, fiel a ese mi principio de considerar a la Mujer como ser absolutamente superior a nosotros los hombres, desde el primer momento comencé a mostrarme ante ella, como su sirviente y hasta un ridículo ofrecido que hasta la hacía reír a veces con mis ofrecimientos de servirle en lo que ordenarme quisiera. Obviamente que eso yo hacía, cuando mis padres no estaban.



Cierta noche voy a escribir otra de mis historias eróticas en aquél mi súper-secreto cuaderno, y.… casi muero de la desesperación, cuando en el lugar donde siempre yo lo dejaba inmediatamente de terminar mis escritos, allí... ¡no estaba!



Como poseído por una desesperación enloquecedora, me pongo a buscarlo revolviendo cuánto lugar podía. Buscaba pues y buscaba, y del cuaderno: ¡nada! Esa noche... creo que barajé la idea de salir a tirarme al río, buscar un árbol para colgarme, o desear que el tiempo se descargase con un temporal de descargas eléctricas, para salir afuera y ver si algún rayo tal vez me partiera.



No dormí; en toda la noche... ¡no dormí!



Voy al colegio esa mañana como de costumbre, y en él, esa mañana fui como un autómata.



Cuando regresé a casa, lo primero que hice, fue recomenzar mi búsqueda, volviendo a buscar por donde ya, mil veces la noche anterior, ya lo había hecho.



En el primer intento yendo a donde siempre yo lo tenía... ¡ahí estaba! Tres golpecitos, llamaron a mi puerta. -Adelante... -dije-, y la hermosa rubia gorda, entró encontrándome con el cuaderno en la mano, su cara, ¡no podía reflejar más picardía y cochinéz!



-"Fuiste quien me sacó el cuaderno... verdad?" -Me atreví a preguntarle, mientras en mi rostro se dibujaba la más pusilánime de las expresiones, mostrando una cara como a punto de querer llorar. Ella, mirándome y esbozando algo así como una risita, hizo un medido lapso de silencio, para dirigirme enseguida, una morisquetita y sacada de lengua que me daba como manera de respuesta, un sí evidente.



¡Ahora, yo sabía, que ella... lo sabía todo!



El último cuento ahí por mí escrito, era un cuento en el cual yo... era esclavo de ella.



Estábamos solos ella y yo. Mis padres, habían esa mañana salido de viaje hacia el extranjero en un paseo que les insumiría, un mes.



Riéndose, comenzó a venir hacia mí. Yo... la miraba temblando... mi pija, comenzaba a empalmarse mientras sentía adentro de mis huevos, la leche hervirme y hacerme creo... gorgoritos...



-"Desnúdate!" -me ordenó- (Continuará).


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