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Había tenido un día agotador, así que sin pasar por el estudio me dirigí a casa para poder estar más temprano. Los problemas con mi mujer me tenían preocupado últimamente. Ya no eran solo las discusiones tontas que teníamos diariamente sino que a eso se le había sumado la negativa de ella a experimentar variaciones en nuestros encuentros sexuales. Lo nuestro ya se había hecho muy rutinario y carecía de atractivos. Su idea sobre el sexo era practicarlo uno o excepcionalmente dos veces por mes, estando ella siempre encima mío y lo más rápido posible. No se si porque a ella le gustaba esa posición o para acabar cuanto antes y sacarse de encima esa obligación contraída el día que nos casamos.
Entré despacio en casa y al no verla abajo me encaminé hacia nuestro dormitorio suponiendo que se encontraba en él. Grande fue mi sorpresa cuando ví a dos tipos encapuchados en la habitación que, afortunadamente para mí estaban hablando entre sí y no repararon en mi presencia. Me metí entonces en el cuarto de los chicos desde donde se puede observar todo lo que ocurre en la otra pieza si no se cierra la puerta.
Mi mujer estaba completamente desnuda, con las dos manos juntas atadas a uno de los barrotes de la cama y amordazada, lo cual impedía oir sus gritos que, a juzgar por los movimientos de su cuerpo, estaba dando. Uno de los hombres se inclinó sobre ella y le puso un pañuelo negro sobre los ojos. Una vez que se cercioraron que no podía verlos se sacaron las máscaras y se desnudaron.
Le levantaron las piernas y mientras uno se encargaba de sujetarla para que no se moviera, el otro comenzó a comerle la concha. Ella intentaba soltarse de todas las formas posibles pero era tarea inútil. Tras unos minutos dedicados a esa operación, uno de ellos se tumbó sobre ella y la penetró mientras el otro la agarraba de la cabeza y soltándole la mordaza, le introducía su pene en la boca. Mi mujer intentó sacárselo moviendo la cabeza, pero cada vez que lo hacía recibía un tirón de pelo, por lo que desistió desistir. Pensé que se la iba a morder.
No tardaron mucho en acabar, uno dentro de ella y el otro sobre su cara.
Pensé que todo se terminaba pero estaba equivocado. Dejaron pasar un tiempo y luego la dieron vuelta y mientras uno la sujetaba para que no se moviera el otro se colocó debajo de ella. La penetró salvajemente y comenzó a moverse a gran velocidad. De repente se detuvo y fue entonces cuando el otro se la metió por el culo. Ello provocó que mi mujer comenzase a lanzar gemidos de dolor. Ya no tenía fuerzas para gritar así que no volvieron a ponerle la mordaza.
Durante un buen rato estuvieron penetrándola los dos a la vez, con unas embestidas a veces lentas y con parsimonia y otras con movimientos salvajes que hacían que sus gemidos aumentarán. Curiosamente, estos ya no eran de dolor, o al menos así me pareció a mí, sino que sonaban como de placer. Los dos hombres se dieron cuenta de ello y la soltaron, aunque sin sacarle la venda de los ojos.
La hicieron arrodillar y se colocaron a cada lado de ella para que pudiese chuparles la pija sin moverse del lugar. En ese momento mi esposa estaba como fuera de sí, como nunca la había visto en nuestras relaciones. Tenía un pene en cada mano y los movía a un ritmo frenético, buscando el máximo de placer, no solo para ellos sino también para ella. Los iba chupando alternativamente mientras se movía en una forma provocativa, como si estuviese disfrutando más que nadie. Pensar que cuando yo le propuse alguna vez que me lo hiciera me dijo que le daba asco.
Uno de ellos la colocó en cuatro patas y la penetró de nuevo por detrás. Esta vez ella soltó un grito de placer como yo nunca le había oído. Mientras disfrutaba sintiendo como se tragaba todo ese pedazo continuó chupándosela al otro hasta que acabó dentro de su boca y no solo no se resistió a ello sino que no dejó escapar ni una sola gota, utilizando su lengua para terminar todo rastro de lo que allí había ocurrido.
Al poco rato mi mujer alcanzó el orgasmo mientras seguían penetrándola por detrás. La forma de moverse y los gemidos que acompañaron a su éxtasis me hicieron comprender que nuestra vida sexual, hasta ahora, había sido un completo fracaso.
Me quedé escondido en la pieza de los chicos mientras los dos tipos se vistieron y se fueron sin darse cuenta de mi presencia. Oí que ella se dirigía al baño y escuché el sonido del agua de la ducha correr.
Esperé un rato prudencial y llamé a la puerta del baño. Mi mujer abrió totalmente desnuda y recién salida de la ducha. Sin decirme palabra me aflojó los pantalones y sacando mi verga afuera me hizo una de las mejores mamadas que nadie me había hecho nunca. Después nos dirigimos al dormitorio e hicimos el amor de todas las posturas y formas posibles. Como broche final me ofreció su trasero y lo acepté gustoso, acabando dentro suyo, momento en el que tuvo un orgasmo que a mí me pareció más salvaje que el que había tenido ocasión de presenciar hacía un rato. Entonces caímos los dos rendidos sobre la cama.
Ella se durmió en seguida, agotada por la batalla de la que había participado en las últimas horas. Como todavía era temprano decidí bajar al bar a tomarme una cerveza donde encontré a los dos hombres que no tardaron en preguntarme qué tal me había ido.
Les dije que mucho mejor de lo que esperaba y me agradecí a mi mismo por haber contratado a este par de individuos que me habían recomendado. Ni el mejor sexólogo hubiera conseguido lo que consiguieron ellos dos. Le sacaron los complejos a mi esposa de un plumazo y empezó a disfrutar como toda mujer debe hacerlo.
Le pagué lo estipulado más una propina por lo agradecido que estaba y me dijeron que si los necesitaba ya sabía dónde encontrarlos.
No creo que esto suceda ya que ella creo que está curada, es más, le gustó la idea del sexo grupal y ya me dijo por qué no invitaba a un amigo a cenar el fin de semana porque pensaba que los tres la pasaríamos muy bien.
A nadie le gusta ver a su mujer haciendo el amor con otro pero si eso la hace feliz y en definitiva redunda en beneficio para las relaciones diarias no veo el por qué debo de oponerme.
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