Aina era, bueno lo sigue siendo, como una Barbie. Bajita, muy delgada, pecho operado para aumentar el volumen y seguramente para subirlo un poco porque a los veintiocho años la gravedad ya empieza a hacer sus estragos, siempre vestida a la última y mirando las webs de trapos para decidir cuál sería la nueva prenda que pensaba comprar.
Me la encontré en un pub con un chico, me dijo que era su pareja y que vivían juntos, algo mayor, aunque es posible que mi apreciación fuera errónea, para mí seguía teniendo los veintitrés a pesar de hacer casi cinco que no la veía.
Habíamos sido compañeros de trabajo en la empresa donde yo trabajaba entonces y ella seguía haciéndolo. Pertenecía al departamento de administración del que hoy es la jefa y yo era el director comercial. Siempre iba con traje y corbata a la última para dar ejemplo a los empleados que dependían de mí y su trabajo era visitar empresas. Laboralmente he tenido presente siempre que el hábito no hace al monje, pero ayuda. Ella era una enamorada de la moda y cada día se fijaba en cómo iba yo vestido.
Me presentó a su chico como un antiguo compañero y amante, lo que sorprendió porque no había necesidad de contar lo segundo. Me estreché la mano con el chaval y me invitaron a sentarme con ellos, la conversación derivó constantemente a anécdotas de nuestra época de trabajo juntos.
La oficina donde trabajábamos era una amplia sala con despacho acristalados al fondo y el resto diáfano, salvo los aseos y el pequeño comedor provisto de máquina de café, nevera, microondas y todo lo necesario para poder desayunar y comer allí el que quisiera, que eran muchos.
A menudo coincidía con Aina en la calle cuando salía a fumar. Con el paso del tiempo, casi siempre que yo bajaba al momento aparecía ella, nos fumábamos un cigarrillo juntos y charlábamos de temas personales sin tocar los laborales.
Un día estaba explicándole como tenía que facturar a un cliente a una compañera de mi departamento. Alguien pasó a mi lado y noté que me rozaba el hombro, miré a ver quién era y vi que eran los pechos de Aina aplastándose contra mí, como si fuera un incidente casual. Al irnos a comer se repitió la escena, entramos en el ascensor varios compañeros y se colocó a mi lado, sentí perfectamente como acoplaba la separación de los pechos contra mi brazo.
Dos días después, llegó vestida con una falda vaquera que le llegaba a medio muslo, una camiseta amplia de los Rolling Stones y calzada con unas sandalias planas que se trenzaban hasta casi las rodillas. El pelo rubio rizado, con volumen, le hacía parecer una leona. Se había rematado el look con unos labios rojo fuego como las pin-ap de los años setenta que salían en las revistas antiguas. Su atuendo era más propio para ir a un concierto de rock que para trabajar a una oficina.
Tenía su mesa perpendicular a mi despacho y a escasos cuatro metros y podía verla sentada de costado con solo levantar la vista. La verdad es que me llamó la atención más que otras veces y decidí bajar a fumar para convencido de que vajaría ella detrás.
No había encendido el cigarrillo cuando apareció en la puerta de la calle. Sacó un cigarrillo y le di fuego porque aún tenía el mechero en la mano. Me preguntó si me gustaba el estilo que vestía ese día y con la ventaja que da la diferencia de edad le dije que estaba preciosa y muy apetecible. Sonrió y como si fuera una niña me abrazó aplastando los pechos conta mi cuerpo y me dijo que era un encanto.
Esa tarde me quedé en el despacho a acabar un presupuesto que quería enviar a un cliente a primera hora de la mañana. Cuando se suponía que solo estábamos en la oficina la señora de la limpieza y yo me extrañó verla sentada en su silla al levantar la cabeza. La señora de la limpieza me preguntó a que hora me iba a marchar y le contesté que aún estaría allí por lo menos dos horas, dijo que entonces iba a la oficina de al lado a acabar de limpiar y luego volvía para no molestarme. Nos habíamos quedado solos.
Salí del despacho a hacerme un café y la pregunté si quería uno. Me dijo que lo fuera preparando que ella iba enseguida. Cuando entró ya estaban los cafés en la mesa y yo sentado en una silla. Se sentó en la mesa, a mi lado, quedando sus piernas demasiado cerca de mí y la falda bastante subida al sentarse.
La miré las piernas con descaro y me dijo que aún las tenía muy blancas para ser mediados de agosto, lo cual era mentira porque estaba muy morena y solo quería provocarme. Recordé sus refriegas intencionadas de pechos y decidí lanzarme.
Puse la mano sobre sus muslos y los acaricié, su respuesta fue abrirlos. Subí la mano hacia el pubis y ella la falda hasta quedar las bragas a la vista. Me fijé que el triángulo de tela blanca estaba sujeto por unos ganchitos a las tiras que desaparecían hacia atrás. Los solté y ella misma retiró la tela que quedó sobre la mesa dejando a la vista el pubis perfectamente depilado.
La miré a los ojos y sonrió mientras ponía mi mano sobre la carne blanca donde no había recibido los efectos del sol. Recorrí con un dedo los labios externos y estaban húmedos lo que indicaba que estaba lista para ser penetrada. Metí el dedo entre los labios y profundicé en su interior mientras ella se quitaba la camiseta y se subía el sujetador al cuello, dejando al aire dos pechos grandes, morenos y firmes.
Añadí otro dedo al coño y chupé aquel par de tetas mientras con el pulgar acariciaba un clítoris más grande de lo habitual. Me bajé la bragueta y luché con los pantalones para conseguir sacarme la polla ya bastante dura.
La tumbé en la parte libre de la mesa y acerqué la polla a su cara mientras la follaba con los dedos. Se la metió en la boca y empezó a chupar. Poco tardó en pedir que se la metiera, me tumbé encima y la penetré al tiempo que me decía que no me corriera dentro porque no tomaba nada para evitar embarazos, asentí y me rogó que se lo hiciera con fuerza.
Tenía el coño pequeño o los músculos fortalecidos por el ejercicio. Logré hacer que se corriera antes de llegar yo al punto de no retorno y se la saqué para no correrme dentro. Nada más acabar correrse quiso que me tumbara en la mesa y empezó a chupármela. Era tan ligera de peso que no tuve problema en levantarla y ponerla encima de mí, con las piernas abiertas y el coño en mi cara. La comí con tantas ansias que se corrió de nuevo y a punto estuvo de hacerlo por tercera vez si no fuera porque me vacié en su boca y se preocupó de tragarse mi corrida para no atragantarse que de otro orgasmo.
Cuando nos incorporamos me contó que se había cumplido, con creces, su fantasía de follarme desde hacía tiempo. Me sentí alagado, era treinta años menor que yo y seguro que se había hecho muchas pajas pensando en mí. Se fue al servicio a asearse y yo me lavé las manos en la pila del comedor, la polla ya estaba limpia gracias a la lengua de Aina.
Cuando salió yo ya estaba de nuevo en mi despacho dispuesto a seguir con el trabajo. Entró en el despacho, me cogió la cara y me beso en la boca metiéndome la lengua hasta la garganta. Al separarse me dio las gracias y se fue a recoger su mesa recoger el bolso y lanzándome un beso se marchó.