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El dia era caluroso en esa ciudad de la costa mexicana. El reloj marcaba las 2 de la tarde y Remedios estaba entregada a sus actividades cotidianas. Trabajaba planchando ropa en diversas casas del vecindario y ese dia le correspondió acudir a la de la señora Faustina, quien no se encontraba por haber salido de viaje y le había encargado no dejar de asistir y de paso echarle un ojo a la casa y a su nieto de 15 años.
En ese momento escuchó el ruido de la puerta del zaguán al abrirse y cuando entraba Román, quien era un chico muy alegre y siempre estaba haciéndole bromas. Pero ese dia muy en especial, Remedios sintió una honda preocupación....
La primera porque sabía que Román le volvería a insistir que le dejara hacer el amor y la segunda, no deseaba que su patrona se enterara de eso y la despidiera, ella era viuda y tenía cinco años de haber perdido a su marido Reynaldo, quien sufrió un accidente al caer de un andamio cuando trabajaba como albañil.
Tampoco se negaba a rechazar a Román, el muchacho a pesar de su corta edad, era encantador y le tenía un especial cariño, porque lo había visto crecer y lo conocía desde la edad de 8 años. Ella a sus 53 años, aún sentìa cosquillas y aunque no se lo demostraba al adolescente le gustaba que él se le acercara por atrás y le arrimara su pene por encima de la ropa... Eso le despertaba agradables sensaciones...
II
Algunas veces, Remedios sintió la necesidad de rechazarlo y acusarlo con su abuela Faustina... Pero al conocer el recio carácter de su patrona, lo pensó mejor porque sabía de antemano que le daría una tremenda zurra por sus atrevimientos y amaba al chamaco como si fuera su hijo, al recordarle también al suyo, fallecido a la edad de 7 años, cuando fue atropellado por un autobús de pasajeros.
Su preocupación era más notoria porque una semana antes, Román le propuso que lo dejara hacerle el amor y ella con la finalidad de quitárselo de encima le dijo:
- Para que dejes de estar molestando, la próxima semana que venga lo hacemos. Pero déjame terminar mi trabajo, tengo mucha ropa que planchar y estoy muy atrasada.
Remedios también se preguntaba: ¿Qué puedo tener para que el chamaco me acose y se excite? Y es que cuando estaba planchando, él llegaba por atrás y se le repegaba, sintiendo en sus nalgas un pene que ya vislumbraba ser de grandes proporciones y eso, en silencio, le agradaba, ante la falta de marido.
Como toda buena jarocha, Remedios era de tez morena, estatura baja, anchas caderas y enorme pechos... Su pelo era rizado y a pesar de sus 53 años se encontraba bien conservada, ya que no usaba maquillaje y eso provocaba que tuviera un rostro limpio, sin arrugas o espinillas. En síntesis la señora estaba bien conservada...
III
Ensismismada estaba en sus pensamientos, cuando llegó hasta ella Román, quien de entrada le espetó:
- Ahora si Remedios, estamos solos, así que vengo a que me cumplas tu promesa...
Pero ella no le hizo caso y siguió planchando la prenda de vestir... Cuando de pronto el chamaco le metió la mano por debajo de la falda y le tocó con mucha brusquedad su parte más íntima, por lo que sintió de inmediato una oleada de placer que recorrió su cuerpo...
IV
En ese instante volteó el rostro y se percató que Román sólo se encontraba en truza, pero ya asomaba en él una potente erección y aunque intentó disuadirlo de que lo dejaran para otro dia, el chamaco insistió, por lo que sólo le pidió lo siguiente:
- Niño, lo vamos a hacer, pero que sea aquí en la mesa de planchar sin quitarme la ropa.
Román, se quedó pensativo por unos segundos y le respondió:
- De acuerdo, pero no te pongas a planchar, quiero hacerlo ya.
Remedios se alzó la falda y se bajó el calzón hasta los tobillos, dejando al descubierto un velludo monte de venus y unas nalgas que provocaron en Román muchos pensamientos. Sin embargo, el muchacho mostró su desconocimiento en las lides amorosas, porque no atinaba a introducirle el pito a la vieja mujer que sonreía para sus adentros al ver la inexperiencia de su joven amante.
Sin embargo, no quiso que la experiencia con ella fuera desagradable y le causara un trauma al adolescente. Por lo que agarró el pene del chamaco y lo primero que hizo fue restregarlo en sus labios vaginales, hasta humedecerse y lo puso en el lugar exacto para que Román la penetrara,, pero lo hizo con tal fuerza que le provocó algo de dolor, debido a tanto tiempo sin hacer sexo con un hombre.
El chamaco sin tener conocimiento de lo que hacía, sólo alcanzó a darle algunas limadas a la vagina de esa vieja y explotó de inmediato lanzando varios chisguetazos de sémen. Pero fue tal la cantidad de ese líquido viscoso que al retirar su miembro, Remedios sintió como le resbalaba entre las piernas, sólo alcanzó a cerrarlas y colocó una mano como si fuera tapón y se dirigió al sanitario.
VI
Al penetrar al baño, se sentó en el retrete y cuando estaba a punto de abrir la llave para darse un lavado de asiento, la curiosidad la asaltó y pasó un dedo por sus piernas y al sentir la viscosa humedad se estremeció y se lo llevó a la boca, sintiendo ese sabor agridulce que tanto le gustaba y fue cerrando los ojos para recordar aquellos instantes de amor que hacía con su viejo Reynaldo...
El añejo recuerdo la ubicó en la cama que compartió por muchos años con su difunto esposo. Reynaldo era alto y fornido, de complexión robusta y unas manos fuertes, además de tener un carácter alegre y ser muy bromista con ella a quien le decía: "Negrita adorada".
Las tardes, luego de regresar del trabajo, Reynaldo siempre llegaba con su acostumbrada frase: "¿Comemos o qué?
Y ella sólo sonreía ante la ocurrencia, toda vez que era señal de que cojerían antes de probar alimentos. Y eso era algo que le gustaba de su Reynaldo, siempre dispuesto a satisfacerla sexualmente y bien que lo hacía el condenado, porque no obstante hacerlo por la tarde, las noches eran de intenso placer, un palo más al acostarse y otro al levantarse.
VII
Remedios recordó que Reynaldo era muy dulce con ella y la cargaba para llevarla a la cama donde le gustaba acariciarle los senos y metérselos a la boca hasta que se ponían duros, porque parecían a los de su mamá, "sólo que más gruesos", le indicaba y se reía a carcajadas...
Luego la hacía voltearse y con sus manos ásperas pretendía darle un mensaje en la espalda que terminaba hasta las prominentes caderas de Remedios, donde más se detenía y eso la hacía ponerse a 100. Era indudable que le gustaban las caricias de su amado Reynaldo, quien se sentaba a horcajadas y con su grueso y largo pene le daba varias pasadas en las nalgas, sin penetrarla, pero que le provocaban orgasmos al por mayor...
Posteriormente la colocaba boca arriba y hacían un tremendo 69. El le metía su lengua por toda la cavidad vaginal hasta que con sus labios le tomaba el clitoris y con fuerza lo succionaba como si quisiera quitarle la vida. Esa forma de amar de Reynaldo le gustaba y hacía que ella se recorriera dos o tres veces en ese instante. Vaya manera de hacer del amor de su viejo...
Mientras ella tomaba el pene con sus manos y lo masajeaba de arriba a abajo y le apretaba sus huevos. Hasta que se metía todo el miembro en la boca y lo lamía como si estuviera disfrutando de un exquisito helado. Sentìa de inmediato la viscosidad del líquido preseminal y repasaba la punta hasta dejarlo limpio. En tanto Reynaldo seguía su labor en su vagina, hasta sentír su estremecimiento, lo cual era señal de una buena dotación de esperma que ella disfrutaba plenamente y se tragaba hasta la última gota porque disfrutaba el agradable sabor de ese fluido...
VIII
Enseguida, Reynaldo se retiraba y la ponía boca abajo para montarla y penetrarla desde atrás en su monte de venus, sintiendo Remedios ese duro mástil en sus entrañas que parecía tener vida y que entraba y salía de su vagina con tanta fuerza que la transportaba a lo más infinito del éxtasis y cuando escuchaba la voz de su viejo: "Me voy a venir"... Ella experimentaba una agradable sensación y de nuevo la descarga eléctrica por toda su espina dorsal le indicaba que sobrevendría un orgasmo de pronóstico reservado y ambos se fundían en un solo ser para intercambiar sus fluidos.
IX
Ensimismada se encontraba Remedios recordando a su difunto marido, cuando escuchó unos toquidos en la puerta del baño y era Román, quien le preguntaba:
- ¿Reme, viejita, estás bien?
Remedios sólo alcanzó a responderle:
- Si mi niño. No te preocupes. En un momento salgo del baño para darte de comer.
Al tiempo que recordaba la vieja frase: ¿Cómemos o qué?
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