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Cogiendo con una extraña de nombre Ángela

Mi relación con Ángela fue una de las más extrañas que haya vivido con una mujer y la más corta; quizá hayamos compartido todo en más o menos una hora. Vivía en el mismo edificio de condominios que heredé de mi madre y donde ya tenía alrededor de un par de meses viviendo allí. Era raro encontrarse con gente en los pasillos y de hecho a la única que conocía solo por breves saludos, era a mi vecina del lado derecho, la bella mulata, la Dra. Desiré con quien eventualmente nos fuimos a la cama.



En aquella ocasión el cartero puso parte de la correspondencia del condominio de un lado por error, y por eso asumo que el nombre de esta chica debería ser Ángela. Una afroamericana de tez clara, cabello que creo se había mandado a planchar para que le quedara lacio, un rostro muy bonito donde no pasaban desapercibidos sus ojos azules: de hecho, cuando recuerdo abrió la puerta, antes de saludarla, me llamaron la atención sus bonitos ojos. Era más bien delgada, con pechos pequeños, pero un bonito y bien formado trasero y fue aquello lo segundo que me llamó la atención cuando me invitó a pasar a su condominio.



Por aquellos días había intentado regresar ese correo que le pertenecía a ella sin mucha suerte. Nunca nadie contestaba la puerta, pero ese día escuché algo de música procedente de su condominio y me animé a ir y entregarle su correspondencia. Fue así precisamente como ocurrieron las cosas: Llegué y toqué la puerta y esta se abrió después de un par de intentos. Veo a la chica que mi cálculo me decía que debería tener entre 27 y 30 años, pero todo se abrevia a lo siguiente:



- ¡Hola! Mi nombre es Tony, soy tu vecino y por error tu correspondencia la pusieron en mi buzón.



- Pasa… ¡Muchas gracias!



Noté que estaba bajo la influencia del alcohol más que todo porque sostenía un envase de cerveza en sus manos casi vacía, que porque se le notara físicamente. No recuerdo me dijo su nombre, pero sin preguntarme sacó otra cerveza y me la extendió. Cuando ella había caminado hacia el refrigerador sin decir mucho, también noté que tenía una piyama bastante suelta y esto provocaba que de alguna manera se bajaran lo suficiente para poder delatar el calzón rosa que llevaba puesto. Tenía tan solo un “bustier” de color blanco y podía ver la sombra de su areola de sus pequeños y morenos pechos, como a la vez me permitía observar ese abdomen muy bien trabajado con su sensual ombligo. Su comportamiento me pareció raro, pues nunca nos habíamos visto antes, ni nunca nadie se había comportado así conmigo. Se sienta en el mismo sillón donde yo me sentaba y pone sus pies sobre mis rodillas diciendo:



- ¿Podrías darme un masaje?



- ¿En tus pies?



- No… en todo el cuerpo. Estoy muy estresada y necesito sentir las manos de un hombre como tú por todo mi cuerpo. ¿Quieres?



Comencé frotando sus pies, pues los tenía sobre mi rodilla, pero ella me pide una pausa y se despoja de su piyama y queda con su diminuto calzón color rosa. Ahora froto con mis manos sus largas y torneadas piernas. Ella solo gime de placer y suspira diciéndome que el masaje esta sabroso. Después de algunos minutos, se da vuelta y ahora expone su precioso y firme trasero y yo tengo cierta desconfianza llegar a sus glúteos con mis manos, pero ella intuyendo quizá, me hace una breve plática:



- Sabes, siempre he fantaseado que un extraño llega a mi apartamento y que me hace todo lo él quiere, sin yo decir nada. Imagino que me habla sucio, como si tratara una puta y yo solo le escucho siguiendo solo las instrucciones de este extraño: ¿Quieres ser ese extraño tú? Que me coja y que haga conmigo lo que quiera.



No dije nada… solo que mis manos se fueron automáticamente a agarrar aquellos morenos glúteos donde se divisaba un tatuaje indescifrable en su espalda baja. En aquella posición comencé a masturbarla y me di cuenta que ella ya estaba húmeda. Yo no soy de los que hablan vulgarmente, no me siento identificado con ello y mucho menos tratar a una chica como una puta, pues tenía poca experiencia con chicas de paga. De una manera que yo mismo me desconocí le dije abiertamente:



- ¿Dame una mamada en la verga?



- ¡Si papi! -respondió con una mirada disfrazada de timidez.



Los dos nos incorporamos y es ella es la que me baja el cierre, me baja el pantalón y se queda sorprendida con el pedazo de carne que tiene en sus manos y que intuye no podrá meterse ni la mitad en su pequeña boca. Comienza a mamármela he intenta a meterse todo lo que puede, pero yo se la empujo aún más y hace ese sonido desesperante del que se está ahogando. Creo que fui más allá, pero ella no dice nada y aquello se repite, como si ella gozara tal tortura. Solo paraba cuando era evidente que no podía respirar o tenía esa sensación de vomitar, pues mi verga le abría toscamente la garganta. Así pasamos unos diez minutos para luego ponerla en cuatro en el sillón. Sin misericordia y en una bien lubricada conchita le dejo ir los 23 centímetros de mi inflamada verga. Aquella masa de mi carne se llenó con los jugos vaginales de esta chica y le comienzo un taladrar incesante y ella gime y grita de placer. Como el taladrar es fuerte y violento, no siento cuando las paredes de su vagina se contraen cuando Ángela se corre quedando como paralizada con su columna encorvada. Lo único que decía Ángela con la evidencia de un conmocionado pecho era: Dios mío, que rica cogida me estás dando papi.



Sabía que había llegado al orgasmo y mi verga sale llena de una espuma blanca, mezcla de sus jugos vaginales y mis líquidos seminales. Ella intenta recobrar el aire, pues parece que acaba de terminar una carrera de los 400 metros. La tomo toscamente y la vuelvo a poner en cuatro y en esta ocasión, le escupo el culo un par de veces, y con mi verga ya bien lubricada le asomo mi glande en la entrada de su ano. Recuerdo que le dije algo así, como pretendiendo ser vulgar: Querías verga puta, ahora vas a sentir mis 23 centímetros en el culo hasta que te vengas.



Sin pensarlo mucho y sin misericordia, le dejé ir toda la verga hasta que mis huevos chocaron con su concha. Comienzo un taladrar incesante que en unos segundos tenía todo mi cuerpo bañado en sudor y a aquella chica gritando: Por Dios, me estas rompiendo el culo bien rico.



Quizá ha sido el culo que con más fuerza le he dado y el que más tiempo en una sola sesión ha aguantado. No sé y nunca le pregunté cuántas veces se corrió, pues aquello por largos minutos se convirtió en un escándalo que creo todos los vecinos del edificio, tuvieron que escuchar a Ángela gritar: Que rico me parten el culo. También fue la primera vez y única vez que le he pedido a una mujer que me mame la verga después de cogerle el culo. Ángela no lo pensó, no dio excusas y solo vio mi verga erecta que segundos antes le perforaba su rico culo y comenzó a mamarla. Solo fueron dos minutos, pues le he dejado ir una espectacular corrida que mi semen contrastaba con los oscuro de su tierna piel. Sus ojos azules se cerraron cuando mi corrida le dejaba salpicada su lindo rostro.



Recuerdo que entramos a su baño para limpiarnos y ella entró a la regadera y se daba una ducha. Pensé que continuaríamos aquella faena, pero fue Ángela la que me pedía que me fuera: Hazme el favor de salir de mi condominio y deja con llave la puerta. –dijo. Eso fue lo que hice, y sorprendido me he alejado y me he ido a mi condominio una puerta mas allá.



Pasé aquella tarde pensando en lo que había vivido con mi vecina extraña y me daba la tentación de ir y volver a tocar la puerta de nuevo. No lo hice hasta días más tarde, pero aquella puerta nunca se volvió abrir para mí. Meses después le preguntaba a mi otra vecina de nombre Desiré y con quien ya teníamos varias experiencias sexuales si conocía a mi vecina del otro lado:



- Se refiere a la consejera Williams… Ella se movió de aquí hace algunas semanas. Trabaja para la ciudad… es la fiscal del condado.



Desiré me dio los pormenores de la mujer que yo pensé tenia máximo 30 años. En realidad tenía 40 años, nunca se había casado y era abogada de profesión. Un día simulé ir a su oficina para algunas preguntas legales y obviamente me reconoció. Le hice la plática para recordar aquella experiencia:



- ¿Por qué el misterio? ¿Por qué nunca volvió a abrir la puerta?



- Sr. Zena… recuerda que le dije que mi fantasía era ser poseída por alguien extraño… pues bien, a usted ya lo conozco… no tiene para mi emoción que vuelva a pasar. Le voy a decir algo para alimentar su ego: Usted coge rico… la cogida que usted me dio, es una que recordaré siempre y la que me incitará a algún día a masturbarme.


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