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Con este relato quiero contarles cómo fue que Gustavo, mi esposo, se enteró de que mantengo relaciones sexuales con Pablo, nuestro hijo de ya casi 23 años, lo que conté en mi anterior relato.
Fue cuestión de encontrarnos con Gustavo y que el fuego de la pasión se nos encendiera. Cuando atravesé el portón del edificio donde trabajo, él estaba ahí en la vereda esperándome, tan viril y apuesto como siempre. Vestido con camisa y corbata, aunque sin saco porque lo había dejado en el auto, se veía como un dios, un macho soberbio al que ninguna mujer podría dejar de mirar al pasar por su lado.
- ¿Hola amor, cómo estás? –me saludó rodeándome con el brazo izquierdo por la cintura mientras que la palma de la mano derecha la apoyaba suave pero firmemente por mi rostro. Imprimió un beso a la vez dulce como caliente sobre mis labios...
- Hola mi vida, ansiosa por verte, no aguantaba un minuto más en la oficina. Hoy fue un día largo y necesito sentirte al lado – Le contesté mientras disimuladamente bajé mi mano por su entrepierna y lo miré con una sonrisa pícara y de puta calentona.
Abrió la puerta del auto del lado del acompañante y me senté relajada por dos motivos: había terminado una agobiante jornada de trabajo, y sabía que en un rato más tendría la verga de Gustavo en cada rincón de mi cuerpo, sacándome orgasmo tras orgasmo y encendiendo esas sensaciones que siempre despertó en mí desde que nos conocimos en el colegio secundario.
Gustavo entró al auto y tras sentarse me dio un beso. Arrancó el auto y ni bien nos pusimos en marcha comenzó a acariciar mi muslo izquierdo por sobre las medias. Luego subió a mi entrepierna arrugándome la pollera y apartó la minúscula parte delantera de la aún más minúscula tanga que llevaba puesta. Comencé a sentir mariposas en la panza y a dar pequeños gemidos. Ver pasar la gente por calle mientras en ese pequeño espacio del auto me estaban metiendo los dedos era inexplicable. Pensar que ellos ahí fuera estaban aburridos, trabajando o volviendo a sus hogares en colectivos, taxis o caminando, pero sin placer alguno, y yo estaba comenzando a trepar al cielo a pocos metros de distancia. Estiré mi mano y busqué la bragueta de Gustavo, bajé su cierre y saqué su hermosa pija ya a medio endurecer. Lo masturbé con suavidad y dulzura, mojé mis dedos con saliva y comencé a acariciar con el pulgar la punta de esa verga que siempre me volvió loca. Por la avenida Independencia, aproveché la onda verde de los semáforos para chuparla hasta el rojo siguiente que nos detuviera, no sea cosa que desde un auto vecino o un bondi nos vieran, aunque por suerte los vidrios del coche de Gustavo están tonalizados bastante oscuros.
No lo hice con fuerza ni velocidad. Me la tragaba despacio, lo lamía de arriba abajo, me la volvía a meter toda delicadamente y ya en el fondo de mi garganta la retenía unos segundos contrayendo mi boca. Gustavo gemía a la vez que le costaba, por mi posición, seguir metiendo sus dedos en mi concha que chorreaba como una jugosa naranja. Por eso comencé a tocarme y Gustavo pasó a tocar mis tetas, que quedaban más accesibles, desabotonando un par de botones de mi camisa. Yo seguía concentrada en su palo que ya estaba crecido y duro como un adoquín, hasta que lo dejé y comenzamos a besarnos con pasión, chupando nuestras lenguas, a la vez que nos metíamos manos.
- Cómo pensé en esto en la oficina mi amor -le dije-, hoy estuve muy caliente desde la mañana sabiendo que nos íbamos a ver.
- Ayer cuando hablamos por teléfono ya estaba que ardía -me contestó-. La vamos a pasar muy bien esta noche.
Llegamos al departamento en el que Gustavo vive desde que nos separamos y aprovechando la soledad de la cochera nos matamos dentro del auto. Como pude me acomodé abierta de piernas apuntando hacia su butaca para que él se sumergiera en mi concha. Sus lamidas fueron una escalera al cielo. Mis gemidos eran fuertes y Gustavo no paraba de lamer y succionar mi clítoris. Mis jugos caían a litros y sus dedos hurgaban lo más profundo de mi sexo. Como mi chorreada había llegado a mi culo, aprovechó para meter un dedo y luego otro. Lo tenía con su lengua y los dedos de una mano en mi vagina, y los dedos de la otra taladrándome el orto. Obviamente la posición era muy incómoda sobre todo para él, pero siguió como si nada hasta que exploté en un deliciosos orgasmo que me llevó a cerrar las piernas atrapando su cabeza entre ellas, lo que aprovechó para penetrarme con su lengua y hundir más aún los dedos en mi culo ansioso de carne.
- Ahora vos – ordenó reclinando el respaldo de su asiento lo más posible.
Con los pantalones y su bóxer ya por las rodillas, me arrojé sobre ese pene mojado en líquidos preseminales. Pasé mi lengua, me lo metí, chupé sus bolas, lo masturbé. Atrapó mi cabeza apretando hacia sí, con lo que su gran pija llegó hasta mi garganta, me soltó cuando empezó a eyacular para no ahogarme, pero sin sacarla de mi boca. Retuve todo su jugo blanquecino y abrí la boca para mostrárselo. Metí dos dedos en mi boca y revolví su leche. Los saqué cerrando la boca y limpiándolos con los labios. Abrí de nuevo para que vea como me tragaba todo.
- Vamos ya a casa –dijo estampándome un beso fogoso, con lo cual me acomodé un poco la ropa por si cruzábamos a alguien en el ascensor.
Una pareja un tanto mayor subió con nosotros, y como bajaban en el tercer piso mientras que nosotros en el séptimo, quedaron delante nuestro, frente a la puerta, y dándonos la espalda. En esos escasos segundos del viaje compartido, Gustavo metió su mano en mi culo por debajo de la pollera. Llegó a mi concha y yo apenas me contenía, la piel se me erizó de excitación y respiraba agitada, un segundo más y gritaría no podía evitarlo. El ascensor paró y los señores bajaron. Los cuatro pisos restantes nos matamos besándonos y manoseándonos, enganchados como estábamos salimos y a las apuradas abrimos la puerta del departamento.
Me puso en cuatro patas sobre el sillón y me chupó culo y concha por detrás, a la vez que metía los dedos a su antojo. Me sorprendió con una rápida maniobra que me dejó colgando cabeza abajo con mi boca a la altura de su pija, mientras que él, parado, tenía su cabeza entre mis piernas y me chupaba como si fuera a acabarse el mundo. Un 69 vertical que nos encendió y nos hizo acabar a los dos, aunque esta vez yo saqué la verga de mi boca y dejé que eyaculase en mi cara. Me bajó y pasó sus manos delicadamente por mi rostro lleno de leche, dejándome una máscara facial que, lejos de darle asco, lo atrajo hacia mi para comerme la boca a besos.
Nos tiramos sobre la alfombra, yo de espaldas al piso y él ensartándome ese miembro que se recuperaba con facilidad. Chupó mis tetas. Se echó sobre mí y pasó una mano por debajo de mis nalgas para meterme de nuevo los dedos en el culo. Se arrodilló y puso mis piernas sobre sus hombros. Luego hicimos tijerita, posición con la cual siento que me llega hasta la garganta. Mis gemidos volvieron a tronar en el ambiente y no dudo que los escucharon los vecinos.
Acabé nuevamente, pero quería más. Gustavo me puso en cuatro chupó mi culo unos segundo para llenarlos de saliva. La metió y comenzó a serrucharme sin piedad. Yo siempre tuve sexo anal con él, y con mi hijo Pablo, por eso ya no me duele, por lo que sus embestidas son puro goce. Sin sacarla y apretándome contra sí, se recostó sobre el suelo y yo pasé a quedar sentada sobre su palo aunque de espaldas a él. Era mi turno de cabalgar y lo hice como si estuviera corriendo el premio Carlos Pellegrini del Hipódromo de San Isidro o Palermo, no sé en cual se corre.
A las embestidas que le daba seguían momentos en que me sentaba y presionaba unos segundos, girando en círculos. Me recosté hacia delante para que sólo contemplara mi culo ensartado, cosa que le da gran placer observar, y así subía y bajaba con las caderas. Me llenó el recto de deliciosa leche pero se quedó dentro hasta que se la verga más deliciosa del mundo se volvió flácida. Cuando la sacó y su leche caía desde mi agujero por mis piernas, pasé mis dedos y traté de meter todo de nuevo ahí dentro. Con ese panorama frente a sus ojos, Gustavo me pidió que subiera un poco sobre su cara para que con la mía quede a la altura de su verga. Así se la comencé a chupar, mientras que él metía su dedo índice en el mi orto súper dilatado y lubricado, y el anular en mi concha.
Tras descansar un rato, abrazados sobre la alfombra dándonos a entender cuánto nos amamos y lo mucho que queremos volver a estar juntos bajo un mismo techo con Pablo y Sofía, soltó una pregunta que me dejó una mariposa gigante en la panza, un deseo que explotó ahí mismo en mi interior:
- Nunca te lo había preguntado, pero me gustaría saberlo: ¿en el tiempo que llevamos separados cogiste con otro?
- Ay amor, cómo se te ocurre, si para eso estas vos –mentí, recordando mi aventura con Federico, mi compañero de trabajo, aquella vez-. El único hombre fuera de vos, es Pablo, y es nuestro hijo.
- Mientras no te lo hayas cogido a él -comentó en broma, pero en mi ya se había disparado el deseo de que lo sepa, y de ver cómo reaccionaría. Mi meta a estas alturas ya era tenerlos a los dos al mismo tiempo, a padre e hijo cogiéndome a morir.
- ¿Y qué si lo hubiera cogido? El nene está grande y parece que viene dotado como su papá, jajajajaja –le dije gesticulando picardía con la cara, pero dándole a entender que eso era un chiste morboso. Lo que contestó me sorprendió, no lo podía creer.
- Por mí todo bien -dijo haciéndose el interesante-, mirá que ratoneo me hago: la madre cogiendo con el hijo. Digno de verse.
- ¿Me hablás en serio o me estás jodiendo? Es mi hijo, ¿cómo se te ocurre? –argumenté haciéndome la ofendida pero ansiosa por ver hasta dónde llegaba esto.
- No sé qué decirte. En todo este tiempo me sentía muy celoso porque pudiste haber salido con alguien. Me daba por las pelotas imaginarte con otro tipo. Y de repente pensé en Pablito pero no sentí lo mismo, fue como una tranquilidad. Sé que es una boludez, no te vas a encamar con nuestro hijo, pero si lo hicieras, no lo vería mal, no lo sentiría como un engaño...
No podía creerlo. Por mis hijos lo juro. Ahí estaba el padre de Pablo diciendo que no tenía dramas en que él y yo cogiéramos, así que lo interrumpí con una explosión confesionaria. Lo que siguió fue una charla más o menos así:
- Tengo que decirte la verdad porque este es el momento sino nunca podré hacerlo. Hace meses que con Pablo tenemos sexo. Tomálo mal o bien, amáme u odiame, pero te soy sincera... Se dio así y la verdad que por más mal que me sienta de estar en la cama con mi hijo, cuando lo hacemos lo disfruto. Denunciame, matáme, dame una patada en el orto y mandáme a la calle, esto es lo que es...
Se quedó helado mirándome, quedó con la boca abierta y se lo notaba temblar. Yo por una vergüenza verdadera, no podía confesarlo mirándolo a los ojos directamente. Sólo lo miraba de a momentos. Continué.
- Gustavo, yo te amo y no hay nada más en el mundo que quiera que vuelvas a casa y en ese momento exacto estamos, o estábamos hasta que te enteraste de esto. No estoy feliz como madre con lo que hago, pero sí como mujer que en este tiempo necesito un hombre al lado en forma permanente. Depende de vos ahora el futuro de nuestra familia y el mío en particular...
- Calláte –me interrumpió con seriedad y gesto adusto-. Esto es un baldazo de agua fría, una completa sorpresa. No sé qué decir. Lo cierto es que no me siento traicionado, como te decía recién. Pero bueno, es... no sé... que quilombo... Y Sofía sabe de esto?
- No, nada de nada por suerte.
- ¿Y qué pensar hacer?
- No sé amor –le contesté con los ojos lagrimosos-, la verdad que no sé. Si volvés a casa hablamos los tres y tratamos de dejar todo como estaba hasta que nos separamos. O seguimos los tres, como prefieras. Yo no quiero ni perder a Pablo como hijo, ni como amante, ni a vos como marido porque te amo. Pero lo que vivo con Pablo me gusta mucho. La decisión depende de vos, incluso la de mandarme presa...
- Basta, calláte un minuto por favor. Mirá sigamos como estamos un par de semanas. Dejáme pensar que es todo esto y tomar una decisión. Olvidáte de denuncias y toda esa mierda. Quiero pensar si voy o no compartir a mi esposa con mi hijo. Pero me preocupa Sofía, mucho...
- Por ella no te enloquezcas, no sabe nada y está haciendo su vida como siempre. Te pido que no la sumemos a ella a este quilombo...
- Obvio que no, amor, por más que te guste coger con tu hijo, no le podemos joder la vida a ella, porque seamos sinceros, sabemos que todo esto es una mierda.
- Lo sé amor, pero vos decidís: si querés corto todo con Pablo y seguimos sólo vos y yo. Sino, seguimos los tres. O también podés irte haciendo todo el escándalo del mundo que vas a tener razón.
- No Jóse, no. Ningún escándalo, pero te digo que quiero pensar bien por unos días, todo esto es muy fuerte. Por ahora sigamos cogiendo nosotros, saliendo a pasear los dos, a comer afuera como venimos haciendo, dame unas semanas y vemos. Vos seguí tal cual hasta ahora si querés. Ya veremos que haremos.
Nos levantamos del suelo y nos sentamos a tomar un café en la sala. Había un silencio dominando el ambiente, espeso pero de ninguna manera había enojo, ira u odio en su preferencia por callar. Me miraba incrédulo, pero me sonreía por momentos con una luz en ojos que indicaba que algo en él había hecho un clic.
Estaba luchando contra su rigidez cultural. Sabía que había algo malo en todo esto pero quería indagar, conocer, opinar, experimentar. Así, de buenas a primeras, dejó su pocillo en la mesa y se me acercó, alzándome a upa y llevándome a su dormitorio.
Mi tristeza era real, sabía que mis relaciones con Pablo no estaban bien. Pero para qué negarlo: me gustaba como estaban sucediendo las cosas. Ya me había quemado pero no sacaría las manos del fuego. Pero la tristeza venía acompañada por mayores dosis de felicidad por saber que lo que venía deseando en los últimos meses podría concretarse muy pronto: mi esposo de vuelta en casa, mis dos machos juntos, los hombres a los que amo, estarían sólo para mí.
Gracias y besos a todos. Josefina.
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