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Acabo de cumplir 42 años de edad y dos de separada. Tengo dos hijos, Pablo, de 20, y Sofía de 16. Con Gustavo, mi ex marido, nos conocimos en la secundaria y nos pusimos de novios en cuarto año. Ya egresados y con 20 años nos casamos muy enamorados, y así nos mantuvimos hasta hace tres años cuando, por problemas económicos que hasta entonces nunca habíamos tenido, la relación se desgastó y decidimos alejarnos, sin dejar de querernos ni estimarnos tanto como el primer día. Es más, en los últimos meses cada tanto tenemos encuentros sexuales en los que la paso (y pasamos) 10 puntos. Lamentablemente, al menos por ahora, quien sabe más adelante, no es el momento de volver a estar juntos, aunque lo hemos charlado varias veces y la idea nos gusta a los dos, y supongo que a nuestros hijos también... bueno, al menos a Pablo hoy creo que no. ¿Por qué? Paso a explicar.
Sin peleas fuertes de por medio, con Gustavo acordamos separarnos. De inmediato dejamos de tener una relación fluida, salvo por lo concerniente a nuestros hijos y lo que tiene que ver con los apremios económicos. Al principio, con él nunca nos juntamos a tomar un café por ahí, ni nos encontramos en casa para cenar o almorzar la familia toda. Desde el comienzo de nuestra separación, preferimos hacer las cosas así porque supusimos que sería más sencillo sobrellevarla.
Solo ocho meses después de separada, me animé a salir con un compañero de trabajo. Pintón, buen tipo, alegre, Federico me terminó convenciendo para que un sábado en la noche fuéramos a tomar algo primero, al cine después y a cenar por último. O mejor dicho, anteúltimo, porque para cerrar la velada terminamos cogiendo en cada rincón de su departamento. Ni el lavadero se salvó de nuestros polvos. La pase muy bien, para qué negarlo. Pero ni por asomo fue una noche comparable a las que pasaba con Gustavo. No tengo queja alguna de Federico, pero mi ex sí que me cogía como los dioses. No le faltaba ni imaginación ni potencia. Para él, cinco, seis o siete polvos en cada culeada eran como si nada. Era evidente, también en el sexo lo extrañaba, pero habíamos tomado una decisión que, por dura que fuese, debíamos respetar al menos hasta cuando ambos sintiéramos que era nuestro momento.
Cuando Pablo me vio volver a casa el domingo al mediodía, no lo tomó a bien. Aunque no hizo escándalo, su mala cara y actitud hacían evidentes que no estaba de acuerdo con mi salida, sobre todo porque en esos momentos él tenía la esperanza que de que sus padres volvieran a estar juntos. Como su postura parecía inamovible, unos días después decidí hablar con él. Entendió a medias, pero creo que más para dejarme conforme que por convencimiento propio. Y entonces cedí yo: no saldría con nadie más hasta ver que pasaría definitivamente con Gustavo. Estuvo de acuerdo y nuestra relación volvió a su cauce normal, al menos era lo que creía yo...
Soy una mujer de buen cuerpo. Sin ser una diosa, tengo muy en claro que sí soy linda, incluso de cara. Morocha, de piel clara, lomo mantenido a base de una dieta saludable y ejercicios en el gimnasio, al que vamos con Sofía dos a tres veces por semana, en la calle no dejo de sacar miradas de hombres cuyas edades van de los 15 a 50 años. Además me gusta vestir bien, sin que por esto se entienda vestir con ropa de marca. No. Sólo bien, con ropa de moda acorde a mi edad, colores vivos, moldes que acentúen mis virtudes y escondan o hagan parecer mejores aquellas características que no me gustan, como por ejemplo mis tetas, que no son enormes sino más bien chicas: miden 85. Además soy una mina muy caliente. Necesito sexo. Lo amo. Me enloquece. Me da vida. Me rejuvenece. Con Gustavo siempre lo tenía, a cualquier hora del día y donde fuera. No sé cómo aguante esos ocho meses hasta abrirme de piernas con Federico. Creo que fue más bien la depresión post separación lo que disimuló la necesidad de las hormonas.
A partir de que hablé con Pablo, lo noté cambiado. Los primeros meses pensé que era puro entusiasmo de parte de un chico esperanzado por saber que su madre se reservaba sólo para su padre. Muy cariñoso, compañero, buena onda, atento, seductor... ¿Seductor? Un día mientras estaba en la cama mirando tele pero en realidad pensaba en el cambió positivo de mi hijo, se me cruzó por la cabeza ese adjetivo calificativo: seductor. A partir de entonces me inquieté y decidí prestar más atención en sus actitudes y ver si estaba o no en lo cierto. Entonces caí en la cuenta de ciertas “nuevas cosas” en él: andaba en bóxer muy a menudo, y mil veces me abrazaba cuando sólo estaba vestido con ellos. Al terminar de ducharse salía del baño con la toalla atada en la cintura y siempre pasaba por delante mío, así estuviese en la cocina. Sólo se cuidaba de hacerlo si Sofía estaba en casa. Piropos del tipo “que linda estás mami”, “epa que pollerita te pusiste, que buenas piernas”, “si fueras la mamá de un amigo, ay Dios lo que no haría”... Si, era obvio, me estaba seduciendo y yo tardé meses en darme cuenta. Y pensar que creía que su rol de “buen nene de mamá” era por su felicidad de verme posiblemente de nuevo junto a su papá.
Ya hacía tres meses que me había visto con Federico. Necesitaba acción y sólo me satisfacía masturbándome en cualquier lugar de la casa a cualquier hora, siempre que los chicos no estuvieran. Sólo en la ducha o en mi habitación a la noche, lo hacía aunque ellos se encontraran. Y de la indignación que tuve en un principio por verlo así a Pablo (nunca me animé por pudor a recriminarle nada) fui pasando a sentir cierta mezcla de indiferencia y curiosidad. Indiferencia no es la palabra. Definitivamente no. Sería más acorde decir “necesidad”. Que luego se transformaría en alegría, ansiedad y vicio. Una noche, estando yo en la cama y luego de que mis hijos se hayan despedido de mí para irse a dormir, me sorprendí masturbándome pensando primero en mi ex. En el ratoneo que pasaba como una película por mi mente, yo disfrutaba a pleno me mojaba, acariciaba mis pechos, mi clítoris, el agujero de mi culo, me chupaba los dedos con mis jugos y pensaba en Gustavo, hasta que de repente Gustavo no era más Gustavo, se iba transformando en Pablo, así como una esfumatura, el efecto del cine, la imagen de Pablo iba cobrando nitidez hasta representarse completa, vívida. Me besaba, me chupaba, me tocaba y me metía sus dedos y su pene. Lo chupaba, lo besaba, lo acariciaba, le comía esa pija que sabía enorme de ver su bulto en los calzoncillos. Yo estaba en un nivel de calentura del 100 por ciento y continué hasta tener un orgasmo pleno, brutal, delirante, que coincidió con la imagen de ver a mi hijo sacar su verga de mi concha y, arrodillado en la cama, apuntarla hacia mí para que sus chorros de leche tibia cayeran en mi boca, mi cara, mis tetas y mi abdomen, al tiempo que él estallaba en gemidos de placer al límite.
Quedé con un sentimiento extraño. Me criticaba por pensar en mi hijo haciéndome el amor, pero sentía que lo había disfrutado muchísimo. Pensando encontré la respuesta del por qué, o al menos eso creía. Pablo es muy parecido físicamente y de carácter a su padre. Ambos tienen buen físico, son atléticos, les gusta hacer deporte, son idénticos de cara, gesticulan igual, hablan de forma muy parecida, son buena gente los dos, lindos, amables, cariñosos, responsables... Y pensando en que me poseían los dos me encontré tocándome de nuevo, mojada, caliente y en cuestión de segundos nomás acabé mordiendo la almohada para que Sofía y Pablo no escuchasen mi grito de placer. Temblaba, estaba agitada y transpirada. Continué pensando aunque ya más relajada y me dije. Tengo necesidad de coger. Le prometí a mi hijo que no me fijaría en otro hombre que no fuera su padre. Pero como todo queda en familia, me sacaría las ganas con Pablo. Después de todo, él no pondría reparos: si el pendejo me estaba seduciendo!!!! Evidentemente no tendría ningún problema en cogerse a la perra de su madre, a esta puta calentona que necesitaba una buena dosis de pija en las próximas 48 horas o no cumpliría su promesa.
Sofí, mi linda Sofí, se fue a la escuela como todas las mañanas. Pablo entonces se despertó y en calzoncillos y con la típica erección de quien recién se levanta, comenzó a pasearse delante de mí en la cocina mientras le preparaba el desayuno. Abrió la heladera y sacó la caja de leche y bebió del pico. Me di cuenta de que dejó caer por la comisura de sus labios, un pequeño chorro de leche que se limpió con la mano mientras me miraba sonriente. De inmediato actué, le saque el cartón de la leche y lo dejé sobre la mesada. Le puse la palma de una mano en el pecho y lo empuje hacia atrás mirándolo con cara de perra
Me agarró de una muñeca y puso su otra mano en mi nuca, me acercó bruscamente y nos fundimos en un beso de lenguas apasionado. Sus manos me recorrieron entera. Parada en una pierna, con la otra lo envolvía mientras que le metía una mano en la verga y con la otra le apretaba sus nalgas. No hablábamos. Sólo eran gemidos y acción. Me sacó la camisa del pijama y dejó mis tetas al descubierto. Con las manos y la boca se abalanzó sobre ellas mientras que yo, apoyada en el borde de la mesada, tiraba mi cabeza y mi torso hacia atrás dominada de placer. Chupaba y manoseaba mis pechos y con la otra mano corrió mi tanga de algodón y se untó los dedos en mis jugos. Metía y sacaba dos y tres dedos y con el gordo me frotaba el clítoris. A la mierda que Pablito sabía usar sus manos. Y la lengua también: me subió a la mesada y se agachó a chuparme la concha, y acabé en un dos por tres. Se paró y al palo como estaba, me la clavó de una iniciando un bamboleo que me sacó un orgasmo atrás de otro. Mientras me la ponía, me levantó un poco del mármol y pasó un dedo por la concha que chorreaba jugos deliciosos que usó para lubricarme el culo. Clavó ese dedo de forma maravillosa. Tenía su pija en la concha y un dedo en el orto que subía, bajaba y daba vueltas. Que placer sentía. Era como con su padre. Una vorágine de placer.
Me bajó de la mesada y me obligó a chupársela agachada. Se la devoré durante varios minutos a la vez que el me tocaba las tetas y yo me metía mis dedos en la concha. Me paró, me dio vuelta y me hizo volcarme de frente sobre el mármol de la mesada, apuntándole con mi culo. Ya sabía que iba a entrar por ahí y le dije “no pierdas tiempo”. Me la clavó y comenzó a sacudir. No paraba y yo acababa una y otra vez. Seguía usando mis dedos para darme más placer aún. Hasta que dijo: “acabo” y sus contracciones se transmitieron por todo mi recto hasta cubrir cada célula de mi cuerpo. Parecía que con la eyaculación Pablo también se metía de cuerpo entero en mi orto. Como lo sentí, como lo disfruté. Que delicioso.
No hablamos. Sólo nos abrazamos y besamos. Pablo llamó al trabajo para decir que no se sentía bien y que se quedaría en casa. Teníamos cuatro horas libres hasta que Sofía viniese del colegio y las aprovechamos. Cogiendo en la ducha. En mi cama. En la suya. De nuevo en la cocina. En el comedor. En el jardín. Fue un día de sexo impresionante al mejor estilo de los que tenía y tengo con Gustavo.
Y al día de hoy casi un año después de esa primera vez con Pablo, lo seguimos haciendo en todo momento. Es mágico cuando después de coger con mi hijo voy a encontrarme con Gustavo. Mis dos machos juntos. Ojalá fuera posible al mismo tiempo. Pero ni uno ni otro aceptarían eso. Y Pablo no quiere saber nada de que su padre vuelva a casa, pero de a poco va aflojando porque sabe que ni loca dejaría de coger con él. Seguirá siendo mi amante por siempre.
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