Soy un hombre profundamente enamorado de mi esposa. Llevamos muchos años de matrimonio y cada vez que hacemos el amor, la locura es como la del primer día. Es una mujer normal, más bien baja y no tiene un físico de modelo de televisión. Eso sí. Está muy rica. Cualquiera que la vea puede dar fe de ello. Tiene una piel bronceada que parece de terciopelo y siempre está perfumada y elegante.
Yo la miro y empiezo a ratonearme. Tiene el pelo largo y negro con rizos. Sus grandes ojos café son hermosos y brillantes. Cualquiera que la conozca se dará cuenta que su rostro es bonito y además muy sugestivo. Ya me conoce, así es que cuando la tengo apretada entre mis brazos se deja acariciar por todas partes.
Una noche de verano en que estábamos con ella en casa de sus padres, en el campo, tuvimos una aventura espectacular que considero digna de contar.
Estábamos sentados en unas playeritas con los pies sobre un banquito y disfrutábamos de esa noche con una luna blanca que iluminaba como el día. Era ya más de la una de la madrugada y hacía mucho calor.
Mi mujer vestía una falda de jean muy corta y acampanada con vuelitos de puntilla. Debido a que estaba sudando, se la había subido bastante y sus piernas a la luz de la luna aparecían incitantes y muy sexys. Yo la miraba y me encantaba ver que debajo de la musculosa negra sus pechos no muy grandes pero firmes estaban como apuntando al cielo.
Me estaba calentando al verla, porque además su pelo le caía sobre los hombros de una manera casi salvaje. Estaba descalza.
Con sus pies me acariciaba mis piernas por encima del pantalón y me miraba provocativamente como invitándome a pensar en algo muy erótico.
Bajo ese cielo y al costado de aquella vieja casona solariega, la noche se presentaba muy especial. Del otro lado estaban los parrales bien frondosos pues faltaba poco para la cosecha y al final de esa especie de patio alargado descubierto, estaban los corrales de los animales.
Muy cerca de ahí había un árbol de regular tamaño, y su sombra se proyectaba sobre el suelo como un gran dibujo.
Del otro lado del corral, estaba la casa del encargado de esa finca. Un hombre sesentón que vivía con su mujer y sus hijos. El encargado trabajaba mucho durante el día así es que se iba a dormir temprano junto a toda su familia.
Las botamangas de mis jeans se habían arremangado y ya podía sentir la suavidad de los delicados pies de mi esposa que subían y bajaban en juego travieso que me ponía la sangre a mil. Como siempre, todo tiene un límite y me incorporé de la silla. Tomé a mi esposa de las manos y le dije susurrando: Quiero echarte un polvazo mi amor.
Se sonrió porque eso era lo que ella estaba esperando. Casi en el aire, apoyándose en mis pies, se empinaba y me besaba. Tenía la boca caliente y dulce y cada beso me ponía la temperatura al mango. Mi verga ya estaba dura y solamente pensaba en dónde sería mejor apoyarnos.
La llevé hasta los corrales y la senté en uno de los travesaños. Estaba descalza. Le trabé los pies en el palo de abajo y fui bajándole la bombacha que ya estaba algo húmeda. Enseguida me agaché un poco y metí mi nariz entre sus piernas para oler ese exquisito aroma que le salía de su chocha.
Mientras tanto le subía la musculosa y le acariciaba las tetas. Estábamos ya muy calientes. La tomé por la cintura sentada como estaba y la besé desesperadamente metiendo mi lengua en su boca.
Fue en ese momento cuando vi una silueta semi escondida del otro lado de los corrales, en la casa vecina. Me di cuenta enseguida que se trataba del encargado que nos miraba escondido seguramente después de levantarse a orinar o a vigilar.
Nos había descubierto ahí y seguro le excitó laescena, por lo que prefirió esconderse y espiarnos. No dije nada y me hice como que no había advertido la presencia.
Mi esposa estaba reexcitada y se movía sugestivamente sobre el travesaño donde estaba sentada, levantando y abriendo las piernas mientras me pedía que le chupase la conchita que ya estaba muy hinchada y remojada.
De inmediato metí mi lengua entre los labios de su vagina. Un suspiro de placer le salió al instante y me decía “así! así!!. Qué rico mi amor. Chupame más, dale. Meteme los dedos por favor. Haceme acabar que estoy recaliente. Ayy!! Por favor que bueno!.
De inmediato me desprendió el pantalón y sacó mi verga que parecía querer estallar. Me decía despacio “Qué rica pija mi vida. Metémela toda por favor. Solo te pido que no vayas a acabar . Quiero echarme otro polvo. Estoy como loca. Me has recalentado. Dale empujá. Haceme doler, dale, más fuerte. Ayy mi amor ¡! Que rico damela toda, toda…por favor! Partime la concha, haceme daño. qué calentura que tengo!
Mientras yo bombeaba lento pero firme la pija en las entrañas de mi esposa, miré hacia el fondo. El tipo se masturbaba entre la sombras de un nogal con una calentura de aquellas. Claro,no podía ser de otra manera, si estaba escuchando a mi bombón cómo pedía lengua y pija desesperada.
Ella se mantenía sentada sobre el palo y yo le metía la verga hasta el fondo. La dejaba quieta un momento para que mi chica sintiera el latido de la poronga en su concha.
De repente me gritó con un gemido: “Ay mi amor, estoy acabando… ayudame por favor!! Estoy acabando. Dale . Metémela más fuerte. Dale. Ayy! Que rico!! Estoy acabando dame más, quiero más. No me la saqués por favor dejala adentro. Asi, asi!
Yo no daba más. Mientras acababa afuera ayudándome con la mano, le pedí lo que más me gusta. Y desde ahí, apoyando sus pies sobre el palo, se puso en cluquillas y con su exquisito chorro de meada me orinó en la boca y en toda la cara. Una verdadera y sabrosa lluvia dorada de mi reina.
Con mi lengua sequé su concha y le limpié el agujero de la cola que estaba todo mojado. Aproveché, por qué no; para chuparle su preciosa colita y meter mi lengua en ese rico culo. Ya estaba al palo otra vez y de nuevo empecé a tirar semen. Esta vez ella me lo sacó con la lengua y se lo tragó.
Si, claro. El encargado de la finca, había ya acabado como loco del otro lado del corral bajo la penumbra del nogal.