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Categoría: Infidelidad

Cita con mi amante

Toqué a la puerta de la habitación. Desde que me subí en el ascensor y recorrí el largo pasillo, mis rodillas temblaban y mi corazón palpitaba aceleradamente en una mezcla de nerviosismo y deseo. Semana y media atrás, cuando nos reencontramos en el vestíbulo de un cine al que finalmente no entramos habíamos quedados de vernos esa misma tarde, a esa hora, en ese hotel de Polanco.

Aquel día charlamos a la puerta de la sala de cine, evocando el tiempo de nuestra pasión compartida en los años universitarios, cuando hacíamos el amor a cualquier hora, en toda posición imaginable y en cualquier lugar.

Afuera del cine, bajo una llovizna dulce nos separamos con un largo beso y con la promesa de reencontrarnos en ese hotel lujoso, que era el mismo en el que por primera vez nos acostamos juntos, anhelantes y hambrientos de saborear nuestros cuerpos juveniles e incansables.

Entonces no salimos durante todo el fin de semana maravilloso en el que únicamente parábamos de amarnos para comer o dormitar durante unas horas.

Volveríamos a hacer el amor, nos prometimos, como en aquel lejano pasado pero con la experiencia del tiempo en que no habíamos vuelto a saber uno del otro. Y no habría reclamos ni preguntas, no daríamos cabida al estéril renacimiento del dolor por aquello que nos habíamos perdido a lo largo de muchos años de ausencia.

Volví a tocar a la puerta, me alisé la falda corta y ajustada, acomodé las medias, y sentí la hinchazón húmeda de mis labios abultando mi tanga.

¿Cómo sería ahora, al cabo de tantos veranos? ¿Me asaltaría después la culpa por la infidelidad que estaba a punto de cometer? ¿Sabría su sexo como entonces, conservaría aquella adorable y adictiva combinación de almendras dulces y saladas que bebí con gula cientos de veces sin saciar mi sed del todo, atragantándome de puro placer con su firmeza?

¿Me pediría otra vez que me desnudara con lentitud ante sus ojos de fuego negro, que me acariciara el sexo y le diera luego de mis dedos, como entonces, a paladear el almíbar que ya en ese momento encendía mis labios hasta volverlos una brasa?

Mis pezones endurecidos marcaban en la blusa de seda negra la evidencia de mi anhelo, y un ligero estremecimiento me hizo recobrar la conciencia de que no llevaba sostén que contuviera la libre opulencia de mis senos.

El calor enrojecía mis mejillas desde que me duché sin impedir el impulso de masturbarme bajo el chorro de agua, de acariciar mi clítoris para atenuar el fuerte deseo que subía por mi pecho al evocarlo tendido boca arriba mientras lo cabalgaba salvajemente, mirando sus ojos profundos, abrazando con mi sexo el grosor de su verga magnífica, acoplándome a su forma de penetrarme a fondo, de chuparme y devorarme hasta el enloquecimiento, hasta alcanzar el grito de mi delirio.

Estaba decidida a darle también el delicado regalo de mi culo que él idolatraba, que él sabía lamer y degustar como los dioses abriéndome las nalgas para irrumpir en su apretada estrechez con suavidad milimétrica y hacerme estallar de ansiedad y de lujuria.

Estaba también dispuesta a lamer el suyo, como antes, enredando en mi lengua sus rizos antes de metérsela en la tersa y frutal rugosidad de su culo.

Estaba resuelta a complacerlo y sobre todo a dejarme complacer, a abandonarme sin miramientos en sus brazos, a pedirle abiertamente que me hiciera gozar como sólo él había sido capaz de hacerlo, empalándome con fiera sensualidad, abriéndome las piernas para colocar sobre sus hombros mis tobillos o tomándome desde atrás, de pie, junto a algún muro que sostuviese las manos y contuviera el rítmico embate de nuestras caderas.

Estaba excitada como hacía años no lo estaba, la calentura había crecido conforme pasaban los días del reencuentro y se había incrementado desde la noche anterior. No se había calmado después del par de ocasiones que había hecho el amor con Carlos, mi esposo desde hacía veinte años de costumbre y rutina.

La puerta de la habitación se abrió después de un minuto que me pareció una eternidad. Las cortinas estaban corridas y la semipenumbra envolvió mis aceleradas palpitaciones.

Avancé hacia la cama sin mirar tras de mi. Sobre la sábana estaba aquel vibrador plateado que los dos compramos en un viaje a Nueva York, junto a una pañoleta. En la mesa de noche, alcancé a distinguir una botella de vino tinto y dos copas. La visión, la memoria y la expectativa de aquello me arrancó un hondo suspiro.

Desnúdate muy despacio, me dijo desde atrás, sin acercarse.

Su voz era dulce y firme, como entonces. A la orilla de la cama me descalcé, me desabotoné la blusa y bajé muy despacio la cremallera de la falda. Ambas prendas se deslizaron sobre la alfombra mullida. Encima de ellas dejé caer la tanga, a esas alturas ya empapada. El aroma de mi sexo inundó la atmósfera velada.

Acuéstate, volvió a hablar.

Y lo hice con suavidad, gateé hasta llegar a la almohada y me recosté sobre la espalda, dispuesta a todo lo que nuestra pasión nos exigiera.

Toma el pañuelo y véndate los ojos, dijo con mayor firmeza.

Hice lo que me indicaba y volví a mi sitio. La oscuridad era total y plena, como mi excitación, como el color de mi pubis, como el túnel de mi deseo.

Después de unos minutos de un silencio interrumpido solamente por el sonido de nuestra respiración entrecortada y por el rápido latido de mi corazón, dijo: estás mojada. La frase era más una afirmación que una pregunta.

Y sí, lo estaba, lo comprobé al hundir un dedo en mi sexo anegado de espesa dulzura. Comencé a acariciarme sabiéndome cubierta por el calor de su mirada y separé aún más las piernas, despacio, erizada y jadeando desde el primer minuto.

Métete otro, dijo, y uno más en el culo.

Obedecí, complacida y complaciente mientras mi ardor iba en aumento. Mis caderas ondulaban para recibir entre mis muslos mis dedos cada vez más resbalosos.

Lo sentí aproximarse mientras yo me acariciaba, e hincarse sobre la cama, a un lado de mi cabeza.

Volví el rostro a ciegas para recibirlo en la boca y comencé a chupar con lenta avidez la cabeza sedosa del miembro duro y grueso que ofrecía a mi labios aquel amante extraordinario que era Carlos antes de que se hubiera convertido en mi marido, y que por esa tarde, y quizá desde aquel momento en adelante, volvería a serlo.

Y lo envolví entero con la boca, con la lengua, con el alma en celo.





Rowena Citlali
Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
  • Media: 6.16
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Comentarios


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8 comentarios. Página 1 de 2
Carlos G.
invitado-Carlos G. 14-02-2014 04:27:17

Wow! Genial!

ALala
invitado-ALala 22-10-2009 00:00:00

Me ecanto tu relato me hizo recordar momentos muy exitantes sigue escribiendo mas asi y suerte en tu vida.

juan
invitado-juan 01-12-2004 00:00:00

es la situacion ideal de vivr de una pareja que adora, es mi ideal de vida con relacion a mi pareja

alejandra
invitado-alejandra 23-11-2004 00:00:00

me gusto mucho el relato, me identifique con el, y lo voy a practicar. Para tener a mi amnte perfecto nuevamente en mis brazos.

Rosa
invitado-Rosa 10-11-2004 00:00:00

Excelente, me gusto mucho tu relato, la manera en que manejas el ecuentro, tu descripcion erotica hace sentir al lector; dejando algo para la imaginacion, te felicito.

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