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~La idea que originó esa tarde fue mía. Lo que supuestamente haríamos era completamente inútil, pero muy morboso: afeitarnos mutuamente el vello púbico. Pensé, además, que sería la ocasión perfecta para continuar con lo que, sin querer, habíamos empezado una semana antes con un beso inesperado.
Él acababa de cumplir los dieciocho años y yo ya los tenía desde hacía unos meses. Nuestra amistad había empezado en el liceo un par de años atrás. Supongo que siempre nos sentimos atraídos el uno por el otro, pero ninguno lo reconoció conscientemente hasta que las hormonas no pudieron más y se manifestaron a través de un apasionado beso después de haber visto una película. Era un sábado y yo había ido a su casa (como era usual) a pasar el rato. Generalmente veíamos alguna película, aunque también en algunas ocasiones salíamos con otros colegas. Pero a ambos nos gustaba más la onda casera, así que la mayoría de veces éramos solo los dos.
El sábado del beso no tuvo nada especial. Estábamos sentados en su cama viendo una película de acción y, al terminar, como siempre intercambiamos opiniones. De pronto nos quedamos mirando fijamente y no podría decir quién se lanzó primero. Me atrevería incluso a decir que fue algo sincronizado, que los dos deseamos en ese momento y simplemente sucedió. Por varios minutos estuvimos comiéndonos las bocas mientras nuestras lenguas luchaban incesantemente. Pero así como todo comenzó de improviso, también terminó. Nos separamos bruscamente, como despertando de un sueño agitado. Volvimos a mirarnos por unos segundos y luego, completamente sonrojados, nos pusimos de pie. Yo dije que me tenía que ir. Nos despedimos secamente.
Esa noche no pude dormir (después supe que a él le pasó lo mismo). Miles de ideas pasaban por mi mente, no sabía cómo organizar todo coherentemente. Después de muchas vueltas reconocí que siempre me había atraído, solo que había mantenido sublimado el sentimiento. Supuse que a él le pasaba lo mismo. No quise enredarme con lo que pasaría en el futuro, así que lo único que concluí fue que podíamos, en adelante, pasarla muy bien juntos, más de lo que ya hacíamos. Me di cuenta que mientras pensaba en todo lo que podríamos experimentar se me había puesto como una piedra. Empecé entonces a hacerme una paja en su honor. Me obsesioné con imaginar cómo sería su polla. Lo único que sabía era que no la tenía circuncidada (alguna vez había salido indirectamente el tema en una conversación), con lo cual teníamos otro punto en común. Imaginé que sería armoniosa con su bonito cuerpo de un metro ochenta, bien cuidado por el deporte. Pero no podía quedarme solo en suposiciones, ¡tenía que averiguarlo! Me corrí con la imagen de su bello rostro adornado con algunas pecas, sus ojos pardos y su pelo castaño claro.
Como lo conocía bien, supe de inmediato que tenía que ser yo el que tomara la iniciativa. Así que, un par de días después, fui a buscarlo a su casa con la excusa de pedirle unos apuntes. Lo noté un poco incómodo con mi presencia, pero no sentí que me rechazara. Subimos a su habitación y apenas traspasamos el umbral, cerré la puerta y le puse pestillo. Me quedó mirando sorprendido. No le di tiempo a decir nada, pues me lancé y le planté un beso en la boca. Al principio no reaccionó, pero unos segundos después respondió con la misma pasión que la vez anterior. Aproveché que estábamos de pie para acariciarle sus duras nalgas por encima del pantalón. Él, por su parte, me acariciaba la espalda. Muy a mi pesar dejé el beso, pero tenía que hablarle. Puse mi boca al lado de su oído y le dije:
-Sabes que los dos queremos esto más que nada.
-Sí, sí, lo sé, pero… -él también hablaba entre susurros. Su madre estaba en casa, así que debíamos ser precavidos.
-Pero qué, ¿no te gusta lo que estamos haciendo?
-No, no, claro que me gusta, pero yo no soy…
-Yo no sé qué seas ni qué sea yo, pero eso no importa. Pasémlosla bien ahora que podemos y después nos devoramos el seso con otras cosas.
-Tienes razón.
Le di un beso en el lóbulo de la oreja y después volvimos por unos segundos a nuestras bocas. Lamentablemente no podíamos hacer mucho más, pues, como dije, su madre estaba en casa y en cualquier momento tocaría la puerta para ofrecernos algo de comer y beber.
-Tenemos que seguir, no sabes las ganas que tengo –le volví a susurrar. Y en ese momento, no sé por qué, se me vino a la mente la morbosa idea de afeitarnos mutuamente allí abajo-. ¿Te afeitas el vello púbico?
-¿Qué? –lo había sorprendido- ¿Por qué?
-Es que se me ha ocurrido una cosa como para comenzar a divertirnos.
-No, no me lo corto. ¿Qué se te ha ocurrido?
-Ven el viernes en la tarde a mi casa, mis padres no estarán, y lo verás.
Estuve tentado a pedirle que me enseñara la polla aunque sea por unos segundos, me mataba la curiosidad. Sin embargo, pensé en el futuro y decidí guardar todas las emociones fuertes para el viernes. Los días sucesivos todas las pajas que me hice fueron en su honor. Siempre terminaba corriéndome con la imagen de su hermoso rostro. Finalmente, entre ansiedades y muchas pajas llegó el día esperado.
A las cuatro en punto llegó. Yo había preparado todo: toallas, gel de afeitar, rasuradoras. Lo invité a que pasar a mi habitación y allí le conté mi plan. Al principio le pareció una broma, pero después pareció comprender, aunque le pareciera algo bizarro, el morbo de la situación. Le dije que fuera a mi baño y que se desnudara allí mientras terminaba de acomodar todo (me excitaba mucho la idea de verlo salir desnudo). Por mi parte también me quité la ropa y quedé solo con el boxer. Puse una toalla sobre la cama y otra en el suelo. Mi plan era arrodillarme para empezar a hacer el “trabajo” y él podría estar de pie o sentado, como quisiera.
Un par de minutos después, salió. Mi corazón dio un vuelco. Lo primero que vi fue su rostro sonrojado, pero rápidamente bajé la vista a lo que había estado imaginanado días atrás: su polla. Larga, no muy gruesa, con el glande completamente cubierto, un poco más oscura que el resto de su piel. La rodeaba una abundante mata de vello castaño. Sus bolas, también peludas, colgaban compactas dando una imagen completa que casi me hace correr antes de empezar.
-¿Y tú por qué no te has quitado todo? –me preguntó.
La verdad es que mi cuerpo nunca me ha enorgullecido mucho. Frente a él, me sentía poca cosa. Y ahora más que había visto su verga, considerablemente más grande que la mía. Pero no quise cortar el morbo del momento, así que me puse de pie y me quité el boxer. Sentí todo mi cuerpo arder de vergüenza y sentí miedo de disgustarle. Pero felizmente no fue así, pues, para mi sorpresa, se me acercó, me plantó un beso a la vez que cogió mi verga ya enhiesta desde antes que saliera del baño.
-Empezemos –le dije tras separarnos después de casi un minuto de beso y tocamientos (él juagaba con mi polla y mis bolas y yo me deleitaba con su culo).
Cuando nos separamos pude apreciar su polla ya totalmente ercecta. Casi me corro. Debía tener cerca de 18 cms, un poco curvada hacia arriba. El glande asomaba un poco. Pude notar una gota de precum en su meato, así que estiré un dedo, la cogí y me la llevé a la boca. Los dos sonreímos pícaramente. Él prefirió quedarse de pie mientras yo lo afeitaba.
Cogí un poco de gel de afeitar y empecé a untárselo, pero no pude seguir. Su verga dura y babeante y el olor de su zona genital me encedieron tanto que casi en un acto reflejo me metí su mástil en la boca. Él no se lo esperaba, soltó un gemido apenas empecé a pasar mi lengua por la punta de su virilidad. Nunca se la había chupado a nadie, pero sí había visto mucho porno y alguna idea tenía. Sabía, además, que tenía que tener cuidado con los dientes. Lo bueno era que a él nunca se la habían chupado, así que mi inexperencia se compensaba con la suya. Y no debí haberlo hecho muy mal, pues sus gemidos empezaron a ser más fuertes. Sentí mi verga completamente húmeda por todo el precum, pero no quería tocarla, pues era tanta mi excitación que el menor roce me haría eyacular.
-Me… me voy… a correr –dijo entre gemidos.
Lejos de dejar mi labor, aumenté el ritmo y en pocos segundos una sustancia algo amarga, aunque no desagradable, inundó mi boca. Me tragué todo lo que sus múltiples trallazos me dieron. Cuando me la saqué de la boca di un lenguetazo final para terminar de limpiarla. Me puse de pie y nos empezamos a besar despacio. Él volvió a coger mi polla y apenas bastaron un par de movimientos para llevarme al orgasmo. Retuvo en su mano todo lo que pudo de mi esperma. Luego me la puso en la boca y yo lamí con fruición mi propia esencia (más me gustó el sabor de la suya).
Nos tumbamos abrazados a la cama. Él me acariciaba la mejilla y yo jugaba con su pelo. Nuestras sonrisas no podían ser más grandes.
-Gracias –me dijo.
-Nada de gracias, si recién empezamos. Hay todavía mucho por experimentar.
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