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Era de noche y estábamos en medio de ninguna parte. Javier y yo habíamos acabado allí dando vueltas con el coche, por puro aburrimiento. No teníamos nada que hacer, y eso era maravilloso. Llevaba unos días sufriendo un estrés tan terrible que apenas si podía comer.
Él era mi rayo de sol, mi amigo de la infancia. No tenía nada que ver conmigo, pero me cuidaba como si fuera suya. Sus tonterías tenían la virtud de ponerme de buen humor. A veces salíamos de escapada por ahí para olvidar un rato nuestros problemas.
Y allí estábamos, en el asiento de atrás, quejándonos de lo mierda que era la vida pasada la medianoche, bajo un cielo negro.
Sabes esas veces que miras a alguien a quien quieres muchísimo y de repente te das cuenta de lo mucho que ha cambiado desde la última vez que lo miraste de verdad? Que más que parecerse al niño con el que jugabas en la primaria, ahora parece uno de esos dioses griegos esculpidos que aparecen en los libros de texto…
Me preguntaba cómo lo trataban tan mal. Era dulce y cariñoso, tenía un cuerpo maravilloso y unos ojos increíbles. Mi “mejor amiga” era un tío, uno por el que muchas hubieran vendido su alma para tenerlo una sola noche. Y a veces, también me preguntaba por qué coño seguía con alguien tan imbécil como Damián, y como nunca me fijé en él, que siempre había bebido los vientos por mí.
La conclusión, que éramos dos idiotas. Mi futuro marido me gritaba por deporte y su novia lo ignoraba. Y así estaba todo, día tras día. Y nos íbamos como dos buenos idiotas a dar vueltas con el coche y una bolsa de patatas fritas.
Yo me desahogué a gusto, maldije como una posesa porque Damián había insultado a Tony, mi locaza favorita, hasta el punto de que ya no quería ni hablarme, y Javier puso los ojos en blanco ante mi santa cólera.
Me abrazó, me despeinó y resopló fuerte. No quedaban muchos más paseos así. La fecha se acercaba. Me caso. Y realmente no sé si quiero, porque las cosas con Damián no van bien del todo. Fijamos la fecha el año pasado y ahora que casi me la veo encima, no me acaba de entusiasmar. Es celoso a rabiar y a Javier lo tiene cruzado de siempre.
No sé qué me pasó por la cabeza. Le besé sin avisar, y bajé una mano, rozando apenas sobre su bragueta con la yema de los dedos. Tela suave, calor y un bulto.
Él cogió aire con fuerza y sus brazos se cerraron como un grillete en torno a mi cintura.
No dijo “Qué haces?”
No dijo “Te casas el mes que viene”
Me zampó una mano en el trasero y se acercó a morderme la oreja.
-Lucía, ponerle la mano ahí a un tío que lleva dos meses sin follar es ser mala persona… -me dijo, estrujándome contra él- Y aquí solos, donde no nos ve nadie…
Se le notaba que tenía ganas de comerme.
Y yo me moría de ganas de jugar con él, y olvidarme de la cara de Damián un rato.
Presioné la mano con fuerza, arrancándole un suspiro. El bulto creció, abarcando un área más que satisfactoria.
Javier es un buen chico por más desatendido que lo tenga su novia, pero yo soy su amiga especial. Y cuando bajé hasta rozar su miembro a través de la tela con la punta de mi nariz, simplemente enredó la mano en mi pelo y se dejó hacer.
Me dejó bajarle los pantalones sin ofrecer ninguna resistencia, y se irguió ante mí en toda su gloria. Con el tamaño que gasta, alucino solo con pensar que una mujer pueda ignorarlo. De verdad que María es estúpida.
Me humedecí los labios y lo deslicé suavemente contra mi lengua. Se sintió bien volver a hacer eso, para variar. Él me miraba con adoración absoluta, acompañando mi cadencia con las caderas.
Mi short estaba completamente húmedo, y me lo quité de un tirón junto con las braguitas de mariposas, sin dejar de lamer su magnífica hombría. Le siguió el top, y una exclamación de regocijo de Javier al comprobar que no llevaba sostén.
Dos dedos entraron en mí sin avisar, y en un segundo, la ventanilla trasera había dado paso al techo del coche. Me tumbó boca arriba sin esfuerzo, y se me echó en lo alto.
Cubriéndome de besos, bajó por mi garganta hasta mi ombligo, y de mi ombligo hasta el charco que tenía entre las piernas. Empezó a lamerme toda mientras sus dedos entraban y salían, y yo me tapé la boca con ambas manos, intentando no gritar. Era realmente bueno.
Me corrí enseguida, pero no se detuvo. No pude sofocar un pequeño chillido al llegar al segundo, casi de inmediato.
El asiento quedó completamente empapado, y Javier, duro como una piedra, entró sin problema. Nos besamos entre jadeos, llegando hasta el fondo. Sus dos manos apretaban con fuerza mi trasero, y yo me aferraba a su cuello, mordiendo a gusto.
Algo en mi interior no paraba de subir. Cada vez que me corría, me costaba menos llegar al siguiente. Javier embestía con fuerza y cada vez más rápido, cada uno de mis orgasmos le arrancaba un gemido. A mí, el gritar había dejado de importarme hacía tres o cuatro, y la madre de todas las corridas amenazaba con desatarse.
Y vaya si se desató. La sacudida fue monstruosa y él se vino conmigo, maldiciendo y riéndose, a la par que se derramaba dentro de mí.
-En serio, Lucía, que le den por culo a tu marido. –dijo, intentando recobrar el aliento-
Yo le sonreí.
-Y qué pasa con María? –pregunté-
-A María también. Que le den a todo el mundo. No te cases, vámonos tú y yo, donde sea.
Me abrazó. Me perdí en sus devastadores ojos azules. Pensé que tal vez, la vida es demasiado corta para atarte a gente que no te quiere y no te cuida, que quizá dejarlo todo atrás y perseguir la felicidad sin miedo vale la pena mucho más que esperar a que todo cambie sin hacer nada.
Me acurruqué contra él, pensando en que Damián ya habría notado que no había llegado a casa y se estaría poniendo furioso, sorprendida por lo poco que me importaba.
Estiré la mano, y dibujé un corte de mangas en el vaho que empañaba la ventanilla sobre mi cabeza.
-Que le den a Damián. Estoy harta de él y de sus gritos. Vámonos.
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