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Mi amo Oscar me llevaba a orgías de vez en cuando. Algunas de ellas eran de temática satánica y se celebraban en bosques. Las llamaban aquelarres, por supuesto, aunque aquello parecía mas bien un fetiche y no algún tipo de ritual real.
Una tarde previa a la noche de Halloween, Oscar llego a casa con un regalo para mi. Era un portaligas, unas medias de rejilla negras y unos zapatos puntiagudos de tacón con una gran hebilla, todo ello de color negro. También había un corsé negro que tenía bordados y blondas de color granate. Me lo dio y me dijo que me preparara porque esa noche íbamos a ir a un aquelarre pero no iba a ser como los demás. Iba a asistir un invitado muy importante y especial y yo, iba a ser la protagonista de la celebración.
Me preparé con dedicación, como Oscar siempre exigía y merecía. Me di un largo baño con espuma y sales de baño. Al salir unté todo mi cuerpo con leche de coco. Preparé una lavativa y me limpié por dentro. Cogí un poco de lubricante, lo apliqué en la entrada de mi trasero y jugueteé un poco con mis dedos hasta dilatar mi cavidad anal e introduje un plug metálico. Me encantaba ese plug. El frío y pesado acero en mi interior era una sensación magnifica y el generoso brillante tallado en el tirador me hacía lucir lujosa y elegante. Para terminar, me perfumé y me puse la lencería y los zapatos que Oscar había traído. Era un conjunto muy bello que me hacia verme hermosa y los zapatos, tenían un tacón tan alto que mis nalgas lucían prietas y mis piernas firmes. Pregunté a Oscar que vestido deseaba que me pusiera y cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que no iba a llevar ninguno. Me ordenó que tan solo me pusiera mi abrigo largo de piel de zorro. Nunca lo habíamos hecho así, pero me excitaba muchísimo la idea de ir tan solo en ropa interior bajo el abrigo.
Llego la hora y nos dirigimos al lugar del evento. Después de aparcar el coche y andar un rato sobre un denso y oscuro bosque, llegamos a un claro donde había una casa abandonada junto con lo que parecía ser el jardín de dicha casa. En él habría como una treintena de personas.
Llegamos y observé el lugar. La casa tenía un aspecto muy siniestro debido a su abandono. En aquel jardín donde estábamos congregados, habían varios bancos de piedra que parecían haber corrido la misma suerte que la casa. Habían esculturas de hermosas mujeres talladas en mármol que se veían claramente deterioradas por el paso del tiempo. En el centro del jardín había una fuente circular con el fondo plano, como en forma de plato. Distribuidas a su alrededor habían seis bellísimas estatuas que representaban sirenas recostadas de lado en el suelo y sostenían la fuente sobre sus hombros. Algunas tenían la cola rota. Otras tenían grietas en la cara o desconchones en diferentes partes del cuerpo y el musgo se había apoderado de ellas. A mi que siempre me han fascinado los lugares abandonados, era un enclave de ensueño para mi. La gran belleza de la solitud y de lo olvidado. La ausencia del agua que una vez discurrió por aquella fuente. La decadencia de lo que un día fue esplendor.
Enfrascada en mis divagaciones de pronto una de las invitadas se me acercó y me ofreció una bebida. Olí el vaso y me pareció que era absenta pero al dar un trago me di cuenta que era algo que nunca antes había probado pero sabia muy bien. En un momento Oscar tiró de mi mano llevándome hasta una mujer, la cual me presentó. Su nombre era Lidia y era muy hermosa. Su pelo era largo y negro como la noche y sus expresivos y enormes ojos parecían dos agujeros negros que lo iban a devorar todo. Llevaba un vestido negro, muy sobrio y extremadamente ceñido que marcaba todas y cada una de sus virtudes. Unas caderas muy pronunciadas, un trasero generoso y unos grandes pechos perfectamente redondos. Era la personificación de la femineidad, la sensualidad y el deseo. Una Venus perfecta. Por un instante, sentí pura envidia de ella. Tras un breve momento de charla informal, me dijo que ella iba a ser la madrina de la ceremonia y que tenía que irse un momento a ultimar unos detalles. Antes de marcharse me preguntó si me había gustado la bebida a lo que respondí que si. Me dijo que la había preparado ella misma con belladona, un tipo de planta que crecía en esa zona y que pronto me haría efecto y se marchó.
Conforme pasaban los minutos no se por que, empecé a impacientarme y sentirme algo nerviosa. Por suerte Oscar me agarraba de la cintura mientras charlábamos con los invitados y eso me confortaba. En ese momento Lidia parecía terminar de hablar con uno de los invitados y se dirigió a nosotros para decirnos que el ritual iba a empezar. Oscar me agarro de nuevo, esta vez de mis mejillas y mirándome fijamente a los ojos me dijo que no temiera nada y que me dejara llevar. Sus palabras y el hecho de que estuviese allí me tranquilizaron y decidí hacerle caso.
Lidia anunció a todos los presentes el inicio de la ceremonia. Los invitados se pusieron a nuestro alrededor formando un circulo. Lidia me tomó de la mano y me llevo al centro de aquel claro. Desabrochó mi abrigo y me despojó de él deslizándolo por mi cuerpo hasta caer en el suelo. Empezó a andar en círculos alrededor de mí y a tocar una campana. Todos miraron hacia el interior del bosque con expectación. Intrigada, lo hice yo también. El sonido de aquella campana empezó a martillear mi cabeza despertando en mí una sensación extraña. Mi corazón se acompasaba con aquel tintineo y todo mi interior resonaba en armonía. De pronto, mi corazón dio un vuelco y empezó a latir a toda prisa cuando lo vi aparecer de la nada. Era algo como nada que hubiera visto nunca ni como nada que hubiera podido leer en los libros mas fantásticos. Una criatura mitad hombre, mitad macho cabrío. Tenía unos majestuosos cuernos largos y gruesos que caían de su cabeza, una preciosa melena larga y ondulada, unos ojos enormes e inexpresivos y una piel de color escarlata.
Con gran admiración, Lidia le dio la bienvenida colmándolo de halagos dejando claro cuan ilustre era y a continuación le invitó a que se acercara. Aquella criatura comenzó a acercarse mostrando su cuerpo en todo su esplendor. Era muy alto y corpulento. Tenía unas piernas preciosas, en especial sus musculosos y marcados muslos que a su vez, eran un hermoso pedestal en el que se erigía una verga descomunal. Era una atrocidad de la naturaleza y aún así, me parecía la bestia mas hermosa que hubiera visto jamas. Sentí un miedo implacable pero a la vez una excitación y un deseo irrefrenables.
Aquel ser avanzaba hacia nosotras con paso lento y firme. Sus pisadas sonaban huecas en la tierra mojada pero retumbaban dentro de mi cabeza. Se colocó frente a mi y sujetando mi cara empezó a besarme. Su lengua fría hizo que se me erizara la piel. Notaba como su abundante saliva entraba en mi boca mezclándose con la mía sellando así el inicio de aquel ritual.
Cuando terminó de besarme, Lidia rodeó mi cuello con su brazo invitándome a arrodillarnos ante él y la seguí. A sus pies y ante su enorme miembro, guiada aún por los gestos de Lidia, empezamos a lamer aquella gruesa tranca. Su tacto rugoso cosquilleaba mi paladar. Podía notar la sangre borboteando cuando mi lengua pasaba por sus hinchadas venas. Aquel enorme falo entraba con dificultad en mi boca, llenando por completo mi garganta como mi deseo se llenaba de placer y salía empapado de mi saliva y su liquido preseminal. Aquel fluido de sabor dulce y acre parecía hechizarme y me hacia estremecer. Como una gata en celo ronroneando de deseo.
Después de aquella perversa felación, Lidia me dijo que subiéramos a la fuente. Una vez arriba, me ordenó que me pusiera a cuatro patas, juntara mis piernas y reposara mi cabeza sobre el fondo. Obedecí. La piedra estaba fría como fría era aquella noche pero mi cuerpo ardía como si estuviese en llamas. Ella subió conmigo y se arrodilló a mi lado y empezó a acariciar mis nalgas. Las masajeaba, las bamboleaba y las exprimía como una naranja. Retiró mi plug y lo lamió, saboreando mis jugos anales. Entonces empezó a lamer mi trasero con fruición mientras sus orondos pechos rozaban mi piel. Dejaba grandes cantidades de saliva que se apresuraba a deslizar por mi interior, primero con su lengua y luego con sus dedos. Mis paredes interiores estaban tan mojadas que pronto hasta cuatro de sus dedos se escurrieron dentro de mi agujero mientras yo gemía de placer. Tras lubricar abundantemente mi ano, Lidia se dispuso a anunciar con gran júbilo a todos los presentes que la cópula iba a empezar. En ese momento un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. El deseo crecía en mi interior a una velocidad vertiginosa y la ansiedad me desbordaba por completo. Entonces todo ocurrió muy rápido…
Aquella criatura agarró firmemente mi cintura con sus ásperas manos. Lidia separó mis nalgas abriendo de par en par mi puerta trasera. Y en ese instante, con la luz de la luna llena iluminando mi pálida piel, aquel macho cabrío me penetró con violencia. Tras soltar un grito de dolor que dejó mudas a las criaturas que habitaban aquel bosque, empezó a montarme con ímpetu.
Su enorme verga me desgarraba el alma al entrar y me hacía estallar de puro éxtasis al salir. Los gritos de dolor se tornaron en gemidos a medida que su verga iba llenando mis entrañas empujándome a un abismo de placer hasta que mis abundantes gemidos se convirtieron en llanto. Con cada embestida, lágrimas de felicidad se deslizaban por mi cara haciéndome sentir dichosa.
En mitad de aquella cópula bestial Lidia se sentó delante mío y, echándose hacia atrás, empezó a masturbarse usando el mango de la campana. Entonces apoyé mis manos sobre sus hermosos y generosos muslos, abrí sus piernas por completo descubriendo su bello sexo en todo su esplendor y empecé a lamerlo. Deslizaba mi lengua de arriba a abajo por sus hinchados labios verticales mientras su campana se perdía en su interior. Su clítoris, lucía brillante como la mas valiosa de las perlas y parecía a punto de estallar. Empecé a lamerlo, dibujando círculos con mi lengua, palmeándolo, jugueteando con él, Succionándolo y saboreándolo sin pausa. Empujada por aquel gran macho que taladraba mi trasero sin cesar y el delicioso sexo de Lidia en mis labios me sumí en un frenesí que terminó por colmar a Lidia de varios orgasmos. El macho, sin dejar de bombear mi trasero, me agarró del pelo y restregó mi cara por el charco de abundante flujo que había dejado Lidia. Entonces me apresuré a lamer y saborear aquel meloso néctar que sabía a juventud y a femineidad. Extasiada por el sabor de flujo en mi boca y su embriagador perfume, las embestidas que daba aquella bestia en celo empezaron a ser cada vez mas rápidas. Y supe que el momento se acercaba.
Sus gruñidos empezaron a oírse cada vez mas altos y mas roncos. Sentía sus grandes testículos cada vez mas pesados e hinchados cada vez que golpeaban contra mis muslos. De pronto aquella bestia paró en seco y sin pensar, bajo su hechizo de lujuria y de los placeres mas bajos, me di la vuelta, me abracé a Lidia y arrodilladas ante él, su erecta polla empezó a escupir grandes cantidades de semen. Chorros y mas chorros de aquel espeso semen de color marfil caían sobre nuestros cuerpos en un bautismo macabro. Como broche final, Lidia y yo empezamos a revolcarnos sobre aquel charco de semen dentro de aquella fuente. Nuestros cuerpos resbaladizos se acariciaban mutuamente mientras nos bañábamos en el pecado. Nos tocábamos, nos restregábamos, nos magreábamos con desesperación por cubrir todos y cada uno de los poros de nuestra piel. Nos lamíamos la una a la otra y jugueteábamos con aquel esperma hasta que nos fundimos en un beso para degustar juntas aquel denso fluido dulce como la miel pero a la vez, ácido como la uva y amargo el aguardiente. La esencia pura de la depravación y las fantasías mas retorcidas.
Ahora que había finalizado el ritual, Lidia anunció que la fiesta podía empezar. Y con la silueta de aquel íncubo desvaneciéndose entre la neblina del bosque, empezó una orgía que duraría toda la noche.
La tarde del día siguiente desperté en casa. Baje al salón en busca de Oscar que estaba tumbado en el sofá viendo la televisión. Parecía impasible, como si no hubiera ocurrido nada. Le besé y me acurruqué junto a él. Todavía hoy me pregunto si lo que viví aquella noche fue real.
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