Somos un matrimonio de 27 y 25 años, yo me llamo Celia y mi marido José. Somos bastante atractivos. El es alto y delgado, poco vello en el cuerpo, un culito que me enamora y una polla que sin pasar de los 16cm, se endurece con facilidad y me trabaja el coño de maravilla. Yo soy un poco más bajita que él, con muchas curvas en el cuerpo, cintura estrecha, anchas caderas, culo salido y muy buenos pechos.
Lo que voy a contar ocurrió a la séptima u octava vez que José me daba por el culo, práctica que a él le gusta mucho. La primera vez que me lo hizo fue muy doloroso, la segunda también aunque menos, pero a la cuarta y sucesivas el placer me llenó de tal modo el cuerpo que creí morirme del gusto. Mientras me enculaba, José siempre llevaba una mano a mi coño para masturbarme pero cuando comencé a notar también placer en mi ano con la penetración, no pude dejar de pensar en lo bueno que podría ser tener, al mismo tiempo, otra polla en el coño. Había leído muchos testimonios de tríos entre dos hombres y una mujer y en todos ellos, ella afirmaba haber tenido un gusto tremendo al convertirse en un bocadillo entre los dos machos.
Tardé en hablar de ello con mi marido. Temía su reacción ya que jamás habíamos hablado de meter a otro hombre en nuestra relación sexual. Pasé muchos días, cuando follábamos por el coño o, sobre todo, por el culo, imaginándome el placer de la doble penetración. Si el dedo que en aquel momento me estaba tocando el clítoris, fuera una polla sentiría doble placer y mi orgasmo sería brutal. Sólo de pensarlo, mis corridas eran impresionantes. Ya tranquila volvía a mi mente esta idea y al final una noche, mientras José me estaba dando por el culo y su mano me masturbaba, me atreví a gritar mis pensamientos.
- ¡Que gusto, mi amor, que gusto me das... lástima que tu dedo en mi coño no sea otra polla... sentirme llena en mis dos agujeros... oooh... seguro que me moriría de placer...! - exclamé.
- ¿Sólo dos, guarra? - me sorprendió contestándome mientras no paraba de mover su mano al mismo tiempo que entraba y salía de mí ya abierto culo - ¿Y tu boca para quien la dejas?.
Cuando nos corrimos los dos y José se quedó dormido, estuve un buen rato pensando en lo que me había dicho. Tenía razón. Si me daba gusto tener la polla de mi marido tanto en la boca como en el coño y el culo, ¿por qué no poner tres distintas en estos agujeros?. En el fondo yo sabía que todo eso era simplemente un sueño. Nunca me atrevería a pedírselo de verdad a mi marido y si alguna vez lo hacía no podría enfadarme si él se negaba.
Pasó un mes y como ya se lo había dicho una vez y esta confesión me excitaba, cada vez que follábamos yo repetía la misma canción.
- ¡Que bueno tener otra polla... o dos... sentirme llena... recibir tres descargas a la vez...! - repetía mientras me corría.
Mi marido solamente me llamaba guarra, viciosa, calentorra y cosas parecidas pero no parecía darse por enterado de mis deseos. Repito que en el fondo lo comprendía. Yo era su mujer y entendía que encontrara desagradable que otros hombres me follaran aunque él participara. Así estábamos hasta que noche de jueves, después de una follada espectacular, me dijo que unos compañeros del trabajo nos habían invitado a pasar el fin de semana en el chalet de uno de ellos.
- Saldremos el sábado a primera hora de la mañana - me dijo - Vendrá a buscarnos uno de ellos, Leandro, con su coche. Llévate el bañador porque tiene una bonita piscina y con el calor que hace nos podremos dar un buen baño. Me gustó la idea. A las nueve de la mañana sonó un claxon. El amigo ya estaba abajo esperándonos. Mi marido me hizo sentar delante y me lo presentó.
Era un hombre alto, de unos 30 años, aspecto agradable que me dio dos besos en las mejillas. Por el camino se mostró muy simpático y con una conversación muy agradable. Lo único que me ponía algo nerviosa eran sus miradas a mis muslos que la falda, bastante corta que yo llevaba, dejaba desnudos muy arriba. Llegamos al chalet y allí ya nos esperaban Juan, el dueño, un chico de 28 años, algo más bajo que Leandro y que mi marido pero de aspecto fuerte, atlético, cosa que se apreciaba el instante ya que únicamente llevaba un minúsculo bañador tipo tanga. El bulto de su entrepierna me pareció algo exagerado. ¿Llevará trampa?, pensé. A su lado estaba Marcos, cuatro años mayor que Juan. También iba en bañador, no tan pequeño como el de su amigo pero, debido a su voluminoso vientre parecía incluso que no llevara ya que le quedaba cubierto por completo por aquella abombada panza.
Los dos me saludaron con sendos besos y entramos en la casa. Juan nos acompañó a nuestra habitación y debo confesar que, cuando nos daba la espalda, yo no podía evitar mirar su culo desnudo, ya que la tira del tanga quedaba tragada por sus duras y musculosas nalgas.
- Poneos el bañador - nos dijo antes de dejarnos solos - Es temprano, hace calor y la piscina os espera.
Mi marido se puso el bañador y yo el bikini y salimos al exterior. Leandro también llevaba un tanga. Parecía aún más alto al estar prácticamente desnudo. No dirigimos todos a la piscina. Era bastante grande y con el agua muy limpia, transparente como un espejo. A su lado una mesa con copas y un cubo con una botella de cava bien fresquito. Me las prometí muy felices con todos aquellos muchachos tan agradables y tan atentos. Mis reparos de ser la única mujer junto a tantos hombres, fueron debilitándose hasta que mi marido, acercándose a mí por la espalda, me dijo:
- ¿Por qué no te sacas el sujetador?. Estamos entre amigos.
Antes de que yo pudiera contestar o reaccionar, me había deshecho el nudo y sacado la prenda. Mis gordas tetas, algo caídas por su tamaño y peso, quedaron a la luz. Nunca las había mostrado ante nadie, salvo mi marido. Noté que me ponía muy colorada mientras me las cubría con ambas manos.
- Estamos de acuerdo en que lo que se tiene bonito debe enseñarse - dijo Juan - y la verdad, Celia, que las tienes preciosas. José cogió mis manos y con fuerza, me las mantuvo en la espalda. Juan se me acercó, alargó una mano y me acarició un pecho deslizando sus dedos por toda la curvatura inferior. Retrocedí pero entonces mi marido, en voz baja, me dijo al oído:
- ¿No has soñado muchas veces en tener tres pollas en tu cuerpo?. Ahora tienes tu oportunidad.
Mi sorpresa fue enorme. Me quedé quieta, sin saber como reaccionar. Esta quietud mía animó a Juan. Con ambas manos agarró mis tetas y comenzó a masajeármelas al tiempo que pellizcaba suavemente mis pezones. Yo seguía sin saber que hacer. Mi vergüenza era tan grande como el morbo que me invadía. Mi esposo lo arregló desanudando mis bragas y sacándomelas de un golpe. Ahora mi desnudez era total. La cosa iba en serio. Instintivamente apreté mis muslos viendo como, frente a mí, Leandro y Marcos se quitaban los bañadores. Las caricias que seguía haciéndome en mis pechos Juan y la vista de aquellas dos pollas ya totalmente tiesas, la de Leandro corta, como de 16cm pero muy gorda y la de Marcos de unos 18 y muy fina, me hicieron pensar que si la cosa iba en serio y yo, aunque hubiera querido, no tenía escapatoria, lo mejor era hacer realidad mi sueño.
Me solté de las manos de mi marido y de un golpe bajé el tanga de Juan. Casi me muero del susto al ver saltar, como un muelle, una verga de más de 20cms y gordísima. Se la cogí. Estaba muy dura y caliente. Se la masturbé sintiendo en mi culo la dureza de la de mi marido que, con toda seguridad, también se había librado de su bañador. Al poco rato Juan apoyó sus manos en mis hombros y apretó hacia abajo. Lo entendí y me arrodillé ante él. La enorme verga me golpeó la cara. Se la lamí de abajo a arriba, luego todo el inmenso capullo y al final intenté metérmela en la boca. Mientras le chupaba el capullo, todo lo que me pude tragar, los otros dos me pasaban sus vergas por la cara, hombros y espalda hasta que, a una voz de mi marido, me levantaron sin que por ello me dejaran sacarme la polla de Juan de la boca. En esta postura, inclinada hacia adelante y con el culo en pompa, Leandro se colocó a mis espaldas. Noté como me separaba las nalgas y en el acto sentí como su gorda verga empezaba a penetrarme el coño. De la impresión me atraganté. Era la segunda polla de mi vida y me estaba follando delante de mi complaciente marido. Muy pronto, tras dilatarme los labios al máximo, la tuve metida entera.
Sus cojones golpeaban mis nalgas y sus golpes me lanzaban contra la verga de Juan la cual, golpeándome en la garganta, me producía arcadas. Intenté disimular mi placer. A pesar de todo me daba vergüenza demostrarlo, correrme ante tanto desconocido pero mi resistencia acabó pronto y sacándome la polla de la boca, lancé un tremendo grito cuando mis entrañas explotaron en un orgasmo bestial justo cuando una catarata de leche me lo llenaba por entero. Cuando me la sacó, si no me sujetan, me caigo al suelo ya que las pierna me temblaban. Entre todos me llevaron a la mesa, sacaron todo lo que había encima y me apoyaron de bruces sobre ella. Cuando mi marido me metió su verga en la boca, Marcos se colocó a mi espalda, volvió a separar mis nalgas y me penetró con su fino rabo. Tenía yo el coño tan sensibilizado por mi tan reciente corrida y de la cual aún sentía sus efectos, que empalmé con otro orgasmo y estuve gimiendo, amordazada por la de mi marido, todo el rato en que Marcos tardó en derramarse dentro de mí.
Quedé sobre la mesa, rota. Me dolía todo el cuerpo pero la juerga no había hecho más que empezar ya que mi marido, saliendo de mi boca, ocupó el lugar dejado libre por su amigo y me la enchufó en el coño de un solo golpe follándome con violencia, como él sabe que me gusta. Cuando se corrió, yo lo había hecho dos veces. De mi coño manaban torrentes de semen que se deslizaban por mis muslos. Pero aún faltaba Juan. Aunque entre brumas, temblé cuando le vi acercarse a mi trasero. Temía lo peor. Que me rompiera el coño, me lo rasgara, pero no tenía fuerzas para revelarme. Temblé cuando sus manos separaron mis nalgas, cuando noté la cabezota de su polla apretar mi raja y grité cuando mis labios tragaron aquella pelota de tenis. Afortunadamente mi humedad era tal que no le costó demasiado meterse por entero en mí.
Jamás me había sentido tan llena, con el coño abierto, tan poseída. Tenía la impresión de que yo había dejado de ser una mujer entera para convertirme en un simple coño. Un enorme coño para uso de los machos que lo desearan. Cuando inició el movimiento de mete y saca creí morirme pero no de dolor, sino de gusto, un gusto increíble ya que aquella porra me restregaba con fuerza el clítoris al mismo tiempo que me golpeaba lo más profundo de mi ser. Justo cuando lanzó el primer chorro de esperma de su eyaculación, me corrí con tal intensidad que, perdiendo el conocimiento, caí de bruces sobre la mesa. Desperté sentada en una de las sillas. Me dolía todo el cuerpo pero sobre todo me escocía el coño. No podía creerme que me habían follado cuatro hombres y uno detrás del otro. Pero lo más sorprendente es que me había gustado mucho. Ellos estaban a mi lado, sentados o de pie, con una copa en la mano. Juan me tendió una y el frescor del cava acabó de espabilarme.
Me los miré. Los cuatro desnudos. Me fijé en sus pollas, tan distintas en tamaño y forma pero tan gustosas en mi coño. Cuando me acabé el cava, me levanté y me lancé a la piscina. Al salir y en el mismo jardín, comimos. Continuábamos desnudos y es fácil comprender que aprovechaban todas las ocasiones para meterme mano. A mí ya me importaba muy poco que quien me tocara fuera mi marido o no. Todos me habían follado y me había hecho a la idea de que era de todos. Tanto toqueteo acabó por excitarme y a la hora de los postres ya me encontraba a cuatro patas bajo la mesa chupando aquellos rabos uno detrás de otro, poniéndoselos duros como piedras. Mientras los mamaba, ellos me sobaban el culo, magreaban mis tetas y metían los dedos en mi coño y en mi culo.
Quien más se entretenía en mi agujero anal era mi marido. Ya he contado que era su lugar preferido para follarme. No tardó en invitar a sus amigos a perforarme ahora este tan secreto lugar. De nuevo me vi de bruces sobre la mesa con el culo ofrecido y nunca me felicité tanto como aquel día por tener el agujero bien abierto gracias a las múltiples enculadas que me había echado mi marido. También tuvieron el acierto de hacérmelo según sus medidas, es decir, primero me la metió Marcos. Era tan fina que su penetración me dio un gustito tremendo. Era como un supositorio largo y jugosos. Tras correrse, me penetró mi marido, luego Leandro y al final me dilatado ano se tragó, esta vez si que con algo de dolor, la tremenda tranca de Juan. Si antes me habían dejado con el coño escocido, ahora lo que me picaba rabiosamente era mi ano. Pasamos la tarde descansando, luego fuimos a cenar fuera. Había tanta camaradería entre nosotros que quien nos hubiera visto hubiera pensado que yo era la mujer de todos. Y así era en efecto. Cuando volvimos al chalet reemprendimos el juego.
Esta vez fui convertida en bocadillo varias veces. Una polla en el coño, otra en el culo y una tercera en la boca. Recibí leche por todas partes y cuando acabaron conmigo quedé tan cansada que me dormí sin remedio. El resto del fin de semana transcurrió del mismo modo y en la actualidad, al menos dos veces al mes, nos reunimos todos en nuestra casa y recordamos follando, todo lo ocurrido aquella primera vez.