Conocí a Celeste en uno de mis viajes a México. Ambos coincidimos en la fila para registrar equipaje. Me preguntó si traía una 'navajita' al tiempo que tiraba de una cuerda con la que amarraba un paquete. Sorprendido por su pregunta, dadas las circunstancias de seguridad en cualquier aeropuerto, le respondí con una negativa. Tras ruborizarse, se disculpó por su pregunta tan fuera de lugar y los dos nos reímos abiertamente. A partir de ahí, Celeste y yo empezamos una conversación que duraría toda la noche pues coincidencialmente viajamos en el mismo vuelo y después de un poco de persuasión, el pasajero a mi lado, accedió a intercambiar asientos con aquella hembra cuyas intenciones me confundían. Antes de abordar, habíamos tomado un café y conversamos. Me platicó que tenía tres años de haberse divorciado. Vestía un pantalón jeans de mezclilla bastante ajustado a sus curvas inferiores y una blusa sin manga color rojo, de esas que tienen unos tirantes angostitos. Era obvio que no traía brasier lo cual dejaba que sus senos lucieran con toda naturalidad. Me imaginé que debería ser por lo menos una talla 36D, aunque confieso que jamás había tenido intimidad con una mujer así de bustuda. Después comprobaría que mis cálculos estaban correctos. No detallaré mas el episodio de cómo nos conocimos. Solamente agregaré que tenerla como compañera de vuelo, a una distancia tan breve, a media luz y ambos tan relajados, me permitió apreciar detalladamente hasta los más pequeños detalles de su bello rostro. Piel blanca como la nieve con un rozado en su tez denotando energía, salud y vigor. Era Julio de 2005. En Septiembre cumpliría 39 años. Su piel lucía impecable y natural. Ojos color miel, casi aceitunados. Pestañas sin rimel, largas, curveadas y abundantes. Labios finos, nariz pequeña que contrastaba excelentemente con lo grande de sus ojos. Su pelo es rizado, castaño oscuro y absolutamente todo alborotado. Toda ella lucía muy apetecible. Cierto, con unas libritas de mas en su abdomen, justificable considerando que ha tenido dos partos. Aun así, me excitaba verla recostada en el respaldo del asiento 34E de aquella aeronave. El avión hizo escala en Guadalajara en donde ella descendió con rumbo a Michoacán de donde es originaria. Intercambiamos números telefónicos y yo continué mi vuelo hasta el Distrito Federal en donde viviría una aventura que en otra ocasión compartiré por este medio. Después de regresar a Estados Unidos, una noche estaba en casa cuando entró una llamada a mi celular. Era ella, Celeste, la mujer del avión. ¡Cómo olvidarla! Soy un hombre casado y nunca se lo oculté. Tampoco pretendí comenzar una relación con ella. Charlamos un poco y acordamos de vernos en mi oficina para discutir la posibilidad de hacer negocios juntos. Ella llegó puntualmente con un look muy conservador pero a la vez sexy. El color negro resaltaba aun más lo blanco de su piel. Cenamos en un restaurante muy discreto en donde la comida fue excelente y el vino también. Esa noche al despedirnos no resistí acercar mi labios a su boca hasta sentir lo tibio y húmedo de sus labios. Ella correspondió y en una fracción de segundo estábamos entrelazados en un beso lleno de deseo y pasión. En un momento de reacción le expliqué que eso no podía ser. Que yo me debía a mi familia y a mis hijos. Que no soy el tipo de hombre que sale a buscar amantes. Que siempre he sido fiel a mi mujer. Pero que no quería lastimarla, que era mejor no vernos más. Tampoco quiero aparentar ser la víctima, la verdad es que esa hembra se me estaba metiendo por los poros. A partir de ese momento solo pensaba en ese beso. Tenía tantos años de besar a la misma mujer, mi esposa, que el iniciar algo nuevo me estremecía hasta la médula. Traté de esquivarla unos días. Ella me llamaba al celular y yo le inventaba estar en alguna junta o cualquier tontería. Sentía muchas ganas de estar con ella y seguir probando sus besos. Un día mientras manejaba de regreso a casa, charlamos por teléfono. A nuestra edad se tiene que ser más directo, al menos así soy yo. Le pregunté que cuales eran sus intenciones y me confesó que se sentía muy atraída hacia mí. Que no pretendía interponerse en mi matrimonio, pero que se sentía muy a gusto conmigo y quería estar a solas conmigo. Le propuse ir a un hotel y ella accedió. Entre tantas cosas, me confesó que había estado casada con un hombre de avanzada edad con quien jamás había disfrutado el sexo. Tras haber sufrido de una embolia cerebral, Celeste pasó a ser la enfermera de este hombre quien le engendró dos hijos. Su vida conyugal como es de imaginarse fue muy irregular pues además su ex es diabético por cuya razón padece de impotencia. Ella odiaba quedar excitada sin que él pudiera complacerla, así que se mantenía lejos de su cama durmiendo con uno de los niños. Hasta que llegó el divorcio. Desde entonces solo se ha dedicado a sus hijos. Pero no tiene atole en las venas. Tampoco es una mujer cualquiera que se va a la cama con el primero. Mas bien era una mujer cachonda con mucho tiempo sin sexo y sin buscar ningún compromiso. Llegamos a la habitación reservada. Yo la pagué pero le pedí que usáramos su tarjeta de crédito para evitar rastros comprometedores. Enseguida nos avalanchamos el uno sobre el otro. Solo bastó que se juntaran nuestras lenguas en una habitación privada para que nuestras manos empezaran a despojarnos de nuestras ropas y procediéramos a conocernos mutuamente en la intimidad. Le quité la blusa. Sus senos quedaron al descubierto, eran enormes y maravillosos. Sentía que mi pene reventaría mi ropa de no ser liberado de su prisión. Ella me asistió a desabrochar el cinturón y pantalón. Después a despojarme de mi ropa interior. También yo le quité el pantalón pesquero que vestía así quedando en unas braguitas rojas de encaje. Recostada sobre la almohada, la besé y recorrí todo su cuerpo con mis manos. Era la locura gozar esas enormes tetas. Las estrujé, las chupé, las mordí, lamí los pezones hasta el cansancio. Mientras tanto, ella gemía y se retorcía con su respiración muy agitada. Me pidió que ya me pusiera el preservativo. Sin titubear, lo coloqué en mi pene y en seguida me monté sobre ella para metérselo entre las piernas. Su rostro se desfiguraba al comunicar que estaba viviendo momentos de mucho placer. Su sexo estaba bañado en sus jugos de mujer. Mi verga se deslizaba entrando y saliendo. En cada embestida, su rajita me proporcionaba mucho placer. Cambiamos a varias posiciones y ella se dejaba hacer. Minutos después de haberse montado sobre mi vara, cabalgaba como una jinete desbocada. Con cada mínimo movimiento me proporcionaba electrizantes pulsaciones en todo lo largo de mi erecta verga. No tardó mucho en estallar en un profundo orgasmo durante el cual su respiración se entrecortaba, su cuerpo entero se sacudía, sus paredes vaginales se contraían y su garganta producía unos gritos indefinidos. Sin ella misma darse cuenta, era una mujer llena de prejuicios. Por ejemplo, no dejaba que tocara su sexo con mi mano. Lo cual me volvía loco. Gustaba que la penetrara con mi pene endurecido, pero no podía disfrutar de su rajita la cual imaginaba suave y tersa. Tampoco podía poner mi lengua entre su cavidad para oler y mamar cada rincón de su conchita. El sexo oral ni remotamente era una opción. En repetidas ocasiones me comentó que su ex-marido había tratado de forzarla a darle felasio pero ella no lo había hecho por el asco que le provocaba. Pacientemente fui despertando cada uno de sus sentidos sexuales. Tomó varias sesiones de sexo para que un día por iniciativa propia, mientras nos entregábamos a los placeres carnales en el asiento trasero de mi carro, ella dejó de besar mi boca y sutilmente prosiguió a besar mi barbilla, mordisquear mi cuello, lamer mi pecho, hundir su lengua en mi ombligo y sorpresivamente llevó sus labios a la base de mi tronco erguido. Entre suspiros, acaricié su cabeza mientras por primera vez en su vida se atrevía a abrir las posibilidades del sexo pleno. Frotó sus labios contra la piel de mi palpitante pene. Sentía como su lengua viboreaba a lo largo de cada una de las inflamadas venas que llegaban hasta el capullo. Su lengua llegó hasta el glande, y entonces abrió la boca y dejándose llevar por su instinto de hembra en celo cerró los ojos y se entregó a ese momento tan emotivo. Ensalivó mi verga con mucha delicadeza como no queriendo lastimarme. Se introducía centímetro a centímetro de mi carne cálida y dura en su lubricada boca. Era una delicia sentir su lengua y su paladar en torno a mi glande. Luego descendió más hasta besar mis testículos con los cuales se entretuvo un momento lamiendo y besando apasionadamente. Celeste estaba descubriendo la potencia del sexo oral. Después de esa rica mamada de verga, se montó en ella y se mecía como desquiciada. Yo acariciaba su espalda, su cintura, sus senos que flotaban entre nuestros cuerpos. Corrí mis manos y alcancé sus nalgas. Estaban llenas de sudor. Sus glúteos se comprimían con el vaiven de su cuerpo sobre la dureza de mi verga. Me provocó nalguearla. Con mi mano derecha, azoté su nalga izquierda. Ella gimió intensamente envuelta en el placer. Seguí azotándola cada vez mas fuerte. Cada vez se sentía mas caliente su trasero. Cada vez se movía mas intensamente. La mezcla de dolor y placer provocaba que se moviera en todas direcciones sobre mi endurecido miembro. Tras follar unos momentos, explotó en un orgasmo que la dejó sin habla ni respiración. Seguía sin dejarme tocar su rajita. Sin embargo, no protestaba cuando le tocaba el ano mientras estaba ensartada sobre mi pene. En mas de una ocasión, inclusive, lubriqué mi meñique con saliva y se lo metí en el ano mientras ella se dedicaba a remolinearse sobre mi endurecido aparato sexual. No protestaba ni se quejaba. Parecía que su pudor no la bloqueaba a recibir caricias manuales en su agujerito menor. Me parecía muy extraño pero a la vez muy excitante. Bajo las sospechas de que sufría de curiosidad de experimentar el sexo anal, se lo propuse y ella accedió. Lograr penetrarla por su culito fue todo un reto pues si bien es cierto que al meterle el dedo se sentía relajada, a la hora de intentar meterle la enormidad de mi glande se tensaba y resultaba casi imposible poder entrar. Tras cada fracasado intento, volvía a lubricarla con saliva y a expandirle el agujero con mis dedos. Pero de nuevo, al intentar meterle la verga, parecía que el agujerito se cerraba y no daba cabida. Fue entonces que le pedí que empujara hacia fuera. Casi instantáneamente se abrió su hoyo rectal y la cabezota de mi pene se introdujo así quedando atrapada entre sus paredes rectales. Sin poner mucha presión le di oportunidad a que se dilatara. Después, poco a poco, empecé mi labor de clavarle toda la verga y culearla con fuerza. Ella sudaba de su rostro y se quejaba entre gemidos y semi-gritos. Ver como su pequeño orificio se abría ante las embestidas de mi completamente endurecido pene me resultaba de lo mas excitante. Reconozco que fui muy egoísta pues mi impresión fue que el placer fue unilateral. En su afán de hacerme gozar, no me manifestaba que estaba sufriendo un intenso dolor. No se si por falta de lubricación o por falta de relajamiento muscular. O tal vez por el sencillo hecho de estar perdiendo su virginidad en tan hasta ese día cuidado agujero. A la mañana siguiente, volvimos a coger con mucha intensidad. En esta ocasión el juego se fue desenvolviendo en torno a las nalgadas que le propiciaba. Ella se reía como loca con cada azote que le daba en sus nalgas. Sus glúteos empezaron a enrojecer. Estaban ardiendo e hinchados. Me di cuenta que padecíamos de una relación sádico-masoquista. Entre mas la golpeaba, parecía mas excitarse. Después me aclaro que se reía de los nervios, que en realidad había quedado muy lastimada. Moretones en sus glúteos y piernas y un dolor agudo en el centro de su ano por la culeada de la noche anterior. Duro días sin poder sentarse. Así descubrió el sexo anal y el placer de sentirse dominada por un hombre y por su propio deseo. Mi relación con Celeste empezó ya hace mas de un año. Generalmente nos vemos una o dos veces por semana con algunas excepciones. Celeste no es la misma mujer que conocí en el aeropuerto. Se ha convertido en una hembra candente y cachonda en la cama. Imagínense hasta donde ha llegado. Les platico en breve nuestra última sesión, apenas hace cinco días. Como de costumbre, me dejó abierta la puerta de su departamento en el que vive con sus dos hijos. Entré y la encontré saliendo de la regadera, en una bata color celeste de satín, secándose su pelo rizado con una toalla. En seguida la tomé de la cintura y empecé a besar su cuello y su nuca. Se dio media vuelta y empezamos a besarnos. Su lengua entraba en mi boca y acariciaba todo lo que alcanzaba. De igual forma yo acariciaba sus labios, su paladar, sus encías y su lengua misma con mi propia lengua. Me ayudó a despojarme de mi ropa y en un muy breve estábamos sobre su cama. Yo acariciaba su cabeza cubierta de pelo mojado y su espalda a medio secar. Mientras ella descendía por mi dorso, yo recorría la piel de su cuerpo con mis manos. Sentía como iba recorriendo la piel de mi pecho y barriga con su lengua y labios mientras que yo me daba a la tarea de encontrar con mis manos lo voluminoso de sus senos que caían con la gravedad. Tomé entre mis manos su pelo y ella tomó entre sus manos mi verga ya completamente erecta. Quité el pelo de su rostro mientras lo detenía en su nuca. Ella besaba y lamía mi pene desde la base hasta la punta. Se entretenía por momentos viboreando con su lengua el ojillo. Hasta hoy solo había alcanzado a comerse tres cuartas partes del largo de mi miembro en erección. Me dejé hacer. Su habilidad para mamar ha mejorado en un 500% desde la primera vez. Antes me había confesado que sentía repugnancia con solo imaginar tener el pene en la boca. Contrastantemente, lejos de asco, ahora Celeste no solo lo aceptaba y hace hábilmente, lo goza. Lo NECESITA. Es parte de su entrega. Es propiamente dicho, hacer el amor. De esta manera, gemía y retorcía todo su cuerpo al ir introduciendo el grueso y largo pedazo de carne dura hasta donde su garganta le permitía. Como dije, tres cuartas partes. De igual manera se sentía su cuerpo vibrar al su lengua hacer contacto con mis testículos, los cuales lamía con vehemencia y lujuria pura. Se incorporó e inmediatamente le pedí que se acostara boca arriba. Lo hizo obedientemente. Tomé el cinturón de su bata de satín y le até una muñeca. Ella, confundida, preguntaba que qué le iba a hacer; a lo que respondí que iba a atarla a la cabecera de la cama. Se dejó hacer, de esta forma quedando con ambas muñecas amarradas, crucificada a la cabecera y su cuerpo a mi disposición. Envolví el resto de la bata alrededor de su cabeza tapando su cara con excepción de su boca la cual quedaba expuesta. Me dediqué a besar sus senos. Enormes masas de carne coronadas con un par de pezones rozados de tamaño mediano. Seguí lamiendo su vientre, sus estrías post-partum, su pelvis, sus vellos púbicos, su ingle. Respiraba agitadamente y su cuerpo vibraba como un cascabel desde los dedos de sus pies hasta sus labios que no dejaba de morderse. Aspiré entre sus piernas y percibí su olor de mujer mojada, de mujer bañada en los jugos de su pasión. Con la punta de mi lengua toqué su clítoris y ella dejó de respirar. Su cuerpo se quedó paralizado ante el placer que recibía con cada caricia de mi lengua y labios. Froté generosas cantidades de saliva para menguar la fricción. Abrió completamente sus piernas dejando al descubierto una ranura digna de un óleo sobre la lona del artista. Sus labios vaginales son muy delgaditos, de un color rosa claro. La amalgama de sus jugos y mi saliva brillaba con el resplandor de la poca luz que se colaba a su recámara. Gentilmente succioné su botoncito hasta sentir que se retorcía de placer y gemía intensamente. Mientras capturaba entre mis labios su clítoris, con mi lengua viboreaba en "8" la punta de su punto sensible. Ella seguía retorciéndose explotando en un potente orgasmo al tiempo que sus gemidos se convertían en casi gritos. Aun atada, me incorporé enfrente de ella. Quité de sus ojos la bata que hacía de venda. Con mi mano acerqué a su rostro mi pene tan duro que parecía reventar. Le pregunté que con qué nombre lo conocía. Me dijo que "con el nombre de pene". Insistí: "Con qué otro nombre lo conoces?" Me dijo que con uno que se oía muy feo y que nunca lo había pronunciado. Le pedí que lo pronunciara y se negó. Le pregunté que con qué letra empezaba. Me dijo que "con la letra V". "Verga?", le pregunté. Ella asintió con su cabeza. "Pronúnciala" le dije. Ella seguía en una negativa. "Te va a excitar" agregué, "dila". "Verga", dijo casi en secreto. Se la acerqué y la beso. "Verga", repitió al tiempo que abría su boca para empezar a mamarla mientras cerraba fuertemente los ojos. Mientras se deleitaba mamando, le dije: "La magia de la palabra está precisamente en el morbo por lo que tu mente la rechaza. Lo que normalmente te puede parecer obsceno, a la hora de hacer el amor y estar excitada, te va a resultar de lo más excitante" "Verga... verga... verga", repetía una y otra vez sin dejar de lamerla, besarla y mamarla. "¿Te gusta mamarla?" le pregunté. A lo que ella respondió: "Me gusta mamar tu verga". "Entonces, cómetela toda", contesté. Mientras apretaba sus piernas, empezó a devorarse todo el tronco. Centímetro a centímetro, todo lo largo de mi vara fue ingiriéndose en su orificio bucal. En mi glande sentí lo duro de la campanilla de su garganta. Sintió molestia y la sacó. Así varias veces hasta que la tenía completamente adentro. Se la sacaba tantito y la oía repetir "me gusta mamar tu verga". Su rostro se veía excepcionalmente hermoso con su boca abierta rodeando la circunferencia de la base de mi pene. Por fin había logrado metérsela toda. A pesar de sentir ahogarse, una y otra vez seguía clavándose la punta de mi glande en lo mas profundo de su garganta. Y al parecer le producía placer. Volví a vendar sus ojos con su bata. Levanté sus piernas tomándola de las corvas y acercando mi pene a su vagina, se la fui metiendo lentamente. Su coñito estaba escurriendo de sus propios jugos. Una vez toda adentro, me dediqué a cogerla de toda forma que me daba la gana. A veces lentamente, a veces con fuerza salvaje, a veces me quedaba quieto para recuperar la respiración. Coloqué sus piernas en mis hombros. Seguía follándola a todo galope. "Me gusta tu verga",susurraba. Era la sumisión total. Atada de manos, con las piernas levantadas al aire, sus nalgas azotadas con el vaiven de mis huevos estrellándose contra su entrada anal. "Te la voy a meter por atrás", le dije al oído, lo cual la excitó puesto que gimió de nuevo. Volví a acercar mi pene a su cara y con vehemencia ella se dedicó a mamarme. Mientras la devoraba, la desaté. Con sus manos liberadas, prosiguió a acariciar mi verga erecta sin dejar de mamar. Le pedí que se pusiera en cuatro. Se puso en esa posición sobre el piso alfombrado. Me coloqué detrás de ella y sin más, metí mi pene en su rajita. Mientras la follaba, la tomaba de sus caderas o de sus hombros. Entre el mete y saca, abrí sus glúteos deleitándome de cómo se abría su recto. Ensalive mi pulgar y procedí a metérselo. Después de unos momentos de follarla con mi pene en su rajita y mi pulgar en su culito, al tiempo que sacaba mi verga le pedía que bajara su cabeza y subiera su trasero. Una vez en esta posición, abrí mas sus glúteos y acerqué mi lengua hasta saborear la tersura de su entrada rectal. Segregué cantidades generosas de saliva mientras metía mi lengua hasta donde podía. La oía gemir de placer. Regresé a meterle un dedo, luego dos. Me incorporé y poniendo la punta de mi glande en su ano, empecé a metérsela lentamente pero con fuerza. Me quedé inmóvil mientras su agujerito se dilataba. Seguía agregando saliva, además del líquido preseminal que no dejaba de fluir de mi miembro. ¿Te duele? – le pregunté. Nooo – me dijo. – al contrario...me da mucho placer. Sentía que mi pene ahora si resbalaba libremente dentro de ella, así que me dediqué a probar si aguantaba embestidas mas fuertes. Volteé mi mirada a la entrada entre sus glúteos y me percaté que tenía toda la verga dentro. Se la metía y se la sacaba. En cada embestida oía sus gemidos. Le propiné algunas nalgadas pero sin llegar a escalar al grado de lastimarla. Estábamos los dos compenetrados en esa culeada fuera de este mundo. Le pedí que moviera sus nalgas a lo cual ella respondió instantáneamente remolineando todas sus caderas y repegando sus nalgas contra mi cuerpo buscando la penetración total. Saqué mi espada y recostándome le pedí que se montara. Ella se subió sobre mi y al momento de buscar meterse mi pene, le pedí que se lo metiera en el ano. Ella lo hizo y empezó a sentarse lentamente sobre el pene que ansiaba ser acariciado con lo estrecho de su túnel rectal. Prosiguió a hacer movimientos verticales sacando y metiendo el pedazo de carne que le perforaba las entrañas. Mientras se movía, sus tetas se columpiaban frente a mi cara. Era la gloria total. Mientras ella culeaba como la hembra cachonda que es, yo le acariciaba su espalda, mamaba sus pezones o simplemente sequía azotando sus nalgas. En un movimiento brusco, el pene se salió de su delicioso culito. Ella se lo metió esta vez en su vagina. Se dedicó a remolinearse como desquiseada. Siguieron unas cuantas nalgadas mas. Continuaba mamando sus pechos tan hermosos. De pronto, su rostro se desfiguró como nunca antes lo había visto. Su respiración se entrecortaba casi como si padeciera de un infarto. No dejaba de moverse. Gritaba fuertemente. Noté que se estaba viniendo y continué con unas nalgaditas suaves. El orgasmo no concluía. Por lo menos unas quince nalgadas y ella seguía corriéndose con mucha intensidad. Sus paredes vaginales se contraían muy palpablemente alrededor de toda mi verga. Otro poco y yo también me dejo venir. Juro que jamás había visto a una mujer experimentar un orgasmo de tan larga duración. Después ella me confesó que ella tampoco lo había experimentado. El tiempo que duró corriéndose fue exagerado. No le tomé el tiempo pero de algo que si estoy seguro es que parecía eterno. Desganada después de tan intenso orgasmo, la acosté boca arriba y levantando de nueva cuenta sus piernas por las corvas fue mi turno de follarla con toda libertad. Primero se la metí por su vagina y me dediqué a moverme circularmente al tiempo de meterla y sacarla a diferentes velocidades. Luego volví a introducirme en su ano. Ella lo recibió con agrado. Ahí me quedé culeándola a todo vapor hasta que de mi pene empezó a brotar un manantial de semen el cual inundó su intestino. La habitación se llenaba de nuestros olores y de nuestros gritos pues al yo estallar en ese intenso orgasmo, sudé y grité a pulmón abierto al igual que ella. Es común que perdamos la noción del tiempo, en esta ocasión ya llevábamos tres horas desde que había amarrado su primer muñeca con el cinturón de su bata. Tenía que irme. Por hoy tenía que separarme de tan exquisita mujer con quien he pasado tan imborrables momentos. Y ella sin pedirme nada. Ella solamente disfrutando conmigo las oportunidades que la vida nos da de estar juntos una o dos veces por semana. Esta es una historia real con la excepción del nombre. Estoy seguro que Celeste y yo nos seguiremos disfrutando. Ahora estoy convencido que ella confía en mí plenamente y que su atrevimiento y sensualidad nos llevarán a gozar muchas otras cosas mas que quizá algún día compartamos por este medio. Por hoy concluiré diciendo que tal vez haya relatos verídicos (algunos que yo mismo he publicado) que para darle el sabor literario hay que exagerarlos un poquito. NO ES EL CASO DE ESTE RELATO. Al contrario, por respeto al lector, hemos omitido muchos detalles y todas las sesiones de sexo ardiente que nos llevaron hasta este . ¡Viva el sexo!