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I
Verónica, la tercera hermana de mi madre fue siempre mi tía favorita. Dado que mis padres acostumbraron desde siempre dejarme con la familia de mi madre cada vez que ellos tenían algún congreso o cena al que asistir o bien, supongo, alguna escapada lujuriosa, pude pasar mucho tiempo entre mayores y congeniar siempre con cada uno de sus hermanos y hermanas, haciendo ellas la parte de niñeras y ellos de senseis en el galano arte de las calaveradas. Verónica me leía cuentos, me explicaba algunos de los cómics políticos de Rius que yo leía con avidez y muchas veces me prodigó cuidados y atenciones cuando yo estaba metido en algún problema. Muchos años mas tarde, ella ya casada, siguió invitándome a su casa, para que yo pudiera ser algo así como el pupilo de su esposo, erudito en historia, militaria, filosofía y decidido "bon vivant".
Esa cercanía y aprecio por Verónica, fueron lo que me hizo aceptar de manera entusiasta, varios años mas tarde, en servir, junto con algunos de mis amigos, como meseros en una reunión que ella haría en casa de mis padres. Resulta que había citado a cenar a sus ex compañeras de la escuela primaria y su departamento era insuficiente para recibir a tanta venerable señora, por lo que consiguió que mis padres aceptaran prestarle la casa, y yo aceptara llevar a mis amigos para servir copas, cargar abrigos al vestidor y poner cara de serviles idiotas ante cualquier solicitud de alguna de ellas. Esa tarde, abandoné tristemente mis amados pantalones de cuero sobre el cesto de la ropa sucia, me calcé en el cuerpo un pantalón limpio junto con una amplia y coqueta camisa, amarré mi cabello con un coletero de cuero y me bañé en loción al grado de que olía como si me hubiera orinado encima un ángel.
La reunión estaba en pleno; muchas mujeres maduras iban y venían de un lado a otro. Algunas buscando acaparar los mejores canapés que llenaban la mesa, otras riendo como taraditas al recordar cómo la hoy esposa del diputado fue aquella que le pegó hacía 25 años con una pelota en la cara a la actual mamá de la niñita esa que comenzó a salir en un programa de niños en la tele, y las demás repitiendo las consabidas e hipócritas: "¡no has cambiado nada, te ves idéntica!" que todos les hemos oído a los grupos de señoras cada vez que se encuentran. Cada uno de mis amigos ya estaba en su puesto, todos engalanados con algunas de esas prendas que difícilmente se ponían, y revisando cual era la verdadera receta de cada cocktail, siendo que normalmente siempre bebimos el tequila "derecho". En la puerta del recibidor, mi madre recibía a Laura una de las invitadas, una señora cuyo recuerdo me llegaba con no muy buenas notas desde mi niñez; ambas se saludaron y mientras ambas se dirigieron al salón, Ana, la grisácea hija de ella se fue a agazapar en el sitio mas apartado de la casa, para permanecer ahí por un buen rato sin mediar palabra con alguien.
Mientras uno de mis amigos terminaba de preparar la siguiente ronda de bebidas para que el resto fuéramos a entregarlas, yo no dejaba de pasear mi mirada entre el montón de señoras que ahí departían. No tardé mucho en divisar a Verónica, quien desde antes me había pedido que no la dejara en ningún momento desprovista de un buen vaso de Jaibol; a su lado una interesante señora conversaba con ella. Moví mi posición un poco para poder verla mejor. Ella era una mujer como de 35 años, de piel blanca, figura delgada, con un rostro sumamente agradable coronado por una cabellera rubia que en quebrados mechones le llegaban al cuello. Sus senos no eran muy grandes, pero hacían juego con el total de su figura admirablemente debajo de una blusa de blanca seda. Su figura estupenda terminaba en un soberbio par de piernas, largas y torneadas, engalanadas por unas medias blancas y brillantes que convertían sus extremidades en dos verdaderas escaleras al cielo que se mostraban orgullosamente descaradas debajo de una falda sastre. Pero su mirada era realmente para matar; una mirada de esas que asesinan cuando se posan en ti.
- ¡Hazme caso, cabrón! Andas lelo viendo rucas, chingao- me dijo Enrique mientras me extendía la charola de bebidas y haciéndome despertar de la visión que tenía ante mi. No se, tal vez mi despertar sexual con una mujer madura me hubiese marcado para siempre, condenándome a volver a querer probar una hembra de mayor edad, pero en mi mente solo cabía ya un pensamiento… quería… tenía que hacerla mía.
Dejé una "Cuba" ahí, un "Jaibol" allá… el penúltimo vaso era justo para Verónica.
-Aquí tienes… con poco hielo- le dije mientras entregaba el alto vaso luciendo sus hielos en la superficie.
- Gracias- me dijo y volvió la cara para dirigirse a la mujer que la acompañaba: -¿Tú gustas algo de beber?
- Queda únicamente Jaibol, pero puedo prepararle la bebida que usted guste; solo tiene que pedirla. – intervine manteniendo la mirada en los ojos de Andrea.
- Gracias, un Jaibol estará bien, joven- y tomó también su bebida de la charola que yo portaba. Mas tarde Verónica me contó que ella continuó diciendo: - Muy confianzudo ese mesero ¿no crees? Eso de tutearte…
- Es mi sobrino Víctor- respondió mi tía con una amplia sonrisa –y los demás meseros son todos amigos de él.
- Ah... ¿es tu sobrino?- preguntó la señora luciendo una sonrisa muy amplia- pues entonces… qué muchacho tan galante, Verónica- dijo coquetamente- es en estos casos cuando una lamenta que estas reuniones no sean mas frecuentes.
Me encontré con Verónica un rato mas tarde en la cocina, cuando ella fue a revisar que todo estuviera ya listo para servir la cena. Después de darme un beso en la mejilla me dijo:
-Muchas gracias, sobrino. Tenía años con ganas de hacer esta reunión y no había podido. Muchas gracias por tu ayuda y la de tus amigos.
- Por nada, Verónica. Es un gusto. Sabes que estamos siempre listos para servir en lo que haga falta- dije con una sonrisa sarcástica que no pasó desapercibida a su malicia. – Ésta señora con la que hablabas hace rato es la esposa de un entrenador de fútbol ¿no?-
No podía yo engañarla, por lo que, respondiendo con una sonrisa igualmente sarcástica me dijo:
- Andrea es divorciada desde hace varios años y es directora de una escuela; y no, jamás estuvo casada con un entrenador de nada.
- Ah… mira nada mas- dije fingiendo pensar en ello, cuando en realidad sonreía por dentro, pensando en mucho más.
Antes de salir por la puerta de la cocina rumbo al comedor, Verónica volteó y agregó: -Y por cierto, tampoco le pasaste desapercibido.
Tal vez no hubiera luna llena esa noche, de todas formas, para mí era noche de caza mayor.
Para la hora de la cena, ya se sabía que nosotros no éramos meseros contratados, sino amigos de la familia, por lo que el trato que todas las invitadas nos dispensaban era menos frío y distante. Algunas incluso, llegaban a entablar conversación con nosotros. Yo me encontraba siempre recargado en la barra de la cantina que mis padres instalaron entre la sala y el comedor, sin despegar ni un instante la mirada del rostro de Andrea, sino únicamente para subir y bajar por ese cuerpo que encendía mis pasiones y mis instintos mas insensatos.
"¿Qué estudias? ¿A qué se dedican tus papás?" nos bombardeaban con sus preguntas. La mayoría de ellas platicaría con jóvenes solo cuando eran sus alumnos o amigos de sus hijos, pero no les eran comunes ocasiones como esas para alternar con otro tipo de muchachos y en otro ambiente. Para nosotros tampoco era una experiencia cotidiana; de no haberse tratado de un favor para Verónica jamás hubiéramos aceptado hacer algo así. Pero repartimos bebidas, comida, cigarrillos y galanteamos a placer con aquellas que no seguían recordándose mutuamente sus aventuras de la niñez. Crucé a propósito mi mirada varias veces con Andrea, pretendiendo que ella creyera que me había sorprendido viéndola, a veces a los ojos, otras a las piernas. En todas las ocasiones, le sonreí levemente y voltee la mirada. Después de dos o tres de estas miradas comencé a notar que movía las piernas nerviosamente y cambiaba la posición del vaso en su mano, indicando que algo la estaba sacando del contexto en el que se creía.
-¿Está todo bien?- le pregunté acercándome a ella- ¿le falta algo?
- No, gracias, todo está bien ¿por qué lo preguntas?
- Porque la veo como nerviosa; pensé que algo la incomodaba.
De su respuesta dependía lo demás.
- No, de veras, todo está muy bien- dijo mientras rehuía mi mirada. Sonreí.
- De acuerdo, dejemos que todo siga igual entonces. Menos mal que no le molesta.
Andrea volteó a mirarme, intrigada.
- ¿A que te refieres?
- Pensé que le habría molestado que la estuviera viendo tanto.
- No me molestó- mintió- pensé que estabas viendo si aún no me había acabado mi copa.
- En parte, si. Pero por otro lado es que me encanta verla.
Andrea se echó a reír
- ¿Verme? ¿Por qué?-
Acompañé su risa con la mía, un poco descaradamente.
- ¿Cómo que por que? No me la creo. Lo dice como si fuera una de esas mujeres que no están acostumbradas a acaparar la mirada de los hombres y a que les digan lo hermosas que son.
Andrea quedó muda, con los ojos bien abiertos. Su risa nerviosa seguía apareciendo de continuo, y su mirada buscaba ver si alguien se estaba dando cuenta de nuestro diálogo.
- No estoy acostumbrada a eso, por supuesto; y menos a que me lo diga alguien tan joven.
- Será que a veces a los jóvenes nos falta el valor para hacerlo, pero en lo que a mí respecta no puedo evitar decirle lo mucho que me ha gustado y la clase de cosas que en tan poco tiempo me está haciendo pensar.
- Víctor, que cosas dices.
- Lo acepto, y le pido una disculpa por eso- dije apartando la mirada- De pronto uno se cree que si alguien se le mete directo a los ojos y le invade a uno por completo la mente, puede ir y decírselo honestamente sin que la otra persona lo tome como atrevimiento.
Andrea se mantuvo en silencio unos segundos reacomodándose en su asiento, procurando asimilar mis palabras y dar algún tipo de respuesta sin titubear.
- Eres muy joven, eso es lo que pasa. No mides el impacto de tus palabras.
Sonreí por dentro… mis dardos habían dado en el blanco.
- Tiene razón, Andrea. Para la próxima vez dejaré que alguien que me encanta pase el resto de su vida sin saberlo. Con su permiso- y dándome la vuelta me alejé.
Andrea se levantó y dio un paso detrás de mí pero se detuvo inmediatamente cuando la voltearon a ver las demás. Sonriendo, pasó su mirada hacia otro de mis amigos, y alargando el brazo pidió: - ¿Me traes otro Jaibol, por favor?
La caza había comenzado.
II
Tras despedir al último de mis amigos, una vez que llevamos platos, manteles y vasos a la cocina, me encerré en mi habitación, tirándome sobre la cama tras haber puesto en la tornamesa mi en ese entonces tan amado LP de Mötley Crüe. La voz de Vince Neil retumbando en las bocinas de mi cuarto entre guitarrazos y aporreos de batería seguramente no llegaría a molestar a mi madre y a alguna de las pocas amigas que quedaban aún platicando en la biblioteca, vaciando tazas de té limón. En cambio, la música acompañaba a mi mente con torrentes de imágenes en las que, en todos los casos, aparecíamos Andrea y yo.
"If she don’t get her way… she’ll slice you apart…"
Solté el coletero que aprisionaba mi greña, y mientras daba un fuerte trago de mi botella de Tequila, moví mi cabeza para que cada cabello ocupara su correcto sitio sobre mis hombros y me dejé caer pesadamente sobre mi cama. Acostado ahí, todo me daba vueltas; mi mente se derretía de deseo por aquella mujer deliciosa a la que yo me quería coger sin reparo alguno. Mi piel comenzaba a sudar y mi cuerpo entero sentía urgentes sensaciones que exigían desfogarme de inmediato.
Un largo trago de tequila inundó nuevamente mi cuerpo, con su salvaje ardor a lo largo de mi garganta. Suspiré deleitado y recostándome de nuevo pasee mi mirada por mis piernas tendidas sobre la cama. Desde la pared frente a mí, el rostro perverso de Doro Pesch me miraba desde su cartel y sonreía malévolamente.
Mi mano pasó en mi pantalón por encima de mi falo mientras pensaba, apretando, sobando; mis dientes rechinaron de la rabia y del deseo por poseerla cada vez que su cuerpo o su nombre invadían alevosamente mi mente. En mi mente sus manos oprimían mi falo ansiosamente, subiendo y bajando fuertemente mientras su lengua acariciaba mi glande golosamente sin dejar de mirarme a los ojos.
Me revolví ansioso en mi cama, mi cuerpo se sentía ardiendo, presa del efecto de aquella mujer que yo había decidido hacer mía, pero cuyos encantos me envolvían sin misericordia alguna. Quitaba yo mi mano de encima de mi verga, pero un nuevo impulso me hacía dirigirla de nuevo hacia mi vientre, para seguirme tocando impunemente.
Ya no abría yo los ojos; ¿para qué? En ese otro mundo, Andrea reptaba como gata en celo moviendo la cola para incitarme, y yo me arrojaba sobre ella para usar su cuerpo a mi más entero antojo, arrancando su ropa, desnudándola con fuerza, mientras ella frotaba cachondamente su rostro en mis piernas desnudas, acariciándoselo con mis vellos.
"She’s gonna turn on your juice boy…"
La mirada de Andrea se mezclaba dentro de mi mente con sus caderas, o con esas exquisitas piernas que mi boca ya deseaba enfermizamente paladear. Sus pupilas asesinas me enloquecían cada vez que las recordaba, y las imaginaba obsesivamente pegadas a mi rostro, mientras mi sexo la invadía de maneras innombrables. La voz de ella se escuchaba dentro de mi mente clamando a gritos por más sexo. - ¡Cógeme mas fuerte! ¡Así! ¡Clávame la verga mas adentro! ¡Sí, así!- la oía gritar enferma y poseída por la lujuria mientras yo embatía mi cuerpo contra el suyo sin miramientos.
Metí mis dedos abiertos por debajo de mi cinturón, intentando alcanzar mi falo erecto, pues no podía aguantar más la excitación. Mis dedos lo sintieron de inmediato, duro, erguido orgullosamente, demandando satisfacción. La punta del glande me rozaba dolorosamente contra el primer botón del pantalón, como queriendo escapar, completamente enrojecido y brillante.
En medio de un oscuro valle, Andrea se contoneaba a gatas sobre un altar de piedra, recibiendo mi falo, en medio de una enloquecida multitud semidesnuda que nos veía, alumbrados por llamas que bailoteaban enfebrecidas ante nuestra animal cópula y el impacto de la música que llenaba mis oídos. Las manos de todos aquellos se estiraban intentando alcanzarnos, y mi risa frenética por el placer y la vanidad se extendía descaradamente por todo ese escenario, a la vez que un viento desconocido hacía ondear mi cabellera excitándome más aún. Mientras mi verga entraba y salía de la vagina de Andrea, yo recorría la mirada por todos aquellos que nos observaban. Cada vez que empujaba mi cadera, los ojos de ellas se abrían, como recibiendo también el impacto del ariete con el que taladraba el cuerpo de Andrea. Las miradas de ellos me llenaban de la más vulgar soberbia, viéndolos admirarme, envidiarme, tal como yo sentía en ese instante, en mi cama, la frustrante necesidad de poseerla de verdad.
"So she turns on the power…"
Mi carne estaba ya fuera de mi ropa, resistirme no tenía caso ya. Prolongar la angustia de no poder estar dentro de Andrea me enloquecía. ¿Cómo era posible que me hubiera llegado tan adentro en tan poco tiempo? No lo sabía ni me interesaba saberlo en realidad. Solo sabía que quería yo disfrutar de ella, de hacerla mía, de conseguir esa hermosa pieza de caza para deleitarme y saberme vencedor.
Apreté mis dientes, disfrutando del placer que mi cuerpo iba sintiendo. La piel de mi falo subía y bajaba, mientras mi rostro mostraba ya una sonrisa de gusto. Andrea estaba ahí, atada a una gruesa columna, con su ropa hecha jirones y la lascivia reflejada en su mirada. Alrededor de nosotros las llamas continuaban su danza enloquecida, y ella se movía al compás de la música, echando sus caderas hacia atrás, ofreciéndose para saciarme.
Yo avancé hacia ella, con firmes pasos y una erección que se mostraba a la vista de quienes nos veían. Agachándome detrás de ella, recorrí sus piernas hasta sus nalgas con un largo y obsceno lengüetazo que la hizo arquearse de placer. Los frenéticos movimientos de su cadera hacían a sus nalgas cimbrarse llamándome, seduciéndome. –Tómame…soy tuya…- suplicaba, señalando su culo con la mirada.
Mi falo sintió la presión que su ano me propinó al comenzar a empujar para penetrarla entre las nalgas. Veía yo a Andrea moverse y contorsionarse de dolor y de placer mientras era atravesada por mi largo miembro, a lo largo de su apretado recto. Sus uñas arañaban la columna donde estaba atada, sus dientes casi se clavaban en la fría piedra de la cual estaba sujeta, mientras que a nuestro alrededor se escuchaban salvajes gritos de júbilo y lujuria, incitándonos a mas. Mi verga estaba a punto de derramar su preciado líquido en el interior de Andrea, para llenar su cavidad anal por completo de mi semen. Los alaridos de placer salían de su boca con un salvajismo inusitado, apretándome la verga con una violencia desmedida, como atrayéndome mas hacia su interior, como fusionándome a su cuerpo.
Relajé mi cuerpo, frente a la columna y sobre mi cama, listo para el instante fabuloso de explotar e inundarla con mi tibio y espeso semen. Andrea volteó a mirarme, con una expresión que fue tornándose cada vez más salvaje, y que comenzó a tornarse quasi diabólica. Sus ojos despedían verdaderas chispas, su piel parecía comenzar a tomar los tonos del fuego, y sus dientes iban convirtiéndose en monstruosos colmillos que amenazaban con lanzarse sobre de mi. Su cuerpo comenzó a tomar formas draconianas, estirándose y alargándose de forma anti humana y clavando de golpe sus colmillos en mi carne. Al ser arrancada de cuajo parte de mi cuerpo, su mirada estaba clavada en mis ojos mientras yo me iba desangrando impávido.
"She’s got the looks that kill !!!"
Abrí mis ojos, presa del terror, casi gritando de miedo por la manera tan abrupta y espantosa en que se había trocado aquella erótica fantasía en verdadera pesadilla. Aún erecto mi falo yacía sobre mi vientre, fuera de mi mano. Al abrir los ojos, la profunda mirada de Andrea estaba sobre la mía, a centímetros de distancia, exhalando su cálido aliento sobre mi cara.
Casi con un grito de terror me levanté de mi cama, y quité de un manotazo el brazo de la aguja de la tornamesa, haciendo callar la música de improviso. Voltee para todos lados, esperando que nada llevara esa horripilante transformación a la realidad. Abrí la puerta del baño y eché abundante agua fresca sobre mi demudado rostro, tratando más y más de volver a la realidad. La sorpresa me invadía, no era posible que tanta intensidad y maldad llegaran tan de pronto a mi vida. No podía yo continuar así; esa mujer debía ser mía a como diera lugar. Algo debía de pasar pronto; ¡algo debía yo hacer que pasara muy pronto! Y me quedé pensando en el cómo.
Un tenue sonido en la puerta llamó mi atención. Que lejos estaba mi mente de sospechar todo lo que llegaría a pasar en mi vida después de que tras oír el tímido llamar de unos nudillos a la puerta de mi cuarto, se asomaría tras el dintel el blancuzco rostro de una fulanita que con cadavérica sonrisa me dijo:
- Hola, me llamo Ana, ¿te acuerdas de mi? Soy la hija de Laura, amiga de tu mamá. ¿Me das chance de oír música contigo?
III
Al tercer intento, logré marcar el número telefónico correcto; los hay algunos que son completamente imposibles de recordar, y a menos que uno deje de confiar a ultranza en su memoria, se la pasará disque y disque el teléfono, hasta quedar con una marca en el dedo antes de contactar a la tía que uno busca.
- Si sobrino, es el sábado, si pudieras llevar a tu hermano antes del mediodía estaría muy bien- me dijo Verónica, dándome después la dirección del salón de fiestas infantiles donde sería la fiesta de cumpleaños de mi primo.
- ¿Cuántos años cumple Mauro?- le pregunté ya imaginándome lo tremendamente aburrida que sería esa fiesta- Siete ¿verdad?
- Si, siete. Y tu primo quiso que lleváramos un mago de esos que manejan fuego y sacan palomas. ¿Sabes dónde puedo contactar alguno?- me preguntó confiando justamente en esa memoria mía que minutos antes me traicionara por completo.
- No será Chen Kai, lo acepto, pero alguno bueno te podré conseguir- repuse, tratando de zanjar cuanto antes los temas formales y poder ir directo al grano del tema que de verdad me interesaba. - No se- le dije de pronto- Tengo la impresión de haber visto antes a tu amiga de la que te comenté el día de tu reunión.
- ¿Tal vez en alguna de tus fantasías?- me lanzó la flecha directa, como siempre lo ha hecho hasta el día de hoy. No me quedó más que sonreír y sincerarme con ella.
- Seguramente ha sido ahí, Verónica- repuse riéndome con esa risa que algunas gentes me han criticado y otras alabado por su mordacidad y perversidad- ¿Ves algo de malo en ello?
- Solamente si crees que por ser divorciada va a caer fácilmente. Sobre todo porque no es así. No es una mujer que salga con alguien fácilmente, pero tampoco se ha negado esos gustos.
- Pero vamos, no lo ves mal.
- No es una niña, sabe tomar sus decisiones- aseveró y de pronto dejó salir una tenue risita- Además, querido sobrino-continuó, remarcando cada palabra- ya te dije que no le pasaste desapercibido. Incluso, le gustaste- Ambos nos reímos entonces.
- Entiendo. Me gustaría hablarle para saludarla. ¿Podrías darme su número?
- No juegues con fuego, nada más.
- Prometido. Solo lo necesario y solo hasta donde ella quiera ¿ok?
- Ok, confío en ti, sobrino- y anoté el número telefónico que me fue dictando.
- Gracias, Verónica; no te fallaré.
- Gracias- me dijo chasqueando un beso en la bocina
- ¿La invitas entonces a la fiesta de Mauro?
- ¡Ay, Víctor!- y colgó.
Dos llamadas, nada mas en ese mes. La primera para disculparme aparentemente por haberme ido así en la reunión. Andrea se mantuvo cortante en un principio. Mas tarde un matiz de cariño apareció en su voz. Colgamos antes de cinco minutos. La segunda llamada la hice tarde, ella ya estaba acostada. Su voz adormilada adquiría un tono mas aterciopelado y solo conseguía excitarme más. Pretender no calentarme escuchándola era imposible, a pesar de que pretendí no mostrar debilidad alguna. Andrea percibió la lucha que había entre mi deseo y mi precaución; por mucho que lo evitara no podría impedir que ella se diera cuenta.
- No me parece normal que un chico de tu edad piense tanto en una mujer como yo- me decía, como intentando convencerme.
- No es tu edad la que me hace pensar todas esas cosas, Andrea.
- Pero… ¿Por qué?- preguntó, abriéndome la puerta a describirle la obsesión de mi mente por sus formas, por sus miradas. Ella seguía replicando, pero no era tan difícil escuchar por el auricular cómo su respiración se iba agitando y por momentos dejaba escapar un casi inaudible gemido. Sin dar pié a más, me despedí.
IV
Germán, mi hermano menor buscaba entre los niños a alguien que conociera, antes de salir corriendo –como buen niño- y lanzarse en medio de gritos a mitad de la alberca de hule espuma. Verónica y Francisco, su marido, no habían escatimado en detalles para adornar la fiesta de Mauro; no de balde era –y es- el primogénito de su casa. Juegos, serpentinas de colores había aquí y allá; la música de Parchís inundaba el local, trayéndome solo a la mente el cabello y las caderas de la ficha amarilla, que siempre me calentó al verla. Después de ver a Germán jugando con primos y amigos, me fui a servir una fresca, espumosa y siempre deliciosa "Corona", a sabiendas de que solamente cerveza sería lo que se serviría en esa tarde. Mi mirada oteó entre la concurrencia, y detrás de una mesa alejada, tras unos insufribles e imprescindibles sandwichitos de jamón con queso, estaba Andrea, sonriendo de ver feliz a su pequeña hija, jugando entre la espuma sin que nadie la golpeara -Como si los niños no debieran temer más bien, los golpes de las niñas-
Aún era el momento en que todo el mundo está al pendiente de todos los demás, por lo que no era aún hora de actuar. No dejé que Andrea me viera, y mejor, pasee por los pasillos del amplio jardín del salón de fiestas, tramando en mi mente lo que podría hacer para ligarme esa misma tarde a Andrea. Una vez reconocido el terreno me retiré a la calle a buscar algún sitio cercano donde pudiera comerme una rica torta de chorizo con queso para acompañar mi cerveza y hacer tiempo, para regresar oportunamente al campo de caza. No tardé mucho tiempo en hallar una tortería que se viera decente, y mientras el chipotle agredía a mi lengua, ponía en claro los últimos detalles de la estrategia a seguir esa misma tarde.
Una hora más tarde, estaba yo de regreso en la fiesta. Desde un adecuado y discreto rincón, mis ojos recorrían la figura de Andrea, la seguían al moverse, al tomar un vaso, al sacar un cigarro. Encaminé mis pasos rumbo al sitio donde Andrea se encontraba fumando, apartada del resto para no molestarlos con el humo. Fingí no verla hasta que estando a pocos pasos noté como ella volteó a verme. De reojo noté su sorpresa al verme ahí. Levanté la mirada, topándome con la suya. Rápidamente mudé la expresión de mi rostro, abriendo los ojos desmedidamente y poniendo casi cara de espanto. Andrea comenzó a reírse
- ¡Hola Víctor! ¿Qué te pasa? Parece que estás viendo un fantasma. ¿Tan mal me veo?
- Er…no… para nada- tartamudee lo mas hipócritamente posible- Sabes que te ves hermosa, es solo que… no esperaba encontrarte aquí.
- ¿Y por eso pones cara de espanto?- me decía incrédula. Cambié mi expresión, forzando una sonrisa.
- Me preocupa solamente que se me note demasiado.
- ¿Qué cosa?- dijo entre extrañada y divertida
- Lo mucho que me gustas y me provocas- ella arqueó las cejas- Ya te dije cuánto te he pensado y qué tantas cosas me estás provocando.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y decidí alejarme, evitando continuar la charla. Ante sus ojos, parecía que yo huía de ella, y eso era lo que yo pretendía. Ya no se sentía solo deseada, sino temida también, y es ahí donde ella corría más riesgo, al tener esa artificial seguridad que la hace avanzar imprudentemente. Evité cruzar palabra con ella hasta la hora de que llegó la hora del pastel. Los chicos se arremolinaron en torno a la mesa llena de velitas y comenzaron a preparar las fotos y los cantos. Entonces me acerqué de nuevo a ella, con aparente cara de vergüenza y derrota.
- Me retiro ya, Andrea. Ya no quiero hacer más tonterías. Mejor me voy- y salí hacia el lado del jardín, siguiendo la ruta predeterminada. Andrea, siguiendo lo calculado, fue detrás de mí; al fin todos estaban en lo suyo comenzando "Las Mañanitas". Caminé rápido…dos puertas y a la izquierda...y me detuve, volteando la cara y verla llegar.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué te vas así?- me dijo con cara de asombro.
- ¿Y que mas puedo hacer si me muero de ganas de que algo pase entre tu y yo, pero eres tan distante? Solo logro sentirme más mal- le dije poniendo cara de reproche.
- Es que no es posible algo así, Víctor. Eres un chico atractivo y sí, me agradas, pero… ve tu edad y ve la mía.- me dijo con la convicción de que así acallaría mi deseo, o quizá queriendo convencerse a sí misma.
Di dos pasos hacia el interior de un pequeño salón, al fondo del pasillo de esa ala del jardín. Lo hice mientras hablaba, con la intención de ser seguido por ella.
- ¿No lo entiendes, Andrea?- comencé a decirle haciendo decrecer el tono de mi voz hasta dejarlo en un suave murmullo que pretendiera acariciarla- Sé que eres mucho mas grande que yo, pero eso no impide a que piense cada noche en ti. Estoy completamente fascinado por tu mirada, por tu sonrisa, por la forma tan elegante que tienes de moverte y de sonreír. En mi vida no se había presentado nunca nadie así de hermosa y fascinante. Aunque quiera yo pensarte menos apasionadamente no puedo evitar que tus piernas se me dibujen en la mente, en que cada noche me asalte el deseo por tu cuerpo, en que hasta el mismo aroma de tu piel me llegue y me embriague de deseo.
Andrea guardó silencio. Yo continué describiendo ahí el torrente de imágenes de ella que noche a noche me asaltaban, le hice saber con qué furor pronunciaba yo su nombre cuando me revolvía desnudo entre mis sábanas, con las sensaciones a flor de piel. Su mirada se tornaba vidriosa, su respiración agitada, sus manos se movían nerviosas. No pudo seguir escuchándome describirla con tanta admiración, ni describiendo tan detalladamente la fuerza de las pasiones que ella me encendía.
-No digas mas, por favor- dijo casi como en un susurro, poniendo un dedo sobre mis labios.
- ¿Por qué, Andrea? ¿Qué sucede?- dije suave e hipócritamente ignorante, intentando ocultar la alegría de saber a la presa acorralada.
- Lo sabes – me dijo- Sé que lo sabes, pues no es posible que lo ignores. Sabes lo que logras con tus palabras y con tu mirada, me envuelves con ellas, me transportas, sabes que me embruja la forma en que me miras. No puedo negar ya lo mucho que también me gustaría que algo pase entre tú y yo.
- Andrea…- susurré quedamente, y tras acariciar brevemente su rostro con la punta de mi índice, me acerqué lentamente y la besé. Mi boca rozó primero su frente; un segundo beso se posó en su mejilla. Un suave jadeo escapó de entre sus labios cuando pegué los míos a su boca, dejándome paladear su aliento, haciéndome aspirarla como si quisiera sacar de ella su alma.
Caminé un par de pasos, situándome del otro lado de ella, haciéndola girar un poco para seguirme con la mirada y llevando su cuerpo a quedar de espaldas a la pared. Tomé su mano y la llevé lentamente hacia mis labios, sin apartar mi mirada de la suya y besé la fina línea de sus dedos a lo largo. La respiración de Andrea se iba agitando cada vez más, mientras que mi corazón latía cada vez más apresuradamente, deleitándome por el momento supremo en que estás pronto a cobrar la pieza de caza que has perseguido ávidamente. Mi boca besó y mordisqueó lentamente la palma de su mano, cada vez mas sudorosa por el deseo que la embargaba.
Andrea permanecía de espaldas a la pared, temblorosa, con su piel sensible a cada caricia, a cada roce. Mis labios se apoderaban de ella mientras que con la punta de mis dedos comenzaba a recorrer la extensión de sus brazos desnudos. Andrea dejó caer sus manos hacia sus caderas, hacia sus piernas, como si de protegerse del inminente ataque que en sus extremidades se realizaría, como queriendo contener las ganas de liberarse y volar como aves de presa contra mi cuerpo.
De los labios a la barbilla, y de ahí mi boca fue descendiendo a su cuello, besando, oprimiendo, mordisqueando suavemente. De reojo podía ver a Andrea crispar sus manos sobre la tela de la falda que cubría sus hermosas piernas cada vez que mi boca maniobraba sobre su cada vez más caliente piel. Coloqué mis manos sobre las de ella, engarzando mis dedos a los suyos, pudiendo así tocar la firmeza de sus piernas cada vez que ella respondía al estímulo de mi boca, la cual avanzaba segura pero lentamente hacia el centro de su pecho. Estoy seguro que Andrea esperó que mis manos comenzaran a apoderarse de sus piernas una vez que las tuve entrelazadas a las suyas, pero decidí no hacerlo. Cuando mi boca fue descubriendo entre su pecho, comencé a levantar mis manos, subiendo, acariciando su cadera, paseando mis palmas y uñas por sus costados hasta pasarlas por dentro de sus brazos hacia su espalda, sosteniéndola por detrás mientras que mi boca se deleitaba impunemente en sus senos semi descubiertos. Andrea echó hacia atrás su cabeza, disfrutando la caricia de mi boca, la caricia de mi aliento tibio, disfrutando gustosa, jadeando encendida. Una de sus manos se entrelazó a mi cabello, y mantuvo mi cara pegada a su cuerpo, incitándome a besarla más, a lamerla a plenitud. Dentro de mi pantalón, una feroz erección llenaba por completo mi ropa, provocándome hasta dolor por la fuerza con que me excitaba. No podía yo pensar mas, solo quería seguir disfrutando de mi presa, solo quería seguir saboreando de ese cuerpo que tantas noches asaltó mi mente y me trastornó por completo.
Llené mi boca con sus turgentes senos, los cuales enrojecían al paso de mi boca que los mamaba gustosa. Mi lengua jugaba impunemente con sus pezones y nuevamente los chupaba, de pronto con fuerza, de pronto con suavidad, dejando un hilito de saliva colgando y cayendo fríamente sobre su piel caliente. Andrea se abrazaba apasionadamente a mi cuello, acariciando con sus uñas mi nuca, jugueteando con mi cabello hasta mis hombros, exhalando suspiritos de placer y echando su tórax hacia delante, buscando sentir mas fuertemente mi boca lamiéndola.
Bajé una de mis manos y desde sus piernas comencé a levantar su falda. Estando de pié, sus piernas se sentían mas firmes, mas ricas, provocándome una ansiedad cada vez mayor por poseerla por completo. Debajo de su fina pantaleta, un vello recortado esperaba mi mano. Sentí la rica picazón de los cortos vellitos sobre mi palma, antes de que mis dedos comenzaran a embadurnarse con los fluidos que anegaban ya su vagina y empapaban la fina tela que la ocultaba. Volví la vista hacia el pasillo de entrada al salón, para corroborar que no fuéramos a ser sorprendidos.
Andrea jadeaba y gemía, con el rostro temblándole, con los ojos cerrados y la boca abierta aspirando y exhalando aire rápidamente. Tras frotar el canal de su coño y haber jugado con sus labios, metí mis dedos lentamente en su vagina, sintiendo el ardor de sus paredes y la humedad que escurría por ella. Quise verla así, y me aparté un poco, mirándole las caderas con mis dedos dentro. Ella me atrajo hacia su cuerpo, queriendo impedir que yo la mirara de esa forma. Mi otra mano la retuvo contra la pared, tomándola por un hombro, y mi cara se movió hacia ella, buscando su mirada insistentemente.
- Andrea…mírame- le dije exigentemente, apretando los dientes-déjate ver, deja que tu cuerpo se muestre a mi vista, que los fluidos corran por tus piernas ante mis ojos- mas ella se negaba moviendo la cabeza. Aceleré el movimiento de mis dedos dentro de ella entonces, queriendo excitarla mas, llevarla a perder la compostura y hacer solo lo que yo quisiera, mas ella continuó negándose, aunque cediendo poco a poco.
Finalmente mi vista pudo tener a su alcance su cadera, con sus pequeños mechones de vello recortados, y mi mano serpenteando con los dedos metidos en la profundidad de su sexo. Su fina pantaleta resbalaba ya por sus piernas hasta los tobillos. Con un movimiento de sus piernas, ella liberó su ropa interior de uno de sus pies.
Sus ojos ¡Siempre sus ojos! Ellos me miraron y me dijeron todo. Su mirada sola me atrapó, me fue llevando como hipnotizado hacia ella nuevamente. Besándola fui abriendo mi pantalón apresuradamente, incapaz de resistirme más tiempo al antojo que tenía de cogérmela. No había ahí fuego, ni multitudes lujuriosas ante las cuales exhibirme, sino solo ella y yo bastábamos, en la semipenumbra de aquel saloncito. A los pocos segundos mi falo estaba fuera de mi ropa, la cual bajaba por mis piernas. Mantuve su falda levantada, para poder ver cómo finalmente mi pene incursionaría en su cuerpo. Me costaba contener la sonrisa de triunfo. Una sensación desconocida me llenaba el pecho y me envolvía misteriosamente. Mi glande hizo contacto con su pubis.
- Espera…- dijo Andrea suave y tranquilamente- hazlo despacio, por favor
No había donde sentarla para poder tener sexo con ella, y mucho menos recostarla. En ese salón no existía ni el altar ni la columna de piedra, pero recargada en la pared estaba de pié la musa de mis fantasías mas candentes, con la ropa abajo, con la piel caliente, con la sangre hirviéndole en las venas tanto como a mi, deseando aparearse conmigo en ese mismo instante. Mi glande tomó contacto con los labios de su vagina, y comencé a mover mi cadera para frotarlo en ellos. Sus fluidos mojaban la punta de mi verga lo suficiente para que resbalara y obtuviéramos placer. Mi mente estaba jugando un difícil duelo de pensamientos contra emociones. Sabía que finalmente iba a poder tirarme a Andrea y de pronto me asaltaba el insano deseo de retirarme, de privarnos a ella y a mi de ese placer, de renunciar hasta otra ocasión de poder poseerla, pasando por alto nuestros deseos y venciendo a mi carne en aras de alimentar mi ego. Por otro lado… quería metérselo de inmediato, poder probar si de verdad su cuerpo era capaz de darme los placeres con los que tan enfermamente soñé. Por supuesto… opté por lo segundo. Pero había un molesto tercer sentimiento; algo muy dentro de mí me hacía casi idolatrar a aquella mujer capaz de dominar de esa manera tan violenta mis emociones y mis fantasías, al extremo de horrorizarme al masturbarme. No quise pensar más.
Despacio, de esa manera que siempre me ha gustado, comencé a ingresar en su cuerpo, resbalando mi falo muy suavemente, sintiendo cada milímetro de su vulva dejándome entrar hacia su interior. Me era casi imposible no sonreír saboreando a mi presa, finalmente cazada y entregada. ¡Lo había conseguido! -Nuevamente lo logré- me jactaba conmigo mismo. Con suaves movimientos de avance y retroceso, que lubricaran mejor mi falo e hicieran mejor su deslizamiento fui avanzando orgullosamente centímetro a centímetro dentro de Andrea. Su fuerte sonrisa silenciosa de placer me incitaba a no detenerme y mas bien, a disfrutar de ese momento tan soñado. Tomé a Andrea por las nalgas, levantándola un poco y jalándola hacia mí, hasta que mi pene terminó su profundo recorrido y me sentí completamente dentro de ella. Los huesos de nuestro pubis se frotaban mutuamente, y a lo largo de mi falo sentía su sexo entero, y la fuerte erección de su clítoris apenas punteando el tronco de mi falo.
Los besos y las sonrisas no se hicieron esperar. Andrea parecía sonreír como una niña traviesa, ilusionada y divertida. Yo no se cómo sonreiría; solo sabía que también mi cara emanaba luz. De pié comencé a mover mi cadera, intentando hacer un círculo, lo cual seguramente hizo cosquillas a ella, pues comenzó a reír. Seguí con el suave redondeo seguido por la cadera de Andrea, que en sentido contrario respondía competente a aquel inicio de un mórbido y placentero baile. Lentamente di un pequeño paso a la izquierda, apenas acercando mi pié derecho y retirándolo de nuevo y balanceándome a la derecha nuevamente. Andrea entendió mi movimiento, y pegada a mí siguió ese suave un-dos-tres, un-dos-tres del Vals Copulativo que componíamos ocultos, en penumbras, tal como los grandes músicos hicieron sus obras maestras amparados por las sombras. Así, bailando y apareándonos a la vez continuamos por algunos minutos, sintiendo como el frotar de mi sexo dentro del de ella nos hacía vibrar de placer y de emoción.
Me tomé firmemente de las nalgas de Andrea, nuevamente. Sintiéndolas en todo su esplendor al recargarla otra vez en la pared. Un par de carnes fuertes y dignas de ser amasadas y acariciadas con verdadera devoción. Mi sonrisa al deleitarme sintiéndolas llamó la atención de Andrea.
- ¿Qué pasa?- me preguntó divertida
- Que ricas nalgas tienes, Andrea- le dije mordiéndome los labios cachondamente.
- Disfrútalas, cariño- me dijo tomando mis manos con las suyas y apretándolas más contra su trasero, el cual movía haciendo a su sexo batir mi verga- disfrútame toda.
Contraía yo mi vientre para hacer crecer mi falo dentro de Andrea y bombeárselo con más ganas. Ya no era el baile rico y erótico que teníamos hacía poco, sino un fuerte e insistente metisaca con el cual hacía enfrentarse a nuestras caderas. Bajo su ropa entreabierta los senos de Andrea se movían de un lado a otro con cada embestida de mi cuerpo. Nuestras bocas dejaban salir mil y un sonidos del deleite que nuestros cuerpos recibían.
La expresión del rostro de Andrea me mostró como se acercaba a gran velocidad al orgasmo. Bajé mis manos de sus nalgas y tomé sus piernas, levantándolas y cargando con ellas a Andrea contra la pared y clavé mi verga con rapidez dentro de ella, intentando conseguir el orgasmo al mismo tiempo que el suyo.
- Goza…- decía yo bufando directamente a su rostro-aprieta y siéntete llenar por dentro…goza, preciosa.
Andrea relajó su cuerpo de improviso
- ¡Víctor…sigue...sigue por favor…así… mas… mas…voy a venirme…sí!- y con la más angelical expresión de gozo comenzó a contraer su vagina, derramando su placer de golpe por cada rincón de su cuerpo. A nuestro alrededor parecía haber un resplandor mas hermoso y pleno aún que el que yo vislumbrara en mis enconadas fantasías. Disfrutando gloriosamente al verla venirse, suavicé mis movimientos dentro de ella, dejándola relajarse, pero sin que mi erección menguara en absoluto.
Bajé sus piernas, sin salirme de ella, dejándola de pié y jadeando, recargada aún en la pared. Balanceando mi cuerpo seguí moviendo suavemente mi cadera para que mi pene continuara contoneándose dentro de su vagina. Ella entendió que faltaba yo aún de terminar.
- ¿Puedo?- le pregunté, con mas cariño y ausente totalmente la exigencia.
- No adentro, cariño- repuso- avísame por favor- Yo solo asentí, anhelando un orgasmo prodigioso que satisficiera hasta la última de mis ganas acumuladas durante ese mes. La sonrisa de Andrea tomó un tinte de inusitada perversión, prometiendo con la sola mirada algo seguramente delicioso. Con ese aliciente, bombee con mayor fuerza cada vez, viendo sus ojos cachondos que a su vez, continuaban mostrando el placer que recibía con mi cuerpo dentro del suyo. Mi orgasmo se acercaba con gran rapidez, mis jadeos se volvían más continuos, intensos y ruidosos. Andrea lanzaba pequeños gemidos cada vez que mis piernas y las de ella se frotaban al igual que nuestros sudados vientres.
El exquisito y aplastante placer del orgasmo llegó de golpe, sin darse mucho tiempo a desear. Apenas con un gemido pude avisar a Andrea, quien empujándome por el pecho sacó mi verga de su húmeda prisión y llevó mi cuerpo hacia el espacio en la pared donde ella estuvo recargada. Lo demás fue increíble, delicioso. Poniéndose en cuclillas, Andrea tomó mi falo con las manos y comenzó a frotar mi glande en sus labios, haciéndome explotar con un fuerte grito, el cual tuve que reprimir, acentuando el abrumador placer que me llenó de pronto. Tomando mi pene con sus labios, Andrea succionó fuertemente, extrayendo de mi interior cada chorro, cada gota de mi semen, bebiéndolo y untándolo en sus labios con su lengua. Me sentí desfallecer; a cada succión de Andrea yo sentía que la vida se me iba, que era tragada por ella. Pareciera que con su boca ella extraía no solo mi semen, sino cada porción de la fuerza vital que pudiera existir en mí.
Quedé recargado en esa pared… con la vista difusa, con el corazón latiéndome enloquecido, con mis piernas temblando por el esfuerzo y el orgasmo. Como repentinamente rejuvenecida, Andrea se puso de pié y volvió a arreglar su ropa, procurando evitar que algo delatara nuestro encendido encuentro en aquel salón. Pero su porte era diferente ya, y en mi interior algo diferente se dejaba sentir, y me atemorizaba. Andrea me dio un sonoro beso en la mejilla.
- Delicioso, mi niño- me dijo sonriendo- me encantó de verdad.
- No quiero que sea solo esta vez, Andrea- le dije intentando recuperar el aliento- quiero seguirte viendo. Me encantas.
- Por supuesto, mi niño- me dijo dándome ahora un suave beso en los labios- luego hablaremos de eso; por ahora vámonos que nos van a extrañar allá afuera.
Dio la vuelta y abriendo la puerta salió hacia el jardín. Mientras me dejaba yo caer hacia el suelo, escurriéndome por la pared hasta quedar sentado, aún con mi falo de fuera y el sudor escurriendo por mi frente, borrosamente pude verla alejarse, pero algo de mí se iba con ella.
Estuve seguro de algo, no fui yo el único que anduvo de cacería.
V
Acababa de parar la lluvia mientras Andrea y yo habíamos terminado de tener uno más de los muchos encuentros de sexo a los que yo me estaba acostumbrando ya. ¿Qué sería? ¿Seis, siete meses de probar de cerca el paraíso una vez a la semana? De ser por mí habrían sido mas, pues estar cerca de Andrea era ya necesario para que mi vida siguiera su curso normal. Con excepción de exhibirnos, cada fantasía, cada deseo y forma de placer los vivimos en su casa, en hotelitos perdidos en la carretera, en sitios donde no hubiera de quién escondernos o donde cada esquina, mueble o forma fuera lo suficientemente apropiado para generarnos nuevos apetitos.
Aquel día yo respiraba aún profundamente, cansado por el esfuerzo de producirle orgasmos a su cuerpo y al mío; la habitación olía a sexo tremendamente y el frío de aquella lluviosa tarde no se sentía. Aún quedaba un buen lapso de tiempo para seguir regalándonos mutuamente la piel sin reparo, antes de que su ex esposo llevara de regreso a sus hijos del paseo de cada domingo. Andrea me abrazaba por la espalda, y el calor de su mejilla acariciaba entre mis omóplatos con una dulzura incomparable.
- ¿Habías estado antes con una mujer que te doblara la edad?- me preguntó mientras llenaba mi espalda con sus besos, dejándome sentir su aliento correr por mi espalda sudada.
- No, Andrea- mentí- es la primera vez que vivo algo tan maravilloso.
- Pero si estás consiente de que una relación entre gentes de nuestra edad no puede durar mucho, ¿verdad?
Yo me levanté de golpe al escuchar sus palabras.
- ¿Por qué no?- pregunté alterado, viendo cómo mi sueño de vivir una vida con ella parecía tambalearse de pronto.
- Tu estilo de vida, tus necesidades sin diferentes a las mías. Yo no puedo estar de noviecita con alguien, y menos si es tan joven para mí. Yo tengo que pensar en mis hijos, en mi estabilidad, en hacer de nuevo una pareja con quien pueda compartir todo lo que estoy acostumbrada a tener, y no únicamente charlas deliciosas y sexo.
- No es justo que me digas eso- alcanzaba a protestar yo- ¡Sabes que te amo, Andrea! – ella sonrió tristemente.
- Dices esa palabra con demasiada facilidad, Víctor. ¿Dejarías tu forma de vivir por vivir la mía? ¿Te comprometerías conmigo?– me dijo mirándome a los ojos, sin que yo pudiera responderle.
Andrea suspiró y se separó de mi cuerpo, sentándose a la orilla de la cama, y dándome la espalda.
- No quiero hacerte daño; pero debes de saber que a pesar de que disfruto estos momentos de una forma en que jamás lo había sentido… no me siento completa. Hay una persona… un amigo de hace muchos años, que… me ha buscado durante algún tiempo y…
Solo un milagro hizo que no me matara yo, estrellándome en la motocicleta por alguna avenida, a pesar de que aceleraba yo con furia, zigzagueando de manera idiota entre los carros que circulaban, buscando dar fin a ese momento tan amargo. Al llegar a casa la mandíbula me dolía por la fuerza con la que mantuve los dientes apretados por la ira. Un beso, eso había sido todo, y la puerta de su casa se había cerrado frente a mí para siempre, quedando ella detrás, con una triste sonrisa de despedida y el aroma de mi cuerpo impregnado en el suyo. Durante muchos días, la mirada y el recuerdo de Andrea atormentaron mi mente; durante muchas noches su nombre fue pronunciado mil veces por mi boca mientras me corroían el alma la rabia y el deseo. Muchas botellas de tequila destapé por varios meses dedicándolas todas a ella, y a esos contados momentos que tanto gocé primero y después añoré con furia y despecho.
La vi de nuevo hace pocos meses, después de… ¿19 años? Fue en un restaurante oriental sobre Avenida Insurgentes, cerca del sitio donde yo había ido de compras. Ella estaba en una mesa, al centro del salón. Los años apenas y se le notaban, pues pocas arrugas surcaban su rostro, y la carne lucía aún firme bajos sus siempre elegantes ropas. Comía ella con dos mujeres de su misma edad, pero su porte y la luminosidad de sus ojos la hacían destacar completamente. La observé por un buen rato recordando, percibiendo el viejo eco que a pesar de tantas bocas que pasaron por mi vida no pudo nunca ser acallado del todo.
Quizá atraída por mi insistente mirada, Andrea volteó hacia mi, me miró por un segundo, no pudiendo reconocer en mí a aquel muchacho de cabello largo y vestimenta de cuero al que dio caza mientras él procuraba cazarla a ella. Nuestras miradas dejaron de cruzarse, siguió ella su animada charla aunque con un cambio en su rostro que mostraba que algo se le había removido en la memoria también. De pronto, dejó de escuchar a sus compañeras, y volteando a verme de nuevo, me dedicó una amplia y sincera sonrisa. Nos miramos sonriendo y solo hizo con la mano una seña de que después me llamaría por teléfono.
Los recuerdos me inundaron de nuevo; recuerdos de las tardes y noches de fogosa pasión que vivimos juntos y el terrible sufrimiento que me dejó durante tanto tiempo.
Han pasado algunos meses desde ese momento, y lo cierto es que aún no me he atrevido a preguntar en casa de mis padres si alguien ha dejado algún recado para mí.
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