CAUTIVO
Había empezado a vagar por las calles tal vez hacia medio año. En la ciudad todo era difícil, no como en el reino. Había escapado del yugo de pertenecer al sequito del rey, por supuesto que él jamás se entero de mi existencia, pero los capitanes y jefes del servicio, me perseguían y me trataban muy mal.
Estuve refugiado un tiempo en el campo pero no tuve mejor suerte. Los campesinos son gente cariñosa, y buena, pero donde precisamente caí yo, tenían un ejército de hijos y la comida y las comodidades faltaban por todas partes, así que tuve que partir de aquel lugar.
Finalmente termine donde estoy ahora, mendigando por las calles. Estoy sucio, tengo hambre y muchos días me siento mal, mareado y débil. Debo confesar que en estos meses he aprendido muchas cosas en la calle, lo primero es a sobrevivir a cualquier costo y a cualquier precio. He comido cualquier resto que tiran y que he encontrado y vaya que cuando pasan varios días todo tiene otro sabor. Soy de tez morena, tuve alguna vez mejillas un poco rellenitas que resaltaban unos hoyuelos simpáticos y que a muchos le gustaban, mis piernas eran fuertes, una altura media, mi espalda apuntaba a ser ancha y mis brazos torneados y fuertes, ahora estaban un poco delgados, mis ojos estaban perdiendo poco a poco el brillo, su color almendra se desteñían día a día, así me lo confeso una vez uno de los hombres que tuve que atender antes de perecer de hambre.
Si, ya había entregado mi joven cuerpecito a las calamidades y calores de algún que otro hombre y alguna que otra mujer. Y también personas que estaban unidas, matrimonios serios, respetados, que nunca conocí porque me vieron enmascarados y tuve que satisfacer hasta sus últimos deseos, sus deseos más oscuros y bajos. Todo eso había aprendido en las calles. Rumiando soledad, y abandono, muy lejos de mi familia que se había desperdigado mucho tiempo atrás.
La ciudad en aquellos tiempos estaba explotando en seres como yo. La lucha con los más grandes era terrible y hasta llegaron a matarse por un pedazo de pan, así que todo era peligroso y sangriento. Yo como no era ni adulto ni pequeño, estaba en la medianía de la vida aunque claro está, estaba más cerca de los mayores que de los pequeños, tenía que andarme con mucho cuidado, por eso era mejor andar solo, aunque muchos preferían la manada.
Todo aquello acontecía día tras día, antes de lo que luego sucedió. Un atardecer con el sol rojo marcando por sobre los techos los últimos vestigios del día aquel. Un carruaje de pronto se detuvo frente a donde estaba yo sentado, pensando que comería aquel día ya hacia uno que no probaba bocado. Levante mis ojos color almendra un poco asombrados y vi que de allí bajaban tres monjes vestidos con sus túnicas grises y con sus capuchas colocadas en la cabeza, ocultando rostros. Fue allí cuando recordé los rumores que se corrían por las noches, que decían que andaban apresando jóvenes para llevarlos quien sabe dónde y que eran monjes. Cuando quise moverme uno de ellos me manoteo y ya entre los tres me redujeron, tapando mi cabeza con una bolsa casi asfixiándome y me levantaron del suelo como si no pesara nada, tal vez así era, y me encaminaron al carruaje donde me tiraron dentro y los caballos azuzados partieron raudamente de aquellas calles.
Marchábamos en silencio, yo preguntaba, que querían, adonde me llevaban, pero nada recibía de aquellas personas. Por fin luego de andar un buen trecho y de hecho ya caída la noche el carruaje se detuvo y aquellos seres me bajaron del vehículo. Mis harapos fueron quitados prontamente y también mi capucha, pude al fin respirar más cómodo. Mi vista estaba nublada al principio no podía distinguir, cuando al fin la niebla se fue de mi vista, vi a los tres monjes parados delante de mí.
__¿Que quieren de mi?¿qué está pasando?¿adónde me trajeron? ¡Déjenme ir, socorro, auxilio!!__ empecé a llamar y a sufrir un ataque de paranoia, miedo, y no sé qué cosas venían a mi cabeza, tal vez la debilidad y la mala comida me estaban haciendo volver demente. Los monjes me miraron un buen rato en silencio. Me dieron a beber agua transparente y fresca. Bebí, bebí con placer, y sin detenerme por unos cuantos minutos. Uno de ellos el que me había alcanzado el jarro, lo quito y acaricio mis cabellos
__Con calma hermano, calma__ dijo con tranquila voz
__Tengo frio__ balbucee. No sé de donde salió una manta y cubrieron mi desnudo y tembloroso cuerpo. Sentí una leve calma.
__Tienes un olor muy fuerte, no sabes cuánto hace que no te das un baño…__ comento un monje de los que allí estaba
__No se cuanto hace que no como…__dije con voz entrecortada y dolor de estomago
__¿Tienes hambre pequeño?__ me pregunto uno que se acerco a mí como oliéndome. Tenía barba canosa, pude observar eso en un fugaz segundo. Hice que si con la cabeza, mi lengua estaba reseca nuevamente
__Agua…__ suplique y el monje que me había acercado el jarro lo volvió a hacer. Volví a beber desesperado, el alma me volvía lentamente al cuerpo. Me levantaron de donde estaba y tomado del brazo un monje de cada lado me llevaban a otro sitio. Entramos a un amplio salón donde había una alberca, y del agua de la misma, salía un humito como que tenia temperatura.
__Metete allí y date un baño…__dijo uno que tenia voz grave. Entre en el agua tibia, uno de los monjes me alcanzo un jabón y con mucha lentitud comencé a pasarlo sobre mi piel, ennegrecida de mugre. En eso estaba cuando hubo murmullos y movimientos alrededor de aquella pileta y escuche
__Monseñor, oh Monseñor…__ casi que decían las voces de los monjes a coro
__Como es que no me avisaron de la llegada del nuevo…ohhh siii…está bien…se ve muy bien…
__¿Le parece Monseñor?
__Claro, pero que hacen que no lo ayudan…__sugirió como si fuera una orden el tal monseñor
__Enseguida Monseñor…__dijo uno de ellos que enseguida quito su túnica quedando con una especie de calzón que le cubría sus partes pudendas y se lanzo en la alberca sin pérdida de tiempo. El monje comenzó a pasar el jabón por mi espalda de manera tierna, suave, sentir esa presencia hizo que algo se conmoviera en mi espíritu y en mi carne. Me pasaba por los hombros, fregándome sin descanso. Fue bajando sin temor y sin prisa. Se escuchaba los murmullos y algunos gemidos de los otros hombres que observaban.
__Soy el monje Virgilio__ me susurro en algún momento al oído. Al sentir su aliento en mi oreja una pulsión terrible me sacudió y me olvide un momento del hambre, y mi sexo se movió palpitante. El monje Virgilio llego a mi espalda y bajo un poco más, tocando y palpando mis nalgas, y metiendo sus dedos por todas partes sin pudor, luego me giro y estuvo un rato masajeando mi palo y mis bolas, mirándome a la cara y sonriéndome, sin atisbo alguno de vergüenza.
__Esta bien, ya está bien__ se escucho la voz del Monseñor en la orilla. Me envolvieron en una frazada seca y caliente. Secándome el cuerpo y calzándome con unas botas casi nuevas, mis pies estaban un poco adoloridos y lastimados. Me condujeron hasta la cocina del lugar y comí como hacía tiempo atrás había dejado de comer. Tuve miedo de desmayarme de tanta comida.
__Bueno estamos en una cruzada de limpieza de gente en las calles, sobretodo gente joven, que pueda ser salvada de la miseria y la atrocidad de este mundo, pero deben permanecer en el monasterio, no pueden volver al mundo de afuera donde todo es corrupción, nosotros los salvaremos de todo lo malo y solo gozaran y serán felices…__ dijo el monje de barba gris que se llamaba Florencio. Un hombre de anchas espaldas, de hablar grave, labios gruesos, ojos claros, nariz un poco aguileña, su rostro me pareció agradable y hablaba con seguridad y autoridad por sobre los otros.
__O sea que estoy cautivo…__ dije yo
__No lo tomes así pequeño…__ dijo Virgilio en un extremo de la mesa, sonriéndome, su rostro era agraciado, parecía recién limpio. Tenía los ojos color verde, re fulgurantes y cristalinos. Las manos de Virgilio eran blancas y de finos dedos, largos, uñas prolijas, su cabello era muy cortito, tanto como Florencio que era calvo directamente. El otro monje cuyo nombre era Aurelio permanecía en silencio, los ojos de Aurelio eran marrones, saltones, frente amplia, nariz fuerte, labios finos como de mujer.
__Pero si no puedo salir de aquí estoy prisionero…__repetí en forma de queja
__Veras que no es tan así, solo queremos lo mejor para ti, queremos que abandones las calles, y a nosotros nos serás de gran utilidad.
__¿Así?¿qué debo hacer aquí?__ pregunte fortalecido por el baño y la comida
__Ya lo veras, no te apures, todo a su tiempo.__ contesto Florencio con una amplia sonrisa en su boca de gruesos labios.
Necesite ir a los baños y me guiaron por pasillos semi oscuros. El recorrido fue largo. Los monjes detrás de mi murmuraban palabras que no entendía. Pude ir al baño y evacuar todo lo que estaba dentro de mí. Vaciándome por completo. Allí había una bacinilla para proceder a limpiar mi culo. Eran muy pulcros porque nunca había visto eso hasta ese día. El agua era perfumada y me indicaron que luego de su uso debía tirarla y dejar allí la bacinilla. Salí del lugar y me encaminaron a mis aposentos, me dejaron una vela, un libro, dando por entendido que sabía leer, había una túnica y luego cerraron la puerta con llave. Una pequeña ventana con barrotes gruesos dejaba ver una luna brillante y un cielo lleno de estrellas. Al rato me dormí profundamente pensando que todo aquello era un sueño.
El sol me daba en la cara y desperté, sintiendo un vago olor a pan recién horneado. Sentí la cerradura ceder ante la llave. Virgilio estaba allí, parado delante de mí. Mi estomago ya había procesado el alimento del día anterior y necesitaba comer.
__Tengo hambre __dije
__Buen día ¿y tu cómo te llamas pequeño?__ respondió sin alterarse el monje.
__Uriel__ dije secamente
__Uriel…así que tienes hambre
__Si mucho__ entonces ocurrió que aquel monje se levanto la túnica sin decir agua va, puso la traba del lado de adentro, y apareció ante mi vista un pedazo de carne que buscaba levantarse abruptamente, cabeceando, abrí la boca, no era la primera vez que veía un sexo de hombre, y sabia que debía pagar, de una u otra manera.
__Ven y comete esto para empezar el día ¿quieres?__ de rodillas lamí la cabeza de aquel pedazo. Lamí con ganas, mi cuerpo empezó a recibir las llamaradas de calentura incontenible, yo mismo además tenía una erección como cada mañana. Trague despacio aquel pedazo, mientras el monje gemía, al parecer le gustaba lo que estaba sucediendo. Agarre el pedazo ya muy duro con una mano y lo pajeaba, y con la otra acariciaba las bolas de Virgilio que eran gordas, llenas, los gemidos se profundizaba, tanto como mi mamada. El monje ya había tomado mi cabeza apretándola contra su sexo. Era un hierro caliente. Aquel hombre no se perdía de nada. Acariciaba mis orejas y metía sus dedos dentro de ellas, provocándome oleadas de placer y gusto. Yo mamaba como ternero.
__Oh, oh, uh, uh, ahhhhh te vas a tomar toda la lechita que te daré Uriel, pequeño te va a gustar la leche de los hombres santos, ahhh siii quieres tomar tu desayuno, ahhh siii__ mi boca tragona se comía aquel pedazo lujurioso, esperando el final, mi propio animal dolía de tan duro. Mis huevos estaban a reventar, pero mis manos ocupadas, trabajaban los huevos y el garrote del monje. Ya venía su jugo, la carne se hinchaba más y más. Y en un momento yo estaba tragando su leche, saboreándola, degustándola sin problemas, tragando todo, salvo lo que escapo por la comisura de mis labios aniñados y dulces, para la boca del monje que colocándose de rodillas me beso profundamente como un hombre experimentado y voraz.
__Eres un muchachito muy dulce Uriel, tu cautiverio no será tan malo como tú crees…__ dijo Virgilio y ayudándome a levantar salimos a la cocina para tomar un frugal desayuno. En la cocina entro Florencio saludando con su grave voz.
__¿Has descansado muchacho?__ preguntó firme
__Si señor__ dije yo sabiendo que aquello le encantaría. Mientras comía frutas y bebía una infusión caliente que no sabía bien que era pero que me gustaba. El pan estaba exquisito.
__Como ves no es tan malo estar cautivo como has dicho…__ reflexiono el monje, acercándose a mí y acariciando mis cabellos. Yo levante mis ojos mirándolo como carnero degollado.
__Y dime ¿tú sabes leer?__ pregunto sin soltar mi cabeza
__Si, aunque estoy un poco falto de practica__ conteste. Luego de terminar el monje me pidió que lo siguiera. Fui tras de él. Subimos unas escaleras cada vez más oscuras hasta que salimos a una habitación bien iluminada y llena de libros. Mire asombrado ya que nunca había visto tal cantidad de libros.
__Bueno aquí me ayudaras a ordenar todo esto. Ese será uno de tus trabajos, porque aquí algo debes hacer__ seguramente ya sabía que algo había hecho. Empecé por quitar el polvo a una cantidad considerable de libros gordos, grandes, pesados. Pasado un buen rato, el monje regreso y acercando una escalera, hizo que subiera a la misma, y él empezó a decirme donde debía colocar cada libro y además me los alcanzaba, pero también miraba sin dejar de hacerlo mis nalgas que se movían debajo de la túnica. Al subir las escaleras mostraba toda mi humanidad, tanto mi colgajo, como mis nalgas frescas y jóvenes. En un momento casi trastabille y el rápido me tomo de las nalgas apretándolas sin más, sobándolas, ayudándome a bajar. Extasiándose en ellas. Poniéndome con el vientre apoyado en una especie de escritorio y con mi culo hacia él. El acariciaba y pellizcaba mis nalgas, y yo lo sentía bufar y respirar muy veloz, jadeando. La túnica que tenía la había levantado casi hasta mis hombros, pero él hacía de las suyas. Sus manos pasaban por mi piel. Me dio unos chirlos, luego sentí su boca besando mis carnes, con suavidad, con ardor, degustándome, luego en el ir y venir abrió mis nalgas y su lengua se deposito en el agujero, que estaba limpio, solo sudoroso, tal vez, pero a él le encantaba se ve. Ya lo besó y lo chupó dando rienda suelta a sus instintos más bajos. Me comía y mi sangre estaba de verdad muy caliente, al punto de que mi verga se había puesto como fierro, y el monje no tardo en darse cuenta de ello para lamerla y besarla también con enorme placer. Aquellos hombres en verdad eran unos inmorales y pervertidos, pero yo la estaba pasando de maravillas para ser sincero. Mi orificio se abría mucho, mientras la lengua escarbaba dándome placer. Entonces Florencio, el monje, hizo que subiera al escritorio aquel y poniéndose debajo de mí alcanzo mi verga, mis bolas y mi culo y yo con mi boca me abrace a su pedazo potente, grueso, tanto que daba trabajo meterlo en mi boca, esforzándome poco a poco lo fui tragando, era muy grueso aquel pedazo de carne, pero lo disfrute plácidamente. Sabiendo que aquel monje era tremendamente perverso, como cada uno de los habitantes de aquel monasterio en el que se suponía estaba cautivo. Mi leche no tardó en ser derramada, y aquel lujurioso ser la disfruto y produjo que su propia herramienta largara chorros interminables de sedosa leche blanquecina, espumosa y urgente. Nos quedamos cada uno limpiando la verga del otro, aunque la de él era más grande que la mía, mucho más grande.
__Muchacho que bien bebes la leche…aquí la pasaras muy bien, ¿porque quieres marcharte?__ preguntó sin dejarme contestar porque su boca cubrió la mía y metió su lengua hasta el fondo de mi garganta, hasta casi dejarme sin aliento. Luego se marcho dejándome con los libros.
Aurelio vino por mí y me llevo hasta la cocina, porque era la hora del almuerzo. Me conminaron a colaborar para servir la mesa. Luego que estaba todo presto llego a la misma el Monseñor. Siempre vestido de manera muy pulcra y cuidada. Debo decir que en la mesa, los comensales eran como veinte. Aparecieron monjes de todos lados. La mayoría era gente muy grande. Jóvenes éramos muy pocos. Todo era en silencio. Solo se miraban y cuando hablaban lo hacían en voz muy baja. El Monseñor me miraba de manera escudriñadora. Midiéndome. Una vez que comieron la mayoría comenzaron a retirarse de la mesa. El Monseñor, al que ellos llamaban Monseñor fue el primero en irse de allí.
__¿Dónde van todos ellos?__ pregunte curioseando a un joven que quedó a mi lado en la mesa, porque una vez que se marcharon los mayores quedamos comiendo los más jóvenes.
__Van a rezar…__ dijo casi sin mirarme.
__¿Hace mucho que estas aquí?
__Si hace mucho__ dijo el
__¿También te recogieron de la calle?
__No a mi me trajo mi madre y nunca volvió
__¿Y la pasas bien?
__De maravilla…__ luego de comer tuvimos que recoger y lavar los utensilios. Acomodar todo. Dejar todo ordenado y pulcro hasta los pisos. Bajo la atenta mirada de el monje Aurelio. Luego me quede parado esperando alguna orden del monje Aurelio.
__Sígueme Uriel__ me dijo él y lo seguí. La tarde estaba soleada y el calor se empezaba a sentir. Caminamos por un inmenso patio desierto, solo se escuchaban los silbidos de los pájaros inquietos entre las ramas de los altos árboles verdes y floreados. Fuimos detrás de una enorme construcción donde había animales, allí se encontraba una plantación con una cantidad de hortalizas verdes, coloridas y que olían muy bien.
__Vamos a sembrar unas nuevas semillas__ dicho esto me mostro como hacer con la azada, los surcos. El sudor pronto apareció en la frente del monje Aurelio. Me insto a que continuara yo. El trabajo era entretenido. Mojamos la tierra, nos ensuciamos las manos. Sudamos bastante, yo era de transpirar mucho. Me mostro como cortar las hortalizas que estaban para comer. Llenamos una canasta, luego de un buen rato marchamos nuevamente al interior del monasterio. Dejamos todo en la cocina y después lo seguí al monje Aurelio a donde había estado la primera noche. En la alberca me quito Aurelio la túnica y me dijo que me metiera en el agua. Acto seguido el hizo lo mismo. Vi su pájaro bamboleante y dormido entre sus piernas. Era morrudo, de espaldas anchas y mucho vello en su pecho. Las tetillas gordas, oscuras, muy amarronadas. Me moje abundantemente. Aurelio, el monje, comenzó a restregarme la espalda con una estropajo, mis sentidos prontamente se alteraron y el crecimiento de mi pija fue instantáneo, el me apoyaba pero su pájaro no estaba duro, me extrañó, desconocía el estado de los hombres en reposo, con tanto rozamiento de nuestras carnes, bajo con el estropajo hasta llegar a mis nalgas firmes, paso un buen rato el trapo por ahí. Luego se metió entre medio de los cachetes y hurgo otro rato en mi orificio. De pronto me giro y quede enfrentado a él, paso el trapo por mis pezones erguidos, todo mi cuerpo era una caldera al máximo, estaba encendido por completo. El monje en un momento busco mis labios y nos dimos un profundo beso, chupo largamente mi lengua rosada, caliente, yo hice lo mismo que el. El trapo desapareció y fue su mano la que atrapo mi pija enardecida y dura, la masajeo, la bombeó, se extasió con ella y apretó buscando mis bolas repletas. Toque su herramienta y el muy sutil me susurro
__No te preocupes hace años que no despierta, hace mucho deje de intentarlo, pero encontré otra cosa muy interesante…__ fijo el monje Aurelio, al cual le brillaban los ojitos. Salimos de la alberca, el tomándome la mano, me sentó en una de las sillas que había cerca, eran anchas y con un buen asiento, comenzó a secar mis hombros, y luego los brazos, y el pecho y el vientre, y cuando llego a mi palo duro se lo metió en la boca de un solo golpe. Me comió literalmente unos momentos y luego hizo que me levantara del asiento y él se coloco de rodillas mostrándome su trasero blanco y dispuesto.
__Mete tu lengua allí Uriel…__ pidió con voz ronca, a lo que accedí velozmente comiendo el orificio del culo fresco, húmedo, mi lengua prontamente penetró en aquel sitio, los gemidos del monje se esparcían con total brutalidad, eran más bien gimoteos, que hacían que mi pija estuviera al rojo vivo. A punto de reventar. Después de un buen rato en que mi lengua se movía y penetraba el agujero vicioso del monje, lo tome de las caderas y guie mi miembro al lugar y lo atravesé sin miramientos, a lo que el monje solo siguió bufando y gruñendo, una vez que lo tuve totalmente ensartado sin piedad, y comencé a moverme hacia adelante y hacia atrás, de forma salvaje y casi desesperada.
__Ahhh ves Uriel como se puede gozar igual…ahhh lindo…sigue, sigue, ohhh, siii__ rogaba el monje Aurelio con mi verga enterrada en su cuerpo lujurioso y desquiciado. Mis embestidas no podían durar mucho mas, ya que venía aguantándome desde que había llegado a aquel lugar misterioso y desconocido para mi, así que me tome fuertemente de las caderas del monje y me fui, vaciando en su interior, fue una acabada interminable, fogosa, pegajosa, una catarata inundando las entrañas de aquel monje que gozaba a rabiar con mi nabo clavado en su túnel. Me quede unos momentos en su interior, sudando como bestia, con las gotas chorreando de mi espalda y perdiéndose en mi culo desnudo. Luego saque mi pija ya desvanecida y más tranquila, el monje se sentó en la silla grande, buscando aire, sonriendo con una dentadura perfecta y blanca.
__Ohh Uriel has hecho muy feliz a este monje, ahora deberemos bañarnos nuevamente__ así fue que en un rato estuvimos chapoteando otra vez en el agua y luego salimos del lugar.
Pasaron 30 días con sus noches y aquello se repitió con uno o con otro monje, además de que se fueron sumando en aquel desenfreno casi todos los habitantes de aquel monasterio que me tenía cautivo. Es decir, más de una vez podría haber huido del lugar, pero donde me iba a ir. Tenía techo, comida, diversión que mas podía pedir para mí. No tenía a nadie en este mundo. Estaba solo, sin compromisos. Mi trabajo era hacer lo que me pidieran y satisfacer a aquellos seres perversos, que disfrutaban de tener jovencitos que les dieran todo lo que pedían. Pero a decir verdad a mí me gustaba cada vez más hacer esto o aquello. Lo que me parecía extraño era que el único que no me había tocado un pelo, aún, era el monseñor como todos lo llamaban.
En esos días había estado con el monje Felipe, un monje alto, fornido, medio guaso en su andar. Zanguango, despatarrado, pero que tenía entre sus piernas un animal de temer. Me invito a su celda, cerro por dentro y me tuvo allí un buen rato con él. Era de retener su acabada de manera extrema. A este monje que me esperaba desnudo en su camastro y con su espada enarbolada casi al máximo, le volvía loco que en este caso, yo, le lamiera sus pezones que eran gordos y rosados, era de piel muy blanca, y con una de mis manos lo masturbaba suavemente, que luego apurara las embestidas, y que volviera a frenarme, que dejara la herramienta como encabritado, y le acariciará con la yema de los dedos sus huevos, aplastados contra la cama, en reposo aunque estaban muy duros y cargados. Luego tenía que volver a agarrar su mástil y volver a empezar. Sus gemidos iban subiendo en aumento de volumen, mientras mi mandíbula empezaba a doler. Sus líquidos pre seminales salían abundantemente, mientras mi boca chupaba, lamia, mordía aquellos pezones de locura.
__Siii Uriel, muy bien corazón, eres un buen chupador de pezones, me encanta como lo haces…ohhh si, y mira que han pasado muchos ya…ahhhh__ me decía aquel monje mientras yo seguía con las maniobras que finalmente lo llevarían al éxtasis total. Su pedazo comenzaba a inflamarse más y más y a gotear abundante cantidad de líquidos. Yo apuraba las mamadas de pezones que estaban duros, tan duros como su verga, que era grande y no sé cómo habría hecho para sostener una mamada con mi boca. La cuestión era que el monje Felipe exclamaba, bufaba, gruñía anunciando que venía su leche, y empezaba a retorcerse mientras largaba chorros y chorros de una leche pegajosa y muy blanca que mi mano y mis dedos recogían, hasta que el hombre se calmaba, se quedaba quieto. Yo dejaba sus pezones, mientras el volvía a este mundo real. Mi verga por supuesto estaba al rojo vivo, pero no le gustaba que me tocara cuando estaba allí. Su animal quedaba semi dormido, volcado sobre su muslo.
__Eres un ángel que ha llegado a traernos el bien muchachito, un encanto__ decía entre suspiros aquel monje
__Si, debo decirte monje que he estado con más hombres aquí, que en toda mi vida en las calles, no me quejo, me gusta mucho, aunque debo confesar que estoy esperando que me penetren, porque nadie me la ha metido todavía, todo ha sido tocamientos, chupadas, caricias, pero nada más…y lo más extraño de todo es que el único que no me ha tocado es Monseñor…__ dije y luego hice silencio
__Precisamente es eso Uriel__ respondió Felipe, el monje
__¿Qué es?
__Que no te ha tocado monseñor, cuando el te toque, lo hará de manera total, sin restricciones, y allí todos quedaremos habilitados para tomarte de la forma que quisiéramos, que nos dé la gana, tendremos libertad, pero hasta que eso no suceda, estamos atados a estos hechos que suceden ahora y no podemos ir más allá…__ concluyó el monje Felipe mientras acariciaba mis cabellos sedosos y limpios pues hacia muy poco me había lavado bien luego de estar con otro monje que había chupado mi culo de manera feroz hasta hacerme lagrimear y acabar como una perra.
__¿Y tú sabes el nombre de Monseñor?__ pregunté inquieto
__Eso no lo sé y no sé si habrá alguien aquí que lo sepa, es un misterio, pero no desesperes pequeño querido, tarde o temprano, monseñor te llamara con él y te dará lo que necesitas, ya lo verás, no querrás irte de este lugar nunca más…
Pasaron tal vez unos diez días y una noche luego de cenar, de hacer todo lo que hacía antes de dormir, ir al baño por ejemplo, vino el monje Virgilio, me ordeno ir a las albercas a darme un buen baño. Me acompaño y me miro desde el borde, yo sabía que conteniéndose por tomarme allí mismo. Una vez que termine, el monje me seco y coloco unos polvos en mi cuerpo que olían muy bien. Me sentía fresco. El perfume era embriagador. Luego me tomo del brazo suavemente y me condujo a través de unos pasillos que casi nunca había recorrido. Mi corazón dio un brinco cuando me di cuenta de que nos dirigíamos hacia el aposento de Monseñor.
__¿Vamos a donde yo creo Virgilio?__ le cuestione muy inquieto y febril
__Sí, Monseñor te espera, parece que es el día, estamos todos muy contentos…__ dijo él y yo creí escuchar en eso un por fin vas a ser mío, entre sus pensamientos.
__Entra__ dijo Virgilio.
Una tenue luz alumbraba el lugar. El hombre estaba su cama que era realmente grande y podrían haber entrado tranquilamente tres o cuatro personas. El Monseñor estaba con una bata brillante. Despojado de todos sus ropajes.
__Permiso Monseñor__ dije por decir algo
__Uriel, adelante…__ trono la voz varonil y potente de monseñor. Pensé fugazmente que todos en el convento estarían prestando atención a lo que allí dentro sucedía.
__¿Quieres beber un poco de vino?__ me invito aquel hombre extraño para mí de ojos chispeantes azules como el cielo. Tez blanca. Un poco robusto y medio regordete sin exagerar, entrado en años, pero jovial. Pocos cabellos y el rostro rasurado con mejillas sonrosadas. Me sirvió en una copa reluciente. Se sentó en un sillón suave y grande. Un poco alejado de mí, que aun estaba de pie.
__Quítate esa túnica de una vez, anda muchachito, déjame ver que tienes para mí__ por supuesto que yo no era el mismo que había llegado. Además de haber crecido, mis músculos se habían pronunciado bastante más, además de mis piernas y de mi culo se había transformado en algo más fibroso, marcado, fuerte, sobresaliente diría Virgilio, que era quien más lo adoraba.
__Veo que estos días te han hecho muy bien estando en este lugar, gírate…__ le di la espalda sabiendo que observaba mis nalgas jóvenes y apetecibles. Escuchaba sus jadeos subiendo de volumen e intensidad.
__Ábrete__ me pidió, con mis dedos corrí las medias lunas de mis nalgas. El Monseñor se relamió. Escuche nítidamente sus suspiros, sus berreos, me di la vuelta nuevamente con mi verga un poco levantándose de manera irracional.
__Esta vista es muy bella, ahhh querido has sido un hallazgo muy productivo según me cuenta, ven acércate, pero bebe, bebe___ empine la copa y el vino sabía muy bien, dulzón, lo que a mí me gustó inmediatamente. El bebió de su copa, yo me detuve frente a él. Hizo una seña y me arrodillé frente a monseñor.
__Pon tus manos en mis piernas y corre despacio la bata, ve despejando la tela…__ dijo aquel hombre. Hice lo que me solicitaba. Lentamente. Esperando para ver que aparecía. Finalmente corrí el velo completamente. Apareció ante mis ojos una tremenda verga semi alzada. Gruesa. Larga, fue poniéndose de pie mientras mis ojos no daban crédito a lo que veía, pocas veces en mi corta vida experimentada, me había encontrado con un pedazo tan grande y descomunal. Mis dedos tímidamente fueron acariciando aquel palo enorme. Las caricias se fueron profundizando. Hasta que agarré con fuerzas aquel machete divino, se sentía latir, tenia vida, sangre corriendo por allí, yo estaba ardiendo por completo. Comencé a masturbar aquel garrote gigante.
__¿Te gusta lo que hay?__ pregunto suspirando en un susurro el hombre muy caliente
__Ohhh si Monseñor, claro, es un pedazo de carne venerable…__ dije en tanto pensaba que todo eso me entraría en unos momentos en mi culo y lo deseaba tremendamente. Me aferré a la tranca. La subía y la bajaba a esa estaca que ya largaba una gran cantidad de pre semen. No pude contenerme y mi boca rodeó la cabeza de aquel monstruo. Brillaba y mi saliva prontamente bañó aquel machete, mojándolo, los quejidos de aquel macho retumbaban en todo el lugar, seguro de que los monjes estarían con la oreja pegada a los muros y a las puertas, además, deberían estar espiando por algunos huecos que seguramente tendrían. Con la lengua fui y vine por todo lo largo de aquel palo, fuerte y potente. Llegue a los huevos que eran correlativos a lo que era esa semejante poronga. Pase mi lengua. Una vez, otra vez, humedeciéndolos. Monseñor vibraba a cada lengüetazo y murmuraba palabras que yo no entendía. Mi mano paseaba por el mástil aquel, cada vez más rígido y rocoso, imponente.
__Mihi placet quot tu facis, ahhh__ decía en lengua latín aquel Monseñor caliente __tam pulchra es, ohhhh__ mientras yo me fascinaba con sus genitales, su toro bravío cada vez más duro y bien parado, portentoso, magnánimo. Mi boca tragaba pero no daba abasto con semejante herramienta, seguramente, monseñor, estaba acostumbrado a que a nadie le entrara en la boca la totalidad de aquella serpiente marina. Besaba el palo, le daba leves mordisqueos y el bramaba de placer, chupaba, suavemente, ya casi no tenia saliva en mi boca, me estaba secando. Monseñor se movía tomándose de los apoya brazos, histérico, con la bata abierta por completo, y los pezones erguidos, gruesos, inflados, como su vientre, que se levantaba y se bajaba a medida que su respiración se agitaba cada vez más. Poseía un ombligo muy profundo y ancho, casi que hubiesen entrado dos dedos en el, me tenté y tuve que ir a chuparlo, metí mi lengua allí y a él le dio un enorme placer. Gruñía como un oso salvaje. Murmuraba, suspirando agitado. Mi lengua recorrí el pasaje entre su erecto mástil, y el hoyo profundo y misterioso del ombligo.
__Ahhh pequeño cerdito, siii, me encanta lo que haces…porqus amo quid facis, ohhh__ mi mandíbula estaba a punto de acalambrarse. Monseñor, con una mano tomo mi cara, haciendo que me detuviera, Su serpiente quedó quieta, mirando hacia arriba con el único ojo que poseía. Pero era un monumento digno de admiración. Se incorporó de su asiento y tomándome de la mano me llevo a su enorme cama. Nos acostamos y el giro mi cuerpo hacia él, se quito finalmente la bata, acaricio mis nalgas, las apretaba con entusiasmo. Las pellizcaba. Luego arrimo su rostro a ellas y las empezó a besar, a lamer y a chupar, dándome de vez en cuando sonoros chirlos enrojeciendo mi piel. Arrancando grititos de mi parte, cosa que parecía ponerlo más caliente.
__Tu culo se ha convertido en un manjar, humm, tan sabroso…__ jadeaba mientras me mordía y me besaba las nalgas sonoramente.
De pronto giro mi cuerpo sensible y caliente al por mayor, y se abrazo a mi buscando la boca, y la lengua y nos entrelazamos en besos profundos, desesperados por momentos, febriles. Paso por mi cuello, por los hombros, paso por mis axilas, y llego a mis pezones rocosos, tan exaltados como mi cerebro a punto de estallar, babeando llego a mi pija sublevada y rígida. La metió en su boca y chupo largamente. Metió mis bolas en su boca, Monseñor era de tomarse su tiempo para todo, prolijamente, humedeció mucho mis huevos a punto de estallar. Mi cuerpo era un volcán. Una brasa quemante, al rojo vivo. Aquel hombre sabía hacer las cosas. Me sacaba de quicio. Iba a hacerme acabar de un momento a otro. Monseñor lo sabía por eso sus mamadas eran furiosas y urgentes. Chorreaba su saliva en mi pija parada. Me estaba matando de placer. Mis gemidos se esparcían en todo el lugar, creo que se escucharían hasta en los establos. Una de sus manos me masajeaba sin detenerse. Buscando mi néctar. Buscando mí placer. Aquel hombre misterioso me entregaba su boca sin miramientos. Sin detenerse. Me proporcionaba tal deseo, tal morbo, que me haría explotar, no podía retener mas tanto ardor, tanta lujuria. Mis movimientos histéricos bailaban con su lengua en mi verga. Acompasadamente. Entonces empecé a largar una abundante cantidad de semen que el recogió sin problemas y sin atajos. Todo lo que pudo tragar lo trago. Dejo mi pija vacía de líquidos. Limpio hasta la última gota que salió de mi caño en llamas. Furioso como estaba me dio nuevamente vueltas poniendo mi culo al alcance de su boca tremenda. De su machete precioso y voluminoso. Abrió mis cachetes sudorosos. Encontró mi agujero dilatado y presto. Su lengua empezó a hacer maravillas en el. Hacia círculos, lo mojaba, y el anillo se agrandaba de calentura. Daba besitos en mi anillo y se agrandaba, se estiraba mayormente de manera autónoma, como si tuviera vida propia, el agujero se ensanchaba, dilataba esperando el manjar de la morcilla de monseñor. De que de una vez por todas, me penetrara con semejante ariete. Pero su lengua y su boca seguían haciendo maravillas en mi ojete. Me había colocado en cuatro patas y yo sacaba mi cola hacia atrás, el abría mis nalgas, les seguía dando chirlos espaciados, mientras perforaba mi humanidad. Al cabo de unos minutos un dedo se introdujo sin reservas, sin obstáculo hasta el fondo, resbalo sin prisa, sin contención alguna, lo removió, hacia círculos, haciendo inflamar mis deseos, mis sentidos. Mi pija se levantaba nuevamente, caliente, las hormonas se golpeaban dentro de mi cuerpo. Monseñor metió dos dedos jugando con mi ojete bufón y entregado a sus placeres y requisitorias. Gemía él y gemía yo. De vez en cuando el mordía mis cachetes firmes, enrojeciendo y dejando su marca en la piel. Rebuznaba como asno, a veces, de manera brutal, imaginaba su poronga, su pedazo firme sin caer, y rogaba que ya lo metiera en mis entrañas.
__Ohhh Monseñor métame su pedazo de una vez, estoy tan caliente__ rogué en un momento de locura, gimoteando y casi lloriqueado como una nenita indefensa y loca. El dejo de besarme y saco su lengua de mi entrada trasera, saco sus dedos que habían sido hasta tres o cuatro, ya había perdido la cuenta.
__¿Quieres que te meta mi pedazo de carne chiquillo?__ me lanzo Monseñor con voz ronca y ardiendo en deseos
__Ohhh si claro que quiero que me meta su pedazo y lo quiero ya, por favor, hágalo Monseñor
__Me encanta verte rogar por mi favor…eres un cautivo muy sobresaliente, muy entregado a tus tareas de dar y dar a los demás…has entendido todo, y por eso te debo tu premio para que goces plenamente, voy a satisfacer tus deseos y los míos…__ paseo su poronga feroz por mis nalgas hambrientas, desesperadas. Mi cara pegada, con la cara metida muy abajo, entregado por completo a los requerimientos de ese hombre que me sometería en breve. Notaba que su gran machete estaba babeando. Lo apoyo en la entrada. Me urgía que empezara a empujar contra mi humanidad. Estaba muy húmedo el agujero. Yo suspiraba hondamente. Monseñor empujo un poco más y sentí que mi carne se abría, ardiendo, de manera volcánica. Explosiva. Deseando que me perforara. Así lo fue haciendo. Su pedazo ensanchaba mi canal.
__Ohhh chiquillo como te abres ante mí, tu agujero me encanta, ahhh, aprieta tanto, ohhh pronto lo meteré todo, aguanta…__ me quejaba, sentía como su terrible serpiente iba perforando, taladraba, metiéndose dentro imparable. El dolor de aquella carne se volvía insoportable, pero igual aguantaba, lloriqueando y babeando, incontrolable. Monseñor lo hacía despacio, rítmicamente, pero de manera suave.
__Lo haces muy bien chiquillo, ahhh, siii, entra, sigue entrando, es todo para ti belleza, lo has ganado, ohhh si muévete, mueve ese trasero que te han dado, dámelo, traga todo, siii, me comes, me comes ahhh__ empujaba de a poco, había sido sodomizado muchas veces, por distintos miembros, pero este era el mas grande que había tenido clavado en mi, y la verdad, que se hacía notar, en un momento empezó a hamacarse, había entrado todo, bombeaba con calma, aferrado a mis caderas, sentía el golpe de sus bolas contra mí, yo seguía lloriqueando mezclado el placer y el dolor. Nos movíamos armoniosamente. Ese hombre era un semental que tenia claro lo que hacía. Como darle placer a otro. Obviamente comprendí que era la locura de todo el monasterio. Todos querrían que aquel hombre los atendiera, les diera a probar de su carne. Ahora yo estaba también en aquella lista, que seguramente, iría mucho más allá de las paredes del convento aquel. Ahora serruchaba con más ritmo, apurando un poco más las embestidas. Las sensaciones corrían eléctricamente por mi cuerpo y me daban otra erección brutal, su serpiente dura como roca se movía cada vez mas endiablada en mi túnel abierto y baboso. Monseñor me seguía dando pequeños golpecitos en mi culo. También se llegaba a mi cuello haciéndolo levantar un poco y mordiendo mi nuca. Besaba mi espalda. Mientras seguía taladrando mi culo, desfondándolo. Apurando sus embestidas, cada vez más feroces. Los jugos en mi trasero hacían fácil la penetración, Monseñor con sus manos se tomaba de mis caderas y me disfrutaba haciéndome sentir su virilidad muy clavada en lo más hondo de mi cuerpo entregado a los placeres mundanos y salvajes.
__Ahhh querido que culo mas dulzón y tentador tienes, lo abro cada vez más, lo siento abrirse para mi, ohhh que bien te mueves pequeño, muévete, así, así, quiero desahogarme dentro de ti, siii, siento que te voy a llenar, te regare con mi néctar, será todo para ti, te voy a dar mi leche…__ empujaba sin detenerse. Sacaba su ariete y lo volvía a meter casi sin dificultad. El dolor había cedido a un placer total, quemante. Empecé a adorar aquella serpiente viva, tensa, dura, venosa. Tan gruesa. Tan larga, metida dentro de mí. El hombre se contorsionaba tanto como yo que movía mi culo en círculos.
__Ohhh Monseñor, su serpiente me vuelve loco, la quiero ahí, la deseaba tanto, ya no aguantaba que no me penetrara con semejante pedazo, me gusta tanto, ahhh, siga, destróceme el culo, es suyo, le pertenece por siempre, quiero ser su cautivo, ohhh siii, deme su leche, deme su bendición, lléneme el culo con sus jugos…__ casi a los gritos le pedía por su leche. Aunque además quería que aquello no se terminara nunca. Me tomaba de los hombros, para que su cogida fuera más poderosa. Lo sentía inflamarse a cada instante, jadeaba él y jadeaba yo, el gruñía, yo lloriqueaba como nena. Sacando mi ojete para atrás para que la clavada sea más generosa, y aprovechar al máximo toda la porción de carne que aquel hombre me daba. Tomándome de los hombros me fue atrayendo hacia su cuerpo, y relajado, me fue como sentando en su estaca. Allí me sobaba los pezones álgidos, sabrosos, erectos muy calientes. Con sus dedos me rozaba la pija a reventar. Acariciaba mi verga y mientras suavemente me cogía, yo levantaba mis caderas y me volvía a sentar, eran movimientos cortitos que me daban un enorme placer. Y creo que a Monseñor también le daba un placer especial, volvía a pellizcar mis tetillas de fuego. Besaba mi cuello y mordía mis orejas, susurrando gemidos y balbuceando palabras groseras, que me encantaban. Luego bajaba las manos y se aferraba virilmente a mis caderas ensanchadas, tanto como mi túnel, lleno de carne, carne que se movía yendo y viniendo. Mi culo hacia círculos instintivamente, tragando aquel pedazo que hervía dentro de mí. Una serpiente que nadaba dentro de mí haciéndome lloriquear de placer.
__Ohhh chiquillo que lindo culito tienes, ahhh, me vuelve loco, quiero llenarte con mis jugos, lo vas a tragar todo, va a ser todo para ti.
__Si Monseñor deme toda leche, la quiero, ahhh, que verga tiene, lléneme deme toda la leche, la quiero en mi culo, siii…__ lloriqueaba yo
__Ya viene, siii cariño, chiquillo, me vas a sacar la leche, ya viene siii__ bramaba aquel hombre mientras me hacía sentir sus tremendos escupitajos de semen, golpeando en las paredes de mi culo abierto y deseoso, colmado, pronto se rebalsó con la cantidad que aquel hombre expulsaba de su interior caliente. Las convulsiones continuaron en algunos minutos más, se pegaba a mi espalda, mordiendo, lamiendo, besando. Mi pija había largado también más jugos, casi sin darme cuenta, había tenido un tremendo orgasmo anal y por adelante dejando en sus manos una buena lechada blanca y pegajosa, salobre, ardiente. Durante un tiempo no se movía, su vergón enterrado en mi parecía no perder fuerza, ni volumen. Sus jadeos eran intensos, acariciaba mi pija dormida, babeante aun. Luego la fue sacando y un torrente de jugos salieron de mi cuerpo, adolorido, recién ahora empezaba a sentir un cansancio, por la posición y el machete que había tenido clavado en mi culito. Vi la serpiente que no se dormía, aunque no estaba tan dura, había perdido algo de rigidez y no tarde en meterla en mi boca. Monseñor se había acostado y yo en sus pies fui trepando hasta aquella hermosa y magnánima espada para volver a comerla con pasión y fruición. De mi cola salían interminables ríos de leche. El respiraba más tranquilo acariciando mis cabellos. La serpiente yo sabía que se pondría de pie de un momento a otro, aquella noche aun no había terminado. Yo estaba dejando brillante aquella poronga maravillosa. Afuera de la habitación se escuchaban ahora rumores de voces, que cuchicheaban entre ellas. Supuse que eran los monjes o la mayoría de ellos que habían espiado todo lo que sucedía en la habitación del Monseñor, su señor supremo. Y de ahora en más el mío también.
Una vez que deje limpio y brillante su espada, me atrajo hacia él y empezó a darme besos en la boca, cada vez más calientes y profundos. Haciendo que mi cuerpo se entregara a sus caricias ardientes, conmovedoras, salvajes, eróticas, dulces, todo eso me hacía sentir en mi interior, y en el exterior mi pija nuevamente se alzaba. Cuando abrí los ojos ya que los tenía cerrados, rodeaban la cama, los monjes Virgilio con su imponente machete, el monje Florencio también mostraba su virilidad alzada, vibrante, había otros monjes que no podía divisar bien sus rostros pero a todos conocía, y con todos había tenido ya encuentros. Monseñor acariciaba mi rostro, y me daba pequeños besitos en los labios. Virgilio se colocó detrás de mí. Yo estaba en cuatro patas, paseo su garrote sobre mis nalgas, un bueno rato, mirando a los ojos de Monseñor que sonreía, mostrando sus dientes. La restregaba a su vergota en mis nalgas ya usadas y sudadas, y dentro de ellas aun chorreaba leche del Monseñor. El anillo estaba dilatado, pero tan caliente como hacia un rato. Virgilio apoyo su machete en la entrada y lentamente la fue metiendo, era sabrosa, gorda, estaba muy dura e inflamada. Bramaba aquel monje de mirada dura, pero tan calentón como cualquiera. Florencio acerco su pistón erecto y lo ofreció a mi boca, cosa que empecé a chupar alocadamente, rabiosamente. Otro monje de nombre creo que era Anastasio, bastante jovencito, con una pija larga y venosa, también se acercó y besando a Florencio se puso al lado para que chupara, mientras Virgilio se tomaba de mis caderas frenéticamente yendo y viniendo dentro de mi canal ensanchado y babeante, largando fuego y espuma. Mamaba una verga y luego otra llegaba hasta los huevos de cada uno de ellos.
En un instante me encontré rodeado por unos cinco monjes con sus vergas erectas, duras, sabrosas, en tanto, Virgilio ya se había retirado de mi ojete chorreante y ahora ocupado por Florencio que se debatía entre gritos y susurros, mordiendo mis orejas y mi nuca. Mientras me entraba veloz, a buen ritmo. Mi pija había acabado otra vez, entre lloriqueos de niña y putita de aquellos seres misteriosos y depravados. Monseñor se besaba con otros jovencitos que habían aparecido recientemente.
Florencio me hizo cambiar de posición y me acosté de espaldas, para que el levantando mis piernas, hundiera sin piedad su ariete hasta los huevos, haciendo que aullara de placer. Virgilio entonces se acercó con su verga flácida, pero a punto de explotar de pis, y comenzó a orinarme el pecho y las mejillas haciendo que abriera la boca y tragara un buen tramo de aquella meada clara y profundamente olorosa. La bebí haciendo que mi morbo se exacerbara muchísimo más. Luego metió la verga en mi boca para que la limpiara. Detrás vino otro monje y hundió su vara hasta el fondo de mi garganta, esta estaba dura, tan dura como la que me estaba clavando despiadadamente. Florencio entre gruñidos me lleno nuevamente el ojete. Y luego me lleno de besos intercambiando las salivas y los gustos.
Después vinieron otros, y otros me dejaron el culo abierto de una vez y para siempre. Trague tanto semen por la boca y también por el culito adolorido y feliz. Algunos de los monjes que estaban esa noche allí me bañaron con una dorada lluvia de pis por todo mi cuerpo. Quede tendido hecho un estropajo. Lleno de saliva, meada y leche de macho por todo mi cuerpo, desde la frente hasta la punta de los pies. Por mi culo se resbalaban a borbotones ríos de leche. Aquellos hombres me besaron y lamieron y chuparon, sacando de mí todos los jugos, hasta secarme por completo.
Esa noche recuerdo haber quedado dormido en la cama señorial de nuestro Monseñor. Al otro día desperté muy tarde, con el cuerpo aun adolorido, como si hubiese recibido una golpiza. Pero yo sabía que había sido una noche de placer y lujuria sin fin. Cuando desperté tenía mucho hambre, pero antes de comer algún alimento sólido, algunos monjes me llevaron hasta la alberca donde me bañaron y limpiaron dejándome un poco más vivo. Por supuesto que tuve que chupar y mamar algunas vergas que se encabritaron en el baño caliente que me dieron. Además de dejarme penetrar por un par de ellos que deseaban tener sus penes dentro de mí.
Pase a la corte de monjes que trataban directamente con Monseñor. Me convertí en monje deje de ser un cautivo y yo también tuve que salir rescatar almas perdidas que andaban vagando por la ciudad, como en años anteriores estuve yo. Les prometía que dentro del monasterio la iban a pasar mucho mejor que en las calles empobrecidas y malolientes. Por supuesto que muchos escaparon pero los que se quedaron fueron realmente felices.-