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Castro Eugenes Sistoteles había terminado su trabajo como fregaplatos, no entraba hasta dos días más tarde, le quedaba parte de la tarde y todo el día siguiente. Le gustaba ir a la playa, no para ponerse moreno, ya que era mulato. A las 5 de la tarde ya se encontraba fornicando tras el chiringuito de la playa. Cuando el camarero del quiosco salió a apilar las cajas de botellas pudo ver como Castro daba las últimas penetraciones. Eran semejantes a los movimientos de un hacha manejada por un leñador; secos, acompasados y profundos. Una exhalación de gozo femenina hizo que Celso rematará la follada con tres tacadas sonoras. La corrida había sido interna.
El camarero de la barra pudo ver pasar a una delgada chica joven pecosa que se colocaba el pantalón del bikini.Tras ella llegó Castro.
– ¿ Qué tal Castro? – preguntó el maduro camarero- por lo visto ya estás en acción, no fallas nunca en vísperas de tu día libre – dijo mirando también al joven camarero que apareció por la trasera.
– Se ha zumbado a la pecosa – respondió el joven camarero.
– La verdad es que para ser tarde he podido abatir una pieza – dijo Castro con orgullo – pon algo de beber, yo invito, aparte de ser mi 27 cumpleaños también celebro que hace un año que llegue.
Sara García Saspisa llevaba una semana de vacaciones con su marido y sus dos hijos adolescentes. Se pasaban el día en la playa. A sus 43 años lucia un cuerpo exuberante, era prieta de pechos colgantes y un culo bien moldeado, era lo que se dice una mujerona con curvas. Su marido ni siquiera se fijaba en ella, no habían follado siquiera ni un día en esa semana. Al menos en la ciudad podía desfogarse con algún cachas hormonado de gimnasio al cual iba. Esa mañana Sara volvió a ver a Castro, era una opción tentadora, no le cabía ninguna duda de que era lo que sus amigas llaman un fucker man o tumba hembras. Lo venía observando desde su llegada, follaba a escape por norma general en la duna trasera detrás del chiringuito que solo tenía una entrada lateral ya que desde su trasera la duna hacía pared. Era tentador, y esa misma mañana vio como Castro estaba en fase de caza. Pasó al lado de ellos, con una giro lateral de cuello tras las gafas oscuras bajo la cabeza y midió con la mirada a Sara. Castro pisaba fuerte en la arena con zancadas largas elásticas, el sol rebotaba en su piel de ébano produciendo una especie de reflejo marmóreo. Llevaba un tanga bañador con estampados de cebra donde marcaba un gran paquete, sus nalgas eran comprimidas y bien proporcionadas, sus abdominales eran marcados. Sara era consciente que estaba en plena cacería y estaba seleccionando la presa. Era la oportunidad de Sara.
– Hay cada chulo hortera por está playa que dan ganas de reírse – dijo el marido de Sara.
– Normal, estamos en vacaciones, hay jóvenes… -contesto Sara.
– Cuánta más incultura más gilipollez – exclamó el marido de Sara.
– Voy a dar una vuelta, estoy cansada de estar sentada, cuida de los niños, anda -dijo Sara.
Sara se quitó el pareo, llevaba un bikini negro, la parta baja era tanga, mostraba las nalgas bien proporcionadas en cada lateral. Caminaba como una gran diva, no tardo en divisar a Castro. Estaba situado en el lateral del chiringuito de pie impasible mirándola como un cazador que ve la pieza y se prepara para ponerla en el punto de mira de su arma. Hubo contacto visual entre los dos. Castro se arrinconó cerca un matorral y se cercioró de que el gesto solo lo viera ella, entonces cuando no pasó mucha gente con su mano se agarró el paquete y se fue a la trasera caminando de espaldas. Sara vio como se arrinconaba y quedando fuera de su campo de visión.
Al camarero joven el cual estaba en la terraza no le pasó desapercibida la escena ya conocía las técnicas de batida de Castro. Diligente fue tras la barra para ver la escena y dijo al compañero de más edad:
– ¡ Se ha levantado a una potranca !
– ¿ Cuál ? – al mismo tiempo que vio a Sara acercarse al lateral del pasillo del barracón- Si es la buenorra esa relamida. Buena pieza.
Sara decidida se adentro por el pasillo y nada más llegar pudo ver ante ella a unos tres metros a Castro. Con sus gafas de sol y sonrisa retorcida se había sacado la considerable polla por el lateral del bañador y con los dedos índice y medio la hacía rotar como las aspas de un ventilador. Sara pensó para sí misma que la polla de ese mulato era su insignia. Su bandera. Era chuleada. Y Sara lo sabía. Se dijo a si misma, » a Roma a por todo » y avanzó hacia él. Se arrodilló y Castro le dio pollazos en la cara como si fuesen latigazos hasta que el empalme de Castro fue 100 %. Sara buscaba desesperada la polla que le golpeaba la cara. Castro se sabía observado desde el chiringuito.
– ¡ Hostia puta ! – dijo el camarero-. Como la maneja.
– ¡ La hace desesperar el hijo puta ! Mirá cómo se frota el coño ella – dijo el camarero de más edad- ¡ Es el puto amo!
Castro se ladeó para que los camareros pudieran observarlos mejor de perfil. En esa posición le introdujo el cipote en la boca. Sara la afianzó con seguridad con una mano y como si fuera una aspiradora la succionó entera Sus mejillas parecían globos hinchados. Aguantó con valentía el pedazo de carne de forma valiente en su boca; le traspasaba la garganta. La soltó hilillos de saliva entrecruzaban la boca con la polla.
– ¡ Qué pedazo perra! – dijo el camarero joven.
– Te aseguro que no es la primera polla que mama, sabe usar su boca – aseguró el camarero maduro.
Sara sin perder tiempo se puso a cuatro y dijo:
– ¡ Fóllame ! No tengo mucho tiempo.
Los camareros hicieron señas a Castro para que le quitara la parte superior del bikini, querían ver el potencial mamario. Dicho y hecho. Castro debía mucho a sus fans. Ladeó el tanga y cogió posición de rodillas, abrió las nalgas de Sara y embistió a tumba abierta con fuerza, garra y pundonor. Los trallazos secos y profundos de la embestida hicieron que los pechos de Sara pendulearan. Castro se acopló al cuerpo de Sara y le cogió ambos pechos, esta postura se asemejaba a una follada conejera. No tardó en cambiar de táctica y reincorporándose la cogió del pelo haciendo que ella arqueara su espalda y empezó a sablearla con un ritmo endiablado al mismo tiempo que Castro gritaba a pleno pulmón.
– ¡ Arre caballito ! ¡ Toma! ¡Flípala!
Sara se vino a raudales, cada mete saca sonaba a chapoteo de coño empapado, seguido de un gemido de gozo de ella. Los mete sacas de Castro se volvieron como descargas eléctricas. Apretando los dientes Castro la volteo puso su polla a la altura de la cara de Sara, ella cerro los ojos y recibió una generosa y potente descarga en la cara.
Sara se reincorporo, intentaba quitarse la lefa. Castro hizo la señal de la victoria a los camareros. Los cuales tiraron una toalla cerca de Sara. La cogió desconcertada, se había arriesgado, era el precio a pagar, el ser vista. Se limpió la cara y pudo ver como los camareros la miraban con media sonrisa. Después busco a Castro, el cual estaba unos metros tras ella orinando de forma generosa, el orín describía un arco por el medio empalme. Tras orinar la miró y hizo otra vez el ventilador con su polla en señal de poderío.
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