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Hola lectores, soy Manuel, mis amigos me llaman Manu, tengo veinte años recién cumplidos.
Buena presencia, estudios secundarios completos, inglés, computación, facilidad de palabra; todo lo que se pide en los avisos que requieren personal para trabajos varios.
Cuando necesité trabajar, porque mis padres no podían costear mis estudios universitarios, me presenté a miles de avisos de los diarios.
Y, bueno, conseguí mi trabajo actual: cadete en una gran empresa. El chico de los mandados, el "ché pibe" como se nos llama en mi país. Alguien que sirve tanto para un barrido como para un fregado. El último orejón del tarro. El último perro. El que menos gana en toda la empresa. El que no está declarado en los libros laborales, o sea que trabaja en negro .
Como fue lo único que pude conseguir creí que era bueno y me resigné. La plata me alcanzaba apenas para mis gastos: colectivos para ir y venir, algunos libros y muchos apuntes.
No me quejo, conozco muchos chicos de mi edad que no han alcanzado la preciada meta de un trabajo, aunque sea un trabajo de mierda como el mío. Ando el día entero llevando y trayendo papeles, en trámites que requieren largas colas, y siempre mandado por otros que piensan que soy algo así como un esclavo blanco a su servicio.
Fuera del trabajo estudio psicología, tengo amigos y una vida casi normal. El casi es porque mis amigos dicen que soy un obseso sexual. Y algo de razón tienen, desde muy niño vivo pendiente del sexo.
No puedo contarles nada de mi historia antes de cumplir los 18 años, porque la censura es muy severa (a veces) y no quiero que me incriminen como pedófilo.
Con las chicas que rondan mi edad las cosas se me dan muy bien, mi aspecto en general es agradable, cargo una herramienta normalita, ni muy grande ni muy chica. Pero en la Buenos Aires del 2007 no basta con eso.
Muchas veces he fracasado por no tener la plata necesaria para pagar un hotel por horas (aquí le decimos telo, influencia del lunfardo).
He debido apelar a las plazas con sitios oscuros, a los parques sin custodia. A acechar las casas de mis chicas aguardando las horas en que quedan solas, sin padres o hermanos que puedan molestar. Todo eso reduce sensiblemente mis posibilidades de coger, y me obliga a recurrir con frecuencia a mi mejor amiga "mi mano derecha" que me regala unas pajas históricas, siempre pensando en la minita de turno , a la que no me pude coger porque no tenía el lugar preciso.
Triste destino el del que tiene una hermosa y joven mujer, lista para hacerle de todo, y no puede concretar porque le falta donde hacerlo.
Hace dos años apenas que empecé a trabajar en XXXcorporation magna empresa multinacional con miles de empleados, yo era el último, el más nuevo, el más relegado, era el cadete.
Pero esa empresa me descubrió el modo de pasarla bien.
Desde el primer día vi muchas mujeres, y deliré. Desde chicas de mi edad, y aun menores, hasta otras que pasaban largamente los cincuenta años.
Mi padre, viejo sabio, me aconsejó no meterme con las minas del laburo. "donde se come no se caga" me dijo el viejo. Y seguí el consejo, no le daba bola a ninguna.
Bueno, no es para tanto, no le di bola a nadie por unos dos meses.
Después empecé a mirar a una flaca de contaduría que también me miraba.
Pero cuando caí en la cuenta de que mis finanzas no me iban a permitir ni siquiera invitarla a un café se me cerró la noche de mi pobreza, era apenas un pinche, las mujeres lindas de la empresa se iban con los superiores. Y yo no tenía nadie inferior a mí, era el último. En la empresa "nada de levantes Manu".
Nunca digas nunca, nadie sabe lo que le depara el destino.
La licenciada Fagúndez era una jefa de departamento que requería con frecuencia mis servicios. Que fotocopias aquí o gestiones allí.
Y yo cumplía y la miraba.
Era lo que llamamos por estas latitudes una "solterona", en los cuarenta y muchos, nada destacable en su cuerpo. Tampoco en su rostro, anteojos que no se quitaba jamás. Siempre vestida como una monja.
La iniciativa no fue mía, lo juro. Ella era la que me provocaba, roces impensados.
¡Y los diálogos!
¿Tenés novia Manu?
No señorita, tengo novias.
Ay, las cosas que decís. Debés ser una buena pieza.
Hasta en sus expresiones era antigua la Fagúndez.
Para mi cumpleaños me regaló una camisa muy bonita. Debió costarle más de cien pesos (un dólar= tres pesos y medio. un euro= cuatro pesos y medio).
Una vez la sorprendí mirándome el bulto, desde entonces procuré tener siempre una semi-erección cuando debía trabajar cerca de ella y sus miradas se hicieron más frecuentes, se le notaba en la cara la calentura. Pero no debía apresurarme.
Poco a poco le fui dejando entender mi situación económica, me quejé de que casi no podía salir a ningún lado por falta de dinero, que me gustaría ir a cenar a un buen sitio, o ir al cine, o tomar una copa en algún lugar con música en vivo.
Y al fin llegó el día. Llena de rodeos y excusas me propuso que fuéramos al cine el sábado. Ella quería ir a ver un filme de estreno reciente y ninguna amiga podía acompañarla.
-Dejame que te invite yo, vos andás corto de plata y a mí no me gusta ir sola al cine.
Acepto señorita.
Basta de señorita, sabés muy bien que me llamo Elisa.
Bueno Elisa, iremos al cine.
¡Y después te invito a cenar en un buen lugar!
También acepto.
No era mi intención convertirme en un gigoló, pero la oportunidad no era para despreciar, cine y cena eran cosas que estaban fuera de mis posibilidades, haría lo necesario para merecer la invitación y agradecerla.
El sábado nos encontramos en la puerta del cine. Elisa no tenía gracia ni para vestir, apareció con una blusa floreada , una pollera recta apenas por debajo de la rodilla y zapatos negros con muy poco taco. Había visto piernas mejores, pero estas no estaban del todo mal.
Durante la proyección apenas nos rozamos aparentando casualidad. Un poco las manos, un poco las piernas, nada más.
En el restaurante toqué sus rodillas con las mías, la insté para que bebiera más vino, evidentemente no estaba habituada a beber alcohol. Cuando salíamos la noté ruborizada y exultante.
¿Te acompaño a tu casa Elisa?
Sí, tomamos un taxi, no me gusta volver sola.
Y me invitás un café.
De acuerdo señor Manu, será un placer.
No se imaginaba el placer que la esperaba, en la cena me había contado algo de su vida. Soltera, nunca había tenido un novio formal, muy pocas salidas siempre con compañeros de trabajo. No me confió si con alguno había tenido sexo y yo, discreto, tampoco pregunté.
Elisa vivía en un monoambiente, con su sueldo podía tener algo mejor, pero me dijo que vivía alli por que era céntrico, y como trabajaba muchas horas le resultaba fácil la limpieza, que hacía ella misma. Una cama de una plaza, que durante el día oficiaba de sofá mediante unos almohadones, era casi todo el mobiliario.
Voy a preparar el café.
Elisa ¿no sería mejor un whisky, tenés?
Dejame que lo encuentre, debe estar añejo, hace tanto que no tomo.
Sentados en el sofá bebiendo acerqué una mano hasta dejarla sobre su muslo, no dijo nada, ni sí ni no. Elisa estaba como ausente, no reaccionaba por nada. Cuando le toqué una teta por encima de la blusa tampoco cambió su expresión, cara de nada, una sonrisa casi tonta, no creía lo que le estaba pasando.
Seguí las exploraciones, sus muslos eran mejores de lo que suponía, firmes y de un buen volumen.
Una teta liberada de su cobertura se me ofreció de, tamaño adecuado y dura, y el pezón era una pequeña piedra entre mis dedos.
Le miraba el rostro y empezó a parecerme bello hasta con los anteojos puestos.
¡Joder que estaba buena la viejita!, pero muy pasiva, se dejaba hacer todo lo que yo quería.
Me saqué el pantalón y el slip, cuando vio mi pija la miró fijo, estaba muy dura, la calentura me había ganado también a mí. La asió con sus manos de uñas comidas y la acarició con destreza.
Le pedí que me la chupara y quiso que me pusiera un condón, siempre los llevo conmigo por si acaso, no me entusiasmaba mucho la idea de una mamada con forro, pero lo puso como condición indispensable.
Mamaba sin ningún arte, tuve que guiarla, pero ni así me agradaba, supongo que el látex me privaba de la mejor parte.
El empeño que ponía Elisa en su inexperta mamada me reconcilió con la vida, y hasta con el látex.
Me acariciaba el glande con la lengua dura, se la metía en la boca hasta casi su garganta, luego la sacaba lentamente apretando con los labios, con un movimiento parecido al mete y saca de coger. Cuando recuperaba el glande lo volvía a frotar con lengua y labios. Se la sacaba entera para dedicarse a mis huevos que masajeaba con toda la boca.
Hubiera sido hermoso llenarle la boca de semen, debí conformarme con volcarme dentro del condón.
Confieso que esto que empezó como un medio para poder ir al cine y a cenar a un buen restaurante sin que me costara nada, se estaba convirtiendo en una noche de sexo muy placentero.
Me sentí en deuda con Elisa, yo había gozado ya una vez, y mucho, ella todavía nada.
Buscando el tiempo para reponerme, poco tiempo a mi edad y con mis abstinencias forzadas, empecé a desvestirla.
Al diablo la pollera negra.
Los calzones de viuda que no se casó jamás, también negros, volaron igualmente. No quiso que le quitara la blusa y el sujetador, accedí, respetuoso de sus tiempos, y esta actitud dio sus frutos, fue una enseñanza: no las fuerces a nada, lo que no quieren a las 8 lo piden a gritos a las 10.
Me llevé una sorpresa mayúscula, Elisa escondía, bajo sus atuendos de vieja solterona,
un cuerpo admirable. No era una vedette, ni una modelo de tapa, pero sí tenía todo lo necesario para que un hombre, hasta un jovencito como yo, se calentara a mil y quisiera cogerla.
Nunca pude explicarme por qué su vida había sido tan monótona y asexuada. Por qué buscó mi compañía sabiendo que nuestra relación no podía ir más allá del mero sexo, de darnos placer mutuo, pero sin compromiso.
Ver sus muslos, que ya había tanteado, me devolvió la erección que me había quitado la mamada.
Eran de buen volumen y muy blancos, al igual que su culo bien formado y firme.
Sin pensarlo estaba con una mujer muy deseable. Yo esperaba apenas echar un polvo de compromiso con una vieja, retribuirle su gentileza de haberme invitado al cine y a cenar.
Y me encontré con una noche de sexo del mejor.
Elisa no se depilaba la concha, quizás lo considerara cosa de mujeres de mala vida.
A primera vista me impresionó su pelambrera rala, que se hacía más tupida avanzando hacia el ano.
No tengo opinión formada sobre el tema. Tampoco albergo prejuicios contra las conchas peludas. La de Elisa estaba perfumada con algún desodorante íntimo. Emanaba un aroma que aunaba el desodorante con un fuerte olor a mujer caliente.
Ella tendida en el sofá, con el culo al borde, yo arrodillado en el piso con la cara entre sus piernas abiertas. Y para mejor en deuda con ella. Separé sus labios mayores con la lengua, oprimí su clítoris con mis labios. Y la escuché gritar, la primera manifestación de que estaba viva.
No soy un experto mamador de conchas, pero parece que a Elisa le bastaba. Igualmente puse todo el esmero, todos los consejos que había recibido de los mayores. Mis labios y mi lengua paseaban complacidos por esa concha, dentro de esa concha, afuera quedaban los pelos.
Creo que ella acabó dos veces antes de que yo emigrara con mi boca hacia su ano. Allí sí debí abrirme paso a puro machete entre su vello espeso.
Quiso mezquinarme el ano, pero yo fui más insistente y lo penetré con mi lengua, sospecho que le gustó, porque sus grititos eran muy elocuentes.
Mientras la mamaba acariciaba sus muslo y su culo, mi pija estaba desde hace rato en su mejor forma. Y clamaba por acción.
La llevé hasta el extremo del sofá, casi apoyada en la pared.
Levanté y abrí sus piernas hasta donde lo permitían sus articulaciones.
Me puse de rodillas en el borde del sofá.
Ponete un forro. Todavía tengo la regla.
Con tal de cogerte me pongo el hábito de los franciscanos.
Revestí mi verga para la ceremonia, no sabía con qué podría encontrarme.
Respiré hondo y fui al ataque.
No tropecé con ningún himen. Elisa había tenido otros momentos felices.
Era la cachucha de una piba de veinte, estrecha y caliente.
Al comienzo le debe haber dolido, tal vez por la falta de uso.
Miraba su rostro cuando le mandé toda mi poronga , con suavidad pero con continuidad. Y vi una mezcla de dolor consentido con placer esbozado.
Seguir bombeando era lo que mi organismo exigía. Estaba tan eufórico como cuando me fumo un porro.
A poco Elisa me acompañaba , ya no le dolía. Reproducía mis movimientos como si fuera mi espejo.
¡¡Más Manu, Más!! partime al medio, me estás haciendo acabar como una yegua puta.
No tengo más mi vida.
No quiero más pija, ya estoy llena. Quiero más rápido.
¿Cómo no complacerla? si me pedía lo mismo que quería yo.
Aceleré la bombeada y sentí sus orgasmos. Muchos o uno solo muy prolongado.
El mío llegó al final. Por la cantidad de escupidas de mi verga temí reventar el condón, pero siempre exageramos en eso.
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Teníamos el resto de la noche por delante. Ella sola y sin ningún compromiso.
Yo con una llamada a mis padres para decirles que no dormiría en casa estaba cumplido.
La noche estaba dispuesta a ayudarme a derribar barreras.
Espero que les guste y que me lo hagan saber. Si es así les contaré el resto.
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