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"Marido resignado, se dirige por carta a su Corneador"
Hola Manuel, seguramente no entiendas mi carta y te sorprenda mi reacción, pero lejos de orgullos y complejos, en la vida cada uno tiene que jugar con las cartas que nos tocan. Y esta realidad hay que aceptarla y asumirla, y eso es justamente lo que estoy haciendo.
Eres un tío con suerte, eres atractivo, varonil, simpático, con una personalidad arrolladora y tienes ese punto canalla que vuelve locas a las mujeres.
Mi mujer no ha sido una excepción. Te conozco desde hace tiempo y enseguida vi que la pusiste en tu punto de mira. Y aunque ella ha intentado resistirse y hacerse la digna, era cuestión de tiempo que cayera.
Tú no eres un tipo que acepta una negativa, es más, te lo tomas como un reto. Y fuiste aprovechando los momentos que se te brindaban para ir minando la voluntad de mi mujer.
Ana siempre me hablaba mal de ti, que si eras un chulo, un machista y un prepotente; pero siempre se ha dicho, que cuanto más hijo de puta es un tío, más le gusta a las mujeres. Los tíos buenas personas como yo, solo servimos para ser los mejores amigos, pero no para follar.
Yo tengo lo que tengo, soy buena persona, trabajador, cariñoso, romántico y eso también les gusta. Pero seamos realistas, nosotros no las volvemos locas.
Esto es la ley de selección natural que reina en el mundo animal.
Los hombres tenemos millones de espermatozoides, mientras que las mujeres solo tienen un ovulo, por lo tanto, son más selectivas. Tienen que elegir al macho alfa y solo ese macho, tiene derecho a montarlas.
Por otro lado, el clítoris de las mujeres tiene el triple de terminaciones nerviosas que el glande de los hombres y si encuentran un hombre que sepa llevarla al climax, matan por él.
También se da la regla del 20/80. El 80% de los hombres somos capaces de follarnos al 80% de las mujeres. Pero el 80% de las mujeres, solo quieren follar con el 20% de los hombres.
Es evidente que tú estás entre ese 20% de hombres por los que las mujeres se vuelven locas.
Llevaba ya tiempo detectando que cada vez que coincidíamos, Ana se ponía muy nerviosa y sabía que el causante de esos nervios eras tú. Tus insinuaciones, tus comentarios con dobles sentidos y roces discretos pero certeros.
Ella se mostraba ante mí muy enfadada, por tu comportamiento, pero luego notaba que el sexo entre nosotros era mucho más intenso. Pero sabía que yo no era el culpable de esa anormal pasión, no era conmigo con quien estaba follando. Mentalmente era contigo.
Aunque yo no pertenezca a ese 20% de hombres privilegiados, soy bastante inteligente y no soy irracional.
Analicé el por qué yo no conseguía satisfacer a mi mujer y sin embargo tú le estabas desmontando todos sus principios.
No es culpa tuya, sino mía. No soy buen amante ni tengo una buena dotación. Reconozco mis limitaciones y soy consciente de que mi mujer necesita alguien que sepa tratarla no como mujer, sino como hembra. Ella tiene unas necesidades que yo no soy capaz de satisfacer. Así de simple.
Por eso no te culpo ni te reprocho nada. Sabía que iba a pasar y estaba mentalizado.
Estoy locamente enamorado de Ana y si para tenerla a mi lado y feliz, tiene otro hombre que cubrir mis deficiencias, estaba preparado para asumirlas.
El día que nos invitaron a la boda de Raquel y supe que tú ibas, me entró un escalofrío por todo el cuerpo. En las bodas se dan circunstancias especiales que provocan situaciones especiales.
Las mujeres se ponen más guapas y sexis y les gusta que los hombres valoremos su atractivo. -Volvemos a la selección natural-.
Ellas se pavonean delante de los machos para que se fije en ellas el macho alfa. Es así de sencillo, pero igual de real.
Fue cuando en casa la vi vestida para ir a la boda cuando supe de manera cierta que ese día iba a pasar. Estaba realmente hermosa, terriblemente sexi. Llevaba un vestido negro con la espalda escotada, largo y con una raja en la pierna derecha. Unos tacones altos y un peinado espectacular.
Supeque se había vestido así para mí, sino para ti.
No sé cómo lo hiciste, pero conseguiste que nos pusieran en la misma mesa y curiosamente te sentaste a su derecha.
Como siempre monopolizaste la conversación y todos te escuchaban atentamente y se reían con tus comentarios, sobre todo las mujeres.
Pero había una que no se reía, y cuando lo hacía era una sonrisa forzada que apenas le salía del cuerpo.
No tuve que fijarme mucho para saber que algo debajo del mantel estaba pasando.
Esa raja del vestido al sentarse, te estaba descubriendo gran parte de su pierna y esa oportunidad tan cercana no la ibas a dejar pasar.
Ella no paraba de resistirse discretamente, de apartar tu mano. Pero como dije antes, tú no aceptas un no.
Sabías muy bien que era cuestión de tiempo que ella aceptara tu mano en su muslo. Por dos motivos, primero porque realmente ya estaba excitada y segundo por miedo a que los demás se dieran cuenta de lo que estaba pasando debajo de la mesa.
Hubo un momento que ella bajo la cabeza, el pelo tapaba parte de su cara y decidí intervenir, le dije que si se encontraba bien. Ella reaccionó asustada y tú sacaste tu mano rápidamente.
Cuando se acabó la cena y llegó la hora de las copas y el baile, vi que empezaste a tontear y a bailar con otras. Ana no paraba de mirarte, estaba nerviosa, no entendía que después de tocarla debajo de la mesa pasaras de ella. No sabía que provocarle celos era parte de tu estrategia, crearle ansiedad y esa ansiedad a su vez aumentaba su deseo para que cuando fueras a por ella, te la encontraras rendida.
Hubo un momento cuando estaba charlando con algunos amigos que dejé de estar pendiente y fue justo en ese momento cuando os perdí de vista.
Sentí celos, miedo, rabia, pero hubo un sentimiento que no tenia calculado y que no podía evitar, y fue sentirme a la vez excitado. ¿Como podía estar muerto de miedo al pensar que estarías con ella y a la vez estar excitado?
Pasaban los minutos y no os encontraba. No quería que la gente se diera cuanta de que mi mujer había desaparecido, pero no paraba de dar vueltas.
Fue casi una hora más tarde cuando te vi entrar en el salón de bodas sonriendo y satisfecho y unos minutos más tarde, apareció ella nerviosa, apurada y buscándome para ver donde me encontraba.
Cuando le pregunté donde se había metido, me puso la excusa de que se había vuelto a encontrar mal y había tenido que ir a los servicios hasta que se le pasara.
Le miré a los ojos y le dije… curioso, los servicios están al contrario de donde tú vienes.
Volvimos muy callados a casa, los dos sabíamos lo que había pasado.
Cuando llegamos a nuestro dormitorio, la abracé, le dije que estaba muy sexi esa noche y que quería follarla. Me contestó que seguía sin encontrarse bien y que prefería que no lo hiciéramos, pero yo le insistí.
La desnudé y sentí que ese día tenía algo especial que le hacía estar más guapa y deseable que nunca.
Le besé el cuello, después su boca y noté un sabor diferente.
Estaba furioso, sentía un deseo de abofetearla, pero a la vez notaba una erección como hacía años no tenía.
La tumbé y empecé a besarla por todo el cuerpo y cuando iba a llegar a su sexo me paró, me pidió que no lo hiciera. Pero insistí, le dije que en ese momento era lo que más deseaba hacer.
La primera sensación cuando me acerqué fue el fuerte olor a sexo, después ver su coño abierto e irritado; y cuando empecé a chupárselo noté que salía un líquido blanquecino que no podía ser otra cosa que tu lefa.
Te la follaste sin condón y además te corriste dentro.
Fue tal la excitación y la rabia contenida, que no pude aguantar más y quise follarla en ese momento, pero fue un grave error, estaba tan excitado que no aguanté ni medio minuto cuando me corrí.
La volví a defraudar, me eché en la cama y le pedí perdón. Ella empezó a llorar y me dijo que quien debía pedirme perdón era ella a mí.
Que no entendía por qué lo había hecho, pero que no pudo resistirse.
Yo le dije que no se preocupara, que lo entendía y que sabía que iba a pasar y que precisamente le acababa de demostrar que no era un buen amante y que ella merecía a alguien mejor. Que estaba dispuesto a aceptarlo pero que la única condición que le ponía era que me tuviera informado.
Empecé a masturbarla suavemente y le pedí que me lo contara…
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