Después de aquellos bellos instantes vividos en nuestra adolescencia, jugando a las escondidas, tú ingenua y yo precoz ya en las lides de la búsqueda sexual, como en aquellas noches más lejanas aún cuando –al filo del amanecer- te buscaba en la cama de al lado, tambaleándome de sueño retenido, para intentar poseerte en la inocencia de nuestros cuerpos desnudos. Ya habría querido yo la gloria de entrar en la calidez de tu vulva; mas, sólo podía gratificarme con tus olores de niña y aquella gratísima fricción y el intenso e inexplicable fuego desatado dentro de mi ingle, al compás de un riíto enloquecido que tantas veces contuve; los años han pasado y aún te recuerdo. Aunque nunca llegaste a decirme qué sentías, si placer, repulsión, miedo o curiosidad. En aquella tranquila adolescencia nuestra, sin mayores placeres ni distracciones, vi tu cuerpo crecer para hacerse lindo y tentador; poco a poco debí acostumbrarme a la idea de lo imposible y también a una exquisita sensación que comenzó a invadirme al cumplir mis doce años cada vez que veía tus pies desnudos. En realidad esta manía me atrapó en circunstancias muy ajenas a nuestro hogar –aunque totalmente inocentes-, pero se me hizo muy fácil convertir a tus pies en el gran fetiche sexual que me ha acompañado toda la vida.
AQUELLAS NOCHES
Tal vez nunca lo supiste. Eran aquellas noches en que yo llegaba a casa a medianoche luego de cumplir con mis estudios y mi trabajo. Todos dormían, sobre todo tú que te levantabas muy de madrugada junto conmigo para ir al liceo. A esa hora estabas rendida y ciertamente no podías sentir nada. Todo comenzó como una curiosidad que me asaltó por ver tus pies desnudos y sudados un sábado en la tarde cuando volvimos de un paseo; siempre los había visto frescos y pulcros; a mis quince deseaba experimentar el contraste y esa atracción rápidamente se transformó en ansiedad por visitar tu cama de madrugada.
Hoy día soy fetichista consagrado y casi entro en éxtasis viendo decenas de pies a diario, bien sea en la calle, en mi trabajo, en publicaciones o en internet; créeme que mi mayor deseo es volver a besar unos pies como en aquellas nuestras noches solitarias y silenciosas en tu habitación: para mí fue una experiencia linda y extremadamente excitante, pues después de adorarte por horas me iba a la cama de madrugada y me masturbaba hasta quedarme dormido, luego de haber tenido múltiples eyaculaciones. Amanecía entonces loco de sueño y con el pene adolorido, pero muy feliz. Puedo decirte que una vez llegué a tu cama y levanté tu cobija con pulso magistral. Inmediatamente me invadió aquel aroma tibio hasta ese momento represado. Estabas acostada de perfil y tus pies colocados uno sobre el otro; así que levanté -con un pulso aún superior- tu pie derecho y lo coloqué a un lado. Pude observar a través de una luz tenue que entraba desde la calle todo el esplendor de la planta y el arco de tu pie izquierdo, ya no puede resistir más y comencé a besar tu tobillo, tu talón, tu arco y tu planta, y más allá hasta la pantorrilla, con profundo delirio, para pasar después a chupar tus dedos y las curvas de tu hermosa extremidad; mi lengua iba y venía enloquecida hasta que la erección casi me estallaba dentro del pantalón, totalmente empapado de lubricante. Antes de sacar el pene y comenzar a frotarlo en tu planta mordí desesperadamente tu talón, extrañado de que aún así no despertaras. Cuando volví a colocar tu pie derecho en su lugar tu pie izquierdo brillaba en la semioscuridad por estar totalmente mojado de mi fluido. Allí quedaban de nuevo cubiertos por una solícita cobija, como si no hubiese pasado nada, así noche tras noche… hasta que la realidad me venció. He tenido múltiples encuentros fetichistas, mas, ninguno con la adorable intensidad que llegué a encontrar en tus pies. Hasta pronto.