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Categoría: Confesiones

Carmen, deliciosa Carmen

Conocí a Carmen de casualidad, chateando en un juego online con el móvil. Nos caímos bien y al poco nos intercambiamos los teléfonos y pasamos a charlar por WhatsApp. A pesar de vivir en la misma comunidad, nuestras ciudades estaban bastante alejadas la una de la otra, así que lo de poder vernos lo teníamos complicado, pero hablábamos a diario y nos íbamos conociendo.

Nuestras conversaciones trataban sobre todo de nuestras vidas, pero charlábamos sobre cualquier cosa, incluso llegamos a calentarnos alguna vez. Mientras tanto la vida de cada uno seguía.

Una noche que me encontraba trabajando en el bar entró una chica en gabardina beige, con una medio melena de color pajizo y gafas de montura negra. No podía creerlo, pero era Carmen, obviamente la había visto en fotos y la reconocí al instante, aunque no recordaba haberle dicho el lugar exacto en el que trabajaba allí estaba.

Estaba tan sorprendido e ilusionado que creo que balbuceé el saludo, a lo que ella se rió nerviosa. Se sentó y le serví lo que me pidió. El resto de la noche estuve eufórico y a cada oportunidad que tenía me acercaba a hablar con ella. Era como a través del teléfono, todo muy natural, como si nos conociéramos de toda la vida.

A pesar de la alegría que me embargaba por poder conocerla en persona y hablar con ella, estaba un poco frustrado porque al estar trabajando no podía disfrutar de su compañía plenamente. Pasaron las horas y la gente empezó a irse del local, pero Carmen seguía allí sentada en cuanto se fue la última persona. Vi que se levantaba y se dirigía al servicio mientras yo me encaminaba a cerrar la verja del bar, así podríamos charlar tranquilamente mientras terminaba de cerrar.

Carmen salió del baño estando yo atareado limpiando la barra, estaba distinta, me miraba fijamente y con decisión, me fijé también en que llevaba una diadema con la que no había entrado al bar, tenía forma de orejas de gato. Expectante la vi acercarse a la barra mientras ella, sin dejar de mirarme fijamente, se desabrochaba la gabardina y la dejaba caer al suelo.

Mi pulso se aceleró y mis ojos se abrieron como platos. No llevaba más que lencería de encaje rojo, que le quedaba de infarto, sus pechos voluminosos quedaban perfectamente encerrados en el sujetador, aunque se notaban los pezones oscuros y el vello púbico se entreveía a través del tanga. Durante mi estupefacción, Carmen se subió a la barra y empezó a pasearse a cuatro patas cual gatita exhibiéndose, yo no podía quitar mis ojos de ella cuando cogió una piruleta de las que hay en un tarro en la barra y se la llevó a la boca. Mientras la chupaba y la lamía sin dejar de mirarme, salí de mi entumecimiento y me acerqué a ella...

Lo que pasó a continuación lo contaré en otra ocasión.
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