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Categoría: Confesiones

Capítulo 8. No puede ser verdad. Adiós adolescencia, adiós inocencia.

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 8. No puede ser verdad. La compasión.

Por segunda noche me introduje en el saco para tratar de conciliar el sueño. Ella leía concentrada y eso me complacía, pues se notaba que ya no estaba descontrolada ni preocupada como la noche anterior. De pronto preguntó ansiosa: -"Agturro, ¿duermes ya?, ¿estás despierto?"-. Se arrastró por el lecho para tratar de ver mi rostro, intenté levantarme, ella me advirtió solícita: -"cuidado con la mesa, cuidado; ven, ven, ven que te quiero proponer algo, ven Agturro"-. ¿Y ahora qué? Salí de mi escondite artificial y me senté en el borde de la cama, ella colocó el libro en el pretil de la ventana, la frazada se deslizó lenta por su busto resbalando hasta su ombligo; mis ojos se posesionaron ávaros de sus volcánicos senos coronados por sus rosadas y repletas guinditas que ya querían saltar de su dormilona, se los recorría visualmente como queriendo adueñarme de ellas para tenerlas en mi boca y paladearlas; ella no se molestó en absoluto por mi horadante curiosidad, al contrario, parecía disfrutar al ver que yo la admiraba sin atreverme a tocarla, se sentía segura a pesar de que su presencia era una auténtica tentación para mí. Deslizó con una mano la frazada arrastrándola lenta hacia abajo dejando al descubierto su pubis y una parte de sus hermosos muslos, más calorcito me entró al verle su protuberante Monte de Venus y nuevamente revoloteó por mi mente la idea de agacharme para posar mis labios en aquella zona suya tan incitante y excitante, no le dio importancia alguna a su gesto intencionado, aunque sabía que con ello me ponía extremadamente inseguro, entonces aprisionó mi mano más cercana transmitiéndome su calor al tiempo que murmuraba con voz seductora: -"Agturro, está bien que me brindes tu apoyo; pero, ¿no exageras?. Ven a tu cama, así de paso nos damos un poco de calor, ya hace frío, ¿sí?, ¿te parece bien?, es tu lecho, ¿uhm?"-.

GLUP! ¿Qué? Casi me trago la lengua del susto. La observé incrédulo creyendo que le había entendido mal. ¿Ambos bajo la misma y única frazada?. ¡Huyuuyuuy! ¡No puede ser! ¿Me quería mamar gallo? ¿Quería poner a prueba la pactada amistad fraternal? ¿Qué se proponía ahora? ¿Qué jueguito era éste dios mío? ¿Qué o cuál treta se proponía ahora? Ella sabía muy bien que para mí seguía siendo la amiga del vecino del piso. ¿Yo tocarle una uña a ella? Nunca me atrevería a ello. <>. Eso me habían enseñado en mi recordado colegio allá en esa otrora pequeña ciudad incrustada en las serranías de los bellos Andes Venezolanos llamada San Cristóbal, cuna de mi vida, personalidad y envidiada educación escolar.

Mi turbación era total, no sabía qué responderle. Mi mirada se incrustaba en la pálida pared eludiendo la suya. Mi cuerpo ardía de rubor; no sabía si era mamadera de gallo suya o sinceridad; si era para ponerme a prueba y ver hasta dónde llegaría yo en mi audacia y así poder cerciorarse de mi capacidad de dominio mental y corporal. Yo seguía sentado oteándola sin saber cómo reaccionar. Me sonreía cautivadora, era una invitación sincera, sin ningún trasfondo; sus esmeraldados ojos se agrandaban y se iluminaban al tiempo que me espiaba calibrando mi reacción; muy calculadora era ella. Las uñas de sus dedos arañaban a ciegas la palma de mi mano mientras aguijoneaba verbalmente segura de sí: -"ven Agturro, eres mi hermanito; acuéstate aquí a mi lado, ven"-. Los dedos de una mano suya enlazan los míos, sus uñas se hienden suaves en la palma de mi mano, me transmite su calor y susurra tranquila: -"ven, es tu cama, ese saco está muy sucio, no seas tonto; tiéndete conmigo"-. Me pone contra la pared, ya no sé qué hacer; la piel de su mano besa impertérrita la mía, es ella quien me da la llama de su fogata incógnita.

Un rayo luminoso con la idea salvadora cruza fugaz por mi desordenada mente; tomo una decisión, la llevo a cabo. De un ágil salto me tiendo junto a ella cumpliendo así con sus deseos y, como siempre, obedeciendo a sus insinuaciones y proposiciones. Muy obediente le era yo. La Hermosura ve mi comportamiento espontáneo y no se puede contener; suelta una risotada estruendosa: -"ja, ja, ja, perdón Agturro, perdóname; ¿duermes así siempre?, ¿con la ropa puesta?, ¿y los zapatos?. Ja, ja, ja"-. En mi desbarajuste mental no había tenido otra ocurrencia mejor que tenderme a su lado embutido en mis ropas y zapatos. Ello le había provocado una hilaridad incontrolable, de sus ojos rodaban ya lágrimas rutilantes al verme a su lado escondiendo mi cuerpo entre mis ropas diarias. Cubrió su boca con la frazada para apagar sus sonoras carcajadas. Y yo inocente, pues ella me había insinuado y dicho solamente que me acostara a su lado. Nada más; y yo había seguido su insinuación al pie de la letra. Nada más. Se calmó, tomó aire, y nuevamente atacó con palabras sobrias pero bastante concretas: -"Agturro, quítate la ropa, cómo se te ocurre que te vas acostar con la ropa puesta, vas a sudar toda la noche, y mucho; ropa, zapatos, frazada. Y yo a tu lado, ¿uhm?"-.

GLUP! ¿Quéé? ¿Ahora qué vaina se le ocurría a esta coña mujer del demonio? ¿Que yo me acostara a su lado? . ¡Y desnudos los dos?. ¿Sin nadita encima?, ¿sólo nuestras pieles? . ¡Huuy!, ¡qué susto dios mío! Verga compadre, ¿qué coños se proponía ella conmigo? Mis lucubraciones galopaban desbocadas sin meta. De un golpe me senté en el borde de la cama como queriendo huir de allí. Ella, con voz aplomada y serena, me animó una vez más: -"quítate la ropa y acuéstate a mi lado; ven que se hace tarde"-. Razonaba. <<¡Uy coño!, ¿y cómo le hago?>>, meditaba yo bajo su fijo y sostenido ametrallamiento visual pleno de serenidad. Un pícaro mohín suyo me convenció de lleno: -"¡uhmm!, ¿sí?"-. -"Pe, pe, pero una cosa, apago la luz para cambiarme de ropa*"-, le dije. Asintió mudamente acribillándome con sus ojos más verdes que el verde de nuestro mar Caribe al tiempo que sonreía muda. *Con ello me refería a mi piyama, la cual consistía en un simple chor de popelina, nada más.

Oprimí el interruptor con su seguidora vista puesta en mí; mi covacha fue presa de la oscuridad, abrí el armario y saqué mi calzón nocturno, me fui a la ducha para cambiarme de indumentaria, siempre perseguido por sus esmeraldas. Coloqué la ropa en la percha y caminé hasta mi cama en donde ella yacía tranquila; cruzamos miradas sin emitir sonido verbal alguno. Un resorte del colchón crujió protestando y rompiendo el mudo diálogo visual; ella alzó la frazada en señal de invitación para que tomara puesto a su lado, a mi vista se ofreció el paisaje de su hermosamente curvilíneo cuerpo cubierto por la transparencia de su dormilona, y tras ella la pantaleta adueñándose de sus caderas; la seda y la oscuridad no me permitían escudriñarle esa fruta divina que se escondía allí. Fui gateando lentamente hacia ella; dejó caer la frazada y ambos quedamos cubiertos bajo la acogedora suavidad del techo textil.

El Che Guevara exhalaba el humo mientras sostenía su habano tranquilamente al tiempo que contemplaba sardónico la escena desde el afiche colgado enfrente de mi lecho. Mi cuerpo tiritaba no sé por qué coños; quizás ansiedad, temor a meter la pata o alguna otra razón desconocida para mí. Yo trataba de que ella no notara nada y simulaba ser dueño de la situación. Su brazo izquierdo se enganchó a mi espalda y me arrastró a ella, la seda de su dormilona se electrizó al rozar mi piel; nuestros cuerpos se adhirieron, de sus labios emanaron palabras comprensivas: -"así no tienes que dormir en ese saco sucio, y menos en un piso tan duro"-. Su mano izquierda tomó mi mano derecha y la dirigió a sus caderas; las yemas de mis dedos tremulantes se posaron en ellas recorriéndolas pausadamente, de la seda de su dormilona chispeó la electricidad cargada en ella. Esos dedos nerviosos míos arañaron suavemente durante unos segundos su cadera, incluso le alzaron la seda para hallar su pantaleta. Qué tersa era su piel.

Me atrajo más y percibí el brillo de sus ojos delatando una sonrisa de sus labios que sólo yo podía observar. Su sensual boca ansiosa se fue posesionando lenta pero ávidamente de la mía; qué ataque el suyo, no me lo imaginaba ni esperaba; todo mi cuerpo se electrizaba al sentir que sus labios se apoderaban de los míos; yo era receptor pasivo de sus caricias; su sensualidad me avasallaba. ¡Qué beso! Mejor dicho, qué chuponazo tan apasionado me propinó ella. Esto sí era un verdadero beso de una mujer hecha y derecha. ¡Qué pasión y deseo de posesión! ¡Qué lujuria era su respiración! Aspiré muy hondamente mientras ella me sostenía entre sus brazos entregándome los zumos de su boca. En ese momento revolotearon por mi mente los recuerdos de las experiencias con las chicas en aquel pueblo tan sucio en donde había estado haciendo mis primeros pinitos con el idioma alemán. ¡Qué diferencia coño!

No sé cuántos segundos estuvimos en ese clinch, una eternidad; ella dirigía la acción. De pronto se separó, me miró enjuiciadora y: clash, una mano suya castiga mis nalgas, un reproche directo: -"¿por qué te peleaste con él?. Tonto-". Se apartó de mí para observar mi reacción y al mismo tiempo proponerme: -"prende la luz en la ducha, esto aquí está muy oscuro y quiero decirte algunas cosas"-. Encendí la luz del lavamanos y cerré la cortina allí por insinuación suya para crear una atmósfera algo íntima. Cubrí mi cadera con una toalla para esconder mi semidesnudez, ella sonreía divertida mas no se burlaba de mí. Torné a su lado pensativo, silencioso, tenso. Mi inexperiencia se reflejaba allí y en ese momento. Repitió con mucha firmeza su frase anterior: -"tontuelo, ¿por qué te peleaste con él?"-; y la recalcó con un sonoro clash en mis nalgas. Sus ojos se tornaron serios observándome al tiempo que su mano izquierda reconfortaba mi piel maltratada por ella. Esa mano subía y bajaba reptileando por mi cadera y espalda perseverante. Yo no reacciono, estoy casi paralizado ante su ataque verbal y manual. No le entendía su reproche, ella rompió el silencio: -"podríamos haber tenido una amistad más profunda y sincera; mas un día te embravuconaste como aquel sábado en el fútbol en que casi matas a patadas y garrotazos junto con Tano al pobre persa; lástima, así echaste todo a perder, y yo no pude visitarte más para mejorar mi español; lástima"-.

Reproches y más reproches; ahora yo resultaba ser el coño´e madre, yo había echado todo a perder. Arrejunté todo el valor que pude y me atreví a preguntarle casi en susurro, como implorando su perdón: -"¿qué hice mal?, ¿qué hice mal?, ¿qué?"-. Su respuesta fue un abrazo atenazador y un beso violento, apasionado, se apartó murmurando muy queda: -"no importa Agturro, ya no importa. Sabes una cosa, me tienes que prometer que me escribirás de Dortmund cuando estés allá, y me llamas de vez en cuando para saber qué tal te va en tus estudios. ¿Me lo prometes?, ¿sí?"-. Sus ojos buscaron los míos esperando una respuesta, vacilante aseveré: -"sí, sí hermanita, te lo prometo"-. Un largo y ensalivado muahh fue su premio a mi promesa y prosiguió con sus indicaciones maternales: -"y me mandas fotos de tu amiguita, pues seguro que allá vas a conseguir una chica linda para ti. Tú, tú eres un jovenzuelo guapo y conocerás pronto una chica muy linda para ti; muah"-. Sus fogosos labios se apoderaron de los fríos míos. Su temperamento me avasallaba en todo el sentido de la palabra. Esta última frase me revolvió los recuerdos y silencié, ella me indagó el por qué de ese comportamiento mío: -"¿qué pasa Agturro?, ¿por qué te quedas tan callado y no me respondes?"-. Escondí mi rostro en su pecho bañando su busto con mi respiración, me tomó por la barbilla obligándome a sostener su severa vista indagatoria, no cesó en su atizoneo verbal: -"¿qué pasa?. Dímelo, dímelo"-. Como rezando en un velorio le murmuré: -"Golchi me dijo que yo era un pendejo y nunca podría conocer a una chica linda y bonita para mí, que soy mucho lo pendejo, me dijo él"-. Seria, pero con luminiscencia alegre en sus esmeraldas, me abrazó totalmente y me susurró: -"Golchi es un tonto engreído; fíjate, él tampoco tiene una amiguita; ¿le conoces tú alguna?, ¿le has visto una que lo visite?; ninguna, ¿no es cierto?"-. Esta frase me daría valor más tarde en otras situaciones. Coño, era verdad; ese bolsas tampoco tenía hembra, se aburría en el salón de la televisión, en la cocina, o se encerraba en su cuarto dizque a estudiar. Probablemente a masturbarse.

Esas palabras suyas me hicieron reflexionar. Ella prosiguió picarona: -"además, no estás tan solo, ¿no es cierto?"-. Ambos reímos divertidos, tanto, que mi valor emergió hirviente de su refugio y la atraje para estrecharla con fervor. -"¡Qué ardiente eres!"-, susurró ella y otra vez tomó mi mano hasta llevarla a su pantaleta; mis dedos se incrustaron entre su piel y el cauchito de su paño menor; ahora palpaba la piel de sus excitantes glúteos al tiempo que mi virilidad se despertaba al percibir la cercanía de una meta posible; entonces exhaló una frase que sólo entendería muchísimo tiempo más tarde: -"esto es muy insoportable, pero es así. Qué insoportable es esto"-. Y me abrazó. En mi infantil candidez no le comprendí nada en ese momento. Yo la miraba como si no pudiese creer que era ella allí totalmente desnuda; las brotadas guindas de sus volcánicos senos resbalaban incitantes por mi pecho, su piel me transmitía su calor; mi masculinidad revoloteaba por su bajo vientre sin encontrar la deseada meta para arrullársela; sus manos no se cansaban de explorarme, en especial mi pene y las portadoras de la savia necesaria para la procreación; recordé a Tano: <> Le acaricié su tersa mejilla delicadamente con una mano, luego dejé que mis dedos se enredaran entre su cabello, y entonces le susurré: -"e, e, eres una mujer muy linda; . Sí, muy, muy hermosa"-.

Ella bajó su vista preguntando: -"¿te gusto?"-. Mi respuesta fue un abrazo apretujador y un sonoro: -"sí, y mucho"-, al tiempo que seguía acariciándole su cabello y contemplándola ensimismado, ella respondió a mi abrazo murmulleando muy suave pero segura: -"dame tu lengua, dame tu boca; dámelas"-. Se apoderó de mi lengua con sus dientes para mordeloneármela produciéndose el ruido de un chasquido placentero al sorberse mis jugos salivales; luego tomó cada uno de mis labios entre los suyos inundándome con su saliva; abajo sentía yo una mano suya masajeando ávida mi virilidad como si quisiera masturbarme, tomaba cada testículo y lo frotaba minuciosa, luego hacía lo mismo con mi pene subiendo y bajando sus dedos gracias a la lubricación por el esperma que fluía sin cesar de mi canal uretral, ello la excitaba más porque aumentaba la intensidad de su masaje y ocasionaba que su respiración se entrecortase al tiempo que invadía voraz con su lengua en mi boca apoderándose de la mía y hasta ahogándome con su extremo deseo de exprimirme al máximo, como si fuera la única ocasión en ese momento; mas su lujuria era contenida porque se frenaba a cada intento mío de querer montarla para penetrarla y así culminar el acto sexual que ella había iniciado con su desbocada incitación manual y verbal; me mantenía a raya sin cesar de acariciarme.

Mis manos le recorrían sus espaldas y caderas, de vez en cuando le rozaba su vellosidad púbica y nada más, porque incluso no me permitía introducir mis dedos en su paraíso carnal: -"no Agturro, no se puede, tengo demasiado irritada todavía la vagina y me harías daño, no disfrutaríamos nada, ni tú ni yo. Entiendo que desearías amarme, eres muy comprensivo y querido; muah, pero hoy no se puede, compréndeme; yo tambien quisiera sentir que tu pene entrase en mí para masajearme mi vagina muy ardientemente, mas hoy no podemos complacernos. Sólo besitos y caricias suaves por el momento. No te quieras aprovechar de la situación, pues me sentiría muy decepcionada de ti, cálmate y dame unos besitos apasionados, arrúllame las caderas con tus manos"-. A pesar de todo, yo me sentía contento y complacido al poder acariciar su intimidad, aunque fuese sólo manual y exteriormente. Me estrujó ansiosa y se apartó para mirarme, ambos silenciamos unos instantes, ella susurró suspirando: -"ahh, Agturro, durmamos, descansemos"-. Así, en ese mudo diálogo visual, nos dejamos vencer por el cansancio producto de la tensión que había dominado nuestros cuerpos esos instantes anteriores tan escabrosos para mí. Ella se durmió pronto, su rostro descansaba en mi hombro sintiendo así el calor de su respiración, las puntas de su cabello dardeaban mi piel, le rocé sus carnosos labios y aproveché para llevarme a la boca mis dedos con el sabor de su fruta paradisiaca.

Domingo por la mañana

Cuahc, cuahc, cuahc. Un cuervo coño´e madre me sacó del sueño profundo en que me hallaba. Ella respiraba muy apacible, su aire caliente se estrellaba en mi hombro; se enlazaba a mí atenazándome como si no me quisiera soltar; mi miembro se erguía e incrustaba entre sus muslos acariciado por su tenue vellosidad vaginal; qué delicia para mí en mi juvenil ingenuidad. La miré para observar su rostro en reposo, le deposité un beso arrullante en la comisura de sus labios, se sacudió levemente sin despertarse, la volví a besar muy pausadamente al tiempo que la estrechaba, pues me percaté que no tenía nada de ropa; en la noche se había quitado su dormilona <>, me diría poco después de despertarse. Nuestros cuerpos se besaban transmitiéndose mucho calor, sus guinditas enrojecidas y repletas se refregaban contra mi pecho ocasionándome espasmos en todo mi cuerpo; su cabello liso chisporroteaba cargado de azabache, y mis manos le palpaban esa tersa piel suya, sobre todo sus firmes nalgas.
El cuervo atrevido seguía con sus graznidos cortos y molestos en aquella lluviosa mañana otoñal. Me deshice suavemente de su abrazo, me levanté, abrí la ventana y le lancé una bola de papel periódico al tiempo que lo insultaba ásperamente en alemán: -"pájaro de mierda, vete al diablo, desaparécete cuervo de mierda"-. Mis vociferaciones, así como el viento fresco otoñal y la llovizna que invadieron de repente mi humilde covacha la despertaron, trató de transmitirme sosiego: -"Agturro, deja al cuervo en paz y no maldigas"-. Mas este cuervo coño´e madre me sacaba de calzillas con sus graznidos penetrantes, después del papelazo había volado hasta las ramas altas de un pino y desde allí graznaba mamándome gallo. Ella alargó su brazo hasta encontrar mi mano más cercana, me haló hacia el lecho repitiendo frases de gran sosiego: -"deja al pájaro tonto ése en paz, ya se irá, ven y acuéstate aquí a mi lado conmigo, olvídalo porque pronto se irá de ahí; ven ya"-. Su firmeza me convenció y volví a mi humilde lecho berlinés junto a ella.

Al estar a su lado otra vez, un cimbroneante temblor sacudió mi cuerpo al percibir la irradiación de su desnudez llameante en mi piel; ese cutis trigueño suyo lanzándole fuego al mío, así como al percatarme de que a plena luz del día yo no poseía excusa para eludir su visión íntima. ¿Cómo hago cuando se levante? A pesar de haber compartido mi lecho esa noche con ella, yo sentía un profundo respeto y no me atrevía a admirarla desnuda directamente, como un hambriento y sediento macho cabrio. Su presencia me inspiraba sumisión así como un cierto enaltecimiento. Qué rollo tan arrecho es una mujer en tu vida, el matrimonio ha de ser una vaina bastante complicada, me decía yo cavilando meditabundo, mas no cabizbajo. Por el contrario, me sentía contento, feliz y pleno de optimista felicidad. Yo había abrazado, acariciado y besado a esa hermosota mujer, aunque el contacto no hubiese culminado en una lujuriosa y apasionada copulación. ¿Cuándo sería?, ¿cuándo sería ese día?, ¿llegaría ese día? Me preguntaba sin hallar respuesta alguna todavía.

Me deshice en excusas: -"ehj, bueno ehj, ahora voy a la cocina y preparo café para ti; panes con embutido, ya, ya, ya vuelvo, ahora vengo"-. Ella me dio ánimo: -"no te preocupes; sí, sí, anda a la cocina y prepara lo que tú quieras"-. Su comprensión respecto a mí. Corrí hasta la ducha sosteniendo mis ropas en la mano derecha y con la izquierda la toalla para que ésta no cayese al suelo. Ella reía reprimida bajo la frazada. Yo desaparecí en la ducha; ella, burlona, simulaba toser. Fui a la cocina, estaba vacía pues los demás dormían aún, preparé todo en un ultrasantiamén y retorné con la bandeja y el desayuno. La Hermosura ya se había puesto al día, es decir, duchado, acicalado, vestido. Se sentaba en la cabecera de mi lecho berlinés y leía a Leo N. Tolstoi. Coloqué la bandeja en la mesa, intercambiamos refulgentes chispazos visuales, ella sonreía adorable. Señalé la mesa con seguridad; indagó: -"¿todo eso es para mí?"-; firme contesté: -"sí, sí, todo eso es para ti, come"-. De una radio berlinesa brotaban notas musicales con los éxitos de una cantante alemana nacida en Letonia mientras desayunábamos pausadamente. Hube de traer más café, pues ella bebía cantidades industriales de esa agradable infusión matutina. Al volver de la cocina, me senté en los pies de mi cama indiferente, y encendí un cigarrillo para bajar el desayuno. ¡Qué ordinariez la mía!

Seguía sentada en la silla junto a la mesa peinándose distraídamente. Nos observábamos mientras yo aspiraba y exhalaba el venenoso humo de mi cigarrillo; el brillo de sus ojos era intenso aquella mañana resaltando su verdor, posó el peine en la mesa y, maliciosa, se me acercó arrastrando voluptuosamente su lujurioso trasero sobre la sábana de mi lecho hasta llegar a mí, una vez más me avasalló con sus brazos para no dejarme escapar de su prisión, mi mano izquierda sostenía el cigarrillo humeante, ella se posó sobre mi regazo y sentí el calor agradable de su firme trasero presionando sobre mi alterada masculinidad; me envolvió en sus brazos y sus labios se adueñaron mordisqueantes de los míos por unos largos instantes, su lengua invadió mi boca; se separó protestando: -"qué lástima, tu boca sabe a tabaco y no a ti; lástima"-. Sonreía segura, maligna, coqueta, embrujadora. Esa fue su despedida momentánea, ya que de inmediato tomó su bolso y salió para ir a estudiar con su amiga. Clac, la puerta se cerró.

Y allí me quedé yo sentado a los pies de mi cama con mi cigarrillo humeando y el Che Guevara espiándome sardónico desde el afiche pegado a la pared. Tiré la colilla al cenicero y quise hacer el esfuerzo sobrehumano de concentrarme en mi estudio, pero podía más en mí el ebullente recuerdo fresco de la noche recién finalizada, que la obligación de prepararme para el examen. Mi cabezota cubierta con su pelo casi azul era un mare mágnun de escenas y recuerdos frescos, recientes. ¿Era cierto eso?, me preguntaba inseguro creyendo que se trataba de una fata morgana desértica; ¿era cierto que ella, la Hermosura, había estado en mi lecho toda la noche?, ¿era realidad que habíamos dormido juntos y entrelazados, más sólo fraternalmente? Aún llevaba en mí el fresco sabor a ella, sus aromas impregnaban mi lecho, mi almohada expelía la fragancia de su champú, mi covacha llevaba sus perfumes. Su ausencia estaba ahí presente, pues mi cuerpo sentía aún la presión del suyo palpitante; sus senos, sus brazos, sus muslos, nuestros pies luchando sin lograr vencerse. Su Monte de Venus presionando sobre mi pubis y su mano aprisionando mi pene como si ya fuese a ser suyo; ¡aah, qué delicia!

Sí, muy cierto, habíamos dormido juntos pero no revueltos, pues ella padecía de su problema vaginal. Mi respeto por ella. Nos habíamos acariciado con mucha lujuriosa voluptuosidad largamente; nuestras extremidades se habían explorado mutuamente, como preparando el terreno para otro día. Y sexualmente yo seguía siendo virgen. ¿Hasta cuándo? A pesar de todo tenía el consuelo y el recuerdo de que había sido la primera vez en que yo había compartido el mismo lecho con una mujer toda una noche entera. ¡Y qué mujer! ¿Era cierto?, ¿o acaso un sueño o pesadilla? No, no; era realidad palpante. Besé las yemas de mis dedos todavía plenos con el aroma de su intimidad púbica. Toc, toc, toc. Me sobresalté al oír los toquidos impertinentes y pertinaces. El conserje coño ´e su madre, pensé yo arrecho. -"Che boludo, levantáte ya; y te hizo mierda la piba ésa, ja, ja, ja"-. No, no; era el porteño risueño y jovial, mi compañero de aventura en esa gigantesca ciudad llamada Berlín Occidental. Abrí la puerta, y él, como un vendabal, entró huracanado arremetiendo con su burlona diatriba bonaerense: -"boludo, ¿qué te hizo che?, ¿te ordeñó?, hablá, contá che"-. Bruno deseaba saber detalles, yo tendí un bloqueo total: -"se fue a estudiar con su amiga"-. Salió callando. Ese domingo me distraje realizando el informe semanal.

La Hermosura hizo su aparición alrededor de las 9:00 p.m. Tenía que aguardarla y aclarar la táctica porque al siguiente día yo debería madrugar. No se complicó en nada la vida: -"oh Agturro, no te rompas la cabeza, iré a la universidad y después con mi amiga a su apartamento a estudiar, volveré en la noche, no te preocupes por mí, sé cuidarme y lo que hago"-. Su seguridad, rayana en arrogancia, me imponía. ¡Qué diferencia!, pensaba recordando a las chiquillas que había conocido durante el curso de idioma en el pueblo sucio. Ella sí es una verdadera hembrota*. Me decía yo. *Con ese termino yo quería resumir dos palabras: mujer para la cotidianidad diaria, y hembra para el amor. Sin embargo, me atreví a cuestionarla: -"¿por qué tu amiga no te da alojamiento en su apartamento?, allá seguro es más confortable para ti"-. Sus ojos se inundaron de malicia y ripostó: -"¿por qué?, ¿acaso te molesta que yo esté aquí?, ¿uhm?, dímelo; ¿deseas que me vaya y te deje solo?, ¿sí?"-. Se sentó cariñosa en mi regazo y refregó su nariz en la mía, sus labios lamieron los míos. La envolví entre mis brazos suspirando y aspirando. ¡Qué cariños!

Ella era consciente de que yo disfrutaba con su presencia en mi humilde covacha, sobre todo ahora que ya teníamos una cierta confianza íntima, no me dejó contestar, me explicó entre risillas: -"ella vive con su amigo y no tiene más espacio; además, te lo dije la primera noche, hasta aquí no viene él a buscarme, ni se imagina que estoy en la residencia, y mucho menos en su antiguo cuarto; y bueno, tú has sido muy respetuoso conmigo; hasta ahora lo has sido, y lo seguirás siendo mientras yo esté aquí, ¿verdad?"-. Alcé mi vista para hallar la suya mientras la atraía a mi pecho para sentir sus volcánicos senos presionándose contra mí y su respiración candente quemando mis hombros; un tierno besito y luego se fue a la ducha para quitarse sus malos olores producto de las sales de sus sudores, según ella. Con sus palabras rebulléndome en la mente permanecí tendido oyendo el sordo ruido del agua cayendo sobre su hermosura. Qué envidia. Volvió envuelta en mi bata para alegría mía, pues a mis fosas nasales llegaban ya los aromas de su frescura corporal. Un beso suyo, un cuchicheo bisbiseante, y me dormí, sólo escuché sus buenas noches. Nuestros cuerpos se besaban, se arrullaban, pero no hubo tiempo para más porque el día siguiente era laboral. En la mañana me deslicé de la cama y salí sin despertarla.

Ese lunes fue para mí una tortura. Todo el tiempo estuve pensando en ella y qué haría, dónde estaría, quién era esa amiga suya, dónde vivía. En ese instante no me lo podía imaginar ni comprender, pero me sentía celoso. Sí, sí, y bastante. Al entrar a mi cuarto hallé una nota en mi mesa. <> Le di una ojeada a mi reloj, eran las 6:00 p.m. Cené y me senté a estudiar. Mejor dicho, a simular que estudiaba, pues en realidad mi conciencia se perdía confusa entre los libros. No sé cuántos cigarrillos me fume en ese par de horas. Abrí la ventana para que circulara el viento y se llevara el olor a nicotina, fui a la cocina para vaciar el cenicero, me entretuve un momento con Arodi, retorné a mi morada. Yo no había trancado la puerta para que no tuviese necesidad de tocar y pudiese entrar sin esperar. El conserje merodeaba a veces por los pisos nuestros; ése recontra coño´e su madre nazi malparido. Este señor había sido miembro muy activo de la terrible SS alemana. Extrañado vi que la puerta estaba trancada. Menos mal que tenía la llave conmigo. La destranqué, entré, y nuevamente ella me sorprendía.

Muy tranquila yacía ya en dormilona en mi lecho leyendo el periódico, me sonrió: -"te vi en la cocina con tu amigo al pasar, y no te quise molestar. Vine más temprano, ya cené en casa de mi amiga; cuéntame cómo te fue hoy en la práctica"-. Me senté en el borde de la cama para platicar un rato; yo la observaba y no me pude contener, empecé a recorrer su pecho con la palma de mi mano derecha, me la oprimió delicadamente al tiempo que me decía: -"cámbiate pronto y ven a dormir"-. Me tendí a su lado e instintivamente nos abrazamos, le pasé un brazo por debajo de su tórax para atraerla, ella hizo lo mismo, mis piernas se entrecruzaron con las suyas y los pies de ambos iniciaron una batalla de caricias refregándose entre sí; le conté sobre mi práctica. Ella oía atenta mi relato y reía sincera mientras yo narraba y al mismo tiempo una mano mía le acariciaba su espalda y sus firmes glúteos sopesándoselos distraídamente; ella se dejaba manosear propinándome besitos cariñosos aprovechando para masajearme delicadamente los testículos y estrujarme cuidadosamente el miembro bastante erecto, suspiraba profundo para luego buscar mi boca y envolverla entre sus labios e invadirla con su lengua, su mano proseguía sopesando mis genitales entretenidamente; de vez en cuando me hacía una pregunta corta para que yo continuase mi narración; entonces nos besábamos intensamente unos segundos y luego proseguía con la historia del día que ella encontraba muy amena, según sus almibarados susurros; ellos ocasionaban que de vez en cuando nos abrazácemos como queriendo exprimirnos y suspirábamos plenos de alegría mutua; sin embargo su convalescencia no permitía una cópula bien escabrosa, mas sí el intercambio de caricias tiernas. Su boca se adueñó de un lóbulo mío para susurrarme segura e invitadora: -"abrázame y durmamos"-. Nos acomodamos lo mejor que pudimos para no desenlazarnos y poder descansar; la calentura de su piel y respiración me embriagaban obligándome a abrazarla tiernamente entre mis brazos; ella sostenía delicadamente mi genitalidad en su mano, suspiró adormilada: -"así está bien, dame besitos cariñosos para conciliar mejor el sueño. Sí, así, cariñosos, Uhmuah, eres muy querido, muah"-.

El día martes más me acució el torturador pensamiento de su partida. De repente: <>. Unas risas espontáneas masculinas y femeninas delante de mi puerta me despertaron de mi vigilia diurna, Bruno vociferó tronante: -"che petiso*; dejá de hacerte tanto la paja y abrí la puerta que aquí te traigo a tu piba, ja, ja, ja"-. *Pequeño, bajo de estatura en Argentina. Disparado por un resorte brinqué hasta la puerta, él portaba sus libros. Ella le agradeció: -"gracias Bruno, eres muy amable"-, Bruno lanzó su dardo: -"Astrid, por ti, hasta el fin del mundo"-, ella guardó su seguridad: -"Bruno, eso está muy lejos de aquí, gracias"-. Tiró la puerta con el tacón de su bota para cerrarla de un golpe. Estaba muy animada aquella ya lejana tarde otoñal: -"me encontré en el estacionamiento a tu amigo y me ofreció su ayuda; es muy divertido de palabra, pero algo atrevido; tienes muy buenos amigos."-
Ya eran más de las nueve de la noche, para mí muy tarde. Me llamó: -"Agturro, por favor, dame la dormilona y tu bata levantadora"-. Salió ya lista para acostarse, colgó su ropa, se tendió en el lecho y se cubrió hasta el estómago. Tomó a Tolstoi y quiso leer. Yo la escrutaba muy fijamente; era su última noche en mi covacha, en mi lecho; al día siguiente partiría y no sabía cuándo la vería otra vez. Ella se percató de mi lucha particular con mi incertidumbre interna, dejó a un lado el libro del ruso Tolstoi. -"No te pongas así Agturro, tengo una idea; ven para acá, siéntate, ven y te explico, estoy segura que te gustará, y te ayudará, ya lo verás"-. Encendí un cigarrillo, mas me hizo apagarlo: -"no fumes ahora, no es bueno antes de dormir, apágalo y abre la ventana para ventilar un poco"-. Ahora era la mujer consejera, dictadora. En esos casos reaccionaba yo muy obediente, casi como el viejo proverbio: <>. De mi equipo ebullían las notas musicales de los Indios Tabayaras, tal como en este preciso momento.

Me senté a su lado, posó su mano derecha sobre mi izquierda, nos contemplamos enmudecidos largamente, ella rompió el mutismo: -"sabes, te voy a proponer algo* que seguro te va a gustar; y si no te gusta me lo dices, es tu elección, tú decides; por favor, bájale el volumen al tocadiscos; el conserje se puede aparecer, ¿quisieras que él?, ¿sí.?"-. *En el idioma alemán se utiliza mucho la expresión <>: te voy a decir algo, te voy a proponer algo, supongo algo, ¿quieres algo más? . Coloqué más suave la música y volví a mi puesto, pero esta vez me senté en el borde acechándola como fiera que vigila a su presa cercana. Sus labios carnosamente seductores tradujeron sus pensamientos: -"mira, tú tienes que preparar tu examen, y será pronto me dijiste, necesitas para ello mucha tranquilidad, calma y recogimiento para concentrarte. Aquí te distraes fácilmente con tus amigos y pierdes la concentración, necesitas de un lugar alejado y apacible, en donde puedas estudiar sin molestia, ¿no es cierto?"-. Posó su mano sobre la mía dándome su calor, insistió: -"¿no es verdad?"-. Sus dedos me transmitían su mensaje corporal, su índice aguijoneó; reaccioné balbuceante: -"sí, eso es muy cierto"-.

Se acarició su larga cascada azabache con la mano libre liberando su rostro del cabello molesto y arremetió pausadamente: -"te fijas, tengo razón; pero sólo si tú estás de acuerdo y quieres. Podrías venir los fines de semana a mi apartamento, allá tendrías toda la calma y tranquilidad necesarias para estudiar y preparar el examen"-. Esa proposición suya me cayó como un balde de agua fría. ¿Yo en su apartamento?, ¿dormir allá?, ¿todo un fin de semana con ella en solitario?, ¿y qué diría Amigo si se aparecía por allá de pronto? Tremenda coñacera se armaría. Todas esas ideas torbellineaban en mi cándida cabeza, ella notó mi inseguridad y, como si pudiese leer pensamientos, respondió por mí: -"no es molestia Agturro, hay espacio suficiente pues yo viviré sola de ahora en adelante, él no vendrá más; además, ji, ji, yo sé que tú cocinas muy bien, ¿te parece?, ¿te gusta mi idea?, ¿sí?, dímelo"-. Aguijoneó pertinaz con su índice en mi mano.

Para mí era un rollo bien envuelto. No me podía imaginar que ella me ofreciera esa alternativa para preparar mi examen. Se percató de mi inseguridad y me soltó un dardo cargado de venenosa picardía: -"dime algo; ¿si yo fuese la rubiecita chica linda, entonces sí aceptarías enseguida?, a ella sí le dirías sí de inmediato, ¿no es cierto?"-. Sacudió su cabeza indiferente girándola para arreglarse su negra cabellera, con la mano libre la echó hacia atrás; por debajo de la frazada cruzó sus hermosas y apretadas piernas, las cuales ondularon como la superficie del mar al dirigirse hacia la arena con sus espumosas olas, clavó interrogadora sus ojos en mí. El calor de su mano y la tersura de su piel abrasaban y abrazaban la mía; yo temblaba mentalmente. No sé por qué vacilaba para decirle que sí aceptaba su proposición, pues una de las cosas que más anhelaba, era estar a solas con ella en un sitio apacible para admirarla, contemplarla, hablarle. Y quién sabe qué cosas más. Mi instinto masculino se despertaba. Ella adivinó mi inseguridad, pues mi silencio era exasperante. Me abrazó y al sentir que su cuerpo se oprimía contra el mío reaccioné tartajeante: -"está bien, iré"-. Se apartó un poco, me susurró triunfadora y convencida: -"no te arrepentirás Agturro, podrás aprender mucho en esa tranquilidad y aprobarás tu examen con éxito; de ello estoy muy segura"-.

Seguíamos entrelazados; bueno, ella me entrelazaba a mí, yo no me atrevía ni siquiera rozarla a pesar de lo ya vivido. Bajó su voz para reprocharme por mi silencio: -"¿qué te pasa?, ¿no te alegras? ¿uh?, dímelo, habla"-. Coño, claro que me alegraba, y de qué manera me fascinaba su fabulosa idea; pero cómo explicarle que mi silencio sepulcral se debía al respeto que ella infundía en mí como persona, mujer y hembra; que me imponían su firmeza, su seguridad; que me subyugaba su expresiva presencia, y que yo nunca antes había abrazado a una chica tan hermosa y exuberante como ella. El aire de su serena respiración quemaba mis mejillas, era dueña de la situación; su, ahora, edulcorada mirada no se apartaba de mí, me seguía. Hice de tripas corazón e inventé una respuesta para tranquilizarla y, sobre todo, para que no se arrepentiese y repentinamente retirase su propuesta: -"sí, sí me alegra tu idea, disculpa, es que estoy cansado, ya es tarde; pero, pero me contenta mucho que tú me ofrezcas tu colaboración, y que seas tan comprensiva, hermanita alemana, sí*"-. *Aclaro una vez más y nuevamente que la letra cursiva equivale o representa inseguridad verbal en aquellos momentos.

Estas palabras la conmovieron: -"Agturro, es sólo por ti, por tu futuro; y no te tienes que disculpar"-. Con su frente golpeó la mía, cambió el tema: -"ahora durmamos, tu tienes que madrugar y yo tengo que arreglar mis cosas, llevarlas al apartamento, ir a la universidad, muchas tareas por hacer, un besito, muah. Buenas noches, por favor, cierra la ventana, muah, muah"-. Sus labios rozaron tiernos mi mejilla; dominaba la situación como una Cleopatra. No obstante nos entrelazamos lujuriosamente, los dedos de mi mano derecha recorrían su cadera y se hundían entre su cañada anal y luego le masajeaban su vellosidad púbica, no me rechazaba, pero me advirtió: -"eres muy querido pero mañana debes madrugar; acomodémonos bien y durmamos"-. Tomó el babeante miembro erecto para colocarlo entre sus muslos y apretarlo con ellos, su vellosidad lo rozaba electrizándome; y aunque el tiempo apremiaba porque al día siguiente debería madrugar, tuvimos aún espacio para un intercambio de enternecedoras caricias, unos largos besitos y un simulacro de coito. La apretujé y nos abrazamos cariñosamente dándonos unas buenas noches. Qué calor irradiaba su cuerpo. Ya no supe más después hasta la mañana.

Su etérea presencia

Me levanté temprano como todos los días de la semana laboral, recogí mis cosas y antes de salir me senté en el borde de la cama para darle un vistazo, me incliné cuidadosamente para rozarle su boca con la mía, sus mejillas, y hasta me atreví a tomar cada uno de sus brotadas guinditas entre mis labios; uf, no se despertó, menos mal. Yo sabía que al regresar en la tarde ya no estaría ella allí alumbrándome así como deslumbrándome con su presencia, sus doctas frases, sus mohínes pícaramente calculados, sus fragancias compradas en boutiques berlinesas, era bastante fantoche; y sobre todo su hermosura me faltaría. Cerré suave la puerta para no despertarla. Aceleré mis pasos para ir hasta la parada del bus, en el camino me encontré con los gauchos quienes me saludaron con la típica estridencia propia de los argentinos. -"Y che, ya no se te ve por ningún lado; comé che, parecés un fideo, ¿cuándo se va esa morocha tan espectacular?; che, decinos qué tenés vos que no tengamos nosotros. El autobús, el autobús; y la puta que lo parió, corramos que viene el autobús, ja, ja"-. En medio de carcajadas tomamos el autobús, al llegar a la estación del metro se separaron nuestros senderos. Bajé la escalera para tomar mi tren, ellos el suyo. Los vería en la tarde quizás. Fue un día de agobio para mí en la práctica, deambulaba como un zombi de un sitio al otro, no daba palo con bola; mi cabeza estaba en otro sitio lejano con ella, en mi humilde covacha; qué hará, me preguntaba intranquilo.

¿Qué hará? Me pregunté al regresar. Entré en mi cuarto, lancé mis aperos sobre la mesa, abrí el armario y comprobé que sus prendas ya no estaban allí. Un húmedo calor invadía el ambiente, se había duchado largamente hacía poco rato, la estela del dulzón vapor flotaba aún en el aire sin querer esfumarse, como recalcándome su ausencia allí presente. Qué vaina. Sobre la mesa hallé un sobre con un destinatario: Para Arturo. Lo rasgué nervioso, mis manos temblaban, ¿qué habría allí adentro? Saqué la hoja de papel, la leí y me sorprendí:-"Arturo, muchas gracias por todo, te dejo algo para que invites a tus amigos, mi número de teléfono es el siguiente*, y mi dirección es la calle ., para que no te olvides del número de mi apartamento. Me alegraría bastante si me llamases; no te olvides de mi oferta"-. Rasgué y hurgué nervioso en el sobre y encontré un billete de 20 marcos. Bien, con esos reales invitaría a Bruno y compañía. Guardé la nota con la valiosa información. *Los números de su teléfono y apartamento no los he olvidado, pero no los anoto para evitar suspicacias, aunque ella ya no vive allí, ni tampoco en Berlín, sino en otra ciudad en Alemania. "Hombre prevenido, vale por dos".

Toc, toc, toc. -"Ché, abrí pa´ hablar al pedo un rato; pa´ que me contés todo lo que le hiciste a esa piba besha, pa´ saber si seguiste mis consejos tan macanudos"-. Era Bruno, rechacé su idea: -"estoy durmiendo pibe"-. Quería estar sólo con su ausencia ya etérea pero aún allí palpitante. Me senté en mi cama lucubrando si los hechos de ese fin de semana habían sido realidad o sólo una fata morgana onírica. Pero aunque yo aún no lo podía creer enteramente, las pruebas estaban allí girando a mi alrededor. En mi piel sentía su fogata y su cuerpo presionando contra el mío mientras intercambiábamos caricias y cuchicheos. Me incliné hasta consumir mi nariz totalmente en la almohada, me eché la frazada, repleta de su efluvio aromático, por encima. De mi almohada y mi frazada subían y emanaban sus aromas. Aspirando sus fragancias me dormí. Sin comer, ni beber. Soñé toda la noche con ella y su presencia, desde su aparición hasta la despedida de la noche anterior. Al día siguiente abrí los ojos creyendo que había jugado fútbol durante muchas horas, totalmente sudoroso y agotado hasta la extenuación. Me quedé en casa para poder recuperarme de ese ajetreo onírico. Me senté a estudiar, y a soñar, pues comunmente dicen por ahí que: <>.

Continuará. Capítulo 9. Su apartamento.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25174
  • Fecha: 24-01-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 4.85
  • Votos: 20
  • Envios: 0
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