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Capítulo 5. La samaritana. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia.

Capítulo 5. La samaritana. Enfermedad inesperada.

Los sábados en las tardes teníamos un pasatiempo deportivo para distraernos de la pobre y lúgubre monotonía semanal. Allí en Berlín Occidental existía una asociación de estudiantes latinoamericanos cuyo nombre era AELA. Esta organización tenía, entre otras cosas, un equipo de fútbol al cual me afilié al apenas llegar. Ese rumor se corría rápido por toda la patota latinoamericana y pronto se inscribían también, en especial por tener contacto con los veteranos residentes allí, algunos ya tenían más de 12 ó 13 años. Una tarde sabatina debíamos jugar contra un equipo de iraníes que eran todos estudiantes en las diferentes universidades de Berlín Occidental.

Aquel día hacía mucho sol para ser primavera y por ello nos encontrábamos bastante entusiasmados, en especial Tano quien era prácticamente nuestra figura galeón: -"hoy goleamos a los persas; que traigan camellos con canastos pa´ que recojan los goles, ja, ja, ja; y mientras ellos los recogen y guardan, entonces nosotros nos comemos esos dátiles sabrosísimos que tienen sus mujeres y nos sorbemos la leche de sus tetas; ja, ja, ja, ja"-. Su alegría contagiaba.

Durante el partido tuve un encontronazo muy violento con uno de los iraníes, pues me empujó ocasionándome un rasponazo; yo le acaricié su masculinidad con un tremendo patadón que lo obligó a abandonar el campo de juego; el árbitro me expulsó y me mandó a los camerinos. Retorné a casa solo, por el camino fui presa de un aguacero intenso que cayó esa tarde sobre Berlín, producto de esa mojada me sentí mal obligándome a tenderme en mi lecho con principios de escalofríos.

Toc, toc, toc. -"Agturro; soy yo, abre por favor, Agturro"-. Los toques a mi puerta, así como una voz femenina suplicante me despertaron, era la Hermosura; luego su amigo burlón agregó: -"cojudo, abra la puerta, aquí te traemos los güevos del persa pa´ que se los lleves de trofeo a esa rubiecita que te gusta tanto, ja, ja, ja; abra cojudo"-. Ella suplicó: -"Agturro, sólo un minuto, por favor; déjame entrar"-. Aún estaba furioso, pues me ardía arrechamente el rasponazo causado por la caída. Abrí la puerta plantándome delante de ella porque no quería a nadie en mi cuarto; ni siquiera a ella. ¡Quéé furia! .

La Hermosura estaba ataviada con un vestido blanco de encajes cuyo amplio escote le dejaba ver la cañada de sus volcánicos senos acariciados por las puntas de su sedoso cabello negro, a pesar de mi malestar me fijé en su embrujador aspecto, sus labios entreabiertos incitaban seductores a mordérselos y chupárselos, sus brillantes y expresivos verdes ojos me taladraban, sus senos se destacaban debido al traje ceñido a su torso; explicó la razón de su preocupación en forma clara: -"sólo queríamos ver si estabas bien; tu herida, ¿me dejas verla?, ¿te arde mucho?"-. Se la enseñé, notó que era superficial; además, yo ya me había puesto mercurocromo. Amigo se burlaba: -"no te preocupes por él, tiene cuero de caimán, ja, ja"-. No le dio atención a sus palabras y se despidió: -"si necesitas ayuda, estaré en mi cuarto"-. Me estampó un beso en la mejilla del cual no tomé nota, pero sí su amigo: -"esta hermanita de la caridad"-. Se dio vuelta antes de bajar la escalera y agitó su mano derecha despidiéndose; las gradas la absorbieron.

Toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc. -"Agturro, te quiero invitar a cenar con nosotros en la cocina de nuestro piso; abre, no duermas tanto, abre, abre por favor"-. Era ella tocando insistentemente. Envuelto en la frazada trastabillé hasta la puerta, la abrí con un gran esfuerzo, todo el cuerpo me dolía, solamente ahora me daba cuenta de mi debilidad. Ella se llevó sus manos a su rostro exclamando sorprendida, y mucho: -"¿qué te pasa Agturro?, ¿qué hiciste?, ¿dónde estuviste?, déjame pasar y me cuentas; hombre, pareces un cadáver"-. Me brindó su apoyo tomándome por un brazo hasta que me senté en mi lecho cuya sábana estaba muy mojada. Ella posó su mano en mi frente, muy serena diagnosticó: -"no tengo aquí un termómetro, pero tienes fiebre alta y te ves muy mal; cuéntame qué pasó después de que te vimos; dímelo"-. Le conté que me había acostado, y más tarde me había despertado con temblores y tiritando, además el baño en público bajo el torrencial aguacero. -"Y ahora tienes fiebre, escalofríos y te pescaste una buena gripe. Ya te preparo un té con jugo de limón y regreso, arrópate bien"-. Vino acompañada de Amigo al retornar, éste se burló de mi estado de salud insinuando que era una simulación mía para llamar la atención: -"eres buen payaso, ¿quieres que te traiga la cojuda rubia pa´ que te cuide?, pa´ que te sobe los güevos, te chupe la verga y se suerba toda esa leche que tienes en los güevos, ¿sí? ; ja, ja, ja"-. Ella lo hizo callar, pues el caso era muy serio y no fingida mamadera de gallo mía; se dirigió a mi armario, se quejó: -"¿sólo tienes una única toalla?"-; le ordena muy firme y enfática: -"anda a mi cuarto rápido y me traes dos toallas grandes, y mi maletín con el termómetro y el estetoscopio; apúrate, no te quedes ahí parado"-. Acomodó mi almohada contra la pared para que me recostara y pudiese respirar mejor. Me dio a beber té caliente sin azúcar. Mi estómago se contrajo al recibir el impacto de la infusión, casi lo devuelvo, ella me tranquilizó: -"cálmate, bébelo con calma, no te atores, sorbo a sorbo"-. Yo sostuve la taza con ambas manos y la fui sorbiendo pausadamente; mi sudor chorreaba a perlas.

Amigo retornó pronto con las toallas y el maletín; ella tomó el termómetro para medir la temperatura: -"38,1 °C y subiendo"-, susurró; luego con el estetoscopio auscultó los latidos de mi corazón, silenció. Fue hasta la ducha con las toallas en sus manos y las humedeció, me ordenó segura: -"acuéstate y quítate la frazada"-. Le obedecí, posó las toallas sobre mi pecho y piernas envolviéndome en ellas, soltó una frase motivadora: -"tus muslos son bastante musculosos y fuertes, se nota que has hecho mucho deporte en tu vida, eso está bien, te vas a recuperar"-. Sonreí sin fuerzas. Rato más tarde las volvió a humedecer en agua fría; y así repitió varias veces el procedimiento para mí totalmente desconocido; me explicó pausadamente: -"es un antiguo método casero que me enseñaron mis abuelas allá en mi Colonia natal, es muy efectivo"-. Ella había nacido durante los bombardeos a finales de la segunda guerra mundial, Colonia fue objetivo constante de ataques aéreos de las tropas aliadas y las familias se tenían que defender con sus métodos caseros en casos de emergencia. Yo percibía su voz como si viniese del más allá. Volvió a tomar el termómetro para controlar la temperatura y notó que había bajado un poco. Amigo se apoyaba en la pared observando entre apático y molesto su trajinar, apuntó irritado: -"esta cojuda es ahora la mamita de este venezolano pelotas; y él feliz"-. Ella no le prestó atención: -"dame el estetoscopio"-. Amigo, indiferente, le soltó el aparatejo en sus manos, ella siguió ordenándole: -"busca a Tano y Adelmo o a alguno de los otros pues esto hay que hacérselo sin interrupción para que la fiebre baje"-. Él refunfuño airado: -"lo mejor es llevarlo a ese hospital allí a la vuelta"-, ella se volvió repitiéndole directa y firme su orden: -"haz lo que te dije y cállate; bruto ignorante"-.

Amigo salió refunfuñando de mala gana, como perrito regañado. Ella se excusó en alemán claro: -"Agturro discúlpalo, él no comprende tu estado; por un simple resfriado pasajero no te van a internar en el hospital, cálmate"-. Me observaba consternada al verme convertido en un guiñapo humano presa de los escalofríos causados por la fiebre. Amigo entró con Tano y Adelmo quienes se sorprendieron al verme allí temblando y sudando, en especial Tano, ya que ambos habíamos jugado juntos esa tarde. -"¿Qué hiciste Maje?, no te vimos más después del partido, uyy, estás muy mal; ¿qué tenemos que hacer Astrid?"-. Impartió sus instrucciones para las siguientes horas; ella estaría en la habitación de Amigo, y en caso de emergencia la podrían llamar. Tano y Adelmo permanecieron en vela esa noche haciéndome los baños con las toallas para sacarme el calor interno. No supe más y me sumergí en febrilidad onírica. Yo escuchaba, oía, captaba todo como si me hallase en un viaje al más allá. Adelmo, mi gran amigo brasilero trajo sus discos románticos y los escuchaba a bajo volumen mientras conversaba con Tano en voz queda. Menos mal que ellos no fumaban.

Adelmo repetía sin cesar un elepé de boleros de un argentino llamado Roberto Yanés, sobre todo uno muy famoso en esos años titulado Petite Fleur -Pequeña flor-: <> Yo percibía en medio de mi semiobnubilación el quejumbroso texto interpretado por la tronante voz del gaucho. Ello lo captaba entre mi divagación febril y semiorínico viaje interestelar. Qué rollo tan caliente el mío. Entre ambos desinflaron media caja de cerveza de 32 botellas de 0,33 lts./botella para matar la noche y el rato, como ellos mismos comentaban. Era maravilloso oír a Adelmo con su suave y melodioso acento carioca repetir los versos del gaucho Yanés. Tano reía nervioso y lo acuciaba: -"Adelmo, dígame, ¿dejaste una novia en Copacabana?, ¿sí?, ja, ja, ja"-, Adelmo, lloroso, afirmó: -"sí Tano, mais no en Copacabana, en Porto Alegre; mais esa filha da puta ya se casó, me prometió fidelidade eterna mais agora tiene un garoto de otro filho da puta, no es mi garotinho; puta merda Tano. Buah"-. Adelmo, sollozante, quiso saber sobre las intimidades del costarricense también: -"Tano, cuéntame, y tú, tienes una garota en San José?"-. Tano respondió con voz vidriosa producto del recuerdo y la caña ingerida: -"sí Adelmo, pero esa hembrilla también ya se buscó otro pa´ mientras yo regreso; se sentía muy sola ella, y ahora tiene otro cabrón; salú Adelmo"-. Silencio total; me quejé con mi seca tos y los saqué de sus cuitas, me cambiaron las toallas al tiempo que destapaban dos botellas más.

Clic, clac. La puerta se abre, allí está ella en su levantadora, recorre el espacio con su dominante vista. Ellos se sorprenden al verla en su cercanía casi en prendas menores y cesan su parloteo sobre sus chicas en sus países que les ponían los cachos, según sus relatos. Ellos habían acordado dejar insertadas mis llaves por fuera para facilitar su acceso. Entra sigilosamente, sólo se oye el palmoteo de la planta de sus pies desnudos al posarlos en el piso; ellos cierran el pico respetuosos al verla tan imponente, no solamente porque estuviese casi en cueros, sino porque su segura mirada inspiraba sepulcral respeto. Yo, a pesar de la fiebre, estaba consciente de todo lo que sucedía a mi alrededor. Ella se sentó a mi lado, una mano suya se posó en mi frente, luego palpó mi pulso y sonrió: -"bien, lo están haciendo bien, a pesar de las cervezas; Tano, por favor ayúdame, lo tenemos que duchar para refrescarlo y sacarle el sudor"-. Me alzaron y me llevaron hasta la ducha para que me deshiciese del amargo sabor salado de mi piel consecuencia de la fiebre, me sentaron en el pretil rociándome con la regadera; qué alivio, el agua se llevó ese molesto sudor pegajoso.

Ella ordenó una vez más: -"Tano, por favor, ayúdale para que se levante y no se caiga, después me dejan sola con él porque no cabemos todos en la ducha; yo te llamo cuando haya terminado de asearlo bien a fondo, cierra la cortina por favor"-. Él acató sin chistar, hundió sus manos entre mis axilas y me haló para que me fuese levantando poco a poco, luego salió de la ducha y corrió la cortina dejando una hendija para espiar, a ambos los devoraba la fisgonería voyeurística. Ella se subió a la ducha dándoles la espalda y empezó a enjabonarme; con una mano sostenía la pastilla y la otra la seguía extendiendo decidida la espuma por mi cuerpo, yo sentía la suave piel de sus manos resbalando segura por mi calenturienta humanidad; de pronto sus dedos llegan a mi pubis, ello no fue impedimento para detenerse en su objetivo, sus dedos se arrastraban como estrella marina provocando una inmensa cantidad de burbujas sobre el vello, lo mismo hizo con mi masculinidad, la cual tomó con una mano para cubrirla de jabonosas pompas refregándomela como si me quisiese masturbar, pues subía y bajaba sus dedos arrastrando y halando el prepucio dejando todo el miembro cubierto de espuma; lo mismo con los testículos, los cuales se cubrieron de pompitas perfumadas al tiempo que yo sentía como los amasaba profusa y suavemente para no lastimármelos, era más una especie de indirecta caricia la que ella me propiciaba con su enjabonamiento; yo bajé mi mirada y mis ojos se toparon con sus volcánicos senos coronados por sus rosáceas guindas; mas la debilidad no me permitía que me solazara con el paisaje. Siguió con su tarea hacia mis ingles y glúteos con la misma minuciosidad para sacarme el sudor, me sentía como un bebé entre sus manos que entraban por aquí y por allá sin ningún complejo. No olvidar que era enfermera ya graduada con experiencia en hospitales, además estaba muy avanzada en sus estudios de medicina deportiva. Me sentía cubierto por la espuma desde el cuello hasta los pies y por las caricias de sus ágiles dedos.

Esa generosa caricia suya provocó en mi pene una momentánea y briosa erección a pesar de la fiebre; ella no le dio importancia alguna y prosiguió embadurnándome al tiempo que me daba valor: -"te vas a poner bien y muy pronto. Tano, deja de espiar y ven para que lo duches. Y no bebas tanta cerveza"-. Él salió de su escondite trastabillante rociándome profusamente con la regadera para que las pompas multicolores resbalasen lentas hacia el piso; ella seguía recorriendo mi humanidad con su mano extendiendo así el líquido por mi cuerpo, se ocupó muy dedicada para que mi pubis se deshiciese de toda la espuma jabonosa, su mano recorría armoniosa mi zona íntima para ayudarla a desaparecer; un reflejo natural me hizo cubrir mis genitales para tapar la semierección de mi miembro, no le prestó atención ordenando firme y seria: -"y ahora debemos acostarlo"-. Ella me tomó por las pantorrillas y se hubo de agachar para poder alzarme mientras Tano me enganchaba por las axilas, entonces sentí muy cerca de mi vientre el aire caliente de su respiración, así como las puntitas de su largo cabello rozando cosquilleantes mis muslos, mi vientre, el pubis, así como el semierecto miembro que se encabritaba a pesar de la fiebre y el malestar por lo que lo cubrí espontáneamente con ambas manos; entonces le ordenó al garoto: -"Adelmo, dame la toalla grande para secarlo"-. Él se la entregó, empezó a quitarme la humedad de la piel con sumo cuidado, mi pecho y espalda, luego la arrastró por mi cuerpo hasta llegar a los muslos y pantorrillas, subió la tela hasta envolver con ella mi pubis junto con el miembro para secarlos, otra vez tomó el pene entre sus dedos para correr el prepucio hacia atrás y sacarle la humedad depositada en el glande, ese generoso esmero suyo hacía que el miembro se fuese erigiendo y endureciendo, mas ella no le prestaba atención a esa realidad, terminó de secarme, me tendieron en el lecho; ella me envolvió muy cuidadosa en mi frazada, se agachó hasta mí para besarme maternalmente en la frente y luego en ambas comisuras de mis labios al tiempo que me susurraba tranquilizadora: -"duerme y mañana estarás mucho mejor; descansa Agturro. muah, muah"-. Salió como una exhalación invisible de mi covacha para regresar al cuarto de Amigo.

Ellos boquiabiertos, especialmente Tano, no salían de su asombro al ver ese comportamiento suyo. Adelmo había estado todo el tiempo a sus espaldas debido a lo estrecho de la ducha, pero había visto toda la escena de mi baño. Tano destapó una cerveza más y se desató a comentar: -"Adelmo, ¿viste?, ¿viste cómo le enjabonaba todo?, no se cansaba de meter los dedos y la mano por sus muslos y entre las ingles, y le amasó tanto los güevos que se lo iba haciendo parar; ¿viste cómo le agarraba y le masajeaba la pinga?, le bajaba y le subía la gorra llenándole la cabeza de espumita dizque pa´ que le quedara bien limpio; uyy, se lo agarraba como midiéndolo pa´ saber qué grueso y largo lo tiene cuando se le para, y cuánto le va a entrar en su chocha cuando el caribeño la monte y se lo clave toditico, le metía las manos por todas partes como si ya fuese de ella; ¡huy!; y él haciéndose el enfermo, ja, ja, ja, si hubiese estado sola con él, seguro que se lo chupa y le hubiese hecho una buena paja; menos mal que no entró Amigo porque entonces se habría armado una gran discusión entre ellos; imagínese que él llegue y la encuentra a ella con los güevos y la pinga del caribeñito en sus manos; uy, que lío; y pa´ completar, ella con esa dormilona que le dejaba ver las pantaletas de seda, se le veía bien la raja del culo y los pelos de la concha, a mí ya se me estaba poniendo duro; y las tetas colgándole como lechozas maduras, pa´ comer y sorber, uhm, qué sabroso. Sí Maje, me gusta su táctica de niño inocente con cara de burro con sueño."- Adelmo también hacía sus comentarios, aunque no tan exagerados como los de Tano: -"puta merda Tano, qué garota tan golosa; ella de espaldas mostrándome su culo tan hermoso, mi picha ya estaba toda dura; puta merda, ja, ja, ja; este garoto venezolano tiene mucha suerte; sí garoto, va y conversa con esa garota tan maravilhosa; puta merda, como a garota do Ipanema, muito bonita y gostosa"-. Se dirigió a la caja con las cervezas y destapó la suya también.

Así de esa manera, entre botellas de cerveza, escuetas observaciones y crudos comentarios sobre el comportamiento de ella; las canciones de Roberto Yanés, los Panchos, Cuco Sánchez, Luis Alberto del Paraná, Los Cumbancheros, tangos de Ángelo Pinto y otros grupos más como los Beatles, Rolling Stones, The Mamas and Papas, me brindaron sus solícitos cuidados. Ya tarde en la noche, o muy temprano en la mañana, según se vea la situación, se fue Adelmo arrastrando su humanidad a su cuarto envuelto en un intenso olor a caña y rumiando saudades por su enamorada que ya no era más la suya sino la cónyuge de otro, y desconocido para completar la vaina.

Tano permaneció firme al pie del cañón esperando que la Hermosura viniera a relevarlo para poder descabezar el sueño etílico que lo poseía. Por fin llegó ella, para calma y curiosidad de Tano que la devoraba con su vidriosa vista, ahora ya no venía en dormilona sino con su atuendo de diario, blusa de manga corta y cuello en V, falda ancha azul, creo recordar, y sus zapatos negros de tacón mediano; se sentó en el borde de la cama, posó su mano derecha en mi frente, luego oprimió con la misma mi muñeca para medir el pulso, acarició mi rubicundo rostro animándome alegre: -"bueno, amaneciste mejor, la fiebre ya bajó algo, el lunes vas al médico para que te mande unas medicinas y te mejores pronto. Ya vuelvo Agturro. Tano, espérame un momento, voy a la cocina para preparar un té y luego sí te puedes ir, ya regreso"-.

Tano inclinó afirmativa y silenciosamente con su cabeza, al salir ella, murmuró socarrón: -"Maje, yo la conozco desde hace casi un año y nunca la había visto tan solícita, mucho menos tan esmerada; ni cuando se ha resfriado su amigo, y menos con nosotros. Y ahora contigo parece una niñera; niñera no, una MAMÁ.; qué mamazota. Si fuera necesario te pondría a mamar de sus tetas para darte leche suya y que te recuperes; y más todavía, seguro que si le dices que necesitas una mujer pa´ acelerar tu recuperación, entonces de inmediato se bajaría las pantaletas y abriría las piernas pa´ le des una buena fornicada. Aproveche Maje, enférmate con mucha más frecuencia, ja, ja, ja. Yo lo haría todos los fines de semana. Y ahí sí, je, je, je. Le puedes hacer de todo y no se negaría"- Los pasos de ella acercándose rompieron su entretenido soliloquio producto de la inmensa cantidad de caña que se refugiaba en su pecho y espalda, pensaba y creía yo allí tendido en mi lecho.

Ella entró blandiendo la tetera hirviente, la colocó sobre la mesa al tiempo que se dirigía a Tano firme: -"muchas gracias por haberte tomado el tiempo, ahora sí puedes irte a dormir"-. Mas Tano no se dejó sacudir tan fácil por ella, permaneció sentado observando su comportamiento, ello le carcomía su curiosidad. Ella, muy solícita, vertió la hirviente infusión en una taza, se sentó a mi lado y la llevó hasta mi boca sosteniéndola en sus manos, sus labios se convertían en un embudo soplando aire sobre el vapor: -"bebe con cuidado, está muy caliente"-. Tano observaba caviloso, ella no le prestaba atención directa, pero sí indirecta: -"Tano, estás muy cansado, vete a dormir, yo me encargo ahora de cuidarlo, nuevamente gracias por todo, vete a dormir y descansa"-.

Él se fue alzando poco a poco de su asiento, posó una mano en la pared utilizando sus dedos como ventosas y salió despacio de mi covacha, desde la puerta me guiñó pícaro aprovechando que ella estaba de espaldas a él, dibujó en el espacio vacío una especie de guitarra con sus manos mientras la señalaba con sus labios, sonrió silencioso; un trastabillón más en la puerta y se perdió en el oscuro pasillo.

Ese domingo transcurrió monótono para mí y al mismo tiempo desesperante, pues los minutos no desaparecían, mucho menos las horas. En la noche del domingo para el lunes no hubo voluntarios para pasar en vigilia la noche junto a mi lecho.

Pero una sorpresa más si hubo, y harto inesperada. Ella vino con Amigo para enterarse sobre mi situación, me tomó la temperatura, me examinó la garganta y las axilas sin encontrar nada sospechoso, le bisbiseó algunas palabras a Amigo, ella me comunicó con una amplia sonrisa triunfadora sentándose en el borde del lecho, cruzó las piernas y su falda se echó hacia atrás dejándome ver sus muslos opulentos e incitantes, tal como aquella noche en la salita de cine: -"Agturro, él te llevará en mi escarabajo a la consulta de la doctora que yo conozco por aquí cerca, ella es muy eficiente y habla un poco español"-. Yo no lo podía creer porque él era muy egoísta e indiferente. Ella me contemplaba con unos ojos cargados de mucha piedad; qué samaritana tan hermosa, me dije mientras le repasaba visualmente las rodillas y el inicio de su curvatura muslar cercana a mis ojos; todo ello a pesar del tremendo malestar corporal que acuciaba mi juvenil humanidad en esos crudos momentos para mi salud. Aruñó suave mi mejilla, me propició un suave arrullo bucal y se despidió; Amigo balbuceó algo así como <> y salió con ella de mi covacha.

El lunes a las 7 en punto entró ella para darme el último vistazo, pues se iba para las clases en la universidad y tomaría el metro. Con ella llegó Amigo ya bañado, afeitado y vestido listo para salir. Él me ayudó a calarme la ropa entre bromas: -"cojudo, pero después te duchas con bastante jabón, hueles a gorila de circo, ja, ja, ja"-. Ella lo calló risueña: -"no digas tonterías y ponle la camisa, búscale los zapatos y una chaqueta, trae tu boina vasca y préstasela; anda apúrate que yo pedí la cita para las ocho de la mañana"-. En medio de mi debilidad musité quejumbrosamente: -"gracias Astrid"-. Sshh, respondió ella y posó su dedo índice sobre mis labios resquebrajados por el calor de la fiebre interna, los acarició suavemente murmulleando palabras y sonidos que yo percibía entre penumbras, pues mi debilidad era total; a duras penas me podía sostener en pie.

Regresamos a media mañana aproximadamente y él, muy solícito, me preparó unos panes con miel y jugo de naranja. Yo no salía de mi admiración y sorpresa al verlo tan comedido conmigo. Éramos compañeros de piso nada más, pero su esmero ahora no tenía parangón. Quizás ella lo había preparado mentalmente, pues en el fondo era burdo y ordinario en su forma de ser; nunca entendí la razón por la cual ella se había arrejuntado con él, pues no tenían nada en común para formar una pareja. Así es la vida. Me tomé los medicamentos recetados por la doctora, quien conocía algunas palabras en español. Mi estado la sorprendió, pero me tranquilizó porque la fiebre había bajado bastante, también me dio un ungüento contra la sequedad de mis labios, lo tiré en la mesa sin darle mucha importancia, a pesar de que estaban cuarteados, partidos, y el escozor causante era infernal. Amigo se largó a buscar la Hermosura y yo retorné a mi soledad, me envolví en la frazada para, por lo menos, tratar de reponerme.

Las llaves debían quedar colgando por fuera, según sus instrucciones, por si acaso se presentaba una emergencia poder entrar.
-"Agturro, despiértate, Agturro"-. Su mano aprisionando mi barbilla me sacó del sopor onírico. Ella, sentada a mi lado, sujetaba mi mejilla; él, de pie, observaba silencioso. Ya era tarde en la tarde, pero me sentía recuperado, no sé qué efecto habían tenido las medicinas, mas había sido positivo en todo el sentido de la palabra. Ella me observaba fija con sus intensos ojos verdes y los carnosos labios entreabiertos dándole un aspecto seductor. Controló mi fiebre y pulso, sonrió embellecedora y anunció victoriosa: -"muy bien, muy bien, ya casi no tienes fiebre, muy bien; pero tu boca es un desastre, te voy a untar el ungüento, quédate quieto"-. Aplicó la masa fresca en mis labios, con uno de sus dedos la fue extendiendo suavemente sobre ellos sin cesar de mirarme ni pestañear, el frío refrescante entraba en las heridas causándome una sensación de mejoría; ella se esmeraba con sus cuidados al tiempo que Amigo rumiaba algo sobre hambre y cine de los lunes.

Ella lo acalló de manera contundente: -"si tienes hambre, búscate algo en la alacena; y la película de los lunes es un desastre, olvídala"-. Mis labios se empezaron a enfriar y a calmar su ardor. Ella se despidió deseándome buenas noches al tiempo que arrullaba mis mejillas con ambas manos. Desde la puerta me bañó con su esmeraldada vista, salieron ambos; él hablaba sandeces, ella oía.

Qué dicha a la mañana siguiente al despertar, cero fiebre, cero dolores, todo casi cero, sólo mis labios protestaban un poco aún. Ella había logrado, con su tenacidad y dedicación, sacarme de aquel calvario. La cubriría de besos, si pudiese, pensé yo, pero no se podía porque era la amiga del vecino; lástima, pero me habría gustado expresarle con palabras y gestos mis agradecimientos.

Unos días más estuve bajo su tratamiento porque me tenía que aplicar un bálsamo también en mis espaldas, cosa imposible para mí. Ella me indicó que podía pasar en las tardes por su habitación. Lo hice con mucho gusto y me entregué a sus someros cuidados. Me tendía boca abajo en su lecho y ella oprimía la botellita metálica para que saliese el bálsamo, luego lo extendía con mucha parsimonia sobre mi espalda dándome una caricia indirecta, yo disfrutaba con esos mimos suyos al sentir las yemas de sus dedos paseándose sobre mi espalda; su calmada respiración, el aroma de sus perfumes, el crujido de sus ropas a cada movimiento suyo, el lento roce de sus sibilantes muslos besándose al ella hincarse entre mis piernas.

Incluso en una ocasión metí la pata porque entré a su cuarto sin tocar por lo que soltó un grito entre risas: -"ja, ja, ja; espera, espera que estoy en la ducha y desnuda, aguárdame afuera, ja, ja, ja, no entres Agturro, ja, ja, ja, eres muy loco y hasta atrevido, ja, ja, ja"-. Hube de salir y esperar a que ella me abriese la puerta; me imaginaba su lujuriosa desnudez, sus senos volcánicos, sus guindas, sus invitadores glúteos; abrió la puerta entre risas, pero ya vestida y sacándome de mi lucubración sobre su íntima hermosura desconocida para mí, sólo me la podía imaginar y suponer.

Al terminar con su labor de samaritana se agachó hasta mis oídos halándome de una oreja para susurrarme: -"ya está, levántate que estás en mi cama; ven mañana otra vez y trae el ungüento para untártelo en tus labios también, todavía están maltratados y cuarteados, aún te deben arder mucho, muah"-. Yo me despertaba de esa maravillosa terapia suya como si saliese de un viaje que me había transportado a las míticas 1001 noches; las yemas de sus dedos deslizándose por mi espalda provocándome una excitación porque mi cuerpo se encaracolaba al sentir esa tersa piel suya acariciando delicadamente la mía; me pellizcaba o besaba coquetamente una mejilla y me entregaba el bálsamo hasta la siguiente sesión. Mi convalescencia me proporcionaba placeres momentáneos y pasajeros, aunque mínimos, mas gratos y encantadores.

Continuará. Capítulo 6. La transformación.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25126
  • Fecha: 14-01-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 4.9
  • Votos: 20
  • Envios: 0
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