Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Confesiones

Capítulo 3. El mundo berlinés. La residencia en Berlín.

Adiós adolescencia, adiós inocencia.

Capítulo 3. El mundo berlinés. La residencia en Berlín.

Una vez aprobado el examen en Witten me enviaron a Berlín Occidental. El viaje, harto complicado por la situación política de Alemania en aquella época, me llevó primero a Hannover en tren, de allí a Berlín en avión. Durante el corto vuelo -15 minutos- pasé revista a los últimos tres meses que había vivido en el pueblo arriba mencionado. La academia, mis compañeros de curso que provenían de diferentes latitudes de este planeta; y lógicamente, las chicas con quienes había tenido contacto directo en esas semanas; la Dulzona Renate, la flacuchenta aburrida Doris, y la enfermera atrevida Brigitte. Lucubraba sobre los momentos <<íntimos>> que había disfrutado con ellas; nunca olvidaré el frustrante fiasco con Brigitte, el besuqueo apasionado con Renate y los descarados pellizcos propinados furtivamente en las nalgas a la flacuchenta Doris en la despedida del año viejo en la escuelita; los consejos de Pathirage junto con los del centroamericano. Era una masa de ideas alocadas las que corrían como torbellino por mi mente, todas desordenadas queriendo escapar de mi cerebro. Bien, por lo menos ya había tenido contacto con chicas, aunque no había culminado éxitosamente los preparativos coitales. Ahora en la capital de la Guerra Fría debería concentrarme en otra tarea totalmente desconocida para mí; una nueva misión. Aterricé en el aeropuerto de Tempelhof, de allí me movilicé por taxi a la residencia situada al otro extremo de la ciudad, allá me presenté en la dirección de la misma. Una vez que se hubo aclarado lo referente a mis documentos, me indicaron el sitio en donde viviría en los siguientes 24 meses. Un portero entrado ya en años, veterano de las guerras mundiales iniciadas y perdidas por los alemanes, me llevó hasta la habitación de mueblario espartano consistente en una cama baja, una mesa con su silla, un armario; y algo muy importante: ducha propia dentro del cuarto. Los sanitarios eran comunes y comunitarios, y estaban situados a la entrada del piso.

Había mucho alboroto en la cocina y al verme pasar con maletas de inmediato se asomaron algunos rostros para saber quién era el nuevo huésped. Entre los curiosos se hallaban dos latinoamericanos de aspecto diferente: el uno alto, delgado, de piel blanca, cabello castaño y ojos verdes; el otro, más bajo, un poco rollizo, pelo ligeramente ensortijado y ojos rasgados. Se presentaron, el primero era costarricense y dijo llamarse Tano; el otro se autodenominó como el Amigo y venía del cono sur. Al enterarse de mi procedencia exclamaron en coro: -"¡ah!, entonces eres caribeño, un caribeño en Berlín Occidental"-. Muy amables, me ayudaron a instalarme en el piso, luego me indicaron un lugar para ir a comprar vituallas, así como un sitio para cenar rápidamente en caso de emergencia por falta de tiempo, o por pura pereza, como sucedía los domingos, según ellos en medio de bromas. Era una residencia para alemanes occidentales y extranjeros situada en un barrio del Berlín Occidental de la posguerra y de la Guerra Fría llamado Wedding, no muy lejos del famoso muro que dividía a esa ciudad en dos sectores. En realidad eran cuatro las zonas: la yanqui, inglesa y francesa que formaban la mencionada Berlín Occidental, y la zona soviética que equivalía a Berlín Oriental. Éramos una pandilla de jóvenes provenientes de los más diferentes países latinoamericanos, muy en especial de Centroamérica, así como también de Argentina, Brasil y Ecuador. Un collage etnológico, ya que también habían otros de África, tanto de raza negra como árabe. Y lógico, está de sobra decirlo, la mayoría eran personas oriundas de Alemania Occidental. La época de la Guerra Fría. Nuestras edades -los latinoamericanos- oscilaba entre los 18, mi caso, y los 26 años, es decir que estábamos todos jóvenes y por tanto plenos de ebullente energía y sagaz fantasía. Nuestro objetivo primario era llevar a cabo unas prácticas en la empresa para luego de 1 ó 2 años ingresar en un tecnológico alemán y allí realizar estudios de ingeniería eléctrica, electrónica o mecánica, u otra ingeniería.

Socialización en la residencia

Por medio del grupo de hispanohablantes que habitaban allí me pude integrar pronto, a pesar de las dificultades con el idioma alemán. Mi covacha se convirtió en punto de encuentro para platicar; en especial para espiar a las chicas que vivían en el edificio del frente. Ello se debía a que apenas llegar a Berlín compré un tocadiscos y cada 3 ó 4 semanas compraba elepés. Esta labor de espionaje voyeurístico la realizábamos con ayuda de unos vetustos y anticuados binoculares pertenecientes a Amigo*, quien fantochamente aparentaba y presumía ser de procedencia de una familia con amplio poder monetario allá en su país surandino. *Él mismo se colocó ese seudónimo; su nombre y apellido no vienen al caso.

Todas las tardes -casi todas- nos sentábamos tras mi ventana para esperar la llegada de una chica delgada, pelo corto, piel trigueña y extremidades longilíneas. Ella tenía la cotidiana costumbre de deshacerse de sus ropas sin cerrar o correr la cortina de su cuarto. Era un ritual acompañado de una sensual danza para desnudarse; quizás a sabiendas de que los espías la acechaban hambrientos tras las oscuras cortinas de mi humilde covacha. Cuando cruzaba el amplio patio con su paso desganado ocasionaba en nosotros un regocijo general, pues sabíamos que luego vendría el show tras su ventana en el alto piso suyo. Cierta tarde estábamos solamente el surandino y este humilde servidor atalayándola. Un poco aburridos platicábamos sobre temas insulsos debido a que parecía haberse retrasado ese día. Yo ojeaba incansable hacia el patio mientras oía sus palabras sin darle atención alguna. La puerta del edificio central se abre y sale ella portando una bolsa con alimentos, otea desorientada en dirección a nuestro edificio, camina lenta y despreocupada; el surandino me ordena: -"pelotudo, vaya traiga a Tartajo, Quiteño, Garoto, Tano y Bocazas rápido, dígales que ya llegó la cojuda ésa; pronto boludo, apúrese"-. Salí a buscarlos. Ellos llegaron tratando de acomodarse en el mejor sitio a disposición -"¿Dónde está esa hembrilla?, ¿ya se desnudó?, ¿qué tenía puesto hoy?"-, preguntaban anárquicamente al tiempo que buscaban apostarse de la mejor manera posible para deleitarse con el show por venir: -"quítese de ahí, yo llegué primero, no joda tanto y no empuje. No, no, yo antes que usté, siéntese allá en el otro lado. Cuidado con el tocadiscos, se raya el elepé. ¡ayy!, mi cabeza, no cierren la ventana porque me pegan. Déjame, yo primero, pásame los lentes ésos, no me los quites, yo primero dije ya. Abran la ventana pa´ poder verle el culo"-. Qué desmadre, me decía. -"Ja, ja, ja, ja; puta merda, qué fazen?"-. Adelmo, quien procedía de Porto Alegre en Brasil y nos hablaba en una mezcla de español y portugués, se aparecía de repente, le colocamos el mote de Garoto. El surandino, quien fungía de coordinador y era el instigador, le ordenó silenciar: -"cállese la jeta que ahí va a salir ya; sh"-. Suspenso total.

Ella inició su demostración con una danza de no quiero, pero sí, y sí, pero no; es decir, se paseó contoneante por delante de su ventana queriendo saber quiénes éramos y de dónde la observaban. Se sentó en el pretil de la misma dejando que sus piernas formasen un arco, su falda resbaló acompasada rozándole la piel hasta quedar al descubierto sus pálidos muslos casi famélicos dejando ver su pantaleta; los dedos de una mano suya empujaban las medias hacia sus tobillos, luego bebía de una taza una poción humeante sosteniéndola con ambas manos; se dio vuelta para realizar la misma acción con la otra pierna. Una vez que sus medias cayeron sobre sus tobillos, apoyó su barbilla sobre sus rodillas y oteó con sus lánguidos ojos en nuestra dirección; la desnudez de sus largas piernas junto con la huella de su pantaleta envolviéndole su pubis nos hacía pasar saliva y exhorbitar los ojos, Tano comentaba lujurioso: -"ah, como pa´ echarle un mordizco en todo ese bollo pa´ que pida más y después meterle toda la pija pa´ calmarla; ah, qué rico lo tiene, y con un macetón de pelos; ah, divino"-. Los demás presentes conteníamos la respiración; la exhibicionista bebió un sorbo de su poción y saltó cerrando tras de sí la cortina de un manotón. Corto tiempo más tarde se abrió otra vez el telón y vimos su brasier que cruzaba el espacio aleteando contra la pared, un profundo suspiro en coro escapó de nuestras gargantas aprobando su acción; después, sus pantaletas al estilo de un bikini, se englobaban flotantes en el aire vacío como un paracaídas, mas sin paracaidista, perdiéndose de nuestros ojos al caer tras el muro de su ventana; y para rematar la tarde, un ágil salto suyo a la Rudolph Nureyev en traje de Eva cruzando el marco de su ventana; la cortina se cerró tras ella como nube negra que cubre la sierra antes de desatarse un aguacero cargado de rayos, truenos, relámpagos, derrumbes e inundaciones. De nuestras bocas se escaparon estruendosos gritos de protesta, pero sabíamos que al día siguiente habría un nuevo capítulo de esa obra teatral inédita de autora desconocida. Nunca supimos quién era; bueno, no era gran cosa tampoco.

Luego de esta sesión había muchos comentarios que variaban entre la soez vulgaridad hasta la picardía venenosa; por ejemplo: -"qué tetotas tiene esa cojuda, huy. Y el poto, qué poto* tan.. rebueno, pa´rrancárselo a mordisco limpio, ja, ja, ja, y pa´ rompérselo a punta de metérselo todito, y bien hondo; ja, ja, ja."- *Trasero en el cono sur del continente americano. Pero la cara es como una uva pasa, toda arrugada, ja, ja, ja, ja. ¿Y cómo tendrá la concha?, ¿peluda?, ¿pelada?, nunca nos la muestra; qué verga con esa caraja. Filho da puta, qué garota, está muito, mais muito guistosa"-. Amigo se jactaba de las virtudes y entrega de su mujer: -"la mía está mucho más buenota y no tengo que rogarle pa´ que se descuere; me lo da cuando yo quiero, sin chistar, y la tiene bien peluda; y me lo mama tragándose toda la leche que le bombeo, y después me lo chupa pa´ que se me pare y entonces me ruega que se lo clave hasta el cuello"-. Esto ocasionaba que Quiteño, apoyado por Bocazas, se burlaran: -"eso no nos consta; que nos lo muestre, ja, ja, ja; el cuero descuerado, ja, ja, ja; y que nos lo dé pa´ probar si está tan gustoso, ja, ja"- Amigo reaccionaba furibundo e histérico: -"váyanse a la muy reputa mierda, me voy p´onde mi mujer a que me lo chupe y después se lo entierro toditico; háganse la paja, partida de cojudos, cabrones puñeteros; chúpenmelo; miren, así lo tengo"-. Hizo una seña en el aire. -"Ja, ja, ja, ju, ju, ju, je, je, je, je, je"-; fue la respuesta general, abandonó mi cuarto dándole tremendo trancazo a la puerta. La abrió nuevamente para enseñarnos descaradamente su dedo corazón. Se largó vociferando similares vulgaridades baratas: -"hijos de puta, cabrones, pajizos, pelotudos, puñeteros come mierda, vayan pa´ onde la putas de la estación del tren"-. Afuera se escuchó un intenso rinrineo del teléfono de nuestro piso, Golchi, un alemán que habitaba allí con nosotros, lo tomó y asomó su cabeza preguntando por el surandino quien ya bajaba las escaleras, éste regresó balbuceando improperios, entró en la cabina y: -"sí, sí, sí, sí, sí"-. Colgó maldiciendo. Salió cabizbajo para dirigirse a su cuarto; al pasar por el mío fue aludido por Quiteño y Bocazas: -"ja, ja, ja, ja; ¿quién se hace la paja hoy?; ¿o será que ella ya se descueró y tiene algo entre sus piernas bien metido hasta el cuello?, ja, ja, ¿o estará chupando y mamando?"-. Amigo les mostró su dedo corazón farfullando unas palabrotas que describían su contradicción y frustración: -"coman mucha mierda, puñeteros cabrones"-. Ja, ja, ja, le respondieron los dos sonoramente: -"qué duermas bien y sueñes con todas las once mil vírgenes, ja, ja, ja"-. Un portazo se oyó y se perdió.

¡Qué hermosura!

La residencia tenía una construcción central que era una especie de sala de fiestas, salón de conferencias y de conciertos, pues allí hasta había un piano, era el núcleo de ese emporio. Allí presentaban los lunes una película cuya entrada costaba 1 marco - DM- = 0,25 $ en esos años. Los demás latinoamericanos me recomendaron asistir a dichas veladas fílmicas para acostumbrar mi oído al idioma. Seguí su consejo y al primer lunes que se me presentó la oportunidad, me dirigí a la sala de fiestas para ducharme e infectarme con la fraseología cinematográfica del idioma alemán. Era una cola larga para entrar, pero no duraba mucho, pues el público era muy ordenado. Íbamos, de uno en uno, entrando y tomando asiento, hablábamos y comentábamos sobre la película y su tema. Yo tenía la mala costumbre de ir en pantuflas así como con pantalones raídos, suéter pegajoso; nada atractiva ni seductora era mi presencia. Tomé asiento en el bloque derecho respecto a la cámara de proyección; miré a mi alrededor, sólo sillas vacías. Agaché mi cabeza para observar mis pantuflas; luego hacia la derecha y mis ojos se toparon con la blanca palidez de la pared; hacia atrás, allí están las sillas todavía vacías; hacia adelante, sonrío divertido al ver al anciano portero, perdedor de dos guerras mundiales, que trata de organizar y componer el proyector bajo las órdenes del severo conserje llamado Otto. El bloque a mi izquierda se va llenando lentamente; ello me entusiasma pues son más las chicas con sus cortas faldas coquetas. Observo otra vez al portero organizando el equipo; el conserje le ayuda. Apagan las luces del techo y quedamos en semipenumbras; la única luz es la del proyector, la cual es suficiente para la pequeña superficie. Me arrellano en mi silla tranquilamente esperando la proyección. En el bloque izquierdo se oye un leve murmullo de protesta, alguien presuroso desea tomar asiento. No le doy atención y sigo con mi contemplación. El ruido en el bloque vecino se calma. Continúo espiando al anciano portero ocupado con el proyector causándome una interna hilaridad. Divertido. Le doy un vistazo examinante a las deterioradas pantuflas, veo que pronto necesitarán reemplazo. No sé por qué razón, pero experimento una sensación de intranquilidad. Oteo hacia mi derecha y hallo sólo la blanca pared totalmente desnuda; mi cuello gira lentamente hacia mi izquierda, con la vista puesta en el piso y su alfombra. La recorro siguiendo sus figuras de tigres y fieras selváticas, sus árboles, me distraigo y dejo que mi vista divague distraídamente.

De pronto mis ojos se tropiezan con dos botas femeninas de gamuza cuyas dueñas eran unas piernas con silueta de dunas entrecruzadas voluptuosamente. La izquierda se montaba sobre el muslo de su derecha penduleando perezosa; la falda del vestido se deslizaba hacia atrás dejando al aire libre el color trigueño de unos muslos firmes que se cubren con una finísima vellosidad tenuemente rubia. Mis ojos no se querían apartar de aquel espléndido y exquisito manjar femenino. ¡Qué hermosura!, coño ´e la madre, me digo mientras mi vista se paraliza atónita disfrutando de ese subyugante paisaje que se le ofrece tan cerca. Marrón oscuro es el color del vestido de aquella incógnita hermosa fémina, nada atractivo ni seductor es su traje enterizo; dos manos que terminan en largos dedos y uñas cortas, pero cuidadosamente recortadas y limadas, se posan sobre las rodillas tratando de cubrir los desbordantes atributos expuestos al aire libre. Mis ojos habrían querido horadar, mis manos rozar, mis labios besar. El lento pendular de su pierna izquierda cesa, mi masculina curiosidad juvenil me obliga a alzar la vista para tratar de saber quién es la dueña y poseedora de aquellas prodigiosas virtudes corporales.

¡Qué impacto tan rearrecho!, no joda. Tiemblo inseguro. Sus ojos son dos esmeraldas seguras y curiosas que se chocan con los negros míos; los suyos, fijos, rasgados y resguardados bajo unas tupidas cejas delgadas castañas. Ella me contempla horadándome a fondo con su mirada; mis dedos se entrelazan temblorosamente nerviosos y un intenso calorcillo, acompañado de un cosquilleo, recorre todo mi cuerpo; trato de regodearme, pero es tanta la orgullosa e imponente exuberancia de su apariencia, así como el intenso fulgor de sus ojos, que no hallo por dónde empezar. Su cabello brillantemente azabache, sus esmeraldas, sus piernas entrecruzadas dejándome ver sus rodillas y el nacer de sus muslos con esa rala vellosidad rubia. Lo demás está cubierto y escondido por las largas mangas y cuello alto de su vestido; sin embargo, puedo adivinar que es dueña de unos senos firmes porque no lleva brasier que humille esas volcánicas protuberancias suyas; su largo cabello negro baña en larga cascada su cuello y pecho; es una tentación inspiradora su aspecto, pues se adivina de lejos que es dueña de unos músculos firmes y seguros, aunque mi vista ambiciosa todavía no le pueda tasar sus glúteos porque está sentada, me los imagino de carnes prietas. <>, como decía Tano al ver una chica corporalmente muy bien formada. Nuestras vistas siguen intercambiando ardientes llamaradas silenciosas a larga distancia, su imponente y segura mirada, investigadora porque me ausculta visualmente, me avasalla obligándome a esquivarla torpemente; un flameante rubor y temblorcillo se adueñan de toda mi existencia humana haciéndome castañetear y rechinar mis articulaciones; menos mal que estoy sentado, de lo contrario habría resbalado. ¡ Qué calor! Una conocida silueta masculina interrumpe nuestro intenso diálogo visual; él se le acerca y deposita un beso en su mejilla; ella le susurra a su oído unas palabras y él voltea su cara hacia mí, agita su mano indicándome que me acerque. Las luces se apagan, la película se inicia y debo permanecer en mi puesto para no molestar a los demás espectadores. Me arrebujo en la silla de metal.

Las luces se encienden indicando que la proyección ha terminado; me vuelvo hacia la izquierda y la veo levantándose de su silla al tiempo que se arregla su falda, mejor dicho su traje enterizo a la moda saco. Me otea por encima del hombro de su acompañante susurrándole palabras que no llegan hasta mí. Él gira y me hace señas con su mano derecha para que yo vaya hacia ellos. Al cruzar la división entre ambos bloques me tropiezo con la alfombra, ella sonríe divertida y se cubre coquetamente sus labios carnosos con una de sus manos; él, orgulloso, me la presenta: -"venga venezolano; esta es mi mujer, dígale su nombre"-. Ella entendía muy poco español; silencia.

Así, de esa forma, conocí a su mujer, la que se le <>, según sus historias. Ella me alargó su mano indagándole curiosa: -"¿éste es el nuevo?; tienes razón, está muy joven aún, ¿cuántos años tiene?, ¿de dónde es?, ¿y cómo se llama?"-. Amigo traducía para que yo entendiese y ella pudiese saciar su ansia de saber sobre mi procedencia. Su cálida mano firme sostenía la fría mía temblorosa; me examinaba de arriba a abajo; yo trataba de adivinar con mi fantasía juvenil qué se escondía detrás de aquel vestido marrón enterizo de lana, mangas largas pero falda corta. Se notaba que no llevaba brasier porque sus orondos senos temblaban orgullosamente indisciplinados en distintas direcciones a cada gesticulación suya.

Amigo se carcajea estúpido y habla por mí: -"ja, ja, ja; sí, éste es él, y tiene sólo 18 años, su nombre es Arturo, es caribeño y llegó apenas hace un par de semanas"-. Me sopesa de arriba a abajo, nuestros ojos intercambian breves pero intensos mensajes anónimos, entonces repite: -"¿sólo 18 años?, ¡qué joven!; ¿y es ca, ca, carri, carribe, carribeno?, oh, es muy difícil, mejor su nombre, mucho gusto Agturro, Astrid es mi nombre"-. Su enredo fonético ocasionó una carcajada en Amigo que no se podía contener: -"ja, ja, ja; no, no, ni caca ni carribeno; caribeño, y se llama Arturo, no Aggturo, ja, ja, ja"- Ella no se inmutó con la burlona observación de Amigo y se disculpó divertida en alemán: -"perdón señor, mi pronunciación en español no es la mejor, tengo que mejorarla"-. Luego le murmullea a Amigo su deseo de irse pronto porque tiene mucho que estudiar, él obedece y se excusa: -"cojudo, nos tenemos que ir, hablamos más tarde en el piso nuestro"-. Ella me tiende su mano gentilmente, se despide en un alemán seco y tosco: -"bis bald*"-. *Hasta pronto. Al salir ellos me siento para contemplarla enteramente sin el control suyo y el de su amigo y novio. Entonces mascullé internamente para mí: <> Ella desaparece, mi corazón latiguea desaforado, pero no me hago ilusiones, ya que para mí estaba prácticamente comprometida con Amigo. Mire pero no toque, me dije.

Él vivía y tenía una habitación en nuestro piso y nos conocíamos por la historia de la chica con el streap tease. Además, el día de mi llegada me había orientado un poco junto con Tano. Salí, bajé la escalera para ir a mi edificio. Al cruzar el patio me tropecé con ellos; ella se separó de él acercándose para indagarme: -"Agturro, ¿me correguir mi español?; él hablarr feo y entenderrme muy poco; io te aiudarr a correguirrte tu alemán; ¿sí?, ¿qüerrerr tú me aiudarr?"-. Su rr era hartamente divertida, pero más que eso, me llamó la atención su firme seguridad para tomar el mando de la acción. Su emancipación se hacía presente. Le afirmé con mi cabeza sin darle mucha importancia a su pregunta; Amigo reía a carcajada muy batiente: -"ja, ja, ja, ja; esta güevona tan cojuda y boluda, ja, ja, ja, ja; y que aprender español, ja, ja, ja"-. Por esos días yo tenía muchos problemas con el idioma pues acababa de terminar el curso de apenas 4 meses. No tenía práctica alguna para hablar y su idea no estaba nada mal con fines de mejorar mi expresión en el idioma alemán. Ella no me dijo la fecha de inicio de nuestro intercambio idiomático. Incógnita.

La incógnita hermosa
I
Oscura es la sala, casi tinieblas reinan allí,
gentes van y vienen, nerviosismo se ve,
personas entran y más nerviosismo se ve,
y entonces me pregunto, ¿qué hago aquí?

II
Todo es fastidio, nada me halaga,
el aburrimiento me empalaga,
quisiera ser espíritu que se larga,
mas la paciencia me embarga.
I

Bisbiseos lejanos me son cercanos,
alzo la vista; una pareja entra divertida,
ambos me observan lejanos pero cercanos,
es una pareja muy controvertida.
IV

Él, algo rechoncho; ella, muy hermosa,
él, muy divertido; ella, demasiado seria,
toman asiento; ella es aún más fermosa
<> en feria.
V

¡Qué bello! Un cine de barrio los lunes; ¡lindo!
¡Qué bella valkiria! No lo puedo creer; ¡linda!
Verdes son sus ojos; negro su cabello; ¡linda!
Senos repletos lleva; sensuales sus caderas son,
bella es esta valkiria plena; una canción.
VI

Nuestras vistas se tropiezan de repente;
la mía es bastante impertinente.
Coqueta, mas inquisidora es su mirada,
la cual refleja una refulgente marejada.
VII

Miradas suyas van, miradas suyas vienen,
qué ojos tan bellos, esmeraldas son,
y mi cuerpo se estremece como diapasón,
pues sus intensos ojos verdes me hieren.
VI

¡Oh!, sus piernas se cruzan, ¡qué pecado!,
su falda se corre, su piel rosada aparece,
toda mi fresca humanidad se estremece,
¡dios mío!, ¿qué le has dado?
IX

Horrible marrón cubre su belleza exuberante,
azabache brillante es su cabello,
piel fina y tersa es lo más bello,
su presencia es harto apabullante.
X

Su hermosa silueta flota airosa hacia mí,
ríos de calorcillos en mí abundan,
ella viene y dice: <>,
sus profundas esmeraldas emiten un sí,
< pues tus palabras ya me inundan.>>

Continuará. Capítulo 4. Los mundos se acercan.
Datos del Relato
  • Autor: torbellino
  • Código: 25109
  • Fecha: 11-01-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.19
  • Votos: 21
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4200
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 13.58.105.80

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.525
»Autores Activos: 2.283
»Total Comentarios: 11.907
»Total Votos: 512.107
»Total Envios 21.927
»Total Lecturas 106.079.833