Adiós adolescencia, adiós inocencia
Capítulo 21 - Retorno a Berlín. Un fin de semana muy largo.
El mes de abril se presentaba bastante esplendoroso, con mucho sol y altas temperaturas, aunque generalmente es un mes muy lluvioso en Alemania cumpliéndose el dicho: <
>. Aquel 1972, sin embargo, era una excepción, tal y como lo había sido un par de años antes cuando había ido a París con Golchi y su amigo en el destartalado escarabajo. Bajo esta atmósfera de optimismo meteorológico se acercaba ya el mes de mayo a paso rasante y agigantado. De esa forma llegó el último fin de semana del mes de abril, el cual sería inmenso porque el primero de mayo coincidía con el lunes convirtiendo a ese fin de semana en un <>, como lo llaman los alemanes. El día 29 de abril tuvimos la suerte de tener un sol radiante y muy esplendoroso, la mayoría de los habitantes de la residencia se habían largado a sus pueblos, quedábamos muy pocos en ella sin saber qué hacer con tantos días libres por delante nuestro, además con un clima tan hermoso, tan soleado, tan seductor; y tan raro.
Mi covacha era siempre punto de encuentro debido a mi nevera conteniendo munición cervecera, además de otras bebidas. Ese mediodía del 29 de abril llegaron a mi cuarto Franz y Mani porque no sabían qué hacer, necesitaban ideas sobre cómo pasar el tiempo libre. Franz trajo su guitarra e inició un insulso concierto de cancioncillas alemanas, Mani abrió la ventana para que las notas musicales alegrasen a los vecinos. Mani estaba aburrido, hastiado, aludía que deberíamos hacer algo, en lugar de quedarnos todos esos días en la residencia muriéndonos del aburrimiento, comiendo sándwiches y bebiendo caña. Yo estaba solo debido a que la Muñequita se había ido a su pueblo, y Berbel tenía mucho trabajo con material de sus alumnos.
Franz lanzó la primera propuesta: -"Vámonos de viaje a alguna ciudad Chévere e interesante, yo propongo París, ¿ah?"-. Mani mostró su acuerdo con la idea, mas no con la ciudad y propuso otra: -"no, no, vamos mejor a Bruselas, pues está mucho más cerca, son sólo dos horas y pico y ya estamos allí"-. Yo escuchaba silencioso su retahíla mientras lucubraba que ya conocía ambas ciudades. Mi mente se iluminó con una idea salida de la maravillosa lámpara de Aladino: Berlín. Sí, sí, Berlín era la solución porque ellos no conocían dicha ciudad, de ello estaba yo seguro; además, así podría, por fin, encontrarme con ella, La Hermosura. Alcé mi voz pidiéndole a Franz que parase sus melodias: -"Fraannz, deja ya de cantar tantas tonterías y préstenme atención porque les voy a proponer mi idea, es maravillosa. Yo digo Berlín, Berlín es lindo."- Se observaron entre ellos unos cortos segundos, y luego prorrumpieron en gritos de aprobación: -"sí, Berlín, sí"-. Tanto grito y tanta bulla despertó a algunos que dormitaban su siesta de fin de semana, entre ellos Rafael quien entró restregándose sus ojos y rascándose su aparato genital como lo hacía siempre que estaba aburrido o dormitando la siesta obligatoria suya, luego preguntó la razón de tanto ruido y alboroto; Franz le refregó su guitarra en las narices e improvisó un texto: -"Arturo, el pequeño indio se va a Berlín, y nosotros vamos con él; Berlín, sí Berlín. Arturo, el pequeño indio. La, la, la"-. El tico no salía de su asombro y sólo repetía la palabra mágica, Berlín, Berlín, Berlín. Busqué la dirección de ella, su teléfono, el resto me importaba un coño.
Todos tres éramos propietarios de sendos vehículos viejitos pero activos, decidimos rifar con cuál de los carros iríamos a visitar Berlín Occidental. Hice todo lo posible por perder porque deseaba inmensamente mostrarle a ella el producto de mi trabajo en vacaciones. No fue necesario que me esforzara porque perdí en el primer lance la partida y ellos aullaron triunfantes: -"yujole, te toca manejar; yujole, nos vamos a Berlín; y, y, y. Arturo manejará, la, la, la"-. No le di importancia y fui a mi cuarto para buscar suficientes monedas de 10 centavos y así poder llamarla, pues ella ni se imaginaba que yo me estaba poniendo en camino para darle una sorpresa. Franz rasgaba su guitarra improvisando melodías, Mani buscaba algunas cosas para completar su bolso con equipaje y yo reflexionaba cómo sorprenderla y desde dónde la llamaría para participarle mi llegada en ese final de abril. El tico Rafael no salía de su perplejidad, mas no se atrevía a acompañarnos a pesar de que lo habría deseado mucho para visitar a los amigos que aún residían allí. Nos deseó un feliz viaje y se devolvió a su cuarto para prepararse porque luego se iría a casa de su gigantona Vicky. Nosotros bajamos las escaleras para buscar mi carrito e iniciar la marcha con mi esperanza de verla luego de dos años. Me senté al volante, Franz tomó el asiento de atrás con su guitarra y Mani hizo de copiloto. Y así nos fuimos intercambiando al volante durante todo el trayecto hasta que llegamos a nuestra meta. En cada parada yo trataba de localizarla por teléfono, pero todo era infructuoso, sólo se oía el aburrido tu, tu, tu de la línea muerta.
Apenas entramos a Berlín tomé el volante para llegar pronto a la residencia del colombiano Jorge Gómez en el barrio de Wedding. Llegamos allí y una nueva arrechera se me presentó, él había salido y no se sabía adónde se había ido. Escribí una nota y se la pegué a la puerta de su habitación, también le dejé otra en su buzón. Para distraer a mis compañeros de viaje los llevé hasta la residencia en donde yo había vivido durante dos años, ya que no se encontraba muy lejos. Caminamos por el patio y subimos al piso para mostrarles el sitio. Al bajar miré hacia las ventanas de ellas, la Hermosura, y la deidad escandinava de sinuosa fragilidad y caminar cadencioso. Les iba explicando a ellos la repartición de los edificios, se entusiasmaron mucho al saber que allí vivían más de doscientas chicas. Allí aproveché para llamar a Astrid, mas no respondía nadie. Verga, qué arrechera, ¿en dónde coños se había metido?
Ya anochecía y ellos se quejaban de tener hambre. Yo sabía de un lugar cercano en el cual podríamos comer y beber, otra vez voy a la habitación de Jorge Gómez y le pego un papelito a su puerta, <>. Yo manejo todo el tiempo pleno de furia, los llevo a comer para que calmen su apetito. Allí hay una cabina telefónica, introduzco las monedas, marco el número de su teléfono y. Tuu, tuu, tuu. ya no sé qué hacer, retorno a la mesa en donde ellos comen pollo y beben cerveza como si se acercara el fin del mundo. Pagamos la cuenta y regresamos a la residencia de Jorge Gómez; estaciono mi escarabajo delante del edificio, ellos no se bajan y me ordenan que vaya a buscar a mi amigo; si no está, entonces nos regresamos a Dortmund, proponen ellos porque están arrechos. Yo los mando a comer mucha mierda y les digo que nos quedamos hasta cuando yo diga porque estamos con mi carro, de lo contrario se pueden regresar por tren a través de la RDA. Estando en ese rollo se aparece Jorge Gómez sonriente y acariciándose sus dientes con su típico palillo. Es tarde ya en la noche, está oscuro, mas yo persevero en mi lucha por tratar de entrar en contacto con ella. Los dejo a ellos tratando de conocerse y me voy a la cabina telefónica para llamarla, marcó su número. Tu, tuu, tuu. <> Es ella, sí coño, es ella. Por fin oigo su voz, qué alivio.
Mi voz tartamudea, no sé cómo responderle, ella se impacienta al otro lado de la línea: -"¿quién es?, ¿quién habla allí?"-. Me armo de valor para explicarle mi situación: -"Astrid, soy yo, Arturo; estoy aquí en Wedding"-. Segundos de silencio, luego un grito de alegría: -"Agturro, ¿tú aquí en Berlín?, ¡qué bien!, compraste un carrito escarabajo hace poco y ya estás haciendo tu primer gran viaje, magnífico"-. Yo no sabía cómo seguir y sólo pude preguntarle una única cuestión: -"¿puedo?, ¿puedo?, ¿puedo pasar por tu apartamento ahora?"-. Su voz se aclaró: -"sí claro, ven y bien pronto, te espero, apúrate"-.
Era ya casi medianoche del 29 de abril de 1972; regresé para comunicarle a mis compañeros de viaje que saldría un momento y volvería más tarde, no les expliqué más. Me senté en mi carrito y me largué hacia el centro de Berlín. Ella me esperaba, sí, sí. Qué alegría. Tomé la avenida que lleva de Wedding al centro de Berlín, me comí no sé cuántos semáforos en rojo. Sólo una idea me poseía, ella, ella; si, sí, ella sería realidad unos minutos más tarde, y entonces aceleraba más para llegar a su morada. Ella me esperaba, la Hermosura. Sí.
Entré al centro de Berlín buscando la calle en donde ella vivía, perpendicular a la avenida principal, el Kudamm. Buscaba con desesperación el número del edificio. Le saqué el pedal al acelerador porque la calle es demasiado estrecha, con estacionamiento a ambos lados y de doble vía como casi todas las calles en Alemania. De repente la veo en el balcón vestida únicamente con una dormilona transparente; en la densa oscuridad se nota la silueta hermosa suya que se recorta bajo la tela, sus orgullosos senos parecen invitarme, la silueta de su torso es cortada de repente por el balcón. Le hago señas con las luces intermitentes, me estacionó junto a un árbol y bajo del carro porque me indica que me acerque, llego hasta debajo de su balcón, ella me lanza sus llaves: -"abre la puerta del garaje y te paras adentro en el patio nuestro, hay espacio suficiente; cómprate dos cervezas en el bar de al lado. Apúrate Agturro"-. Deja caer unas monedas para que compre las cervezas, trato de apararlas, mas una se cuela por mis dedos; ella ríe muy divertida, la recojo del suelo bajo su mirada, el viento primaveral juguetea con su largo cabello negro; me acuerdo de Suleika, la hurí paradisíaca de <> cuando cabalga por el desierto nocturno sobre su negro corcel cubierta solamente por el manto de su pelo. El ruido de un motor me saca de mi ensimismamiento.
En base a muchos esfuerzos logré abrir su bendita puerta. Y por fin pude entrar a su reino, el cual yo ya conocía con anterioridad. La busco con mis voraces ojos, pues pienso que está sentada en alguno de sus sillones. Su segura voz me orienta: -"Agturro, aquí estoy"-. Miró hacia la izquierda, descubro una sábana blanca que cubre su cuerpo tendido en su lecho y rematado por un largo cabello azabache; veo sólo el rostro adornado a su alrededor por su pelo, y allí sus dos esmeraldas que me horadan. -"Acércate. Cuéntame sobre ti, el viaje, en fin, son dos años ya"-. Nota mi extremo nerviosismo, sostengo las dos botellas de cerveza sin saber qué hacer con ellas y las cuales no cesan de chocarse entre sí emitiendo un divertido tilín, tilín; ella, con su serenidad y calma, me saca del apuro: -"busca en la cocina un destapador y un vaso, luego vienes y me cuentas, pues tienes mucho para contarme, ¿no es verdad?"-.
Voy a la cocina tropezándome con todo objeto a mi paso, por fin encuentro el destapador y los vasos, regreso a la sala dormitorio de su nido berlinés para plantarme delante de su lecho, retrocede hacia la pared para hacerme espacio, con su mano derecha palmotea el colchón indicándome que me siente a su lado, coloco las cervezas en la mesita de noche, muy pausadamente voy tomando asiento a su lado, la miro vorazmente, ella silencia, yo me inclino y la abrazo, extrae sus brazos de su frazada para envolverme con ellos. Nuestro abrazo dura largos segundos, pues luego nos besamos intensamente saboreándonos nuestros labios; aprovechó, sin saberlo, para saborear y edulcorar los míos resecos por el viaje; me separo para observar su rostro, sus esmeraldas que me hacían perder el control; le rozo sus carnosos labios con los míos, nuestras respiraciones se conjugan y nos abrazamos nuevamente besándonos intensamente sin querernos apartar, cariñosa susurra suspirando: -"¡ah Aggturro!, cuánto tiempo ha pasado ya desde que te fuiste a Alemania Occidental, parece que fue ayer y ya son dos años largos; ven y me cuentas de tus aventuras y estudios allá en Dortmund, tus amigos, tu chica, ¿o acaso tus chicas?, ¿uhm?, dímelo"-. Estiró su brazo dejándome ver las dunas de sus opulentos y seguros senos para largarme la cerveza, hasta ahora notaba la fragancia de su perfume seductor, me separé de ella y destapé la botella, vacié su contenido en el vaso y bebí un largo sorbo porque ahora sí notaba la sed que tenía, le ofrecí el vaso pensando que me rechazaría la oferta, pero para gran sorpresa mía se bebió un sorbo mientras me observaba coqueta por encima de la curvatura del vaso, para ello hubo de sentarse permitiendo entonces que yo le pudiese admirar plenamente su torso; muy hermoso.
Posó el vaso en la mesita al tiempo que se envolvía en su frazada para cubrir su hermoso torso de piel trigueña, se posicionó muy cómoda en su lecho torpedeándome con sus aguijoneantes ojos, sonrió casquivana pronunciando melosamente suaves frases: -"Agturo, cuéntame sobre tu vida en estos dos años. ¡Ahh!, gracias por las postales de Francia, España y Portugal. Estás muy silencioso, tómate otro sorbo de cerveza y dime sobre ti, sobre mí no tengo mucho para contar, pero tú seguramente sí tienes muchas anécdotas, háblame de la vida tuya allá en <>; ¿por qué te fuiste para ese sitio tan horrible?"-. Sonreía agradable, encantadora, seductora; la volví a estrechar, pues quería palpar que era cierto, que era ella allí en carne y hueso sentada a mi lado en su lindo cuartico situado en el centro berlinés, protestó divertida simulando ser atropellada corporalmente: -"Agturro; ugh, ja, ja, para ya de abrazarme, toquetearme y besarme; sí, soy yo y estás conmigo acá en Berlín, cuéntame de tu vida; ponte serio y tranquilizate; sí, soy yo, tu hermanita alemana, habla"-. No me podía dominar, la tenía que estrechar y besar, palpar con mis manos y dedos su piel, aspirar su aroma ya extraño para mí.
Bebí un sorbo más para darme valor e iniciar una conversación que no sabía cómo empezar. Decidí contarle toda la historia desde mi vuelo en 1970 a Hannover, luego el viaje en tren a Dortmund, los problemas para conseguir una habitación allí, la suerte de haber logrado un puesto en la residencia, aunque con mucho retardo; el viaje al sur de Europa con los chapines en 1970. Ella seguía con mucha concentración mis palabras, yo la observaba detalladamente, en especial cuando veía que su cuerpo se rebullía lento bajo la frazada, pero continuaba relatándole pausadamente mis anécdotas. Hubo un momento en que me interrumpió: -"Agturro, esa historia tuya me gusta porque tiene muchas vivencias, pero algo me llama la atención, no mencionas en ningún momento tus experiencias con chicas. ¿No tienes amigas?, ¿no has tenido una amiga en todo este tiempo?, yo recuerdo que en tus carticas y llamadas siempre me hablabas de alguna chica, pero ahora no, ¿por qué?"-.
Esquivé su mirada cargada de refulgente verdor, bebí un sorbo más de mi vaso y abrí mi equipaje de mano que tenía tirado junto a su lecho, extraje un álbum pleno de fotografías en las cuales estaban incluso algunas de <>, pero ninguna de ella. Lo abrí y comencé a mostrarle fotos para calmar su ansiedad, le iba contando y explicando los pormenores sobre cada una de las chicas, dónde y cuándo las había conocido. Ella oteaba sonriendo al ver las fotos de todos mis pasajeros amores, me recordaba el día aquel en que le había enseñado las fotos de mi familia en mi país. De repente posó su mano sobre el libro: -"¿dónde están las fotos de la francesa?, ella te iba robando el juicio, según me contaste en una carta"-. Eludí su horadante vista para contestarle balbuceante: -"tiré todas sus fotos y recuerdos; olvídala"-. Mi tartamudeo reapareció, ella silenció respetuosa.
Sus dedos continuaron hojeando en mi álbum hasta que llegó a unas páginas repletas de fotos de una única chica, sonrió muy bandida y me inquirió coquetona: -"¿y quién es esta niñita?, está preciosa, femenina, pero muy joven aún"-. Era la Muñequita con su suéter negro de mangas largas y su minifalda roja danzando sola en mi habitación; al fondo la observaba muy socarrón el Che Guevara aspirando de su habano, tal y como nos había observado a ella y a mí muchos meses atrás en Wedding. Bebí otro sorbo de cerveza, luego le expliqué que era la chama con quien estaba empatado en ese momento, pero ella no sabía nada de mi viaje a Berlín, ni mucho menos sobre la existencia de una <>. Esquivó mis ojos para continuar hurgando en mis fotos. Ya era medianoche cuando terminó de ojear mis recuerdos fotográficos, me lo devolvió para que yo lo guardase en mi bolso de viajero. La observé meditabundo y ella adivinó que quería contarle o comentarle algún tema personal: -"dime Agturro, ¿qué te pasa?, ¿me quieres decir o contar algo particular?, se te nota muy intranquilo; dime, dime qué te pasa"-. La abracé muy tiernamente aprovechando para exponerle mi preocupación: -"tengo problemas con mi estudio, voy bien pero no me gusta; quiero tirar todo al diablo porque no soporto más, avanzo mas no aprendo nada; me voy a enloquecer"-.
Tomó mi barbilla para que la mirase directamente a sus ojos, los cuales ahora eran sólo serenidad; sus labios se abrieron para decirme algunos consejos, así como palabras de consuelo: -"Agturro, todo te irá mejor cuando comiences a trabajar; ahora todo es teoría, mas luego en el trabajo diario será diferente, ya lo verás. Bien, y ahora dúchate para que te acuestes, debes estar muy cansado del viaje y de tanto buscarme, estaba en casa de una amiga; pero por fin me hallaste"-. Sus frases me calmaron porque aún no sabía si pasaría la noche allí con ella en su nido. Qué alegría, qué alivio. Y ella se alegraba sobre mi presencia, me daba la impresión, porque su mano derecha arañaba distraídamente mis muslos y brazos como tratando de constatar de que era yo allí en carne y hueso quien estaba sentado a su lado. Me satisfacía esa caricia suya. Sus deseos me eran ordenes, por ello me fui a la ducha para sacarme el sudor del viaje y de la tensión ocasionada por la casi infructuosa búsqueda.
El agua tibia me cayó muy bien, afuera se escuchaba una música conocida, las melodías de Gilbert Becaud llegaban hasta mis oídos y me hacían retroceder temporalmente a las primeras veces en que había estado en su morada. Volví a su reino ya refrescado; mi cuerpo estaba envuelto en una dormilona masculina que quizás había pertenecido a Amigo, me senté en el borde de su lecho mientras la taladraba con mis ojos hinchados de lujuria; ella me contemplaba tranquila y así reaccionó: -"bébete la otra cerveza para que duermas bien; mañana es domingo y el lunes es feriado, es el primero de mayo"-. Me olvidé de Franz y Mani, de Jorge Gómez, el chileno Vilchez, de todos; nada me importaba saber o pensar qué harían o en dónde estarían ellos; ahora sólo me interesaba estar con ella y amarla en el lecho que tantas veces había sido testigo de nuestros arrullos, ella tomó el control de la luz para convertirla en una penumbra que sólo permitía adivinar nuestras sombras proyectándose en la pared. Ya no hablé más sobre mis amigas y amigos, me olvidé de todos ellos; sólo ella me interesaba, ella allí más seductora que una maja desnuda; ella quien después de dos años de ausencia me recibía en su nido como si hubiese sido ayer nuestra última cita amorosa y ahora abría las alas de su esplendorosa feminidad para que compartiésemos mutuamente la dicha que significaba y conllevaba este sorpresivo reencuentro.
Mi mano derecha se posa sobre la frazada blanca que la cubre y la hala para que vaya apareciendo su desnudo cuerpo rebosante de esa pletórica sensualidad propia suya. Sus volcánicos senos erupcionan grandiosos culminados por esas preciosas y lindas guinditas repletas como queriendo estallar; ahora veo su ombligo en el centro de su tenso abdomen trigueño; me contengo unos segundos, pues sabía que aparecería su bajo vientre con su protuberante Monte de Venus; miro a mi alrededor y luego a sus verdes ojos, sostengo su mirada mientras la voy desarropando totalmente porque mi mano no cesa en su lenta labor de correr la frazada para desnudarla enteramente. Ya hasta sus rodillas se aprecian, mueve sus muslos tratando de esconder o proteger su frondosa feminidad entre ellos, su musgosa vellosidad guiña a cada movimiento de su musculatura; mi mano suelta la frazada para posarse en uno de sus seguros muslos; percibo ese calor suyo, así como la tersura de esa piel lozana; esa mano empieza a recorrer su cañada muslar para dirigirse muy lentamente hasta el vértice de sus piernas y poder rozar ese trigal rubio que cubre los alrededores de la entrada a su paraíso vaginal. Nuestras miradas se sostienen seguras, sus labios se entreabren como si pidiesen caricias.
Mi dedo índice de esa mano derecha se hunde entre sus labios vaginales comprobando la abundante humedad allí dentro; ese dedo bucea lentamente, el pulgar se encarga de buscar y tocar su perlita mágica, el anular se sumerge entre sus nalgas buscando su ojito hasta llegar allí; en el momento de ese triple contacto su cuerpo se estremece, mas no deja emitir sonido alguno de su boca, sólo su mirada se perturba un momento, su rostro se contrae y su vista se torna fija, acechante, mas no amenazante; de sus labios escapan breves frases: -"Agturro, desnúdate para que me puedas amar; ¿o acaso quieres hacerlo vestido?; anda, apúrate"-. Y una vez más yo metía la pata estando con ella, me transtornaba altamente su presencia.
Me deshice de la ajena dormilona y la lancé en no sé cuál dirección, me senté otra vez en el borde de su lecho, ahora enteramente desnudo. Y nuevamente mi mano se fue hasta su feminidad para que mis curiosos dedos prosiguiesen con la intensa exploración; ahora ella también buscaba ansiosa mi recio árbol erecto repleto de fuerza hombruna deseosa de entrar en su paraíso vaginal. Su mano llega a su destino, aprisiona toda la carga masculina a su disposición, toma el pene e inicia un delicado masaje como si ya no supiese qué tamaño tenía y quisiese recordar manualmente las dimensiones ya conocidas. Me agacho hasta encontrar su boca y me apodero de la suya casi ahogándola por la presión; mi mano en su feminidad no se cansa de arrullársela, la suya no cesa de sopesar mi miembro erguido como una torre y duro como un ariete; nuestras lenguas luchan fieras, ya sea en su boca o en la mía; las respiraciones aumentan a medida que se intensifica el combate interno en las bocas nuestras; ya no es una sola mano mía la que hurga en su cuerpo, ahora la otra se encarga de acariciarle todo su largo cabello por debajo de su cabeza. Su otro brazo arropa mi espalda de manera tal que quedamos convertidos en un verdadero rollo de carne y hueso; ya sólo faltaba que nos uniésemos para quedar hechos sólo uno; ella con todo lo mío y yo bien hondo en lo de ella.
Me separo lentamente de ella, en mis mejillas siento el tórrido calor de su respiración quemándomelas; sus manos se aferran a mi cuello sin dejar que me aparte más de ella; mi boca aterriza en su pecho buscando las guindas de sus senos, encuentro una y la envuelvo en mi boca, tranquilamente se la mordeloneo con mis dientes, luego la envuelvo en mis labios para succionar como bebé hambriento; se oyen suaves quejidos sordos que emanan de su garganta, le sigo castigando cariñosamente sus senos con mis mimos para regocijo silencioso suyo. La punta de mi lengua desciende buscando su eje corporal, lo encuentra y se hunde allí en su ombligo, y otra vez lanza un profundo suspiro; mis manos ya han hallado sus seguros muslos masajeándoselos firmemente para satisfacción suya; entonces lanza nerviosos sonidos casi implorantes: -"mis, mis labiecitos, lámemelos, bésamelos, arrúllamelos con tu boca y lengua. Mi anito también, ven y hazme lindo, tú ya sabes que me gusta mucho esa caricia. Tómame allá abajo, todo ello es tuyo esta noche, disfrútalo bastante"-.
Sus piernas se abrieron como un compás para permitir el acceso de mi rostro a esa cañada suya pletórica de harta sensualidad y carnosidad femenina; me arrodillé junto a su cuerpo y mi lengua se fue arrastrando lentamente para llegar a su vellosidad púbica; una mano suya jugueteaba con mis testículos y muslos, la otra empujaba mi cabeza hacia su tesorito escondido. Bajé con mi lengua por una de sus ingles humedeciéndosela hartamente, subí con ella por su Monte de Venus buscando la otra ingle para babeársela generosamente; mis manos se enterraron entre la sábana y sus glúteos para aprisionárselos férreamente y ayudarla a colocarse de medio lado para no ahogarme entre sus firmes carnes; no se resistió a mi silenciosa insinuación, me tendí también dejando que mi rostro fuese aprisionado entre sus muslos.
¡Qué delicia! Ese calor proveniente de su ardiente cuerpo se transmitía a mis mejillas, cerré mis ojos para disfrutar aún más de la situación e inicié el recorrido de esa zona con mi lengua y labios aspirando sus perfumes. Mis labios se pasean por su redondo trasero llenándoselas de besitos cariñosos al tiempo que le lamía y lambía con mi lengua toda su carnosidad glútea, de vez en cuando le humedecía su ranura anal para luego penetrar allí con toda mi bifidez, pues de inmediato caracoleaba todo su cuerpo embargado de una tal excitación haciendo así que apresara mi rostro entre la prieta sedosidad de sus muslos.
Mis lengüetazos la excitan mucho, tanto que hala de mis cabellos para que cese de masajearle su bajo vientre y me enfrente a ella; me dejo llevar por su mano hasta quedar a la altura de su rostro expresando lascivia, lujuria, candor, seducción; su boca se apodera de la mía muy bravamente, sus manos son garras que me atraen, sus piernas me dominan entre su cerca, su respiración es como el selvático rumor de una cascada inundada; su voz cargada de emoción lujuriosa me ordena quejumbrosa: -"Agturro, ven a mí ya; quiero sentirte en mí, quiero que seamos uno, ven"-. Su cuerpo domina el mío completamente, pues me envuelve entre su maraña de brazos y piernas; se da vuelta para quedar uno sobre el otro; yo sobre ella; allí abre sus piernas y brazos permitiendo de esa manera el acceso de mi cuerpo al suyo; echa sus piernas hacia su pecho al tiempo que toma mi pene para colocarlo en la entrada de su alcancía vaginal; muy hábilmente libra el glande del prepucio para que yo experimente también una gran satisfacción al penetrarla. Ese pelo vaginal suyo encabrita in extremis mi cuerpo porque mi miembro contacta con su feminidad directamente, lo cual me causa un temblor total en mi cuerpo; su fiera voz me ordena: -"dámelo ya Agturro, quiero sentirlo todo en mí"-.
Nuestras respiraciones se alteran al máximo porque ambos deseamos ser uno para el otro en ese momento y ya; yo no tengo más fuerza de contención por lo que me avalanzo sobre ella para penetrarla y apoderarme de toda ella, su corporalidad, feminidad, su belleza allí tendida pidiendo ser amada hasta el máximo éxtasis. Una mano suya toma mi pene para enrumbarlo hacia la entrada a su suave paraíso vaginal, siento como echa el prepucio hacia atrás y al mismo tiempo empuja su bajo vientre para que él acceda a sus rosados labiecitos; no me puedo contener, por lo tanto me apoyo para empujar con vehemencia desenfrenada mi masculinidad en su grandiosa y divina feminidad. Mis brazos la envuelven, ella hace lo mismo conmigo; no me domino y. Toda su íntima feminidad se inunda prontamente con una fervorosa eyaculación mía debido a que no me había podido contener como consecuencia a la emoción de haberla hallado para poder amarla; sus diez uñas se clavan en mi espalda y sus talones golpean furiosos mis nalgas para empujarme más hacia ella en sus profundidades vaginales; de mi pene borbotea generosamente líquido seminal por cantidades industriales. Es un desenfreno total el que me embarga no pudiéndome contener, es tanta y mucha la emoción.
Sigo unido a ella por nuestra cópula carnal, nuestras bocas se besan tiernamente oyéndose sólo los chasquidos de nuestras lenguas; nos damos vuelta pesada y lentamente hasta quedar de medio lado, así nos separamos de nuestra unión; ella murmura en voz muy baja: -"te sentí muy poco en mí, pero no importa, tenemos bastante tiempo para hacer el amor en esta noche tan linda; descansemos un rato para que te repongas; cuéntame sobre tu chica o tus chicas allá en esa horrible Olla del carbón en donde te fuiste a estudiar y a vivir. Uhm, tus labios tienen sabor a mí; no sabía que mis jugos fueran tan dulces y perfumados"-. Su engreimiento surgía a flor de sus carnosos labios tremendamente sensuales. De inmediato tomó mi masculinidad para arrullarla tiernamente mientras esperaba que yo le narrase historias de mi vida estudiantil y cotidiana en Alemania Occidental.
Inicié quejumbrosamente una narración con lujo de detalles sobre mi vida, y digo quejumbrosamente porque ella se ufanaba in extremis con sus arrullos en mi cuerpo, tanto que hubo de traer una toallita para secar mi masculinidad debido a la gran cantidad de semen que seguía emanando de allí; de vez en cuando nos abrazábamos y besábamos muy intensamente, lo cual hacía que interrumpiese mi relato para luego continuarlo de manera bastante trastabillante, indeciso e inseguro.
Silencio total. Nuestros ojos sostienen sus miradas, ella continúa frotando mi virilidad sopesándola al mismo tiempo; con su mano derecha me aprisiona contra la cama y se levanta ofreciéndome la vista de su hermosísima silueta; no suelta mi pene y se sienta sobre él dejando caer su cuerpo para que el miembro se hunda total en su humanidad. Nuestras pelvis chocan suavemente, ella inicia un rítmico sube y baja rematándolo con un ferviente restregamiento sobre mi bajo vientre acompañado de un sonoro beso, al levantarse toma sus senos ofreciéndomelos para que se los arrulle con mis labios mientras ella suspira y gime ardientemente; desea ser bienamada largo rato. No me hago esperar, mi boca se encarga de lamerle y chupetearle sus volcánicos senos mientras que mis manos se aferran como garras a esas orgullosas nalgas suyas, de vez en cuando dejaba que uno de mis dedos se pasease por su cañada anal para tocarle su ojito y así hacerla saltar más en su balanceo sobre mi pelvis; una verdadera delicia era ese coito después de los dos años de haberme ido a Dortmund. Ella murmura hambrienta: -"¡oh, qué lindo es esto!"-. Al mismo tiempo presiona sobre mí para que la penetración le llegase al máximo de sus deseos. Nuevamente me ofrece sus senos.
Nos abrazamos intensamente y allí perdemos ya el control de la situación; caemos de medio lado, pero de inmediato me coloco sobre ella sin perder el contacto sexual e inicio un bombeo irrefrenable; ella está medio loca de lujuria y echa sus piernas totalmente hacia sus hombros para permitir que la penetre al máximo; de su boca se escapan alaridos de dicha y placer mientras quiere arrancarme la cabellera con sus manos al tiempo que sus piernas son un azote en mis espaldas y caderas; su boca acribilla la mía con su loca lengua y sus dientes quieren arrancarme mis labios, mi lengua y hasta mis mejillas son víctimas de su desenfrenada lujuria; la envuelvo desesperadamente porque mi descarga seminal ya viene en camino para irrigarla nuevamente de manera generosa y fervorosa.
Ambos estamos embriagados por el éxtasis de sentirnos felices y dichosos por este reencuentro tan apasionado y romántico; me empuja tiernamente hacia abajo para que nos separemos, pues ya no emana nada de mí hacia ella; me contempla al tiempo que lame mis gotitas de sudor que resbalan por mis mejillas, las saborea pausadamente, respira hondo y se expresa agradecida: -"bien, muy bien, uhmuah, muah; ahora sí me complaciste, ven y dámele unos besitos a mi tesoro como le dices tú, sólo unos besitos y lengüetazos, sé que lo haces muy bien y eres muy delicado. Después te recompenso, y muy bien"-.
No me hice rogar más y me fui directo a satisfacerla para recibir luego su gratificación y premio, según su promesa. Le besé y lamí intensa pero muy cariñosamente todo su húmedo vientre y enlagunado Monte de Venus, qué delicia pensé; envolví cuidadosamente sus labiecitos rosados y esponjosos en mis labios haciendo que suspirara profundamente y sus piernas aprisionaran mi rostro transmitiéndome su abrasador calor. Mi lengua no se cansa de lamer y lamber allí, sus manos empujan mi cabezota hacia su profundidad para que no cese con las caricias que a ella tanto le gustaban y fascinaban porque luego ya no se podía contener dándole paso a un coito desenfrenado. Ahora, sin embargo, quería darme una recompensa por mi explícita y sincera labor de complacerla, según me había prometido minutos antes. Su voz se oyó seductora: -"Agturro, ya está bien así; ahora siéntate en mi busto y así sí poder acariciarte tu hombría para que se yerga bien y me vuelvas a amar muy profundamente; ven hermanito, dámelo para poder embadurnártelo y así me puedas poseer largamente, para sentirlo todo en mí"-. Estábamos totalmente embriagados por la lujuria que nos transmitía aquella cálida noche primaveral; no me hice rogar y obedecí a su insinuación, me senté sobre su pecho tratando de no presionar sus volcánicos senos, ella tomó el miembro para rodear el glande con esos labios suyos tan carnosos; un electrizante reflejo se apoderó de todo mi cuerpo al tiempo que mi pene se endurecía.
Una mano suya se alza hasta alcanzar mi nuca, la otra extrae mi miembro de su boca loca, resopla casi ahogada, mas no insatisfecha; la miro desde arriba hasta hallar sus encendidas esmeraldas y entonces me reprocho el estar sentado sobre su pecho en lugar de estarla cabalgando para satisfacernos, me arrastro por su cuerpo caliente y volcánicos senos hasta quedar tendido sobre ella; su respiración me quema, sus uñas me hieren, sus palabras me azuzan: -"no esperes más, fueron dos años y medio sin estar juntos; ven ya a mí"-. No sé si era sexualidad suya atrasada, o verdadero deseo de ser poseída por mí, pero ambas situaciones se conjugaban en ese momento; tercera vez en esa noche en la cual seríamos uno y mi savia masculina irrigaría su oronda zona femenina; obedecí a su orden al tiempo que ella suspiraba profundo a medida que mi virilidad se hundía para bucear en sus entrañas: -"uhm, sí, sí, así y más hondo; ¡qué lindo!, no ceses"-. Y otra vez nos embarga un desenfrenado frenesí que desemboca en un bello éxtasis.
Nos estamos mirando en silencio; los dedos de mi mano izquierda se pierden entre la azabachidad de su largo cabello y luego descienden por su espalda nerviosamente, como una araña en busca de su presa, mi mano derecha le masajea suavemente su pecho recorriendo hasta su Monte de Venus, los dedos de esa mano se entretienen con esa vellosidad y sus labiecitos vaginales plenos de humedad nuestra; nos cuchicheamos lindas palabras de satisfacción, su frente topetea la mía y su nariz se refriega ardorosa por mi rostro; está repleta de lujuria complacida, sus labios me mordisquean los míos incesantemente hasta causarme cierto ardorcito que le perdoné por ser ella; mis manos no se cansan de palpar su piel, tengo que acariciarla suave pero vehemente para comprobar que es ella, la Hermosura, sí, ella allí a mi lado; nuestros labios se buscan para encontrarse e intercambiar tiernos arrullos salivales; nos besamos sin pensar ni lucubrar. Nos observamos una vez más sosteniendo nuestras miradas.
Entonces yo rompo el silencio burda, torpe, tóscamente: -"¿estás tomando píldoras?"-. Su bello rostro se crispa, sus manos me apartan abruptamente y salta como impulsada por un resorte, corre nerviosa y totalmente desnuda hacia el baño, sus repletos senos volcánicos saltan como queriendo desprenderse de su torso, sus orondos glúteos tiemblan rítmicamente; regresa portando una linda libretica en sus temblorosas manos, se sienta en el lecho y hojea nerviosa en su agendita, sus dedos se enredan con las hojitas de la misma, se humedece uno de sus dedos índice, mira ceñuda, entonces pronuncia una frase clara: -"Agturro, hoy es el día más propicio para quedar embarazada, serás padre; hace mucho tiempo que no tomo píldoras porque no tengo a ningún hombre, y nunca fui muy partidaria de tomar pastillas, por ello tuve muchos líos y problemas con él, pues no entendía mi opinión al respecto. Sabes, me la paso estudiando, encerrada en los laboratorios, en el hospital, por tanto no hallo tiempo para salir a divertirme; y no tengo amigos que me interesen, sólo piensan en conseguir una chica que les limpie la casa, les cuide los niños; bueno, y yo no estoy estudiando para ser la señora de algún doctor o profesor. Agturro, serás padre. O quizás no, no lo sé"-.
Un silencio sepulcral se adueña del momento; yo permanezco tendido en su lecho trajeado únicamente con el vestido de Adán, a pesar de la situación no me canso de admirar su escultural silueta vestida sólo con la cascada negra de su cabello; ella sigue sentada en el borde del lecho escrutando su libreta para tratar de hallarle un error o equivocación, pero: -"no, no hay ningún error en mis cuentas, ninguno, hoy es precisamente el día más adecuado para quedar embarazada; qué le vamos a hacer, ahora habrá que esperar hasta que me llegue o no la menstruación, ya vuelvo, voy a lavarme, aunque ello no ayuda mucho, pero así me tranquilizo un poco"-. Fue al baño, regresó pronto y se enroscó de medio lado como insinuando querer protegerse de un ataque mío, tomó su lugar en el estrecho lecho, nos cubrimos con su frazada blanca para abrigar nuestras desnudeces y así tratar de conciliar el sueño, pero no podíamos.
Sus ojos se van tornando vidriosos, entonces la abrazo tiernamente porque era lo único que podía hacer allí en ese momento; ella trata de hacerse dueña de la situación a pesar del acorralamiento en que nos encontrábamos, en especial ella; murmura leve: -"no te preocupes, fue culpa mía, pues sabía que no estaba tomando píldoras, a pesar de ello me dejé seducir al verte y perdí el control; sabes, somos seres humanos en lugar de máquinas*; y eso está bien así. Agg, Aggturro, no te preocupes, y, y sí estoy en camino de quedar embarazada, pues entonces ya no importa; ven, durmamos tranquilos y más tarde hablamos porque ya es hoy"-. Nos abrazamos para tratar de dormir, pero era demasiada la tensión. *Esta frase no se me olvidaría nunca, pues ella la utilizaba con mucha frecuencia, en especial cuando conversábamos sobre relaciones sexuales.
Yo tuve ciertos problemas en ese aspecto con Marie Claude, la francesita, y le hablé de ello, entonces ésa fue su reacción espontánea: <> Esa posición suya me retornó la confianza en aquella ocasión.
Por fin, muy temprano en la madrugada logró ella conciliar el sueño; yo no podía, incluso estuve coqueteando con la idea de largarme a Dortmund, pero pensé que ello sería una muestra de cobardía ante ella; ella que me había apoyado en momentos cruciales de mi vida cuando habíamos compartido la residencia en Wedding. No, no le huiré a la realidad, me dije, me quedo con ella aquí esta noche y el día de mañana, le rocé cariñoso sus labios y la abracé para dormitar junto a su hermoso cuerpo que en ese momento llevaba en sus entrañas la savia de la vida, mi savia; ella murmulleó entre sueño y realidad: -"duérmete ya Agturro, debes estar muy cansado. Duerme, duerme Agturro; duerme y descansa, muahh"-. Un besito suyo. Esas frases suyas casi me hacen reventar en lágrimas verbales para confesarle que la amaba; pero ello no era cierto, era sólo el momento; además ella odiaba esa frase <>. Yo la respetaba, admiraba, mas no la podía amar porque la relación no tenía futuro, y ello aunque ahora posiblemente sería madre de un vástago nuestro. No me saciaba en contemplarla mientras ella yacía en su semiletargo, le murmuré a su oído unas buenas noches y le ensalivé sus labios, ella me atrajo con firmeza para que le diese la brasa de mi cuerpo, pues la frazada era muy fina. Qué sueño tan placentero.
Un sol radiante iluminaba la habitación cuando me despertó, ya estaba vestida de manera muy seductora; una blusa blanca de mangas cortas -lo que llaman hoy en día top-, una verdadera minifalda negra que sólo le cubría la parte superior de sus firmes muslos; llevaba una media pantalón chispeante y unos zapatos negros de tacón mediano; su cabello le caía en cascada brillante. Yo me la tragaba con la vista al tiempo que reflexionaba desde cuándo estaría despierta, pues estaba muy acicalada. Al notar la voraz intensidad de mis ojos vino hasta mí y se sentó en el borde de la cama desmontable, nos miramos intensamente, sonrió picarona y me lanzó una pregunta: -"¿desde cuándo roncas?, dímelo, antes no roncabas"-. Salté como impulsado por un trampolín para abrazarla, pues estaba como un verdadero bombón, para chupárselo enterito; ella, casquivana, me recordó algo fundamental y básico en su comportamiento: -"todavía no te has higienizado, anda y te duchas mientras yo preparo el desayuno; o si quieres, puedes darte un buen baño, pero entonces no te demores"-. No nos olvidemos que ella estudiaba medicina.
Me envolví en su frazada y me levanté, ella se cubrió sus ojos soltando paralelamente una sonora carcajada; yo no sabía cómo interpretar su comportamiento. Tenía sus entrañas repletísimas de espermatozoides que se peleaban por llegar a sus ovarios para fructificarla, quizás ya había entrado el elegido; y a pesar de todo, ella tenía el valor suficiente para bromear. Esas eran las cosas o los detalles de su carácter que me impresionaban, esa serenidad suya para contemplar y observar los hechos. Qué envidia coño. Con esos pensamientos me fui a la ducha para higienizarme, según sus indicaciones. Estaba entregado a mi aseo personal cuando ella entró: -"Aggtuurro, ven pronto, ya está todo listo"-. Me sorprendió tanto que me resbalé en la ducha provocando en ella una risilla burlona: -"ji, ji, ji; ten cuidado que te caes"-. Su presencia me imponía, me abrumaba; coño, me subyugaba.
Al retornar la veo sentada a la mesa con sus piernas cruzadas, su mini le cubría sólo lo mínimo; antes de que yo prorrumpiese en palabras se me adelantó: -"sabes, vamos a dar una vuelta por este Berlín tan bello, aprovechemos que el día está bien soleado; podemos visitar la Columna de la Victoria, o el Palacio de Charlottenburg, o el Museo Egipcio. Enseguida me cambio porque así, en minifalda, no puedo salir a la calle; ah, y luego vemos el Dr. Shivago en la televisión; bueno, después buscamos a tus amigos, deben estar muy intranquilos y preocupados"-. Minutos después retornó escondida tras una larga maxifalda marrón oscura que le destacaba sus caderas sinuosas, un estrecho suéter de mangas largas de color blanco el cual me permitía admirarle sus firmes senos, así como unos zapatos cerrados en cuero marrón claro, se terció una especie de chaleco mientras esperaba que yo me vistiese con mis descoloridos jeans y mi lanoso suéter sueco.
Desayunamos tranquilamente sin tocar o mencionar el tema de su posible preñez; sin embargo, yo notaba nerviosismo en sus gestos y movimientos; me fui hasta a ella para abrazarla y susurrarle a su oído que estaba muy hermosa con ese atuendo tan seductor, premió mi intento de tranquilización con un besito embadurnándome la mejilla con sus labios cubiertos de mermelada y mantequilla, se excusó muy coquetona: -"oh Agturro, perdona pero es que me sosprendiste con tu caricia; anda, come para poder aprovechar este sol tan radiante que tenemos hoy"-. Yo me interesaba más por ella que por el frugal desayuno que había dispuesto sobre la mesa; bueno, ella no rechazaba mis caricias, mas insistió: -"Agturro, ji, ji, ji, ¿qué te pasa?-. En ese instante pensé que me recordaría su situación, pero sólo se limitó a refregarme sus labios en la mejilla al tiempo que me volvía a insistir en su plan para ese día: -"Agturro, deja ya tanta besadera y come para irnos a disfrutar de Berlín, muahh"-.
Ese pegajoso beso me convenció; devoré el pan, cubierto con embutido facilitando su deglución con el café negro, terminé pronto para satisfacción suya porque ella ya me esperaba, recogimos los trastos rápidamente y salimos de su nido. Yo me había olvidado totalmente de Mani y Franz, así como de Jorge Gómez; en aquel momento ni siquiera pensé que mi gran amigo Tano estaba ya en Berlín con su Hannelore; lo mismo con Cassius Clay, Bocazas y Quiteño; mi cabeza estaba ocupada únicamente con ella, con la Hermosura; lo demás y los demás no me importaban un soberano coño. La observé como queriéndomela tragar con mis ojos voraces de caribeño, tan intensa fue mi mirada que por primera vez la vi nerviosa e insegura: -"¿qué te pasa?, ¿por qué me miras así?, no estás contento con mi ropa"-. ¡Coño´ e la madre!, ella me indagaba por mi gusto. ¡Uyy, qué rollo para mí! Me armé de mucho valor verbal para decirle que le sentaba muy bien su atuendo; sus esmeraldas refulgieron, sus labios esbozaron una sonrisa subyugante, me tendió su mano invitándome a salir; me tropecé con la alfombra, la mesa, etc.; ella sonreía burlona.
Ya en el patio pensamos quién manejaría, yo me ofrecí voluntariamente, pues como ya sabía y conocía su <> al volante, entonces preferí mostrarle mi experiencia adquirida en los últimos meses. Se mostró de acuerdo con mi proposición, se fue a abrir la puerta del garaje mientras que yo inicié la maniobra para salir de allí sin propinarle un toque técnico -un coñazo- a alguno de los otros carros allí estacionados, entre ellos el suyo. Ella seguía poseyendo el destartalado escarabajo con el que me había llevado y traído en varias ocasiones; en eso se parecía mucho el mío al suyo, en el destartalamiento. Ja, ja, ja. Por fin logré salir de allí sin haber rasguñado ninguno de los otros carros, y ello a pesar de lo estrecho del sitio; ella observaba con mucho detenimiento mis movimientos al volante, llegué hasta su sitio y le abrí la puerta para que se sentase en mi carrito. No joda, qué orgulloso me sentí al aspirar su perfume y verla a ella adornando con su presencia mi pestilente escarabajo. No pude evitar lanzarle una voraz mirada a sus piernas que se me ofrecían en toda su lozanía y tersura dejando entrever esos muslos firmes entrenados en sus horas de deporte; ella se percató de mi avaricia visual: -"Agturro, arranca pronto para que salgamos"-. Sus palabras me cayeron como un latigazo haciéndome perder el control del acelerador, mi carrito corcobeó como potro cerril y se apagó, mi frente se estrelló contra el volante produciendo en ella un momento de susto; me volví y la miré sonriente, ella se calmó preguntándome aún insegura: -"Agturro, ¿estás bien?, ¿no te pasó nada?"-. Le tomé su mano izquierda para besársela, luego trastabillé una frase: -"estás muy hermosa; además, tus piernas me fascinan y me ponen inseguro"-. Nuestros ojos se encontraron a medio camino, no me pude contener y la envolví para sentir su cuerpo entre mis brazos, aspiré su aroma. Uhm.
Tri. Un sonido agudo me sacó brutalmente de mi ensimismamiento. Mi cacharrito obstruía totalmente la salida y detrás nuestro estaba otro carro conducido por un alemán con pinta de jefe de un campo de concentración quien hundía su mano en su corneta para que me despavilara; ella soltó una carcajada espontánea al sentirse pillada cubriéndose entonces su rostro, mas no por vergüenza sino por diversión; me animó: -"arranca y quítate para que dejes pasar al conserje"-. Le hice espacio para que se largara a la muy reputa madre que lo había parido en algún lugar de la Silesia ahora situada en territorio polaco. Ella cruzó sus piernas haciendo que el ángulo de su maxifalda me permitiese admirarle sus firmes y seguros muslos; trataba de mantenerse dueña de la situación: -"Agturro, salgamos para buscar la avenida que nos lleve a la Columna de la Victoria"-.
¡Qué tarde tan bella! El sol alumbraba toda la ciudad haciendo que las vetustas viviendas adquiriesen cierto color a pesar del triste gris de sus paredes. En la Columna de la Victoria estuvimos mucho rato contemplando el panorama del Berlín dividido; luego en el Palacio de Charlottenburg nos paseamos por las cámaras y salones que me recordaban mucho a Versalles.
Salimos de allí para entrar al Museo Egipcio y admirar el busto de Nefertiti. Astrid no podía contener su alegría, pues tenía mucho tiempo encerrada en su habitación estudiando, ese día se sentía contenta; y yo era el hombre más feliz del mundo, ella adornaba mi cacharrito. Al salir de allí caminamos hasta el estacionamiento, ella tomó la iniciativa: -"tus amigos de odisea te esperan; vamos para que sepan que vives. ¿Cuándo piensan regresar a Dortmund?, dímelo"-. Le respondí que un día de estos, porque de otros no hay, su reacción fue una estruendosa carcajada y una pregunta: -"ja, ja, ja; ¿de dónde sacaste esa frase?, no la conozco; ja, ja, ja, Agturro, eres más loco de lo que yo creía. Si quieres, me llevas a la casa y luego te vas a Wedding para que te encuentres con tus amigos; o vamos juntos, pero nos devolvemos pronto; tú decides"-.
La llevé a su apartamento, pues se quejó de sentirse algo mal. Bien, la razón para no ir conmigo era simple y llanamente porque no deseaba ser mostrada como el trofeo de la cacería, no quería que yo la exhibiese ante mis amigos. Nos fuimos a su covacha, se despidió y yo me largué a Wedding para ver cómo se encontraban mis compañeros de expedición. Llegué a la residencia de Jorge Gómez constatando que todo estaba bajo control. Ellos estaban afuera leyendo periódicos aprovechando que reinaban unas temperaturas muy agradables, hice sonar la corneta y de inmediato vinieron a mí aullando: <>. Franz inició un interrogatorio: -"¿donde estuviste?, dijiste que enseguida volvías y hasta ahora te apareces"-; lo mismo Mani: -"nos trajiste a este extramuro berlinés y nos tiraste aquí; menos mal que tu amigo se ha mostrado bastante cordial"-; Jorge Gómez jugueteaba con su palillo observándome: -"ajá, estuviste entregando las cartas; je, je, je, y se las leíste personalmente, je, je; ven venezolanito, cuéntame que hiciste; ellos te han estado jijueputiándo todo el tiempo"-. Antes de irme para Dortmund me había encontrado varias veces con él y le había contado las exigencias de ella, sobre todo aquella noche de farra borrascosa en el GO IN del Gandhi, como lo había llamado el gaucho en su rasca; bien, tenía que escribirle a ella, y así lo había hecho.
Mi presencia corporal estaba allí, pero por mi cabezota revoloteaban los recuerdos cercanos sucedidos horas antes en su nido; yo era el dueño de la situación, entonces tomé una clara decisión: -"Mani, Franz, ya vuelvo, no me demoro"-. Y me perdí de allí dejándolos perplejos rumiando epítetos: -"Arturo, espera, no te vayas. Vete al diablo con tu amiguita; muérete en las calderas de Satanás bien asado. Care culo, muérete. ¿Cuándo vuelves son of a bitch?"-. No les paré bolas y aceleré a fondo para ir a estar con ella; nuevamente atravesé Berlín tragándome cantidades de semáforos en rojo, llegué pronto al pujante centro y enrumbé hacia su morada. Desde lejos vi que tenía las luces encendidas; qué suerte, todavía no dormía, me dije.
Tuve que tocar el timbre para que me lanzase las llaves del garaje, lo hizo muy divertida, dejó caer el llavero diciéndome: -"en él van unos marcos para que compres dos cervezas para ti y una Sinalco* para mí"-. *Coca cola alemana. Guardé el carro en el garaje y fui a la taguara para comprar el encargo, el cantinero me trajo las tres botellas, le entregué los marcos al tiempo que le preguntaba por el sitio en donde se encontraban los preservativos; me indicó aburrídamente la puerta de los servicios, allí estaba el automático con una oferta harto variadísima. Inserté las monedas, halé el compartimiento metálico y extraje el paquetico, lo guardé en el bolsillo de la camisa y salí para recoger su encargo, me fui a la calle, subí la escalera y abrí su puerta, entré a tientas porque la luz estaba muy baja.
Ella se sentaba en su sofá inflable viendo la película Dr. Shivago con sus famosos intérpretes que eran una verdadera tentación; la seductora británica de ojos más verdes que el mar y labios repletos de sensualidad llamada Julie Christie, el egipcio Omar Shariff, adornados con Geraldine Chaplin, Rod Steiger y Tom Courtenay. Gracias Dios mío, gracias por permitir que mi vida juvenil se pudiese refrescar con tantas horas bellas a su lado.
Me le acerqué para depositar un cariñoso besito en su mejilla, coloqué las botellas en la mesa rodante y me senté en el piso; ella murmulleó queda: -"dame algo de beber"-. Fui hasta la cocina para traer vasos, serví las bebidas para complacencia suya, le entregué el suyo con su Sinalco, bebió un corto sorbo mientras miraba concentrada la película; se volvió a mí para saber cómo estaban mis amigos de expedición berlinesa: -"dime, ¿te encontraste con ellos?, ¿cómo están?; pensé que no volverías y te quedarías con ellos para noctambulear esta noche por el Berlín nocturno y divertido"-.
Hablaba bisbiseante para poder oír los diálogos de la película. Bebí de mi cerveza un largo sorbo debido a la sed acumulada durante toda la visita que le habíamos hecho a la ciudad berlinesa; aproveché para calmarla contándole que ellos se hallaban en buenas manos y estaban muy contentos. Si ella hubiese sabido. Ja, ja, ja. Me senté de espaldas a ella en el piso delante suyo; sus firmes muslos se abrieron parsimoniosamente tal como flor retoñando para que yo reposase mi redonda cabezota cubierta de pelo casi azul oscuro en el vertice de su regazo; percibí en mi piel el fogaje de su intimidad secreta; enganché cariñosamente sus pantorrillas atrayéndolas hacia mis hombros para disfrutar de la calidez de su tersura, pues sólo estaba ataviada con su coqueta minifalda que había portado por la mañana y con la cual me había deslumbrado; mis manos se deslizaron por sus pantorrillas para llegar hasta su empeine, envolví sus pies con mis manos masajeándole delicadamente la planta de sus pies y sus dedos, le alcé primero el pie derecho y luego el izquierdo depositando en sus respectivos empeines un suave beso; se agachó para envolver con sus brazos mi busto al tiempo que mordeloneaba tiernamente mis lóbulos susurrándo decidida con voz clara y concreta: -"gracias mil por volver; apaga el televisor, ya he visto varias veces la película; tú también, ¿verdad?"-.
Mis brazos se aferraron más a sus piernas para sentir ese calor suyo que abrasaba y abrazaba mi espalda; obedecí su orden, me fui gateando hasta el aparato para apagarlo, ella reía nerviosamente contenida; de la misma manera regresé impidiéndole que cerrase sus esculturales piernas, me hinqué delante suyo y la envolví hasta sentir que todo su torso se estrechaba con el mío; qué abrazo, pues ella también me aprisionó lujuriosamente mientras murmuraba: -"¿qué quieres?, dime hermanito, ¿qué deseas"-.
Del bolsillo de mi camisa extraje los preservativos para presentárselos. Eternos momentos de silencio suyo, contemplaba mi mano temblorosa sosteniendo el paquetico contenedor de la medicina preventiva y salvadora, según mi inexperiencia juvenil. Entornó sus esmeraldados ojos largos momentos, luego me dijo directamente: -"ese plástico no me gusta mucho, es bastante desagradable. Pero puede servirnos; aunque si ya sucedió, entonces nada podrá retrocederse"-.
Nos abrazamos apasionadamente, entonces le susurré sobre su recompensa, reaccionó muy coqueta y picarona con palabras suaves mientras en el fondo revoloteaba la voz de Gilbert Becaud y su éxito Nathalie: -"para ello no necesitas esos plásticos, ji, ji, ji. ¿te acuerdas que una vez me asaltaste mientras dormía y me defloraste mi anito?, pues bien, ahora lo puedes poseer estando yo despierta para disfrutar de esa penetración, eres el único que me ha proporcionado ese placer y quiero repetirlo hoy contigo; ven y desnúdame para que me ensalives todita allá abajo con esa lengua loca tuya"-.
Toda su humanidad quedó a mi disposición, le saqué su blusa saltando a mi vista esos repletos y preciosos senos suyos, no me pude contener y me incliné para tomar en mis labios esas guinditas suyas una por una, suspiró ensoñada: -"sí, así Agturro, eres muy cariñoso, dámeles muchos cariños; ¡ah, qué boca tan loca la tuya! Quítame la falda y ensálivame toda mi feminidad. Déjame y te ayudo a desnudarte"-. Sus manos hábiles me deshicieron de mi suéter sueco y mis jeans descoloridos; su faldita cayó, ahora estábamos frente frente, ella palpaba mi pene sopesándolo minuciosa y garosa.
Me mordió una oreja para susurrarme feroz y voraz: -"téndamonos para que me ensalives bien mi ojito y así puedas entrar fácil en mi trasero, quiero sentirlo repleto de tu carne erguida y férrea largo rato, ven ya y mójame con tu lengua y boca"-. Se tendió sobre su estómago abriendo las piernas en compás, me incliné hasta rozar con mis labios sus firmes glúteos, mi lengua fue buscando su cañada anal; ella suspiraba profundo, mi lengua se fue hundiendo allí al tiempo que le mordisqueaba sus paredes para que abriese más sus piernas y así poder acceder a toda su profundidad hasta llegar a la meta deseada; la punta de mi lengua llega a su ojito y su cuerpo se sacude total, cierra un poco las piernas para apretujar mi rostro, respiro hondo; ella murmullea queda: -"sí, muy lindo, más, más, más; ¡ah, que tierno eres!, dámele mordisquitos a mis nalgas para que me excites más; ¡oh, sí! continúa así"-. Una mano suya se solazaba con mis testículos.
Mi lengua patinaba ya en su cañada anal debido a la humedad que le proporcionaba con mis lengüeteos; ella decidió que entonces era el momento de ser poseída analmente: -"ya, ya está bien Agturro; ahora quiero sentirte en mí y bien hondo, siéntate en el borde de la cama, déjame levantarme"-. Respiré hondo para llenar mis pulmones mientras me sentaba en el borde de la cama, ella se levantó y quedó enfrente mío ofeciéndome el paisaje de su vientre y pubis, posé mis manos en sus nalgas para atraerla al tiempo que ella abría sus piernas para sentarse lentamente sobre mi regazo; entre nosotros estaba erguido y babeante mi miembro ansioso de carne femenina; nuestras miradas se cruzan y se sostienen, sus esmeraldas son más verdes debido a la semioscuridad reinante, sus labios se entreabren y susurra queda pero voraz: -"ahora sí y de frente para que veas mi placer al penetrarme y poseerme; abre la boca, necesito más saliva en mi ojito y debe ser la tuya "-. Sus dedos índice y corazón se hunden en mi boca, los embadurna y luego los frota en su esfínter; susurra una vez más: -"y ahora este miembro tuyo, déjame y lo llevo hasta la entrada, luego empujas suave y yo presiono para que entres en mí hasta el cuello suyo"-. Con su mano izquierda lo hizo resbalar por su pubis hacia atrás y con la derecha lo llevó hasta colocarlo en toda la entrada de su ojito, suspiró feroz: -"¡ah, qué duro lo tienes!. Déjame y yo presiono, tú sostiénelo firme y abrázame bien fuerte, muérdeme las guinditas y chúpame los senos; dame tu lengua y penétrame para que poseas, gr, así, más besos, más carne dura, más de todo, gr, no pares y entra bien hondo en mí, gr, sí, que placer y dicha, gr, uhmuah, uhmuah, bésame más, más, más"-.
Un abrazo estrecho y feroz nos sostiene; ahora estamos tendidos en el lecho de medio lado, mi pene sigue incrustado entre las grandiosas nalgas suyas, nos miramos tiernamente, ella me aprisiona contra su pecho y murmullea semi asfixiada de placer: -"estuviste formidable, todavía estás en mí y siento la dureza de tu hombría que me llena toda allá atrás; ¡ah, qué lindo!, no, no lo saques, déjalo que salga solo, sigamos siendo uno bastante rato; dame tu lengua para recompensarla por haberme embadurnado tan bien; uhm, uhm, uhm; después me acaricias mi perlita con ella para sentir un orgasmo total en esta noche tuya acá conmigo"-. Mi lengua cumplió aquella noche un trabajo completo, pues hube de dedicarle un rato largo para cumplir su deseo y no decepcionarla; ello lo reconoció con creces: -"me has hecho muy feliz y he olvidado todo; ven y abrázame fuerte porque mañana te vas; uhmuah, me hiciste lindo. ¡Aah, qué sueño!"-.
<> El radio despertador nos sacó de nuestro profundo sopor onírico. Sentí su piel refregándose suavemente sobre la mía, estiró su brazo para apagar la radio maldiciendo al mismo tiempo al canciller de la RFA: -"ese nazi, no quiero saber nada de él, puede irse al diablo"-. Ese mismo brazo suyo me atrajo más hacia ella, luego me susurró convincente -"se terminó la noche Agturro, así que alístate porque tienes una dura jornada por delante, buscar a tus amigos, atravesar la zona para continuar el viaje a Dortmund, mañana ir a las clases; espérame mientras voy al baño, después puedes ir con calma, dame la dormilona que está en el piso"-. No había tenido tiempo para ponérsela.
Durante el desayuno hablamos sobre diferentes temas, en especial acerca de mis estudios y carajitas en Dortmund; mucho le llamó la atención el borrascoso romance con Marie Claude. Mi narración era acompañada musicalmente por Gilbert Becaud, ambos teníamos gustos muy parecidos en lo que a música europea se refería. Y se llegó el momento de mi partida, de decirle adiós, hasta luego, hasta pronto o hasta la vista, yo no encontraba las expresiones verbales adecuadas; recogí mis tres cosas y las guardé en mi maletín reflexionando sobre la mejor forma para despedirme, ella seguía silenciosa mi nervioso comportamiento. Al fin logré alistar mis cosas y me planté en el centro de la habitación, entonces reaccionó: -"te acompaño hasta el carro"-.
El día estaba bellísimo, un sol radiante con un cielo muy azul y una temperatura agradable. Ella portaba la maxifalda marrón que permitía admirarle la firme sinuosidad de sus caderas, la blusa de manga larga y su cabello suelto que era batido por el fresco viento atrevido propio de la primavera. Abrí la puerta de mi cacharrito y tiré el maletín al puesto del copiloto, me volví hacia ella para mirarla seriamente, estiré mi brazo derecho hasta enlazarle el talle para atraerla hacia mí, no presentó resistencia alguna permitiéndome estrecharla mrentras nuestras miradas dialogaban en mutismo total; nuestras bocas se juntaron tiernas, suaves, delicadas, se apartaron pero seguíamos estrechados ocasionando que los pasantes nos espiaran; no me importaba, la volví a abrazar porque no me quería separar de ella aun cuando habíamos pasado dos días juntos y dormido en el mismo lecho dos noches también; ella tomó la batuta: -"Agturro, se te hace tarde y tus amigos te esperan, debes irte"-.
Yo lo sabía, mas no quería reconocer la cruel realidad, una vez más debía partir para otro sitio; y una vez más quedaba atrás una chica con la cual la relación no tenía futuro alguno. La fui soltando lentamente dejando que mis manos recorriesen sus hombros, sus brazos, estreché sus manos largos segundos y noté que estaban sudorosas, soltó la derecha suya para introducirla en el bolsillo de su falda, extrajo algo que me entregó apretujándome la izquierda: -"no tuvimo tiempo para que te los pusieras, tómalos"-. Mi mano palpó y supe enseguida qué era, los preservativos que no habíamos usado porque ella no había querido, pues le molestaban. Los guardé en el bolsillo del pantalón y me dispuse a sentarme en mi puesto para iniciar el viaje a Wedding; entonces fue ella quien me estrechó tierna para susurrar: -"cuídate mucho, maneja con cuidado. Y sobre tu posible paternidad te aviso, muah"-.
Sentí que mi vista se enlagunaba y mi voz era tan vidriosa que no podía articular palabra alguna, ella me consoló: -"no te pongas así, tienes mucha vida por delante; piensa en tus compañeros, y en tu amiguita linda"-. Sólo pude tartamudear un par de sonidos descoordinados y extraviados: -"¿qué?, ¿qué vas a hacer hoy?, ¿qué vas a hacer ahora después?"-. Mi emoción se descontrolaba ahora que llegaba el momento definitivo y crucial de separarme de ella porque no sabía cuándo la volvería a ver, a estrecharla en mis brazos, a dialogar con ella sentada en mi regazo sosteniendo su copa de vino con una mano y con la otra alizándose su largo cabello negro; yo no sabía cuándo se repetirían esas escenas tan íntimas en las cuales mi juvenil curiosidad era saciada a través de su comportamiento sensual y seductor. Ella se adueñó de la situación porque de lo contrario yo no habría partido aquel día de Berlín: -"me distrajiste muy agradablemente durante dos días y no estudié nada, debo recuperar ese tiempo. Y apúrate porque tus amigos deben estar inquietos y molestos. Yo te escribo cuando todo se aclare"-.
Me senté al volante, ella se devolvió a su edificio, hice resonar la corneta del carro, ella se volvió batiendo su mano derecha y luego fue tragada por la puerta. Aceleré para buscar la avenida a Wedding. Mi mente iba en blanco, conducía como un autómata, volví a incurrir, sin quererlo, en el error de pasarme los semáforos en rojo; los agraviados aullaban burdos epítetos, yo proseguía veloz para buscar a mis amigos y a Jorge Gómez. Entré al estacionamiento de la residencia y vi a los tres sentados en la grama tomando un baño de sol, hice resonar la corneta para avisarles sobre mi llegada.
Reaccionaron como picados por una avispa y vinieron lanzando denuestos. Jorge no se preocupó por mi comp