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Capítulo 18 - Un verano caliente. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 18 - Un verano caliente. Mademoiselle retorna a Francia

Estando en los exámenes de verano me llegó un día Marie Claude toda preocupada: -"Agtiur, no nos podemos ver más; c´est fini avec notre amitie! Christian, mi prometido, llega esta semana porque viene a buscarme para llevarme de regreso a Francia y después nos casaremos; esta es nuestra última noche; ven, disfrutémosla, viens, viens. Hoy no tienes que dominarte con el coitus interruptus, pues estoy tomando píldoras desde hace varias semanas para que nos despidamos ardorosamente y sin problemas; hoy sí me puedes irrigar todas las veces que desees. Y hoy también te haré el francés a ti, nos lo hacemos al mismo tiempo, yo te lo chupo y tú me lambeteas todo lo mío, y no te contengas, pues no me da asco meterme tu pene en mi boca y sorberme tus líquidos; anda, ven ya para hacernos ese francés mutuo, luego me posees todo el tiempo que quieras para que me satisfagas y así llevarme un bello recuerdo tuyo, pues al retornar me casaré con él y ya no sabremos tú y yo nunca nada más de nosotros. Ayúdame a desnudarme para ser toda tuya. Viens, dámelo para ensalivártelo y probarlo."-.

Nos hicimos durante largo rato ese <> como ella metaforizaba el famosísimo 69; mis labios y lengua no se cansaban de lamberle su intimidad sexual, cada labio suyo era absorbido por mi boca provocando espasmos en todo su cuerpo, sus muslos se cerraban apretujando mi rostro contra su sensible piel y zona vaginal; su boquita carnosa se encargaba de chupetear ardientemente mi glande; ambos nos sacudíamos compasadamente debido a la excitación que embargaba nuestros cuerpos; era la última noche de nuestra vida y amistad, luego no nos volveríamos a ver más nunca. De vez en cuando alargaba mi cuello para que mi lengua accediese hasta su ojito anal y llenárselo con saliva, pues esperaba que ello venciese su resistencia a que le invadiera carnalmente su trasero, se sacudía su cuerpo y de su boca emanaba una leve protesta: <>, y sus muslos encerraban mi rostro entre sus piernas hasta casi ahogarme producto de una convulsión corporal. Ella se encarnizaba en lamerme con su lengua loca hasta provocar las primeras señas de una próxima eyaculación; sus manos se aferraron a mis nalgas. Me pidió que nos paráramos porque estaba sofocada de tanto chupe y necesitaba respirar para tomar aire: -"Agtiur, cambiemos de posición para que me des un poco de aire; tengo la boca llena con tu líquido y ya casi ni puedo respirar; además, yo quiero sentirte y palparte en mí, es nuestra última noche juntos; deseo tenerte muy dentro de mí y bastante rato, déjame sentarme sobre tu regazo para que me penetres hasta lo más hondo que puedas; laissez moi faire"-. Y se sentó sobre mi para que mi masculinidad se hundiese totalmente en la hendidura suya: -"oui Agtiur, así, así, levántalo para que entre más y más en mí; uhmmuah, je t´aime Agtiur"-.

Fornicamos intensamente, tal como ella me lo había propuesto, hasta los primeros claros del alba veraniega alemana, pero no me permitió que le penetrase su trasero: -"no Agtiur, no; mi vagina, mi boca, mis manos, todas ellas son tuyas, mas allá no, soy muy conservadora; penétrame bien aquí adelante, pera allá atrás no; uhmuah, moi, moi, je t´aime"-. Lástima, porque lo tenía bastante orondo y orgulloso. Seguimos fornicando hasta el cansancio, tanto que nos adormilamos en esa posición, ella sentada en mi regazo con mi recia masculinidad auscultando en sus carnes muy calientes y prietas. Ella salió de mi habitación muy temprano en la mañana casi en puntillas y me quedé allí tendido pensando en qué pasaría ahora. Así se acababa la relación con la petite mademoiselle de esa ciudad en el norte de Francia conocida como Amiens, y la cual es famosa por ser la capital de la región llamada Picardie. Unas semanas después recibí correo suyo de su boda con su colega; linda estaba en su traje de novia sosteniendo un gran ramo de flores, a su lado su antiguo prometido y ahora marido. Allí me comunicaba que su esposo había notado un gran cambio en su carácter, ahora era más alegre y conversadora. Ese cambio se debía a la amistad conmigo y me agradecía por ello, remataba su mensaje con un je t´aime. Le remití una postal congratulándola. Y fini, nunca más supe de ella, ya que había hecho su camino y yo no estaba en sus planes. Adieu petite mademoiselle allá en Amiens.

Ladrillos vuelan

Herbert vivía aún en nuestra residencia porque no se podía separar de sus amigos, ya que no quería que su etapa de estudiante tocase a su fin, se acababa de graduar en administración de empresas y había conseguido un empleo con una de las compañías más importantes de Alemania, su nombre es ARAL. Él era un Casanova, y ahora más debido a que percibía un buen sueldo. Se había comprado un deportivo de la marca inglesa Triumph. Herbert se complacía al verlo en el estacionamiento de la residencia, mas su gesto no era arrogante, al contrario, de humildad porque se daba cuenta de que su carro no encajaba en aquel sitio.
Un cierto sábado de fiesta en nuestra residencia habían llegado bastantes chicas. Herbert se hallaba con nosotros en nuestro sótano compartiendo contento, a su lado se sentaba una muy coquetona y lanzada, él la dejaba que se le lanzase. Ese fin de semana Berbel me había estado urgiendo para que fuese a su apartamento, pues sabía que mi francesita había partido y yo me hallaba sin chica linda para compartir horas íntimas y dulces; mas yo la había ignorado debido precisamente a ese hecho de estar <>; necesitaba distraerme, en lugar de entregarme a fornicar con la primera que se me presentase; además debo decir que ella, Berbel, ya me era conocida. Herbert bailaba con la chica y se divertía a granel; Rafael jugaba a los dados con Detlef, Jürgen, Daniela, Rabi, Uschi; los dejaba limpios, pues ellos tenían que pagar las rondas de caña; él bebía, fumaba de su pipa y observaba el panorama despreocupado. Mi amigo Herbert bailaba divertido con su nueva conquista, él tenía ya una amiga a la cual podríamos llamar su novia. Ulrike era su nombre, una rubia alta, de pelo largo y figura protuberante; sus lentes gruesos culminaban su feminidad germana. De boda se hablaba entre ellos, mas él era muy Don Juan; mejor dicho, muy mujeriego, y muy divertido.
Aquella tarde, nos confesó, entre bailoteo y cerveza, que había invitado a dos chicas con la esperanza de que llegase una de ellas para poder divertirse y distraerse sexualmente, pues su Ulrike no vendría a esa fiesta. A ella no le placía el ruido y barullo de nuestro sótano, le había confesado y por ello se aparecía con poca frecuencia por nuestro edificio. Ya había llegado la primera, él le rogaba a las deidades germanas que no viniese la segunda invitada. Daniela, la suiza del gordo Jürgen, lo calmó asegurándole que ella pondría atención, que no se preocupara. Herbert continuó su bailoteo con la nueva conquista de nombre Sabine. Un rato más tarde le dijo a Daniela que se perdería con Sabine, pero que ssh, nadie debería saberlo. La suiza sonrió y lo calmó, ya que no soportaba a Ulrike, demasiado engreída y altanera, decía y argumentaba Daniela.

De pronto. -"Agtiur, aquí estás, al fin te hallo"-. Berbel se aparecía envuelta en su vestido enterizo con cierre desde el cuello hasta las rodillas. Muy práctico para una emergencia sexual, pensé yo. Tomó asiento a mi lado sintiéndose admirada por mis amigos y las otras chicas. Posó, simulando distracción, una mano en mis piernas arañándome fiera en dirección a mi masculinidad mientras sonreía, Berbel desparramaba voluptuosidad. Rabi se interesó por ella, a pesar de tener a su lado a su novia Uschi. Mi maestra dortmundesa, no era ninguna pendeja, se percataba de todo lo que sucedía a su alrededor. Rabi la invitó a bailar, pero Uschi, su prometida, se levantó tras él halándolo decidida de la manga del saco: -"Rabi, ya está bien, estás borracho y te vas detrás de la primera que vez; vamos a mi casa ya"-. Rabi miró en todas las direcciones con su vista extraviada, siguió a su novia. La maestra comprendió y retornó a su asiento a mi lado recriminándome: -"Agtiur, ji, ji, ji, te fijas, no me invitas a bailar y otros sí"-. La miré directa y se burló: -"¡oh!, ¿te he herido?; ¡oh! . Sé que estás muy solito porque tu petite française ya partió, y para siempre, ji, ji, ji; oh, pobrecito, muah, un besito para que te olvides de esa tristeza tuya"-. Berbel era una verdadera sicóloga, bueno, al fin y al cabo maestra. Rozó mi mejilla con sus resecos labios mientras me miraba fijamente con sus ojos rasgados que eran siempre burlones. Una mano suya rasguñaba acuciante en mis muslos, mas sin atreverse a subir, pues había mucha iluminación y no quería que los demás notasen su hambre de hombre; de otra forma no se habría aparecido para buscarme.

En esos momentos llegaron Brigitte y Detlef algo agitados porque en la entrada estaba una chica preguntando por Herbert; estaba muy nerviosa decían ellos, incluso hasta bastante iracunda y furiosa. Al salir nosotros, con Rafael, Franz y Jürgen, ya estaba ella frente a la puerta de Herbert gritando enfurecida: -"yo sé que estás ahí Herbert; sé que no estás solo, tienes una hembra en tu cuarto y te la estás cogiendo ya porque ella es una putona; Herbert, sal o te tumbo la puerta; cuento hasta tres; tú me invitaste a esta fiesta y ahora me dejas plantada con una puta de por ahí de la otra facultad porque se dejó bajar las pantaletas más rápido que yo; Herbert, sal o te tumbo la puerta a patadas; hijo de puta, traicionero. Heerbert, Heerbert; uno, dos, tres; me voy pero no me olvidarás; me las vas a pagar enseguida, me lo puedes creer; cabrón de puta, te odio, bah, asqueroso, ella no se ducha, se hace higiene con una toalla y papel higiénico; cerdo cochino, métele la nariz y olerás, bah"-. De adentro no se oía nada. Todos estábamos en suspenso. La chica se volvió hacia nosotros recriminándonos: -"¿qué miran?, ¿no tienen nada que hacer?; cabrones mirones"-. Bajamos las escaleras hacia el sótano dejándola allí. Se oyó un taconeo y luego un seco clac de la puerta de la calle. Retornamos a nuestras mesas, entonces Berbel nos preavisó: -"ese lío no terminó aún, ya verán; ella buscará vengarse"-.

Rafael con Jürgen y Daniela subieron a la entrada para ver qué sucedía, Berbel y yo los seguimos porque ésta insistía en que habría algo digno de ver, sonreía maliciosa bisbiseándome: -"no te arrepentirás, verás a una mujer celosa en acción; ji, ji, ji, y mucha"-. De afuera se oyó el alarido de la chica lanzando su grito de guerra: -"Herbert, sal o te bajo la ventana a ladrillazos; cuento hasta tres: uno, dos, tres; abre la ventana Herbert o te arrepentirás; cabrón de puta"-. Ella tenía un ladrillo en cada mano. Rafael trató de interceder para que se calmase, mas la chica reaccionó furibunda: -"déjame tranquila y fúmate tu pipa o también probarás el ladrillo; déjame en paz, lárgate; saco de papas"-. Rafael se retiró porque la situación estaba bastante caliente, la chica estaba que ardía. Caminaba frente a la ventana respirando hondo. De repente aulló sentenciando: -"Herbert, ahora sí no te escapas de mis ladrillos; uno, sal; dos, sal; tres, sal. Bueno, ahí va el primero"-. Y su mano derecha lanzó el ladrillo que se estrelló contra el vidrio de la ventana de nuestro amigo. Crash, se oyó, y el vidrió voló en pedacitos. El segundo siguió y entró directo hacia el cuarto. De adentro se oyó la voz de Herbert: -"estás loca, cesa ya de lanzar ladrillos; para; ji, ji, ja, ja"-. La chica inició una ráfaga ladrillera obligándolo a esconderse porque de lo contrario lo habría herido. Luego se largó, ya que la policía hizo su aparición y tuvo que desaparecer para evitarse problemas por vandalismo y escándalo.

Reencuentro ardiente

El atardecer iba cayendo en la ciudad y una suave penumbra arropaba la calle; nosotros contemplábamos ese show gratis y espontáneo de la chica enfurecida porque Herbert le estaba poniendo los cuernos con una compañera suya y ella no lo podía impedir. Berbell se excitaba con la escena, pues me comunicaba bisbiseante que la chica debería ser muy ardiente haciendo el amor; se colocó delante mío buscando mis manos para que la atase contra mi cuerpo, sentí sus nalgas refregándose sobre mi masculinidad; los demás no se percataban de nada, ya que se divertían viendo la escena inédita allí a plena luz vespertina; ella echó una mano hacia atrás hasta hallar mi cabeza y la haló para que le besase su cuello mientras susurraba: -"vamos al sótano a bailar, y luego me llevas a casa para que me complazcas porque aquí hay mucho ruido; ven y bailamos un rato para entonarnos; ji, ji, ji, y así olvides tu pena"-. Dejamos la escena para dirigirnos al sótano y bailar un rato al compás de las melodías de los Beatles que dominaban la tribuna musical de aquellos años; la enlacé directamente posando las palmas de mis manos en sus glúteos al tiempo que la miraba directa a sus ojos; su respuesta fue un beso largo y un susurro: -"muah; Petrica está con la abuela"-.

Afuera en la calle se oían los comentarios sobre el feroz comportamiento de la hermosísima chica que le había bajado a ladrillazos los cristales a la ventana de Herbert. Estuvimos bailando muy acaramelados un rato para entonarnos hacia la siguiente ronda de aquella cálida tarde del verano alemán. Era un enredo de palabras gratinadas con la tosca y burda pronunciación de la lengua alemana; ella y yo nos enlazábamos en un mudo soliloquio bucal intercambiando miradas lujuriosas; nuestros cuerpos no se conjugaban ni unían debido a las ropas que los cubrían, pero sólo hubiese bastado un apagón de las luces para que nuestras cuerpos se hubiesen convertido en un único vendabal lujurioso. La música nos inspiraba más y más haciendo que yo me olvidase de la petite mademoiselle y enfrentarme a los hechos reales; y ellos eran la maestra envuelta en su sensual vestido con cierre delantero que escondía sus opulentas carnes dispuestas a ser acariciadas por mis deseosas manos de palpar un seductor cuerpo femenino pleno de armonía. Su humanidad tenía muy poco que envidiarle a la Hermosura en Berlín; la diferencia era esa serenidad y seguridad de aquélla allá, mientras que ésta acá era una madre joven burlona y casquivana siempre dispuesta a la aventurilla.

El sol se ocultó tras las casas aledañas, en el sótano se encendieron las primeras lucecillas para darle romanticismo al ambiente de esa tarde veraniega. Berbell me ahogaba entre sus brazos y besos; y yo me dejaba ahogar para placer suyo, y mío lógicamente. No nos dábamos cuenta de nada de lo que sucedía a nuestro alrededor, sólo ella y yo. Ella con mi cuerpo, y yo con el suyo; ella pensando en la noche que nos esperaba, yo recordando a la francesita porque la huella de su partida estaba muy fresca todavía. Un sacudón suyo me volvió a la realidad: -"hola torbellino caribeño, estás muy distraído, vamos a tu cuarto a escuchar tu música, ésta ya no me gusta, la tuya está mejor; vamos ya"-. Giramos muy lentamente para dirigirnos hacia la puerta; los demás nos oteaban espiantes tratando de saber qué o cuál era nuestro plan, el cual nosotros mismos no conocíamos porque en ese momento era solamente ir a mi cuarto para acaramelarnos. Abrí la puerta y la dejé pasar, luego entré cerciorándome de que el conserje no estuviese por allí rondando. Destapé una cerveza y le serví en un vaso, yo me quedé con el resto de la botella, brindamos por aquella noche por venir. Afuera se oía la algarabía de los participantes de la fiesta, la cual aumentaba debido al desenfrenado consumo de caña, pues era verano y la sed muy intensa e inacabable. Me senté en mi sofá-lecho; ella lanzó al aire sus zapatos y saltó para posesionarse en mi regazo, me enlazó voraz al tiempo que sonreía procaz: -"ji, ji, ji, ¿sabes qué me dijo el borracho Rabi?, ji, ji, ji, ju, ju, ju; que él lo tiene muy grueso y cabezón; ji, ji, ji, así que esta noche te tienes que inspirar para que me complazcas; además, ji, ji, además, si me lo haces bien, ji, ji, habrá recompensa, ¿te acuerdas?; y te gustó mucho, no te cansabas de navegar allá con tu hierro erecto y durísimo; uhmuah"-.

Trash, trash. <> Trash, trash, trash. El tico arremetía a puntapiés contra mi puerta vociferando sandeces, una risilla muy de mujer se oyó entre el ruido, o sea que él también ya había pescado y llevaba la red llena de carne femenina a su habitación. La maestra me miró intranquila ante tanta bulla en el pasillo. Yo jugueteaba con el anillo de su cierre intentando abrirle su traje para tener acceso a sus senos porque se notaba que de ropa interior llevaba sólo la pantaleta, nada más; sus senos se bamboleaban nerviosos a cada movimiento suyo, protestó inquieta: -"no; hay mucho ruido aquí y así no tengo tranquilidad; deja ya de juguetear con mi vestido. Vamos a mi apartamento, allá tengo todo a mano, acá adentro no tienes nada, todo está afuera; además, además tus amigos saben que no estás solo y no nos dejarán en paz. Saca la mano de ahí abajo, ji, ji, ji; y deja ya de morderme las tetas, ay; no, no me causa placer; gr, cálmate"-.

-"Arturo, ¿con quién estás hoy? Juah, juah, juah, juah, juah"-, aulló Franz en medio de una carcajada bestial, ello la convenció: -"ves, de repente entran todos acá mientras me estás penetrando y hasta nos sacan fotos; ven, vamos a mi casa, allá nadie relincha y podemos fornicar en paz toda la noche"-. Se enfundó en su chaquetilla de manga corta y salimos al pasillo. Al bajar las escaleras buscando la salida nos encontramos con el conserje, nos miró silencioso y siguió de largo blandiendo un manojo de llaves. Ya en la calle se distendió un poco y se dejó atraer simulando una parejita muy enamorada en aquel atardecer veraniego. De esa forma me olvidaba de la petite mademoiselle. Le insinué que entrásemos a la tasca de Zvonko, rechazó la idea de manera directa: -"no Agtiur, ji, ji, ji; en la casa tengo vino y cerveza suficientes. Quiero, quiero. Gr, uhmuah, ¿entiendes?, eso quiero y pronto"-. Y me apretujó hacia ella haciendo un leve alto en el camino a su refugio. Mis manos se aferraron a sus repletas nalgas, nalgas que me traían a la memoria el trasero de Astrid, trasero que había tenido la oportunidad de disfrutar, aun cuando había sido un asalto a medianoche mientras ella dormitaba profunda, asalto que me había abierto las puertas de su condescencia.

Al pasar por delante del edificio en donde vivía Uluna se volvió hacia mí burlona aruñándome un muslo tratando de acercarse con sus dedos a mi bajo vientre: -"esa pelirroja estaba muy bien plantada; fue de pura casualidad que te vi con ella, ji, ji, ji; eres muy mujeriego; pero hoy, hoy soy sólo yo y nadie más; sube conmigo al apartamento, ven, torbellino loco; uhmuah"-. Su boca aplastó la mía asfixiándome; otra vez mis manos se aferraron como garras a sus nalgas; un sordo murmullo suyo salió de sus labios mojados de lujuria: -"será tuyo todo el rato que tú quieras estar en él; súbamos ya a mi apartamento"-. Seguí aruñeteándole sus nalgas y de vez en cuando metiéndole la mano entre sus piernas para tratar de subir hasta su vértice vaginal, pero los nerviosos manotones suyos me lo impedían, así como sus carcajadas burlonas. Por fin llegamos y entramos a su morada. Un silencio total reinaba allí dentro.

Se hizo inmediatamente dueña de la situación y se sentó en su sofá cruzando intencionalmente las piernas para que su estrecho traje se le subiese casi hasta su vértice vaginal; uno de sus dedos índice jugueteaba con el aro de su cierre subiéndolo y bajándolo hasta la altura de sus senos; volvió a entrecruzar sus piernas causándome un gran hervor en mi cuerpo, pues pude verle su pantaleta transparente que se enredaba en su suave melena púbica; sus zapatos cayeron al piso mientras ella se recogía en el sofá protegiendo su intimidad femenina con sus orondas piernas al tiempo que no cesaba de reír pícaramente observando mi reacción; me indicó sonriente: -"en la nevera tengo las bebidas, búscalas y ponlas acá cerca; y trae la radio, pues no tengo tocadiscos como tú; estás en tu casa"-. Sus dedos jugueteaban sensualmente con sus labios, su mirada era en extremo pícara, no cesaba de entrecruzar esas piernas ocasionándome intensos calorcillos mientras buscaba el radio junto con la cerveza, hacía mucho calor para beber vino tinto. Sintonicé una emisora de Luxemburgo porque allí colocaban los éxitos musicales de esos años como los de Los Beatles y demás grupos británicos, así como solistas de la talla de Tom Jones, France Gall y Sandie Shaw. Su mirada me perseguía, tomé asiento a su lado y le pasé un brazo para atraerla y así iniciar las caricias que deberían culminar con nuestras desnudeces uniéndose carnalmente para beneplácito de ambos, pues esa era la meta a lograr esa tarde.

Le serví la espumeante cerveza, bebimos del mismo vaso al tiempo que oíamos la chillona voz del presentador anunciando las melodías que se escucharían a continuación; nos contemplamos intensamente oyéndose el aumento de nuestras respiraciones. Mi ansiedad por poseerla y penetrarla llegaba ya a su límite; no hallaba la forma de que se desnudase para que mi erecta masculinidad se pudiese hundir entre esas carnes pletóricas de sensualidad. Ella deseaba igual ser poseída, pero al mismo tiempo también se preocupaba por hacerme sufrir, pues ella sabía que desde la partida de Marie yo no había tenido relaciones sexuales. Y por tanto estaba urgido. La abracé y besé con frenesí tal que cerró sus pícaros ojos para complacencia mía; entonces le di vuelta al vaso para dejar que cayesen unas gruesas gotas de zumo lupúlico en su vestido, ellas se sumergieron y llegaron a su piel ocasionando una reacción nerviosa: -"ji, ji, ji, tonto, loco, ¿qué haces?; mira cómo me has puesto el vestido; atrevido, ayúdame a secarme; ji, ji, ji"-. El líquido había chorreado desde su pecho hasta su ombligo, la observé sin pestañear un sólo segundo mis párpados; un dedo mío fue hasta el anillo de su cierre y lo engarzó, empecé a halar lentamente hacia abajo, sólo se oyó el zisch silbante del cierre abriéndose; empezaron a aparecer sus hermosas manzanas culminadas por esas gruesas guindas suyas de tinte oscuro; me incliné hasta llegar a la piel húmeda de cerveza para lambeteársela y absorberla. Una, dos, tres, cuatro lambidas y exhaló un largo gemido de placer; mis labios subieron buscando sus botones mientras que mi dedo seguía bajando el cierre para dejar totalmente al descubierto su atractivo cuerpo, sus piernas se estiraron abriéndose y se fue tendiendo en su sofá.

Allí estaba ella, tal como yo la quería tener; cuasi desnuda ante mí entrecruzando sus piernas para simular que su cosa sabrosa estaba escondida allí y el acceso no sería fácil. Aún tenía su traje, pero abierto; únicamente su pantaleta era la vestimenta que le cubría su intimidad púbica. El vestido abierto le daba un aspecto alado como si ya estuviese lista a volar; yo seguía mordeloneándole sus pezones que se iban rellenando a medida que mis mordiscos se intensificaban originándole lentos espasmos en todo su cuerpo retorciéndose voluptuosa. De sus labios emergían suaves gemidos de placer: -"sí, sí, sí, así caribeño; quítame la pantaleta y lámbeme toda mi cosa secreta que hoy será sólo para ti. Uhm, sí, así y más abajo; arráncamela a mordiscos y luego méteme la lengua allí. Ahh, qué bien besas. Eres como un torbellino; anda, desnúdate para que todo esto tuyo sea mío y me penetres; ji, ji, ji, tu petite mademoiselle ya no está más acá, pero estoy yo. Déjame y te ayudo"-. Nerviosa buscó la forma más rápida para que mis ropas no impidieran más nuestro objetivo; haló hacia arriba mi camisa sin desabotonarla, tiró de la correa y en un santiamén quedé sólo con el calzoncillo que mostraba debajo suyo una erección impresionante, ello la halagó: -"¡oh, tanto te excito?; gr, qué duro, gr"-.

Su vestido cayó al piso dejándola prácticamente desnuda, excepción hecha de su tenue pantaleta; igual me hallaba yo con mi calzoncillo; nuestras vistas se oteaban incansables expresándose su deseo mutuo de acercarse y amarse. Me le fui aproximando hasta su oído más cercano para susurrarle mi insinuación; la escuchó y se rió muy nerviosa, como era su costumbre: -"¿quieres que te lo chupe y mame?; ¡oh, estás muy exigente!, ji, ji, ji; pero soy yo la que dice lo que vamos a hacer, yo soy la mujer, y ella manda. Sabes, tengo una idea mejor, me la dio tu mademoiselle, ella me contó todo sobre la última noche entre ustedes, dizque se hicieron un 69 inolvidable; tú te querías comer toda su cosa sabrosa, como la llamas, y ella hasta se ahogó con tu leche, ji, ji, ji; pero no se dejó puyar su culito lindo.

Ven y hazme una lamida bien intensa para ponerme a tono y luego nos hacemos ese <> como ella llamaba al 69. Vamos a la cama para estar bien cómodos; apaga la radio, grita mucho ese inglés borracho y no me deja concentrar para disfrutar de tus lamidas y lambidas. Vamos caribeño, compórtate como un torbellino huracanado y azótame toda mi zona baja, inúndala de saliva con tus lengüetazos y méteme la punta de tu lengua en mi huequito y todas las ranuras; hálame los pelitos y embadúrname bastante; ven ya, ya, ya"-.

La cama era bastante amplia, cómoda, ideal para una noche de mucho fornique, se tendió toda perezosa. Una mano suya se apoyó en mi nuca para que me fuese inclinando hacia su pubis, la otra haló de su pantaleta primero, y luego tiró de mi calzoncillo; ambos quedamos totalmente desnudos; la suave luz proveniente del pasillo entraba tenue a su dormitorio hiriendo su cuerpo. Se colocó boca arriba y abrió sus piernas al tiempo que las recogía en arco para facilitar mi acceso a toda su zona débil, pues bastaba con introducir un dedo para estar en su interior. Su mano prosiguió presionando decidida sobre mi nuca para dirigir mi boca hacia su pubis esponjado, mis labios se posaron sobre su Monte de Venus y un suspiro profundo se escapó de su garganta, mis labios se apoderaron de algunos vellitos suyos halándolos suavemente; un quejido de placer se oyó en la quietud del lugar; mi boca se enrumbó hasta su conjunción vaginal, su cuerpo se estremeció desde sus dedos de los pies hasta la coronilla; mi lengua ansiosa y loca se hundió en esa ranura maravillosa hasta llegar al mágico botón suyo; le lamí y relamí lentamente esa zona rosada varias veces para dicha suya; suspiró embriagada de lujuria y placer deseosa de ser poseída totalmente, su cuerpo temblaba, sus piernas se cerraban presionando y ahogando mi rostro entre ellas; de mi frente chorreaban gruesas gotas de sudor haciendo que mi rostro resbalase entre sus piernas, yo resoplaba para respirar, ella suspiraba complacida: -"sí, sí, más, más, y mucho más; lámeme más mi botón mágico como lo llamas tú; uy, sí, sí, uy; más, más, lame más"-.

No me cansaba de lengüetearle esa zona mientras que mis manos le recorrían ardientes y ardorosas sus piernas desde las ingles hasta sus tobillos; los dedos de mis manos se hundían entre los de sus pies para devolverse hasta sus muslos y reiniciar el recorrido; mi nariz soplaba entre sus ingles buscando aire. Alcé mi rostro y la observé de medio lado para insinuarle que yo también quería ser complacido; le tomé una mano y la llevé hasta mi pene para que lo tomase y sopesase, entonces comprendió: -"sí, nuestro sesentainueve, sí; ahí voy a chupártelo; ponte encima mío y así me lo puedo meter mejor en mi boca; pero no me lo hundas, yo te chupo la cabeza para que te excites bien; deja y te bajo la gorra para que tengas más sensación. Uhm, uhm, uhm, qué caliente está, y ya chorrea mucho, déjame sorberme toda esa leche tuya, uhm, uhm, uhm. Anda, sigue lamiéndome el gallito. Sí, sí, sí, más"-. Ahora ya estábamos acoplados y sumergidos en nuestro mutuo quehacer placentero; ella chupaba y yo lamía; divino.

Sus manos se aferraban a mis nalgas para atraerme, su boca se engullía parte de mi miembro ensalivándolo de forma total, de vez en cuando tomaba los testículos uno por uno en su boca y luego halaba de la luenga vellosidad haciendo que mi masculinidad se irguiese más aún. Un rato después me empujó suavemente hacia un lado, pues de su vagina salían lentas gotas, entonces susurró: -"déjame, tengo que mear; me alborotaste toda y tengo una meada que ya no la puedo contener. Enseguida vuelvo, cálmate que ya seguimos"-. Salió rápida, pues parecía que era urgente. Volvió envuelta en una toalla secándose sus piernas y entrepiernas; se volvió a acostar a mi lado esta vez de frente, con la toalla me secó los jugos suyos que hacían resplandecer mi frente; una vez terminada su tarea, se me acercó para abrazarme fieramente, se notaba que deseaba ser fornicada, y hartamente, me murmulleó al oído: -"deja y me volteo para que me ensalives toda la espalda y me metas la lengua en el ojo de mi culo; gr, porque esta noche sólo será culo lo que te daré; la última vez te gustó, ¿verdad?, pues hoy será sólo culo para ti; ji, ji, ji, y en la mañana me puedes despertar con una buena rociada en la cosita para sentirla bien fresquita. Ven, méteme la lengua en el ojo negro y así no necesito cremitas, todo natural, ven"-.

Se dio vuelta quedando boca abajo, sus piernas abiertas en compás se batían insinuantes, ella yacía sonriendo; me coloqué sobre ella y sus talones golpearon mis rodillas; de sus labios salía una sonrisilla traviesa; mi lengua se fue hundiendo entre su ranura anal hasta llegar a su <>, saltó y murmulleó lenta sonidos inenteligibles; de mi boca cayó una inmensa cantidad de saliva enlagunando su esfínter; balbuceó casi rugiente: -"ahora sí, ponte encima mío"-. Me posicioné sobre ella en cuatro, una mano suya se alargó buscando el pene, lo enrumbó hasta su ojito y ordenó feroz, casi bramante: -"métemelo ya y bien hondo, estoy muy excitada y se abre fácil. Uf, sí, así y más, más"-. Me tendí totalmente sobre ella y el peso de mi cuerpo hizo el resto; empece a morderle su nuca, a mordisquearle sus lóbulos; a halarle su pelo; sus piernas se retorcían bajo mi cuerpo, las mías la aprisionaban para que se mantuviera tranquila y así tratar de dominarla, pues parecía una anaconda envolviendo a su presa. Inicié un suave y rítmico movimiento de mi cadera para que el miembro saliese y entrase acompasadamente de su cueva extraña, ello la excitó más: -"ah, sí, así caribeño; cógeme, fornícame, mételo hasta donde puedas y no pares, más y más, gr; muérdeme toda, cógeme bien, estás en tu casa, sírvete"-. Entonces la estrujé entre mis brazos e inicié un bombeo armónico para complacerla; y yo gozaba de lo lindo al saber que mi miembro estaba allí adentro, de vez en cuando apretaba ella sus nalgas para sentir mejor la penetración; mis labios se comían los suyos, y mis manos le estrujaban sus senos; de cuando en cuando una mano mía bajaba hasta su clítoris para acariciárselo de tal forma que su cuerpo se convulsionaba bajo el mío. Su boca no cesaba de exhalar frases jeroglíficas e incomprensibles, y yo no me cansaba de babearle su cuello y rostro.
La luz del sol entró hasta su recibo y se esparció por su dormitorio; ambos dormitábamos placenteramente uno junto al otro y abrazados, solamente nuestras desnudeces nos vestían; yo fui sacudiéndome poco a poco del sopor para volver a la realidad y me aparté un poco de su cuerpo que ardía de calor veraniego; su corto cabello castaño contrastaba con su piel blanca; suspiró hondo dándose vuelta, entonces estiré mi mano para palpar su vulva que no me había permitido probar esa noche aún recién finalizada; húmeda estaba, como si estuviese esperando una gran invasión, y así me fui colocando sobre ella para penetrarla y darle los buenos días. -"Ji, ji, ji; no Agtiur, primero tengo que ir al baño porque si me lo metes ahora, me haces mear, tengo la tripa repleta de orina"-. Otra vez su meadera me dije y maldije observando mi miembro erecto y rojo de sangre que no podía esperar el momento de penetrarla. Retornó con su sonrisa burlona de siempre espetándome: -"ahora sí, ven y despiértame"-. El sol alumbró más en su cuarto.
.-Ji, ji, ji; sabes, ya cogimos bastante y extenso, vamos a la bañera y nos damos un buen baño, luego te invito a la tasca de Zvonko a almorzar, después me gustaría ir a tu residencia para ver y saber cómo terminó la noche, pues me imagino que pasaron muchas cosas, y bien divertidas; ven, levántate y acompáñame al baño"-.

Esta de sobra decir que la bañera fue testigo de un tremendo fornique pleno y adornado por la espuma producida a raíz del chapoteo de nuestros cuerpos uniéndose a través de mi masculinidad que se hundía ansiosa en su feminidad. Un rato después, luego de haber desayunado sexualmente, ella decidió que nos fuésemos a almorzar, era casi mediodía. Me tiré en el lecho a observar su burdo trajinar al vestirse; de vez en cuando venía a mí para acariciarme y estrujar mis testículos que se le ofrecían al aire libre; reía burlona y proseguía con su maquillaje, el cual era sólo secarse el pelo y ponerse un poco de lápiz labial. Se sentó a mi lado aún desnuda, tal como yo, y la atraje para besarla; entre sonrisas rechazó mi propuesta: -"ji, ji, ji, no, ya fornicamos suficiente, ahora tengo hambre; vistámonos y vamos a comer"-.

Al llegar allí hubimos de constatar que la tasca estaba cerrada, pero al lado existía un restaurante que pertenecía a los mismos dueños, y éste sí estaba abierto. Entramos y nos percatamos de que estaba casi vacío, vino una mesonera del sitio y nos llevó a un sitio apartado, tomamos asiento mientras nos traían unas bebidas refrescantes; luego trajo la carta, le indicamos qué queríamos comer. Mientras traían los minimanjares -ambos éramos estudiantes- empezamos ciertos coqueteos de pareja joven: te toco, me tocas; te meto la mano, me metes la mano; te beso, me besas; ¿me quieres hurgar?, no te lo permito, ¡huy!, ¿qué dirían los vecinos?, no habían vecinos; quédate quieto que ahí viene el mesonero con la comida. Más o menos así transcurrían los minutos mientras llegaban los <>.

Comimos muy tranquilamente intercambiando miradas coquetas, bebiendo del vino blanco y soslayando a la chica que nos atendía y estaba atenta porque no habían más comensales todavía, era demasiado temprano. Pagamos y hos fuimos a mi covacha para bebernos allí un café, ya que en el restaurante era muy caro. Preparé el café en la cocina nuestra que también estaba vacía porque quizás todos dormitaban el trasnocho de la noche anterior. Ella esperaba en mi sofá-cama leyendo algunas revistas que tenía yo en mi escritorio, de vez en cuando reía divertida. Regresé con el café y tranqué la puerta porque no quería bichos impertinentes que interrumpieran nuestro fin de semana que había tenido un inicio ardiente la noche anterior con mucha cópula descarnada. Y debería continuar así porque al lunes siguiente empezaría a trabajar en la HOESCH para seguir reuniendo los reales para mi licencia y mi carrito.

Le serví su café y se lo entregué ocasionando en ella una verdadera reacción sincera: -"¡oh Arturo!, hacía tiempo que no me hacían sentir como una dama"-. Y cruzó sus piernas haciendo que su estrecho vestido descubriese sus muslos blanquecinos, pero repletos de carnes hermosas; casi como las de la Hermanita en Berlín Occidental. Colocó la bandeja sobre su regazo y bebió la infusión oteándome por entre el humillo que se elevaba del líquido caliente. Sorbió un poco, aspiró de mi cigarrillo, me entregó la taza para que yo bebiese de allí mismo. Así seguimos un rato hasta que el café alborotó mi vejiga; no sabía qué hacer en ese momento, o ir hasta nuestros baños y alertar a los demás de que yo ya había regresado, o mear directamente en mi lavamanos.

Me decidí por la segunda alternativa. Me levanté con ella siguiéndome porque pensaba que iba a buscar cigarrillos; se sorprendió al ver que mis manos luchaban con el cierre del pantalón, entonces quizo saber: -"ji, ji, ji, ¿qué haces?, ¿tienes dolor de barriga, ji, ji, ji"-. No me podía contener y extraje mi masculinidad para que expeliese el líquido que atormentaba mi vejiga, salió el chorro sibilante y largo chocando contra la batea blanca, un colorcillo amarillo cubrió momentáneamente la faz resplandeciente; ella observaba sosteniendo la taza de café en una de sus manos; atrás se oía música instrumental venezolana que salía de los altavoces de mi equipo. Se dio vuelta para colocar la taza en la mesita y volvió con rostro de hambre y sed: -"deja y te lo lavo, después te lo chupo; gr, qué ansias; me sedujiste sin quererlo"-. Sus manos se dieron a la tarea de enjabonármelo, lavármelo, incluso untármelo con una crema que ella traía en su bolso, sus dedos lo estrujaban subiendo y bajando el prepucio ocasionando que se fuese irguiendo y endureciendo para satisfacción suya: -"qué bien, se te está parando, te lo tendré que calmar, ji, ji, ji, deja y te masturbo para que se quede tranquilo hasta más tarde; aquí no me dejo coger, mucho ruido y no me puedo concentrar; además los baños están afuera y lejos. ¡Ah!, ya estás eyaculando. Deja y te lo lavo bien y te lo perfumo. Uy, qué cantidad de leche, lástima que no me la hayas echado a mí para sentirme bien llena. Ahora te lo seco para que lo guardes hasta más tarde; pero déjame darle una chupadita. Uhm, divino, perfumado y qué caliente; luego nos vamos a mi cuarto y me fornicas intensamente, muah, muah"-. ¡Qué cariños!, no me los esperaba, pues no había sido mi intención; había sido sólo esa necesidad fisiológica de urgencia.

Toc, toc, toc. Plong, plong, plong. <> Era Franz, mi vecino, que tocaba, pateaba y aullaba frente a mi puerta. Supuestamente había sucedido un hecho muy divertido la noche anterior; ella reaccionó concreta: -"¿te das cuenta?, estuvo mejor habernos ido a mi casa, acá no habríamos tenido tiempo para nada; ellos habrían estado todo el tiempo delante de tu puerta; además, Rafael vive en este piso también, y seguro que el escándalo fue grandioso, fabuloso. Sí, vamos y después nos refugiamos en mi casita porque aquí no tendremos tranquilidad, ya saben que estoy acá contigo de manera que no habrá paz. Ah, ya está bien engrasado; ji, ji, ji, para que me llenes mi culo esta noche. Uhmuah; uy, creo que me estoy enamorando, ji, ji, ji; vamos a escuchar esa historia de tu amigo, me interesa y mucho, pues vi a la chica que estaba con él y quisiera saber qué le hizo o qué hicieron, ji, ji, ji; guárdatelo y cálmate, ji, ji, ji"-.

Olé. Rafael corta oreja, pata y rabo

La tomé de una mano como parejita de enamorados y me la llevé a la habitación contigua de Franz quien ya había servido su vino de manzana y nos esperaba impaciente, luego llegó Jürgen con su Daniella y Detlef acompañado de Brigitte, su prometida. Esta Brigitte no tenía nada que ver con la chica que yo había conocido en Witten. Ese nombre era muy popular por aquellos años en Alemania debido al impacto causado por Brigitte Bardot en el cine mundial en los 50 y 60. Nos sentamos para escuchar atentamente la narración de la aventurilla de Rafael en la noche anterior, la cual parecía que había sido muy divertida. Estábamos de pie esperando las indicaciones de Franz quien repartía los vasos con ese vino de manzana proveniente de las zonas cercanas a Francfort. Berbell me tomó de una mano y me llevó hasta la silla del escritorio para que yo me sentase allí, ella lo hizo sobre la mesa para adueñarse de la situación, pues era la chica mejor parada del momento; su exuberancia sobresalía por encima de la sencillez de Brigitte y la delgadez de Daniella. Los demás hicieron entonces lo mismo; Franz no se percataba de nada porque estaba ocupado con el vino y las copas. Alzó la suya para brindar: -"por Rafael y su jornada de ayer, viva Rafael, salud"-. Todos brindamos con él. Entonces inició el recuento de lo que había sucedido la noche anterior en ese piso.

-"Ja, ja; tomen vino para que se entonen riéndose con la aventura de Rafael y sus chicas campeonas que anoche alegraron la fiesta en esta bella residencia; ja, ja, ja, Kortmann se alegrará mucho cuando vea la cuantía de los daños que causó una de ellas; salud a todos, en especial a ti Berbel porque estás hoy muy seductora. Bueno, ahí va la historia de Rafael que todavía está durmiendo porque tuvo mucho ajetreo y debe estar molido.

Este señor de Costa Rica se lió ayer con dos chicas una tras la otra, y ambas son compañeras de trabajo; ja, ja, ja. Todo empezó en la tarde cuando llegó la Karen, una mujer gigantesca, buscando a Rafael. Él estaba en su cuarto echando su siesta, pero el resonar del timbre lo despertó y de repente estaba ante él esa monstruosidad de mujer, con lentes gruesos, cara amplia, unas tetas gigantescas, caderas anchotas y piernas largotas. ¡Qué yeguota!

Rafael la dejó entrar a su cuarto y entonces comenzaron a coger como desesperados. Solamente se escuchaba el ruido de los resortes de la cama que ya se reventaban y los alaridos de la Karen repleta de alegría porque él se lo estaba enterrando todo, hasta la raíz de su lanza larga y bien dura y ella gritaba: <>, y él pujaba como un búfalo: <>. Lástima Berbell que se haya perdido ese espectáculo; ja, ja, ja, pero lo mejor vino más tarde en la fiesta, pues se cansaron de coger y bajaron a la fiesta para bailar un rato; ella tenía que ir a cada rato al baño a limpiarse la leche que le bajaba por sus piernas: <> decía y se perdía para secarse las piernas y todo ese pelero suyo mojado con los jugos de Rafael, ja, ja, ja, ja.

En una de esas escapadas suyas al baño, se apareció una rubia preguntando por Rafael. Esta rubia se llama Gisela y es compañera de trabajo de Karen; bueno, entonces él tenía dos posibilidades ahí a su lado. A una ya la había cogido y hartamente, la otra venía por la misma razón y buscando lo mismo, ja, ja, ja; qué enredo para Rafael con su pipa.

Luego supimos por qué la Karen tenía que ir constantemente al baño, ja, ja, ja; Rafael la había cogido por el culo y le había alborotado su intestino, por ello tenía que ir a cagar constantemente. Mientras Karen se descargaba, él bailaba con Gisela que lo abrazaba como si ya se lo quisiera comer enterito. En una ocasión Gisela lo fue sacando del salón y de repente se perdieron, ya no se dejaron ver más.

Un poquito después llegó Karen buscando a su Rafael, decía ella; pero él ya no estaba, se había perdido con la rubia. La gigante Karen se sentó un rato a esperar, estaba muy impaciente y fumaba como una locomotora, ja, ja, ja. No se aguantó más y salió a buscarlo; y nosotros detrás porque sabíamos que habría show y del bien bueno. Ella gemía de la furia gritando que lo iba a destrozar, y en realidad causó destrozos en la puerta de Rafael, ja, ja, ja, ahora vamos y vemos la puerta.

Karen se plantó delante de la puerta y le entró a patadas hasta que uno de sus tacones se incrustó y quedó colgando ahí; ja, ja, y no lo podía sacar, entonces le dio otra patada con el otro zapato, y ése también se incrustó, ja, ja, ja. Ella descalza y los zapatos colgando de la puerta, y allí la emprendió a carterazos y manotones, solamente se oía un clash, clash; y los zapatos colgaban de la puerta. Adentro no se oía nada, pero nada, ello enfurecía más a Karen porque sabía que estaban ahí adentro y él encima de ella cogiendo bien sabroso a pesar del escándalo, ja, ja. Por fin logró sacar los zapatos, se los calzó y se fue amenazando a Gisela que la iba a denunciar con el jefe en la compañía para que la mandaran a la cocina a pelar papas, y salió echando humo. Rato después salieron ambos risueños y contentos, felices"-.

Karen no volvió más y Gisela sería meses más tarde por un corto tiempo la esposa de Rafael, incluso estuvo con él en Costa Rica pero no le gustó tanta hospitalidad y retornó a la fría y gélida Alemania. Rafael se quedó en su país para siempre, se casó con una tica y vive allá disfrutando de su pensión.

El relato de Franz nos causaba mucha hilaridad debido a su mímica que era incomparable. Berbel se retorcía de la risa y entrecruzaba constantemente sus piernas ocasionando la curiosidad de Jürgen y Detlef, de paso aprovechaba ella para presionar sobre mi regazo y premiarme con miradas claras de los deseos para más tarde; Daniela no se perdía detalle y sonreía socarrona, Brigitte observaba mas no expresaba nada de ninguna manera; sólo miraba serena.

Fuimos con Franz para ver los daños causados en la puerta, en realidad tenía unos huecos hondos y claros, Rafael tendría problemas con el conserje Kortmann. Regresamos al cuarto de Franz, Berbel ya no quiso tomar asiento, me enrolló en sus brazos, me mordisqueó la oreja más cercana a su boca mientras murmulleaba feroz: -"vamos a mi casa, tengo hambre de ti, ya está bien de historias de Rafael y sus concubinas; ahora yo quiero ser poseída por delante y detrás, ven"-.
Fue un fin de semana muy intenso con la maestrica que me hizo olvidar a la francesita. Al lunes siguiente me fui a la fábrica a trabajar para reunir mis reales con los que quería llevar a cabo mis planes que eran sacar la licencia y luego comprarme un carrito para movilizarme por Europa. Luego comencé el siguiente semestre y seguí en la compañía de la maestra porque no tenía mucho tiempo para distraerme en discotecas; además, ella era una mujer muy ardiente, así como sensual, y por lo tanto no tenía necesidad de estar buscando una distracción, Berbel me distraía, y suficiente.

Continuará. Capítulo 19. Se cumple el sueño.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25295
  • Fecha: 19-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 6
  • Votos: 22
  • Envios: 0
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