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Categoría: Confesiones

Capítulo 17 - Primavera del 71. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 17 - Primavera del 71. En la primavera florecen las plantas.

Sylvia desapareció para siempre de mi vida, tal y como se narró en el capítulo anterior. En ese momento no me daba cuenta de ello, sólo mucho tiempo después comprendería que la bailarina de carnaval había sido un caso espontáneo e incluso fortuito durante aquella alocada vida de mi primera etapa en la Alemania de la Guerra Fría. La añoré algunos días pues era una mujer poseedora de un gran temperamento y su aptitud para bailar me había cautivado in extremis; ella era miembro de una comparsa de baile carnavalesco en Düsseldorf, su ciudad. Mi cabeza estuvo revuelta con sus recuerdos algunos días, pues no tenía contacto momentáneo con las otras amiguitas como la francesita y tampoco con la maestra Berbel.

Sin embargo, la realidad retornó pronto porque Marie Claude se apareció una tarde por mi covacha dortmundesa para invitarme a cenar con ella. Me sorprendió, pues no era que la hubiese olvidado, en absoluto, pero debido a mi trabajo en las vacaciones de ese invierno no había tenido tiempo para estarla buscando, así como tampoco a la maestrica alborotada llamada Berbel. Su llegada o reaparición me cayó bien porque había recibido ya reales de mi trabajo y podría darme el lujo de invitarla a salir, cenar, bailar en una discoteca. Se regocijó al tiempo que me felicitó por mi trabajo y disciplina. Estando en la cena me propuso abiertamente algo que casi me hace escupir el bocado que tenía en mi boca: -"Agtiurr, eres un hombre interesante; me gustaría conocerte más a fondo, y que tú me conocieses a mí; ¿me entiendes?"-. El tenedor con el bocado de carne cayó al plato, tal como allá en la cocina de la Hermosura al ver entrar a la deidad escandinava. Marie Claude sonrió segura y casquivana al notar que me hacía dudar. -"Llévame a tu cuarto; tú tienes música de Gilbert Becaud, Mireille Mathieu, Edith Piaff, Jane Birkin, hoy la quiero oír en tu compañía y bailarla contigo; paga ya, quiero estar sola contigo; compri?"-. Qué ataque tan frontal. Uf. Era una chica muy decidida, de armas tomar; en ese aspecto se semejaba bastante a la Hermosura.

En esta residencia había el mismo rollo que en Berlín: prohibida la visita de chicas después de las 10 p.m. Y ésta era más fácil de controlar porque allí vivíamos sólo ochenta estudiantes repartidos en tres pisos. Los cuartos no tenían ni ducha ni baño, todo era comunitario, en fin, muy complicado para que una chica pasase desapercibida; además, el conserje vigilaba sin tregua. Logramos entrar sin llamar la atención del mismo y nos refugiamos en mi covacha. Tranqué la puerta que daba acceso al piso, aunque ello no era inconveniente para él, pues poseía una llave maestra. En realidad realizaba correrías sólo cuando se hacía mucho ruido y algún vecino lo llamaba para que impusiera orden. Todos sabíamos que la táctica era hacer silencio, y yo contaba con la ventaja de tener a Franz como vecino, él no se quejaría nunca. Era sábado y el piso estaba casi vacío, sólo un jordano rezandero preparaba en la cocina sus manjares árabes. Lo saludé, respondió afable oteando a Marie Claude mientras yo abría la puerta de mi covacha. Al entrar me susurró que debería ir al baño, salió, yo entré a la cocina para distraer a Abdulah. Momentos más tarde volvió ella con una nueva preocupación, deseaba ducharse y necesitaba mi bata levantadora; le indiqué el sitio y cerré la puerta de la cocina para calmar la curiosidad del jordano, éste sonrió bandido concentrándose en la preparación de su manjar. Toc, toc, toc. Ella regresaba, me despedí y salí.

Cerré la puerta tras de mí y halé la gaveta baja del armario para trancar la puerta y así evitar que el conserje accediera al cuarto con su llave maestra. Allí estaba ella escondiendo su curvilínea silueta debajo de una levantadora floreada que se ceñía levemente a su piel, descalza caminaba de puntillas simulando no hacer ruido: -"ssh Agtiur o viene Koggtman, sshh"-. Su acento francés la delataba a leguas, pero era muy divertido escucharla. Tomó el 45 de Jane Birkin y lo colocó en el tocadiscos, me miró seductoramente, alargó su mano pidiendo la mía mientras me atraía hacia ella, nuestros dedos se entrelazaron al tiempo que la voz melosa de la inglesa casada con Serge Gainsbourgh invadía la atmósfera con <>, un éxito que sacudió todos los estantes de ventas por aquellos años. Su levantadora crujía rechinante con la presión de mis manos; sus brazos envolvieron mi cuello e impulsándose sobre la punta de sus pies quedó colgando en el aire obligándome a pasar mis brazos por debajo de sus piernas; la sostenía, me miró directa y murmulló desafiante: -"¿qué crees tú que estoy deseando?, dímelo, dímelo"-.

Nuestras respiraciones conjugaron sus calores; hasta mi llegaba el aroma de su cuerpo femenino: calidez, calentura, inspiración; sí, mucha inspiración pues de sus labios emanaron frases muy cortas, mas significativas y elocuentes: -"Agtiur, quiero que esto sea más que una fraternal amistad; quiero más y mucho más; compri?"-. Sus castaños ojos se iluminaron intensamente, su boca selló la mía. La deposité suavemente sobre el lecho y la contemplé de arriba a abajo; a través de su dormilona se notaba y traslucía su cuerpo desnudo; sus senos como peras muy erectos coronados por uvas morenas, su ombligo retozón, su vértice púbico incitaba a lamerle toda esa zona ansiosa de caricias. Mi mano fue echando hacia atrás esa dormilona molesta que la cubría, la carne trigueña de sus muslos fue apareciendo; un calorcito agradable invadía mi humanidad al tiempo que mi mano recorría sus piernas llegando hasta la conjunción de ellas; ella alargó una mano suya hasta llegar a la cremallera y empezó a halarla hasta que la bajó totalmente, entonces murmulleó casi insonora: -"quiero que esto tuyo sea mío ahora mismo, quiero sentirlo muy dentro de mí; viens Agtiur, viens"-.

Inicié mi desnudamiento para complacerla, esparcí mi ropa por el piso de mi covacha mientras ella veía y observaba seria mi acción. Mi cuerpo quedó libre de indumentaria alguna; mi erección masculina mostraba a leguas mi excitación; me senté al borde de la cama y me incliné para besarla; ella alargó una mano para hallar el miembro erguido y ansioso de penetrar en sus carnes trigueñas. Nos miramos largamente mientras ella apretaba con su mano mi pene y mi mano acariciaba su pubis, pero sin hurgar aún en su estuchecito. Me incliné hacia su boca cerrada como queriendo impedir el acceso de mis labios a los suyos; entonces se abrieron para indicarme cómo le gustaría ser amada: -"monsieur, a las francesas nos place que nos hagan el francés con pasión y frenesí, y practicamos el coitus interruptus porque odiamos cuando el hombre nos penetra brutamente y derrama descontroladamente toda su energía líquida en nuestra vagina; así que no me violes ni bañes con semen; ámame, y bien, compri?, el francés es que nos acaricien pausadamente la vagina con la lengua y la boca; el coitus interruptus es sacar el miembro de la vagina antes de la eyaculación; comprí monsieur?. No me desilusiones Agtiur; ven y entra en mí, ámame con todo esto tuyo"-. Se notaba que era maestra, pues sabía impartir instrucciones, y muy bien. Me quedé muy pensativo sobre ese <>, no le hallaba explicación. Nunca le escuché una frase igual a la Hermosura, así como tampoco una explicación semejante sobre relaciones sexuales; esta francesita era complicada.

Se irguió para sentarse en el lecho y así poder deshacerse de su dormilona; toda su electrizante desnudez apareció muy radiante ante mis ansiosos ojos; ya nada me pudo contener e inicié la invasión de aquella verdadera Bastilla, pues ella sí era francesa y no alemana como mi hermosa Hermanita en Berlín. Entendí la razón urgente suya para ducharse y me alegré de que lo hubiese hecho, ya que de su cuerpo emanaba perfume aromático incitante y excitante; qué piel tan suave la suya, mi lengua reptileaba por toda su feminidad humedeciéndola para así facilitar luego la penetración en su deleitosa caverna; yo le hacía su francés tal y como espontáneamente se lo había hecho a mi instructora de amor allá en Berlín, mas Marie Claude no tenía por qué saber que me era conocido. Lo del coitus interruptus sí me era nuevo y por ello alargué al máximo la caricia bucal y lingual. Entonces llegó el momento en que ella me solicitó ser invadida por mi miembro: -"Agtiur, ya está bien de ensalivación en mi vagina; ahora, ahora llénamela con todo tu pene; viens"-. Desde mi tocadiscos se oía bajamente a Jane Birkin con su voz de gatita melosa: je t´aime, je t´aime, je t´aime.

Se tendió en mi lecho al tiempo que me observaba anhelante para tratar de adivinar cómo le haría yo para complacerla. Yo ya no podía soportar la ansiedad de poseerla, pues teníamos semanas de conocernos y hasta ahora sólo habían sido solamente besitos y abrazos, pero nada más. Me lancé sobre su cuerpo, ella sonrió al ver que su exhuberante desnudez despertaba en mí una opulenta avaricia de ser dueño de sus carnes bañadas de sensualidad trigueña. Ya no me pude contener más, me subí sobre su cuerpo y la envaré de forma burda, su vagina estaba muy húmeda lo cual me permitió una pronta invasión; y una generosa eyaculación precoz. Mi cuerpo tiembla sobre el suyo, el suyo bajo el mío, murmura frases en su francés que no comprendo, me muerde una oreja y sus uñas se clavan en mis nalgas, resuella mientras la ahogo con mi boca para que no pronuncie sonido alguno; mi descarga seminal la baña; me empuja con una mano para que nos separemos bucalmente, me observa reprochona: -"monsieur, esto no es coitus interruptus; éso es ducha general de mi vulva, te lo dije que lo sacaras antes de eyacular. Así no monsieur porque entonces me vas a preñar. merde!; todavía no quiero ser mamá, y no deseo tragar píldoras anticonceptivas para evitarlo, compri monsieur?"-.

Se sentó en la cama mientras hundía los dedos de su mano derecha para comprobar la cantidad de la irrigación; se tendió boca abajo dándome la espalda deseándome una buena noche y previniéndome: -"y no se te ocurra poseerme durante mi sueño, eso sería una violación; ni mucho menos invadir mi trasero, quiero que siga siendo virgen"-. Se cubrió con la frazada dejándome allí pensativo respecto a la situación que acababa de finalizar. Berlín, Berlín me dije; ella sabría qué aconsejarme; sí, ella, Astrid sabría la solución para este problemilla momentáneo con mademoiselle Marie Claude. Su respiración era tranquila, le besé su cuello y me tendí a su lado; ella reaccionó: -"duérmete Agtiur, mañana hablamos; abrázame Agtiur, pero no me poseas ni penetres, sólo un abrazo para sentir tu calor"-. La tomé en mis brazos pensando en Berlín. Sí, llamaría a Berlín para saber su opinión y consejos al respecto, pues la franchute me gustaba mucho. ¿Era esta chica la linda y bella que Astrid me había profetizado? No lo sabía, pero tampoco quería que me abandonase tan prontamente.

Esa actitud suya me movilizó mental y corporalmente, pues hube de averiguar cómo se le hacía con ese método por mí desconocido que la francesita me quería meter en la cabeza: <>. Hablé con Rafael, mi gran amigo tico y hombre de mayor experiencia. En una larga conferencia acompañada con mucho vino tinto francés trató de explicarme ese <> del acto sexual. Él reía al observar mi cara de inocencia mientras vocingleraba sobre ese famoso <>. Sinceramente no le entendí nada, pero la conversación fue bastante divertida, pues él las adornó con muchas anécdotas de su vida privada con chicas allá en su bella tiquicia. Entonces decidí llamar a Berlín para hablar con mi hermosa hermanita alemana y plantearle la situación. Salí a buscar una cabina telefónica armado de bastantes monedas de 1 marco -0,25 cts. de dólar en aquellos años-, pues pensaba que la llamada duraría bastante, aun cuando ella era una persona concreta, tal como son los alemanes. Introduje la primera moneda y marqué ese número suyo que nunca olvidé, ni olvidaré.

Largos segundos y un asqueroso tu se reportó. Otra vez introduzco la moneda, marcó el número y espero mientras de mi frente bajan gruesas gotas de sudor, mis dedos se encargan de golpear en el aparato tratando de que se desatasque, se oye un lúgubre tuu, tuu, tuu. Quiero claudicar ya y que la franchute se vaya al coño con su táctica de sacarlo antes de eyacular, si no le gusta estar conmigo, que se busque a otro, pienso y medito mientras el teléfono continúa con su tu, tu que me pone en ascuas.

Cuelgo, abro la puerta y salgo, pateo un par de piedrecillas al tiempo que reflexiono sobre qué hacer. Decido volver a llamar a Berlín. Marco el número y aspiro del cigarrillo que me ha acompañado durante todo el tiempo. Los vidrios de la cabina se cubren con el vaho sudoroso por donde resbalan gruesas gotas zigzagueantes, el humo de mi cigarrillo me ahoga y exaspera; ya casi quiero tirar la toalla, pero una voz interna me ordena perseverar. Clac. -"sí, ¿quién habla allí?"-. Mi cigarrillo cayó de mi boca aterrizando en el frío piso de la cabina, no hallaba palabras para responderle, el negro auricular se convertía en un aparato inmanejable; por fin lo pude dominar, así como mi voz y le contesté emocionado: -"yo, Arturo en Dortmund; soy yo"-. Segundo corto de silencio suyo y luego una sincera exclamación de alegre sorpresa: -"Agturro, qué alegría, ¿dónde estás?, háblame"-. Al fin me dije, al fin la hallé me dije y trastabillé algunas frases cortas: -"estoy en Dortmund; y necesito hablar contigo; preciso tu ayuda, por ello te estoy llamando."- Un corto momento de mutismo y luego su pregunta directa: -"sí Agturro dime, ¿acaso problemas con una chica?, ¿es eso?, ¿problemas con una chica?, ¿sí?; entonces cuéntame y dime qué te pasa; dímelo"-. Su sicología femenina y madurez no la engañaban; era muy cierto que tenía líos con una chica, y yo deseaba que esos problemas se acabaran con la ayuda y consejos de mi hermosa Hermanita en Berlín. Astrid no era berlinesa sino de Colonia a orillas del Rin en Alemania Occidental, pero vivía desde hacía varios años en la capital de la Guerra Fría.

-"Agturro, Agturro, ¿aún estás ahí?"-. Sus sonoras palabras me sacaron de mi ensimismamiento; allí traté de empezar a coordinar las ideas para expresarle a través de frases concretas mi preocupación. Le expliqué o repetí sus frases de la despedida cuando ella se puso a disposición para orientarme si llegara a tener líos en mi vida mientras estuviese en Alemania. Oía atenta a mi arrebatada grandilocuencia sin interrumpirme, sólo cortos <>. Allí le contaba yo los hechos con la franchute de manera bastante detallada; ella no se perdía nada, pero no me interrumpía en ningún instante. Por fin cesé en mi descripción y le solicité sus consejos. Largos segundos de silencio suyos, hasta pensé que la comunicación se había cortado, cosa nada extraña en aquella época de espionaje entre ambas Alemanias y por tanto estaba todo pensativo. Una frase suya inicial me tranquilizó totalmente: -"Agturro, no somos máquinas, somos seres humanos; esa frase para empezar. Y luego, acuérdate de nuestras relaciones; yo me sentaba encima tuyo para evitar esos emocionados lances tuyos y así evadir una invasión rápida y total; es muy facil, cambien la posición, ¿uhm?, ¿sí?; y dile a tu petite mademoiselle que no sea egoísta y te explique en lugar de bombardearte con reproches; no te aflijas por ello. ¿Cuando vienes a Berlín?"-. Ya lo dije que ella era muy concreta en su forma de expresarse; le agradecí muchísimo su ayuda, y sobre su pregunta cuándo iría a Berlín me limité a responderle que tan pronto como sacara la licencia y comprara mi carrito lo haría; su reacción fue linda debido a la espontaneidad: -"¡ah!, muy bien Agturro, muy bien; entonces te espero, pero avísame. Y no te preocupes por tu petite française, hazle comprender que somos seres humanos, y no máquinas; ¿algo más?, sabes, debo estudiar"-. Le contesté que eso era todo por ahora y le agradecí mucho su cooperación; reaccionó comprensiva: -"Agturro, cuando te fuiste de Berlín te ofrecí mi amistad, no tienes que agradecerme nada. Saca pronto la licencia y cómprate el escarabajo para que vengas a Berlín; ha cambiado mucho y te alegrarás de ver tu ciudad, aunque el muro sigue allí; mándame un besito de esos tuyos llenos de pasión y amistad. Uhhm, sí, así, hasta pronto hermanito"-. Tuu, tuu. Ahora sabía y sabría qué hacer con la petite mademoiselle. Enrumbé hacia la residencia masticando ideas nuevas.

El verano se acercaba y con ello la partida de mademoiselle a su bella Francia, pues su pasantía en el colegio de Dortmund se acabaría. Nuestras relaciones sexuales mejoraron gracias a los consejos de mi hermosa hermanita allá en la isla berlinesa que era la capital de la Guerra Fría. Marie nunca supo nada, pero me felicitaba porque yo le hacía su francés de manera intensa y luego coitábamos largamente, pues me la sentaba en mi regazo para penetrarla hasta lo que más daba mi masculinidad, ella no se cansaba de acariciarme bucalmente y murmullearme lindas frases mezcladas de francés y alemán en donde me babeaba suspirando y pidiendo más amor, y hasta reconociendo mis esfuerzos para su deseado <>.

Largos minutos éramos uno mientras ella se sentaba sobre mi regazo para sentir la carne erecta en su feminidad, de allí descendían sus zumos bañando mis testículos e ingles lo cual ella aprovechaba para refregar su pubis sobre el mío y así desatar una mayor pasión, pues yo le agregué a su <> una fase final que consistía en lamerle su inundada vagina para acariciarle su clítoris y así hacerla suspirar de dicha. Ella siguió yendo a su colegio en donde impartía clases de francés al tiempo que asistía a un curso en la universidad para profundizar en sus conocimientos del idioma alemán. Por extraña casualidad del destino tenía como compañera a Berbell tanto en el trabajo como en la universidad, y hasta llegaron a ser buenas amigas en el trabajo y en la vida privada. Y yo no tenía ningún conocimiento de ello; ni me lo imaginaba, pues Marie sólo me hablaba de su amiga en la escuela, mas nunca mencionaba su nombre, mucho menos el sitio en donde vivía; se trataba una amiga alemana que la escuchaba atentamente cuando intercambiaban experiencias en francés, el idioma que ambas enseñaban. Luego sabría que Berbell no la apreciaba, incluso la odiaba.

O cumples mis deseos, o te vas

Una noche, luego de haber acompañado a Marie a su residencia decidí entrar a la tasca de Zvonko para beberme una cerveza y después volver a mi cuarto para descansar. No había allí nadie conocido por lo que decidí sentarme en la barra, Zvonko me trajo el vaso con cerveza, empecé a saborearlo lentamente, lo coloqué en la servilleta y dirigí mi mirada a la tragaperras que hacía mucho ruido; me olvidé de lo demás. De repente, una voz femenina me saca de mi abstracción, me sorprende escucharla porque tenía ya bastantes días sin escucharla. Su pregunta es directa y clara, muy clara. -"¿Me dejas probar de tu cerveza?, ji, ji, ji"-. La voz me era conocida; me volví para comprobar quién era. Berbel con sus ojillos saltones y su risilla nerviosa se plantaba delante mío. Le alargué mi copa para que calmase su sed, bebió un sorbo largo, le hice señas a Zvonko para que trajese dos más, entretanto la ayudé a deshacerse de su chaquetilla, la colgué en la percha cercana y de inmediato me entregué a manosearla discretamente. -"Estás muy ardiente hoy, ji, ji, ji"-, fue su reacción. -"¿Jugamos a los dados?, si ganas, te vas a tu casa bien bien solito, y si gano yo, entonces me acompañas a la mía; tú empiezas"-. Tomé el vaso de cuero repujado conteniendo los tres dados, le di vuelta para que cayese sobre la mesa; ella lo levantó, sus ojos brillaron aún más y sonrió triunfadora: -"ji, ji, ji, ji; te irás a casa bien solo, fíjate; tres ases, qué suerte tienes, no necesito jugar"-. Tomó mi copa para beber un largo sorbo mientras me miraba socarrona por encima de la curvatura de la misma. Ella llamó a Zvonko para que trajese una ronda más a mis costillas: -"Zvonko, dos más, Arturo paga, ji, ji, ji"-. El yugo nos trajo la siguiente ronda y la anotó en mi cuenta; ella, quizás intuyendo mi decepción momentánea, brindó alegre: -"por ti, y tus conquistas; salud, ji, ji, ji"-. Colocó la copa en la tabla de la barra dedicándose a ensayar con los dados observándome burlona.

Berbel tenía una silueta atractiva aunque no seducía debido a la forma de ataviarse. Demasiado sencilla y sin mucha gala que destacar como zarcillos, maquillaje, minifaldas o trajes llamativos. Sólo su silueta llamaba la atención, nada más, nada más. Continuaba jugueteando con los dados al tiempo que me oteaba soslayadamente; yo aspiraba de mi cigarrillo y bebía de mi copa la cerveza temperada. Llamé a Zvonko: -"la cuenta por favor, ¿cuánto te debo?"-. El yugo trajo mi papelito, lo leí, extraje de mi billetera el pago y se lo entregué. Ella, provocándome al máximo, se burló de mí directamente: -"buenas noches, ji, ji, ji"-. Recibí el vuelto, lo guardé en mi billetera, bebí el último sorbo de mi copa, me envolví en mi chaqueta y me le acerqué para despedirme. Ella, burlona y casquivana como siempre lo era, observó risueña: -"ji, ji; ¿te vas solo?, ¡qué lástima!"-. Se sentaba en el banco alto, cruzó sus piernas mostrándome toda su atrayente muslosidad, alzó su copa plena aún de líquido lupúlico y brindó en silencio, posó la copa en la barra mientras cruzaba nuevamente sus piernas obligando a que la falda retrocediese dejando así al descubierto una parte de sus blancuzcos muslos. Mis ojos, reforzados de etil, se desorbitaban. Me le acerqué mientras en el aire se escuchaban las notas musicales de Nathalie. Qué ironías tiene esta vida. Nathalie.

Mi mente se convierte en una máquina que le dicta a mi cuerpo órdenes concretas; la alzó de su banquito alto y ella aulla como si simulase un secuestro o violación: -"¡oh!, ¿qué haces conmigo?; tú, salvaje caribeño, ji, ji, ji, ji"-. No le presto atención a sus melindroserías, la atraigo hacia mí al tiempo que sus piernas pelean y discuten con el aire, sus zapatos vuelan cayendo al piso con un sonoro clac; protesta nuevamente: -"tú perdiste la partida, ¿qué te pasa?"-. Nada contesto, y la sigo sosteniendo. -"Dame mis zapatos, déjame sentarme; estás muy atrevido esta noche. Dame mis zapatos"-. Zvonko bebía su limonada silencioso. Yo la acribillaba con mis ojos, me la quería comer con ellos allí mismo; ella simulaba sorpresa por mi asalto imprevisto; yo la seguía sosteniendo en vilo, y ella se aferraba a mí con ambos brazos atándolos a mi cuello, al mismo tiempo protestaba por la desnudez de sus pies: -"mis zapatos, dámelos, dámelos. Por favor"-. La posé en el banquito, me incliné para recoger del piso sus zapatos, uno por uno le tomé sus pies para calzárselos. Dejó resbalar su cuerpo hasta tocar piso, me pidió un favor más: -"mi chaqueta por favor"-. De un salto se la traje y la ayudé a meterse en ella, me lo agradeció. Zvonko contemplaba la escena tranquilo, ya no había más clientes y esperaba que nos largásemos para cerrar su local. Salimos y él, detrás nuestro, trancó la puerta deseándonos buenas noches. -"¿Y ahora qué vas a hacer?, dímelo"-. Le tomé una mano, comencé a caminar casi arrastrándola; ella reía con su típica nerviosidad que a veces me <> como habría dicho mi gran amigo Bruno allá en Berlín. Hice caso omiso de ello mientras esperábamos en el semáforo, cruzamos la calle solitaria en una rápida carrerita, al llegar al otro lado la atraje intempestivamente y la enlacé entre mis brazos, rocé mi nariz sobre la suya y le susurré feroz: -"quiero dormir contigo esta noche; ya, ahora mismo"-. Me agaché veloz hasta engarzar sus pantorrillas con mis brazos y la alcé mientras se carcajeaba; dejé que su cuerpo resbalase lentamente, nuestras vistas se toparon; la apretujé voraz; ella sólo se limitó a susurrar: -"eres un mal perdedor Arturo, muy mal perdedor, ji, ji, ji, ji. Agtiur, ji, ji, ji; Agtiurr, ji, ji, ji"-.

Ella introdujo la llave en la vieja cerradura mientras que yo le aprisionaba sus nalgas con mis manos convertidas en garras; ella no se quejaba y trataba de abrir la puerta lo antes posible para librarse de mi intenso manoseo. Por fin logró entrar y yo detrás suyo sin soltarle sus nalgas; allí se dio vuelta y cesó con su risilla nerviosa, me miró directo a los ojos dejando ver picardía, se me acercó para abrazarme rugiendo quejas: -"monsieur Agtiur; tu Marie Claude es compañera mía de trabajo, y me tiene mucha confianza, me habla siempre en francés de manera que nadie nos entiende lo que hablamos; ella me cuenta sus intimidades, especialmente las relacionadas con ustedes en la cama, ella no sabe que te conozco, y bien, ji, ji, ji. Me habla mucho de lo lindo que le haces el <>, se admira y dice que no sabe dónde aprendiste a meter la lengua en la vagina y a acariciar el clítoris con tanta calma; sus ojos le bailan de dicha cuando me narra sus experiencias contigo; bahh la odio, menos mal que se va pronto"-.

Clash. Clash. Dos nalgadas suyas se estrellaron en mis glúteos mientras me miraba pícara. -"A mí casi me violas cuando estamos juntos, me lo entierras sin compasión alguna, sólo me das un par de besos, me manoseas las nalgas y los pelos de la vagina, luego me hurgas el culo y me obligas a que te acaricie tu fierro y huevos, a que te chupe y mame toda esa cabezota, después entras con furia en mí como si yo no tuviese alma, como si fuese carne muerta disponible para tu placer. ¡Ah!, pero hoy será diferente, pues a ella le bailan sus ojillos cuando me cuenta lo tierno que eres con ella; le metes la lengua hasta en el ojo del culo y la haces retorcer y chillar de placer. Hoy me haces lo mismo, pues yo también tengo corazón y hasta soy un poco romántica, y me gusta que me lamban y laman todita, en especial en medio de las piernas y con mucho cariño; o me haces un buen francés y bien largo, o te vas a buscarla a ella, o te largas a tu casa para que te masturbes largamente pensando en ella; o en mí, ji, ji, ji; pero si me lo haces como yo quiero, entonces te daré una recompensa, una sorpresa bien sabrosa, sé que te gustará, ji, ji, ji; mírame bien, ¿estoy buenota verdad?.. Ven, ayúdame a asearme y ducharme para que no tengas excusas de que estoy olorosa a cuerpo sudado, de paso te lavas también, pues seguro querrás que te lo chupe hasta llenarme la boca con esa leche espesa tuya, ¿verdad?, ji, ji, ji; gr, desnúdate, no tengas prejuicios, pues Petrica está en casa de la abuela; puedes hacer streap tease sin problemas. Ven y ayúdame a quitarme la ropa"-.

Clash. Me palmoteó las nalgas y luego paseó su mano por mi pubis, aprisionó y murmuró: -"ya estás muy excitado, seguro tienes todo húmedo, ji, ji, ji; apúremonos para que me hagas el francés a tu manera, ji, ji, ji; y no te olvides, habrá recompensa a tu labor, si me la haces como yo quiero, ji, ji, ji"-. Su expresión era desafiante, pero imploraba al mismo tiempo ser acariciada tal y como Marie le narraba sobre sus intimidades conmigo.

Entramos a su cuarto de baño dejando atrás un festival de ropas tiradas por el piso y muebles suyos. Ella seguía con su risilla nerviosa que a veces era insoportable, pero aquella noche la resistía porque quería saber su cuento sobre la recompensa si yo le lengüeteaba con esmero su feminidad, la cual era bastante esponjosa. De la regadera cayó una enorme cantidad de llovizna tibia, nos abrazamos mientras nos besábamos ardientemente; mi masculinidad era un verdadero fierro caliente. Aquella noche no habíamos coitado con Marie debido a su menstruación, ella no tomaba píldoras anticonceptivas. Yo ya no podía soportar el deseo de envararla allí mismo, de pie; ella protestó: -"no, no, aquí no, y menos parados; además, además, me tienes que lambetear primero, y bastante rato; entonces sí me podrás coger. Ven, enjáboname todo allá abajo"-. Me entregó la pastilla olorosa a perfume aromático, empecé a pasársela por su pecho y fui bajando bajo sus insinuaciones en voz queda pero ansiosas: -"sí, sí; más abajo, oh sí, ahí; más, bastante; ahora el culo, llenámelo con espuma. Abrázame y así te enjabono yo a ti; pero no me cojas, será en la cama; no me gusta que me forniquen parada, en la cama, con mucho abrazo; ji, ji, ji, lo tienes que ya estalla, pero aún no, te tendrás que aguantar. Ven, ahora sí vamos para que me hagas ese francés, ji, ji, ji, y otro día le cuento a ella que tengo un amigo que me lo hace igualito; ji, ji, ji, y entonces quiero ver su expresión, pues ella afirma que sólo las francesas tienen ese placer y gusto. Una vaca tonta* es tu petite mademoiselle"-. *Traducción del alemán.

Cerró el grifo y salimos sin secarnos, con una mano tomó mi miembro manoseándolo, exclamó admirada: -" Ah, lo tienes que explota, mejor, así me la llenas bastante; pero primero me chupas todo, todo ahí abajo"-. Entramos a su dormitorio y se sentó en el borde de la cama abriendo sus piernas; yo la contemplaba mientras que bajaban las gotas perleantes por mi piel, estiró un brazo para tomar hambrienta mi miembro y halarme hacia ella ordenando: -"ven y te hincas entre mis piernas para que me acaricies y lambas; gr, ven que ya no aguanto más"-. Levantó sus piernas colocando sus pies en el borde de la cama al tiempo que se apoyaba en sus codos para observarme felinamente susurrando feroz: -"ahí está, es toda tuya, lámbemela, babeámela; está fresquita, como te gusta, me dijo Marie. Agtiur viens, ji, ji, ji"-. Simuló la pronunciación de Marie Claude y colocó la palma de una mano suya una sobre mi cabeza para atraerme; su vagina guiñaba, sus vellos refulgían, sus labios brillaban. Me fui inclinando hacia su pubis para besárselo, ella respiraba profundo; mi lengua se fue hundiendo en las cañadas de sus ingles; su mano sostenía mi cabezota para que no me apartase de ella; suspiró hondo colocando sus piernas sobre mis espaldas para atraerme más hacia ella con los talones, ordenó fiera: -"gr, ahora méteme la lengua en mi vagina y saborea mis labios; gr, hazlo ya, ya, ya, gr"-. El primer contacto fue con la humedad de la ducha que cubría invisible su piel, luego el calor de la misma; y después, después la vellosidad de su pubis; el aroma de su piel vaginal llegó a mi nariz cuando sumergí mi boca entre sus labios buscando la perla mágica suya; protesto susurrante: -"no, no, no; primero mis labiecitos, luego sí allá. Y después el ojo negro de mi culo; está limpiecito y perfumado; dame tu boca para ensalivártela; muah, muah, muah; ahora sí puedes. Ven, no esperes más; mis labios. Uhm, sí, así, así Agtiur; lame, lame, lame. Ah, qué bien; sí, lame más; el otro labio, sí, así. Mi clítoris, lámemelo y envuélvemelo bien, chúpamelo, sí, más, así, uf, uf, qué bien lo haces; no, no, no pares. Gr, y ahora mete la punta de tu lengua en el ojo de mi culo"-. Mi cuerpo temblaba de emoción, el agua se había convertido en sudor, mi masculinidad se erigía buscando en donde alojarse; su voz retumbó queda: -"sí, sí caribeño; lengüetea más allí. Gr, ven y dame tu boca que me haces volar de placer; gr. Ahora sí, clávame, penétrame, fornícame; métemelo todo, cógeme ya, ya, ya"-.

Sus piernas bajaron por mis hombros y sus pies cayeron a la alfombra; el vértice de sus piernas se me ofrecía muy brillante. Apoyaba sus codos oteándome sigilosa, como víctima de la fiera presta al asalto; se sentó quedando en 90 grados su cuerpo con las piernas abiertas ofreciéndome toda su cargada vulva culminada de labios carnosos y vellosidad lacia; nuestras miradas se sostienen al tiempo que de sus labios emana una sonrisa silente pero candente; estira una mano y aprisiona mi pene degustándolo entre sus dedos, lo acaricia con sevicia sexual, sigue aprisionándolo, se agacha y lo ensaliva con su lengua, luego ruge: -"ya, ya, ya, gr; ahora sí, envárame y bien profundo; no esperes más para darme todo este rabote*."-. *Traducción directa del alemán.

Mi masculinidad erecta y dura se fue internando en ella mientras nos mirábamos fijamente; nada de besos ni caricias, sólo carne dura quería ella, y que esa carnosidad rojiza le invadiera su cueva enlagunada; ya sólo se ven nuestras vellosidades conjugadas, su voz ruge fiera: -"chúpame las tetas, muérdeme los pezones. Aghh, sí torbellino, así, más, más, muerde y chupa más, no pares; sí, mastícalas suave; gr, uf. Dame tu boca, un beso, un beso apasionado, dámelo. Uhm, ah, qué besos, sigue chupando, mordiendo y cogiendo; no pares, no pares hasta que me irrigues. Sí, sí, sí, gr, ahora sí irrígame toda; ughm"-. Me abrazó y besó mientras de mi masculinidad brotaba esa naciente líquida espesa y llena de vida para alojarse en lo más profundo de su feminidad; su boca quiere destrozar la mía; sus manos se aferraban a mis nalgas como garras de dragón mientras su cuerpo empieza a ceder y se tiende arrastrándome con ella, mi nariz se ahoga entre sus senos y mi miembro vapulea incesante su vagina toda almibarada de jugos mutuos; un muy leve pedido de <> pronunció antes de caer en sopor profundo. Sus brazos se enlazan sobre mi espalda y su cuerpo cede lentamente, un murmullo de satisfacción se escapa de sus labios, su boca se abre y mis brazos la aprisionan, mi pubis se empeña en no apartarse nada del suyo; nos quedamos así largo rato, mucho.

Un sorpresivo reconocimiento

Nos subimos a su lecho para recuperarnos del intenso coito ocasionado por la febrilidad sexual que nos embargaba. Estamos entrelazados de piernas y brazos, nuestras bocas se rozan, mas no se besan, sólo leves roces acompañados de suspiros y murmullos; me muerde el lóbulo de una oreja de manera casi tierna, cosa muy rara en ella porque era un poco brusca en su forma de comportarse a la hora de las caricias. Quizás le había gustado bastante mi modo de haberla amado y por ello dejaba aparecer algo de su recóndita ternura que dejaba ver muy de vez en cuando, ya que trataba de mostrarse dura e inaccesible; ello quizás debido a la experiencia que le había costado una preñez y la consecuente maternidad. Pero en ese momento estaba hecha una madeja dominada por la pasión; me avasallaba con sus caricias y ternura silenciosas, sus manos no se cansaban de palparme como si desease constatar que tenía un hombre entre sus brazos que la acababa de complacer en todos sus antojos. Sus rasgados ojos me miran intensamente, una mano suya pasea por mi pubis hasta hallar su meta; la palpa, refriega, sopesa, y no cesa de observarme. Su rostro y expresión, así como cuerpo suyo me recordaban a Brigitte en el pueblucho aquel en donde había hecho mi curso de alemán y el cual no estaba lejos de esta ciudad en la cual vivía ahora, hasta el corte de pelo es igual, me digo silencioso. Ella prosigue con su mano frotando mi virilidad que comienza a erguirse debido a la intensidad de su palpamiento. Ello la va despertando, y a mí también; su burlona voz se escucha: -"¿tienes muchos deseos otra vez?; pero todavía no está bien duro y parado como a mí me gusta, ji, ji, ji. Abre bastante bien las piernas para chupártelo, y así después lo tengas bien parado, porque vamos a seguir cogiendo y fornicando hoy, ¿verdad?"-. La miré fijamente y la atraje hasta que sus oídos estuvieron al alcance de mis labios, le susurré unas cuantas palabras, reaccionó socarrona: -"¿mi promesa?, ¡ah, sí!, no, no la he olvidado; pero se precisa una condición, tu rabote debe estar bien erguido porque de lo contrario no funciona; te vas a sorprender"-.

Y se lanzó como pantera hacia su presa para apoderarse bucalmente de mi miembro; sus labios llegaron al glande para echar hacia atrás el prepucio, su lengua barrió ardorosa esa sensible zona masculina ocasionándome cortos espasmos, entre tanto masajeaba paralelamente mis testículos, soltó el miembro para rugir plena de lujuria: -"grr, ahora sí está bien duro, gr; ahora sí te sorprenderé; ji, ji, ji, y te sorprenderás, ji, ji, ji, ji; ya lo verás"-. Se volvió a sentar en el borde de la cama tal como minutos antes; yo no le hallaba nada nuevo a su oferta, pues se me ofrecía la misma perspectiva; se apoyaba sobre sus codos oteándome picarona; se fue dejando caer hacia atrás hasta quedar tendida con las piernas entreabiertas y en arco ofreciéndome su feminidad; entonces susurró furiosa: -"torbellino; mi culo es tuyo, mi culo es tu recompensa; ven, es tuyo; llenámelo con esta carne erguida ya, ya, ya; ven"-. La miré directa a sus ojillos rasgados, sonreía burlona al contemplar mi expresión de sorpresa, pues no me esperaba esa oferta suya; su orgulloso trasero era la recompensa por haberle acariciado su vagina con mi boca; ordenó una vez más: -"ven, mi culo es tuyo y para tu rabote; no esperes más Agtiur, ji, ji, ji; es una buena recompensa, ¿verdad?"-. Escupió sobre una mano suya y se embadurnó su ojo negro varias veces mirándome burlona y desafiante; alargó esa misma mano hasta hallar mi virilidad, la manoseó largamente sonriéndome burlona; su vista cambiaba de frente visor, mis ojos y mi miembro que ella asía frenética eran sus objetivos; abrió sus labios rugiendo: -"gr, ayys, mi culo es ahora tuyo; ven y entiérrame tu rabote, pero ya"-. Una vez más metió su mano en su boca para sacar su saliva y llevarla a su ojo.

Tomó ansiosa mi masculinidad para colocarla exactamente en la entrada de su carnoso ano; mi cuerpo cascabeleó al sentir esa piel tensa que se negaba a ceder el acceso, pero palpitaba nerviosa por el ataque del ariete que deseaba entrar allí para llenar esa grieta deseosa de ser invadida; me incliné hasta su oído para susurrarle mi ansia, mas la rechazó sin vacilar: -"no, no me gusta que me penetren desde atrás como el toro montándose a la vaca, pues me gusta ver la expresión del invasor cuando entra en mi culo, ji, ji, ji; además, muah, ji, ji, ji, ji, me caes bien, y sólo por ello te permito apoderarte de mi culo; no hablemos ya más, ahora sí, ven y siémbramelo"-. Nada de música, ninguna Nathalie ni Et maintenant. Solamente el respirar nuestro se oía y escuchaba acompañando a la acción que se iniciaba. Yo debería penetrarle e invadirle su trasero para su satisfacción; esa misión sería la mía. Su mano derecha se estiró e introdujo sus dedos en mi boca para humedecerlos de saliva, luego tomó el glande para untarlo, lo atrajo hasta colocarlo en todo el centro de su esfínter, lo sostuvo para que no se retirase y empujó sus nalgas mientras que enlazaba mi cadera con sus piernas apresándome hacia ella. Sus habilidosos dedos echaron el prepucio hacia atrás, pues según ella: -"así tienes más placer, y yo también; esa piel tan suave es como una caricia cuando entras en mí; gr, ven y empuja"-. Sus talones hicieron presión en mis nalgas; mis manos cayeron sobre sus senos aprisionándolos y siguieron hasta sus hombros, lo mismo hizo ella de tal forma que nos atraíamos buscando una conjunción mutua; ella empujaba sus caderas, mi miembro luchaba por abrir ese cerrojo de carne palpitante; nuestras respiraciones aumentaban en intensidad. Cerró sus ojos y emitió un suspiro gruñente: -"ah, gr, al fin; ya tengo tu cabeza en mí; gr, ahora empuja para que me lo entierres todo; lo quiero todo en mi culo; gr, empuja"-. Mi pene se hundió todo hasta que los testículos se estrellaron con sus nalgas; un abrazo intenso suyo me envolvió; sus labios buscaron mi boca ardientemente torturándome la lengua con sus dientes; caía en frenesí total, sus brazos envolvían mi cabeza al tiempo que me lambeteaba y paralelamente empujaba su cadera hacia mi pelvis; mi miembro buceaba en sus intestinos bañándola fervorosamente para su satisfacción; sus piernas ceden y resbalan por mi cadera hasta depositar sus pies en el piso alfombrado; no me suelta ahogándome entre sus senos que muerdo y lambeteo desenfrenadamente; suspira complacida: -"uhmm, ah, estuviste muy bien; toma, muahh, muah, muah"-.

Los dedos de sus manos no se cansan de hundirse en mi cabello azabache presionándome para que prosiga con mi mordeloneo en sus pezones hinchados, de vez en cuando se encuentran nuestras bocas conjugándose así nuestras salivas; nada de frases por parte nuestra, sólo caricias silenciosas prolongando los restos de ese coito en el cual me había apoderado de su trasero por deseo suyo propio. Mi virilidad, aunque todavía semi erecta, sale con calma de su hueco anal y pendula entre sus nalgas; me hala para que me tienda junto a ella en su lecho. Estamos de medio lado mirándonos silenciosamente, sus ojillos rasgados brillan alegres, una mano suya juguetea garosamente con mi miembro y testículos, la otra oprime mis nalgas enterrando sus uñas en ellas; cesa con su jugueteo manual y me mira intrigada; intriga que se convierte en palabras: -"dime Agtiur, ji, ji, ji; dime una cosa, ¿quien te enseñó a hacer el amor?, eres muy joven y ya eres algo experto. Hasta ahora no me habían acariciado la vagina de forma tan ardiente y explícita como me lo hiciste; ¿acaso tu petite mademoiselle?, ji, ji, ji, ¿u otra chica anterior a ella?, dímelo, no me pondré celosa porque no eres mi novio y menos mi marido, ji, ji, ji, somos amiguitos, ¿verdad?. Y el culo me lo llenaste con mucho cuidado, sin premuras, ji, ji, ji; hasta con cariño lo hiciste, dime quién fue esa maestra"-.

Una mano suya seguía frotándome mi genitalidad intensamente; yo la contemplaba serio y silencioso, ella oprimió mis testículos para enfatizar sus preguntas, la besé ardorosamente porque sentía que mi masculinidad se erguía y quería proseguir masajéandole su profundidad anal y vaginal. Me contuvo enfatizando su curiosidad; entonces le conté algo sobre mi relación con la Hermosura en Berlín, se admiró sobre mi forma de expresarme sobre ella y la descripción de su persona: -"¡ah, muy bella, inteligente y complaciente!, ¿y esa beldad de Colonia te enseñó a meter la lengua en nuestra vulva?, ji, ji, ji; ¿y tú le rompiste el culo mientra ella placenteramente dormía?, ji, ji, ji; te gustan las intelectuales, ¿verdad?, ella médica, y nosotras maestras, ji, ji, ji"-.

Ahora fui yo quien le planteó el tema de su semejanza con Brigitte, reaccionó muy burlona: -"¡ah!, ¿enfermeras te placen también?, ji, ji, ji. Bueno, sabes, esa Brigitte es mi hermana menor, ji, ji, ji; y ella me contó la historia en la casa de la obrera que los sorprendió cuando ya casi la ibas a fornicar, pero llegó esa bruta y les dañó la tarde, y luego ya no hubo más oportunidad porque te fuiste a Berlín. Y bueno, ella se casó y ahora tiene una barrigota porque está a punto de parir, ji, ji, ji; así que no te la podrás coger, ni ella a ti, pues te tenía mucha hambre, ji, ji, ji. Sabes, olvídate de ella y de tu sueño allá en Wedding, vuelve a la realidad; quédate acá conmigo para que me cojas cuánto tú quieras; y si lo haces bien, pues en la mañana hasta te traigo el desayuno a la cama, ji, ji, ji"-. Y se me lanzó encima envolviéndome entre sus brazos y piernas; me dejé invadir por ella; tampoco olvidaré esa noche.

Continuará. Capítulo 18. Un verano caliente.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25294
  • Fecha: 19-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.08
  • Votos: 25
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