Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Confesiones

Capítulo 16 - Carnavales. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 16 - Carnavales. ¡Qué desorden!

Estábamos a comienzos de febrero y por tanto la temporada carnavalesca se acercaba provocando en todos nosotros muchas expectativas, aunque la zona de Dortmund no es muy dada a esa celebración. Las ciudades más conocidas por las festividades son Colonia, Mainz -Maguncia-, Düsseldorf, la zona de la Selva Negra y una región en la ex RDA. Y se llegó el día de la fiesta, el lunes de carnaval. El día más desordenado en la ordenada Alemania. Cantidades industriales de chicas lindas, y algunas menos lindas, vendrían a nuestra fiesta. La sala principal en el primer piso era la pista de baile; en el sótano se habían puesto muchas mesas para departir, beber y descansar del trajín bailarín. Un cuarto especial con perchas para que las invitadas colgaran allí sus abrigos, bufandas, y de deshiciesen de sus botas invernales. Todo organizado, a la alemana. Ya sólo faltaba la presencia de las chicas para iniciar la fiesta con todo su esplendor. Estábamos en los últimos toques de la organización cuando entró el conserje al bar en el sótano preguntando por Franz, pues lo llamaban por teléfono urgentemente. Una chica de nombre Anne deseaba hablar con él. Franz salió en estampida hacia la secretaría para poder atender la llamada. Regresó entusiasmado aullando nombres: -"Herbert, Jürgen, Detlef; vamos a la residencia del centro porque esas mujeres necesitan transporte, son quince, o quizás más; necesitamos cuatro carros"-. Y los cuatro salieron aullando una sola palabra: -"hembras, hembras, hembras, para coger toda la noche; ja, ja, ja, ja, ja, ja; sí, para coger la noche entera."- Se escuchan chirridos de carros que frenan nerviosamente en la calle; numerosas voces femeninas desorientadas se oyen; las cornetas de los vehículos retruenan en medio de la triste oscuridad invernal; el conserje se queja por el alboroto: -"no hagan tanto ruido, pues se quejan los vecinos"-. Afuera, ellos y ellas no le daban atención a los regaños del conserje. Las risas de las chicas ya presentes hicieron que se levantasen las antenas, muy en especial las mías.

-"Marie, Marie"-. ¿Quién era? Durante nuestra campaña publicitaria para invitar féminas a nuestra fiesta habíamos visitado una residencia de chicas y allí hicimos contacto con una pelirroja llamada Anne, ésta llamaba ahora a una tal Marie. En esos momentos de curiosidad mía veo a Anne con una trigueñita de ojos amielados y silueta sensualmente incitadora, aunque no muy alta. Me distraje y allí recordé e incluso soñé con Berbel quien se encontraba estudiando muy concentrada en su pueblo, pues la habían raspado en un par de exámenes y por ello no podía estar presente en la fiesta nuestra; mas ello no era inconveniente para que yo tratase de conocer a otras chicas. Anne la llamó urgida: -"Marie Claude, ven y te presento a un gran admirador tuyo"-. Ella guardó sus manos en los bolsillos de su suéter y se acercó sonriendo, Anne me la presentó en el preciso instante en que emanaban del altavoz las notas de un vals carnavalero. Ella, seductora, me invitó: -"¿bailamos?"-. Acepté su invitación con una condición: -"pero me enseñas, no sé bailar vals"-. Me tomó de una mano y me haló hasta el centro de la improvisada pista de baile, empezó a balancearse al ritmo de las notas, lentamente me fue atrayendo hasta que la enlacé acompañándola en la cadencia musical. -"¿Te das cuenta?, no es difícil, compri?"-. Tenía razón, y mucha. Era un popurrí de valses carnavaleros al cual le fui encontrando gusto a medida que le iba tomando el compás a la melodía. Ella empezó a esbozar una sonrisa de satisfacción al comprobar que su alumno aprendía a pasos agigantados; un alumno muy aplicado se había encontrado esta francesita coquetona y extremadamente femenina. No me cansaba de admirarle sus amielados ojos, sus rosados labios y sus orgullosos senitos. Esa noche se trajeaba con un ceñido vestido enterizo de color lila claro y zapatos negros, así como el suéter largo ya mencionado. Y lo mucho más importante: nada de maquillaje; tal como la Hermosura allá en Berlín, nada.

Nos dejamos llevar por el compás de la música intercambiando sonrisas y miradas, había demasiada iluminación lo cual impedía ataques directos como besitos y ligeros manoseos en las caderas; además la música estaba a un volumen muy alto obstaculizando también los diálogos, sólo monosílabos se oían. Los minutos transcurrieron como un huracán y pronto llegó la medianoche. Marie Claude miró su reloj indicándome que debía irse porque al día siguiente tenía que trabajar en la escuela en donde impartía clases de francés. Ella era licenciada en idiomas -alemán y francés- y estaba haciendo una pasantía de un año en Dortmund. Se calzó sus botas rellenas de lana, luego le ayudé a envolverse en su abrigo; subí como una exhalación a mi cuarto para buscar mi chaqueta. En ese mismo momento subía Rafael con Gertrud; se veían entusiasmados, como si tuviesen algún plan entre manos. No les di importancia y bajé raudo las escaleras para acompañar a Marie Claude. Nos fuimos alejando lentamente del lugar, atrás quedaba el bullicio de la música y las voces fiesteras. Caminábamos conversando sobre temas sin importancia. Llegamos a un sitio llamado Parque de la Paz que se cubría con una capa de nieve, de inmediato recordé la canción éxito de Gilbert Becaud: <> Le tomé una mano, noté que la tenía muy fría, se la froté con la mía, ella no rechazó mi caricia; quise tantear más, la envolví en mis brazos. Ella sonrió irónica: -"monsieur, ¿qué significa esto?"-. Continué tarareando la melodía, reccionó burlona: -"monsieur, esto aquí no es Moscú, y yo no me llamo Nathalie, compri?"-. Sus ojos brillaron victoriosos al ver que me ponía nervioso. Me decidí y le propiné un ardiente beso en su mejilla, me contempló simulando seriedad: -"monsieur, usted es un poco atrevido, ¿no le parece?"-. Me disculpé tartamudeando, sonrió presumida. Llegamos a su albergue y se plantó en la entrada, me alargó su mano dejando dibujar una sonrisa acompañada de un leve fulgor visual: -"merci monsieur, es usted muy amable"-. No se la solté porque quería de ella más que un apretón de manos; le pregunté si nos podríamos ver en los siguientes días en algún sitio; se quitó el abrigo eludiendo mi voraz mirada: -"es posible monsieur, yo lo llamo, sé su número; buenas noches, merci"-. Clac. La puerta se cerró oyéndose el taconeo de sus botas invernales que se perdía al subir apresurada las escaleras hacia su habitación. Me di vuelta comprobando la soledad nocturna.

Inicié mi retorno hacia la residencia en medio de la nevada que azotaba la ciudad. Al llegar escuché aún música en el bar nuestro, bajé las escaleras y entré para ver quiénes estaban allí, recorrí los rostros y vi a Rafael con un amigo suyo llamado Clemens acompañado de dos chicas, su María y una pelirroja muy coquetona, de pelo corto así como aspecto agradable. Me les acerqué para saludarlos, ella cruzó sus piernas maliciosamente y se acomodó su falda al ver que yo les llegaba; Rafael bebía cantidades industriales de caña al tiempo que soliloqueaba descoordinado burdas frases inenteligibles debido a su beodez, ellos lo escuchaban divertidos; me presentaron a la pelirroja atractiva, se llamaba Sylvia. Me senté a su lado para disfrutar de su compañía y escuchar la verborrea del tico; ella se aburría viendo ese panorama mientras me guiñaba sonriendo provocadora, no se pudo contener y me susurró: -"hola, ¿no te gustaría bailar un rato conmigo?, ven"-. Saltó al piso tomándome de una mano para que la siguiera. En la pista bailaba una pareja conformada por Rabi y una gorda pequeña con aspecto de gnomo llamada Uluna, ella lo manoseaba intensa y descaradamente metiéndole la mano en los bolsillos del pantalón para aprisionarle su masculinidad, con la otra le aruñeteaba las nalgas al tiempo que alzaba su rostro para que la besara, él estaba repleto de caña y a duras penas se podía sostener en pie, pero atinaba a encontrar sus labios. La gorda fea lo animó: -"Rabi, vamos a tu habitación, quiero hablar contigo"-. Él regurguitó unas palabras incomprensibles y salió con ella aullando: -"ya volvemos"-. Sylvia y yo veíamos la escena divertidos, pues se sabía que ella deseaba vehementemente ser fornicada por el barbudo, aun cuando él no se daría cuenta del suceso debido a su borrachera. De pronto Sylvia me muerde una oreja susurrando fiera: -"llévame a tu cuarto para estar solos, tenemos tiempo, pues Uluna demorara un rato en volver, la tengo que esperar porque dormiré en su residencia y ella tiene la llave, vamos para estar tranquilos"-. Pasó por el lado de Clemens diciéndole alegre: -"enseguida nos vemos, iremos a caminar un rato"-. Sonrió traviesa halándome hacia el pasillo. Ya afuera me abrazó entusiasmada al tiempo que su boca loca buscaba la mustia mía: -"uhmuah, me gustas mucho, María* me ha contado bastante de ti; vamos a tu cuarto y nos entretenemos un tiempo mientras Uluna se divierte con su Rabi, subamos a tu cuarto"-. Mi covacha dortmundesa nos saludó silenciosa. *María, la novia o amiga de Clemens.

Entramos y de inmediato me empujó bruscamente hacia mi lecho lanzándose encima mío gruñendo ansiosa, mas algo divertida, como si se tratase de una travesura: -"bésame, acaríciame; dame tu lengua y labios para que me hagas sentir placer; ven, dámelos e inunda mi boca con tu lengua"-. Sus grisáceos ojos brillaban ansiosos cerca de mi cara, su lengua reptileaba por mis mejillas, sus manos eran pulpos recorriendo mi cuerpo; yo no hallaba cómo defenderme ante ese ataque tan violento, frontal y repentino; me refugié en la esquina de mi camastro, pero ella no se dejó apartar un sólo milímetro y me persiguió hasta acorralarme; de mi frente bajaban gruesas gotas de sudor, mi espalda humedecía mi camisa y suéter; ella no paraba de manosearme mientras me observaba, ordenó ansiosa; -"déjate hacer, no seas renuente; me gustas mucho"-. Sus labios se apoderaron de los míos aprovechando para sentarse sobre mi regazo; yo sentía que mi cuerpo se alborotaba ante tanto alud femenino, pues sus dientes dentelleaban mi boca; mi masculinidad estaba ya a punto de perforar el pantalón para invadirle su desconocida feminidad; uy, qué rollo tan enrollado. Mis manos empezaron a acariciarle sus pálidos pero carnosos muslos, ya que su falda permitía todo el acceso posible; ella arrullaba mi cabezota entre sus manos y brazos mientras hundía su loca lengua en mi boca; yo respiraba a duras penas debido a su ataque masivo porque ella parecía tener no sé cuántas manos. De repente nos aterroriza un grito en coro: -"Sylvia, nos vamos. Ven ya, sal"-. Era la Uluna que estaba allí buscándola para llevársela a su casa, quizás no había salido bien la partida con Rabi. Sylvia se quedó estupefacta porque no la esperaba tan pronto; afuera se le había unido el rabino y aullaba con ella en coro; ¡qué rollo! Ella no se desilusionó, al contrario, me animó: -"ven, acompáñame para que sepas dónde vive ella y me visitas mañana en la tarde"-. Luego aulló estridente: -"ya voy, no tumben la puerta que viene el conserje; ja, ja, ja"-. Los gritos cesaron, yo abrí y entraron como si quisiesen salvarle la vida; ella se sentaba en mi sofá-cama muy tranquila y bebía un vinillo tinto que yo le había servido.

Uluna, con sus gruesos lentes y estatura mínima, se lanzó hacia mi cuarto intentando protegerla de mí; Sylvia la calmó: -"no te preocupes, es muy respetuoso, y por ello lo he invitado a que me acompañe a casa y que me visite mañana en la tarde en tu habitación; ¿estás de acuerdo?; no pasará nada; ji, ji, ji"-. Cruzó sus piernas, bebió lenta del vaso con vino; yo sentado a su lado le sostenía la otra mano. Uluna no sabía qué responder ni cómo reaccionar; Rabi oteaba con sus ojos vidriosos, entonces se dirigió a mi neverita para sacar una botella de cerveza, la destapó y se la bebió a pico de botella; regurguitó estruendoso y luego remató con un atronador así como nauseabundo pedo, salió regurguitando frases tontas mientras que Uluna le reprochaba su circense comportamiento: -"cerdo, qué maleducado eres; anda y lávate ese culo porque seguro te cagaste también"-. De afuera se oyó un nuevo trueno rectal junto con su frase final: -"chúpamelo gordinflona enana; eres muy mal polvo"-. Y regurguitó vulgar. Bien, ahí estaba la razón por la cual habían terminado tan pronto su coito; la gordita enana salida de alguna leyenda germana del siglo I o IV había decepcionado al hijo del rabino de Colonia del siglo XX. Sylvia me miró entre enternecida y burlona, luego susurró queda: -"Arturo, mi abrigo, dámelo por favor; y luego me llevas a casa de Uluna, ¿sí?"-. Le entregué su abrigó, bebió el último sorbo del vinillo y me solicitó para que le ayudase con su mamotreto; al darse vuelta me abrazó y humedeció mi boca con sus labios locos, sonrió picarona y me haló para que la siguiese al tiempo que sacaba a la gorda enana de su torpe ensimismamiento: -"Uluna, ven, vamos a casa; ya es tarde; apúrate"-. Salimos de la residencia siendo seguidos por la gordita caminando cabizbaja. Al seguir la ruta me percaté que por allí cerca vivía Berbel. Sí, exáctamente al frente del edificio de la maestra estaba situada la residencia de la Uluna. No me inmuté por esa rara coincidencia y subí con ellas hasta la puerta del cuarto; la gorda se despidió dejándonos solos; ella me abrazó alegre y enternecida: -"lástima, no pudimos continuar; mañana en la tarde vienes y podemos seguir con lo que empezamos hoy, ¿sí?"-. Un grito aullante interrumpió su palabreo: -"Sylvia, es tarde, a dormir ya"-. Era Uluna que se aparecía en su dormilona de tela intransparente y con un gorro a lo San Nicolás para llevársela a la cama. Sylvia saltó hacia mí para embadurnarme con su saliva sabrosa a vino tinto: -"hasta mañana en la tarde; no me falles, muah"-.

Retorné a mi covacha sin prestar atención a nada; me sentía aturdido por todos los acontecimientos sucedidos esa noche que aún no terminaba. La tasca de Zvonko ya había cerrado, continué hacia la residencia tropezándome con todo a mi paso; las calles estaban vacías, sólo el ulular del hereje viento frío y picante se sentía a mi alrededor. Llegué a mi edificio pequeño, miré hacia el sótano, las luces ya no iluminaban el sitio, abrí cansadamente la puerta para subir hasta mi habitación. Ahora ya vivía en una individual y no tenía el control de <>. Abrí la puerta y me tendí en la cama a descansar. Qué noche: Marie Claude, Sylvia; Uluna y Rabi, Rafael y una amiguita con la cual se había encerrado en su habitación y con la que me había encontrado al regresar de la residencia de la francesita. Mis ojos se fueron cerrando lentamente pero seguros.

Toc, toc, toc. ¿Quién coños ladillaba a estas horas? Miré el reloj y ya era casi mediodía. Había dormido de manera ininterrumpida varias horas, y vestido; qué cansancio, uf. Una ronca voz de hombre se oyó tras la puerta: -"soy yo, el tico Rafael, ábreme la puerta, tenemos que hablar hermanito"-. Entró a mi cuarto blandiendo un papel en el cual se leía una despedida y un reproche. Rafael había desvirgado brutalmente a la chica del baile llamada Gertrud, en esa carta ella le reprochaba que se hubiese comportado <>. El tico estaba derruido tanto mental como corporalmente y acudía a mí para conversar; yo poco podía hacer en ese caso, pues no podía reconstruir la virginidad de Gertrud ni retroceder el tiempo; lo invité a una cerveza para que se calmase y luego le señalé que me debía preparar para irme a buscar a Sylvia, entonces ronroneó irónico: -"sí hermanito, vaya y cójase a esa pelirroja que está muy sabrosa; láveselo bien, je, je, je, je, je; pa´ que ella no se queje"-.

Me dirigí a los baños del piso para asearme, ducharme, acicalarme y de esa manera poder estar presentable ante la pelirroja Sylvia. Salí de la residencia rápidamente porque me había retrasado un poco debido a la conversación con Rafael, caminé aceleradamente la corta distancia hasta el edificio en donde vivía el gnomo femenino salido de las leyendas germanas, miré por el rabillo del ojo hacia la otra edificación en donde habitaba la maestra Berbel, pero no vi señales suyas; ello me calmó, oprimí el timbre y segundos después la voz de Uluna ronqueó por el altavoz: -"sí, ¿quién es?, hola, dígame, ¿quién es allí abajo?"-. Respondí cortamente: -"Arturo"-. Y pulsé el botoncito, se oyó un sonido sordo como cascabelear de piedras, empujé la puerta y entré al vetusto edificio, no había ascensor; subí las escaleras hasta llegar al piso de Uluna.

En la puerta se plantaba una chica de cabello intensamente rojizo y corto; era Sylvia que se contoneaba seductora, agachó su rostro, lo levantó, se arregló su falda y luego se lanzó hacia mí para envolverme entre sus blancos brazos, me apretujó susurrando casi feroz: -"ahora podemos continuar en donde paramos anoche; ven, entra pronto. Uuluna, ya llegó él"-. Y el gnomo femenino se apareció auscultándome a través de sus lentes gruesos, sus amenazantes ojos aumentaban de tamaño a medida que me observaba; Sylvia me sostenía en sus brazos alegre al tiempo que me besuqueaba; Uluna nos mandó a seguir: -"entren, entren; están en su casa"-.

La habitación era harto espartana, tal como eran y son las residencias estudiantiles alemanas. De inmediato me di cuenta o percaté de que había una única cama de resortes; luego una mesita y dos sillas, nada más. Sylvia se me lanzó entusiasmada e incluso hambrienta para abrazarme: -"ay, por fin llegaste. Muah"-. Un sonoro y ansioso beso me estampó en la mejilla al tiempo que me halaba para que la siguiera hasta la cama única, lo cual me indicó que ambas compartían la misma; no le presté atención a ese detalle y me dejé arrastrar hasta el lecho, me empujó algo burda para que me tendiese boca arriba y ella se sentó de inmediato en mi regazo extendiendo su ancha falda gris de manera que sentí el calor de sus piernas sobre las mías lo cual ocasionó que todo mi cuerpo se empezara a calentar; se lanzó sobre mí oprimiendo mi boca con la suya e introduciendo su lengua en mi paladar. Me sentí invadido por su fiereza, ella no se inmutó ante la presencia del gnomo femenino que reía sardónico mientras veía la escena por encima de sus gruesos lentes. Yo sentía el calor de los muslos de Sylvia, mi masculinidad se erguía oronda ante tanto ataque, mi frente se bañaba de perlas cristalinas; una mano suya tomó una mía para llevarla hasta el vértice de sus piernas y la fue dirigiendo a su pubis recubierto por su pantaleta de popelina, como era casi usual en aquella época.

Mi mano tocó, palpó, exploró y se dio cuenta que estaba tentando zonas íntimas; alcé mis ojos, y me encontré con los del gnomo femenino que me observaba por encima de sus gruesos lentes, guardó silencio reprochador, se levantó de su asiento y salió amenazando: -"saldré para ayudarle a la coreana Oh-Sok con su redacción, regreso en un rato; no me armen desorden"-. Trancó y salió dejándonos allí solos. Sylvia lanzó un aullido sordo de alegría: -"sí por fin solitos tú y yo; al fin serás mío, al fin te tendré en mí para disfrutar, uhmuahm. Anda, bájate el pantalón para sentarme en tu regazo y así me hagas feliz"- Levantó su ancha falda para bajarse la pantaleta hasta las rodillas, me miraba ansiosa y golosa mientras se desnudaba, su vértice vaginal apareció ocasionado en mí un casi erupto de sorpresa al ver aquella vellosidad rojiza contrastando con la palidez de su piel, se contoneó y giró para que le admirara sus glúteos blanquecinos repletos de carnes deseosas de ser acariciadas y penetradas. Su ropa interior se resbaló cayendo a sus pies, caminó hacia mí con la falda alzada para que le admirase su intimidad; se sentó a mi lado, nerviosamente echó el cierre de mi pantalón hacia abajo, luego haló de éste ya abierto, y furibunda tiró del calzoncillo para que apareciese mi masculinidad erguida y recta, una mano suya la oprimió y murmulleó casi amenazante: -"esto será mío esta tarde y noche; lo quiero ya en mí, ya"-. Alzó su falda y se sentó a horcajadas sobre mis muslos, fue resbalando lentamente mientras con una mano sostenía el miembro para orientarlo hacia su estuche rojizo, refregó el glande entre sus labios vaginales y empujó sus caderas para ser penetrada, se agachó hasta mi boca para apoderarse de ella también; el glande rozó su alcancía, ella empujó su cadera para que el miembro entrase en su cuerpo; mi pene ya buceaba entre sus blancas carnes vaginales, de su boca salía su lengua y casi me ahogaba; qué ansias. Su pubis se refregaba feroz sobre el mío, sus manos se posicionaban sobre mis hombros para aferrarse y sostenerse; sus jugos vaginales descendían inundando mis testículos con su savia; de sus ojos emanaba lujuria; inclinó su tórax para acercarse a mi boca y apoderarse de ella rumiando fiereza: -"ah, al fin eres todo mío"-. Y refregaba su bajo cuerpo sobre mi pelvis para no perder un único milímetro de la carne erecta que se hundía en su vagina. Estaba convertida en una fiera ansiosa que deseaba devorarme; paró un momento para deshacerse de su blusa y brassier, entonces rugió llena de lujuria: -"tómalas, chúpamelas, muérdemelas; no esperes más"-. Una mano suya se apoderó de mi cabeza para atraerme hasta sus pezones repletos y rellenos de ansiedad; mi boca se llenó de teta blancuzca y pezón rosáceo; mi pene le cargaba de carne erguida su jugosa vagina; qué fornicadera.

Click, clack. La puerta se abre, el gnomo femenino entra, detrás suyo tambalea el Rabi esgrimiendo una botella de vino tinto en su mano derecha y aullando frenético: -"caribeño, quítate de ahí porque ahora nos toca a nosotros, quiero coger a la gordita ésta. Salud, glup, glup. Sylvia, vete con él a su cuarto en la residencia para que te siga fornicando allá, juah, juah, juah; salud, glup, glup. ¡Huy!, pero primero tengo que cagar, ¿en donde está el baño?; rápido Uluna porque tengo diarrea; el vino me acelera el estómago y el ojo ciego de mi culo no puede detener nada; detrás de los pedos viene mucha mierda; huy, ya casi me cago, me cago, huy"-.

Salió del cuarto expeliendo olores nauseabundos desde su recto y siguiendo a su femenino gnomo germano para buscar el sitio en donde deponer su atascado cargamento intestinal. Sylvia sufrió un desencanto total, su cuerpo se desplomó sobre el mío, una mano suya se dirigió hacia atrás para tomar el miembro y extraerlo de su alcancía, se sentó refregando su pubis sobre él al tiempo que se agachaba para apoderarse de mi boca: -"muah; vamos a tu cuarto en tu residencia y me quedo contigo allá toda la noche, muah; Uluna me había prometido toda la tarde sin interrupciones; pero ese Rabi; ahh, lo odio"-. Un nuevo alarido escalofriante se esparció por el piso: -"papel, trae papel Uluna, aquí no hay nada para limpiarse el culo”-. Sylvia y yo salimos del cuarto y nos dirigimos a mi residencia para terminar allí la tarea iniciada minutos antes. Los dejamos a ambos allí con su problema del papel higiénico; que rollo tan hediondo tenían ambos. Nos fuimos a mi residencia para pasar allí la noche sin molestias ni interrupciones.

Le dimos rienda suelta, en especial ella, a todos nuestros sueños y deseos para amarnos al máximo.

fue una noche de mucho derroche lujurioso, pues no se sabía cuándo volveríamos a estar juntos en un lecho convirtiéndonos en uno único a través de la conjunción carnal. Me olvidé de la franchute y la maestra Berbel; sólo me interesaba en ese momento esta pelirroja que yacía a mi lado pidiendo e implorando que la penetrase para ser fornicada hasta su máxima satisfacción; de sus ojillos irradiaba alegría al sentir que mi carne erecta invadía sus húmedas carnes vaginales; y más al sentir la irrigación emanada de mi miembro.

Un beso cariñoso y húmedo me despierta de improviso, la luz del día invade con su claridad a través de la cortina, y ella pronuncia una frase corta: -"gracias Arturo, gracias; estuviste muy bien y me hiciste feliz complaciéndome, adiós, muah; cuando tengas tiempo ven a Düsseldorf y me visitas, tengo un apartamento muy amplio y cómodo; la pasaríamos muy bien, muahh, muah; qué noche tan linda me hiciste pasar, muah; si fuese una chica tonta te diría un I love you, muahh; duerme, ahí te dejo mi teléfono para que me llames, no lo olvides"-. Yo no sabía qué pasaba porque dormía aún. Clack. La puerta se cerró tras ella; y nunca más la vi en mi vida.

Adiós Sylvia. Mis párpados se van entrecerrando mientras mi cuerpo se enconcha en la colcha alemana; brr, qué frío. Mis recuerdos se devuelven a la noche anterior y recorren todo lo sucedido; lentamente se cierran mis párpados y caigo en profundo sopor; los aromas de Sylvia aún están ahi, pero el cansancio me domina; adiós Sylvia digo mentalmente sin saber que era para siempre. Nunca más la vi, aunque sí supe de ella a través de Clemens y su María quienes me reprochaban no haberme preocupado por ella un poquito más.

Bien, en ese momento yo tenía un triángulo y dos vértices estaban allí al lado, por esa razón no me inducía nada moverme hasta otra ciudad para acostarme con una chica que no estaba mucho mejor que las vecinas; orgullo masculino; así de fácil es; orgullo masculino. Su nombre es bellísimo porque ella era linda, la Sylvia bailarina de Düsseldorf, la caderona pelirroja de ojillos grises pequeños y mirada sedosa; une belle femme, aunque no era francesa. Mis ojos se cierran a pesar de la claridad matinal; escucho el ronroneo del motor de un carro que se aleja; es ella alejándose para siempre.

Continuará. Capítulo 17. Primavera del 71.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25274
  • Fecha: 14-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 3.74
  • Votos: 19
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5637
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.136.236.178

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.461
»Autores Activos: 2.273
»Total Comentarios: 11.905
»Total Votos: 512.062
»Total Envios 21.926
»Total Lecturas 105.323.149