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Capítulo 15 - La avalancha. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 15 - La avalancha. Una chica lanzada.

La vida estudiantil continuaba con sus altibajos repletos de penurias económicas, carga académica, la presión de los exámenes, fiestas en nuestra residencia, aventuras pasajeras en las discotecas de la época, de vez en cuando había que trabajar un fin de semana en algún sitio para paliar la deficiencia monetaria en la cuenta bancaria; en fin, no era aburrida en absoluto nuestra vida. Yo seguía sin tener una chica constante, pero ello no me impacientaba, pues <> Con mi amigo Franz y el tico Rafael nos íbamos de ronda a otras residencias en su escarabajo para lanzar nuestros anzuelos, y hasta las redes, pero generalmente la pesca era nula, pero ello no nos desanimaba sino que por el contrario, nos inducía para proseguir en la tarea. En una ocasión estuvimos en una residencia cercana en donde vivían chicas que estudiaban en la universidad pedagógica. Al entrar allí nos dimos cuenta de que se encontraban muy aburridas debido a la ausencia de hombres, Franz les propuso que fuésemos al sótano de la nuestra porque allí faltaban chicas. Dicho y hecho, algunas se vinieron con nosotros en su escarabajo y otras en sus respectivos carros, al llegar quedaron asombradas por el salón de fiestas de nuestra residencia; además, otros de nosotros fueron con sus carros a traer más féminas.

Yo me interesé mucho por una de ellas que no me quitaba la vista e incluso me ponía nervioso, me le acerqué para entablar un diálogo con ella rompiendo así el hielo de inmediato; salté a la pista a bailar con ella en medio de risillas nerviosas suyas y mías. La fiesta se animaba porque ahora habían flora y fauna suficientes. Esta desconocida se mostraba alegre, se contoneaba sensual e incitadora, no se cansaba de sonreírme, yo aprovechaba de la música romántica para atraerla y así sentir su cuerpo refregándose contra el mío, se dejaba apurruñar siempre con su risilla reprimida al sentir que mis manos exploraban en sus caderas y mi cuerpo se ceñía al suyo para estrecharla al máximo que ella me permitía; me advirtió picarona: -"las otras chicas nos miran y ya están haciendo comentarios; avanzas muy pronto con tus tanteos y exploraciones, ji, ji"-. Miré de reojo y constaté que en realidad éramos observados por algunas de las otras estudiantes, pero no le otorgué importancia porque todo se debía a la curiosidad el ver qué hacíamos, en especial las intensas investigaciones de mis manos por su espalda y sus caderas. En medio de esos coqueteos y cortos manoseos supe su nombre, Berbel*; de repente susurró algo urgida: -"ohh, ohh, es tarde y me debo ir ya, ¿me llevas a mi apartamento?, no es muy lejos; ¿te gustaría acompañarme?"-. Asentí y fuimos a buscar su abrigo. En ese momento subió Héctor, un colombiano, algo nervioso y agitado: -"oiga venezolano, abajo hay una pelada preguntando por vos"-. Mientras ayudaba a la nueva conquista me volví hacia él para contestarle: -"dile cualquier cosa; que se vaya a su pueblo, ella ya entenderá"-. *Diminutivo de Bárbara.

Berbel tenía mucha semejanza con la enfermera Brigitte que había conocido en Witten. Su corte de pelo, su piel, sus ojos, su figura corporal; era casi una copia idéntica, la única diferencia era que ésta le llevaba unos centímetros en su estatura y un par de años en la edad. En el camino hacia su morada la tomé de la mano, en su rostro se dibujó un esbozo de burlona coquetería, decidí invitarla al bistró llamado Petit París que pertenecía al yugoslavo de nombre Zvonko, aceptó complacida: -"sí, me parece bien, aunque el sitio es estrecho, pero todavía es temprano; claro, vamos y nos bebemos una cerveza"-. Cruzamos la calle corriendo y carcajeándonos. El sitio estaba casi repleto; nos refugiamos en una esquina, encendí un cigarrillo, ella me lo raptó riendo divertida, la enlacé por su talle jalándola hacia mí, me colocó el cigarrillo en mis labios mientras que nuestras manos se estrechaban. -"Me gustó el sótano para fiestas de tu residencia; ¿me invitas para la próxima ocasión?"-. -"Eres mi invitada de honor"-, respondí al tiempo que recibía las cervezas de manos de Zvonko, le entregué su vaso para brindar por la siguiente fiesta. En ese instante entró Herbert y se acercó para saludarme con su jovialidad, le presenté la nueva admirada. Herbert palmoteó mi espalda y se retiró a otra esquina; no quería molestar, murmuró socarrón.

Nos bebimos el zumo lupúlico, pagué la consumición y salimos a la calle. Le así su mano, no rechazó mi gesto. Entonces decidí aventurarme un poco más para ver hasta dónde podía llegar. Llegamos al semáforo que estaba en rojo, nos detuvimos, una mirada picarona, me le fui acercando taladrándole su vista con la mía; gritó: -"el semáforo cambió"-; no tomé en cuenta su advertencia y la atraje hasta atarla a mí con ambos brazos; posé mis labios sobre los suyos mientras ella seguía ocupada con el semáforo: -"mira, mira, mi.., uhg, uhh. ¡Atrevido!, en plena calle me besas; ji, ji, ji, pero lo haces bien, ¿quién te enseñó?, ji, ji; uhh, me vas a ahogar con esos besos tan apasionados; crucemos, ya esta verde otra vez"-. Al llegar al otro lado la emprendí otra vez con los abrazos y besos asfixiantes; ello la divertía y reía hartamente nerviosa. Llegamos pronto a la entrada de su pequeño edificio, pues estaba sólo a unos 50 metros del Petit París. Se volvió a mí y me lanzó una pregunta directa que yo no pude ni quise evadir. -"Arturo, ¿tienes una amiga?"-. Negué en silencio batiendo mi cabezota cubierta de pelo casi azul, ella insistió: -"¿no me estás mintiendo?"-, volví a negar, sonrió; la atraje pausadamente para abrazarla y sentir su calor. No se resistió y balbuceó: -"estamos en plena calle; sabes, el próximo viernes voy a tu residencia y hablamos con calma; ahora déjame entrar porque ya es tarde; gracias por todo, muah, buenas noches"-. Entró y se oyó el clac de la puerta al cerrarse tras ella.

Tan tarde no era y decidí volver al Petit París. Allí estaba Herbert, me dirigí a él para departir, pues era muy divertido y parlanchín este alemán originario de un pueblo que se llama Detmold situado cerca de Bielefeld, al sur de Hannover. Me palmoteó el hombro al tiempo que me indagaba por mi situación en relación con el tema faldas*: -"¿cómo está la situación con las chicas?, ¿quién es ésta?, no la conozco; anda, cuéntame, ¿quieres una cerveza?, ¿prefieres un vino?"-. Pedimos lo último y le narré resumidamente lo acaecido en los últimos días en relación al tema chicas. -"Ja, ja, ja; ¿eso le dijiste a la pobre Inge?, fue un poco duro, pero es mejor así. La nueva está muy buena; tiene más pechos que Inge y las caderas son más repletas; y tiene aspecto de ser muy sensual, ja, ja, ja"-. Herbert reía por cualquier cosa, cada tres frases soltaba una contagiante carcajada. *Digo faldas, pues Ives Saint Laurent aún no había sacado al mercado el traje sastre para mujeres, es decir, la combinación de saco y pantalón que desgraciadamente acabó con la minifalda.

Los fines de semana se vaciaba la residencia porque los estudiantes que vivían en pueblos cercanos se iban allí y regresaban los domingos en la tarde o los lunes temprano. Un sábado estábamos aburridos y decidimos con Rafael cocinar juntos, pues no sabíamos qué hacer esa noche. Nos sentamos a hablar paja sobre diferentes temas, en especial sobre su linda hijita allá en su bello país llamado Costa Rica. En ello estábamos cuando llegó Herbert para invitarnos a salir y darnos una vuelta por la ciudad en su Pato motorizado. Este fue un modelo de carro de la marca Citroen que tenía una potencia de sólo 20 cv, los alemanes lo bautizaron como <>. Ya era otoño y la noche no se presentaba en su mejor forma; sin embargo nos convenció para que lo acompañásemos en su periplo nocturno. Su risa jovial y espontánea fue un argumento más. Estuvimos en varios sitios, pero no nos convenció el ambiente, en especial los precios de las bebidas. Inalcanzables para nosotros los estudiantes. Herbert decidió que fuésemos al Petit París porque allá no era tan caras las cervezas. Llegamos al sitio, él estacionó su Pato, nos bajamos muy contentos a pesar de la humedad otoñal y nos dirigimos a la tasca de Zvonko. Estaba casi repleta, como siempre. Buscamos una esquina y esperamos la llegada de la caña. Zvonko, muy cordial, nos saludó deseándonos que la pasáramos bien en su Petit París y nos trajo las cervezas. Comenzamos a observar a los asistentes a nuestro alrededor para ver si habían caras nuevas, sobre todo del sexo femenino. No, sólo las mismas de siempre con sus acompañantes de siempre.

Hablábamos sobre temas diferentes los tres mientras Zvonko nos rocíaba con sendos vasos cargados de cerveza y anotaba en su libreta la cuenta de cada uno. Al fondo se oía la música de los Beatles; los asistentes parlanchineaban sobre su trabajo, o las clases en la universidad, o los líos con su familia. El sitio era pequeño y por ello se captaban todas las conversaciones de las mesas cercanas, o de la barra. Gané, gané; Rafael se había impuesto en el juego de dados y nosotros pagaríamos la ronda. Herbert me golpea la cadera con su codo: -"Arturo; mira a la puerta"-. Yo estaba entretenido con los dados y no le prestaba atención a lo demás. -"Arturo, Arturo; es la chica de la vez pasada"-. Giré mi cabeza para ver y cerciorarme sobre la veracidad de sus palabras. Verdad. Allí estaba Berbel a la entrada del local algo desconcertada. Se veía que no encontraba personas conocidas, por ello su indecisión para entrar. Rafael y Herbert me aguzaron: -"apúrate, se quiere ir, está indecisa"-. Me fui hasta la puerta por entre los cuerpos de los demás presentes y me planté ante ella. -"Oh Arturo; ¿tú aquí?, ¡qué sorpresa!"-. La tomé de la mano y la arrastré hasta nuestro sitio. Saludó alegre: -"hola, buenas noches"-. Le ayudé para que se despojase de su negro abrigo con capucha a lo Caperucita roja; Rafael, muy caballero, le ofreció su banco; ella posó sus sabrosas nalgas en el mismo y me horadó con una coqueta mirada acompañada de una sonrisa harto nerviosa. Herbert pidió una ronda más a su cuenta; Rafael la atacó frontalmente presentándose e invitándola a jugar una ronda de dados; ella torció su cuello llamándome: -"Arturo, ayúdame a jugar contra tu amigo, es muy tramposo; ji, ji"-. Herbert puñaleó mi espalda con su codo aupándome a que le hiciese compañía directa. Me senté a su lado para brindarle el apoyo que ella deseaba. Le pasé mi brazo izquierdo por su talle, con mi mano derecha le di el vaso, brindó y lo colocó sobre la barra cercana. Rafael tramposeaba con los dados para no tener que pagar las rondas de cerveza. Nos divertía.

Ella gozaba de la situación; yo la apretujaba sin abusar para no provocarla; no se defendía de mis ataques, al contrario, me premiaba con sonrisas incitadoras; Rafael dadeaba y ganaba. Y qué más daba; él sólo quería ganar a los dados. Mi gran amigo Herbert se mantenía a distancia, me aupaba tal como Tano en Berlín. Bebía tranquilo su cerveza y reía divertido. Yo no le soltaba el talle asiéndola hacia mí con mi brazo izquierdo; ella deslizó su mano izquierda posando la palma de la misma sobre la mía observándome de reojo mientras lanzaba con la derecha los dados al azar sobre la mesa; bebíamos del mismo vaso y fumábamos del mismo cigarrillo. Los minutos transcurrían rápidos, pronto nos dimos cuenta de que era casi medianoche. Ella se volvió para indicarme que era hora de irse; Rafael susurró casi inenteligible en español: -"éntrele carajillo"-; Herbert lo dijo en voz alta y muy claramente: -"Arturo, acompaña a la joven dama a su casa; la noche está muy neblinosa"-. Berbel se sintió halagada con tanto piropo y se tornó para preguntarme: -"¿sí?, ¿me llevas?, es aquí cerca, tú ya sabes dónde es"-. La ayudé con su abrigo bajo las miradas suspicaces de los vecinos, pues ella era una mujer joven aún, pero algo mayor que este servidor. Tendría más o menos la misma edad de la Hermosura, y se notaba también que su experiencia era muy amplia. Herbert me dijo que se encargaría de mi cuenta; Rafael me deseó buena suerte. Salí tras ella cosquilleándole su talle, ella reía al tiempo que manoteaba hacia atrás para librarse de mi indirecto manoseo, pues yo aprovechaba para palpar la carnosidad de sus glúteos.

Estando ya afuera no me pude contener y la estreché ansiosamente estampándole un sonoro beso en su cuello; ello provocó una tremenda carcajada obligándola a detenerse, echó su mano derecha hacia atrás hasta llegar a mi nuca y presionó mi cabeza para que no cesara de acariciarle sus lóbulos y su cuello. Reía nerviosa e incontenible. Ambos habíamos bebido más de lo que nuestros cuerpos soportaban, o estábamos muy contentos de habernos encontrado tan casualmente, sin quererlo. Se calmó: -"ven, démonos prisa porque el viento está muy picante, en casa te tomas un té; ven"-. ¡Oh!, ¿yo podría entrar a su apartamento sin habérselo solicitado?, qué bien. Paré con los abrazos, ella me haló, atravesamos la calle corriendo y llegamos pronto a la entrada de su edificio, introdujo la llave y se abrió la puerta, fuimos hasta la escalera haciendo el menor ruido posible para no despertar a sus vecinos; con su dedo índice me indicó hacer mucho silencio al entrar en su morada. Se dirigió a una habitación y entreabrió la puerta para echar un vistazo, la cerró y murmuró muy satisfecha: -"Petra duerme serena, menos mal"-. La observé interrogativo, comprendió mi silenciosa pregunta: -"Petra es mi hija, tiene cuatro años y ya está en el preescolar, mañana la conocerás"-. Yo no salía de mi asombro; ¿tenía una hija que yo conocería al día siguiente? ¿Qué significaba todo esto?, ¿qué me estaba insinuando? Ella, muy experta, me sacó de mi pantano mental: -"¿o no te quieres quedar aquí conmigo?, ¿prefieres irte a tu casa, quedarte la noche solo, y pasártela soñando conmigo acariciándote todo lo tuyo?, ji, ji, ji"-. Coño, un disparo muy directo, pues una mano suya oprimió con firmeza mi masculinidad semierguida y dura. Lo soltó de inmediato para no mostrar así tanta sed y hambre de sexo en esos momentos.

Yo permanecía como casi petrificado en el centro de su sala; recordé entonces la primera noche en el apartamento de la Hermosura allá en Berlín, los mismos nervios, la misma indecisión; y la misma incógnita de no saber el resultado. Ella me despertó y sacó de mis lucubrantes pensamientos: -"espera y preparo un té; luego nos duchamos y nos lavamos el pelo para quitarnos el olor a cigarrillo; ven, vamos a la cocina; quítate el abrigo"-. Colgué el artilugio en su percha y la seguí hasta la cocina que era bastante estrecha; ella puso la tetera sobre el fogón y esperamos a que lanzase su silbido anunciando que el agua hervía. Se me acercó incitándome a que la abrazara, nos besamos muy apasionadamente, se apartó unos centímetros de mi rostro para indagar: -"dime una cosa, ¿cuánto tiempo hace que no haces el amor con una mujer de verdad?; no como esa muchachita pelirroja que te estaba haciendo la cacería en el sótano de tu residencia; dime, ¿cuánto hace?"-. Me quedé perplejo, ésta era mucho más acelerada que la Hermosura, me daba la impresión. ¡Un auténtico cohete! Qué velocidad coño. No sabía qué contestarle. Ella lanzeteó afinando la puntería: -"ji, ji, ji; ¿acaso eres virgen aún?, ji, ji, ji"-. Mis ojos se enterraron en los suyos, negué silencioso girando lento mi cabeza cubierta de pelo casi azul. Pfuui. La tetera se reportó e interrumpió su taladrador interrogatorio. Menos mal.

Vació el líquido caldeante en un recipiente resistente a esas temperaturas, dejó caer las bolsitas con el té negro, se tornó y me bombardeó otra vez con su pregunta: -"dime, ¿cuánto hace?, ji, ji, ji"-. Quise responderle con la misma munición, pero recordé a mi hermosota maestra quien me había indicado en alguna de las horas de entretenimiento corporal no hacerle esa cuestión a una chica, me contuve. Berbel me sacó del apuro: -"sabes, tengo varios meses sin amante fijo; tú podrías serlo, eres muy joven; ji, ji, ji, y me gustas; vamos a ducharnos mientras el té reposa y se enfría, ven"-. Esta mujer me achicopalaba tanto o quizás mucho más que Astrid, pues no la conocía bien todavía ni le tenía confianza. Me sacó a empellones de la cocina para que nos dirigiéramos a su baño muy chévere con una bañera amplia y bastante cómoda. De todas formas la seguí. Entramos y me ordenó riendo nerviosa: -"desnúdate; ji, ji, ji. ¿Quieres que te ayude?, no es problema, déjame y te saco la ropa, para así poder admirar tu masculinidad, ji, ji, ji"-. Haló la correa, luego desabrochó el pantalón bajó el cierre de manera brusca e incluso ruda, su mano buscó ansiosa hasta hallar su objetivo: -"ah, por fin lo tengo en mi mano; uhm, sabroso lo tienes; gr, lo quiero todo cuando esté bien parado y duro para que me penetres hasta lo más profundo. Gr, qué ganas de sentirte en mí y largo rato, ven y nos duchamos para que luego me calmes esta gana de hombre que tengo. Ven caribeño"-.

Colgamos la ropa en la percha, ella abrió la llave de la regadera aclarando: -"llevará mucho tiempo llenar la bañera, por ello mejor nos duchamos y rápido; ah, está divina el agua tibia, ven para que me enjabones"-. Tendió su mano invitándome, subí y ella me abrazó muy fieramente: -"grr, anda enjabóname toda y todo, no te olvides de ningún huequito ni nada, ji, ji, ji"-. La lluvia fresca caía sobre nuestros cuerpos incesante, me entregó el jabón e inicié la labor que ella me solicitaba, una mano bajó por su espalda con el jabón y con la otra le esparcía la espuma, el aroma dulzón se fue esparciendo; ella jugueteaba con mis testículos amasándolos, mi miembro ya saltaba debido a la rigidez, ello excitaba su lenguaje: -"ah, qué duro lo tienes, me gusta así. Sí, enjabóname bien, no te detengas"-. Hundí la pasta en la ranura anal refregándole suavemente y largo tiempo esa zona, con los dedos de la otra esparcía la espuma de forma muy lenta para su satisfacción, sentí el endurecimiento de sus pezones oprimiéndose contra mi pecho y su voz plena de lujuria y hambre susurró: -"sí, así, no pares; húndeme el dedo allí en mi culo; grr, dame la boca para morderte la lengua, grr, uhmuah, gr; sigue dándome dedo ahí, ahh, qué ganas de que me envares allí; ahora en la vagina, también llenámela de espuma para estar bien fresquita"-. Y se fue apartando para que continuase ahora la labor en ese vello que le cubría la entrada a su jugosa feminidad, mis dedos extendían la espuma por todo ese pelero suyo y en el valle de la dicha allí guarecido; una mano suya no se cansaba de amasar mis carnosas bolsas colgantes repletas de líquido. Le llené de espuma su vellosidad vaginal, uno de mis dedos corazón se hundió y perdió entre sus labios los cuales eran bastante gruesos y morenos, al contrario de los de la Hermosura que eran rosaditos y delgaditos; ella buscó ansiosa mi boca mientras apretaba garosa el miembro: -"uhmuah, uhmuah, lo haces muy bien. Y esta barra tuya está que estalla, grr; más, dame más masaje con ese dedo"-. Continué con el trabajo minucioso, ella suspiraba al tiempo que abría la llave de la ducha para que la llovizna se llevase esa espuma y diese paso a la frescura en nuestras pieles; nos lavamos el cabello con su champú para quedar totalmente frescos. Sacó una toalla muy grande de su armario e iniciamos la tarea de secarnos; yo a ella aprovechando para palparle todo su cuerpo ahora muy fresco, y ella a mí sin cansarse de sopesar mi masculinidad que ya estaba a punto de reventar.

Lanzó la toalla sobre el lavamanos y me abrazó plena de fiereza sensual: -"ahora sí, ahora sí quiero que me hagas el amor y bien intenso, vamos a mi lecho para que me acaricies intensamente todo mi cuerpo y luego me forniques hasta que me hagas llegar al éxtasis total"-. Salimos del baño con ella abrazándome y mordiéndome el cuello, una mano suya amasaba mis testículos y pene casi desesperada; entramos a su dormitorio y se sentó en el borde de la cama abriendo las piernas ampliamente, me hinqué delante suyo, ella posó una mano en mi hombro para halarme rugiendo: -"soy toda tuya, aprovéchame, ji, ji, ji; penétrame, fornícame, cógeme, ggr, apúrate que tengo mucha hambre de este duro fierro tuyo; chúpame bien las tetas y cógeme ya, ven"-. Y me abrazó rabiosa atrayéndome para que el miembro se encaminase hacia su mojada gruta, con una mano lo enrumbó hasta que el glande quedó entre sus gruesísimos labios, y posó las palmas de sus manos en mis glúteos empujándome hacia la profundidad de toda esa carnosidad vaginal inundada por lujuria líquida, fui buceando en ella hasta que nuestras pelvis chocaron, ella allí ya sintiéndose poseída rugió fiera: -"sí, sí, así es, mételo todo, gr, que bien me lo haces; muérdeme las tetas, chúpame los pezones, manoséame toda; ggr, hazme bien duro"-. Y para que no me apartase nada de ella, colocó sus pies detrás de mis piernas como un gancho, sentí la presión de sus talones en la parte posterior de mis muslos. Mis manos se aferraron a sus nalgas y ella suspiró rabiosa de lujuria: -"ggr, sí, amásame las nalgas, méteme un dedo en el culo y me masajeas. Sí, sí, así, más. Dame bien duro con tu fierro, mételo y sácalo con fiereza; hazme durísimo, uhmuah"-. Su boca se apoderó de la mía.

Era un abrazo semejante a un clinch de dos boxeadores, sólo que acá no nos golpeábamos sino que copulabamos de manera muy intensa; mi pelvis se chocaba con la suya mientra le lamía, lambía y mordeloneaba sus pechos plenos y ya casi a punto de estallar sus granulados pezones. Paró un momento en su labor para proponerme cambio: -"sabes, me haces de otra manera para que me acaricies el gallo con tu mano y me hagas flotar de placer; cambiemos, siéntate en el borde de la cama. Sácamelo para poder hacer el cambio, uhmuah, ven"-. Soltó el gancho y así me liberé de su presión, abrió sus piernas pudiendo yo retroceder para sacar el miembro de su vagina, me levanté con ella mirándome fiera y sosteniendo ávida mi virilidad, me senté en el borde de su cama y ella sobre mi regazo dándome la espalda, sentí toda la humedad de su bajo vientre y glúteos; ella tomó el miembro para enrumbarlo otra vez a su entrada e hizo presión para éste se hundiese raudo y la llenase de carne erecta para su dicha y placer, allí rugió queda pero decidida: -"qué bien me lo entierras, mételo todo, así, así, más, uff, uff. Yo te sobo los huevos y tu mi gallo para que me excites y hagas llegar al paraíso del éxtasis, anda estrújamelo con tus dedos, ven"-. Mi ariete entraba allí para dicha suya y mía; ella llevó mi mano derecha hasta su clítoris, al rozarle esa perlita suya fue asaltada por un ligero temblor corporal y rugió rabiosa: -"gr, sí, ahí mismito, refriégamelo; uf, qué dedos los tuyos, me haces temblar, más, más caribeño; uf, uf. Muérdeme la nuca y todo, lámbeme, uggh. Sí"-.

Mi labor y tarea la complacían, sus glúteos presionaban, y otra vez enganchó mis piernas con sus pies; qué hambre la suya, se notaba que tenía tiempito sin ser amada y ahora le daba rienda suelta a todo ese deseo estancado en su alma y cuerpo; su mano no cesaba ni se cansaba de masajear mis testículos; de vez en cuando giraba su rostro hacia un lado para que yo le pudiese lamer su boca, mejilla, oreja, cuello al tiempo que mi otra mano se paseaba por sus pechos; de pronto soltó un profundo suspiro: -"uhm, vuelo, vuelo y no sé hacia dónde, uhmm"-. Su cuerpo se desplomó sobre el mío obligándome a tenderme debido a su peso; quedamos así con ella encima mío mientras que de mi uretra salían largos escupitajos de semen que inundaban su gruta, murmulleó queda: -"ya, ya, ya no más Arturo, ya me hiciste llegar; uf, que temblor siento. Acaríciame bien suave"-. Mi miembro saltó y fue presa de su mano que lo sostenía refregándolo sobre su vagina para esparcir todo el fluido que aún emanaba de allí. Largos segundos e incluso minutos estuvimos así y callando, sólo los silbidos de nuestras alteradas respiraciones se oían. Por fin se recuperó y empezó a girar su cuerpo hasta quedar de frente y a mi lado, una mano suya no cesaba ni se cansaba de masajear mis testículos, entonces murmulleó: -"quiero que me cojas otra vez y ahora mismo, déjame te masturbo para que se te endurezca y me lo puedas meter otra vez para que calmes mi apetito de hombre esta noche"-.

Lo presionó entre sus dedos e inició un movimiento rítmico ayudada por el semen que aún burbujeaba de allí, sus ojos no se apartaban de los míos tratando de adivinar qué o cuál sensación provocaba en mí su masaje desbocado, cesó un momento y apretó con sus dedos para constatar la dureza de la erección, murmuró embriagada de lujuria y el deseo casi incontenible de ser fornicada: -"ya está bien duro; ven y me das una buena cogida con mucho mete y saca, móntate en mí y me lo entierras todito, y no dejes nada por fuera; veen, ggrr"-. Rugía insaciable y deseosa de ser penetrada hasta lo indecible; me tendí sobre ella con sus piernas echadas hacia su pecho, coloqué el miembro en la entrada de su vulva y empujé apoyándome en mis pies, ella aulló feroz: -"sí, siémbramelo todo, todo, todo. Uf, uf, más, uf, ahora bombea y bien fuerte; ugh, uf, ggr"-. Mi pelvis azotaba la suya y sus pies presionaban mis caderas; estaba tan excitada que sus dientes torturaban mis hombros dándome unos mordiscos plenos de rabia acumulada en su alma; muy cierto era, tenía tiempito sin ser fornicada durante largo espacio, ahora se desataba esa lujuria y pasión acumuladas en ese lapso de abstinencia deseada o indeseada. Un abrazo ahogador suyo y un temblorcillo de su bien formado cuerpo me indicó que estaba entrando en éxtasis, entonces aceleré los topeteos para disfrutar ambos al mismo tiempo del placer corporal. Sus manos se aferraron como garras a mi espalda al tiempo que sus talones pateaban prácticamente sobre mis nalgas y muslos, ella gruñía ahogada por mi boca que le quería sacar la última gota de saliva de la suya, susurró plácida: -"sí, sí, me hiciste bien. Ah, qué buena cogida me diste"-. Seguí tendido sobre ella esperando que mi virilidad se saliese sola de su vagina ya repleta de líquidos suyos y míos.

De forma muy lenta me empujó para que la descabalgase y quedamos frente a frente de medio lado; nos mirábamos sin decir o pronunciar una única palabra; una mano mía le refregaba su pubis para saber si ella reaccionaba y se dejaría montar otra vez, permanecía impertérrita y silenciosa; mi mano se dirigió a sus nalgas y entonces le murmuré a su oído unas cortas palabras, allí sí reaccionó: -"¿qué?, ¿mi culo me quieres penetrar?; sí, me gusta que me lo llenen de carne masculina, pero hoy no, ya es tarde y mañana tengo clases en el pedagógico; además, la niña; otro día me le puedes dar bien y rellenármelo con tu carnota sabrosota, pero hoy no. Uhmuah, ahora me voy a lavar y después dormimos. Ji, ji, ji, y me dejas dormir tranquila, no quiero que me montes a mansalva en la madrugada, ji, ji, ji"-. Al volver se fijó en el reloj y se dio cuenta de la hora, exclamó una frase que no entendí: -"merde, il est trop tard!"-. La miré interrogativo y ella aclaró sonriente mientras me mostraba toda su desnudez excitante e incitante para dicha mía: -"sí, es francés, estudio esa lengua en el pedagógico y pronto seré maestra de francés: otro día me tienes que hacer a lo francés, ji, ji, ji, ji; pero hoy ya debemos dormir; déjame abrazarte y así sentir ese calor tuyo, pero ya te lo dije, me dejas descansar tranquila, ni se te ocurra asaltarme cuando esté dormida porque te echo, ji, ji, ji; mentira, no lo haría; sabes, debo descansar pues me hiciste sentir feliz y ahora debo recuperarme. Sólo una pregunta ya para finalizar, ¿tienes amiga?, ¿tengo que compartirte con alguna amiguita tuya por ahí?, ¿uhm?"-. La miré directa negando con firmeza; me abrazó asfixiante para que nos entregásemos a descansar en su amplio lecho; nuestros brazos y piernas se engancharon para dormir en paz.

-"Mamá, mamá; tengo frío; mamá, ¿quién es el señor"-. Mis ojos se abrieron al despertarme con la voz infantil que llamaba a su madre, la miré y me fascinó su carita de ángel, su castaño pelo largo, en su mano sostenía un peluche. Berbel se despertó algo amodorrada debido a que la noche había sido muy corta porque ambos habíamos calmado intensamente nuestra sed de amor corporal, bien carnalmente lo habíamos hecho. Le habíamos dado rienda suelta a nuestros delirios y pasiones estancados tanto en ella como en mí, pues yo ya tenía meses sin hacer el amor, la última vez había sido en Berlín. Lindo fue. Berbel la atrajo hacia sí y le estampó un maternal beso en su frente; su carita de ángel me cautivaba. Ella y yo yacíamos bajo la misma cobija cubriendo la desnudez de nuestros cuerpos; Berbel le explicó la razón de mi presencia en su cama: -"sabes, la mamá tenía mucho frío y el señor vino para darme calor, y ahora va a desayunar con nosotras; anda y te limpias los dientes"-. La niña me miró y se arrastró por sobre nosotros hasta llegar a mí: -"gracias señor, muah"-. Se bajó de la cama y salió para cumplir la insinuación de la madre. Ésta se volvió risueña: -"ji, ji, ji; ya te conoce, ahora puedes venir casi siempre."- La niña salió sosteniendo su peluchito.

Berbel sintió que yo necesitaba desahogarme: -"ji, ji, ji; ¿estás muy despierto ya?; ¿no te bastó con lo de anoche?, ji, ji, ji. Pero no podemos ahora porque haríamos mucho ruido y Petra vendría a ver qué pasa, te tendrás que aguantar hasta por la noche, ¿sí?. Y te vuelves a quedar aquí, ¿te parece?, ¿sí? Además, ji, ji, ji, además anoche me cogiste mientras yo dormía, sí, sí, te sentí cuando me penetraste y estuviste rato largo en mí; atrevido, me violaste aprovechando que yo dormía, debería mordértelo para castigarte, ji, ji, ji"-. Mi respuesta fue un abrazo feroz para tratar de montarla y penetrarla, pero ella rechazó decidida mi intención: -"no, no caribeño, no me podría concentrar y sólo tú tendrías tu placer"-.

Desayunamos muy cómodamente y divertidos con las monerías de la niña; me despedí de ella quien se retiró a su cuartico para jugar con sus muñecas; salí al recibo para buscar mi abrigo, Berbel me siguió y me apurruñó plena de pasión: -"muahh, gracias por haberme acompañado a casa, ji, ji, ji; ven esta noche a buscarme y vamos al Petit París, ¿te parece?, ji, ji, ji; y después nos venimos para acá para que me cojas cuánto quieras, me gustó mucho tu forma de amar, muy apasionado eres, y muy complaciente. Dime una cosa, ¿de verdad estás solo?, ya te lo pregunté anoche, pero quiero hacerlo otra vez, pues ayer estábamos en pleno amorío y ahora estamos frescos, dímelo, ¿te tengo que compartir con otra?, ¿o acaso con otras?, ji, ji, ji"-. No podía parar su pegajosa risilla nerviosa; negué silencioso pero decidido y firme, me besó riéndose y yo salí de allí.

Ya era casi mediodía cuando llegué a mi covacha, estaba abriendo la puerta cuando me llegó Rafael armado con su pipa humeante, de inmediato me bombardeó: -"aja carajillo, te fue bien, ¿verdad?, vienes pálido pero feliz, se te nota la felicidad y el desahogo, ja, ja, ja, ja; vamos a mi habitación para que nos cuentes qué paso después que saliste con esa hembrilla tan lanzada, es un avión; venga que Herbert nos está esperando para que narres con todos los detalles de la noche, desde que se fueron, cómo la desnudaste, si le chupaste todo, o si sólo le diste fierro por todos los tres huecos, si ella te lo chupó porque tiene cara de ser muy hambrienta; ja, ja, ja, sí, ven, tenemos un vino rojo con salchichón, queso y pan francés para que no te quejes, ja, ja, ja; ahí viene Herbert"-.

Nos sentamos a conversar retozonamente sobre mi noche transcurrida con la maestra del idioma de Baudelaire. Herbert soltaba unas muy estruendosas carcajadas celebrando mi narración, el tico Rafael aspiraba de su pipa y contemplaba socarrón toda mi historia, de vez en cuando hacía una observación provocando más risas en Herbert. El salchichón junto con el queso y pan francés fueron víctimas de nuestra glotonería y la sed fue calmada con el vino tinto. Herbert se largó a la casa de una de sus amiguitas, a Rafael le llegó visita y yo me replegué en mi lecho a recuperarme y a soñar con los hechos de la noche anterior. Por fin tenía una amiga para desahogarme corporalmente en lugar de seguir añorando las horas de mucha lujuria vividas con la Hermosura en Berlín. En la tarde me fui a su apartamento para cumplir con la promesa de acompañarla a la tasca y luego volver a su reino para complacerla, pues se le estaba despertando su lujuria a medida que más fornicábamos. Fue una noche muy ardua y ardiente porque ya nos conocíamos un poco más y ello permitía avanzar en nuestras relaciones sexuales, ya que íbamos mostrando nuestros deseos particulares. Hubo mucho toqueteo, manoseo, besuqueo durante largo rato para que me permitiera poseerla y penetrarla hasta lograr un agradable cansancio mutuo. Ella me agradeció mi comportamiento, pues quedó muy complacida y satisfecha. Ahora bien, esta joven madre no era la profetizada por la Hermosura; me veía en la necesidad de proseguir en esa búsqueda, mientras tanto me solazaría con Berbel porque yo tampoco era una relación fija para ella; sólo fornicar y nada más, nada más.

Continuará. Capítulo 16. Carnavales.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25269
  • Fecha: 13-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.95
  • Votos: 19
  • Envios: 0
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