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Categoría: Confesiones

Capítulo 13 - Alemania Occidental. Adiós adolescencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 13 - Alemania Occidental. Una bruja en Dortmund.

Los primeros meses en la nueva ciudad llamada Dortmund fueron un martirio porque no tenía una habitación fija ni mucho menos adecuada. Viví en varios sitios con mejores y peores experiencias por lo cual me decidí por la residencia estudiantil muy cercana al tecnológico, sólo dos minutos a pie; qué delicia, podía dormir hasta las 7 de la mañana porque las clases comenzaban a las 8. Para mudarme allí hube de esperar hasta el mes de junio, ello me cayó bien porque a los pocos días empecé a trabajar en una empresa de la industria metalúrgica llamada HOESCH. Mi sueño de sacar la licencia y comprarme un escarabajo comenzaba a tomar forma; además, no me olvidaba de ella en Berlín. Trabajé seis semanas y luego me fui a España con los chapines Arodi, Ramos, otro de nombre Calgua, y Rogelio a quien ya conocía por su visita a Berlín en el año 1969, y por mi posterior viaje a Madrid en el mismo año.

Y se iniciaron las clases del semestre de invierno. Éramos 30 estudiantes; 28 alemanes, un griego llamado Saavidis, así como este humilde servidor. En la residencia me adjudicaron un puesto en una habitación que compartía con un alemán llamado Guerke y a quien le pusimos el mote de Gurke que significa <>. En la residencia había mucha actividad aparte de los estudios debido a que en el sótano de la misma existían dos salones que esperaban a ser usados para algo. Luego de una reunión con el conserje llamado Kortmann se decidió que se convertirían en una sala para fiestas. Manos a la obra. Entre todos los 90 estudiantes que vivíamos allí convertimos el sótano en un salón para celebrar y pasar el rato después de las clases. Hicimos una fiesta en el patio y con los fondos recolectados se compraron muebles y un equipo de sonido muy ruidoso. Dicho equipo nos traería muchos problemas con el vecindario de ahí en adelante. Se organizó la gran primera fiesta con mucho bombo y platillo. Repartimos hojas volantes en las residencias de chicas, en una de enfermeras, en el pedagógico que se caracterizaba porque el 90 % de los estudiantes eran féminas. Vinieron chamas de todos los sitios en donde habíamos repartido las hojas volantes. El sótano estaba lleno a reventar, por ello hubo que disponer de otro salón situado en el primer piso para darle cabida a todos los invitados, y en especial las invitadas. Un éxito total esa fiesta. Mucha flora de excelente calidad para la fauna hambrienta.

Yo me hallaba en la cocina de mi piso preparando unas empanadas y por ello no podía compartir y disfrutar con los demás en la fiesta. Más tarde lo haría. Rafael me ayudaba. Ya entrada la tarde terminamos con nuestra receta, por tanto decidimos con el tico bebernos una birra que teníamos en nuestro refrigerador comunitario. En ese momento entró Franz junto con Dimitrios y otro griego llamado Stelios para preguntar por las empanadas. Nos colocamos delante de la bandeja porque estos gavilanes no habrían dejado una sola. Dimi protestó juguetón: -"Arturo, sólo una para probar"-. Rafael y yo negamos rotundamente en silencio. Bajamos con la bandeja repleta de empanadas para colocarlas en la mesa con los demás manjares que habían preparado los otros habitantes de la residencia, en especial los extranjeros, pues los alemanes sólo presentaron salchichas fritas, asadas y cocidas. En el momento en que coloqué la bandeja sobre la mesa oí una voz femenina preguntando: -"perdón, se ve muy apetitoso ese manjar que usted ha traído; ¿qué es?, ¿puedo probar uno?, ¿sí?"-. Giré mi cuello para ver quién era la admiradora de mis empanadas. Mi vista la bayoneteó y recorrió de arriba a abajo; aprox. unos 21 años calculé; mi edad. Qué cabello tan rojo, bello y subyugante, qué ojos tan seductores, qué labios tan voraces. Su pelo era casi rojizo y bastante largo, unos expresivos ojos verdes, labios carnosos sin lápiz labial, su piel blanca y muy tersa; su vestido enterizo de color lila claro, de escote rectangular y muy abierto tanto en el pecho como en la espalda, se ceñía levemente a su elocuente silueta terminando en un esbozo de minifalda; sus piernas se escondían tras unas botas altas forradas por dentro. Era la moda de aquella linda época. Tomé una servilleta, envolví en ella una de las empanadas y se la entregué; simulando ingenuidad, indagó melosa: -"no sé cómo se come esto; ¿me puede enseñar?"-. Le di un mordisco a la empanada, entonces ella reaccionó coquetona: -"ah, ¿sólo morder, masticar y pasar?, pues es muy fácil; démela para probar"-. Mordió y sonrió lamiéndose sensual sus labios como invitándome a que se los besara para probar de la sal y grasa adherida a ellos; exclamó entusiasmada aprobando mi labor culinaria: -"uhmm, muy sabroso, sí, sabroso, uhm"-.

A nuestro alrededor se había formado un círculo porque los griegos habían corrido la voz sobre las empanadas, los otros invitados deseaban probar de mi manjar. Ella, aún no sabía su nombre, masticaba tranquila degustando su sabor; Dimi se acercó por detrás para lanzetearme con uno de sus dedos y bisbisearme: -"Arturo, dale de beber un vino"-. Le largué un vaso con vino blanco, agradecida lo aceptó: -"muy amable, gracias"-. Terminó de saborear nuestro manjar y se quejó: -"mis manos estan grasosas, ¿dónde me las puedo lavar?"-. Otra vez Dimi: -"llévala a tu cuarto"-. Y lanzeteó nuevamente mis espaldas con su dedo simulando a una bayoneta. Yo reaccioné nervioso: -"venga, yo le muestro un sitio tranquilo para que se lave las manos y se enjuague la boca, venga"-. La tomé de su mano grasosa. -"Bien Arturo, muy bien"-, corearon mis amigos de residencia. La llevé a mi habitación en donde se hallaba Pepino con sus libros estudiando, le aclaré que sólo íbamos a lavarnos las manos, runruneó: -"no me importa, déjenme en paz"-. Ella se lavó sus manos calmadamente, le entregué la toalla para que se secara, sonriente me agradeció: -"usted es muy amable"-, mientras le echaba un vistazo a la habitación.

Bajamos a la fiesta precisamente en el instante en que el disc jockey llamado Peter colocaba su mejor 45: Yesterday. Me miró muy harto picarona: -"¿le gustan los Beatles?, ¿bailamos?"-. Y me tomó de una mano para meterme entre el montón de parejas que se entretenían intercambiando salivas bajo la media luz del salón, colocó sus brazos sobre mis hombros, yo la enlacé suavemente posando atrevida pero suavemente mis manos sobre sus ampulosas caderas al tiempo que le susurraba: -"usted es una chica muy linda, y muy femenina"-. Sonrió al escuchar mi bisbiseante lisonja. Nos mirábamos elocuente pero silenciosamente, decidí lanzarle una andanada inicial: -"¿cómo se llama usted?"-; me apretujó suave para acercarse a mi oído y susurrar: -"Inge* -*Ingue-, Inge es mi nombre y tengo 23 años, estudio pedagogía especial"-. Se apartó sin despegarse: -"usted se llama Arturo, ¿no es verdad?"-; -"¿cómo lo sabe?"-, le pregunté sorprendido. Volvió a sonreír muy coqueta y picarona: -"los dos suramericanos, Rafael y usted son muy conocidos entre los habitantes de esta casa; además, acá abajo se comentaba mucho sobre los manjares que estaban preparando en su cocina; ahora ya lo sabe; ven, disfrutemos de los Beatles con Yesterday así como Let it be"-. Nos entregamos a danzar armoniosamente; la fui estrechando mirándola fijamente a sus grandes ojos, no evadía mi ataque visual; le di un topetazo suave en su frente rozándole su nariz. -"Bien Arturo"-, se oyó por parte de los griegos. No le prestamos atención y proseguimos con nuestro silencioso diálogo mientras nos abrazábamos sin besarnos; nuestras frentes y narices se rozaban, mis manos no le soltaban sus caderas y las suyas enlazaban mi cuello. Qué idilio tan arrecho.

De pronto. -"¿Arturo?, ¿es usted Arturo?, ¿sí?, ¿es usted el venezolano de Berlín?"-. Una nerviosa y acuciante voz masculina rompió el entretenido acercamiento, me doy la vuelta y veo a un flacuchento de corta estatura embutido en un flux y encorbatado, a sus espaldas traía colgando una guitarra, en su mano derecha un morral pequeño. -"Sí, soy Arturo, ¿y tú quién eres?"-. Me tendió su mano derecha y se presentó: -"William Romero, soy peruano y vengo a prepararme para el examen; Tano en Constanza me dijo que aquí te encontraría, necesito alojamiento por un par de días"-. Lo tasé de arriba a abajo y llamé a Rafael, éste aceptó la idea, pero antes le hizo una pregunta decisiva: -"usté toca guitarra, ¿verdad?"-, el descendiente de Atahualpa afirmó sonriente: -"sí; ¿entonces me puedo quedar?"-. Rafa y yo asentimos silenciosos, el tico le quitó el morral, yo me lo llevé para presentárselo a Peter: -"Peter, tenemos un artista invitado, se llama William y cantará algunos éxitos de la música española, déjalo que se suba a la tarima para que cante"-. Peter le hizo lado.

<> Así inició William Romero su presentación, minutos después regresó Rafael asintiéndole en silencio que el alojamiento estaba listo. Inge se metió en el lío: -"cuénteme, qué ha pasado, ustedes hablan como una catarata"-. La tomé de las manos: -"venga, bailamos y le explico"-. Ella corrigió la formalidad para que nos acercásemos-"Yo soy Inge y tu Arturo, ¿verdad?; dime tú, ¿qué me quieres decir?"-. Se había roto el hielo por fin, me dije, entonces corregí mi frase: -"ven bailemos, brujita dortmundesa; tu bello pelo me fascina, tus ojos me subyugan"-. Nos miramos de frente, topeteó mi frente con la suya y murmulleó divertida: -"eres un poco loco; y tu forma de hablar en alemán me gusta mucho, se te entiende todo y muy bien; ven, aplaudamos a tu amigo guitarrista"-. William convirtió la fiesta en un concierto, pues tenía un amplio repertorio. Todos aplaudían pero no podían tararear las melodías por los problemas del idioma, mas la alegría era total. Nos balanceábamos armoniosamente palmoteando las interpretaciones del clon de Atahualpa.

<> Prosiguió William; Inge levantaba sus brazos y aplaudía entusiasmada; detrás mío se encontraba Dimitrios con Estelios, ambos balacearon mis espaldas con sus bayoneteantes índices; me volví y ellos casí me matan con sus miradas elocuentes, así como su mímica indicándome que la abrazara. Vacilé, pues yo no era, no soy, tan atrevido; Dimi lanzó su índice derecho hacia mi cadera al tiempo que su cabezota rectangular me ordenaba: <>. Me coloqué tras ella con su complacencia, la envolví entre mis brazos estrechándola sin perdón, mis manos se posaron sobre las suyas para acompañarla en el palmoteo que había desatado la música del recién llegado del Perú. Mi rostro rozaba su cabello, mi nariz aspiraba el aroma de su fresco champú, mi barba arañó su cuello; se volvió hacia mí: -"Arturo, tu amigo canta bastante bien"-. El ánimo era total y ella, inicialmente, no rechazaba mis intentos de acercamiento, los cuales hasta ahora habían sido bastante cándidos.

Un alemán llamado Jürgen Diehl, que estaba empatado con una suiza italiana de nombre Daniella Valsangiacomo, se lanzó a la tarima con su guitarra para interpretar su repertorio. Rasgó su guitarra retronándola, de sus cuerdas emanaron las dulces notas de Monday, monday. Un murmullo de satisfacción recorrió el salón, las parejas se armaron para seguir el compás del romántico ritmo. Inge se tornó inundándome con una mirada realmente enternecedora, posó sus brazos sobre mis hombros y me enlazó por detrás de mi nuca; yo le coloqué mis manos en sus caderas acercándola sin apretujarla, pero dándole a entender de que ya la deseaba, pues mi cuerpo era invadido por un hormigueante cosquilleo que se proyectaba hasta mi íntima masculinidad, la acerqué aún más para sentir su femenina humanidad entre mis brazos, ella no rehuía mi ataque. <>, me había dicho la Hermosura aquella noche de primera ocasión en todo el amplio sentido de la palabra cuando simulamos bailar al ritmo de las notas de Gilbert Becaud. Nuestras vistas batallaban; la suya brillante y expresiva, la mía horadante, seria. Yo la observaba meditativo; ¿era ella la chica linda que la Hermosura me había augurado?; ¿sí?, ¿era ésta? Ella me despertó: -"Arturo, quisiera una tortica -empanada- más, pero ya se acabaron. Y después quiero irme a casa"-. La atisbé victorioso y le susurré: -"tengo un deposito escondido, ven"-. Dimi y Estelios aullaron al vernos salir: -"bien Arturo"-. La tomé de la mano para llevarla a nuestra cocina. Sorpresa grandiosa me hallé; allí estaba Rafael engullendo las últimas, sonreía algo borrachón pero tranquilo; vociferó muy burlón: -"¿quieren?, son las últimas; ja, ja, ja, están sabrosas, siéntense"-.

Inge se sintió insegura ante la feroz voracidad del tico: -"oh, Rafael tiene mucha hambre"-; la calmé: -"no, sólo está un poco borracho; ven, cómete las que quieras, yo las preparé; ¿cuántas quieres?"-; me soslayó y susurró: -"una, sólo una"-. La envolví en una servilleta y se la entregué ordenándole: -"siéntate, siéntate; no se come de pie"-; y caballerosamente le ofrecí una silla mientras Rafael engullía su empanada carcajeándose: -"ja, ja, ja, ja; están sabrosas; Arturo, prepare más"-. Ella posó su trasero lentamente en la silla haciendo chisporrotear su vestido al hacerlo, su escote me embelesaba; nos olvidamos del tico; le serví una copa de vino blanco francés para acompañar la empanada; Rafael masticaba y filosofaba sobre la mierda que es la vida, un mordisco a su empanada, un trago de cerveza, y mascullaba frases sobre la mierdolada que es la vida. En una mezcla de español y alemán.

-"¿Me acompañas a mi apartamento?"-. Me preguntó mientras se lavaba sus manos en el fregadero de la cocina del piso. El tico Rafael engullía, bebía y disparateaba sobre la vida que, según él, era <>. -"Ja, ja, ja; sí hermanito, váyase con ella y llévela a su cuartico azul* pa´ que pasen su primera pasión y la llenes de leche bien caliente y sabrosa; ja, ja, ja"-. *Cuartito azul, un tango antiguo. No le presté atención a su recomendación. Le ayudé a colocarse su abrigo y salimos a la calle neblinosa, me explicó que no vivía muy lejos, solamente cruzar el puente tendido por encima de los rieles del tren para después caminar unos 300 metros, allí habitaba ella. Caminábamos apresurados por el aire fresco que ululaba amenazante en ese otoño; su cabello rojizo revoloteaba, se extendía y le envolvía el rostro, nos divertíamos mucho, ya que simulaba perder la dirección y se apoyaba firme a mi brazo; en sus labios carnosamente repletos se dibujaba una inocente sonrisilla excusándose sin expresar un sonido. Yo aprovechaba para depositar una breve caricia bucal en su mejilla y apretujarla decentemente sin que ella me rechazara. Le pasé un brazo por su cintura dejando que los dedos de esa mano tamborilearan sobre sus amplias caderas invitadoras a ser acariciadas. Sus ojos me deslumbraron con su mirada enternecedora; no dudé un solo instante y volví a rozarle sus labios con mi ardiente boca mientras íbamos rumbo a su refugio; le sabían a empanada todavía, me relamí los labios al probar la sal y grasa proveniente de sus sensuales labios.

Llegamos al decrépito edificio que tenía cuatro pisos y, lógico, sin ascensor. Eran construcciones de la posguerra que había levantado el gobierno para aliviar rápidamente a la población del problema habitacional en Alemania. Se plantó frente a su puerta y la abrió, extendí mi mano derecha para despedirme, ella me agradeció por todo: -"gracias por la comida y por la fiesta, ya sé dónde pasar un viernes alegre; eres muy caballero, me haces sentir como una verdadera damita"-. Yo sostenía aún su mano, ella se me acercó para expresarme su cálido reconocimiento: -"te mereces un besito, muah; gracias por todo; ven un momento a mi habitación para que la conozcas; anda, entra y subimos"-. Me hizo pasar por delante suyo para que mis ojos no se engullesen el bocado que se me ofrecería al ella subir por delante mío, pues llevaba su vestido de falda corta. Colocó sus manos sobre mi cadera y me empujó riéndose divertida: -"ja, ja, ja, ja, sube pronto"-. Respirando profundo vencimos los cuatro pisos, entonces se adelantó para abrir la puerta, me señaló que pasara: -"entra rápido antes de que venga el conserje"-. Y otra vez un conserje raro se atravesaba en mi vida.

De repente me hallé en su pequeño cuarto; un vetusto sofá y un lecho estrecho, una mesita de noche en el centro, una lámpara adherida a la pared y nada más; el baño estaba afuera. No se podía comparar con el apartamento de la Hermosura en Berlín. Me saqué el abrigo y lo tiré al lecho, ella hizo lo mismo y se sentó en el sofá llamándome con su dedo índice de su mano derecha, me senté a su lado para obedecer a su insinuación. Nos miramos intensamente en silencio porque me la quería engullir y tragar; la envolví entre mis brazos para abrazarla casi con desenfrenada locura, mi boca buscó a ciegas pero vehemente la suya, la hallé y oprimí mis labios sobre los suyos tratando de horadar con mi lengua hacia su interior, logré entrar y saborear de su saliva aún impregnada con el sabor a empanada, mis manos la atraían hacía mí para sentir el fuego de su cuerpo, era un deseo irrefrenable y no me podía contener en mis acciones dirigidas todas por la lujuria y la pasión; ella no me rechazaba, sólo se quejaba entre cada salivazo: -"uhm. Uhm, Arturo. Uhm, es, uhm, muy. Uhm, tarde. Uhm, déjame, uhmm, hablar, qué temperamento el tuyo, uhm; espera, para, uhm para. Uf, qué ardiente eres"-. Y envolvió mi rostro entre sus brazos tratando de comunicarme calma, aproveché para lambetearle su cuello al tiempo que mis fogosas manos recorrían sus carnosas caderas, muslos y rodillas tratando de subirle la falda del vestido para acceder a su intimidad. Ella intentaba dominar mi ímpetu con palabras, mas yo no la oía ni escuchaba, sólo quería poseerla ya y de inmediato, pues desde mi partida de Berlín no había tenido contacto sexual con chica alguna. Sobre todo después de haber probado las dotes tan seductoras de aquella hermosura grandiosa y harto comprensiva había quedado infectado por el deseo de seguir conociendo más chicas para poder disfrutar de ellas y sus cautivadores adornos femeninos. Ahora con esta pelirroja entre mis brazos, se despertaba ese afán por acariciar, besar, estrujar, husmear, lamer su feminidad y aspirarla; para finalmente poder penetrarla para satisfacción mutua; mi cerebro bullía con una sola idea, poseerla ya para fornicarla hasta el cansancio.

Hubo un momento en que tomó mi rostro, me miró muy directa susurrando implorante: -"cálmate Arturo, cálmate, apenas nos acabamos de conocer y ya quieres hacer el amor conmigo, no puede ser; además, es muy tarde y mañana debo madrugar a tomar el tren; toma un beso, uhmmuah, y quédate tranquilo, pareces un torbellino caribeño, saca esa mano de entre mis piernas, pues no dejaré que suba más"-. Cerró sus piernas aprisionando mi mano entre ellas para impedirme el acceso a su paraíso añorado y deseado por mí. Me levanté quedando en frente suyo, ella me oteaba hacia arriba temerosa de que la atacara; le tomé ambas manos y la atraje para tratar de imprimirle un sabroso beso en sus sensuales labios; eludió mi ataque frontal susurrando: -"ya te besé y me besaste muchas veces esta noche; no te aproveches ni abuses de la confianza; además, además, bueno, este."-. Y no terminó su frase. Se dirigió a la puerta para abrirla al tiempo que me comunicaba: -"el próximo viernes hablamos, ¿te parece?, ahora por favor, déjame dormir. y muy sola"-. Me escondí en mi abrigo y nos despedimos con un apretón de manos y suaves caricias bucales prometiéndome que iría el viernes siguiente a nuestros encuentros en el sótano: -"iré a tu residencia y entonces hablaremos con mucha calma"-. Así será, pensé yo.

Regresé pronto a la residencia para ver qué había acontecido con William. Desde afuera se oía el bullicio de las voces acompañando en coro sus melodías. Entré al salón y de inmediato me asaltaron a preguntas los griegos -Dimi y Estelios- quienes deseaban saber por qué había vuelto tan pronto. -"Arturo, ¿qué pasó?, ¿ya volviste?, ¿tiene la regla?, cuéntanos qué pasó con ella, ¿cómo se llama?, anda, dinos algo; está muy apetecible, sobre todo sus caderas y sus muslos"-. Cada pregunta era seguida por una tremenda carcajada, se les unió Franz con el mismo tenor y calibre en su cuestionamiento. Me armé de calma y fantasía, como siempre: -"tiene un examen el lunes"-; -"ah, pero entonces seguro vendrá la próxima semana, ¿no es cierto?"-. Afirmé con mi enorme cabezota y seguí para hablar con el peruano. Lo saqué del concierto y lo llevé al refugio que Rafael había conseguido para el fin de semana, el lunes tendríamos que hablar con el conserje. El éxito de la fiesta fue rotundo, pero había un problema y era que los viernes se iban muchos de los habitantes a sus pueblos, por tanto se decidió cambiar el día de los encuentros y colocarlo los jueves. El lunes y martes deberíamos organizar una acción de publicidad para dar a conocer la nueva fecha. Lo primero que hice a comienzos de semana fue tratar de informarle a ella la buena nueva, pero no estaba, entonces le dejé una de las hojas volantes en su buzón esperando que lo hallase y tomase en cuenta.

El jueves siguiente se abrió el sótano a la hora indicada en la propaganda -8:00 p:m- para esperar a los huéspedes femeninos y masculinos. Esta vez no llegó tanta gente como la semana anterior, pero la suficiente para organizar una pequeña fiesta. En esta ocasión tampoco hubo manjares exóticos por parte de los habitantes extranjeros en la residencia. A pesar de todo, vinieron o llegaron bastantes estudiantes ansiosos de departir con nosotros. Se corría la voz, y bastante. Yo estaba sentado con los griegos Dimitrios y Estelios, el tico Rafael, los alemanes Detlef, Herbert, Franz y Jürgen jugando a los dados. Nos entreteníamos mucho con ese jueguito apostando a ver quién se atrevía a invitar a una de las chicas sentadas en una mesa de enfrente. El ganador debía entonces invitar a una de las chicas a bailar, si ella se negaba, él se veía obligado a pagar a una ronda y así se convertía en perdedor. Al perdedor le salía caro, muy caro para un estudiante. Dimi salió a los servicios y retornó alborotadísimo: -"Arturo, la chica, Arturo, la chica; por ahí está preguntando por ti, ve a buscarla antes de que se vaya; apúrate, está en el primer piso"-. Herbert y Rafael me ordenaron: -"búscala"-. Bebí un sorbo de mi cerveza y salí para ver dónde se encontraba Inge, la pelirroja caderona y pechiplana. Pero estaba muy buenota. La vi tonteando frente al tablero de la entrada con los nombres de cada uno y el respectivo botón para llamar a la habitación de cada estudiante. Me entretuve unos segundos saboreando a media distancia la contura de sus curvas, aquella noche llevaba un pantalón negro que se le ceñía a sus ampulosas caderas. Tuve una idea sensacional para llamarle la atención, y la llevé a cabo.

Pfui.fio, pfui.fioo. Se volvió sorprendida a ver quién era el atrevido admirador suyo. -"Ja, ja, ja, ¡descarado!, ¿dónde te habías escondido?"-. Me le acerqué, le tendí mi mano derecha y muy lentamente la fui halando hacia mí, le rocé su mejilla con mis labios empapados en cerveza; nos miramos directamente sin pestañear y le susurré: -"vamos al bar, te invito a una cerveza, allá estamos"-; respondió muy segura: -"gracias, eres muy amable; vamos al sótano entonces"-. Aah, muy bien Arturo, aulló mi patota al verme entrar con ella. Dimi se inmiscuyó directo: -"hola Melina*, tome mi asiento; y tú Arturo, ven, siéntate aquí a su lado; Estelios, dale tu silla a Arturo; muchachos salud"-. *Melina Mercouri era una actriz griega muy famosa por aquellos años, tenía el pelo algo rojizo, porque se lo teñía. Actuó en Topkapi con Peter Ustinov y Max Schell, muchos años más tarde fue designada Ministra de Cultura de Grecia. La alegría de Dimitrios era contagiante, incluso apabullante. Ella me lo murmulleó clarito: -"este griego te aprecia mucho"-; asentí mudamente y le pasé mi brazo izquierdo por encima de su hombro. En ese instante inició William su presentación con su guitarra lo cual fue un motivo más para que ella no rechazara mi directa muestra de simpatía. Herbert y Rafael conversaban divertidos sobre la gran cantidad de pesca femenina presente esa noche. Y se lanzaron a pescar con sus atarrayas, pues el anzuelo no era suficiente. Ja, ja, ja.

William terminó su presentación y Peter llegó con su palo de escoba envuelto en cantidades de discos de 45 rpm. Yoevito era su ayudante de siempre, y como siempre sonreía con la típica sonrisa de los asiáticos, en especial cuando Peter estrellaba un 45 contra la pared porque no era de su gusto. Crashh. Todos aplaudíamos la acción del disc jockey con un rotundo sí, otro. Yoevito reía nerviosísimo y, mientras recogía los negros pedazos de plástico, balbuceaba: -"Peter is crazy, je, je, je; ji, ji, ji"-. Inge departía con nosotros y se divertía mucho al sentirse admirada, ya que era la única chica en el grupo. Los griegos no hallaban la forma de animarme para que yo iniciara un ataque feroz, es decir, para terminar con ella en un lecho. Mas una voz interna me alertaba, sin yo saber qué me quería comunicar. Ella era muy alegre, comunicativa, amable y muy femenina, incluso maternal, aparte de ser una chica muy agraciada; según Herbert, Rafael y otro alemán apodado Mani. Tenía ella un reloj interno porque siempre preguntaba la hora y acertaba, de inmediato se levantaba para buscar su abrigo o chaqueta; yo, muy caballerosamente, la acompañaba a su edificio dizque para <>, según sus palabras. No era necesario esa protección porque la distancia era muy corta, y allí no existía ni la inseguridad ni violencia de otros países. Esa noche se había bebido un par de cervezas por lo cual estaba más alegre que la vez anterior, íbamos tomados de la mano por intermedio de las cuales nos comunicábamos calores; sus ojos brillaban agrandándose más, estaba muy alegre, y ello me causaba mucha satisfacción, pues entre ceja y ceja tenía la idea o plan de poseerla; esa noche o nunca, me había dicho yo muy serio.

Llegamos a la puerta de su vetusto edificio; nos contemplamos serenos, ella reaccionó: -"ven, sube conmigo y te tomas un té, y de paso hablamos un rato, tan tarde no es. Ven, ven pronto, ja, ja, ja"-. Subí tras ella porque esa noche no tenía nada para esconder debido a sus pantalones, me hizo señas de silenciar porque era temprano aún y el conserje podría estar pendiente. Introdujo suavemente la llave para abrir la puerta, me señaló que entrara, trancó la cerradura tras de sí al tiempo que señalaba su sofá para que tomase asiento allí indicándome concreta: -"quítate el abrigo y ponte cómodo mientras me cambió la ropa, el pantalón es demasiado caliente para estar acá, después preparo el té"-. Se escondió tras la puerta de su armario y vi como caía su pantalón al piso, de su percha tomó un vestido de seda rosada estampada, se lo tiró por encima de su cabeza mientras reía divertida por esa pequeña travesura: -"ji, ji, ji, ya llego Arturo, y entonces conversamos"-. Salió de su escondite, enseguida me percaté de que no llevaba ropa interior alguna, el vestido era de falda corta y ceñido, muy provocativo, excitante, seductor, incitante.

Se dirigió al fogón eléctrico para colocar la tetera, luego retornó a mi lado sentándose junto a mí; de inmediato empecé a manosearle sus rodillas ambiciosamente, dándole a entender que deseaba hacerla mía, poseerla, penetrarla, cabalgarla. Sí eso mismo quería y esa misma noche en aquel mismo instante. Pfui. La tetera interrumpió con su agudo silbido mi manoseo directo, ella se levantó saltando hasta el fogón, tomó un recipiente para vaciar el agua hirviente, colocó las bolsitas de té y volvió a sentarse junto a mí cruzando sus piernas ocasionando así que la falda se corriese casi totalmente dejando al descubierto sus exuberantes muslos. No me pude contener y me incliné hasta ellos para rozárselos y lamérselos con mi sedienta lengua, fui probando sus tersas carnes blancas poco a poco hasta que llegué a la comisura de su pubis; ahí estaba esa breve vellosidad rojiza suya. La punta de mi lengua se hundió entre el vértice de sus muslos y pubis, un ligero sabor a mujer impregnó mis papilas gustativas provocando en mí un irrefrenable deseo de penetrarla ahí mismito, mi miembro ya quería romper su prisión y explorar esas carnes blancas; mis labios se posaron como ventosas en su vello púbico embadurnándoselo con mi saliva; mis manos recorrían ansiosas toda su muslosidad, mi respiración aumentaba. Entonces sentí como una mano suya halaba de mi cabello para impedir que yo prosiguiera con mi deleite; sus labios se posesionaron de los míos murmulleando: -"uhmuah, no, no, no Arturo; dame tiempo. Espera y te traigo el té. ¿Con o sin azúcar?"-. Volvió sosteniendo la taza humeante, bebí un par de sorbos, ella hizo lo mismo cruzando sus piernas al sentarse a mi lado.

Mi mano derecha se entretenía con su largo cabello rojizo, ella soplaba el té; decidí quitarle la taza porque no quería que cayese el líquido caliente en sus muslos ocasionando así una pequeña tragedia. Llevé la taza hasta su mesita y retorné a ella dispuesto ya a <> como me habían dicho meses atrás los gauchos en Berlín. Ella se arrecostó en el sofá felinamente, montó una pierna sobre la otra haciendo que la falda de su vestido sólo le cubriese lo más minimo de sus apetitosos muslos blancos. Me incliné hasta posicionar mis labios sobre los suyos, una mano mía reptileó hacia sus rodillas, los dedos se fueron hundiendo entre la juntura de sus piernas y avanzaron hacia su pubis; se quejaba inocentona: -"¡oh, no sé qué me pasa!, estoy extraviada, bebí mucha cerveza. ¡oh!, ¿qué estoy haciendo?, ¿qué? Estoy hecha un disparate esta noche, ¿qué me pasa?, nunca me había sentido tan excitada. Uhhmuah, uhmuah, uhmuaahh"-. Me besó ferozmente mientras que mi mano ya había llegado a su vertice púbico; mis dedos índice y corazón se hundieron en su gruta de carne fresca constatando una total humedad, dejé que ellos palpasen a mi gusto allí adentro; mis labios no soltaban su boca ahogándola con mi lengua en su paladar; sólo se oía un ahogado quejido suyo: -"uhg, uhg, uhg"-. Sus piernas se estremecían presionando mi mano ante mis caricias en su íntima carnosidad; el calor y la humedad que emanaban de allí me enloquecía imaginándome ya entre su fruta.

Descendí mis caricias bucales buscando sus incipientes senos; ella se tomó la molestia de abrir su escote para darme el acceso necesario, sus mínimos pezones se me ofrecieron para que los arrullase, ella gemía disparates sobre su mal estado de aquella noche: -"¡oh, ohh!, ¿qué me pasa?, me siento extraña y rara, no puede ser dios mío; estoy perdiendo el control. Uhmuah, ¡oh caribeño!, me avasallas con tanta caricia"-. Mi traviesa mano proseguía su exploración en la profundidad de su fresca gruta hurgándosela y abriéndosela para que recibiese alborozadamente mi tensa masculinidad. Cesé de chupetearle sus pequeñísimos pezones y trasladé mis caricias bucales a su bajo vientre, con mi lengua le fui lambeteando, tal y como me lo había enseñado la Hermosura, toda su aterciopelada paloma púbica inundándosela de saliva y deseo; fui descendiendo hasta llegar a esa gruta perfumada de feminididad. De repente se sentó sobre mi regazo envolviéndome con sus brazos; su vestido ya sólo le cubría el torso, pues se le había subido por encima de sus caderas y bajado por debajo de sus senos; ambas manos mías se solazaban hundiendo sus dedos en sus opíparos glúteos amasándoselos; de vez en cuando dejaba que un par de dedos míos le recorriesen su hendidura anal provocándole estremecimientos corporales y verbales: -"¡huy, huy!, ¿qué buscas?"-.

Mi meta era su carnosa vagina; yo ya no hallaba la forma de cómo abrir la bragueta o bajarme el pantalón porque ella se sentaba sobre mi regazo sin darme oportunidad para nada; además, me envolvía entre sus brazos rumiando cierta inseguridad: -"¡oh, oh!, ¿qué me haces torbellino caribeño?, ya casi me siento poseída por ti. Esos dedos tuyos en mi vagina; ¡qué activos son!, bésame, uhmuah, uhmuah, ¡huy, huy, huy!"-. Mis dedos índice y corazón se sumergían ansiosos amasijándole sus labios vaginales totalmente enlagunados por la excitación, mi otra mano merodeaba por su zona anal presionando de vez en cuando en su ojito ciego el cual reaccionaba nervioso al sentir la invasión de un cuerpo extraño de afuera hacia adentro; ella proseguía con su besuqueo intenso tratando de distraerme.

Yo pensaba cómo deshacerme de su perorata y táctica para evitar que la poseyera; tomé la decisión. Hundí mis brazos por debajo de sus pantorrillas y la alcé para poder librarme de su dominio, la sostuve un momento en el aire. Y sus pies cayeron al piso, de inmediato dejé que mi pantalón y ropa interior resbalasen hasta mis tobillos; mi masculinidad erecta emergió buscando un sitio en donde alojarse. Ella reinició su diatriba verbal: -"¡huy, huy!, ¿qué es todo eso?, ¿para mí?, ¿sí?"-. Quedamos frente a frente, enrumbé mi miembro hacia su vértice púbico mientras que con una mano sostenía la falda de su vestido para que no resbalase y obstruyese el camino hacia su paraíso, empuje suavemente para que el miembro se fuese alojando entre sus muslos sintiendo yo así el roce de su vellosidad púbica arañando la piel sensible de mi virilidad, ella suspiraba incongruencias, yo trataba de penetrarla así de pie, pues no se dejaba empujar hacia el lecho; inicié un leve mete y saca para tratar de abrir sus piernas y así ellas me diesen la oportunidad de entrar con mi pene en su vagina, ella oprimía sus muslos evitando mi intención, pero al mismo tiempo me causaba una sensación placentera ese rozamiento con sus tersas carnes. Pasé una mano por detrás de sus sendos glúteos hasta hallar mi miembro y traté de empujarlo para que se hundiese entre sus labios vaginales, ella respiró muy hondo suspirando sonidos inenteligibles; allí creí y pensé que había llegado el momento de invadir su bastión, pero la posición me era harto incómoda, fui retrocediendo lento hasta el sofá y me senté, ella cayó abriendo sus piernas sobre mis muslos. El miembro seguía rozando su zona púbica tratando de buscar su alcancía para entrar allí y fornicármela; el aire de la respiración mutua se conjugaba siendo el único sonido que se oía; posé mis manos sobre sus nalgas para empujarla hacia mí, ella me mordisqueaba mis labios suspirando hondamente, con una mano froté mi pene sobre sus labios vaginales creyendo que él ya casi iba a empezar a hundirse en su paraíso. Ya no me podía contener.

Y entonces con una mano suya desvió bruscamente la dirección del miembro reaccionando de forma inesperada causándome un desconcierto total. -"No torbellino, no. Nos podemos acariciar todo lo que tú quieras, y donde quieras de mi cuerpo; pero poseerme, penetrarme, cabalgarme e irrigarme sólo uno, y ése es mi amigo que se llama Jörg. Él está en mi pueblo y me espera todos los sábados. Por ello me voy los fines de semana al pueblo en donde él vive, para que él me ame. Pero tú y yo podemos ser muy buenos amigos, ir a fiestas juntos, al cine, ir a comer en un restaurante; y, y, y hasta me puedes acariciar como lo estás haciendo ahora, mas sin coito; hacer el amor carnalmente solamente con él, le soy muy fiel, ¿me entiendes?, compréndeme por favor, él es el único a quien le permito que me posea, me cabalgue todo el tiempo que quiera y me irrigue. No te enfades, muah, yo quiero que seamos muy buenos amigos, pues, pues me gustas y eres muy caballero, ¿te parece bien?, me puedes acariciar y hasta lamer todo mi cuerpo, pero sin penetrarme, ¿sí?, muah. No te enfades y entiéndeme, estamos casi comprometidos y quizás hasta nos casemos algún día cuando hayamos terminado nuestros estudios. No se puede, lo siento mucho porque sé que querrías acariciarme para luego amarme al máximo y hacerme sentir feliz poseyéndome con tu virilidad; pero, pero no se puede, muah, ¿sí?"-. Quedé perplejo ante tanta diatriba en ese momento; toda mi excitación retrocedió a cero, mi masculinidad se redujo casi a su estado mínimo, todo nervioso e inseguro la escondí en mi calzoncillo; a ella la empujé de manera brusca para que se apartase de mí y poder salir de allí. Me fui soltando de sus manos espetándole concreto: -"no, porque tú tienes un amigo; y yo no quiero que tú le pongas cachos a él conmigo, y después me los pongas a mí con él; ¿está claro?"-. Su rostro se contrajo y apeló a su último argumento: -"Aarrturo, ¡Ay coño!, no sé de qué manera explicarte todo; por favor, atiéndeme y óyeme, espera, espera, no te vayas. Ay, está ropa. Espérame y te explico todo, aguarda un momento"-. Me deshice de sus manos para concretar: -"no; o todo lo tuyo para mí, o nada. Adiós"-. Me di vuelta y la dejé parada a la entrada de su cuarto mientras que ella se acomodaba su ropa, pues estaba semi desnuda. Trash. Tranqué la puerta y salí.

El viento otoñal soplaba y aullaba. Recordé el chasco con Brigitte en el pueblo sucio, pero en circunstancias distintas. Y un año antes había tenido una bella experiencia con la Hermosura allá en el otoñal Berlín de mis amores y dolores; ahora en este otoño experimentaba una ruda decepción. <> me había espetado Amigo muchos meses antes cuando me echó del cuarto de la Hermosura, su amiga por entonces. Ahora era yo quien prefería <> antes de ser el acompañante de la caderona durante la semana para que luego otro la fornicara sabatinamente. Me alcé las alas del abrigo, metí mi cabezota redonda entre ellas para enfrentármele al viento y me fui hasta mi covacha en la residencia. Una lata de cerveza se atravesó en mi camino y le propiné un tal patadón, que cayó en plena calle siendo aplastada por un carro que pasó veloz. Crasshh, se oyó.

Allí cerca había una tasca de un yugoeslavo llamado Zvonko, decidí ir allá para ver si estaba alguno de mis amigos y compañeros de lid. El sitio era pequeño, poco cómodo, pues alrededor de la barra estaban los bancos altos posesionados por habituales clientes, y el resto de espacio lo ocupaban un par de mesas. Había que estrecharse bastante para sostener el vaso o la copa. Abrí la puerta para entrar y protegerme del asqueroso viento otoñal. Miré escrutadoramente para ver quién estaba allí. Una alegre voz masculina me llama: -"Arturo, Arturo, ven, ja, ja"-. Era Herbert quien me llamaba. Él era estudiante de economía y ya estaba por terminar sus estudios. Culebreando entre los cuerpos de los demás presentes logré llegar hasta él; palmoteó mi espalda al tiempo que llamaba a Zvonko para que trajese una cerveza más.

El yugoeslavo vino con la carga etílica, anotó la cuenta en la tarjeta de Herbert, éste me bombardeó directo: -"vienes pálido, no hablas; ¿qué te pasa?; ¿dónde estabas?; salud"-. Él ya conocía la historia con la pelirroja porque la había visto conmigo en nuestro sótano de fiestas. Le conté rápidamente y a grandes rasgos lo que me acababa de suceder; soltó una risotada: -"ja, ja; Arturo, te lo dije, quizás tiene amigo; ja, ja, ja"-. Cierto, él me lo había advertido, palmoteó mi hombro mientras pedía una ronda más: -"Zvonko, dos cervezas. Arturo, la próxima semana hay fiesta en la casa de las chicas, vete allá para que busques una y te repongas, ja, ja, ja. Salud"-.

Continuará. Capítulo 14. Un nuevo envite.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25267
  • Fecha: 13-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 4.5
  • Votos: 18
  • Envios: 0
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