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Categoría: Confesiones

Capítulo 12 - Adiós Berlín. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 12 - Adiós Berlín. Un capullo florece.

Se llegó el final de enero y tuve que entregar el cuarto allá en Wedding, esos últimos días de mi vida en esa ciudad los pasé en su apartamento en el centro de Berlín cuidando sus plantas y amándonos mutuamente. Parecía como si el mundo se fuese a acabar en esa semana. Yo me esmeraba en seguir los consejos de Tano y aprovechaba toda oportunidad que se presentaba para amarla intensamente; ella no presentaba renuencia o rechazo alguno; por el contrario, apenas la empezaba a acariciar se convertía en una madeja deseosa de ser amada. <> había afirmado muy docto y seguro uno de los gauchos. Una ninfómana empedernida no lo era, pero sí una mujer muy ardiente que le daba rienda suelta a su incontenible pasión cuando estaba ensimismada en el amor. En una de esas ocasiones, durante esos días de prácticamente despedida, habíamos estado amándonos durante un rato largo. Era ya tarde en la noche y no se oía ruido alguno, a pesar de la centralidad del edificio en que ella vivía.

Ella reposaba boca abajo sin vestimenta alguna que la cubriese, yo la besaba suavemente, pues deseaba proseguir porque no sabía cuánto tiempo estaría sometido a abstinencia sexual en la nueva ciudad; ella no reaccionaba, estaba profunda, rendida. Me fui a la ducha para refrescarme y así poder conciliar mejor el sueño. Al volver vi que ella seguía tendida sin haberse movido, sólo su respiración indicaba que vivía. Me senté en el borde de su lecho para contemplarla y admirarla tal como aquella noche en mi covacha, sólo que ahora estaba boca abajo mostrando su redonda y seductora pompa glútea que me llamaba insinuándome: <>. Aquella vez en mi cuarto percibí un mensaje igual de su paradisiaca Hermosura boca arriba, pero no me atreví ni siquiera a soñar con tocarla; ahora la situación había cambiado, y mucho. La muda insinuación suya me sedujo y convenció. No me pude contener y empecé a acariciarle la espalda con sumo cuidado, mi mano derecha le recorría lenta la cañada de su columna, la fui bajando hasta llegar a sus glúteos, se los fui masajeando comprobando su firmeza, me agaché para posar allí mi boca abierta y lambeteárselos, dos chupitos silenciosos; seguí con mi mano hasta que llegué a su estrecha vertiente anal. De su cuerpo emanaba la fragancia de sus perfumes, era pedante en ese aspecto. Todo ese toqueteo ocasionaba que todo mi cuerpo se empezara a despertar, especialmente mi virilidad. Por mi mente cruzó la idea de robarle un acto carnal a su trasero tan firme y hermoso; mi miembro entre esas prietas carnes rosadas cubiertas de vellosidad sedosa. Qué dicha sería.

Yo lucubraba en qué hacer, seguir adelante o tenderme a su lado y tratar de dormir. Recordé a Tano: <>. Decidí seguir su consejo, él siempre había tenido razón hasta ahora. Me incliné para llegarle con mi boca a su cerrada vertiente, muy paciente fui babeándosela con mi lengua para humedecérsela ampliamente; ella dormía plácida y tranquila, relajada, distendida, pues mi lengua se hundía con facilidad entre sus carnes anales y vaginales; de allí quedaba en mi lengua el caliente sabor saladito de su vagina plena de savia masculina mía y líquidos suyos; luego percibía el sabor químico de su jabón, pues era en extremo celosa con su higiene, la cual era casi antiséptica. Yo extendía allí la saliva con mucha calma, de vez en cuando aprisionaba sus vellitos auríferos entre mis labios para delicia de mi lengua. Mi miembro estaba ya a punto de estallar a causa de la excitación, pues solamente el pensamiento de que me apoderaría carnalmente de su prieto trasero me hacía hervir toda la sangre, por mi frente bajaban ya las primeras perlas de sudor; y mi miembro dejaba chorrear pesadas gotas blancas.

Muy, pero muy cuidadosamente me coloque en cuatro sobre ella sin tocarla, su cuerpo yacía entre mis piernas y brazos, de mi pelvis colgaba la masculinidad erecta y ansiosa de entrar en ese trasero que me excitaba con sus firmes redondeces. Bajé lentamente para que el glande se posicionase entre la zanja humedecida con mi saliva, con la mano derecha lo dirigí para que se hundiera entre sus paredes carnosas hasta llegar a su anillito; ella estaba profunda y no se percataba de mi asalto a su bastión indefenso. Presioné muy suave para saber si estaba distendida, la saliva había realizado su trabajo porque el glande resbaló poco a poco hasta que se perdió entre su huequito; un reflejo de éste al sentir el extraño invasor entre él me confirmó mi pensamiento, mi masculinidad se hallaba en sus carnes anales; con mucho esmero y paciencia dejé caer mi cuerpo sobre el suyo, pero sin avanzar en mi ataque por la retaguardia, no deseaba despertarla con un susto. Mis manos se posaron sobre las suyas hundiendo mis dedos entre los suyos, ahora sí reposaba sobre ella; mi boca le mordisqueaba discretamente sus lóbulos, le besaba su cuello y nuca, le lamía la comisura de su boca, pues estaba de medio lado; empujé lentamente mi cadera para penetrarle totalmente su hermoso y seguro trasero, el miembro avanzó poco a poco pero decidido en su empeño de llegar a su meta. Mi pelvis reposa sobre sus glúteos ardientes, mi pene disfruta de sus profundidades anales. Qué lindo. Un fuego intenso recorre todo mi cuerpo; saco un poquito mi virilidad para luego empujarla otra vez, pues el roce con sus carnes me excita in extremis. Le lamo su cuello y lóbulo, le paseó la lengua por su mejilla y sus labios; mis piernas le atenazan las suyas oprimiéndoselas para sentir la tersura de su piel y su calor, mis brazos envuelven los suyos y su espalda; es toda mía, su cuerpo está bajo el mío sin podérseme escapar, no me canso de lamerle su cuello y lóbulo.

De pronto. -"Agturro. ¿Qué haces?, ¿en dónde estás?, Agturro, Agturro, ¿eres tú?, ¿qué me haces?, ¿en dónde estoy? ¿Me estás poseyendo?"-. Se despertó de súbito totalmente desorientada, le apliqué un cariñoso besito en su mejilla susurrándole que era yo y nadie más; su cuerpo tembló unos segundos mientras sollozante me decía: -"Agturro, ¿qué haces conmigo?; me has deflorado ahí, te has quedado con la virginidad de mi ano; era lo último y único virgen que tenía"-. Mi única reacción fue inquirirle si le estaba haciendo daño al tiempo que me absorbía sus lagrimitas con la punta de mi lengua, respondió concreta: -"no, no, no; sólo sé que estás todo en mí, lo tengo todo en mí, mas no en mi vagina sino entre mis nalgas"-. Se calmó y se recuperó de la sorpresa de mi asalto a su retaguardia: -"¿desde cuándo estás en mí?, todavía estás muy excitado y tu miembro está muy firme"-. Mis labios se adueñaron de su media boca porque estaba de medio lado para decirle que hacía ya un ratico largo que buceaba entre la profundidad de sus carnes anales, respondió muy comprensiva: -"muévete, pero con calma, no estoy acostumbrada. Atrevido, sí muy atrevido eres, pero lindo sentirte en mí ahí atrás"-.

Así culminó su virginidad anal, y yo probé de esas dichosas carnes prietas; su anillito reaccionaba nervioso y se contraía cada vez que palpaba un movimiento de mi cadera empujando el miembro, ella imploraba: -"despacito Agturro, es muy diferente la sensación, mueve sólo tu pelvis. Cambiemos la posición, quiero que me beses y yo besarte a ti, sal de mí poco a poco. Sí, sí, sí, así no me haces daño"-. Lentamente alcé mi cadera para complacerla, me tendí a su lado boca arriba; se dio vuelta arrescostándose contra la pared y acomodó sus piernas abriéndolas, escondió sus pies bajo mis axilas y colocó mi pene entre su ranura anal posicionándolo en su esfínter al tiempo que lo sostenía suave con sus dedos para que no se fuese a extraviar, empujaba su cadera para acelerar un poco el proceso, él resbalaba lento y paciente pero firme hacia su cueva; se oyó un leve chasquido y al sentir el glande dentro suyo fue presionando su cadera para que entrase más y más en ella, su anillito se contraía nervioso al sentir el desconocido invasor que avanzaba apoderándose de su gruta; ella reconoció mi esfuerzo: -"sí, así Agturro, así, mira ya estás todo en mí, ése eres tú y tu atrevido hermanito. ¡Ahh, qué lindo!"-. Yo tomé uno de sus pies para acariciarle con mis labios cada uno de sus dedos y sus ranuras; le lambeteaba fervorosamente la planta del pie y sus talones con lo cual se sacudía todo su cuerpo haciendo que sus glúteos se contrajesen aprisionando mi miembro para dicha de ambos.

Los dedos de su pie tecleaban en mis labios nerviosamente, lo mismo hice con su otro pie; su garganta exhalaba suspiros quejumbrosos porque los dedos de mi otra mano se paseaban por sus labios vaginales sumergiéndose entre ellos para propiciarle caricias a su sensible perlita. Todo era silencio aquella noche; nada de <>; sólo ella conmigo, y sus suspiros. Llevó mi mano hasta una elevación que sobresalía de su vientre que era producto de mi invasión a su profundidad anal, ambas manos acariciaron ese pináculo, sus glúteos se refregaban ansiosos en la tupida vellosidad de mi pubis, ella palpó murmulleando un poco incrédula: -"increíble, lo tengo todo en mí. Ven, acércate a mí y así sí nos podemos besar y acariciar, tú con mi lengua y la mía con la tuya; hazme con mucho cuidado, es la primera vez y quiero sentir placer en lugar de dolor"-. Me haló para que me sentase y podernos besar ardientemente; su anillito seguía contrayéndose nervioso a cada movimiento de nuestros cuerpos dejándose oír un chapoteo proveniente del roce de mi miembro en sus carnes anales. Emplacé totalmente mi enhiesta masculinidad en su anillito, y éste se fue adaptando al grosor del glande que fungía de ariete para invadir completamente su palacio, pero ahora con permiso, deseo y complacencia suya. Pasé mis brazos por debajo del arco de sus piernas para poder enlazarla y atraerla, suspiró complacida: -"ah, qué bien me siento. Qué delicado y amoroso eres, dame tu boca, tu lengua. Uuhmmuah, tu juvenil energía me satisface. Descansemos, ¿sí?"-. Tano tenía razón.

Aún unidos nos dejamos caer hechos un nudo total de brazos y piernas, nuestras respiraciones fueron bajando para darle paso a una tranquilidad adornada por el cuchicheo de sonidos y el intercambio de caricias bucales; mi cuerpo es recorrido por el deseo insostenible de irrigar a la amada del momento, el miembro se endurece aún más y cabecea en su profundidad; estamos atados por nuestro nudo, ella palpa en su interior el mudo aviso mío: -"acomódate bien sobre mí, pero no me cabalgues, sólo presiona, quiero saber qué se siente al ser bañada en el intestino"-. Una fervorosa eyaculación la irrigó al tiempo que nos enlazábamos y besábamos como queriendo que ese momento no acabase. Yacemos sin fuerzas, ella recorre con sus diez dedos mi espalda arañándome, me muerde una oreja y susurra casi fiera: -"ya no tengo más virginidades; tú te hiciste dueño de la última, hasta mis pies me desfloraste porque nunca nadie me los habían acariciado, y tan amorosamente como lo hiciste. Eres muy cariñoso y delicado. Estoy sorprendida, uhmuah, me haces sentir feliz. Qué lindo me has hecho para quedarte con mi capullo en retoño; ha sido maravilloso. Uhmuah, uhmuah"-. Su premio. Y ya no lagrimeó más, ahora sonreía complacida, sus esmeraldas refulgían radiantes, su cabello azabache le bañaba sus hombros.

Necesito ayuda

Una de las noches antes de mi partida me volvió a obligar a que le prometiese que le escribiera y la llamara para contarle sobre mi vida en la en Alemania Occidental. Entre suspiros, cuchicheos y susurros le di mi honrada palabra de que cumpliría con mis promesas. Bien, no era necesario ese gesto, pues de por sí yo lo habría hecho. Esa noche estaba apática, no se hallaba en la onda para realizar un ferviente acto amoroso, me miraba ceñuda, como si tuviese dolores o un problema corporal. No era un rechazo directo suyo, pero eludía mis intentos de seducirla, desnudarla, acariciarla y poseerla intensamente. Sincera, como había sido siempre conmigo, me tomó la barbilla para decirme unas claras palabras: -"Agturro, tengo la vagina un poco irritada; has estado muy activo y ello me ha ocasionado un ardorcito interno, no ha sido culpa tuya, pero me tienes que disculpar, pues no tengo medicinas"-. Silencié observándola, me le acerqué para bisbisearle muy quedo a su oído mis palabras, ella sonrió cansada: -"qué comprensivo eres, me acariciarías sólo con tu boca y lengua para no hacerme daño. Eres encantador, uhmuah; claro, eso me lo puedes hacer y no me molestaría, pues la lengua y la saliva no causan daño. Pero espera, sabes, tengo una idea, ya vuelvo, quédate ahí y no me sigas, no es necesario"-. Yo tenía la costumbre de perseguirla a todos los sitios de su apartamento como perrito faldero. Saltó hacia la cocina dejando que la falda de su vestido se englobase permitiendome que le viera esos soberanos muslos suyos, así como la pantaletica que le escondía todos esos deliciosos secretos que yo ya le conocía; divinos. Desde lejos escuché su quehacer en la nevera. ¿Qué buscaba?

Volvió con una expresión diferente, más distendida se veía; en su mano derecha sujetaba un recipiente plástico con forma de un vaso, se expresó triunfante: -"está es la solución, y para ello preciso de tu ayuda, ya verás, enseguida te explico, será agradable para ambos. Sabes, es yogur sin sabor ni aditamentos químicos, totalmente neutral, es muy refrescante; mi vagina está irritada y es necesario sacarle ese calor; ¿me ayudas?"-. La miré estupefacto porque no sabía qué me insinuaba, ya que no le hallaba ninguna relación al yogur y la colaboración que yo le podría o debería prestar. Mas, como siempre, asentí silencioso con mi cabezota . -"Gracias Agturro; eres muy comprensivo, lástima que seas apenas un jovenzuelo, qué lástima"-. Ella estudiaba medicina, entonces algo debería saber sobre ese medicamento, me dije yo. Cambiaba su comportamiento aunque la expresión de su rostro permanecía seria. Me miró directa y segura para decirme: -"quítate la ropa, anda, desnúdate"-. Ella seguía sentada en el lecho totalmente vestida esperando a que le obedeciese su orden; yo no entendía un coño, pero seguro tenía algún objeto su idea; todo nervioso me deshice de mi ropa y esperé a su nueva insinuación. Y allí vino lo mejor de todo; ella se sacó toda su vestimenta, se tendió boca arriba en el lecho adornada sólo con su cabello y su vellosidad púbica; a mi vista se me ofrecía el espectáculo de su rosada vulva rodeada de esa tenue vellosidad coqueta, yo se la veía normal, como siempre, solamente un poco más rosadita. Se oyó su voz susurrando su estado: -"tengo la vagina muy seca, necesita lubricación; lámemela y ensalivámela con mucha paciencia con tu lengua; tú ya sabes cómo se hace"-. Sus piernas se alzaron hacia su pecho y las desplegó para que su estuche quedase a mi disposición, abrió con sus dedos sus delgados labios vaginales; lentamente me agaché hasta que mi boca rozó sus vellitos, ella murmuró segura: -"y ahora aplícale la lengua con delicadeza, como tú me haces siempre"-. Abrí mi boca y la posé sobre su vulva abierta, mi lengua se hundió entre sus paredes humedeciéndola; repetí esa labor largos segundos, me indicó: -"sí, así, ahora sí extiéndela"-. Le lengüeteé toda la zona de manera muy delicada y despacio hasta que llegué a su puntito mágico, lo fui circundando con la punta de la lengua hasta mojarlo, luego lo tomé suavemente entre mis labios para mucho placer suyo: -"sí, sí Agturro, ya me excitas, más pero con calma y paciencia"-. Y volví a lengüetearle toda la zona vaginal para así embadurnarla más y explícitamente como ella lo deseaba, suspiró: -"ya está bien húmeda, muy bien"-.

Fui separándome hasta levantar mi torso, la miré interrogativo mientras permanecía hincado entre sus piernas esperando su reacción; su estuche relucía por mi saliva espumosa, saboreé mis labios comprobando que sabían a su carne vaginal. Entonces destapó el recipiente, introdujo sus dedos índice y corazón extrayendo una masa blanca que llevó hasta la entrada a su profundidad vaginal, colocó el grumo blancuzco y espeso entre sus labios, me observó directa y susurró con voz quebradiza: -"Agturro, ahora te toca a ti con tu pene; necesito que ese yogur llegue hasta lo más profundo de mi vagina para que se me refresque, pero me tienes que penetrar muy despacio para que no me hagas sentir ardor y se extienda bien ¿sí?, ¿entiendes?, es una terapia y no un coito. Y me lo tienes que hacer varias veces; tómalo con calma para que no eyacules porque el miembro debe estar bien recio; domínate al máximo y verás que también te dará placer mientras me masajeas la vagina. Sabes, si estuviese sola entonces tendría que hacerlo con mis dedos; pero contigo aquí es mejor y más práctico; ven, ven"-.

Tomó mi miembro para comprobar su dureza y notó que no estaba lo suficientemente rígido: -"tu pene debe estar bien erguido y duro; déjame y te lo acaricio para que se yerga totalmente"-. Formó un anillo con su boca y echó hacia atrás el prepucio, su lengua lo rozó varias veces al tiempo que succionaba ocasionando que mi virilidad se templara, ella lo tasaba con los dedos de una mano, segundos después lo soltó satisfecha: -"sí, ahora sí está bien duro y erguido, ahora sí me podrás ayudar, ven"-. Entonces se posicionó cómoda para permitir el acceso a su estuchecito, tomó firme mi miembro para colocarlo en la puerta de su irritado paraíso, mi glande se posó entre sus labios cuyo contacto caliente me ocasionó un temblorcillo, luego empezó a bucear entre sus ninfitas empujando la masa hacia sus profundidades escuchándose leves chasquidos ocasionados por el roce de mi carne erecta y rígida rozándose con las paredes de su caliente edén; nos observábamos silenciosos, ella se mojaba los labios de su boca con su lengua, me agaché para besarla tiernamente mientras que mi pene llegaba a su destino, ella me susurró: -"bien Agturro, así me haces bien, ahora sácalo, pero lento y con mucho cuidado. Ahh, sí, así, lo haces muy bien"-. Eché hacia atrás mi cadera para que la carne dura fuese desalojándose; ella colocó una nueva carga de la masa blanca y susurró: -"otra vez, pero con mucha paciencia, tenemos mucho tiempo, así, eres muy querido"-. Y volví a hundir muy lentamente mi enhiesto miembro entre el ardor de su divina vagina, sólo se oía el chapoteo de mi carne esparciendo la masa blanca entre su fogueante tesorito. Así fui repitiendo hasta que su gruta quedó repleta de yogur refrescante; ella entonces me mordisqueó los labios mientras me murmulleaba silenciosa: -"bájate y me dejas acomodar; ponte de medio lado, es mejor para los dos, más cómodo y así me puedes hacer mejor la terapia"-.

Hice caso a sus insinuaciones, me tendí tal como ella lo había dicho; ella se dio vuelta dándome la espalda, alargó una mano por entre sus piernas, tomó mi masculinidad para llevarla hasta su feminidad, insinuó tranquila: -"penétrame muy suavemente y te mueves con mucha lentitud para que el yogur se extienda por toda la parte irritada dentro de mí, pero sin alborotarte, sólo me penetras y mueves la pelvis para que haya roce y no me arda nada. Sí, así Agturro, ahora siento tu calor, me cae bien, bien. tú eres muy delicado y afectuoso. Mañana estaré mucho mejor, y entonces sí me podrás amar todo lo que tú quieras. Muévete un poquito para que se extienda el yogur; uhm, ah, sí, sí, eres cuidadoso; qué comprensivo eres"-. Sus palabras eran para mí un elogio e incentivo, y de paso le colaboraba en su breve tratamiento, pues al día siguiente sería recompensado. Mi miembro estaba ya a punto de estallar por la excitación, ello le ocasionaba ese placer y por eso se expresaba de esa manera; sus palabras eran un aliento para mí porque le colaboraba en su mejoría; además, no me limitaba solamente a masajearle su adolorido paraíso sino que aprovechaba para lengüetearle sus espaldas y con mis manos estrujaba suave sus volcánicos senos; ella ponía de su parte también, pues sumergía una mano suya entre sus piernas para masajear mis testículos mientras comprobaba si toda mi virilidad estaba alojada en su estuche vaginal. Era un coito muy simulado tras las bambalinas de una breve pero necesaria terapia para poder desatar después nuestros deseos mutuos de amarnos.

De repente aprisionó feroz y voraz mis testículos al tiempo que murmulleaba ansiosa: -"ven y móntame para que me irrigues"-. Me soltó y empujó con su codo para que me separase de ella, permaneció así de medio lado; yo, ansioso, me separé lentamente para no herirle su tesorito, pues sabía que segundos más tarde se lo estaría masajeando con la carne erguida de mi pene. Seguía de medio lado y echó su pierna derecha hacia su pecho para permitirme el acceso a su cuevita deseosa de terapia carnal; me coloqué en cuatro sobre ella dirigiendo mi miembro a su juntura, su brazo derecho aprisionó mi espalda y su mano izquierda tomó el pene para emrumbarlo a su accesible fortaleza escondida entre las cañadas de sus montañosas caderas. El glande rozó esa vagina suya y una electrocutante corriente recorrió mi cuerpo, susurró voraz: -"lento, muy lento, bien lento, ven"-. Mi artillería se fue hundiendo pausada y suavemente gracias al yogur allí extendido ya con anterioridad, para dicha de ella. Nuestras bocas se buscan encontrándose paralelamente con la invasión de mi batallón en su linda guarnición totalmente desmantelada pero repleta de ansiedad y masa blancuzca; es tanta la tensión y emoción que comienzo a eyacular inesperadamente, ella clama ansiosa: -"sí; ahora sí muévete muy lentamente para que se reparta todo"-.
Mi pelvis inició un cadencioso y rítmico mete y saca para satisfacción mutua, pues mi hombría se sentía como en un paraíso debido a la extrema humedad en su cabaña. Adentro suyo bailaba mi masculinidad contribuyendo a que la masa blanca se repartiese y diluyese dentro de su zona afectada; ella suspiraba enternecida: -"lo haces muy bien, muy bien; ah, qué bien"-. Ahora sí podía acariciarla con mi pene en su zona más íntima, a pesar de su malestar allí abajo, debido a la mezcla de semen y masa blanca. Una señal suya me indicó que debería bajarme y colocarme una vez más detrás suyo: -"ya está bien, ahora ponte otra vez detrás mío y me penetras dulcemente para que sigas batiendo y refrescando mi vagina, lo haces muy bien"-. Deseaba sentir la carne enhiesta en su intimidad totalmente inundada. Así lo hice para satisfacerla y no decepcionarla, era tanta la humedad que hubo un momento en que el glande se resbaló hasta su esfínter provocando en ella una ligera protesta picarona: -"ji, ji, ji, no ahí no Agturro, busca la dirección correcta"-. Un sabio movimiento de sus caderas hizo que mi pene entrase en la vereda correcta, suspiró complacida y empujó sus nalgas hacia mi pelvis para permitir una penetración total.

Yo disfrutaba de su espalda lengueteándosela despaciosamente, mi nariz olisqueaba entre su negro cabello y de vez en cuando dejaba que las puntas del mismo hiriesen mi lengua; mis brazos la envolvían estrujándola y atrayéndola hacia mi pecho de forma suave pero firme y segura, mis manos le acariciaban ansiosas sus senos y guinditas, así como toda la vellosidad de su pubis; ella me animaba a continuar: -"sí, sí, así mismo y más, no te separes nada de mí, uhm, qué bien me haces"-. Su mano derecha se aferraba y enganchaba a mis nalgas para que no desuniera de ella ni un único milímetro; mi miembro navegaba en su paraíso impulsado sólo por leves embistes para que su carne vaginal no se fuese a herir, ya que el objetivo era sacarle la irritación y el calor para poder coitar intensamente al siguiente día.

La seguía sosteniendo con firmeza; los talones de mis pies la enganchaban al tiempo que resbalaban feroces por el empeine de los suyos, la mano derecha circulaba por su vientre hundiéndose en el hoyito de su ombligo, y luego seguía buscando más zonas erógenas suyas; ella suspiraba complacida indicándome así que mi masaje en su vagina le causaba mucho placer en lugar de dolor; un estertor suyo a través de su mano libre incrustándose en mis nalgas me dio a entender que se sentía complacida, una tenue frase suya: -"ahh, qué bien me hiciste; suéltame para poder besarte y entonces dormir; mi vagina se empieza a refrescar"-. La solté y giró su cuerpo quedando ambos de frente, una mano suya oprimió firme mi miembro y la otra me atrajo hacia ella para estamparme un cálido y apasionado beso en mi boca entreabierta, murmulleó: -"eres muy comprensivo y querido, me hiciste lindo, uhmmuah"-. Nos miramos largo rato y entonces le hice en voz bajísima una pregunta que le hizo dibujar una sonrisa en su bello rostro, respondió de la misma manera, en voz bajísima: -"eres muy querido, pero muy ocurrente; no, no, mi anito no está irritado y por tanto no precisa de la terapia, uhmuah; qué ocurrencias las tuyas, ji, ji, ji"-. Me abrazó apasionada y tierna; asi nos dormimos; ella con lo mío en su mano y yo acariciándole sus firmes y redondos glúteos.

Me desperté pensando si todo había sido un corto sueño; aún estábamos abrazados. Increíble. Me quedé lucubrando un tiempo para saber qué hacer; decidí asearme y ducharme, luego prepararía café e iría a comprar panecillos para desayunar. Al volver de la panadería ya estaba ella acicalada esperándome: -"eres previsivo, muy bien, déjame poner la mesa"-. Coloqué la bolsita con panes en la mesa, luego fui hasta la cocinilla para abrazarla, le recé a su oído una pregunta, ella reaccionó divertida: -"ji, ji, ji; eres muy curioso. Ya te diré si amanecí mejor. En todo caso debo decirte que la terapia me mejoró mucho. Y me la aplicaste bastante bien"-. Yo no la soltaba aunque sabía que no se escaparía, pero quería palpar y sentir el calor de su ardiente cuerpo. Y sobre todo deseaba penetrarla para acariciarle su herida historia contribuyendo así a que se mejorara pronto para poder poseerla, mi tiempo en Berlín se acababa y como ya dije, no sabía cuándo tendría otra chica, y sobre todo tan atractiva y hermosa como ella.

Desayunamos muy frugalmente, allí aproveché para acariciarle distraídamente sus muslos. Ella no oponía resistencia alguna, sólo reía nerviosa: -"ji, ji, ji; cálmate Agturro, cálmate que me haces cosquillas, ji, ji, ji. Mejor ayúdame a poner todos los trastos en el lavaplatos, ji, ji, ji; ya está bien, toma, muahh, y quédate tranquilo"-. Con una mano aprisionó mi mejilla para que mis labios se le ofreciesen como un capullo y los envolvió entre los suyos absorbiendo de ellos y embadurnándomelos ampliamente. Se levantó para llevar la bandeja a la cocina y regresó pronto incitándome a que nos sentáramos cómodos: -"ven, sentémonos en el sofá inflable, es muy mullido y amplio; siéntate tú primero y luego yo en tus piernas"-. Me fui gateando desde la mesa hasta llegar al globo de plástico, me acomodé lo mejor que pude, ella permanecía de pie enfrente mío, se fue sentando sobre mi regazo tratando de lograr la mayor holgura, sentí la presión y peso de sus hermosos glúteos sobre mi masculinidad, nos oteamos callando, le susurré unas palabritas provocando su risa: -"ji, ji, ji, ¿quieres darme besitos en el pubis?, ¿y pasarme la lengua ahí para saber si estoy bien?; ji, ji, ji, qué ocurrente eres. Espera me quito la pantaleta; uf, me tienes que ayudar a sacármela, me la halas con precaución y cuidado para que no me aruñes la piel, muahh"-.

Su brazo derecho envolvió mi cuello, apoyó la planta de sus pies en el piso y levantó sus nalgas mientras me aplicaba un besito bastante húmedo, pasé mi mano derecha por debajo hasta hallar su cadera, enganché la pantaleta y la halé para disfrutar del momento, ella abrió sus piernas y así pude sacarle su prenda íntima, la coloqué junto al sofá al tiempo que la miraba ansioso de besarle su pubis que me guiñaba seductor, traté de agacharme para acariciarle sus vellitos, pero ella me lo impidio susurrando: -"así no Agturro, es muy incómodo para ti; además, además quiero que me la acaricies con tu miembro, pues me siento mucho mejor. Yo te ayudo a quitarte el pantalón y tu ropa interior"-. Ágilmente se hincó enfrente mío para halarme el pantalón y luego el calzoncillo; miró mi pene murmulleando: -"ya está bien duro; déjame que me acomode para que me lo entregues y me des más suaves masajes en la vagina. Uhmmuah"-. Se agachó para envolver el glande entre sus labios y babearlo: -"debe estar bastante húmedo para que se deslice bien"-. Y lo siguió lamiendo con mucha calma, su respiración abrasaba mis vellos mientras mi mano se hundía en su cabello, le besé su mejilla, un mordisco en su lóbulo y un beso en el hombro.

Terminó su labor de embadurnamiento bucal dejándolo muy brillante; se hincó frente a mí sosteniendo el miembro con una mano y se fue acercando de rodillas sobre el piso alfombrado hasta que el glande sintió la humedad de sus ninfas y el cosquilleo producto del roce con sus cortos vellitos; fue dejando caer su cadera lentamente permitiendo así que la fuese penetrando y ella gozando más de la posesión: -"ah, sí, sí, ahora ya me siento mejor y no me arde más, lo quiero todo en mí, y largo rato"-. Sus rodillas aprisionaban mis caderas mientras que yo sentía que sus labios vaginales se adherían a mi pene con su humedad como babeantes caracolas; mis manos le acariciaban las plantas de sus pies, sus dedos, y trataba de desabrocharle la minifalda que llevaba aún, mi boca le propinaba arrullos cariñosos a sus brotados pezones rosáceos; ella estiró una mano y comprobó con sus dedos el estado de la penetración: -"lo tengo todo en mí, lo siento bien adentro. Ah, qué lindo es esto. Dame tu boca para ensalivártela, uhmuah. Acaríciame los senos, refriégame los pezones con tu lengua. Oh, sí Agturro, sí, sí, lo haces bien, no pares, no pares; oh, qué bonito y primoroso me acaricias, uhmm, muy lindo es todo"-. Mi boca absorbía sus guinditas y se las refregaba intensamente con mi lengua mientras mis manos se posicionaban sobre sus orgullosos glúteos para presionarla más hacia mí y no permitir que un solo milímetro de pene se desperdiciase; constaté con los dedos de mi mano derecha si él estaba todo en ella aprovechando para masajearle los bordes de sus carnosos labios vaginales, con la otra mano le arrullaba su vertiente anal halándole los vellitos de allí, ella suspiraba lujuriosa: -"ah, qué cariñoso eres, me das y haces sentir mucho placer. Oh Agturro, más, más, no pares de acariciarme. Oh, bello me haces"-.

Exhalaba quejidos al tiempo que refregaba ardorosa su pelvis sobre la mía provocándome así un ardor ocasionado por el desbocado roce intenso. No sé cuánto tiempo estuvimos en esa posición prolongando al máximo la duración del coito para deleite de ambos, en especial el suyo. Tomó mi rostro entre sus manos para mirarme y murmullearme una de sus ideas: -"vamos a la cama y allá seguimos, quiero que me acaricies toda con tu lengua y después me poseas para sentir tu líquido bañándome todita la historia como le dices tú a mi feminidad. Ven, tenemos todo el tiempo que queramos. Aprovechemos toda esa energía tuya para que prolonguemos la copulación hasta que quedemos bien complacidos. Uhmmuah"-. Un tremendo chupetón suyo en mi boca y se empezó a separar de mí mirándome intensamente, dominándome con esos bellos ojos verdes suyos.

Retrocedió lentamente hasta que se oyó el chapoteo de la separación de nuestros sexos, giró dándome la espalda exhibiendo su orgulloso trasero repleto de carnes firmes, gateó hasta el lecho y yo detrás excitado la seguía hasta que la alcancé en el momento que se subía al sofá-cama, le abracé la cadera mordeloneándole y lamiéndole sugestivamente sus glúteos, mi lengua le humedecía su vertiente anal por no sé cuánta vez; ella se carcajeó muy sorprendida: -"ji, ji, eres loco, loco; ja, ja ja, suéltame Agturro, ji, ji, ji, me haces muchas cosquillas; suéltame, ven"-. Haló de mi cabellera hasta que ambos quedamos tendidos de frente en el lecho. Prosiguió con su reproche: -"te estás volviendo atrevido, ¿por qué?, dímelo"-. Nunca me atreví a decirle las cosas en voz alta, siempre le susurraba lo cual la divertía: -"ja, ja, ja, ¿mis nalgas te excitan y por ello me las tienes que morder?, ja, ja, ja, eres una monada. Ji, ji, ji, ¿y te gusta halarme los vellitos?, ¿y me quieres arrullar mis labios de la vagina con tu boca?, uhmmuah, eres muy comprensivo y cariñoso"-. Ahora fue ella la que bajó su voz para susurrar ansiosa: -"pon una música bien linda y romántica, y regresas a la cama conmigo, anda"-. Fui hasta el equipo para colocar un elepé instrumental de Fausto Papetti con los éxitos musicales de esos años, pero sólo en saxofón y acompañamiento de su grupo, bajé el volumen al mínimo para que amenizara nuestra tórrida copulación y volví al lecho con ella.

Me abrazó comprensiva: -"sí Agturro, esa música está muy bonita. Ahora sí, ven y me lames la historia, el estuche o paraíso como tú llamas a mi vagina, pásale la lengua y húndela para que me mojes bien y me puedas amar con tu brioso pene"-. Metí mi rostro entre sus piernas abiertas y echadas hacia su pecho para ensalivarla toda durante largos minutos; entonces susurró fiera mientras sopesaba mi miembro con una mano suya: -"Ahora sí Agturro, ahora sí me puedes amar, ahora sí podemos hacer el amor porque estoy bien lubricada y tu pene está rígido y duro, uhmmuah; así sí puedes entrar bien en mí sin enredos; ven a mí para que me cabalgues; ya no me arde nada, nada; ven para sentirte en mí, quiero sentir ese pene tuyo en mí; ven y cabálgame; dame tu lengua y tu miembro, uhm"-. Obedecí a su insinuación y la monté un rato largo; en su paraíso se notaba la influencia del remedio, pues mi pene chapoteaba dulcemente en sus carnes plenas de calor. Gozamos ambos de nuestra unión un ratico solamente porque mi excitación me obligó a irrigarla aunque habría querido prolongar el acto. No se quejó: -"ah, estamos iguales; pero te palpé muy bien, y no me hiciste daño. Uhmmuah"-.

Click, clac. La aguja del tocadisco se posicionó en su mecanismo cesando así las románticas melodías del italiano. Nuestras vistas luchan calmadas, nuestras manos se palpan mutuamente, nuestras respiraciones se conjugan y arden; un beso apasionado y un sugestivo murmullo suyo: -"muah; pon otra vez esa música tan bonita para que nos arrulle, muah"-. Papetti era nuestra canción de cuna en ese momento. La melodía voló por el entorno nuestro acompañando nuestros cuchicheos de pareja amante amándose; le susurré muy quedo en su oído mordisqueándoselo, ella reaccionó lujuriosa: -"¿quieres dármele cariños al ano con tu lengua? ¿y luego dármele masajes con tu pene? Sí, ya sé, es tu último día y noche en Berlín. Esta bien; sírvete, es tuyo"-. Y se volteó quedando boca abajo; me incliné para torpedearle su roseta con la punta de mi lengua y humedecérsela; me posicioné en cuatro sobre ella sin presionarla, echó una mano hacia atrás hasta hallar el miembro colocándolo en el centro de su anillo: -"entra en él Agturro. Uhm, lo tienes bien caliente y rígido. Más"-. La penetré lenta y dulcemente provocándole ligeros estertores corporales para mayor placer suyo hasta que mi pelvis rozó sus glúteos, entonces ella cruzó ferozmente sus piernas atenazando mi hombría al tiempo que rugía: -"ggr; cúbreme y acaríciame, sí, lindo, lindo, gr"-. La cubrí para placer mío porque ese ano suyo había sido virgen hasta que yo atrevidamente la había asaltado pero sin hacerle daño; cosa que ella había reconocido.

Ya la noche estaba bastante avanzada; Fausto Papetti había culminado su concierto, nuestros intercambios de caricias bucales, y sobre todo genitales habían finalizado en un éxtasis digno de una historia de las <>. Ella era para mí la Suleika cubierta por su pelo azabache cabalgando por las dunas de la soledad desértica. Yo me aferraba a sus espaldas y trataba de que mi masculinidad, ya en retroceso, no abandonara su apretada gruta que reaccionaba nerviosa acompañando los impulsos del pene que le bañaba su interior con suficiente líquido. Un unísono <> se escapó de nuestras bocas; mi rostro descansaba sobre el suyo lamiéndole la comisura de sus labios; ella suspiraba entreahogada: -"uhm, uhgg. Qué lindo me has hecho"-. El día y la noche se acababan, y así también mi estancia en Berlín; la apretujé para comunicarle silenciosamente que mi éxtasis finalizaba. Nos dimos vuelta aún unidos hasta quedar de medio lado resoplando ardores; mis manos se aferraban a sus senos, ella presionaba su cadera contra mi pelvis para seguir disfrutando del clímax de la conjugación carnal; bisbiseó: -"Agturro, durmamos ya; tienes que descansar un poco, tu viaje será largo. Acomodémonos para dormir, ven, descansemos ya, ¿sí?"-.

La despedida final

El despertador retronó chillón y penetrante sacándonos del sopor onírico, nos contemplamos callando para no romper el embrujo, ya que estábamos conscientes de que era la última vez por no se sabía cuánto tiempo que compartíamos el mismo lecho. Me fui a la ducha porque el tiempo apremiaba; ella quiso preparar un desayuno, pero no acepté indicándole que comería en el aeropuerto, sólo un café me bebí en su compañía; se sentó en mis piernas envuelta únicamente en su dormilona, muy subyugante estaba y se lo dije mientras husmeaba entre su cabello, sonrió: -"estoy cansada todavía, tú no me dejabas dormir con tantas caricias que me diste; por ello no te acompaño, tengo que descansar y estudiar para recuperar el tiempo; bébete el café. ¡Huy!, ¿qué me haces?, acuérdate que."-. A pesar de la cortedad del tiempo yo no me cansaba de acariciarla, sobre todo sabiendo que era la última vez que la vería. La alcé con mis brazos y la llevé hasta su lecho sin que ella protestara nada y en absoluto. La posé allí con mucho cuidado y la contemplé fijamente, ella preguntó en voz bajísima y subyugante: -"¿me quieres amar?, ¿sí?, ¿eso es?, ¿me quieres amar?. Entonces ámame"-. Reaccioné como un autómata ante esa proposición suya tan directa y sincera; ella también deseaba ser amada en ese momento crucial de nuestras vidas.

Como enloquecido me deshice de mi vestimenta lanzándola por los aires y me tendí a su lado tratando de quitarle su dormilona porque debajo no tenía nada, nada, sólo su lujuria corporal que me aturdía a pesar de que por mi mente revoloteaba la hora del vuelo, mas me olvidé de todo el rollo del viaje; ella facilitó mi labor y se deshizo de su prenda desprendiéndose de su cuerpo ese aroma suyo tan peculiar y seductor; ese cautivante olor de mujer hecha y derecha sabedora de todo lo que poseía. Estaba tendida de espaldas totalmente desnuda, mis ojos no se quitaban de su orgulloso y protuberante Monte de Venus, sus vellitos ralos, los delgados labios rosaditos de su estuche vaginal invitaban a ser acariciados con mi ansiosa boca y así tenerlos uno por uno para saborearlos por última vez; no me pude contener y me fui con mi boca buscando esa prenda suya, se la besé con mucha ternura y aproveché para ensalivarle sus labiecitos, introduje mi lengua entre ellos para saborear su zumo matutino; qué divino me supo. Ella haló de mi cabeza y volví a colocarme junto a ella. Yo estaba de medio lado lo cual le permitía a ella sostener mi masculinidad en una de sus manos, arqueó su pierna derecha hacia atrás para invitarme a que la penetrara así de medio lado, era una posición nueva para mí, y muy cómoda porque me permitía saborearle las redondas guinditas de sus senos; nuestras piernas se entrelazaban como dos tijeras abiertas. Coloqué una mano por debajo de su pierna arqueada para alzarla y así poder acercar mi pene a la entrada de su divina cajita paradisiaca. Entonces susurró deseosa de ser poseída: -"sí, ven a mí, dámelo todo, penétrame ya; ven, entra ya para que me ames, para que nos amemos."-.

Me olvidé de todo en ese momento, sólo ella era mi concentración, y arrastré mi trasero para posicionarme junto a ella que echó su pierna hacia atrás para que el miembro tuviese acceso a su estuche, posé mi pierna derecha sobre su muslo izquierdo con ella siempre dirigiendo el pene hacia su entrada, sentí el roce con su tenue vellosidad vaginal y entonces ella ordenó: -"ahora, ahora sí éntralo todito."-. Empujé mi pelvis hacia la suya para satisfacción suya y mía en aquella hora de despedida, murmulleó bajamente: -"uuhm, qué divino es sentirte en mí, más profundo Agturro, lo más profundo que puedas. Sí, así, un poquito más"-. Empujé hacia sus entrañas plenas de lujuria húmeda y sentí que se hundía muy rápido para dicha suya y mía; mi brazo izquierdo le ataba su cuello y la mano derecha le estrujaba sus senos de forma suave, de vez en cuando le sorbía su pezón más cercano embadurnándoselo con mucha saliva para luego mamar de él como si fuese un bebé; ella suspiraba entrecortadamente dejando escapar profundos deseos expresados en monosílabos para que no cesara en mi tarea acariciadora, me bisbiseó suplicante: -"dame tu mano, dámela"-. Tomó mi mano derecha y la dirigió hasta la ojiva de sus labios vaginales, empujó para que uno de mis dedos le frotase su botoncito mágico, exhaló un largo suspiro de placer: -"sí, frótamelo para que me hagas llegar al éxtasis, lindo, más, más Agturro"-. Los dedos de esa mano derecha mía le sobaban lentamente allí para elevar su deseo de ser amada corporalmente. Echó su brazo derecho hacia atrás y cerca de mi boca apareció su axila repleta de oscura vellosidad brillante, el perfume de su champú para cabello invadió mi nariz ocasionando en mí un mayor deseo de acariciarle todo lo suyo a mi disposición. Nuestros ojos se miraban mientras callábamos, las respiraciones se alteraban aumentando su ritmo. Su mirada me ordenó que le babease su vello axilar, se lo mojé con mi saliva para irlo tomando entre mis labios y halárselo suavemente; una y otra vez repetí la acción excitándola hasta el punto de que con su mano izquierda oprimió mi cabeza hacia su axila; mi mano derecha seguía sobándole su botoncito, mi duro miembro buceaba en las profundidades de su vagina, de vez en cuando empujaba su cadera para que permaneciese todo en ella.

Largo rato la acaricié aumentando y disminuyendo la intensidad de la frotacción en su vagina y succión en su vello axilar así como ligeros topeteos para que mi virilidad le masajease sus paredes vaginales. Ello ocasionó en ella un orgasmo repentino, pues aprisionó mi rostro contra su pecho propinándome un tremendo mordisco en mi hombro, su mano izquierda se aferró a mi muslo para halarme más hacia ella y así sugerir una penetración más profunda aún; no cesaba de suspirar inenteligiblemente mientras buscaba ansiosa mi boca ahogándome con la ferocidad de sus besos locos. Estuvimos un ratico así abrazados; yo la sostenía escuchando su respiración; mi miembro seguía alojado en su paraíso porque yo no había eyaculado; se separó lentamente contemplándome agradecida y tierna, mordeloneó mi boca y sonrió enternecedora; entonces notó que mi miembro seguía en su cuerpo y muy erecto todavía: -"está muy vivo tu pene, uhmuah, gracias por estas caricias"-. Le susurré como siempre mi deseo, reaccionó comprensiva y plena de dicha: -"sí, ven; acomodémonos mejor para que puedas entrar en el anito y tengas tu placer también"-.

Nuestras entrelazadas tijeras se deshicieron. Permanecimos igual, ella sobre su espalda y yo de medio lado junto a ella; esta vez alzó ambas piernas hacia su pecho para darme acceso a su trasero el cual estaba totalmente pleno e inundado de líquidos suyos; por entre sus piernas estiró su mano izquierda y tomó el miembro para enrumbarlo hacia su ojito anal, el glande palpó esa vellosidad y mi cuerpo se estremeció; ambos empujamos al mismo tiempo para que el glande traspasara el umbral y entrase allí; pausadamente se fue hundiendo en ese estrecho huequito porque yo presionaba sediento de sentir esas apretadísimas carnes suyas; ella también presionaba e iba dejando posar sus nalgas en mi pelvis, otra vez llevó mi mano a su botoncito mágico. Y esta vez sí hubo un orgasmo al unísono, pues mi descarga se desató allí dentro suyo mientras ella volvía azotar mi boca con la fiereza de la suya. Me cuchichea muy lindas palabras enternecedoras haciéndome olvidar que estaba a punto de dejarla quizás para siempre. Yo la admiraba embelesado por su belleza matutina, el cabello negro suelto, sus ojos más verdes que nunca debido a la invernal semipenumbra reinante en el recinto suyo, su piel ardiendo, sus entrañas quemándome; qué lujuria. Nos separamos delicadamente para seguirnos contemplando y besuqueando pos coitum, tiernamente. Silencio total, silencio; sólo los sonidos de nuestras caricias bucales y los chasquidos del chapoteo en su intimidad corporal se oían flotar en el aire.

Rin, rin, rin. Su teléfono. Fue hasta allí y levantó el auricular, era para mí, el chapín Arodi me avisaba que pronto pasaría por allí a buscarme y llevarme al aeropuerto de Tempelhof, le indiqué que tocase el timbre y yo bajaría. Corrí hasta el baño para ducharme rápidamente y volví a ella para darle las últimas caricias fugaces. Rin, riin, riin. Sonó el timbre y ella reaccionó: -"Agturro, tus amigos, te debes ir ya"-. La aprisioné unos segundos para lamerle sus senos y pezones, pues no tenía nada, ella correspondió a mi cariño dándome un jugoso beso mientras me murmulleaba: -"uhmuah, gracias por las caricias, uhmuah"-. Se levantó para buscar mi abrigo y entregármelo, el timbre acuciaba; la tomé una vez más en mis brazos para estrecharla y sentir su cuerpo caliente, deposité un beso en la comisura de sus labios mientras nos mirábamos, ella rompió el mutismo: -"anda Agturro, todo te saldrá bien en Dortmund; llámame cuando llegues y tengas tiempo. Un último besito, uhmuah. Adiós"-.

Su puerta se cerró tras de mí y bajé las escaleras, afuera estaban los chapines y los gauchos esperándome para trasladarnos al aeropuerto de Tempelhof en Berlín Occidental; la Hermosura se asomó al balcón para lanzarme su último saludo agitando una mano, ahora se había cubierto con su gabardina; me subí al escarabajo de Arodi quien arrancó enrumbando hacia la autopista de Berlín. Los gauchos mamaban gallo, como siempre, en el camino al aeropuerto; yo reflexionaba sobre esos dos años vividos en esa ciudad dividida por el muro de la ignominia. Mi mente era un vendaval de escenas; la fábrica, la escuelita, Tano, Adelmo, los demás amigos, los gauchos, los chapines, la deidad escandinava y ella, la Hermosura, quien se había encargado, sin ella haberlo sabido inicialmente, de hacerme avanzar en mi vida relacionada con la intimidad sexual con las chicas. Mis ojos se humedecieron levemente al pensar que quizás la había visto por última vez en mi vida esa mañana al despedirnos. Coño, no puede ser. En ese instante me prometí que sacaría pronto la licencia para conducir, trabajaría en las vacaciones y con esos reales me compraría un escarabajo para ir de vez en cuando a Berlín a visitarla; claro, con su consentimiento. Siempre pensaba en su serio carácter.

Llegamos al aeropuerto, tomé mis valijas y me dirigí a la oficina de la Lufthansa para entregar mi equipaje. Los gauchos venían conmigo festejando verbalmente lo lindas que estaban las pibas ese día con sus atrevidas minifaldas: -"che boludo, mirále el poto a las pibas; pa´ mordérselo y después meter la lengua en la concha caliente. Ah, qué macanudo che. ¡Uf, y la samputa que lo parió, cómo te huelen los dedos! . ¡A pura concha de piba!, puf; ja, ja, ja, ja"-. Un poco después llegaron los chapines y se les unieron a su jolgorio verbal, yo me dejé influir y festejé con ellos sus ocurrencias y nos enfrascamos en una observación meticulosa de las piernas de las chicas con sus minifaldas que hervían por doquier. Ello me hacía olvidar pasajeramente la bella despedida de la noche anterior con ella; todavía sentía en mi piel su calor y, sobre todo, su sabor a ella. Bruno tenía razón, mis dedos llevaban sus aromas íntimos.

Llamaron por los altavoces a los pasajeros para el vuelo a Hannover, los fui abrazando uno a uno prometiéndonos que nos escribiríamos y llamaríamos. De los gauchos no supe nunca más qué les sucedió en su vida en Baviera. Se perdieron para siempre del mapa hablado y escrito. Una verdadera lástima. Crucé la entrada para pasajeros, salí del edificio y me dirigí al autobús que nos llevaría hasta el avión. Subí la escalerilla, me volví y creí reconocer tras los vidrios a mis amigos, busqué mi asiento y respiré profundo. El avión se elevó casi verticalmente, mis ojos recorrieron por última ocasión la ciudad que había sido mi cuna en los pasados 24 meses. Allá abajo quedaban muchos recuerdos y anécdotas vividas en ese tiempo; vi la estación central del tren y me dije: <>, segundos después el muro y repetí mentalmente la frase: <>. Qué remordimiento, la inconquistada rubiecita frágil. Un denso banco de nubes cortó de repente la visibilidad, me hundí en el asiento lucubrando qué me esperaría en la <> como llamaban en esa época la zona del río Ruhr. En ese vuelo venían también el costarricense Rafael y Yoevito, un indonesio, ambos habían presentado conmigo el examen unas semanas antes. Aterrizamos en Hannover y tomamos el tren que nos llevó a Dortmund, allí ellos se fueron directo a una residencia para estudiantes y yo a una habitación en una casa de familia que había conocido en los días del examen.

Salí a buscar una cabina telefónica para llamarla, se emocionó al oír mi voz y me animó a seguir luchando: -"me alegro de que hayas llegado bien, cuídate mucho y sé bastante aplicado en el estudio, pues el tecnológico es más difícil que la escuela técnica. Y no te apures en buscarte una chica, ella llegará cuando menos te lo esperes. Gracias por el disco de Gilbert Becaud, está muy linda esa música y la otra que me grabaste en la cinta, gracias por ese gesto"-. Colgué ya más desparpajado pues el lema sería luchar, luchar y luchar más. Me lo había dicho ella quien ya no vivía más a 15 minutos en metro. Ahora estaba o se encontraba a más de 400 kilómetros por carretera; y de por medio la barrera de la RDA, la República Democrática Alemana con su muro de la ignominia. No importa, me dije, no importa. En esos momentos yo no sabía que acababa de concluir una etapa de mi vida; una pequeña etapa que había sido muy importante.

Continuará. Capítulo 13. Alemania occidental.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25245
  • Fecha: 07-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.17
  • Votos: 18
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