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Todo sucedió un fin de semana, en Semana Santa, cuando fui con mis amigos a "rular la mona", lo que quiere decir que se va al campo con los amigos o los familiares para merendar o comer.
Pues bien, ese día, todos los amigos que somos íbamos a ir al campo de Marina, una muy buena amiga nuestra. Habíamos planeado pasarlo en grande: juegos, fiesta y diversión entre amigos. ¡Y teníamos todo el día, desde las 9 de la mañana hasta la madrugada! El plan no podía presentarse mejor...
Pero claro, aunque yo intentase que no sucediera, fue imposible evitar aburrirme... Al principio fue bien, pero aquel día a eso de las once cada uno se fue por su lado hasta la hora de la comida. A mí, que no me gustaba ver a mis amigos alicaídos, me dio rabia, y decidí perderme por el "bosque" (más bien por un inmenso pinar, llamado "Las Fuentecicas").
El día era estupendo: el sol traspasaba a duras penas el follaje de los árboles, la hierba de primavera olía a fresco, los pájaros se oían sin interrupción de coches ni de alguna otra persona, el tiempo revitalizaba mi cuerpo... Tanto lo revitalizó, que sentía cosquilleos en los pezones, incluso en la entrepierna... Por eso, cuando encontré un pequeño riachuelo, no pude por menos que subirme a una piedra elevada, bastante lejos de la casa de nuestra amiga, y bajarme los pantalones... Tenía una hermosa erección, y no me cansé de contemplar mi poya dura ni de ver cómo se movía al más leve movimiento de mi cuerpo. ¡El campo, la soledad de aquel magnífico lugar me excitaba! Mi mano no tocó en ningún momento mi pene, simplemente disfrutaba del morbo que me proporcionaba estar en medio de la naturaleza, escondido, y de sentirme desnudo, de sentirme hombre...
Me senté en el suelo, sirviendo las briznas de hierba como almohadón, y una vez acomodado contra el tronco recio y suave de un pino frondoso, decidí primero quitarme la camiseta. Empecé a contemplar entonces mi cuerpo: moreno, marcado el ejercicio de las pesas en los pectorales, los abdominales de un adolescente deportista, el divertido caminillo de pelillos que como un camino recto descendía desde el ombligo hasta perderse en el monte de vellos de mi pubis; mis brazos, musculosos y que me perecían bonitos, algo velludos, mis hombros rectos... Con nerviosismo excitado me toqué los pezones, rodeados de grandes aureolas y de pelillos que anunciaban mi masculinidad adulta. Mi ombligo prieto. Y más tarde, me quité a la vez, tras las zapatillas, los pantalones y los calzoncillos. Ahora estaba del todo con mi cuerpo al desnudo, y solo, completamente solo...
El tiempo era muy bueno. Hacía calor, y levemente el ambiente se caldeaba a medida que se acercaba el mediodía. Me encantaba el color del bosque, con sus tonos marrones verdes y amarillos, su ambiente misterioso, el ulular del agua del riachuelo... Menos mal que corría la brisa fresca bastante a menudo para aliviar el calor y hacer placentera la estancia en aquel apartado paraíso...
La brisa me hizo reír. Una sonora carcajada se oyó en todo el espacio cuando la brisilla me recorrió la entrepierna haciéndome cosquillas. Mi chorizo dormido en ese momento, en respuesta, se levantó un poquito.
Con placer levanté un poco más mis fuertes piernas de corredor, para dejar paso al aire que tanto quería airearme mis partes erógenas... me arrancó un gemido cuando se enredó esa misma brisa entre los pelos de la verga, haciendo que se levantase un poco más. ¡No pude por menos que sonreír ante la sensación de cosquillas en mi poya y de ver mi atrevimiento de quedarme desnudo en ese lugar!
Yo cerré los ojos dejando que me airease la naturaleza todo lo que quisiera. Había perdido ya la vergüenza y el temor inicial a quedar desnudo en medio de la naturaleza misma...
Por eso subí mis brazos y me aferré al tronco, intento abarcar todo su grosor con mis brazos. Estaba medio recostado, en el suelo agreste, sintiendo la hierba y las piedrecillas en el culo, y de vez en cuando en el ano, intentando no hacer caso de las cosquillas, intentando acomodarme, intentando tumbarme de forma excitante y que me produjese placer...
Si alguien me hubiese hecho una foto en aquel momento habría sido del todo erótica: estoy espatarrado de forma obscena, con la salchicha a medio levantar, morcillona y gorda a la vez como a mí me gusta, con los brazos levantados, mostrando las axilas y los pelos que hay en ellas (es una zona que en los chicos, no muy musculosos necesariamente, me encanta), con los ojos cerrados y con una cara que denotaba placer...
El aire frío en el ojete y en mi cipote me hacía temblar... una sensación extraordinaria.
Cogí, ya adaptado a esa postura, mi polla por los pellejos y la dejé caer como si fuese un trapo: cayó en toda su longitud pesadamente estrellándose con un golpe seco con mis pelillos.
No necesitó más: en el acto empezó a crecer, con la fuerza que le proporcionaba una semana sin sacarle brillo, con los almacenes llenos hasta rebosar, y con el aire campestre... Y por eso enseguida se mostró lozana, gorda, de venas marcadas y oscura piel, un objeto de deseo y dulce tentación... Mi mano derecha ya clamaba por su juguetito. ¿Por qué negarlo? Quería, necesitaba, requería una buena paja, una buena manola, y la verdad es que la idea de masturbarme locamente en pleno bosque me la ponía aún más dura. El rojo ardiente del capullo es una clara señal.
-¿¡Pero tío, qué estás haciendo!? ¡Si estás en pelotas!...
¡Ostia!
Une estremecimiento.
Una mueca de sorpresa.
Un giro rápido, y pude ver a Jose Antonio levantándose las gafas de sol para verme mejor. ¡Estaría... estaría flipado! Tenía la boca abierta. Más que yo, que intentaba superar la vergüenza, ocultar mi poya dura y buscar a mil por hora en los recovecos de mi mente par encontrar una buena, una brillante excusa... Pero no la había, lo vi en los ojos de José Antonio. Simplemente estaba en simbiosis con la naturaleza, ¡y me había pillado de lleno!
-¡José Antonio! Espera, espera...
-No, no te levantes, tío, que se te va a ver tu... tu... ja ja –y se reía de mis intentos de ocultar el enorme instrumento, excitadísismo todavía. ¡¿Por qué no me bajaba la erección?!
-Espera que se lo cuente a los demás, ¡madre mía! Verás tú...
-José Antonio, vale, espera, cállate y no digas nada –me tenía contra la espada y la pared. Al menos era uno de mis amigos de confianza... Pero nada la impedía sacar partido de la situación. Esperaba, mientras percibía la mirada de diversión y... y de algo que no supe qué era, que me guardase el secreto. Iba a empezar a explicarle que la masturbación es muy corriente, y que si él no se pajeaba o qué hacía cuando estaba solo y la mano pedía juego... Pero siguió hablando:
-Néstor, ¿te estabas...
-...pajeando! Sí. ¿Y qué?
-¡Pero si estás desnudo!
-¡Joder! Tenír calor. Tú tampoco llevas camiseta, ¿y por eso te digo algo?
Jose Antonio seguía riendo y mirándome atónito, y se llevó las manos a la cabeza:
-¡No es lo mismo, macho! ¡Madre mía! Tú estás desnudo en medio del campo. Y estás más empalmado que un caballo en celo, ja ja...
-Mira, Jose Antonio, como se te ocurra...
-¡Tranqui! No nos oyen los demás, pero yo te oigo perfectamente. No me chilles. Además que... –me miró entero, yo con las piernas cruzadas y tan excitado que la polla no me bajaba, intentando ocultarme aunque los huevos se me veían muy claramente. ¡Y seguro que también se me veían los pelos del culo! Menudo ridículo estaba haciendo... Y lo peor, es que la ropa estaba lejos.
-¿Además que qué?
-Pues ya que estás así, yo también te puedo decir, je je je...
-¡No te vuelvas a reír de mí!
-¡No lo p... puedo evitar! Es una situación, je je..., cómica. –y entonces adoptó una expresión seria, pero irónica- No me estoy riendo de ti, estás muy bien así, no creas que es porque la tengas...pequeña, vamos, que no pienses eso, pero es que yo...
-¿Tú qué?
-Pues que mira, que tampoco llevo calzoncillos.
Y Jose Antonio se bajó los pantalones hasta las rodillas.
¡Perfecto! Justo lo que necesitaba mi cipotón: ver a Jose Antonio, mi amigo, con el que tenía y soñaba algunas de mis fantasías eróticas, completamente desnudo. Y es que no era para menos...
¡Dios mío! Hasta los huevos los tenía perfectos y musculosos.
Me encantaban sus abdominales, sus piernas, su pecho desarrollado me calentaba, su cuello lo deseaba, sus pies, sus manos, su pelo, su cara... sus ojos oscuros y brillantes, su nariz, su boca grande de labios gruesos... Todo eso, para deleite de mi verga, rematado por la piel bronceada, un culo que seguramente era prieto, duro como piedras (qué delicia!), y un pene grueso aunque más corto que el mío... Porque estaba empalmado.
-Tío, Néstor, pensamos igual. Vengo del campo, y por el camino ya me la iba calentando, porque iba a... ¡a lo mismo que tú! ¡Tío, por eso me río!
Estaba boquiabierto.
-Cierra la boca y hazme un lado...
-José Antonio, ¿ibas a cascártela?
-Sí –me decía mientras andaba con los pantalones bajados, su poya zarandeándose y haciéndose un sitio a mi lado... Yo tenía dos opciones: o me derretía o me hacía la paja más monumental de mi vida. Mejor lo segundo, si es que Jose Antonio iba en serio.
Al sentarse con un gemido nuestras piernas, demasiado juntas, pasaron a tocarse, entrelazándose nuestros pelillos.
-Hay que ver qué bien te cuidad... Debajo de la camiseta no se ven esos abdominales... je je je –y me dio una palmadita en el pecho.
-Yo... yo... Pues tú también haces ejercicio, que lo sé yo. ¿A ver?
Y con picaresca le toqué sus pectorales, duros como los míos pero más marcados, y le pellizqué para comprobar su dureza.
-Has visto... –decía Jose-, pero tu ombligo lo tienes como una tabla... ¡Osti, que duros! Los entrenas bien... Eso es lo que me hace falta a mí. Los abdominales me cuestan más...
Y se quedó mirándome la mano, que buscaba su palo favorito.
-Bueno, pues si quieres, puedes empezar, que yo te veo.
-Sí, claro –y me reí por la sugerencia. Estaba excitado por tener el cuerpo de mi amigo desnudo al lado, observándonos, mirándonos... Y ahora resulta que quería mirar-. De eso nada. Los dos o ninguno, y además te recuerdo que has llegado el último.
-Vale, si yo no tengo problema ni prisas...
Y se agarró el manubrio, y con movimientos pausados, se bajaba y estiraba la piel. Era la primera vez que veía pajearse a un amigo... Era muy parecido a cómo lo hacía yo...
Volví a mirar alrededor: ni un alma, el sol calentaba, mi picha se calentaba, el riachuelo seguía fluyendo...
Volví la vista a Jose Antonio que se había empezado a concentrar en su "trabajo" y ahora tenía la cabeza mirando para arriba y con los ojos cerrados... Qué buena debía estar su nuez... Mmmmm.
Y así, asegurándome de que no miraba, empecé a cascármela más rápido que él. ¡Lo necesitaba! Ohhh...
-Estás disfrutando eh? Te has dejado llevar.
Sí, que gusto, eh?
-Vaya que sí...
-Jose Antonio...
-Mmmm?
-En qué estás pensando, cacho guarro?
-Ja ja ja... Pues... ¿y tú?
-Yo en mi polla –contesté sin darme cuenta de lo que hacía: mi mano subía y bajaba, subía y seguía. Además, en la entrada del ano una piedra hacía delicias. Y luego, miraba la de mi amigo-. Eh! Tío, te pregunté primero yo.
-Eres el primero que no me dice que en tías desnudas.
-¿y tú?
-Yo... yo en lo mismo que tú. A veces en tías, otras en Marina, otras en... cosas.
-Marina, eh? Ejem ejem...
-Bueno, en Marina no, la verdad... a mí me calienta más pensar en un pene...
Eso me gustó. No dijo "su" pene, sino en poyas, pero...
-...¿En qué penes?
-Ja! –y me miró con esos ojos oscuros total-. Pues... en el tuyo, por ejemplo, que lo tengo más cerca.
-Ah...
-bueno, pero vamos a cambiar de mano.
-Bueno, pero a mí con la izquierda se me da igual de bien.
-Ja ja ja, no, tonto, me refiero a que yo con mi mano te la casco a ti y al revés... –me dijo Jose Antonio. ¡¿Una paja mutua?!
Bueno...
-Además, puede ser a la vez, porque si dices que con la izquierda también sabes... ¡Ala! Cójemela.
-Sí, tú primero, a ver si puedes.
¡Ohhhhh! Qué dureza. ¡Tenía un pene macizo, un mástil de hierro! Y húmedo además...
-¿no te importa mancharte la mano, verdad? Je je.
-No, tranquilo, espero que a ti, tampoco. Porque la tengo...
-¡Durísima! Buah... qué bestialidad... la tienes que parece hierro al rojo vivo.
-Y la tuya también, Jose Antonio!
-¡Pues venga, dale a la zambomba!
-Ja ja ja –nos reimos...
-Ohhhhh
-Ohhhhh
-Jose Antonio... –y tragué saliva-, cuando te vayas a... ya sabes, me avisas.
-Va... ahh, vale, pero yo puedo aguantar, vas bien... Y tú, si te corres, avisa.
-¿Qué puedes aguantar? Pero si tienes los cojones como pelotas de tenis. Seguro que si aligero, te corres ensegui... ohhhh, así, aprieta en la punta... te corres enseguida. ¡Mira!
-¡No!, cabronazo, ja ja ja... No vayas tan rápido...
Pero no me di cuenta de que Jose Antonio se inclinaba, se inclinaba sobre mí porque tenía los ojos cerrados... Y para cuando me di cuenta, creía que...
-¡Me la vas a...!
Pero estaba oliendo, aunque tocando con su nariz ¡todo!
-Ohhh, Jose Antoniooohhh. Por qué has parado?
-Calla...
Esperé. ¿Qué estaba haciendo?
-Je je, tío, me haces cosquillas... Parecemos maricones! ¿Qué haces?
-Tío, Néstor, si quieres... Mira lo que voy a hacerte...
Y zambulló su boca en el mar de pelos de mi polla, absorbiendo el sudor, aspirando al aroma, y cuando llegó al mástil de oro...
¡Me encorvé de la sorpresa más que del dolor y porque me proporcionó un gusto inmenso!
Jose Antonio me la estaba... me la estaba comiendo entera. No creí que fuese alguien como nosotros capaz de eso, pero era así, ohhhh.
No hablé. La visión de tener un cuerpo como el suyo, de que sus abdominales, su culo todo, sus piernas, todo estuviese a mi alcance, y de que además me la estuviese mamando, me llevó al paraíso... Y me aproveché de eso: le palpé todo su cuerpo, sus pelos, su cabeza, le besaba y apoyaba mi mentón en su espalda... Y él de vez en cuando paraba y reía porque le había hecho cosquillas en el ano.
¡Éramos jóvenes y estábamos disfrutando!
Aquel día acabó de forma divertida, pero aquel momento de la mañana será inolvidable.
Probé el sabor del néctar más dulce.
Probé el sabor de la masculinidad de mi amigo: pezones morenos, cojones hinchados, culo peludo... palabras vulgares, que significaban el néctar más dulce porque los dos lo disfrutamos.
Acabamos los dos en medio de un orgasmo, inundando nuestros pechos con la blanca leche del otro, vaciando los almacenes, que quedaron vacíos al límite...
Nunca pensé que podría tragarme mi leche, y ese día probé la de Jose Antonio. ¡Era divina! Sería porque la lamía de su duro obligo, saboreando ese cuerpo de vicio que de cerca parecía aún mejor a mis ojos... Le chupé los vellos pubianos mientras estaba tumbado, recobrándose de su orgasmo provocado por mi mamada. Incluso, no fue un beso, pero una gotita diminuta de su leche salpicada en su labio, me la bebí ¡mirándole a sus ojos de muerte! Oh, chupé ese labio inferior como ninguno... Sus axilas al descubierto, en sus brazos reposando su cabeza... La visión que tenía de él era de un dios, pero lo mejor es que yo para él era igual. Éramos el primer dios el uno para el otro.
Y así, una vez yo sobre él, y otras veces él sobre mí, se nos pasó la mañana, con nuestros monstruos viriles agotados hasta recuperar las fuerzas estrujándose el uno con el otro...
Y el gorrión nos avisó de que la hora había llegado.
El gorrión y Miguel...
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