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INTRODUCCIÓN
No sé cómo empezar con todo esto, pero viendo que tengo tiempo y nada que hacer (o poder hacer) a parte de reflexionar, voy a ir apuntando todo esto mentalmente, en mayor o menor medida, para cuando tenga ocasión de escribirlo y así desahogarme de alguna forma.
Me encuentro atado, amordazado... y otras cosas dentro del armario de mi novia. Sí, sé que os costará creerlo, pero ni yo mismo sé cómo he podido llegar a este punto. Todo ha ido a un ritmo tan vertiginoso...
Me llamo Javi y tengo 26 años. Soy de pelo moreno corto, ojos castaños y un cuerpo normal, quizás algo atlético pero sin pasarme. Midiendo 1.79 cm. puedo considerarme de estatura normal. Así os podréis hacer una idea de mi aspecto. No suelo llevar barba, ya que a Claudia no le hace nada de gracia, aunque antes de conocerla sí que solía dejármela crecer.
Los brazos se me cansan, estoy esposado a la barra superior de colgar la ropa, y como estoy sentado en una especie de minitaburete, no puedo bajarlos. Mis piernas totalmente juntas, atadas por medio de dos bridas, a la altura de mis rodillas y de mis tobillos. Una mordaza de bola, de esas de sexshop tapa mi boca, sin contemplaciones, haciéndome babear, gota a gota. Y lo que más me molesta, un “instrumento” del que hasta hace poco no tenía ni idea, y que desde hace semanas es mi inseparable compañero diario... el cinturón de castidad. Sin embargo, los oídos los tengo totalmente libres y activos, para atormentarme oyendo los gemidos de placer y embistes que recibe mi dulce novia al otro lado de la puerta del armario... tengo que evadirme mentalmente de esta situación... y nada mejor para ello que imaginarme que estoy escribiendo o contando mi historia. Voy a ello.
Hacía poco más de dos años que empecé a salir con Claudia. La conocí de forma más que fortuita, en la biblioteca general, donde yo iba sacar libros para mi proyecto final de carrera. Ella se fijó en mí y yo en ella, nada más sencillo.
Claudia es morena, de ojos claros tirando a verdosos y piel blanquecina. De un metro setenta, aproximadamente, delgada, pelo largo y sedoso en ondas. Por aquel entonces ella tenía 22 años y estaba cursando Farmacia. Se vestía con ropa más bien corriente, cómoda podríamos decir, unos pantalones vaqueros, unas zapatillas converse, una camiseta quizás más ajustada, pero sin enseñar nada. Eso sí, me llamaron la atención desde el principio sus pechos, muy apetecibles, sin ser demasiado grandes, digamos que un poco por encima de la media, y sobre todo, muy sobresalientes teniendo en cuenta su complexión.
¿Y de su forma de ser? Era una delicia de niña, callada, tímida, dulce, quizás hasta un poco sumisa, no lo sé, puede ser por su poca experiencia en relaciones. Poco después me enteré que apenas había salido con un par de chicos... no sé cómo había pasado desapercibida esta belleza. En fin, para mí un 10 tanto en mente como en cuerpo.
Además, y esto fue lo determinante, nos compenetrábamos y aveníamos muy bien. Durante los primeros meses de relación no hubo peleas. Yo, al terminar la carrera, entré a trabajar en una empresa de la ciudad, una oficina, mientras que ella estudiaba su penúltimo curso.
Puedo decir que cuando todo empezó, la relación era casi perfecta, pero pronto vinieron algunos problemas en la cama. A veces pienso que todo fue culpa mía, pero es mejor dejarlo correr. Es increíble cómo tan poca cosa cambió nuestra relación.
El caso es que lo organizamos de la siguiente forma. Como a ella todavía le quedaba un año de carrera y yo ya había acabado, la ofrecí alquilar un piso entre los dos, pero ella, muy sensata y estudiosa, declinó la oferta. Quería irse a vivir a un piso de estudiantes y salir de aquella especie de “reformatorio” femenino que era la residencia femenina, administrada por una congregación religiosa. Sus padres dieron el visto bueno, y así encontró un nuevo lugar donde pasar el último año de carrera.
Había localizado un piso con otras dos estudiantes que le habían caído bien. A apenas dos calles del Campus, un tercer piso a compartir en gastos, con muebles nuevos, reformado y a un precio muy adecuado.
>>Un chollo, Javi.<< Había dicho ella para convencerme. >>Aquí tendremos más libertad, y podrás venir más a menudo...las chicas tienen también pareja y me han dicho que no hay problema, con tal de que no armemos jaleo.<< Y yo, tan tonto, sonreí encantado. Ayyyy...
Así empezaron mis desventuras, con el primer día en el que pise aquel piso (valga la redundancia) y conocí a las que serían instigadoras de este... cambio de rumbo.
PRIMERA PARTE
- Mirad, os presento a mi novio, Javier.
- Encantado... - dije yo acercándome a sus dos compañeras de piso, mientras me miraban de arriba a abajo.
- Yo soy Elena.
- Y yo, Lucía, encantada. - dijo dándome un beso en la mejilla.
Elena es una chica más bien bajita, por lo menos más que mi novia. Es la típica “empollona” o agonía, aunque no tenga pinta de ello. Viste siempre ropa deportiva, shorts deportivos, etc., ropa para estar cómoda, sólo la he visto pintada o arreglada en un par de ocasiones. Es castaña, con el pelo recogido en una cola y ojos marrones. Su tez es más bien bronceada, aunque sin exceso. Ese día me sentí culpable por haberme fijado tan detenidamente en su respingón culito que quedaba marcado en ese pantalón corto. Estudia Física en el mismo Campus que Claudia, y poco después me enteré que tenía un novio en su pueblo de origen.
Respecto a Lucía, qué decir, era el verdadero nexo de unión de la casa, la que llevaba los pantalones por así decirlo, una chica enérgica y con las cosas claras. En un primer momento, no me gustó mucho. Era la típica chica alternativa, hippie, con una rasta y piercing en la nariz. Estudia farmacia con mi novia, y eran conocidas. Además, procede del mismo pueblo que Elena, de ahí su afinidad. El cuarto de Lucía compartía pared con el de Claudia, y dado que estudian lo mismo, es normal que pasaran mucho más tiempo juntas, cosa que descubriría con la futura influencia que ejercería sobre Ella. Pero no adelantemos acontecimientos.
Lucía era una chica liberal y moderna. He de decir que era su actitud arrolladora y dominante, sobre todo con los hombres, lo que me echaba un poco para atrás a la hora de hacerme amigo suyo, pero su aspecto tampoco me parecía muy femenino. Era una activista feminista. Solía vestir con poco arreglo, casi siempre ropa de segunda mano o “alternativa”, ya sabéis. Ni una vez en todos estos meses la he visto arreglada, en fin, era yo tan inocente por aquel entonces...
Pronto nos sentamos en el comedor y comenzamos a charlar. Ya había pasado una semana desde que Claudia se instalara y por sus comentarios (yo me mantenía en silencio, escuchándolas), se habían hecho bastante amigas. Todo parecía ir bien y yo disfruté durante el primer mes de unos “fines de semana locos” gracias a los pocos “deberes” de Claudia y a la ausencia de sus compañeras en el piso.
Por lo visto, como ambas eran de un pueblo de la provincia, aunque lejano a la capital, solían marcharse del piso los viernes por la tarde, para estar con su familia y parejas. Fue en esa conversación con Claudia, al salir del cine un viernes por la noche, cuando me comentó que Lucía en realidad tenía unos gustos sexuales peculiares, cosa que me llamó la atención.
- Venga ya, si os conocéis de apenas un mes... ¿ya habéis hablado de sexo?
- Bueno, tú sabes, Javi, las mujeres solemos ser más desinhibidas para ciertas cosas, sobre todo cuando hay confianza.
- Y... ¿Qué es, lesbiana? - dije yo con inocente acento de preocupación.
- Sí, bueno, no, se supone que bisexual. Hasta hace poco ha tenido novio, pero también se ha liado con algunas chicas, ya sabes. - Me sorprendía mucho la forma de Claudia, tan natural, de hablar de cosas de sexo, sabiendo lo tímida que era.
Ella me miró seria un momento, pero lo cambio con una sonrisa, mientras me daba un pico alzándose de puntillas.
- Venga, cariño, ¿no estarás celoso, verdad? Ja, ja, ja no seas tonto. Es sólo una buena amiga... además, no soy su tipo. Le gustan las chicas rubias, de ojos azules...
- Ya me dejas más tranquilo... - dije con ironía
- Ja, ja, ¡te has puesto celoso de verdad!
- Como intente algo... - dijo yo ya medio en broma
- Tranquilo, que a mi no me van las chicas, ja, ja, de eso puedes estar seguro. Ven aquí, celosín... - dijo dándome un beso con lengua.
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