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Me estaba dando cuenta de que mis gustos en lo que a mujeres se refiere estaba cambiando. Pasear por la playa para contemplar el espectáculo que ellas me ofrecían involuntariamente hizo que me fijase qué tipo de hembras eran las que llamaban la atención. No era que despreciase a ninguna, claro está, pero mi pene reaccionaba de distinto modo ante unas y otras, aunque he de reconocer que siempre los topless me hacían reaccionar.
Luego, ante otra sesuda pregunta que se hace el hombre, tuve que reconocerme a mí mismo que la parte del cuerpo que más me gustaba ver a la mujer eran sus pechos (porque sus triángulos son inaccesibles casi por completo, bien es cierto). Uniendo unas cosas y otras, mi ideal de mujer para echarla un polvo se convertía en una mujer de tetas grandes ante todo o al menos, de tetas atractivas, nada de pechos planos ni de modelos huesudas sin curvas. Y no sabría con qué quedarme, si con una mujer de enormes curvas o si con una mujer más rechoncha y con más mamas. Por último, las maduritas con algún hijo, con barrigas algo prominentes, muslos y trasero con carnes de más atraían mucho mi atención.
Claro que todas estas conclusiones podían deberse a que no me estaba comiendo ningún rosco y todas las tías buenas estaban ya cogidas o pasaban de mí. Y vi que a las jóvenes un poco acomplejadas por sus kilos de más o que las señoras casadas que pasaban inadvertidas por sus maridos no hacían ascos a mis miradas fijas y casi obsesivas hacia ellas. Se sentían halagadas y lo notaba en la forma de comportarse o dejar que las mirara.
Acercarme a ellas, no obstante, era también bastante complicado, porque si no era por el novio de una, los hijos de otra o las amigas de la de más allá, el caso era que pillarlas a solas era bastante difícil. Muchas veces me tenía que conformar con levantarme de mi toalla y arrimarme casi con descaro hasta ellas, bajando mi mirada oculta por las gafas de sol hasta sus apretados bikinis, mirando la raja de sus blancos o bronceados pechos o el inicio de éstos, su redondez, la marca de sus pezones si estaban las telas mojadas.
Pero siempre quedaba el saludo furtivo, la sonrisa pícara, el ofrecimiento a untar sus espaldas de bronceador, el masaje si aceptan, los roces en el agua, forzar alguna conversación en algún descuido de sus parejas, enseñarlas a mantenerse a flote, hacerlas notar con tu interés y avidez que te atraen... Y los resultados fueron mejor de los esperados. No es cuestión de pavonearme de mis conquistas ni enumerarlas, pero digamos que aproveché muy bien el tiempo y concreté muchas de mis fantasías.
Así, recuerdo a Mamen, una chica de 24 años que estaba con sus padres, morena, más bien bajita, entradita en carnes, monilla de cara, que hasta que no estuvo segura de que era a ella a quien miraba no dejó de usar un bañador de una pieza. Ya cuando vino con un bikini (normal, nada escandaloso) me atreví a seducirla. No me fue demasiado difícil, la pobre no se creía que me estuviera dirigiendo a ella ni que le estuviese piropeando. En el momento decisivo, a la hora de decirle que la deseas, cuando se te puede ir todo al traste porque se asuste, elegí besarla y acariciarle la piel por la cintura.
La propuse irse a mi apartamento y aceptó, buscando una excusa de cara a sus padres. Tras unas copas y enrollarnos apasionadamente unos minutos, no puso oposición cuando le toqué los pechos por encima del bikini, ni cuando se lo bajé para disfrutar de la visión de sus enormes pezones, algo caídos para abajo. La braga también desapareció y mis lengüetazos la sumieron en la gloria. Por desgracia no era virgen, pero se notaba que hacía tiempo que no recordaba lo que era una buena sesión de polla.
Con Beatriz fue distinto. Su marido se había ido a jugar a las cartas y sus hijos con sus amigos. Ella estaba tomando el sol y se había bajado los tirantes del bañador, dejándome una vista impresionante de sus enormes mamas sin llegar a sus pezones. Mi polla se había puesto como una roca ante aquella mujer cincuentona rolliza y de barriguita algo desarrollada. Estaba a mi lado y se dio cuenta de que la estaba analizando fijamente. Miró a otro lado cuando me levanté y me dirigí hacia ella. Mi excusa fue que se le había caído un cepillo. Creo que ella se sentía apurada al notar mi erección bajo el bañador. Me la jugué a una carta desde el principio porque estaba muy excitado y le pregunté si quería tomarse una copa conmigo. Sus excusas las fui echando abajo y conseguí que se pusiera su pareo y me acompañara al coche.
Me dijo que tenía que estar en casa antes de las dos y sólo tenía una hora. Llevé el coche a un descampado sin dejar de decirle lo que me excitaba. Ella se estaba asustando al ver que llevaba mi coche tan lejos. Le pedí poder besarla y ella me dijo que estaba casado. Yo le hice ver el caso que le hacía y me abalancé a sus labios besándola con unas ganas enormes. Y le masajeé esas impresionantes ubres hasta el delirio. Ella se resistía pero no hasta tal punto como para impedirme que le bajara los tirantes y le descubriera del todo sus mamas, pesadas y casi tan grandes como unas bolsas de cemento, pero blandas. Y unos pezones marrones con unas enormes aureolas que no dejé de chupar, morder y succionar. Ella no tardó en hacerse con mi verga, primero sobre el bañador y luego bajándolo y chupándomelo y mordiéndomelo a petición mía.
Nos acomodamos en la parte trasera y follamos como animales uno sobre el otro y sin contemplaciones, gritando, gimiendo e insultándonos. Beatriz se desbocó brutalmente y me corrí en su culo después de que me pidiera que se lo rompiera. Fue tan fabuloso que repetimos otro día en su casa cuando se quedó sola. Esta vez la posición predilecta fue la del perrito y yo bombeándola por el culo como a ella más le gustaba. Mi tranca quedaba enterrada en aquellas nalgas inmensas y disfrutaba mirando en el espejo cómo se metía tres dedos buscando en su denso y rizado vello la raja para masturbarse el clítoris, también su barriga flácida que se bamboleaba, así como sus inmensas ubres que le apretaba y que pendían desafiando la gravedad.
Lo mejor de estar con esas mujeres es disfrutar con sus jugueteos con mi polla. Sentirse como unas putas les excita mucho y después de que yo las besó el coño y sus labios mayores y menores, las chupó el clítoris o incluso su ano, a ellas no les queda más remedio que satisfacerme a mí y encuentran muy excitante meterse mi barra de carne y mi glande rojo e hinchado en sus bocas. Se despojan de sus anodinas vidas conyugales y sus rutinas en la cama y disfrutan orgasmando repetidas veces.
Eso sí, la experiencia más excitante fue con Mara, una mujer menos exuberante que las anteriores, pero excitante con su barriguita y sus pechos igualmente deliciosos pese a su tamaño más normalizado. Su marido tomando el sol y nosotros enroscados dentro del agua, en un lugar donde estábamos solos y hacíamos pie, enrollándonos como colegiales, enroscando nuestras lenguas, manoseándonos los culos y yo a ella las tetas, tras desanudarla el sostén, follando de pie tras bajarme yo un poco el bañador y ella haciendo a un lado su braga incómodamente pero sintiendo el movimiento del mar y con el riesgo morboso de que nos pillaran...
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