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Categoría: Maduras

Calor maternal

Verano, mi estación preferida, calor, playa, mujeres, que mas se puede pedir.



Nada mas comer, agarro la mochila, la cámara y me planto en la playa, como un señor.



Para mí es ya una rutina.



Me llamo Jorge, y tengo diecinueve años. Vivo con mi madre, mi padre y mi hermana pequeña, de quince años.



Mi madre se llama Pilar, pero la llaman Pili. Mi padre se llama Antonio y mi hermana, Tania.



Vivimos en la zona alejada de la ciudad, en la periferia. Llevamos aquí, lo menos, doce años.



Es un piso pequeño, pero cómodo. Tampoco podemos andar eligiendo donde vivir, porque el sueldo que entra en casa es pequeño. Mi padre trabaja en la construcción y mi madre está en el paro, así que ahora mismo es ama de casa. No estamos en situación de elegir vivienda.



Pues bien, como dije antes, me gusta mucho ir a la playa durante el Verano. Me paso los días allí.



Siempre suelo ir con mis amigos, Carlos y Álvaro.



A veces vamos desde por la mañana, y almorzamos allí mismo.



Nos lo pasamos muy bien, nos bañamos, jugamos a fútbol-playa, pero desde luego lo mejor, son las mujeres.



En la playa te hinchas a ver mujeres, culos, tetas, tangas, de todo un poco.



Yo más que nada voy por eso, porque me gusta ver culos de madres mientras sus hijitos corren por la arena. Madres que te muestran sus encantos sin ningún pudor.



Se pasean por tu vera meneando sus culos, e incluso dejando sus pechos al descubierto, para que claves tu mirada en ellos. Y lo saben, saben que tus ojos apuntan a su culo y a sus tetas, y por eso lo hacen.



Solemos llevar la cámara de fotos para capturar culos e inmortalizar esas escenas.



Además no nos cortamos ni un pelo, culo que vemos o tetas, foto que sacamos.



Pero no solo hay madres, lógicamente, también hay niñas, de quince, dieciséis,…



Y las hay que también les gusta enseñar demasiado, y se ponen bikinis ajustados, haciéndoles marcar nalga y pezones.



Niñas guarras, con sus bikinis de colores, que te provocan con sus miraditas y sus risitas.



Claro, después cuando llegamos a casa nos tenemos que matar a pajas mientras vemos las fotos que hemos capturado.



En una ocasión, llegué tan excitado de la playa, que solo a mi se me ocurrió una idea, para unos depravada, para otros pervertida.



Llegué de la playa con la polla casi a travesando la redecilla del bañador.



Encendí el ordenador y cargué las fotos.



Comencé a verlas a la par que mi polla se deslizaba arriba y abajo por mi mano pringosa.



Al pasar la cuarta o la quinta foto, no recuerdo bien, apareció la foto de una muchacha joven, de unos catorce años mas o menos, era una niña. Pero si recuerdo el momento justo de la escena. Tenía un culo exquisito, muy carnoso, y cuando caminaba s ele meneaba hacia los lados como un flan.



El bikini se le metía por el culo y parecía una especie de tanga brasileño de esos.



Era inevitable, era necesario capturar esa imagen.



Empecé a cascármela fuertemente mirando esa foto, cuando paso por mi cabeza la imagen de mi hermana.



Como dije, tiene quince años, pero de aquellas tenía doce o trece.



Me vino a la mente mi hermana, porque tiene el culo muy parecido, tanto ella, como mi madre. Son de culo carnoso, no gordo, pero carnoso.



Es la típica que cuando nos sentamos, y lleva pantalón, le queda tan apretado, que siempre se le asoma el braguita.



Pues bien, con la polla en la mano, ya chispeando lefa, me levanté de la silla y caminé por el pasillo hasta llegar a la habitación de mi hermana.



Entré, como un salido, y comencé a rebuscar en los cajones, con el fin de encontrar unas braguitas o un bikini que se asemejara al de la foto.



Revolví entre los cajones de la ropa interior, hasta que di con algo aún mejor, algo que no me esperaba, ya que tenía trece años.



Un conjunto de tanguitas, diminutos y coloridos. Lo que había encontrado era mucho mejor, y la polla ya estaba como calabacín de gorda y grande.



Agarré los cinco o seis que había y comencé a olerlos y chuparlos. Eran de diversas colores y tipo, de triángulo de hilo, eran rojos, amarillos, verdes…



Me los imaginaba en el culo de mi hermana apretados, encajados hasta el fondo y pensaba en el culo de la niña de la playa y me ponía malo.



Agarré uno de ellos, uno de triángulo, de color rojo y amarillo, muy morboso, y empecé a cascarme la paja con el tanga. Lo frotaba por la polla dejando sintiendo el tacto de la gomilla.



Ya no pude más, me corrí en el tanguita empapándolo de leche.



Me limpié con el mismo tanguita que automáticamente guarde en mi bolsillo, para evitar ser descubierto.



Guardé de nuevo los demás y volví a mi habitación.



Ni yo mismo conocía la perversión que existía en mí.



Dios, no hubiera querido, pero si llega a estar mi hermana en ese momento,  me la hubiera intentado follar seguro.



Pero no estoy contando esto por mi hermana, o por su culo o los culos de la playa.



En realidad estoy contando esto, porque en una ocasión, poco después de lo de mi hermana, me ocurrió algo inusual, algo que cambiaría mi vida para siempre, en un antes y un después.



Sucedió un mes y medio más tarde mas o menos.



Llegué de la playa, como siempre muy cachondo, y con mis fotos en la cámara preparadas para hacerme disfrutar.



Habíamos sido testigos de una verdadera escena erótica en la playa.



Estábamos Álvaro y yo tumbados observando el panorama, cuando apareció una mujer con su hijo. No tenía más de treinta y cinco. El niño era pequeño de unos siete u ocho años.



Pues bien el niño se desvistió rápido y se fue a jugar, pero la madre percatada de nuestra atenta mirada, comenzó a desnudarse lentamente a la par que nos miraba sabiendo que ardíamos en deseos de follarla.



Comenzó quitándose un pequeño top o camiseta y dejando a la vista unos enormes pechos subidos y redondos. Los ojos se nos pusieron como platos.



No quitábamos la vista de la mujer. Pero aún alucinamos más, cuando tras desabrocharse el pantalón que vestía, descubrió un tanga bikini encajado en sus poderosas nalgas y carnoso muslos.



Colocó la toalla agachándose de mil maneras para que disfrutáramos a la vez que sufriéramos viendo sus nalgas menearse.



Sacó el bote de crema y empezó a untarse a la vez que miraba hacia nosotros y nos torturaba frotando sus muslos con la palma de la mano.



Cuando fui para casa, iba malo, cachondísimo, y muy pero que muy excitado.



Entré en casa y me dirigí al salón, allí estaba mi hermana con una amiga.



Cuando entré, lo primero en lo que me fijé, e incluso antes de saludar, fue en la amiga de mi hermana.



Agaché la mirada y observé un pequeño tanguita de color negro y gris asomando por la rajita de la chica. Se podía contemplar la prenda encajada en su raja.



Allí las dos agachadas buscando una revista o que se yo.



Saludé balbuceando por la impresión y la adrenalina que provocaba en mí ver esas cosas.



En ese momento comprendí de verdad lo guarras que eran las niñas, cada vez son más guarras. Empiezan antes a ponerse tangas y a maquillarse y ya con quince y dieciséis se ponen unos modelitos que sálvese.



Pues bien, la polla se despertó de nuevo, entre el calentón que traía de la playa y esto.



Subí directo al servicio para cascarme una paja y poder descargar lo de toda la tarde.



Entré en el servicio y saqué la polla a bailar.



Escupí en la mano y empecé a frotar el miembro.



Cuando estaba dándole al manubrio, me percaté de que la ropa recién lavada estaba posada encima de la lavadora. Revolví la ropa esperando encontrar uno de los tanguitas de mi hermana, cuando encontré uno tanga señor.



Era un tanga fuera de lo común, era de hilo, peor era mayor de lo normal, mayor que los otros que tenía mi hermana. Entonces comprendí que no era de mi hermana, sino de mi madre.



Entonces me di cuenta de lo guarra que era mi madre, porque no entendía por qué ponerse algo tan pequeño en su gran culo. Cuando una mujer se pone una prenda así es porque le gusta provocar.



Pensar en esas cosas me hizo sentir un calor tremendo por el cuerpo y sobretodo en la polla haciéndome desear a mi propia madre.



Agarré el tanga fuertemente y comencé a masturbarme con el pringándolo de semen que esputaba la polla.



Aún era virgen, tenía por aquel entonces diecisiete años, y nunca había penetrado a ninguna mujer. Y por eso sentir esas sensaciones me llenaba mucho.



Pero justo en el momento que más estaba disfrutando, que lo estaba gozando, ocurrió algo insólito.



Algo inesperado, una de esas cosas que deseas que nunca pasen.



Sin previo aviso se abrió la puerta del servicio.



Se me había olvidado poner el pestillo y me habían sorprendido trabajando en mis asuntos.



Giré la cabeza, y con rostro asustado y casi temblando, observé la imagen de mi madre justo en la puerta, quieta como una estatua, y boquiabierta.



Ni ella, ni yo sabíamos donde meternos, pero sobretodo yo.



Me puse rojo como un tomate, intente zafarme como pude vistiéndome rápidamente, peoro entonces ocurrió algo increíble, algo imposible, que solo había visto el las películas porno.



Justo cuando me disponía a guardar la polla, mi madre me agarró rápidamente y me dijo que no lo hiciera.



En ese momento no entendí nada de nada. Quedé perplejo, atónito, mirando la cara de mi madre, que en un instante cambió de horror, a vicio.



Le pregunté qué era lo que había dicho y me respondió que lo había escuchado.



Entonces cogió la polla con su mano, y comenzó a  cascar lentamente haciéndola empalmar de nuevo.



Me aparté y le dije, qué era lo que estaba haciendo, que yo era su hijo.



Cerró la puerta con el pestillo, y se acercó de nuevo a mí.



Le dije que no podíamos. Entonces me preguntó que por qué me masturbaba con sus tangas.



No supe responderle, simplemente cerré la boca.



Siguió acercándose a mí con cara de perra en celo.



La verdad que mi padre no hacía mucho caso de mi madre. Yo nunca los escuché follando ni nada por el estilo, y eso que mi madre era joven y atractiva.



Tenía por aquel entonces treinta y ocho años, y para ser mi madre estaba de buen ver.



Era de complexión normal, delgadita pero con un culo carnoso, de esos que quedan ajustados en el pantalón.



Las tetas no eran muy gordas, aunque si muy redondas y se le notaba mucho los pezones. Era rubia y de piel morena.



Como iba diciendo se fue acercando hacia mí, mientras yo la observaba.



Un pantalón vaquero muy ajustado le marcaba el culo y una camisa dejaba transparentar el sujetador por dentro.



Me arrimé a la pared y le dije que me dejara en paz. Entonces se quitó la camisa y dejó al descubierto sus pequeños pechos, con sus rosados pezones.



Estaban duros como piedras Estaba muy empitonada.



La polla se iba elevando a la vez de los pasos de mi madre.



Me decía que nadie se enteraría, que era normal, tenía que experimentar, y ella era la mujer perfecta para enseñarme.



Mi excitación inundó mi cuerpo, y no pude soportarlo más.



Me lancé sobre sus tetas metiéndome los pezones en la boca y saboreándolos, como si fueran un caramelo.



A la vez la agarraba por el culo sintiendo su calor, y el sabor de sus pechos en mi paladar.



Se agachó y sin miramientos se metió la polla en la boca haciéndome entrar en una espiral de placer, que provocaba en mí convulsiones.



Sentía la boca de mi madre, su lengua moviéndose alrededor de la punta de mi polla y encharcándola de saliva.



Entraba y salía pringando el suelo de flujos salivales y llenando las tetas de mi madre de babas.



Se la metía entera en la boca. Pero no aguanté mucho, así que saqué la polla, para relajarme y no correrme.



Mi madre al percatarse dio otro paso, el definitivo para poder disfrutar un poco y que no se nos aguara la fiesta por una eyaculación precoz.



Se puso en pie y mientras yo me relajaba, ella fue desabrochando el pantalón.



Sabía lo que venía ahora y me hacía estar aún más nervioso.



Y ¡Booomm! Ahí estaba, su tremendo culo, carnoso como ninguno, pero sin ninguna estría, ni nada por el estilo.



Era brutal, se meneaba hacia todos lados, como la propia gelatina.



Un diminuto, casi inapreciable tanga adornaba sus nalgas embelleciendo aún más el asunto.



Se arrimó al lavabo, y se apoyó con las manos. Después se apartó el tanguita a un lado dejando a la vista un pequeño y rasurado coño, prieto y húmedo.



Lo que estaba era tan fantástico, como aterrador.



Por momentos razonaba lo que estaba haciendo, pero ver ese culo y ese coño, apagaban en mi cualquier indicio de arrepentimiento.



El tanguita de color rojo aumentaba en mí las ganas a lo que me dispuse a clavar la polla sin mediar.



Me acerqué y ya podía sentir el calor húmedo de su coño.



Pero entonces me entró una necesidad de hacer lo que iba hacer, lo necesitaba.



Me agaché y encajé la lengua en su culo saboreando su sudoroso ojete con a olor a vainilla, ya que mi madre utilizaba ese perfume.



El calor que irradiaba era absoluto, y me hacía entrar en cólera.



Culminé pasando la lengua por su húmedo y mojado coño, lamiéndolo y sintiendo su sabor a almeja deseosa.



Sin más vacilación me puse en pie y coloqué la punta sobre sus labios vaginales frotándola de arriba abajo.



Agarré el tanga a modo de asa y embestí con fuerza, penetrando su coño maduro.



La polla entró con total facilidad, se deslizó por sus paredes internas y provocó un placer sin igual, algo indescriptible.



Era mi primera vez, y aunque fuera mi propia madre, no quería que acabase nunca.



Empecé a bombear, a la vez que mi madre comenzaba a emitir ligeros gemidos.



Me pedía más y más fuerte, pero mi inexperiencia no me lo permitía.



Entonces de repente se oyó un golpeteo en la puerta, era mi padre picando.



Quedamos enmudecidos, con la polla metida en su coño, casi aguantando la corrida.



Mi madre le preguntó qué quería, a lo que respondió, si le quedaba mucho, que tenía que hacer sus necesidades.



Entonces mi madre que salía ya en un instante, a lo que yo rápidamente volví a reanudar el bombeo.



Resbalaba la polla por su coño, y cada vez que embestía sus nalgas se movían hacia los lados.



De vez e cuando notaba como de su coño salían flujos y embadurnaban mi polla haciéndola deslizarse aún mejor por dentro.



Seguí follando y el sudor comenzó a caer por nuestros cuerpos.



No aguanté más, y a causa de mi falta de experiencia, sin previo aviso disparé un chorro de lefa dentro del coño bañándolo en mi leche.



Noté como se relajaba sobre el lavabo y soltaba un pequeño suspiro.



Saqué la polla y la froté por su culo dejando los restos sobre sus nalgas.



Le dije que me había corrido dentro y le pedí perdón.



Creo que aún no era consciente de lo que había hecho, me había follado a mi madre y me había corrido dentro de su coño.



Al principio se lo tomó algo mal, pero después me dio un beso en la mejilla y me dijo que no me preocupara que se ocuparía ella.



Me limpie la polla con papel higiénico, mientras ella, con total descaro se recolocó el tanga por encima de mi lefa, goteándole por el coño, y se subió el pantalón de nuevo.



Me dijo que no se lo dijera a nadie, y tras vestirnos salimos discretamente.



A partir de ese día la relación con mi madre cambió totalmente. Y ano la veo como mi madre, sino como la mujer que me desvirgó, la mujer con la que tuve mi primera experiencia, y sentí el máximo placer sexual.



De vez en cuando repetimos alguna que otra escena, pero muy de vez en cuando.



Sobretodo cuando mi madre está muy caliente.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
  • Votos: 1
  • Envios: 0
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