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Cabo verde

~Mi nombre es Carmina, soy de Durango, tengo 36 años y siempre he sido muy responsable en todo, en especial con los estudios. Acabé la carrera de Arquitectura con un promedio de 9.4 y rápido ingresé a un despacho prestigiado en mi ciudad y luego, dado mi buen desempeño, me ofrecieron un buen contrato en la ciudad de México.

Pronto me independicé y ahora tengo mi propia empresa especializada en la construcción de casas de playa y de campo, me va muy bien en lo económico y también en lo afectivo, pues he tenido parejas que me han querido mucho, aunque con ninguna he querido casarme. En lo sexual es donde no sé qué decir, claro que me gusta pero hasta hace unos meses, no puedo decir que fuera mi máximo. Soy guapa y sensual pero al momento de llegar a los hechos, siempre me cohibía, me desagradaban las cosas nuevas, me comportaba de una forma muy tradicional y en suma, era yo bastante mala amante.

Tengo que decir con pena, que hasta hace unos meses, jamás había tenido un orgasmo, cosa que les ocurre a más mujeres de lo que la gente se imagina pero mi vida cambió radicalmente de la manera más insospechada. En enero pasado, estaba buscando en la red la imagen de una casa construida por un famoso arquitecto italiano en una playa de Cabo Verde y la encontré, era maravillosa, con maderas finas y ligeras, grandes ventanales, tapancos, de verdad, una casa envidiable. Sin siquiera darme cuenta cómo, buscando más sobre Cabo Verde, encontré un chat de arquitectos de aquel país, así que de buenas a primeras, estaba conversando con un arquitecto caboverdiño especializado en viviendas tradicionales.

Pronto nos hicimos amigos, dos días después volvimos a charlar y así pasaron varias semanas, encontrándonos en el chat casi todos los días a las cinco de la tarde mías y doce de la noche de él. Nos escribíamos en inglés y a mí me encantaba lo correcto que era y lo mucho que sabía de arquitectura, a veces escribía en portugués. Alguna vez no pude acudir al chat y créanme que lo extrañé, su nombre es Joao y un día, me propuso conocernos por webcam, le respondí que sí pero que fuera más tarde, a las siete de la noche mías, ya que se fueran todos mis colaboradores y mi oficina quedaba vacía.

No quiero decirles la impresión que me causó, Joao era un tipo flaco, negro, negro, casi azul, de facciones muy finas, parecía algo así como un príncipe negro, elegante y guapo a más no poder, a pesar de que jamás pensé que pudiera gustarme un hombre de color. Así comenzamos a encontrarnos por webcam, eso duró dos meses y una noche, así hasta que de la manera más natural, me pidió que me desvistiera para él; no crean que me dio pena alguna, sólo le respondí que lo haría sí él también se quitaba su ropa.

Al instante, cerré la puerta de mi oficina con seguro y lo hicimos lentamente frente a la cámara mientras él me decía algunos piropos en portugués. Yo me excitaba mucho con el hecho mismo de irme encuerando y con la imagen del tipo mostrándome su pecho musculoso, luego su abdomen y finalmente, su pene parado; en ese mismo momento, supe que mi vida empezaba a cambiar, lo supe en la cabeza y lo sentí entre mis piernas. No me importaba nada que estuviera casado, Joao jamás me lo ocultó y si tenía esposa, me importaba un bledo, así comenzamos a chatear encuerados y yo estaba siempre empapada.

Un mes después, yo ya estaba volando hacia Cabo Verde y Joao me fue a recibir al aeropuerto pero no me dejó ir a mi hotel y casi en silencio pero con esa sonrisa agradable y de dientes muy blancos, me fue llevando por esa pequeña ciudad de Praia, la capital del país y parte de unas de las muchas islas que conforman esa nación africana. Anochecía cuando llegamos a las afueras de la ciudad, a una casa grande con el patio de tierra, ahí vivía Joao, jamás pensé que me fuera a llevar a su casa y que nos fuera a recibir su esposa Arlinda, una chica de mi estatura, tan negra como mi anfitrión y especialmente guapa y sensual.

Me dieron una pieza amplia, que tenía baño con ducha, enseguida me recosté y dormí como dos horas, luego me bañé y me sentí muy bien, después Arlinda tocó a mi puerta y sin decirme más, me dio un traje tradicional como el que ella vestía, era una falda estampada con flores de color azul sobre un fondo amarillo y un top de color beige, unas sandalias y una especie de peineta de color hueso. Me vestí con esa ropa y me maquillé ligeramente, luego salí y en el patio, bardeado y cubierto del exterior por unos árboles muy altos y rectos, parecidos a los cipreses, había varias personas, enseguida Joao me informó que era una fiesta que él y Arlinda habían preparado para mí.

Llegaron más personas, casi todas jóvenes, de alrededor de los treinta años, enseguida me saludaban y se ponían a platicar entre ellos, Joao no se separaba de mí y era tan agradable como en el chat, todos bebíamos de una bebida para mí desconocida, muy espesa y con mucho contenido de alcohol, que tenía pedacitos de zarzamora y sabía muy bien. Luego, una mujer gorda y muy alegre y gritona jaló a unos muchachos que sin duda, eran parte de su grupo y comenzó a cantar unas canciones muy lindas, muy suavecitas, preciosas y cada vez, me sentía mejor, todos me hacían sentir muy bien.

Arlinda me daba a comer algunas nueces y una fruta parecida a las pingüicas, después, siempre ahí en el patio, cesaron las canciones y pasamos a comer pero yo apenas probé una carne fría que sabía a jamón claveteado. Luego de la cena, empezó la música en serio y llegó un grupo de viejos negros, que en cuanto pusieron sus manos en el tambor y en las cuerdas de las guitarras y de otros instrumentos parecidos a maracas, el patio aquel entró en aquelarre, el ritmo invadió el cuerpo de todos los presentes y bailaban como dioses malos, como faunos enloquecidos, era una danza a veces animal.

Naturalmente, Joao casi me obligó a seguirlo y en poco tiempo, ya estaba inmersa en ese baile con esas veinte o treinta personas que parecían poseídas por la alegría y por el erotismo, las mujeres se subían las faldas, se la arremangaban y movían las caderas como si estuvieran provocando. También noté que Joao era de los mejores bailarines y yo me dejaba llevar sin aspirar a más que seguir entre aquella gente que, a mi entender, sabía salirse del mundo cotidiano para meterse en otra realidad con aquellas danzas tan eróticas. Hubo un momento en que el baile implicaba que todos estuviéramos hechos bolita, los hombres atrás de las mujeres y dando vueltas lentas.

En una de esas vueltas, Joao iba con Arlinda atrás y yo con un joven que mediría dos metros y me aprisionaba con su manota de mi abdomen, para pegarse mis nalgas a su cuerpo; en otra vuelta, fue Joao el que se me pegó y creo que hasta me mojé de sentirlo atrás de mí. Cuando acabó el baile, algunas parejas se fueron dispersando en el patio y se besaban de una manera de lo más provocadora y se acariciaban sobre las ropas, como si el faje fuera otra forma de bailar; por mi parte, yo me senté sudando y percibiendo el olor a sudor, a la bebida, al tabaco negro que fumaban, que era muy fuerte pero no me disgustaba, al contrario, me hacía sentir como algo muy salvaje, además de que el calor era asfixiante y húmedo como ninguno.

Poco después, los invitados se fueron retirando y me hubiera vuelto loca de felicidad si en ese momento, me hubiera podido ir también con Joao pero no, solo entramos a la casa y al momento, Arlinda me sirvió un vaso más de aquella bebida, luego encendió un cigarro de marihuana y cuando le dije que no quería, le dio unas cuatro o cinco fumadas y lo apagó. Creí que ya era el momento de irme a dormir pero Joao nos tomó de las manos a su mujer y a mí y nos llevó a una habitación amplia donde había dos camas grandes, un librero con cientos de libros de arquitectura, unos sillones viejos y muchas varitas de incienso que Arlinda comenzó a prender y por una gran ventanal abierto, entraba la luz de la luna.

Luego, Joao encendió una pequeña lámpara y puso un disco compacto que iniciaba con una canción muy agradable, parecida a un bolero pero más bailable, así que me sacó a bailar y cuando lo hacíamos, se pegó mucho a mí mientras Arlinda seguía tomando de aquella bebida y se sentó a vernos, como si de una película se tratara. Yo sentía las manazas del negro recorrerme suavemente la espalda, sentía también, ¡Dios mío!, aquel pene crecer, el mismo que tantas veces había visto en la pantalla.

Al terminar la pieza, me senté junto a la chica que rápido se paró para ahora bailar con su marido, todo era lento, todo era pausado, no había prisa de nada y Joao besaba a Arlinda mientras yo los veía y me sentía desfallecer del gusto, quizás nunca antes había estado tan bien en ningún otro lugar. Ellos bailaban con tal armonía y casi sin moverse que por poco me paro para unirme y fundirme con ellos; sin embargo, me quedé en mi lugar sólo mirando, mirando y sintiendo. En unos instantes, Joao comenzó a tocarle las nalgas y luego los pechos a su esposa, luego la besaba y al final, sus manos se metieron bajo el top y le acariciaban los pechos generosos a la negra, al tiempo que yo los veía extasiada y no sentía la menor incomodidad.

De pronto, ella misma se quitó el top y besó a su marido tan profundamente y de una forma tan seductora que casi me dan ganas de quitarla y ponerme a hacer lo mismo con él, a la vez que el top quedaba lejos, en una mesita mientras ellos siguieron bailando y acariciándose. Cuando acabó una cuarta canción, se separaron y me quedé lela cuando fue ella y no él quién estiró la mano invitándome a bailar y no me negué. Otra vez, como había hecho desde que conocí a Joao, me dejé ir, sencillamente me dejé llevar y ya estaba con esa mujer pegadita a mí, con sus poderosos senos al aire, los sentía pegarse a los míos y su olor, pues tenía su mejilla pegada a la mía, además de sus manos dóciles y suavecitas en mi cadera.

Aquella música era cada vez más suave, más cachonda y apenas nos movíamos, cada vuelta duraba mucho y aunque se acabó la pieza, ella y yo no nos separamos, entonces vi como Joao se paró del sillón, se descalzó primero, luego se quitó la camisa y el pantalón; de imaginarme lo que veía, yo también comencé a presionar la cadera de Arlinda. De repente, el disco se acabó pero rápido Joao puso otro del mismo corte; para entonces, yo sudaba y la mujer a la que estaba abrazada también lo hacía.

Seguimos el baile y sentí que ella se acomodaba mejor a mí, para que sus pechos coincidieran exactamente y sus pezones se tocaran con los míos, entonces Joao se acercó por atrás de su mujer, se pegó a ella y comenzó a besarle el cuello. Pronto, los tres encontramos una cadencia sin equivocaciones y en un momento dado, el arquitecto le desanudó la cinta de la falda amplia a su esposa, la prenda cayó y Arlinda la mandó lejos con su pie.

Yo ya no sabía qué hacer, sólo sé que hubiera querido seguir ahí y así para siempre pero el placer creció todavía más cuando Arlinda, con aquellos labios anchos, comenzó a darme algunos besitos en la boca, yo le correspondí y luego, sí, quise más y abrí mi boca hasta que un beso profundo nos hizo pegarnos todavía más. Fue un beso largo, sin violencia pero más largo que las notas con las que danzábamos, un beso que desencadenó todo porque ahora la mujer me quitó el top, me desanudó la falda y me quedé solo con mi tanga.

Pasados unos minutos, Joao cambió de lugar, ahora lo tenía pegado a mi espalda, deliciosamente pegado y con una de sus manazas, me acariciaba las nalgas y la cara interna de mis muslos mientras me besaba el cuello, luego Arlinda comenzó a lamerme y a chuparme mis pechos y yo decidí también tocarle los suyos, eran duros y de pezones inmensos y muy parados. Por su posición, Joao me dejó sentir su pene entre mis piernas pero de nuevo, el disco se acabó pero esta vez, él nos volvió a tomar de las manos y nos llevó a la cama, donde Arlinda se acostó boca arriba, luego de quitarse su última prenda, tenía un sexo muy grande, con mucho vello.

A continuación, Joao me tomó por la cintura y me instó a subirme sobre su mujer, de manera instintiva, lo obedecí buscando que nuestros sexos coincidieran y en cosa de segundos, nos acoplamos y ahí estaba ya mi sexo restregándose suavemente con otro sexo femenino mientras él nos miraba, masturbándose primero para luego irse a la parte superior de la cama, subirse a ella para quedar hincado y meternos su cosa entre los rostros de nosotras dos, que al instante comenzamos a chupárselo y a besárselo una y otra vez. Así, restregando mi clítoris con el de Arlinda y chupándole el pene a Joao, me vine por primera vez en la vida y de qué manera, además de que ella también se corrió pero ahí no acabó todo.

Enseguida, Joao se puso un condón, me colocó en cuatro patas y así, con mi vagina ensopada, me lo metió de un solo golpe y comenzó a moverse furiosamente y yo, a responderle mientras ella también me acariciaba el clítoris hasta que un segundo orgasmo me llegó, acompañado de gemidos y de gritos que yo soltaba con una alegría única. No tardé en venirme por tercera vez cuando sentí como Joao eyaculaba en mí y sí, yo que jamás había tenido un orgasmo, esa noche tuve un cuarto cuando Arlinda comenzó a chuparme, a lamerme y a mordisquearme mi sexo, buscando la manera para que yo también se lo chupara. Mi cuarta venida fue en un increíble sesenta y nueve con ella, ¡qué intenso y delicioso era el olor de la negra!.

Esa noche, los tres nos dormimos ahí y al día siguiente, se repitieron historias similares entre nosotros tres hasta que, luego de retrasar en dos ocasiones mi viaje, volví a México después de tres semanas en Cabo Verde. Mi vida volvió a ajustarse a mi ciudad, aunque dos veces a la semana, hago webcam con mis amantes, ahora puedo venirme con mucha facilidad pero no quiero tener un amante aquí, pues ellos vendrán a México el mes que entra y no saben cómo me mojo de solo imaginar lo que haremos allá en Durando, donde he alquilado una cabaña en un bosque cercano a la ciudad.

Datos del Relato
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