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A sus 39 años, Santiago era lo que podría llamarse un solterón. No llegó a mi consulta por iniciativa propia sino porque una de sus novias le pidió, o mejor, le suplicó, que pidiera ayuda profesional. Era un hombre alto, bien parecido, algo cortante, desconfiado, inteligente, educado y económicamente próspero. Mostraba esa extraña combinación que fascina a las mujeres con instinto suicida.
Había estudiado ingeniería, pero estaba dedicado a las finanzas y desde hacía quince años dirigía la sucursal principal de una importante empresa. Su filosofía de vida giraba alrededor de la excelencia. Ordenado, autoexigente y quisquilloso, nunca se pasaba de la raya ni la pisaba. No llegaba tarde, pagaba por anticipado, no contraía deudas, no decía malas palabras y jamás perdía la compostura. Una extraña mezcla de alemán de la posguerra, inglés clásico y cirujano plástico.
Sin embargo, esta aparente pulcritud comportamental estaba lejos de configurar un estilo santurrón. Santiago no tenía un pelo de tonto, de nerd o de cándido. Le encantaban las mujeres, las emociones fuertes, los deportes extremos, las juergas y rumbas pesadas, y practicaba activamente el sexo en todas sus formas. Aunque no tenía muchos amigos las amigas le sobraban. Las había ido acumulando a lo largo de la vida y cumplían la función de soporte social en aquellos momentos de ocio cuando la soledad se volvía irritante.
Cuando le pregunté por qué no se había casado contestó: "No me hable de eso, ha sido mi mayor dolor de cabeza. Es muy difícil dar con alguien que valga la pena". En los últimos siete años había tenido veintidós novias "formales" y un montón de aventuras intrascendentes.
Aceptaba el matrimonio como institución, quería tener hijos y todo lo demás, pero según él, había que pensarlo muy bien: "En esto uno no se puede equivocar, es una decisión que se debe tomar con la cabeza fría y los pies en la tierra. Aquí no puede haber errores ni reversa". Para Santiago, casarse significaba entregarle la mitad de la vida a una desconocida. La unión conyugal no era percibida como la alianza entre dos sujetos independientes, sino como una asociación molecular donde cada uno desaparecía en el otro: la creación de un Frankenstein afectivo. Esta tétrica visión del vínculo nupcial lo colocaba a la defensiva durante las veinticuatro horas. Debía estar totalmente seguro de que la fusión amorosa no resultara dañina a sus intereses. Por tal razón, la espontaneidad natural y fluida que debería acompañar cualquier aproximación empática, se convertía para Santiago en una responsabilidad agobiante y extenuante: "No puedo equivocarme".
De este modo, cada mujer era sometida al más minucioso escrutinio. En el término de dos o tres meses la novia de turno era literalmente invadida en su privacidad. Familia, conocidos, historia personal, enfermedades, gustos, creencias y aspiraciones, todo era revisado y rigurosamente esculcado. Mente y cuerpo, interiores y exteriores. Con la exactitud de un anatomista, cada detalle era disecado, sopesado y examinado a la luz de sus necesidades.
De más está decir que todo este proceso evaluativo pasaba totalmente inadvertido para las aspirantes, las cuales no se daban por enteradas, ni siquiera después del repentino y fulminante adiós que solía llegarles como un baldado de agua fría. Un día cualquiera, sin aviso ni "preaviso", se acababan las visitas, ya no pasaba al teléfono y desaparecía del mapa, como si nunca hubiera existido.
Además de lo anterior, cada ruptura estaba mediada por una táctica adicional muy particular: no se desprendía de un noviazgo si no tenía otro a la mano. La condición era que la última conquista siempre debía poseer el atributo del que carecía su precursora. Su modus operandi era avanzar sigilosamente por saltos, sobreponiendo una nueva relación a la anterior hasta acabar con la más vieja. La infidelidad era la estrategia que le permitía preparar el terreno para no quedarse en el aire durante la transición. Las redes de su implacable seducción estaban todo el tiempo tendidas, por si alguna mejor candidata, en algún sentido importante para él, aparecía. Conclusión: a todas les había sido infiel.
La causa del "despido" podía ser prácticamente cualquier cosa que le pareciera inadecuada o no negociable. En cierta ocasión, después de casi dos meses de relación, en un momento de rabia la novia levantó la voz y lo regañó. Nunca había pasado antes. Eso produjo en él una reacción totalmente desproporcionada. Comenzó a indagar los por qué, los cómo, loscuándo y los dónde de la "falta de respeto". Se dedicó sistemáticamente a confrontar y martirizar a la transgresora mediante la manipulación directa de la culpa: "Nadie me había faltado al respeto antes", "tu conducta no es normal", "si me quisieras, no me hubieras tratado así" o "estoy muy mal desde aquella vez". En fin, los intentos de reparación y las reiteradas disculpas por parte de ella no surtieron ningún efecto. Mientras tanto, el interés se había dirigido a un sector menos contestatario: "mujeres sumisas y respetuosas". El reemplazo no tardó en llegar: una muchacha quince años menor que él, abnegada y totalmente obediente ocupó su lugar.
-Háblame de esta joven – le pregunté en consulta.
A él le gustaba mi terapia, no tardamos en convertirnos en amigos después de un tiempo en el cual decliné amablemente sus invitaciones y le mostré que conmigo podía hablar sin ningún tipo de inhibición, que nada de lo que me dijera iba a salir de mi consultorio y lo mejor de todo, que nada de lo que dijera me iba a sorprender, yo creía haberlo oído todo. Nuestra relación terapeuta-paciente se volvió para él, como buen hombre competitivo que era, en una especie de franca lucha por parte suya para tratar de sorprenderme por el lado que fuera y por parte mía para tratar de "enderezar" su vida.
-Que refrescante es poder hablar contigo – a la semana ya me tuteaba a pesar de mi seriedad – ya sé que puedo contarte mis intimidades, es como si me quitara un peso de encima – prosiguió él – con ninguna mujer puedo hablar así.
-¿Quieres hablar de tus intimidades con ella en este momento? – pregunté – si es así adelante, estoy para escucharte.
-¿Puedes creer que esta mujer de 24 años fue virgen hasta ayer? – comenzó con un tono de superioridad – para ella soy una especie de deidad, es la mujer respetuosa y sumisa que andaba buscando y ayer me entregó algo que tenía reservado para el hombre de su vida: su virginidad.
»Ella vive con sus padres los cuales hasta ahora han pasado mis pequeñas pruebas personales – comenzó a contarme. Ayer pasé a recogerla a las 7 p.m. supuestamente para ir a cenar y luego a una fiesta en casa de mi mejor amigo. Ella estaba preciosa, con su rubio cabello suelto, poco maquillada, un vestido de una sola pieza hasta mitad de la rodilla, azul que es mi color favorito haciendo juego con sus enormes ojos, un suéter colgando de sus hombros, pocas joyas, poco escote, todo mesura. Sus padres, confían en mí ciegamente y le permitieron volver a casa a las 2 a.m., es una familia muy tradicional, el padre algo machista, como debe ser. Ella iba algo nerviosa, siempre ha sido muy tímida, prácticamente solo habla cuando yo le pregunto algo. Camino al restaurante mis planes cambiaron "ligeramente". Al subirse al automóvil su falda se subió un poco, solo lo justo para alcanzar a observar parte de sus muslos, lo cual me nubló el cerebro. Sin preguntarle siquiera me dirigí a uno de los mejores hoteles de la ciudad en donde nos registramos como Sr. y Sra. tal…. Ella abrió los ojos desmesuradamente pero no dijo nada… subimos a la enorme habitación donde continué poniendo en práctica mi ritual No. 6.
Santiago notó una mirada interrogante de mi parte ante sus palabras y me contó con detalles en qué consistía su famoso "ritual No. 6".
-La tomé en brazos en la puerta de la alcoba – me dijo riendo – la entré alzada cual recién casados, susurrándole al oído que esa sería algo así como nuestra noche de bodas, esto con el objetivo que ella se calmara y cooperara un poco, nada peor que una mujer que se tumbe en la cama con las piernas abiertas y la mirada perdida. Yo sabía que de ella no podía esperar mucho y más cuando en el mismísimo instante me confeso sonrojándose su inexperiencia. Esto me encendió aún más… mmmm como me gusta desvirgar…. La llevé junto a la cama donde la deposité como un príncipe azul a su princesa – dijo irónicamente, convencido de su propia "genialidad" – y la besé de inmediato en los labios con suavidad, controlándome mucho. Le dije lo que se usa en estos casos "no va a pasar nada que tu no quieras que pase" y ella asintió un poco mas confiada. Básicamente el ritual consiste en hacer sentir a la mujer inexperta y virginal que la relación terminará en matrimonio, en ir lentamente, en portarse como un hombre comprensivo, que escucha.
»Comencé a desvestirla lentamente aunque antes tuve que apagar las luces, dejando solo una pequeña lámpara encendida, esto con el fin de respetar su pudor y que se relajara cada vez más. Como era de esperarse tuve que desnudarme yo mismo aunque dejé para el final la ropa interior de ambos. Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad para no lanzarme sobre ella como un animal en celo, preparé la cama y entre besos y caricias suaves y superficiales nos metimos bajo las sábanas, parecíamos un par de esposos…. Allí la abracé y la contemplé… realmente era tan hermosa vestida como semidesnuda. No la miré a los ojos para no turbarla, ella parecía querer evitar mi mirada, yo comencé a acariciarla, concentrándome en sus pezones, frotándolos por encima del sostén. Ellos respondieron a mis caricias erectándose, luego bajé directamente hasta el interior de sus muslos y de allí pasé a acariciar su rajita por encima de los panties. Mis caricias redundaron en cambios positivos en ella, en cosas que ya no podía controlar, se rindió a mí, su ropa interior se empapó, su respiración se tornó entrecortada, sus pezones parecían querer reventar el sostén, su boca comenzó a buscar también la mía. Aunque yo todo el tiempo tomé la iniciativa, ella jamás dijo no, se dejó llevar.
»La despojé de su ropa interior y procedí a besar todo su cuerpo, por delante y por detrás. Ella se notaba excitadísima pero en ningún momento me pidió nada, ni una palabra medianamente sucia como "¡fóllame ya!" fue musitada por ella, aunque era de esperarse, era su primera vez. La acosté boca arriba y me subí encima sin penetrarla aún, la rodee con mi cuerpo, la besé en los labios unos minutos y luego apunté mi verga a la entrada de su estrecha vagina. Ni siquiera en este momento se atrevió a decirme para. Separé sus piernas y mi verga comenzó a entrar. Se sentía delicioso, todo el que haya estado con una virgen lo sabe, era tan estrecho, tan apretado… me sentía en la gloria. Ella en ningún momento acusó dolor, se limitó a cerrar los ojos, mitad placer mitad estupor… su cuerpo me decía miles de cosas al responder al mío pero ella no me decía nada, yo no sabía que quería ella ni que estaba sintiendo.
»Mi verga llegó al fondo, rompió su himen y siguió un poco más aún. Ella soltó un pequeño gemido entrecortado ¡pero no dijo nada!. Yo empecé a bombearla lentamente. Confieso que en algún momento pensé que lo hacía con la muñeca inflable que tengo en mi casa para los momentos de desesperación o variedad. Minutos después me derramé en su interior, creo que ella no llegó al orgasmo, no estoy seguro…. A lo mejor es frígida… yo de eso no se nada. Cuando terminé me bajé de ella, la bese en los labios y comencé a vestirme indicándole que hiciera lo mismo. Volvimos a su casa y le dije a sus padres que habíamos regresado nada más cenar pues a ella le dolía un poco la cabeza. Ella no se atrevió a contradecirme, supongo que de algún modo estaba feliz de haber cumplido su función de procurarme placer.
En este momento de la charla Santiago se detuvo, miró su reloj y me dijo que tenía que irse.
Una semana después dejó a la chica "sumisa y respetuosa" argumentando que no tenía carácter.
En otra oportunidad terminó abruptamente la relación porque su futura consorte no sabía comer bien (hacía "ruido" cuando tragaba). La cambió por una más refinada, pero al poco tiempo le pareció demasiado encopetada. Una vez, estando en la playa, la nueva amiga se puso una tanga y no se tapó con el pareo ni con la toalla. Esto fue visto por él como una seria falta de pudor y casi de inmediato consiguió su reemplazo: una mujer más recatada, pulcra, aséptica y repleta de valores. A los dos meses y medio se aburrió y la relevó de su cargo por una menos mojigata. Fue entonces cuando regresó como por arte de magia a mi consulta.
-Tiempo sin verte Santiago – le dije – ¿que ha pasado de nuevo en tu vida?
-No se imagina el pedazo de mujer que conocí, – me dijo emocionado –un cuero de lujo aunque la carita de barrio periférico de Los Ángeles no se la quita nadie. Es una mujer diseñada para culiar (ni siquiera tirar) tapándole la cara.
-¿Y eso te gusta? – le dije un poco escéptica - ¿la vez como la mujer de tu vida?
-Que graciosas y complicadas son ustedes las mujeres – me dijo con sorna – en la variedad esta el placer, solo la quiero para entretenerme un rato mientras aparece algo mejor en el panorama, eso es mejor que pajearme ¿no cree?
-¿Quieres hablarme de esta nueva adquisición? – le pregunté procurando no parecer irónica, ante todo soy muy profesional.
-La conocí una mañana de sábado hace como dos semanas y por la noche ya estaba en su cama – comenzó. Fuimos a su apartamento porque ni loco la llevaba al mío ni quería tirarme la plata en moteles, esa hembra no da ni para eso. Tiene 30 años, vive sola desde los 20, siempre ha sido muy independiente. Su cuarto es un templo a la pintura erótica y sus cajones están llenos de lencería fina y de juguetes sexuales, todo un volcán esta mujer….
»Desde el principio ella tomó la iniciativa, no bien hubo cerrado la puerta principal me agarró de la corbata y me atrajo hacia ella. Me atropelló con sus labios, mordiéndome… toda una salvaje, una bomba sexual. Me empujó contra la pared y me tomó por las nalgas, restregó su cadera contra mi paquete, se frotó una y otra vez como si estuviera en celo. Yo no acababa de reponerme de una de sus movidas cuando me sorprendía con otra. Literalmente me arrancó la ropa y se lanzó a devorar mi cuello… me lo dejó lleno de moretones pero en el momento lo disfruté; era gratificante sentir que alguien te tiene "ganas", que te desea de esa forma animal e instintiva.
»Me hizo una tremenda felación en el sofá que me puso varias veces a punto de venirme. Sin duda la mejor mamada que me han hecho en la vida, me lamió una y otra vez desde los huevos hasta el glande, no supe como logró meterse mi verga hasta la garganta, casi hasta poner los ojos en blanco, con técnica y a la vez improvisando cuando el momento así lo requería, apretándome, amasándome, haciéndome sentir un objeto sexual. Luego agarró mi verga entre sus tetas y comenzó a moverse verticalmente, pajeándome entre ellas de manera que al bajar me daba un lametón en la punta. No tardé en correrme agarrándola por el pelo, derramándome en su cara y tetas.
»Me llevo casi a rastras hasta su cuarto después. Me daba un poco de asco chuparle el coño… quien sabe con cuantos hombres se habría acostado y si era o no aseada así que me limité a hacerle un buen dedito y a chuparle las tetas después de limpiarle la lefa con el primer trapo que encontré a mano. Se corrió escandalosamente en mis dedos y para ese momento estaba empalmado de nuevo así que me puse un condón y sin mayores preámbulos se la metí hasta el fondo. La verga casi me bailaba allí adentro pero igual se sentía bien y ella se movía como una loca. Alcancé a sentir los últimos latidos de su orgasmo. No bien se repuso se dio la vuelta y se abrió las nalgas invitándome a penetrarle el culo. Me pareció la mejor alternativa dadas las circunstancias, la bombee por allí hasta terminar casi al tiempo. Luego me vestí mecánicamente y me fui. Tuve que usar suéter de cuello alto toda la semana gracias a los moretones que me dejó. La volví a ver un par de veces y aún conservo su número por si acaso, aunque sea para recomendarla a algún amigo necesitado.
La terapia terminó por ese día, Santiago se fue temprano de mi consultorio pues al parecer tenía una cita romántica con su nuevo prospecto, o más bien con su nueva víctima.
Otras causas de profundo desengaño fueron el tamaño de los senos, el color de los ojos, la estatura, el lenguaje ordinario de la que sería su suegra, el mal gusto para vestirse, las piernas gordas, las piernas flacas, muy lanzada en la cama, muy fría en la cama, negarse a comprarle palomitas de maíz en el cine, ser mala cocinera, muchos novios anteriores, pocos novios anteriores, no devolverle un libro el día indicado, y así.
Santiago dejó todas sus relaciones empezadas. Pese a la intención de acercarse al lado positivo, una y otra vez se empantanaba en lo negativo. Por ver el árbol no veía el bosque. Como decía Gibrán: "Los hombres incapaces de perdonar a las mujeres sus leves defectos, nunca conocerán sus grandes virtudes".
Después de unas vacaciones de diciembre me llamó para despedirse porque la empresa lo había trasladado a Nueva Zelanda. A los cuatro meses recibí una postal donde relataba haber conocido a una francesa que parecía reunir, al fin, los requisitos esperados. Nunca más supe de él. Es probable que la franchuta haya sido reemplazada por otra más "anglosajona" y que aún deambule por la realidad virtual de sus deseos tratando de alcanzar lo imposible. El pronóstico de los perfeccionistas afectivos como Santiago es poco halagador. De manera similar a los protagonistas de la obra de Samuel Beckett, Esperando a Godoy, quien es muy exigente en el amor, se pasa la vida aguardando a un personaje que no llega jamás y que ni siquiera sabe si existe.
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