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No volví a toparme con él en mucho tiempo. Lorenzo ya no andaba con mi amiga Casta y un día lo encontré sentado en un banco tomando el sol. En horas laborables, sólo los perros, vagos y jubilados podían hacerlo en la esquina de esa plaza; un abrigado entorno que prometía sosiego y vida eterna a los ancianos más allá de sus achaques. Me acordé de la historia de Tona y me picó la curiosidad. Me acerqué y le saludé cordialmente:
-Hola, Lorenzo, el tiempo no pasa para ti. No hay como la buena y regalada vida -le dije, mientras él, deslumbrado por el sol, escudriñaba al contraluz para identificarme.
Me sonrió asintiendo y estrechándome la mano mientras soltaba el humo azulado. Tras reconocerme, nos pusimos al día de las alegrías y desgracias recientes, propias y de conocidos comunes. Intenté llevarlo a mi terreno:
-La última vez, me contaste esa historia morbosa: la de la madura viuda y caliente a la que zorreabas y que te dejó por el negro. Pero se te ve con recursos y seguro que pronto retomaste el hilo, ¿a que sí?. No vas a decepcionarme.
-¿Lo de Tona? No fue tan malo. Gajes del oficio sin importancia. Ya sabes, en el mundo libre y global, la oferta y la demanda priman sobre la fidelidad.
Y tras oír su diatriba contra el capitalismo salvaje y sus devastadores efectos en el sindicato de macarras, me senté a su lado para ofrecerle un hombro donde llorar su desconsuelo, escuchándole decir:
-Cierto, me recuperé y de forma inesperada. Hacía dos semanas que Tona se había ido y, aunque yo no andaba sin blanca porque recibía el ingreso mensual de mi padre, sí echaba en falta su sexo, y esa mañana me levanté con la tranca enhiesta y con ganas de meter, o en su falta, de paja. Había sesión matinal en un cine X, el último que quedaba en el barrio y famoso por sus pajilleras, y decidí acercarme antes de que lo cerraran para siempre. Me aflojé un poco el rabo con agua fría para embucharlo en el pantalón y me acicalé con ese ritual de putero que tanto nos pone a los machos pollitos ante el espejo: sacando pecho, paquete y atusando la cresta como un gallo. Salí a la calle tras echarme un par de piropos y crucé dos travesías. Cuando pasé por taquilla ya andaba mal a causa de la erección y no osaba enderezarla por miedo a correrme. La sala olía a purgatorio y estaba vacía. Me acomodé y miré a los lados buscando esa mano amiga. Nadie. Me concentré en la pantalla donde dos tíos daban de comer rabo a una mujer mientras ella pajilleaba a dos más que tenía en los flancos y, entre tanta chupada, lametón y leche corrida, me acariciaba la bragueta dispuesto a redimirme yo solo si hacía falta, cuando vi a una señora acercarse para sentarse a mi lado.
»Me impactó el olor a perfume caro y, aunque no supe clasificarlo ni darle nombre, me recordó el que usaba Trini, una amiga de mi madre que se las daba de snob y no compraba en el mercadillo de los sábados sino en las franquicias de la capital. Me puso la mano en el muslo y abrí más las piernas, consintiendo. Vestía un abrigo de piel y me pareció de unos cuarenta años, guapa, con aparente clase y de pelo moreno. Llevaba gafas oscuras que no se quitó para nada y, poniendo cara de poker, no desvió la mirada de la pantalla en ningún momento, aunque parecía no necesitar mirarme para ubicarse, abrirme la bragueta y sacar la verga hinchada por el ardor. Empezó a masajearla con sus suaves manos marinadas en aloe vera cinco estrellas y, poco a poco, me ciñó sus dedos al mango y sus venas hinchadas. Al ratito, yo estaba bañado en sudores y le pedí que por favor parara y me diera tiempo a quitarme la chaqueta. Lo hice, y me dijo cuando me disponía a dejarla en el asiento contiguo:
»-Cariño, déjala en el otro asiento que a tu lado se sentará mi amiga.
-Sorprendido, le pregunté:
»-¿Tu amiga?
»-Sí, cielo -contestó, siguiendo con la masturbación y sin mirarme- va a ser un dos por uno, verás que bueno. Pero mejor que me pagues ahora, no fueras a correrte y a olvidarte del asunto.
-Me pareció bien, y justo acabábamos de realizar la transacción cuando llegó la amiga que se sentó al otro lado. También llevaba gafas oscuras, rubia e igual de elegante, perfumada y tan absorta en la pantalla como ella. Metieron la directa: la morena acercó su boca a mi capullo y lo chorreó con saliva sin tocarlo. Lo acarició con sus dedos y después con la palma de la mano mientras la recién llegada sacaba mis cojones por la bragueta. Metía los dedos para separarlos y luego los magreaba por unidades como una sexadora de pollos. Eso me daba un gusto extremo y al cabo de un rato les dije susurrándoles.
»-Dejad que os exprima el jugo a vosotras, encantos.
-Consintieron y, respetando el turno de llegada, empecé metiendo mi mano bajo el sujetador de la morena para sacarle los pechos. Estaban prietos y los acaricié con ganas, pellizcando los pezones elásticos como de goma perfumada. Bajé hasta su faldita que arremangué y, mientras ella alzaba el culo para ayudarme en la tarea, tiré de las bragas y se las bajé hasta los tobillos. Mojé mis dedos en su boca y los llevé a su vagina para hundírselos ahí. No hacía falta porque ya estaba mojada. Le daba en el clítoris con movimientos circulares hasta que gimió con un sonido ahogado, mientras se habría de piernas como la chica de la pantalla que ahora recibía las embestidas merecidas tras masturbar tanta polla. Quería pajearlas bien antes de correrme y eso era inminente. Hice lo mismo con las bragas y el coño de la rubia, y ahí estaba yo: con una mano en cada vulva, hurgando, masajeándolas. La rubia ronroneaba como una gata y pronto subió sus pies al respaldo delantero para abrirse y gozar más de la paja; y yo le di con furor. Me llenaba los dedos de flujo y gemía con gozo y desespero; esa extraña mezcla de sensaciones, inherentes en el sexo.
»Me excita oír el ruido de las pulseras marcando el ritmo y esas pajilleras las llevaban sonantes. Junto con los gozos de la pantalla eran música deliciosa y sus manos desabrocharon la camisa para regalarse con mi torso sin desatender mi verga. Iba a correrme y exprimí sus coñitos lo mejor que pude y a dos manos. La morena enloqueció pateando el respaldo delantero y la rubia se hundió en la butaca, ojoenblanca, con los pies en lo alto. Quedó tan ofrecida, que aproveché la jugosidad pringada en su coño para hundírsela en su ano caliente y no pidió clemencia aunque la pillé desprevenida. Ahí tuve cuatro dedos: dos en su coñito y dos removiendo sus entrañas, prolongándole el orgasmo mientras yo me corría: inevitable. Mi leche saltó entre sus manos, teniendo buena cuenta de no pringarse y dirigiendo su trayectoria hacia la pantalla donde un protagonista se corría solidario con nuestra causa. Yo estaba exhausto, pero ellas se subieron las bragas y se arreglaron rápido disponiéndose a irse mientras yo les decía:
»-Podíais habérmela chupado al final, preciosas...
»-Masturbamos pero no felamos, cariño -me contestó la morena- hasta otra.
-Cuando se hubieron marchado, sentí abstinencia de sus fragancias y suspiré muy triste. Salí al cabo de un rato y no me di cuenta hasta que fui a por tabaco y saqué la cartera: hueca de dinero. Corrí como un loco para ver si alcanzaba a las ladronas pero ya no encontré su rastro. No me faltaba más que la pasta y decidí no denunciarlas para no remover mi historial delictivo, y porque lo que quería era venganza y no justicia. Como siempre que me siento frustrado, no paro de darle vueltas a la chola hasta que de ella sale alguna idea atrevida: decidí no afeitarme la cara durante unos días, raparme el tupé y tunearme con gafas oscuras y ropa de otro estilo para que no me reconocieran. Te parecerá exagerado y, aunque no iba disfrazado -entiéndeme- sí iba más serio, correcto y parecía más viejo. Acudí de nuevo a la sala, el martes, el miércoles y el jueves, pero no tuve suerte ni más recompensa que la paja solitaria de mi mano y delante de esa imágenes que ya sabía de memoria. Pero el viernes la suerte cambió. Me disponía a cascármela solo, cuando apareció la rubia: el mismo pelo, gafas, perfume caro y esos aires de princesa. El corazón me dio un vuelco, sonreí para mis adentros y crucé los dedos esperando a que no me reconociera mientras se metía en la fila 12, la que yo ocupaba. Se sentó a mi lado y yo me abrí de piernas empujando la mortadela desde dentro hacia afuera marcando paquete, aunque sabía que lo que ella buscaba realmente era el bulto de mi cartera. Pero esta vez yo la controlaba teniéndola a buen recaudo. Después del trato, me sacó la verga y masturbó hasta que le pedí pajear su vulva. Se ofreció con gusto, pero yo no perdía de vista la mano que quedaba libre y que deslizó bajo la chaqueta por mi torso buscando el botín. Esperé a que acelerara el aliento y le hundí la lengua en su boca mientras le apretaba los senos. De pronto, la solté y aparté mi cuerpo. Noté que se cortaba porque dejó de pajearme.
»-¿Ocurre algo? -susurró
»-Nada, sólo que no tengo suficiente con tu mano. Me gustaría follarte.
»-Lo siento pero yo no hago eso -me contestó, haciéndose la ofendida.
»-Quiero consumar y te pagaría bien. Vivo a solo dos manzanas -le dije, sospesando mis bazas.
-Ella no había alcanzado su objetivo y era más puta que caliente. Ahora lo calculaba en silencio y aun no había oído la cifra. Se la nombré y aumenté un par de veces para darle cebo, y entonces se le fueron los reparos y consintió. Tenía ganas de largarme por miedo a que apareciera la otra y me complicara el asunto debiendo torear a las dos, o sea que la apremié para que nos fuéramos. Ella pareció alagada con las prisas e interpretó esa urgencia como ganas de gozar de su carne. Razón tenía, pero el placer sería extremo cuando viera su cara de sorpresa al reconocerme. En la calle, respiré hondo y me crecí cuando llegué al portal. Ya en el apartamento, sonó el teléfono y lo atendí mientras le indicaba por señas a la rubia que se desvistiera y se fuera a la habitación correspondiente.
»-¿Diga?
»-Llamaba por lo del anuncio... ejem... Madurita, sabrosa, muy caliente y siempre a punto
-Era una voz joven e indecisa. Calculé que era de algún novato, tímido o aun virgen. Le di un discreto empujón:
»-No hay problema, machote. Tu madurita estará disponible dentro de una hora.
-Acordamos la tarifa y le di la dirección. Colgué porque tenía prisa por follarme a la señora, pero volvió a sonar en mis manos:
»-¿Digaaaaaa?
»-Quería concertar con Tona, urgente
-Reconocí a Genaro en su voz. Era un buen cliente, un madurito de esos que se enamoran. Había unos cuantos más como él y me dolía en el alma tener que darles largas. Tona se había ido hacía dos semanas y lo de la gripe ya no me valía; y antes de ponerle la excusa de un trasplante pulmonar le aclaré la situación. Mientras aprisionaba el auricular con mi cuello y me desnudaba le contesté:
»-Genaro, lo siento, pero Tona no estará operativa durante los próximos días y...
»-¿Está muy grave? -me interrumpió con el desespero de un amante
»-Tranquilo. Tuvo la gripe pero eso no tiene nada que ver. Está fuera por asuntos familiares aunque tengo una suplente, madurita, manejable, buenas curvas y rubia como Tona... y te puedo dar hora para a ver... ufff... está muy lleno -le dije, simulando perderme en una agenda abarrotada de citas-, pero puedo hacerte un hueco para dentro de hora y media... ¿qué te parece?... Genaro?
»-…
»¡Genaro? -insistí, evaluando los destrozos en su corazón roto.
»-De acuerdo. Ahí estaré -me contestó, circunspecto.
-Colgué, satisfecho de que se pudiera aplicar ese refrán de "un clavo saca a otro clavo" a todos los ámbitos de la vida. Puse la cartera a buen recaudo y me fui a la habitación para meterme en faena. Allí esperaba aun vestida y puso la mano en la boca al verme, simulando asustarse aunque sus ojos de zorrita la traicionaran.Yo iba en pelota picada y con la verga enhiesta y me acerqué para meterle las manos bajo la blusa. Mientras le desabrochaba el sujetador le decía al oído con voz suave:
»-¿No sabes desvestirte sola, encanto? Veo que necesitas niñera... mmmm... cómo te llamas? aún no sé tu nombre.
»-Wilma...
»-Habrá que creerte... ¿y tu amiga..?...seguro que Betty... confírmamelo, porque de de ser así, yo seré Pedro Picapiedra.
-Le dije eso tomando la información por falsa y, sin darle opción a contestar, metí mi lengua en su boca. La fui desnudando hasta que quedó en bragas, unas bragas negras que se ceñían a sus caderas rotundas. Le saqué las medias pero volví a ponerle los zapatos de tacón porque me gustaba verla ahí encaramada e inestable, le realzaba el culo cuyas carnes se movían con un ligero temblor. Me senté en el borde de la cama para que quedara en pie frente a mí y le puse las manos en las nalgas para acercar su cuerpo a mi cara. Tenía el triangulo de tela en la boca, lo aparté con los dientes y arrastré las bragas hasta medio muslo. Bajo su pubis depilado, estaba su rajita húmeda y es donde le apliqué lengua. Suspiró al momento, estremeciéndose. Yo la apretaba contra mí y acariciaba su ojete muy suavemente mientras alzaba la pierna derecha para ponerla a mi lado, levemente flexionada y con el pie sobre la cama, quedando así su vulva abierta. Le acariciaba el culo, los muslos, y de nuevo le hundí la lengua en la raja y la mordí suavemente. Excitada, suspiraba mientras soltaba juguito. Al rato y viéndola a punto de caramelo, le pedí que se tumbara boca arriba en la cama y que levantara las piernas.
»Mientras, contemplaba esos tres agujeros alineados deliciosamente obscenos: boquita lujuriosa, vulva y ano, prometedores y abiertos en sus carnes de matrona. Y sabiendo que el orden de los factores no alteraba el producto, empecé por la boca, enmarcada entre sus mofletes encendidos y su nariz respingona. Me puse sobre ella a horcajadas, una rodilla a cada lado y le acerqué el capullo del que colgaba una perla de líquido que pringó en sus labios. Con la mano en el mango dirigí la maniobra, extendiendo la humedad sobre el carmín. Ahora, su boquita relucía, brillante con el barniz lujurioso. Pareció gustarle, porque sacó la lengua y le dio al capullo, morado y denso como la caoba más dura. Repasó el frenillo y ahí donde da tanto placer: en el borde del prepucio donde se junta con el mango. Yo, con la mandíbula apretada, respiraba entre dientes y con los ojos cerrados mientras me dejaba hacer. Por fin me ciñó los labios a mi carne y succionó con fuerza mientras yo hundí lo que pude. Tenía buenas tragaderas para una follada gustosa en boca y dejaba rastros de carmín por todo el mango hasta llegar a los cojones. Me enloquecía pero tenía otros proyectos y, después de gozarla así un rato, me deslicé hasta sentarme en su estómago. Pasé el capullo por el redondel de sus pezones y me pajeé un rato en el pliegue de sus ubres, ella tomo el mando y enterró ahí mi polla para que gozara de su calor. Parecía una muñeca rota, con el carmín emborronado en la boca y en las tetas, pero yo aún quería romperla más.
»Me puse el condón y tomé sus piernas para plegarlas y ponérselas de pendientes, una a cada lado de la oreja, dejándola ahí prisionera en el cepo de mis brazos. Gimió incomoda, y volvió a gemir, pero esta vez de gusto intenso cuando se la hundí en su coño. Estuve así un rato sin moverme, gozándolo, apretadito, mis huevos contra su vulva caliente. La miré y sacó su lengua roja para relamerse y provocarme. Perdí los estribos. Saqué la verga y la volví a meter con dureza.
»-Au... -gimió ella.
»-Así, zorra, así... eso por provocarme... -le susurré, siguiendo con las maniobras...
»-Mmmm... qué gustoooo...
»-¿Te la han metido tan grande y dura alguna vez?
»-Oh... nooooo... sigue... mmm... qué placer...
-Me gustaba oírle decir eso aunque mintiera.
(flop... flop... flop...flop... flop... flop...flop... flop... flop...flop... flop... flop...)
-Pensar que me estaba pagando la deuda de una manera tan dulce, me excitaba en extremo y así estuve un buen rato, enloqueciéndola, con sus tetas cimbreando al ritmo de mis embestidas. Al fondo sonaba el teléfono, imparable, como si al abrirse de piernas, todos los machos de la ciudad hubiesen olido su aroma de hembra y reclamaran una cita con ella, pero sólo yo la gozaba por ahora: «ya llegará vuestro turno, cabrones» pensé para mí mientras la sacaba y, traidor, cambiaba de orificio...
»-Aaaaahhhh... eso nooooo... -gimió.
»-Sólo la puntita -le dije- ahora que está jugosa de haber pringado en tu vagina...
»-Bueno... mmm... pero no más...
-Y sin dejar de darle, pensé en como se había corrido en el cine la primera vez, con mis dedos en su ano. Estaba claro que gozaría mucho si conseguía dilatarla bien, por lo que decidí meterle un poco más en ese antro con otro empujón. Ella gemía:
»-Aaaay... me duele... nunca me la han metido por ahí... por favor para...
»-Relaja el esfínter y verás.... imagina que es un enano travieso que busca acomodo en tu casa... sé solidaria, entonces -le dije mientras metía ya tres cuartos de verga...
»-Auuuu... noooo...
»-Toma toda hasta los huevos -le solté, asumiendo que ya no había vuelta atrás y que ella nunca perdonaría mi retirada.
»-Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu....
(flop... flop... flop...flop... flop... flop...flop... flop... flop...flop... flop... flop...)
-Le di duro en esa funda apretada hasta que su dolor se hizo más soportable y vi su cara relajarse poco a poco...
»-¿Te gusta? -le dije
»-Mmmm... mucho, pero es raro porque si pienso que me gusta, duele; y si pienso que me duele, gusta...
»-Ahí esta el misterio que nadie entiende, pero de eso se trata, cariño, no pienses y disfruta... Por eso es tan intenso... ¿te la saco entonces? -le pregunté sabiendo la respuesta.
»-Oh, noooo... no lo hagas... mmm... que gusto más rabioso -me susurró entre dientes mientras un hilo de saliva le resbalaba por la comisura de los labios. También le chorreaba el coño, como si el bombeo del culo empujara sus fluidos... y entonces prosiguió-: Aaaaaaaaaaaaaaahhhh... síííííííííííííííí... qué dolor más gustoso... ¿cómo es que mi marido nunca lo hizo?... ohhhh... qué me corro...
»-Eso es cosa de chulos y no de maridos, cielo... mmm...
-Le conté esa mentira, mientras le arremetía duro y sentía licuarse su sexo y su culo contrayéndose, atrapándome la verga. Entre sus gritos y gemidos me corrí en su cueva. Cayó uno de sus zapatos y después el otro, dejando a la vista los pies desnudos con sus deditos desafiantes, retorciéndose de gusto. Esa imagen me reactivó el orgasmo y bombeó todo el semen que quedaba en mis huevos. Tras recuperar el resuello, bajé de ella y me tumbé a su lado. Había cerrado la puerta con llave y estaba tranquilo aunque la viera arreglarse. Ya casi estaba vestida cuando reclamó su paga.
»-¿Que te pague? -le espeté-. Lo llevas claro. Tienes una deuda conmigo, lo que tú y tu amiga me robasteis... ¿aun no me reconoces?, jajajajaja... Evidente, si soy un primo más de los que os trabajáis en el cine.
-Le cambió el color de la cara y el rubor del orgasmo se transformó en lividez extrema. Le aflojaron las piernas y se sentó en la cama. Se puso a sollozar y a rogarme:
»-Por favor... por favor lo siento... no fui yo, fue ella...
»-Bueno... bueno... bueno... No oía excusa más apañada desde que iba a parvulario. Creo que tendremos charla para rato, pero apremia, porque dentro de un cuarto de hora tendrás otra faena...
»-¿Faena?¿Qué quieres decir?
»-Dos servicios con clientes. Sumándole el mío creo que habrás enjuagado la deuda, aunque viendo lo bien que te lo pasas me dan ganas de subirte la cuenta...
-Se revolvió como animal preso y corrió hacia la puerta. La atrapé entre mis brazos... mmm... me calentaba su rebeldía... pateaba... gritaba... me arañaba... hasta que la tumbé en la cama bajo mi cuerpo. Sin resuello, sus ojos de zorrita madura centelleaban excitados con el juego de ser presa hasta que le dije:
-¿Quién coño eres? Hay muchas cosas que no encajan... a veces te haces la estrecha, y en otras, te comportas como la más puta de las zorras.
-Se derrumbó de nuevo con llanto fingido y confesó:
»-No somos ladronas ni putas. Somos ludópatas... ahora debería estar en casa con mi marido preparándole el almuerzo...
»-Ya lo entiendo -le dije-. Sales por la mañana de tu barrio aparente y al mediodía le has ahuecado la cuenta al desgraciado en el bingo o en las tragaperras. No tienes ni para llenar la nevera, te desesperas y os metéis a pajilleras y a ladronas si se tuerce con tu compinche...
»-Más o menos...
»-¿Has probado con terapia?
»-Sí, de grupo y ahí conocí a mi amiga.
»-Perfecto. Visto que la terapia convencional es tan buena, yo te propongo otra cosa: Vente aquí y tendrás tu "cartera de clientes". Está claro que te gusta follar y saldrás desahogada y con dinero. No se si eso será malo o bueno, pero te aseguro que cuando acabes te temblarán las piernas y no te mantendrás en pie frente a las tragaperras. Tómate lo de hoy como una prueba. Si te gusta, vuelves; y sino, ahí te quedas sin deuda y te olvidas del asunto para siempre.
-Se mostró dubitativa, pero tuvo que conformarse y se fue al baño a lavarse. Yo hice como había hecho con Tona, atender a los clientes, presentárselos y luego "hacer seguimiento" mirando por ese agujero que tenía en el tabique. Se comportó como una profesional y llegué a pensar que lo era. Le dio goce a Genaro que la enloqueció con sus trucos de perro viejo, e igual hizo con el soldado que con su fogosidad de macho joven no le dio respiro. No se si se corrió con los dos o con ninguno, el caso es que lo pareció. Cuando acabó, fui a atenderla y le dije:
»-¿Te duele el culito?
»-Un poco.
»-Normal si es la primera vez, puede que te haya hecho fisura. Aquí tengo pomada para aliviarte -le dije mientras sacaba un tubo.
-Ella se acercó, se agachó y con las manos abrió el ojete. Parecía irritado y le introduje la cánula. Presioné y sonó ese ruidito de la pomada al salir: «prffff...». Chorreó dentro y se la extendí con movimientos circulares hasta que notó su frescor.
»-Mmm... qué alivio...! -suspiró Wilma sin soltar sus nalgas y con el culo ofrecido.
-No pude contenerme y le metí la lengua. Escupí tras llenarme la boca con el sabor amargo de la crema. Se rió, burlándose de mi ímpetu y eso me enervó. Me levanté y le metí el dedo gordo para extender la pomada, ya que las cánulas siempre me han parecido ridículas. Se dejaba hacer con gusto. Le pase la otra mano por los senos y le mordí los pezones... luego le exprimí el coñito, dejándome la mano húmeda de flujo.
»-Tengo que irme... -suspiró.
»-Va a ser un rápido, espera que me pongo el condón -le dije.
»-No lo hagas. Tú no eres un cliente, tú ya eres mi chulo putero...
-No esperaba eso y me emocioné al ver su entrega. Sin quitarle el dedo del culo le alcé una pierna hasta donde pude. Quedó sostenida en precario por la otra que se estremecía de gusto. Miré hacia abajo y vi su pie enfundado en el zapato de tacón temblando apoyado en el suelo, y goterones de flujo bajando por su muslo, brillando sobre el charol negro. Fue como partir mantequilla con un cuchillo caliente. Entró suave hasta el fondo y ella soltó baba por la comisura de la boca ahogando un gemido. Le hundí la boca en el cuello y ladeó la cabeza, arqueándose hacia atrás...
»-Mmmm... ya eres mi puta...
»-Toda tuya...
-Nuestros cuerpos hicieron el resto. Fue una cópula salvaje, de pie. Su pierna por fin se dobló y tuve que sostenerla. Se colgó de mí y puso los pies en mi espalda, y yo arremetí con todas mis fuerzas aferrándola por las nalgas. Mi verga entraba y salía como acero en una fragua y su vagina era la brasa ardiente que la licuaba. Íbamos a desplomarnos, por lo que la tumbé sobre la cama bajo el peso de mi cuerpo, dándole golpes de pelvis brutales para exprimirla de nuevo. La llené de semen mientras se corría entera, pateando en el aire, salivando mientras mis manos ya libres le estrujaban los pezones...
Lorenzo se quedó en silencio y parecía transformado. Tenía la mirada perdida y el sol de la plaza le arrancaba reflejos de tristeza. Yo no sabía que decir, nunca lo he sabido en esos instantes en que el interlocutor es sacudido por el recuerdo o una tormenta de emociones. Pensamos que un macarra no tiene corazón ni sentimientos y que es capaz de vender a su madre por dinero. Pero durante unos instantes no vi eso. Por fin le pasé el brazo por el hombro, diciéndole:
-¿Te enamoraste?
-Como un perro. Era deliciosa y con clase. Nunca supe si lo que me contó era cierto. Sólo sé que cumplió con el trato y al día siguiente llamó al timbre, elegante como nadie. Nunca la seguí porque no quería conocer la verdad, con tenerla me bastaba. No quería saber más de ella para que no me destrozara, el día en que no volviera.
No le pregunté más porque ya imaginé el desenlace y no quería removerle. Me despedí de él con un guiño que me devolvió. Respiré hondo intentando distanciarme de sus seductores influjos y ver la realidad: su sorprendente capacidad por quedar dignamente situado. Más que un chulo parecía un miembro de una ONG, redimiendo ludópatas con el sexo.
-Vendré a por más historias, Lorenzo...
-Ahí estaré, ya sabes, en el bar, en esa plaza o en el infierno, qué más da.
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