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Categoría: Infidelidad

Buenas compañeras

El buen tiempo se acercaba, los días de vacaciones ya habían sido repartidos en la empresa por el jefe, que casualmente es mi marido. Nosotras, por nuestra cuenta y riesgo habíamos decidido pasar un fin de semana juntas, sin maridos ni novios, antes de que comenzasen los turnos de vacaciones. He de confesar que más bien, “lo habían decidido ellas”, porque a mí no me hacía mucha gracia. En realidad soy la única de las cuatro compañeras que está casada, y con una hija, pero claro quién puede negarse en estos casos. Por culpa o más con excusa de mi maternidad, ya aprovechaban para dejarme de lado la mayor parte de las muchas ocasiones en que quedaban para cenar o salir por ahí. Además, sí, soy su jefa de sección, mi marido es el gerente de la empresa, y aunque las entiendo, yo no tengo la culpa de que para alcanzar los objetivos anuales tengamos que echar horas extras a un precio ridículo, ni de que por convenio sólo podamos elegir la fecha de un tercio de nuestras vacaciones.



El caso es que allí estábamos las cuatro en el coche rumbo a San Juan. Pasaríamos el fin de semana en el apartamento de los padres de Miriam, la menor de las cuatro. Para que os situéis os diré que somos cuatro compañeras de trabajo y que, aunque trabajamos para una multinacional, en la delegación de nuestra ciudad apenas somos una veintena de trabajadores de las que tan sólo cuatro somos mujeres. Miriam es la menor de todas, tiene 27 añitos y novio formal, según dice ella, es joven, rubia, atractiva y bastante ingenua. Luego está Verónica, o Vero como ella prefiere que la llamemos, de 31 años, morena y que siempre está libre, vamos, que cada lunes presume del ligue del fin de semana. Yo diría que hasta puede que sea bisexual, y bueno, concretamente creo que le gustaría montárselo con la inocente Miriam. Después estoy yo, Montse, de 35 años, que llevo varios años casada con el hombre de mi vida, quien además fuera mi primer novio formal. Por eso, y por haber recibido una educación muy religiosa nunca podía entender las patéticas historias de “mujer emancipada” que contaba Vero. Creo que algunas hasta se las inventaba. Después estaba Marisa, separada o divorciada, no sé. Nunca hablaba de ello, me da que tuvo que ir al psicólogo para superarlo. De 42 años, siempre iba un poco ajena al grupo, supongo que por la diferencia de edad y de escarmientos que la distanciaban de las conversaciones diarias. Las demás siempre intentábamos que no se sintiera desplazada.



Nada más llegar nos acomodamos en el apartamento, era pequeño, únicamente tenía una habitación. Sí, una sola habitación con una cama de matrimonio que compartirían dos de ellas, las más afortunadas, pues las otras dos deberían compartir el sofá cama del salón. En el reparto me tocó compartir habitación con Vero. No me hizo mucha gracia tener que desvestirme delante de ella, lo haría en el baño. Como aún era mediodía decidimos bajar a la playa a tomar los primeros rayos de sol de la temporada. Nos pusimos el bikini, los pareos y bolsa de playa al hombro bajamos a tumbarnos en la arena, dispuestas a olvidarnos de pedidos, albaranes, catálogos, pero también de los novios, maridos, hijos…



El apartamento estaba en primera línea de playa por lo que no nos costó nada llegar, además tenía una piscina enorme con dos socorristas igual de enormes del gusto de todas nosotras. Vero y Miriam caminaban más rápido que nosotras dos, por lo que nos dejaron un poco atrás. Una vez todas estuvimos en la playa y mientras extendíamos las toallas pude contemplar, para mi sorpresa, cómo Vero y Miriam se disponían a tomar el sol en topless. De Vero me lo esperaba pero me sorprendió en Miriam, seguramente la había convencido en el trayecto andando, Vero podía ser muy, muy persuasiva cuando se lo proponía. Una vez extendidas las toallas y concluido el ritual de las cremas, Vero hizo el siguiente comentario:



- “¿Qué os parece si hacemos todas topless?, ¿No es justo que unas hagamos y otras no?”



- “¿Justo? Ni que fuéramos unas crías, yo haré lo que me dé la gana, y espero que vosotras –acentué mirando a la más joven de todas- hagáis lo mismo.”



Bruja, lo que quieres es vernos las tetas para comprobar que las tuyas se mantienen en mejor forma, pensé. Pero opté por la diplomacia y el silencio. Vero siguió, esta vez mirando a Marisa.



- “Tú, Marisa, ¿has hecho topless alguna vez?” Le preguntó directamente.



- “Si en alguna ocasión, a mi ex- le gustaba mucho verme con las tetas al aire, pero la verdad es que no me apetece mucho hoy.”



- “¿Y tú, lo has hecho alguna vez?” Me preguntó esta vez a mí.



- “No nunca, y la verdad es que me moriría de vergüenza”. Y nada más acabar de decir esto las tres se rieron. Yo no le encontraba la gracia. Entonces Vero, volvió a decir en tono graciosito (para ellas tres).



- "Siempre hemos pensado que eras un poco mojigata" y prosiguió diciendo:



- “Mirad chicas, Miriam y yo (es decir, ella, claro está) hemos pensado que a lo largo de este fin de semana cada una elija una norma, o un reto para todas las demás, como un juego entre amigas, para estar más unidas. Y yo para empezar propongo que todas hagamos topless ¿qué decís chicas?”



- "A mí, me ha parecido una idea estupenda. Será divertido." dijo Miriam.



- "Bueno, venga, ya tocará mi turno…" dijo Marisa a la vez que se quitaba la parte superior del bikini dando su aprobación.



Ahora todas me miraban a mí esperando mi respuesta y sin creer yo misma lo que estaba haciendo acerté a decir:



- "Eso es, ya tocará mi turno" dije en voz alta, despojándome del recatado sujetador de mi bikini Woman’s Secret.



Tampoco os voy a engañar, acto seguido me tumbé boca abajo, para acabar con aquella desagradable sensación de desnudez. Mientras, en mi mente resonaba aquella palabra, "mojigata", si ellas supieran. Mi mente empezó a divagar. Mi marido me complace en todo, me lleva a situaciones morbosas, es muy buen amante e incluso ha conseguido pacientemente que me encante el sexo anal con él. ¡¡Mojigata!! Seguro que ellas ni siquiera lo practican, y seguro que tampoco saben chupar una buena polla tan bien como yo. Es más, eso precisamente, mamársela a mi marido, es algo que me pone muchísimo hacerlo en los sitios y ocasiones de lo más disparatas como justo antes de ir a misa, en los baños del restaurante durante la cena navideña de la empresa, en los probadores de “El Corte Inglés”, en el baño de casa mientras me arreglo para salir a tomar unas cañas con mis amigas, etc. De hecho, creo que lo que me excita es mirar después a otras personas que no saben lo que acabo de hacer. Notar el sabor a mi marido en la boca mientras converso con ellos. Hemos hecho tantas locuras juntos. Mojigata, ¡qué sabrán ellas!



La mañana transcurrió tranquila, yo me había quedado medio dormida hasta que la voz de una de mis compañeras me despertó:



- "¿Es que piensas estar tumbada toda la mañana boca abajo?".



- "Vamos a dar un paseo por la orilla ¿te vienes?"



La verdad es que me apetecía un montón pese a la vergüenza que sentía, pero me animé, estaba decidida a no pasar por mojigata, quería demostrarles a mis compañeras que era mucho más atrevida de lo que ellas se pensaban. Aparte, en fin de semana acababa de empezar y no quería que hubiera mal rollo entre nosotras, y menos que me culparan a mí de ello.



Comenzamos a dar el paseo por la orilla, al principio las cuatro juntas luego de dos en dos. Yo me quedé hablando con Marisa de cosas sin importancia. Como era comienzo de verano únicamente había guiris y abuelos disfrutando de la playa, el resto de españolitos tendrían que esperar a finales de julio y agosto. Lo cierto es que las cuatro paseando con las tetas al aire llamábamos la atención de todos y todas las presentes en la playa, que no perdían oportunidad de darnos un buen repaso de arriba abajo.



Como sabréis, la playa de San Juan es larguísima y como la casa de los padres de Miriam está en un extremo, el paseo tiene, así que cuando llevábamos casi una hora andando emprendimos el camino de regreso. Miriam y Vero se habían adelantado un poco y por detrás paseábamos Marisa y yo. Pude ver como Vero se paraba a hablar con un grupo de cinco jóvenes que caminaban en sentido opuesto. Cuando Marisa y yo llegamos a su altura Vero nos presentó.



-"Mirad que suerte, estos son unos amigos míos de la ciudad" y dicho esto nos fue presentando uno a uno.



De entre el grupo de chicos había uno llamado Róber que no me quito ojo desde el primer momento. No paraba de mirarme. A mí me divertía su candidez, la verdad es que de las cuatro era sin lugar a dudas la que más bonitas tenía las tetas, por lo menos para ese chico. De la misma opinión era mi marido, quien siempre me decía que eran preciosos, tan bonitos y firmes como los de muchas chicas de las de internet. A decir verdad Marisa los tenía algo caídos, supongo que la diferencia de edad le pasaba factura. Miriam, la más joven, los tenía algo pequeños, nada que ver con los míos, ni con las de Vero, demasiado grandes. Así que no me extrañó que el pobre Róber no parase de mirarme a mí.



Cuando llegó el momento de darnos los dos besos de rigor su cuerpo rozó sin querer (o no) con el mío. Posó suavemente su mano derecha en mi cintura, al contacto sentí como una descarga eléctrica que me hizo contener la respiración unos segundos. Su torso se apretó contra mi cuerpo y mis tetas rozaron sus pectorales. Fue como una reacción química, lo juro. Era la primera vez que mis pechos tocaban la piel de otro hombre. Estos al contacto se pusieron inmediatamente de punta y yo no pude dejar de sonrojarme. El muchacho debió de interpretar esto como que él me gustaba. Vero y las demás continuaron conversando con los chicos mientras yo permanecía callada, colorada aún por el roce que había sentido en mi pecho, y segura de que él se había percatado.



Se despidieron quedando para esa noche en la discoteca de moda, de las muchas que hay en el pueblo. En el transcurso de regreso a nuestras toallas Vero nos confesó que uno de los chicos del grupo había sido un rollete suyo, y del que por cierto habló maravillas como amante. Yo no podía entender como aireaba tan abiertamente de sus relaciones sexuales con otras personas.



Regresamos al apartamento, comimos, unas durmieron un poco de siesta para descansar del viaje, y yo disfruté de la brisa y el mar de nuestra terraza leyendo unas páginas de “La sombra del viento”. Una vez que mis compañeras se levantaron nos dispusimos a arreglarnos para salir de marcha. Cuando salí de la ducha y regresé a la habitación Vero estaba totalmente desnuda eligiendo el vestido que ponerse.



-"¿Tú qué te vas a poner?" Me preguntó.



- "No sé, no había pensado en nada especial" le respondí.



-"¡¡No te irás a poner vaqueros!!", me dijo algo sorprendida.



- “Y, ¿por qué no?" le dije yo.



- "Así no lograrás que el chico ese intente nada esta noche", dijo Vero.



- "Oye, ¡qué estoy casada! ¡¡Felizmente casada!! Además, ¿por qué coño lo dices?", dije esta vez algo irritada. -“No me ha dicho ni una palabra esta mañana”



- "Bueno, sí, es tímido. Tendrás que ser tú la que rompa el hielo. Pero no me negarás que no dejaba de mirarte, ¡qué nos hemos dado cuenta todas!. Y bien que parecía gustarte, te has puesto colorada como un tomate desde el momento en que se ha acercado a ti. ¡¡Jo!!, la verdad es que está muy bueno, ¿eh?" Concluyó ella. "¡¡Qué suerte tienes, cabrona!! Si es clavadito al modelo ese: Ferrán Calderón Además…" Se calló dejando la frase en el aire, pues se puso a mirar algo en su exagerado teléfono móvil antes de girarlo hacia mí.



- "Sí, bueno, el chaval es guapo y además ¿qué?" Le exigí que terminara lo que me iba a decir.



- "Además, que si a ti no te gusta, no te importará que yo “baile” con él esta noche, ¿no?" Me soltó ella de repente con mirada de tigresa.



- “¡¡Serás…!! Dije. (…¡¡zorra!!) Pensé. -“Joder Vero. Para uno que…” Me callé para que no fuera a más la broma. Pero dentro de mí, pensé literalmente (Como lo mires, te saco lo ojos, ¡¡So puta!!). Me salió del alma, así que creo que se dio cuenta que no me había hecho maldita gracia su comentario.



Un afilado silencio se hizo entre las dos, menos mal que llamaron a la puerta. Era Miriam dijo que ya tenía pensada su deseo, que ya lo había hablado con Marisa, que lo habían hablado una vez habían salido ambas de la ducha y como siempre se han puesto a revolver toda la ropa pensando qué ponerse. Marisa ya estaba convencida, así que ahora nos tocaba a nosotras.



- "Bueno y en qué consiste todo esto que nos tienes en ascuas" dijo Vero más decidida a salir de dudas.



- "A ver como os lo digo" dijo Miriam.



- "Pues diciéndolo" le dije yo.



- "El caso es que cuando hice la maleta, me apetecía mucho lucirme estos días y solo eché vestiditos súper cortos, de verano, no sé. En cambio, Marisa sólo ha traído uno, y en fin, que no quiero que esta noche los chicos piensen que yo soy “la guarrilla” del grupo…” Al oír esto, miré a Vero pensando ágilmente: No hija, no, el puesto ya lo ha cogido la puta ésta. ”…así que durante estos tres días, todas “vestido” para salir" dijo Miriam algo nerviosa pensando que pondríamos algo de resistencia.



- "¿Eso es todo?" pregunté yo, haciéndome ahora la liberal



- "Sí, así es". Asintió.



- "Por mí no hay problema" dije.



- "Por mí tampoco" dijo Vero “la zorra roba-hombres”. Sí, ya sé, debía calmarme un poco y ¿qué?



-"Pues nada entonces nos vemos en media hora, no os entretengáis que estáis las dos muy buenas", dijo Miriam escaneándonos a ambas en ropa interior y cerrando la puerta al salir.



Entonces recordé que intentando dejar todo en orden, no me había dado tiempo a hacerme las ingles en casa, así que me metí de nuevo al baño. No tardé mucho en hacerlo, ya tengo unos cuantos años de práctica pero el caso es que, mirándome el bosquecito cuando hube terminado, me dio por cambiarle el cabezal a la depiladora y me arreglé un poco el pubis, dejándome esa ancha columna de vello bien cortito que me parece súper-chic. Por eso, cuando regresé del baño a la habitación no me sorprendió que estuvieran ya las tres preparadas.



Todas llevaban vestidos veraniegos muy elegantes y sexys. La verdad es que el buen tiempo acompañaba. Yo no había preparado nada así en la maleta, ese año habíamos tenido una primavera fresquita en nuestra ciudad. Pero entre todas me habían preparado una selección de vestidos suyos. Por talla y altura, tenían que ser todos de Vero, y sí, eran todos demasiado atrevidos para lo que yo estaba acostumbrada. En otras circunstancias habría sido difícil que me sintiera cómoda con ninguno de ellos, pero aquella tarde me sentía efervescente. Al final me decidí por un vestido en tono azul marino con un par de delgadas líneas rojas. Tenía el escote en "V", tirantes de esos que se anudan al cuello, y por atrás dejaba casi toda la espalda al aire. Aparte, era bastante entallado y con la falda cortada de forma oblicua, muy elegante, por encima de medio muslo a un lado y justo por debajo de la rodilla al otro.



Me encantó aquel vestido, me quedaba de muerte. El inconveniente era que dado que dejaba la espalda al aire no podría usar sujetador, y si me descuidaba podían adivinarse mis tetas por los lados. En eso estaba, recolocándome las tetas dentro del vestido cuando mi compañera Marisa, adivinando mis pensamientos, dijo.



-"No te preocupes tanto por que se te vean, ya te las han visto esta mañana. Ay, que tonta eres", dijo irónica. “Además, mira…” Prosiguió diciendo la mayor de las cuatro. “…como yo no os he dado ninguna orden todavía, va a ser eso. Nada de sujetadores esta noche ¡¡Venga todas a lo loco!!” Acabó gritando.



Era verdad, no había caído en que habíamos quedado con unos chicos que antes nos habían visto a todas con tan sólo la braguita del bikini. Vamos, casi, casi, desnudas. Aquella idea, haber estado casi desnuda delante que un extraño, despertó en mí sensaciones contradictorias. Por un lado me acordé de mi marido, segura de que si estuviera aquí me daba un buen “repaso”. Por otro, no podía apartar de mi mente a aquel chico, guapísimo, y su intensa mirada muda pero abrasadora que me agitaba, revelándome en silencio que ansiaba y estaba determinado a hacerme suya.



No, no era sólo por el chico, ni por el elegante vestido. No eran los acontecimientos, ni la alteración juvenil que nos arrastraba a todas a jugar con el peligroso filo de la provocación femenina. Era todo ello diluido en el meloso y fatal candor de las noches de verano. Aunque jamás lo hubiéramos reconocido, aquel bochorno nos atrajo haciéndonos sentir a todas aún más seductoras y apetecibles.



Una vez estuvimos todas listas para salir, ya en fila en el pasillo de salida del apartamento, fue Marisa quien de espaldas a la puerta y mirándonos al resto de chicas preguntó:



- "¿estáis ya listas, chicas?



- "Si claro" dijimos las otras tres.



- "Creo que falta algo" dijo Marisa sorprendiéndonos a todas, con las manos escondidas detrás de su espalda.



- "¿El qué?" dijo Vero intrigada.



- "¿No hemos venido a hacer locuras?" preguntó Marisa dejándonos a todas algo expectantes.



- "Si, ¿por qué?" acertó a decir esta vez Miriam.



-"Pues que como soy la mayor de todas, no os pienso dejar salir sin asegurarme de que todas lleváis por lo menos un par de condones en el bolso. ¡¡Venga!! ¡¡Abridlos ahora mismo!!" Dijo en voz alta Marisa agitando una caja amarilla y rosa, muy familiar para mí, eran Dúrex “Dame Placer”, mis favoritos.



-"Quiero verlos. ¡Venga chicas! No me digáis qué vais a ser buenas, porque no me fío de ninguna de vosotras" Continúo Marisa dejándonos atónitas a todas por sus palabras. Vero fue la primera en enseñárselo ahí mismo.



Marisa, dándole una mirada de aprobación, dijo. –“Estaba segura, si me faltan te pediré”



- “¡¡Ja, Ja, Ja!! Reímos todas.



-“Venga, ahora te toca a ti, Miriam” Le inquirió Marisa.



Miriam, que se estaba mordiendo el labio inferior de vergüenza, reconoció que ni siquiera los había echado en la maleta.



-“Estas niñas de hoy, con lo preparadas que parecen y luego mira… Anda toma.” Le dijo, acercando su mano abierta para que se vieran bien los condones.



-“Bueno y ahora tú” Me dijo Marisa señalando mi bolso.



-“Eh, eh, que yo estoy casada” dije audaz.



-“Toma, y yo tengo novio” Protestó Miriam inmediatamente.



-“Precisamente por eso, hija” Me refutó Marisa. “Las casadas, sois las peores”



Miré Miriam sin saber cómo reaccionar, pero de que quise darme cuenta mi compañera ya estaba cogiendo los dos condones que Marisa me ofrecía para luego meterlos en mi bolso en alto, de forma que lo vieran bien las demás.



Acordamos ir a tomar alguna copa antes de entrar en la discoteca, para ello fuimos a una zona de bares bastante concurrida, aunque sobre todo eran extranjeros. Tanta gente había que cuando tenía que acercarme a la barra a pedir consumiciones, o desplazarme por el bar era inevitable rozarse. Intentar bailar también era imposible debido a la multitud. No sé si fue por las copas o qué, pero el hecho de sentir los roces de todos esos desconocidos, y hasta el manoseo de algún intrépido por mi semidesnudo trasero (llevaba tanga) me estaba poniendo como una moto. Si añadimos a esto que llevaba un vestido que me hacía sentir tan puta como su dueña… En fin, estaba súper animada y pasándomelo genial.



Cuando llegó el momento de ir a la disco yo me encontraba ya totalmente desinhibida. Nada más entrar nos dirigimos a la zona de baile. No recuerdo cuanto tiempo transcurrió bailando hasta que llegaron los amigos de Vero. Al vernos se dirigieron como una manada de lobos hacia dónde estábamos nosotras. Comenzamos con los besos de rigor, y cuando de nuevo le tocó el turno a Róber, apoyando su mano sobre mi espalda desnuda, me dio el primero justo debajo de la oreja quitándome la respiración, y el segundo delicadamente en el cuello. Sentí tal escalofrío que se me puso de punta el vello de todo mi cuerpo y los vértices de mis senos. De nuevo colorada, tuve que intentar aplanar mis pezones discretamente. Pero claro, él también se dio cuenta. Además no paraba de intercambiar miraditas conmigo, lo cual no ayudaba a serenarme precisamente.



Yo me dedique a bailar, siempre me había encantado bailar, era para mí una sutil forma de comunicarme, de expresarme, pero también de embelesar a los hombres. A pesar de que pensé varias veces en mi marido, estuve meneando el culo un buen rato en la pista de baile. Pobrecillo si supiese lo poco comedida que estaba su mujercita. ¿Qué estaría haciendo? Me regocijaba contoneando mi cuerpo con provocación. Me sentía como el pobre cervatillo de los documentales, en medio de la sabana africana, rodeada de depredadores. No veía la hora de regresar al apartamento.



Durante este rato pude ver como todos y todas hablaban entre sí junto a la barra, a excepción de aquel chico, que apartado de todos no dejaba de mirarme. De repente sentí mucha sed y decidí acercarme a la barra a pedir algo. Entonces, me di cuenta que cuando abandoné la pista de baile, Róber dejó su copa y se dirigió hacia mí. “Allá va. El lobo lanza su ataque sobre el pobre cervatillo” Pensé.



-“¿Qué quieres tomar?” Me preguntó cortésmente a mi espalda.



-“¿Me vas a invitar?” Le pregunté yo. El asintió con la cabeza.



-“Pues un Rubí Rojo”. Le tuve que gritar al oído, pues la música estaba tan alta que apenas nos podíamos escuchar pese a estar pegados el uno al otro.



-“Un ¿qué?” Dijo desconcertado, con cara de no tener ni idea de lo que quería la chica que codiciaba.



-“Un coctel con base de whisky. Chiquitín” Dije burlona.



-"Estas espectacular" me dijo mientras el camarero nos preparaba las copas.



- "Gracias" le dije yo.



-“Por eso no dejas de mirarme, ¿supongo?” Le pregunté.



-“Sí, es que eres lo más bonito que he visto desde que llegamos. Me fascinas, cada detalle, como te mueves, todo.” Confesó rápidamente.



-“Ah. Me gustan los hombres que se fijan en los detalles” Le dije. Entonces me apeteció forzar la situación, y acercando mis labios a su oreja de forma que no viera mi cara, le pregunté. -“A ver dime, ¿de qué color son mis ojos?, o ¿sólo te fascinan los detalles de mis tetas y de mi culo?”



- “Azules” Respondió Róber en mi oído, haciéndome sentir el aire salir de su boca, al tiempo que se separaba de mí con una amplia sonrisa de satisfacción. -“…, pero de eso me di cuenta esta mañana”.



- "El vestido de Vero te queda de escándalo" dijo posando de nuevo su mano sobre mi cadera.



De nuevo sentir su contacto sobre mi piel alertó mis nervios y mis extrañas con sensaciones ya olvidadas.



-"¿Cómo sabes que es de Vero?" pregunté inocentemente pensando que se lo habría visto puesto en alguna ocasión.



- "Lo sé todo" dijo el sonriendo.



- “¿Qué es todo?” Pregunté algo sorprendida y bastante malhumorada, pensando que alguna se había ido de la lengua.



- "Bueno, no te enfades, por ejemplo…" me dijo de nuevo al oído. "Vero me ha dicho por Whatsapp que hoy ha sido la primera vez que hacías topless, y no tienes porqué preocuparte. A decir verdad deberías estar orgullosa".



- "y ¿eso?" le pregunte, acordándome de la bendita madre de mi puta compañera.



- "¿Por qué? Pues porque tienes los pechos más bonitos de las cuatro, bueno, espero que no te ofendas. Es una tontería, pero tenía que decírtelo." Aprovechando la animación, la mano de Róber había ido bajando desde mis caderas hasta pararse en una zona que yo empezaría a llamar mi culo. Le dejé hacer, era intrépido, por el momento me estaba gustando.



- "Es más, te confesaré que me atraen las mujeres que se atreven con cosas nuevas. De hecho, no sabes cuánto me gustaría que siguieses haciendo cosas por primera vez", Me dijo él esta vez muy cerca de la comisura de mis labios.



-“¿A ver, perdona?” Dije girándome un poco para darles la espalda a mis amigas, al tiempo que le miraba con descaro su abultado paquete. –“Uy, sí. Sí que me hago una idea de cuánto te gustaría”.



Nos reímos un montón. Había muy buen rollo y confianza entre los dos, eso me fue haciendo poco a poco ir bajando la guardia. A parte, me lo estaba pasando genial jugando con él a la gata y el ratón. De alguna forma, me sentía con ventaja. Era extraño, me comportaba como si conociera a Róber de toda la vida cuando en realidad, le estaba conociendo entre aquellas palabras y miradas con las que íbamos tejiendo una hermosa complicidad. Era curioso que todo lo que me contaba me resultaba interesante y sorprendente. Me confesó que él también tenía novia, lo cual ayudo a dejar atrás mi sensación de desvergüenza, al fin y al cabo por alguna extraño razón la vida nos había conducido allí solamente a nosotros dos.



Me dijo que trabajaba de profesor en un instituto de secundaria de “difícil desempeño”, lo cual no entendí. Me detalló que era un instituto problemático, con un montón de alumnos gitanos, magrebíes, negros y sudamericanos que se llevaban a matar unos con otros. Me relató un montón de anécdotas increíbles que les ocurren a los profesores hoy día. Adolescentes agresivas con tres o cuatro novios cada curso, los primeros porros, la locura de los teléfonos de última generación, profesores casados que se acuestan con las interinas que van pasando por el centro… La verdad es que Róber no sólo me hizo ver cómo van las cosas en educación, si no también entender porque van así. Era un chico muy entregado en su trabajo, amante de la música, tan crítico en el hablar como elegante en el vestir, que “necesitaba” hacer deporte y bien que se notaba, y tan joven como aparentaba, 26, es decir 9 añitos menos que yo. ¡¡Qué barbaridad!!



-“… oye y, ¿qué más te ha contado Vero que hemos hecho?” Le pregunte, deseando saber hasta dónde había largado mi compañera.



-“Bueno, yo creo que me ha tomado el pelo, ya sabes cómo es…, un montón de tonterías, lo mejor de todo, que todas os habéis quitado las bragas antes de salir" Me dijo innecesariamente cerca de mí, pues hacía rato que nos habíamos ido a un rincón cerca de la puerta de salida, donde se podía hablar sin tener que gritar.



¡¡Sin bragas!! Joder con Vero… pensé. A decir verdad, aquella alternancia de Róber entre hablarme casi rozando la comisura de mi boca unas veces y sentir su aliento en mi oído otras, desordenaba totalmente mi conciencia.



-“…y, ¿por qué piensas que te ha tomado el pelo? Es qué me ves mayor para salir sin bragas” Le dije yo en un cómico tono de disgusto.



- "No sé, no puede ser verdad" Dijo para provocarme. Tomé un trago, en ese momento pude ver el anillo en mi anular. Él también lo vio, me acordé de nuevo de mi marido, pero el cuerpo me estaba pidiendo diversión a gritos. Hasta entonces me regocijaba en aquel juego con Róber, me sentía deseada y tampoco es que hubiese ocurrido nada malo. Un poco más, quiero llevar esto un poco más lejos, pensé para mí, en cuanto me sienta mal lo mando a paseo y se acabó. Entonces él dijo algo así como:



- “Bueno, puede que sí sea verdad. Si no, tampoco entendería que llevases condones en el bolso estando tu marido tan lejos.” Al tiempo que miraba hacia abajo y con dos dedos terminaba de separar los bordes de mi bolso.



- "No eras tú al que le gustaban las chicas... uhmmm... ¿cómo has dicho?, ¿atrevidas?" le dije con cierto rintintin.



- "Si claro, eso dije " Esta vez el sorprendido era él. A mí me gustaba que yo estaba llevando el mando y controlando la situación. Me excitaba y estaba dispuesta a seguir un rato más. Mientras, Róber trataba en vano de descifrar en mis ojos si llevaba o no bragas.



- "¿Y porque no podría hacer esas cosas una mujer como yo?", y nada más decir esto tomé su mano que reposaba sobre mi trasero y fui guiándola con la mía por todo mi culo, por encima de la tela del vestido.



No me podía creer ni yo misma aquella situación. ¿Cómo me estaba gustando tanto comportarme como una guarra?, obligar a aquel chico a sobarme, buscando las comisuras del tanga que llevaba puesto, y que finalmente encontró. Me gustó mirarlo a los ojos y ver la cara de lujuria que ponía, yo era en ese instante una diosa para él.



-“¿Qué piensas ahora?, no te molestará que te haya tomado el pelo, a cambio de tocarme el culo ¿verdad?” Le pregunte muy próxima a él, esperando su reacción. Entonces, pasó lo que tenía que pasar. Me agarró fuerte de la cintura y me beso en la boca.



Yo nunca había pensado que eso llegaría a pasar. Hacía tantos años que no besaba en la boca a otro hombre que no fuese mi marido, y me gustó, me gustó mucho. El maldito Róber besaba muy bien. Tras separarnos fui yo quien busco un segundo beso, esta vez más prolongado, demasiado hambriento. El interpretó esto como una aprobación, una carta de libertad plena, y de que quise darme cuenta me estaba metiendo mano por debajo del vestido. Menos mal que estaba de espaldas a la barra del bar porque si no le hubiese enseñado todo al portero. Me dejé hacer, y mientras me acariciaba por todos lados no pude menos que morderle en un labio. Nos comíamos el uno al otro, pero él al sin perder ni un segundo se dispuso a frotar todo mi sexo con sus dedos, recorriéndolo de arriba abajo hasta alcanzar la húmeda entrada de mi vagina. Pese a que me estaba gustando tuve que apartarlo y mirarlo, recriminándole con la mirada que aquella caricia había ido más lejos de lo permitido.



-"Lo siento Montse, perdóname. No quería molestarte, de verdad." dijo avergonzado por su osadía. Verle así, encogido y temeroso de quedarse “sin postre” me pareció muy gracioso.



La maravillosa y desesperada pasión con la que me había besado me dejó aturdida. Además, aún sentía la conmoción interna que me acababan de hacer sentir sus virtuosas manos debajo de mi falda. Estar tan cerca de él me cautivaba de tal manera que creí ser una pequeña cucharilla de café atraída, sin remedio, por un poderoso imán. Así que en un ataque de demencia e indecencia, y sin dejar de mirarle a los ojos, me bajé y desprendí de mi tanga en aquel mismo oscuro y publico lugar, y entonces volví a besarlo demandando que retomara sus temerarias caricias. Sin embargo, esta vez sólo me agarró por la cintura, y nuestros cuerpos se pegaron el uno al otro fundiéndose como dos gotas de lluvia. Por primera vez pude notar directamente el bulto que comprometía la resistencia de su cremallera. ¡¡Madre mía!! Tenía que ser grande, desde luego bastante más que la de mi pobre marido. Cuando terminamos de besarnos le dije:



- "Guau, podría haberme avisado de lo bien preparado que estás." le dije yo, mirando a su paquete.



- "Ja, Ja" se rió orgulloso por lo que acababa de escuchar "¿Vero? ¿Acaso crees que ella lo sabe?" Me preguntó antes de besarme otra vez.



- "A mí también hay algunas cosas de ti que me gustaría comprobar" me dijo él. Yo no entendí por dónde iban los tiros.



- "¿Te quedan aún más cosas por comprobar?" le pregunté.



- "Bueno, verás, es que Vero me dijo que vio cómo te afeitabas el pubis en la ducha." me soltó como si nada. Estaba claro que Vero no sólo se había ido de la lengua. No, incluso había mentido para poner al pobre Róber aún más salido, la muy p…



Me quede muda por unos instantes, para nada podía pensar lo que él pretendía. Así que entendiendo que mi silencio era una aceptación, me giró de frente a la barra, cogió mi mano y la llevó hasta el bulto de su entrepierna, luego se pegó a mí, de tal manera que mi mano quedó aplastada entre su paquete y mi culo. "¡¡Madre mía!! Esto es enorme" pensé mientras notaba su sexo contra mi trasero. En esa posición Róber comenzó a darme unos mordisquitos en la nuca que me dejaron paralizada, dejándome acariciar las piernas por delante, ingenua. Poco a poco fue subiendo por el interior de mis muslos hasta acariciar mi monte de Venus, entreteniéndose en el interior de mis muslos. Por aquel entonces sus caricias me estaban excitando hasta límites insospechados y desconocidos para mí. Además, yo podía notar que su polla para nada me cabía ya en una sola mano, así que también llevé la otra detrás de mi espalda tratando de abarcar toda aquella desmesurada erección. Así como estábamos el me preguntó:



- "¿Te asusta?" me preguntó con cierta sospecha.



- “No. Bueno, sí, no sé, depende.” Y nada más decir esto pude notar como introducía uno de sus dedos en mi interior.



- "Ahhh, no.” Tuve que ahogar aquel gritito como pude y disimular para que los camareros no notaran nada. Dios mío, sólo sus dedos ya me parecían formidables.



- "Me gusta, no pares" le pedí de espaldas a él. Y dicho esto Róber comenzó a regalarme caricias que me llevaron a un mundo tan real como inimaginable. Mientras introducía un dedo en mi sexo me rozaba con el pulgar el mismísimo núcleo del placer. Demostró ser diestro y aplicado en la materia, nunca antes mi marido ni ningún otro hombre me había tentado tan bien, y menos en un lugar público. Luego, me introducía los dedos con exquisitez, me frotaba con fuerza, pero ambas cosas a la vez nunca.



Creo que ahí fue cuando realmente perdí el control de mis actos. Estaba gozando, y mucho, de ser acariciada por un hombre tan atractivo y con esa desenvoltura. Tanto que no tarde en alcanzar mi primer orgasmo, allí mismo, contra la barra del bar y mientras ahogaba mis gemidos mordiéndome el labio inferior. Cuando Róber notó mis convulsiones tuvo que sujetarme, si no me habría desplomado al suelo. Después, me susurró en la espalda:



- "Vámonos de aquí", y dicho esto me cogió del antebrazo y tiró de mi. Yo no tuve tiempo a reaccionar. Bastante que logré caminar cuando todavía me estaba recuperando del orgasmo que sacudía aún todo mi cuerpo. Tenía que haberle dicho en ese mismo instante que no, que ya era suficiente hasta donde habían llegado las cosas, que estaba casada, que tenía marido, que no estaba dispuesta a que sucediese lo que él quería. Intenté decirle que parara, que no podía ir más allá, pero las palabras se me amotinaron y no quisieron salir de mis labios. En lugar de rogarle que se contuviera, permanecí callada mientras él me guiaba de la mano en dirección a la calle.



Atravesamos ligeros el paseo sin soltar muestras manos, y como cualquier pareja de novios nos adentramos en la penumbra de la playa. Fuimos todo el camino sin mediar palabra, él tenía urgencia y yo no quería decir nada. Por un lado mi cuerpo quería ir donde Róber lo llevara y por otra, mi mente decía ¡¡No, ya es suficiente!!



Mientras me debatía entre el sí y el no, llegamos a una zona de toldos, donde una pequeña caseta y montones de tumbonas aguardaban que se hiciera de día. Me apoyó contra la pila de tumbonas y me besó. Me besó desesperado y le besé hambrienta de él.



Me sorprendí asegurándome de que aquel lugar quedaba fuera del alcance de la vista de todo el mundo. No había luces y las pilas de tumbonas eran suficientemente altas para resguardarnos de las miradas del concurrido paseo, sólo aquél que viniese del mar nos podría ver.



Sus manos, y parecían más de dos, recorrían todo mi cuerpo. Esta vez no solo me besaba y me daba mordisquitos en la boca, también por el cuello, el escote, detrás de la oreja… Todas esas caricias me excitaban, y mi excitación se apoderaba de mi voluntad, dejándome en un silencio, dándole permiso a todas sus caricias.



Era todo fantástico, maravilloso, hasta que de repente sin ninguna explicación aparente Róber se detuvo, y me abrazó diciendo en voz tan baja que casi no le entiendo. –“No puedo. Me gustas, me gustas de verdad”. Así se quedó unos instantes, yo estaba perpleja pensando que él había hecho lo que yo no había sido capaz, y entonces volvió a susurrarme. –“Nos están viendo. Una de tus amigas está dentro de la caseta. Grabándonos en vídeo” El horror que me produjeron sus palabras hizo que me abrazara aún con más fuerza a él.



-“Montse, ellas quieren pruebas para amenazarte. Me convencieron porque no quieren dinero, sino que tú consigas que el cabrón de tu marido no las obligue a hacer tantas horas extras, o que al menos las page como es debido” Me confesó al oído.



No me lo podía creer, aquello era incluso demasiado rebuscado para ellas. Bueno no, para todas no. Seguro que había sido todo idea de la bruja de Vero. Hija de puta mal nacida. ¿Cómo había sido capaz de algo así? Hay que ser perversa para jugar de esa forma con las demás, y no sólo conmigo, sino también con Miriam y Marisa a las que habrá tenido que presionar también para que entraran en su cruel juego. En unos segundos había pasado de ser la mujer más dichosa sobre la Tierra a sentirme arrancada de aquel hombre excepcional que me abrazaba con fuerza, incapaz de hacerme daño.



-“Viólame” Le pedí, mascullando en voz muy baja, para que nadie más lo pudiera escuchar.



-“¿Cómo?” Respondió incrédulo a lo que acababa de insinuarle.



Entonces le di un empujón y aunque mis ojos imploraban lo contrario, grite:



-“¡¡No!! Déjame en paz. Yo quiero a mi marido. ¡¡Te dije que no quería venir!!”



Róber me miró un instante, tratando de asimilar lo que yo le pedía, y acto seguido me propinó el mayor bofetón de mi vida, y desde luego el único que me ha gustado recibir.



-“¡¡Cállate zorra!! Si no te portas bien se lo contaré todo a tu marido” Dijo él siguiéndome el juego.



-"No, por favor. No sigas. ¡¡Maldito seas!!". Le increpé forcejeando antes de que mi boca fuese tapada con un beso impuesto por mi amante. Mientras su mano derecha se encajaba entre mis piernas, su mano izquierda me sujetaba fuerte de la nuca para así poder besarme impidiendo que dijera nada. En esa posición, no le resultó nada complicado deshacerse del nudo de mi vestido y dejar que por mis hombros se deslizasen ambos tirantes, cómplices de mi excitación al delatar a mis erguidos y duros pezones ante la mirada acusadora de mi amante.



Yo me limitaba simular que le empujaba inútilmente de los hombros, extasiada como me hallaba por la mano de Róber que seguía entre mis piernas. Entonces dejó de besarme para admirar mis pechos desnudos. Una vez liberada de su boca opresora volví a decirle:



- "No, para, no quiero seguir, por favor vámonos", pero mi cuerpo negaba lo que mi boca pronunciaba. Sobre todo cuando sus labios emprendieron el abordaje a mis pechos.



- "Aaaahh" gemí mientras él se recreaba en mis pezones con su lengua, y acto seguido para intentar ocultar la evidencia volví a implorarle:



- "No, por favor, no sigas", y mientras repasaba si ese chico no sería el mejor amante al que había entregado mi cuerpo maduro.



Me cerró la boca con otro beso y, aún no sé ni cómo, se desabrochó el cinturón y los pantalones dejándolos caer al suelo, mostrando su sexo totalmente marcado bajo su exquisita ropa íntima. En aquel preciso instante, sacó aquella mano que me torturaba, y que me volvía loca. Yo me quede hipnotizada imaginando el pedazo de polla, nada común y que tan bien lucía bajo su calzoncillo. Se hizo un estrepitoso silencio. Adivinando mis deseos, Róber me agarró mientras con su mano izquierda por el cuello, fingiendo la misma violencia una vez más. Con la derecha sacó uno de los condones de mi bolso y se lo colocó con una sola mano tras rasgar el envoltorio con los dientes. Por fin, mirándome a los ojos fijamente me levantó con ambas manos de tal forma que yo rodeaba su cintura con mis piernas y, me penetró.



No le costó, yo estaba completamente empapada. Aun así debía seguir fingiendo:



- "¡¡Ahhh!! ¡¡Nooo!!" grité, aunque de nada quería que sirviera, deleitada por sentirle encallando en mi interior. Era una atrocidad apreciarle, percibir cómo se movía, nunca antes otro hombre me había martirizado así.



- "Te deseo tanto. Eres deliciosa." me susurró sonriendo mientras me penetraba contra la pared con violentas y fuertes embestidas, conocedor de que el tiempo transcurría en su contra. Ya no logré articular palabra. Sólo podía gemir y sollozar. Él me seguía diciendo al oído cosas bonitas y excitantes que entraban en contradicción con la intensidad de sus embestidas. Yo en cambio debía conservar mi papel de mujer agredida:



- "¡¡No!! Para, para de una vez por favor". Gimoteé, y al oír esto, o eso creí yo, cesó todo movimiento quedando en silencio, pero forzosamente abrazados y enganchados como dos perros.



- “¡¡Déjala Róber!!” Aún tan aturdida como estaba pude reconocer la voz, era Vero. Giré la cabeza y la vi allí de pie delante de la puerta entreabierta de la caseta. Con cara de miedo, y mirada cobarde.



- "¿Qué haces imbécil?" Exclamó Vero, yo la miré sorprendida "Déjala ya. Esto ha ido demasiado lejos". Pero Róber sabía que siendo su cómplice, Vero no haría nada y también que mi segundo orgasmo estaba próximo, sabía que las dos estábamos a su merced.



-"Exactamente, Vero. Los dos hemos ido demasiado lejos y ya no te puedes echar atrás. Esto es lo que tú y tus amigas queríais, ¿no? Pues disfruta del espectáculo." Le contestó. Vero quedó inmóvil, callada.



Róber mirándola comenzó de nuevo aquellas fuertes acometidas que arrancaban de mi cuerpo un placer brutal- "Todas putas. Putas y brujas", eso fue lo que dijo "Ojala tu marido te follara así, ¿eh, Montse?" Su actitud ahora me enojaba, pero mi orgasmo estaba tan próximo, no quería parar, deseaba que siguiera. Las sensaciones y emociones que me provocaba aquel chico eran incontrolables. Cuando mi marido me hacía el amor yo solía acariciarme fantaseando con otro hombre para conseguir acabar antes que él se corriera, y sin embargo este sinvergüenza…



Pronto entendí que le gustaba sentirse el mejor amante, el más varonil y hábil, le seguí el juego. Le mordisqueé el lóbulo de su oreja y susurré.



- "Uhmmm, Él nunca me ha follado ni la mitad de bien que tú. Sigue, por favor, sigue". - "Sí, fóllame, ¡¡qué polla tienes, Róber!!". - "Sí, ¡¡ah!! Te gusta follar mujeres casadas, ¿verdad cabrón?" le murmuré como pude entre gemidos. En realidad era como me sentía, una puta, una puta traidora y en estos pensamientos llegó el postre, aquel dulce y anhelado segundo orgasmo de la noche. No intenté ni evité gritar y convulsionarme de placer, cuando de repente, un pensamiento vino a mi mente. Aquello que terminaría de convencer a Vero de que estaba realmente siendo forzada, violada.



- “Róber, ahora dame por el culo, cabrón” Le indique a Róber en voz baja, pero con total determinación, enrabietada por tener que caer tan bajo.



Cesó de moverse y mirándome me susurró.



- “Repítelo”. Dijo.



- "No, por favor" Le ronroneé con toda la sensualidad que pude, aunque con cierto temor dado el tamaño de su miembro. En cuanto Róber pudo borrar su cara de asombro, dijo:



- "Vero, ¿no crees que esto hay que disfrutarlo aún más?" le dijo -"Vamos guarra" me ordenó a mí. Recogió mi pelo en un puñado y tirándome de él hacia abajo me obligó a arrodillarme enfrente de él.



Bien, pensé para mis adentros, pienso hacerle la mejor mamada de su vida, se correrá y acabaremos con esto de una vez.



Comencé despacito y mirándole a los ojos, como me habían pedido todos los hombres a los que se la había comido en mi vida, y de la forma más sensual que sabía. Su polla olía y sabía a mí. Primero, la recorrí de arriba abajo con la lengua, mis labios jugaban con sus pliegues y venas. Luego metí su cabezota en mi boca, succionando y lamiéndola con fuerza. Aquellas caricias volvían loco a mi marido y al parecer también a Róber:



- "Joder, qué bien la chupa la guarra de tu jefa” Gritó. Mentiría si dijese que no gustó oír sus palabras, tanto que mi lengua redoblo sus esfuerzos por hacerlo aún mejor. Él me sobaba las tetas sin parar pero me sorprendió cuando, tirándome del pelo hacia atrás, me la saco de golpe de entre los labios. Cogió entonces mi mano derecha e hizo que yo agarrara su enorme erección. El anillo de casada relucía en la noche, Róber guiaba mi mano a lo largo de su pene, arriba y abajo, recreándose en la visión de mi anillo de casada. ¡¡Cómo resistía tanto!!



Aquella escena pronto se vio perturbada. Mi móvil empezó a sonar dentro del bolso, y aterrorizada pensé: “Seguro que es marido, ¿quién si no me llamaría a estas horas?” Róber aprovechó la interrupción para incorporarme pegándose a mi espalda, pretendiendo enseguida metérmela por la puerta de atrás.



-"Por qué no lo coges. Será divertido" me susurró al oído.



- "¡¡No!!" dije yo, y nada más decir esto noté como empezaba a abrirse camino en mí.



- "¡¡Aaahhhg!! Despacio por favor". Mi móvil seguía sonando y el cabrón de Róber hizo intención de cogerlo. Instintivamente quise darle un empujón qué lo impidiera, pero eso hizo que Róber entrase de lleno. Grité de dolor.



Allí acabó todo. De repente, tras oír un fuerte golpe Róber se desplomó sobre la arena. Sin entender nada, contemplé yaciendo inconsciente al chico que aún creía notar en mi malherido trasero. Justo detrás de nosotros estaba Vero, sosteniendo con ambos brazos el enorme mástil de madera con el que acababa de golpear a Róber.



-“¡¡Joder Vero, joder!! Grité recriminándole, antes de caer en la cuenta de que ella seguía creyendo que yo acababa de ser violada. “Gracias” Rectifiqué enseguida mirando sus ojos totalmente empapados en lágrimas. Estaba descompuesta, paralizada por lo ocurrido detrás de aquellas pilas de hamacas. Creía que todo había sido culpa suya.



Róber, aún semi-inconsciente, comenzó a sollozar de dolor, por lo que hube de recoger mis cosas y adecentarme rápidamente. Mientras me recolocaba el vestido y me anudaba los tirantes, me vino a la cabeza la condición que impondría a mis compañeras: “Nada de lo que había pasado podría contarse jamás”. Aunque de todas formas, estaba claro que ninguna de aquellas traidoras diría nada. Abracé entonces a Vero y me la llevé de allí. A medio camino me giré hacia atrás y vi a Róber aturdido, pero ya sentado sobre sus rodillas. “Pobre chico”, pensé avergonzada, todas hemos sabido aprovecharnos de él. Ni siquiera se había corrido.



Fin


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