Briza es morena clara, bonitas piernas, anchas caderas, y cara agradable. Llevaba vestido largo entallado rojo, escotado, delineando muy bien la cintura estrecha, gluteos prominentes y busto generoso. Cabello alborotado, suelto sobre los hombros. Olía a rosas frescas del jardín. Él vestía elegante: pantalón blanco, saco azul marino, zapatos igual; jersey manga larga celeste ceñida al cuerpo atlético, simétrico y proporcionado. La noche anterior ella fantaseaba haciendo el amor con su enamorado, imaginando el torso desnudo, brazos poderosos, manos de marinero entrando a suspiros por los poros de la piel.
Instalados en pareja en un recodo del salón, pidieron un par de bebidas; al poco rato ya estában platicando animadamente. De cuando en cuando ella mojaba sus labios resecos con la lengua o sorbiendo de su vaso. Furtivas miradas a la entrepierna abultada de Carlos, delataban nerviosidad, expectativa. Bailaron al compás de la melodía untando los cuerpos en voluptuosos acercamientos eléctricos. Ella echó los brazos al cuello y el pecho al frente. Las tenazas del hombre rodearon su cintura. Algo duro se acunó en mitad de las piernas. El olor de macho excitado mezclado con fragancias del mar, hicieron el efecto de mojar más, los íntimos decoros femeninos. La música lenta, el ambiente a media luz, completaban la escena plena de romanticismo. Caricias leves pero sugerentes; caricias diciendo: “me gustas mucho”. “Te deseo intensamente”.
Al filo de las diez, dieron las buenas noches; se retiraron al camarote. Besos, besos y más besos fueron el preámbulo de lo que sería una noche avasalladora. El escote dejaba entrever los senos turgentes; abultados, duros, oprimidos aún por tela. Cuando estás así la ropa estorba. Voluntario salió el vestido rojo dejando a medio desnudar aquel cuerpecito de piel suave, apiñonada. El bikini, rojo dio la nota perversa porque el marinero entró en furor. Nervioso retiró el saco, juntos sacaron el jersey pelando aquel torso, brazos, espalda, cuello, hombros de bronce. A besos y chupetes dio con los pezones; grandes aureolas negras rematadas en botón enhiesto y cálido como chupón de bebé. A mano salió el brasier para liberar dos espléndidas tetas anhelantes de caricias, besos y chupetes. Húmedos labios magnetizados por la carne blanda del pecho, prendieron su fuego ahí, ¡justo ahí! Donde la mujer deseaba ser tocada, elevada a los linderos del clímax.
Los marineros son amantes naturales. Conocen los puntos de placer de las hembras. No porque sean igual para muchas, sino porque saben tratar a cada una de manera individual. Expertos lectores de los mensajes del cuerpo, saben cuando una mujer rezuma placer en la región mamaria. Cuando se deleita con los besos en boca, cuello, manos y lóbulos de la oreja. Todo eso antes de bajar a explorar zonas más calientes. La tanga roja estaba muy mojada, olía a vulva floreada, dilatada a profundidad, pulsante y receptiva. Con la boca fue retirada en un juego divertido pero muy erótico. Recostada en la cama boca abajo sintió calambres en cuello y espalda, cintura y nalgas. Entreabiertas las piernas estiradas en “A”, manos diestras masajearon favoreciendo el relax y disponiendo todo el pastel para un regalo oral. Recorridos húmedos a lengua viva bajaban por la línea de la columna depositando su estímulo igual en una pierna, que en la planta del pie, los deditos uno por uno, las corvas, los brazos y manos. Con un ademán brusco puso a la mujer boca arriba, igual con las piernas estiradas en “A” y se dispuso a regalar el mismo estímulo pero al frente. Antes decidió obsequiar la imagen de su virilidad total. Aflojó el cinturón, bajó el cierre. Salió el pantalón junto con los zapatos. Quedó a la vista sólo con una trusa negra que destacaba el monte fálico, dejando poco a la imaginación. Ella no aguantó la posición pasiva; atrevida bajó el calzón, descubriendo aquel tesoro de glande cabezón, rosado, poderoso, adornado con bolas colgantes sobradas de licor. Lo tomó en sus manos, subía, bajaba, le daba pequeñas palmadas percibiendo el divertido ir y venir elástico. Reía entre divertida y nerviosa, como si no creyera que era real lo que estaba viviendo. Lo besaba en la punta. El olor de la babita derramada la llevó al extremo de lo irracional; de pronto quiso tenerlo en la boca. Fue un impulso automático; como un animalito busca la teta de la madre cuando nace; ella chupó, lamió entró y salió muchas veces mientras él merodeaba las zonas mojadas que ya chorreaban. El estímulo manual le produjo un derrame orgásmico no muy grande para ser el preámbulo de un verdadero ¡¡BOOOOMMM!!!!. En el Inter, entre un orgasmo y el verdadero, ella pedía a gritos. ¡¡¡Mi amor!!! … ¡¡¡yaaaa!, ¡ya por favor!. Entra en mi, quiero tenerte dentro mío ¡por favor!; pero él no entraba, bien sabía el valor potenciador de la espera; el sufrir placentero del desear intensamente sin tenerlo adentro. Pedir y pedir, rogar y volver a pedir, sólo hacía que Carlos se excitara más y se preparara a entrar justo cuando estuviese listo para soltar con Briza la tremenda eyaculación que les aguardaba. La mujer dijo: ¡No puedo más! Se levantó al encuentro de su macho apoyado en el piso; se prendió al cuello, lo montó a horcajadas y acopló su vagina habrienta en la lanza erecta del marinero.