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Hola, amigos, os voy a contar una historia que creo os va a gustar. Tengo 18 años y desde hace unos meses trabajo en un hotel de mi ciudad, en España. El caso es que hace un par de meses sucedió algo que me cambió la vida. Yo era hasta entonces un chico que le encantaba hacerse pajas, siempre que podía me metía en el servicio, me llevaba una revista de esas guarras y me la meneaba mientras veía esas fotos de tías chupando grandes nabos, era lo que más me gustaba. Bueno, pues el caso es que un día llegó al hotel un joven como de 27 ó 28 años, era un directivo de estos agresivos, de traje impecable, guapo y seguro de sí mismo. Estaba alojado en una buena habitación, se veía que debía tener un alto cargo en su empresa, a pesar de su juventud. El caso es que me llamó la atención porque me miró algo más de lo normal en estos casos. Cuando le dejé la maleta en su habitación, me sonrió muy amablemente y me dio un billete de 2.000 pesetas, una propina que jamás me había dado nadie. Amplió aún más la sonrisa y me pareció que me guiñaba un ojo, aunque a lo mejor fue solo la impresión.
El caso es que me fui un poco mosqueado; me estaba oliendo que el tío me tiraba los tejos, y yo soy muy macho...
Bueno, el caso es que, estando de servicio, vi entrar por la tarde a un chico que yo conozco de vista: es un chico de compañía, un gigoló, un puto para hombres de una casa de citas que hay muy cerca de mi hotel. Me llamó la atención y pensé que quizá lo hubiera llamado el joven ejecutivo agresivo. Quise satisfacer mi (malsana, es cierto) curiosidad, y subí por el ascensor de servicio. Mi hotel no es muy alto, sólo tres plantas, así que me fue fácil oír en qué piso se quedaba el chico. En efecto, era la segunda planta, donde se alojaba el ejecutivo. Lo seguí a distancia; conozco bien el hotel y sé dónde se puede uno camuflar. El caso es que, como imaginaba, se detuvo ante la puerta 2...; llamó, y desde mi posición pude ver cómo el ejecutivo abría la puerta sólo ataviado con una pequeña toalla, como si saliera de darse una ducha. ¿Me creeréis si os digo que se me estaba poniendo dura? No me lo explicaba, porque teóricamente aquello era sólo un poco de morbo, confirmar que, como suponía, el ejecutivo era maricón, pero lo cierto es que tenía el nabo totalmente empalmado. Supuse que era cuestión de la excitación del momento, del miedo a que me pudieran sorprender espiando. Pero algo me hacía continuar; ¿qué harían esos dos, ahí, en su habitación, solos? La verdad es que nunca había visto ninguna revista guarra de tíos, así que, aunque tenía alguna idea de lo que hacían, no lo sabía con seguridad. La curiosidad me hizo concebir un plan más bien disparatado: las habitaciones de aquel ala tenían terrazas a una zona interior, poco frecuentada. El caso es que la habitación de al lado de la que ocupaba el ejecutivo (y ahora también el puto) estaba vacía, así que se me pasó por la cabeza una idea descabellada. Quise rechazarla, como hubiera hecho en una situación normal, pero estaba tan excitado con aquella situación, que no pude hacerlo. Corrí hasta recepción; no estaba el conserje; tomé la llave de la habitación de al lado y subí rápidamente en el ascensor. Entré en la habitación y puse la oreja en la pared; parecía escucharse algo remoto, pero no conseguía saber qué era. Entonces, abrí la terraza y me aproximé a la barandilla. No era difícil saltar a la otra terraza. Miré a la calle, que estaba desierta, tragué saliva, y me decidí a saltar. No me costó trabajo. Enseguida me agaché, para no delatar mi presencia, y me acerqué a las vidrieras.
Miré, con sumo cuidado, hacia dentro de la habitación; lo que vi me dejó helado: el puto estaba desnudo, tumbado en la cama boca arriba, y el ejecutivo, también desnudo, se la estaba mamando. Desde mi perspectiva podía ver perfectamente como la boca del ejecutivo se tragaba una y otra vez el nabo del puto, que, por cierto, era un rabo bastante considerable, a pesar de lo cual el ejecutivo debía tener unas tragaderas enormes, porque el carajo desaparecía por completo en su boca, cuando, así a ojo de buen cubero, no debía medir menos de 22 centímetros. Aquella imagen me terminó de poner cachondo del todo, y no tuve más remedio que sacarme el nabo y ponerme a hacerme una paja. Tuve que reconocer que me estaba gustando muchísimo, y por un momento, aunque apenas si tenía tiempo de otra cosa que de pajearme como un loco y babear de placer, me imaginé cómo sería tener un cacharro como ese en la boca. Me fijé que el ejecutivo tenía los ojos cerrados, como si estuviera en el paraíso, y también me di cuenta de que su polla también estaba erecta, y que era enorme, aún más que la del puto; calculé que no menos de 25 ó 26 centímetros de polla, con un cabezón muy grande, sonrosado y desplegado a toda potencia.
El puto se arqueó en la cama (no oía nada, sólo podía ver), y el ejecutivo se sacó el carajo de la boca y se quedó con la lengua totalmente sacada, como si fuera una alfombra, debajo del nabo del chico. No sabía qué estaba haciendo, hasta que pude ver cómo del rabo del puto salía un gran churretón de leche, que se coló dentro de la boca del ejecutivo limpiamente; le debió de llegar prácticamente hasta el estómago, de lo fuerte que iba. El segundo trallazo fue más moderado y le cayó en la lengua, y otros tres o cuatro más siguieron el mismo camino; pude ver desde la vidriera cómo la lengua del ejecutivo temblaba, y comprendí que era de placer. Cuando la tuvo totalmente empapada de aquel líquido blanquecino, sepultó el nabo, que aún emitía algunas gotas de semen, en su boca, y volvió a chupar el carajo del puto, regodeándose en aquella sustancia que yo jamás había imaginado que pudiera ser algo tan delicioso como, al parecer, era, al menos a la vista del rostro del ejecutivo, que había abierto los ojos y tenía la mirada perdida, como si no le importara nada en este mundo más allá de estar, en aquel momento, con la boca llena de leche.
El puto, tras pasar algún tiempo, se levantó y parece que convenció al ejecutivo de que dejara de chuparle la polla, porque ya no había más leche. El hombre se sacó el nabo de la boca, a regañadientes, y le dijo algo al otro. Al momento, ambos desaparecieron en el cuarto de baño.
Yo estaba a reventar, meneándomela como un loco. Lo que había visto me había gustado muchísimo, pero quería más. Mi mente calenturienta pensó deprisa. Estaba claro que habían entrado a darse una ducha, quizá juntos, y que posiblemente volverían a la cama a seguir su fiesta. Así que, sin pensarlo dos veces (si lo hubiera hecho no me habría atrevido), intenté abrir la puerta de cristal de la habitación; afortunadamente, no estaba echado el cierre, así que me introduje silenciosamente en el cuarto. Inspeccioné la estancia, para ver dónde me podría situar con buena visión y sin correr peligro de ser descubierto. En ello estaba cuando escuché la puerta del cuarto de baño; estaban saliendo, y yo allí en medio, agachado. Tuve una intuición y me lancé debajo de la cama, justo a tiempo, porque un momento después, desde debajo del colchón, vi aparecer los pies descalzos de los dos hombres. Por la posición intuí que se estaban besando en la boca. Poco después ambos se arrojaron sobre la cama, y empecé a oír de nuevo unos chupetones; no sabía quién mamaba ahora, aunque el sonido parecía diferente. Como me pareció que allí abajo estaba seguro, y estaba tan caliente, decidí desnudarme por completo; quería gozar de aquel momento, de estar desnudo bajo una cama en la que dos tíos estaban disfrutando del sexo. Si alguien me hubiera dicho, sólo dos horas antes, que iba a hacer aquello, le habría pegado un puñetazo.
Me quité la camisa, el pantalón, los zapatos y calcetines, y me quedé, pajeándome, debajo del colchón, mientras notaba el peso de los dos cuerpos. Pensé entonces que, si, como parecía, los que chupaban pollas cerraban los ojos para mejor disfrutar, a lo mejor podría sacar mi cabeza para ver lo que estaban haciendo, sin que me vieran. Era una locura, claro, porque era muy arriesgado. Pero, llegado a ese punto, yo estaba ya totalmente fuera de mí y poco me importaba nada que no fuera ver qué estaba pasando a tan pocos centímetros de mí. Así que, con sumo cuidado, fui sacando la cabeza por uno de los costados de la cama. Desde esta nueva posición, vi como ahora era el puto el que le mamaba el nabo al ejecutivo. En efecto, tenía los ojos cerrados, mientras alojaba dentro de su boca buena parte del enorme rabo del hombre. Se ve que éste, a pesar de ser profesional del sexo, no tenía tan buenas tragaderas como el mayor. Se me ocurrió entonces otra idea espléndida: como el puto estaba tumbado sobre el cuerpo del otro, su parte inferior sobresalía por los pies de la cama; así que yo podría tener una visión perfecta de su nabo, a poca distancia, y sin riesgo alguno. Así lo hice: al asomarme por debajo de la cama, a los pies, casi me desmayo: el chico estaba efectivamente con la parte inferior de su cuerpo colgando de la cama, y su rabo, totalmente desplegado, colgaba poderoso entre sus piernas, a poco más de diez centímetros de mi cabeza. Pude entonces comprobar la hermosura de aquel nabo, de cabeza poderosa y aerodinámico, brillante, de cuyo ojete salían algunas pequeñas gotas de líquido preseminal. Me quedé embobado viendo el paisaje, así que no fue raro que, cuando el puto, sin tocarse siquiera, se corrió, me cayera un trallazo de leche en la boca, que tenía entreabierta; la paladeé un instante, confirmando la impresión de que era un néctar, un líquido sabrosísimo. Abrí la boca desmesuradamente para que no me escapara ni una gota, y lo conseguí: me cayeron tres trallazos más, a cual más suculento, y me quedé allí, con la boca abierta, esperando que cayera un goterón vacilante que permanecía aún semipegado al glande. Por fin cayó en mi boca, y lo paladeé con glotonería. Escuché entonces al mayor como gemía estentóreamente, y supe, sin verlo, que se estaba corriendo en la boca del puto. ¡Cómo lo envidié!
Poco después ambos entraron en el cuarto de baño, y yo por fin me corrí con mi paja, debajo de la cama. Fue el orgasmo más brutal que había tenido hasta entonces. Pero entonces me di cuenta de la locura que había hecho, y me vestí y salí de la habitación, de nuevo por la terraza, en volandas. Ya en recepción, vi como, al poco, salía el puto, que me sonrió al pasar, sin tener ni idea de que pocos minutos antes yo me había tragado toda su carga de leche sin él saberlo.
A la media hora, cuando todavía no me había repuesto de la impresión de aquella tarde, llamaron al servicio de habitaciones. Era el ejecutivo, que pedía un refresco. Me dieron el encargo y subí a su cuarto. Por el camino decidí que quería llegar más allá y sentir en mi boca aquel pedazo de cacharro que había visto en la del puto. Estaba loco, lo sabía, pero no podía hacer otra cosa, estaba totalmente salido y mi nabo de nuevo estaba como una bomba.
Así que entré primero en el cuarto que tenemos para el servicio; había pensado lo que iba a hacer, y lo hice: me quité los pantalones y los slips, no me puse ropa interior y me coloqué unos pantalones más antiguos que tenía del año anterior, que se me habían quedado pequeños. Me miré en el espejo y sólo de verme el pantalón pegado al cuerpo, marcándome la raja del culo como el de una maricona, me excité enormemente; por delante el nabo se me marcaba hacia uno de los lados, como si llevara un gran pepino en el bolsillo. Tragué saliva y tomé la bandeja con el refresco. Golpeé en la puerta del ejecutivo, muy nervioso por lo que estaba haciendo. Me abrió y me sonrió; estaba con un albornoz puesto, supongo que después de la segunda ducha. Entré, con nervios pero decidido, y noté como su mirada se posaba sobre mi culo. Debió de gustarle, porque me pareció escuchar una especie de silbido amortiguado. Me giré hacia él, ya sin la bandeja que me ocultaba el paquete, y el nabo, totalmente empalmado, se me debía de marcar soberbiamente por debajo del pantalón, porque el hombre no quitaba la vista de aquella zona. Noté que estaba absorto, y yo no sabía muy bien qué hacer, aunque se suponía que debía esperar por si me daba alguna propina. El hombre finalmente reaccionó, y me dijo algo de que si podía ver una cosa del cuarto de baño, que parecía no ir bien. Yo acudí diligente, entré en la estancia de servicio, seguido muy de cerca del hombre, cuya respiración se notaba entrecortada, como si estuviera muy excitado.
--Mira, es que parece que no funciona bien la llave que da paso a la ducha o al grifo de la bañera.
Yo me agaché, aparentemente muy interesado por lo que me decía, para manipular la llave, pero cuidando de poner el culo bien en pompa; notaba el pantalón metido en la raja del culo, prácticamente rozándome el agujero, y miré a hurtadillas, por debajo de mi cuerpo, hacia el hombre. Estaba algo más atrás, embobado mirándome el culo, con la boca abierta, y tenía la mano metida dentro del albornoz, a la altura de su carajo. Lo tenía en el bote, pero aún había algo que me impedía dar el paso definitivo. Abrí la llave de la bañera y el agua salió por la ducha, en vez de por abajo. Yo estaba justo debajo de la regadera, así que me cayó un gran chorro de agua, empapándome la camisa y el pantalón. Me eché atrás, pero ya era tarde, estaba chorreando de agua. El hombre tartamudeó un poco, totalmente excitado.
--Lo siento mucho, no te preocupes, te presto algo para que te lo puedas poner... quítate esa ropa, anda.
Yo no me hice de rogar; mirando al suelo, pero realmente observándolo de reojo, me quité la camisa, y comprobé como miraba arrobado mis pectorales bien marcados, aunque sin exagerar, y mis músculos moldeados en el gimnasio. El hombre ni siquiera se dio cuenta de que no me había traído la ropa que me prometió, pero yo no iba a recordárselo. Me abrí después el botón del pantalón, baje la cremallera, y me bajé despacio el pantalón. Mi nabo saltó como un resorte, brillante y excitado. El ejecutivo ya no pudo resistir más y, como si estuviera hipnotizado, se agachó delante de mí y se metió la polla en la boca. Cuando sentí mi cacharro dentro de aquella cavidad húmeda, caliente y suave, no sé cómo no me corrí inmediatamente. Yo no estoy nada mal dotado, como he dicho, pero el hombre se metía mi carajo hasta adentro, con unas tragaderas prodigiosas: enterraba la nariz en mi vientre, y el labio inferior besaba mis huevos. Chupaba con auténtica maestría, pero sobre todo con gula: nadie diría que apenas media hora antes había estado chupando otro nabo. No pude aguantar más y sentí cómo me corría: el hombre me recibió dentro de su boca, pero con el glande sobre la lengua, para notar cada churretazo de leche; abrió los ojos y vi entonces, tan cerca, esa mirada perdida, esa impresión de que en aquel momento podría hacerle lo que fuera, incluso matarlo, y no pondría resistencia alguna, pues su único y exclusivo punto de atención era recibir mi leche en su boca. Me estuvo mamando el nabo hasta que prácticamente me lo exprimió. Tuve que sacárselo casi de la boca. Me miró, sonriendo, y yo hice entonces lo que había ido a hacer allí: me agaché y me acerqué a su polla. Era grande, muy grande, y desde tan cerca parecía aún más grande. No sabía si sería capaz de alojar un cacharro tan enorme entre mis labios, sobre todo el capullo era grandísimo. Abrí la boca, inexperto, y primero me dediqué a darle chupaditas con la lengua, para ver a qué sabía; los jugos preseminales me parecieron una delicia, y lengüeteé con más insistencia. Conforme iba chupándole el glande, noté como mi nabo crecía de nuevo en mi entrepierna. Probé a meterme el capullo entero en la boca: abrí la mía al máximo y me lo metí. Afortunadamente, tenía buena capacidad para abrir las mandíbulas, así que entró limpiamente. Me dediqué a chupetearlo como un caramelo sensual, sexual, erótico, y aquellos jugos preseminales me anunciaban un gusto aún mejor. Era como un gran trozo de carne caliente y palpitante. Hice un esfuerzo y me metí dentro de la boca un buen pedazo de aquel carajo ardiente, por lo menos hasta la mitad; no menos de 12 ó 13 centímetros alojaba mi cavidad bucal, pero aún quedaban otros tantos fuera. Sin embargo, la punta del nabo chocó contra mis amígdalas; me dio un poco de arcada, pero no me arredré; ahuequé la garganta, como había visto que hacía el hombre con el puto, y me metí otro buen pedazo de carajo en la boca; sentí como el glande traspasaba, con algún problema, las amígdalas, y noté como aquel obús impresionante se alojaba en mi garganta, en busca del esófago. En ese momento me sentí lleno, completamente lleno, y supe que quería mantener ese nabo enorme dentro de mi boca y meterlo cuanto más adentro mejor. Aún me quedaba algo de su carajo fuera, y ahuequé hasta lo inverosímil la garganta, consiguiendo que aquellos 25 ó 26 centímetros de polla aerodinámica, grande y gruesa, entraran por el breve peaje de mis labios. Noté como mi nariz se enterraba en su pelambre púbica, que olía a macho, a sabores oscuros, y por debajo mi labio inferior chocó contra sus huevos, que estaban gordísimos. Mi propio nabo se había puesto como una estaca, y temí correrme otra vez, tan pronto, aunque mi atención residía entonces en aquel gran pedazo de carne caliente que entraba y salía de mis labios, una y otra vez. El hombre había descubierto mis dotes para tragar y el tío me sacaba el nabo hasta el glande, y después me lo bombeaba hasta adentro; era como tragarme un autobús, pero cuanto más me lo alojaba en la garganta, más excitado me sentía.
De pronto, el hombre empezó a jadear más fuerte, y adiviné qué venía: me saqué la polla de la boca y coloqué el glande sobre la lengua, trémula de la emoción: el primer trallazo entró, visto y no visto, directamente a la garganta; no consentí que ocurriera otra vez, y sepulté el glande entre mis labios. Sentí entonces aquel líquido caliente y pegajoso, y comprendí entonces la mirada perdida de mi amante: era un sabor extraño, un elixir erótico indescriptible, una sustancia cálida que se quedaba en la boca y cuyo sabor no se iba fácilmente. A pesar de su reciente corrida, los gordos huevos del hombre ya habían fabricado una buena ración de leche, que me tragué ávidamente, rebuscando al final en el ojete, en busca de esa última gota que conseguí.
El hombre me levantó de mi posición de cuclillas y me besó en la boca. Noté el sabor de mi semen en sus labios, pero el muy cabrón lo que quería era hacerse con su leche contenida en mi boca; pelearon nuestras lenguas y la cosa quedó en empate: mezclamos las dos leches y tuvimos así un batido de ambas.
Desde ese día, siempre que viene un hombre solo, e intuyo alguna mirada más larga de lo normal en el cliente, me cambio de pantalones, me coloco el de talla pequeña sin slip y me ofrezco a arreglarle la ducha, que procuro previamente que no funcione bien. ¿Sabéis una cosa? Suele funcionar... y no me refiero a la ducha...
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