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Mi nombre es Viviana tengo 45 años y tengo dos hijos: Juanito de 19 e Inés de 24. Vivo con mi esposo.
Soy una mujer de estatura normal, un poco gordita (aunque me considero de esas gorditas que ponen a los hombres, porque por donde paso siempre voltean a verme). Lo cual me pone cachonda, por la menopausia y mi esposo que hace tiempo no me toca.
Todo andaba casi igual hasta que llegó el verano y los chicos pasarían las vacaciones a mi lado. Por el calor, mi hijo andaba en calzoncillos y mi hija usaba shortcitos ajustados y tops, lo cual hacía que mi sangre hirviera.
Un día, la familia de mi esposo nos invitó a una boda en otro Estado. El viaje sería de varias horas en la van para llegar a la montaña, donde el ambiente era frío. Por lo que nos cambiaríamos llegando. Lo que no contábamos es que solo habría una habitación y el baño sería compartido. Al estar contra el tiempo no quedaba más remedio de cambiarnos sin lavarnos a la vista de toda mi familia.
Mi hijo tenía un cuerpo firme, en comparación de su padre. Mi hija tenía las tetas más pequeñas que las mías, pero firmes que le daban una apariencia de tener los pezones erectos.
No sé qué pasaba por la mente de los demás miembros de mi familia, pero me daba morbo la situación de estar en ropa interior y cambiarse a vista y paciencia de los demás miembros. Mi hijo no me quitaba la mirada aumentando mi morbo.
Me puse mi vestido verde esmeralda, un poco más alto de la rodilla, tacos, algo de colonia para contrarrestar el sudor. Me vi al espejo y sonreí al ver a aquella mujer aún capaz de levantar miradas.
Buena parte de la noche bailé con mi hijo, entre unos tragos más se sujetaba de mis caderas y de vez en cuando deslizaba mis manos por mi culo. Durante la fiesta había un ritual de amor eterno, donde se pedía a las parejas que llevaban varios años hacer un ritual para lograr la mayor felicidad y verter en el cuerpo de nuestra pareja unos aceites para sellar nuestra felicidad para siempre.
Al transcurrir la noche mi esposo llevaría a su tía a su casa, quien desde muy chico cuidó de él. Mis hijos y yo iríamos en la Van turnándonos para conducir. Pasaron algunos kilómetros y la noche cerrada no nos dejó avanzar más. Detuve el coche a un lado del camino. Hacía frío, por lo que les dije a mis hijos que se junten conmigo para acomodarnos con el calor corporal.
Sentir el olor y calor de ambos en un rico sándwich me ponía a mil. Mi cuerpo empezó a expedir un líquido color ámbar. Mi hijo no se resistió y empezó a lamer y morder despacio mi oreja. Toqueteaba mi cuerpo por encima del vestido. Mi cuerpo convulsionaba, mi respiración se agitaba. Sin embargo, mi hija no despertaba. Mi hijo seguía con sus instintos y yo lo dejaba.
Hurgaba dentro de mi vestido metiendo sus dedos en mis bragas sintiéndolas mojadas. Colocó su pulgar en mi boca y no pude evitar lamerlo, haciendo círculos con mi lengua mientras se restregaba con mi culo. Eso me ponía a mil. En mi cabeza se cruzan toda clase de cosas, pero mi pelvis está deseando dar un empujón y me la clave de una vez por todas.
− ¡No te muevas amor, si lo haces, me la meterás! - dije en un nuevo susurro.
Se abrió la bragueta, me levantó el vestido corriendo a un lado las bragas y me la clavó. Un gemido agudo salió de mi garganta. En ese momento mi hija se despertó, pero en lugar de horrorizarse se colocó en uno de los asientos y se empezó a masturbar mientras su hermano me la clavaba en un rítmico mete-saca. Ambos estábamos muy excitados. No sé si la sensación es la que esperaba, porque creo que el gusto es el mayor que he percibido nunca.
En una lucha interna conmigo misma por tratar de retirarlo.
- Es tu hijo, debes detenerlo
- Debe follar riquísimo.
- Eres su madre.
- Y también puedo ser su puta.
Esa lucha duró segundos que parecieron eternos hasta que llegó la primera embestida, fue bestial, porque estaba intentando frenarme, pero la fuerza de su cuerpo ha hecho el resto y noto como su verga entra por entero en mi coño hasta llegar al final. Ni yo misma me lo creo, pero me la ha metido de golpe, ¡Con todas las ganas y hasta lo más profundo!
Empieza a bombear dentro de su mamá, siento las paredes de mi vagina aferrándose a su polla, ya no hay mundo a nuestro alrededor, solo nosotros dos, él y yo. Los jadeos se multiplican, las respiraciones son intensas y nuestras bocas están tan cerca que no pueden por más que unirse y empezamos a besarnos sin que mi hijo deje de empujar con sus caderas hacia mi cuerpo, metiendo y sacando su miembro de mi interior.
En un momento reduce el ritmo pues está a punto de correrse, sin embargo hacerlo despacio no me ayuda absolutamente nada, sino al contrario me excita aún más hasta dejarme a las puertas del orgasmo. Yo estaba descontrolada. Nuestras lenguas se unen de nuevo en nuestras bocas intentando combinar la respiración a través de la nariz y en jadeos de nuestros respectivos alientos.
− ¡Mamá, me corro!, ¿la saco?- dice mi hijo
No respondo, cierro los ojos, sus piernas apretando mis caderas, su cabeza echada hacia atrás y sus manos agarrando fuertemente los asientos. Al intentar sacar su miembro lentamente, mis pies empujan su culo hacia mí, mientras no dejamos de gemir con más fuerza cada vez, hasta que veo como se está corriendo sin contemplación. Sigue su ritmo y no para. Me inserto nuevamente su polla dentro de mi sexo, hasta que en una de esas embestidas lo deja completamente metida y noto el calor que me viene desde los pies a la cabeza sintiendo cómo se tensa su polla y parece querer explotar dentro de mi coño. Se corre soltando varios chorros que inundan mi vagina, la vagina de mamá.
Sigo gimiendo y apretando mis pies contra su culo, quiero que siga brotando su semen dentro de mí hasta vaciarse por completo. Son varios más los espasmos hasta que pierdo la cuenta, pero sé que ha inundado ese lugar maravilloso y me ha enseñado lo que sentir la felicidad plena y cómo se puede detener el mundo en un instante. Ambos jadeamos intentando recobrar el aliento e intentando asimilar al mismo tiempo todo lo que ha sucedido. ¡Acabamos de follar! y ¡Se ha corrido dentro!
Sin tiempo a pensar mucho, mi hija empuja a su hermano para apartarlo y me empieza a lamer la cuca, tomando los jugos de ambos. Era como si estuviera poseía. En minutos un nuevo orgasmo invade mi cuerpo. Metió su mano entre mis piernas, abrió mis labios vaginales y comenzó a tocar toda mi conchita, que ya estaba bastante húmeda. Yo sólo acerté a soltar un gemido, pues no podía haber estado más excitada.
Arqueaba la espalda cada vez que sus dedos se posaban sobre mi clítoris, y chorros de líquido comenzaban a salir a borbotones de mi sexo. Con una mano empecé a sobarme las tetas mientras ella hacía lo suyo en mi concha. Me besó el cuello. Lamió mi oreja. Y yo estaba a punto de llegar al orgasmo cuando repentinamente me soltó. Yo temblaba de placer y no quería quedarme así.
- ¡Oh! Hija… ¡Qué placer! ¡Sigue mi amor!
- Sí mami- dijo entrecortadamente- lo que tú quieras.
- Quiero comerte toda, hija- le decía mientras la despojaba de la ropa- ya no puedo más, mi cielo.
- Ven bebé, que te voy a amamantar. Bebe de mi leche, corazón.
Mi hijo se recobró y se agarró del otro pecho y también empezó a succionar el enorme pezón dentro de sus bocas, mientras ella acariciaba suavemente mi cabello húmedo en sudor. La lengua de mi hijo jugueteaba con el pezón y en ocasiones lo mordisqueaban, lo cual me ponía más cachonda. Mis pezones ya estaban durísimos, y dolía un poco cada vez que alguno de los dos los succionaba. Apretaban mis senos uno contra otro y yo me estaba volviendo loca.
-¡AAHHH!- solté un gemido.
Entonces extendió su mano y comencé a masajear una de sus tetas. Lo apretaba fuertemente y torcía su pezón cada vez que ella succionaba el mío.
-Mi niña, no pares, sigue, sigue porque ya me vengo… ¡AAAAAH! ¡MMMMMH!
Rápidamente me levanté del asiento y me arrodillé frente a ella, frente a sus piernas abiertas. Su vagina estaba roja y totalmente lubricada. Y un clítoris erecto se asomaba por entre sus labios. No me resistí y empecé a comerla toda. Metí mi lengua en lo profundo de su sexo y lamí cada rincón de ese delicioso manjar. Era dulce y amargo a la vez. Mientras mi hijo me lamía el culo.
- AHHHHHH, si, dale a mami placer. ¡Sé un niño bueno y dale a mami otro orgasmo!- gemía mientras apretaba mi cabeza contra su sexo.
Succioné su clítoris durante unos minutos, era gigante, y me encantó. Inés se retorcía de placer y gritaba cosas que nunca entendí. Mi lengua se introducía y salía de su cueva y ella lo disfrutaba, gemía como un animal y se convulsionaba en señal de que llegaría a su segundo orgasmo. Se vino en mi boca, y yo bebí casi todos sus jugos. Esto me hizo correrme, mientras que mi hijo bebía los jugos que fluían de mi gruta.
Me dio un largo beso, nuestras lenguas se entrelazaban y ella pudo probar así sus propios líquidos.
-Mami, si mami. Eres mejor que nadie. Solo tú sabes lo que tu hija necesita. MHHHH, ¡MHHHHH!
-Mami, mamita, casi se viene, ¡YA ME VENGO! MHHH, MHHHHH, MMMMMH… ¡AHHHHH! ¡AAAAAAAAH!- exploté y mi néctar mojó todo el asiento, mis muslos escurrían y mi vagina palpitaba fuertemente. Por un momento dejé de respirar, pues mis hijos me habían regalado el mejor orgasmo de mi vida.
Estuvimos ahí unos minutos recostados en el piso de la van. Acariciándonos en silencio y conociendo nuestros cuerpos.
Juanito empezó a bombearme suavemente, lo metía y lo sacaba de mi vagina mientras Inés con su dedo índice se encargaba de mi clítoris. Entonces poco a poco aumentó el ritmo y me embestía más fuerte. Yo estaba totalmente caliente, y mi sexo se lubricaba cada vez más. Empecé a besar las tetas de mi hija.
Entonces tuve otro clímax. Estallé. Mi cuerpo se arqueaba y con mis manos apretaba las prendas mientras gritaba de placer. Juanito se quedó dentro de mí unos minutos, esperando a que pasara mi éxtasis y después sacó aquel pene de mi vagina.
Al amanecer la vía estaba despejada. Me vestí con una sonrisa a flor de labios, tapé como pude a mis hijos y me dirigí a casa. Mientras que mi esposo había pasado toda la noche follando con su tía. Ese era el comienzo de una nueva vida sin inhibiciones.
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