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Categoría: Confesiones

Blanca en la camilla

El matrimonio tomaba una cerveza tranquilamente en el velador de un bar cuando pasó por allí una joven vecina que volvía de dar un paseo. La invitaron a sentarse con ellos y a pedir algo para beber. Hablaron de algunos problemas de la comunidad y luego la joven dijo que le dolía la espalda y le habían recomendado una buena fisioterapeuta. La mujer le dijo que ellos le podían dar un buen masaje sin cobrarle.

- Además disfrutarás, será un masaje terapéutico y sensual - le prometió.

Su marido la miró sorprendido, aunque no era la primera vez que ella se ofrecía a un conocido.  Años atrás habían asistido a varios cursos de masaje y practicado durante una temporada. Le vino a la memoria haber experimentado esa combinación de terapia y sensualidad con un par de amigas y un amigo.

- ¿Qué significa lo de sensual? -preguntó la joven.

- Primero te quitamos las molestias y al final rematamos con el placer.

- Pero, ¿cómo?

- Ya lo comprobarás, si te atreves. Saldrás de nuestra casa flotando. Somos de confianza, ¿no? Nos conocemos desde hace años, tenemos veinte años más que tú, somos gente seria, te conocemos desde que naciste, no has de temer.

- Bueno, probaré.

- No te cobraremos si no terminas satisfecha -le anunció él.

El día de la cita la recibió ella en su casa y le hizo pasar a una habitación ambientada para recibir los masajes, luces tenues, aromas agradables, música suave, temperatura adecuada. 

Le indicó que se desnudara, se acostase boca abajo en la camilla y se tapase con una sábana que le proporcionó. Luego salió de la habitación para volver a los diez minutos con su marido, ambos vestidos con batas blancas.

Ella le masajeó las piernas, él la espalda. Cuando notaron que la joven estaba concentrada le quitaron la sábana.

Ambos se dedicaron a masajear sus nalgas y cuando notaron que disfrutaba se atrevieron a más, él le masajeó alrededor del ano y ella el sexo. La joven gemía de placer.

Para el matrimonio sólo existía ya el culo de la joven. Le estrujaban las nalgas, le besaban y le chupaban entre las nalgas hasta conseguir que ella gritase de placer.

- Cuánto os gusta mi culo -les dijo

- Es que lo tienes precioso -comentó el hombre.

- Seguid todo lo que queráis, espero que no os moleste si me pedo de gusto.

- Seguro que tus pedos son música celestial -dijo ella-. Prueba a tirarte uno.

La mujer pegó la boca abierta a su ano y tragó la ventosidad que la joven Blanca consiguió expulsar.
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